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Prólogo

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Nochevieja

CHARLOTTE SEGUÍA unas normas de comportamiento. Nunca se desviaba de ellas. Sin excepción. Y tampoco había tenido que esforzarse para cumplirlas, al margen del valor de sus clientes. Todos sus clientes eran igualmente importantes para ella, clientes que requerían sus servicios debido a su buena reputación profesional. Acudían a ella porque necesitaban que los ayudara con problemas relativos a la imagen, las relaciones públicas y las redes sociales. ¿Cómo iban a poder fiarse de su raciocinio si este le fallaba?

¿Si no lograba razonar con objetividad?

¿Si olvidaba el motivo por el que estaba allí?

Charlotte Parks sabía todo eso y, sin embargo, Brando Ricci estaba logrando que le resultara imposible recordar la importancia de las normas por las que se regía. Hacía semanas que había cerrado el caso con la familia Ricci-Baldi, bastante antes de las navidades. Estaba allí, como invitada, en la gran fiesta de Nochevieja que daba la familia Ricci, porque a la familia Ricci le gustaba dar grandes fiestas e invitar a todo aquel que los había ayudado. Y ella los había ayudado, había pasado el otoño entero en Florencia tratando de rebajar las tensiones causadas por una opinión pública negativa debido a luchas internas en el seno de la familia por cuestiones de poder y asuntos de herencias.

No todos los asuntos estaban resueltos, pero había mucha menos tensión y la familia había logrado presentar un frente unido de cara a la opinión pública. La fiesta de esa noche era para representar esa imagen de frente unido de cara a la galería.

No obstante, ella no debería estar allí. Su trabajo había acabado. Le habían pagado muy bien. No tenía motivos para haber regresado a Florencia con el fin de asistir a una fiesta.

La música cambió, se hizo lenta, y Brando la atrajo hacia sí, pegándole los senos a su pecho.

–Piensas demasiado –murmuró Brando, su aliento acariciándole la oreja.

–Sí. Sé que pienso, pero no demasiado. Pienso que eres peligroso.

–Yo nunca te haría daño. Te lo prometo.

Y Charlotte lo sabía. También sabía que él sería maravilloso en la cama, y fuera de la cama. Se atraían desde el momento en que se conocieron, en septiembre. Pero esa atracción le preocupaba, justo porque nunca le había gustado un hombre tanto como Brando.

–No debería haber venido –murmuró ella entrelazando los dedos con los de Brando.

El corazón le latía con fuerza. Tenía mucho calor. Estaba exquisitamente excitada. Hacía unos dos años que no se acostaba con nadie. Por una parte, quería rendirse a la pasión, a pesar de saber que era un error, que con ello podía poner en peligro su reputación profesional y… su corazón.

Alzó el rostro y clavó los ojos en el hermoso semblante de él. Brando era realmente guapo. Pero no solo era guapo, también era inteligente, fascinante y cautivador. Durante los meses que había trabajado con la familia Ricci, era con Brando con quien mejor se había entendido. A pesar de ser el miembro más joven de esa familia, era el que poseía más sabiduría y entendimiento. En los momentos en los que no había habido forma de que Enzo, Marcello y Livia se pusieran de acuerdo, ella había acudido a Brando con la esperanza de que este encontrara la forma de lograr que se entendieran. Y lo había conseguido.

Había vuelto aquella noche a Florencia por él.

Por ese momento…

–¿De qué tienes miedo? –preguntó Brando mirándola fijamente.

–Tengo miedo de perder la cabeza, de perder el control.

Brando sonrió y le acarició la espalda.

–Somos adultos y no tenemos que pedir permiso a nadie.

–Sí, pero nunca hay que mezclar los negocios con el placer…

–Ya no estamos trabajando juntos –le recordó Brando antes de bajar la cabeza y acariciarle el cuello con los labios.

Charlotte tembló, cerró los ojos y trató de ignorar sus pechos, sus hinchados pezones, el deseo que la consumía… Le resultaba cada vez más difícil mantener la mente despejada. Lo único que quería era sentir la boca de Brando en la suya, las caricias de sus manos en todo el cuerpo… Le quería encima, llenándola, quería el placer que sabía que él podía darle. El placer que ella anhelaba y buscaba en él, solo en él, en Brando Ricci, viticultor, empresario, multimillonario.

Amante.

No, todavía no era su amante.

–No deberíamos estar así –susurró Charlotte con la respiración entrecortada.

–No estamos haciendo nada malo. Solo estamos bailando –murmuró él.

Charlotte alzó el rostro y lo miró a los ojos, unos ojos plateados que no tenían nada de fríos, unos ojos que eran ardientes. Llevaba meses reprimiendo su atracción por él, luchando contra su deseo, pero aquella noche estaba a punto de claudicar.

–Es casi medianoche –dijo ella desviando la mirada hacia el enorme reloj que colgaba de una de las paredes del salón de fiestas del palacio.

–Faltan diez minutos –observó Brando mirando el reloj.

Charlotte paseó la vista por el escenario en el que se encontraba la orquesta y también por la pista de baile. El salón, del siglo xvii, estaba abarrotado de gente, gente famosa y adinerada de toda Europa. Esa gente se divertía, reía, bailaba, bebía y festejaba la ocasión. Y cuando el reloj diera las doce campanadas, el alboroto sería ensordecedor.

A ella nunca le habían gustado los sitios concurridos y, por lo general, no iba a fiestas. Pero al recibir la invitación de la familia Ricci, no había podido rechazarla. No había podido decir que no.

–¿En qué estás pensando, cara?

El termino cariñoso la hizo temblar. Había ido a esa fiesta por él. Solo por él. Y, sin embargo, no se atrevía del todo a romper una de sus reglas. Sus estúpidas reglas.

–No mezclo…

–Los negocios con el placer, sí, ya lo sé –interpuso Brando–. Pero esta noche no es una noche de negocios. Hemos concluido con los negocios, hemos dado por zanjados los asuntos de la familia, ya no tenemos por qué hacer lo que nos digan los demás.

Brando le acarició los labios con los suyos, un leve beso que prometía infinitas y deliciosas posibilidades…

Charlotte siempre había llevado una vida solitaria, controlada y contenida. Pero esa noche se sentía como si, quizás, perteneciera a otro lugar, a otra persona. Aunque solo fuera por una noche.

–Solo esta noche –declaró Charlotte con voz ronca–. Debes aceptar que se trata solo de una noche, nada más. Prométemelo, Brando.

Brando volvió a deslizar los labios por los suyos.

–De acuerdo. Será nuestra noche. Esta noche es nuestra noche.

–Y mañana….

–No pensemos en eso. Mañana aún no existe.

El precio de una pasión peligrosa

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