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Capítulo 1

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CHARLOTTE Parks se recogió el pelo detrás de la oreja, se alisó la solapa del abrigo de moda y llamó al timbre del elegante edificio del siglo xvii en el corazón de Florencia, a escasos metros del puente Vecchio. Aunque originalmente el edificio era un palacio, había sido dividido en varias viviendas posteriormente, una de ellas era la de Brando Ricci.

Había ido allí en dos ocasiones anteriormente: el octubre anterior, por cuestión de trabajo, y la Nochevieja. Era una casa grande de tres pisos y por eso esperó con calma a que alguien le abriera la puerta.

Charlotte sabía controlar los nervios. Como el miembro más joven de una familia inglesa extensa y bastante famosa, se había acostumbrado a desenvolverse en situaciones estresantes y de mucha tensión, debido a la tendencia de sus aristocráticos y ricos padres a casarse y divorciarse, regalándole así una docena de hermanos, medio hermanos y hermanastros. Había nacido en Inglaterra, después había ido a Los Ángeles con su madre, cuando esta se casó con el director de cine Heath Hughes, y allí había pasado diez años; después, regresó a Europa, a los quince años, para acabar los estudios preuniversitarios en Suiza.

Sus hermanos y hermanastros eran también gente famosa: modelos, actrices, corredores de coches y envidiados miembros de la alta sociedad inglesa. Las dos familias, Parks y Hughes, incluso habían tenido un programa de televisión durante un tiempo, antes de que ciertos miembros de la familia se quejaran de que aquello era demasiado vulgar, demasiado grosero, demasiado americano. No ayudaba mucho que ahora la mitad de la familia era americana, con muchos planes y muy ambiciosa. Charlotte, que había pasado diez años con su madre en América, ahora vivía allí también sola en su bonita casa en Hollywood Hills, y tenía su pequeña y exitosa empresa de relaciones públicas.

Su capacidad para resolver problemas era lo que la había llevado a Florencia. Había conocido a Brando Ricci nueve meses atrás, cuando él la contrató para resolver una situación muy complicada en la que se veía involucrada la legendaria familia Ricci, una de las familias de mayor reconocimiento en toda Italia, famosa por sus vinos, sus artículos de cuero y modernos diseños de moda.

El negocio familiar de los Ricci databa de principios de siglo, cuando sacaron al mercado un magnífico Chianti. Después de la Segunda Guerra Mundial, comenzaron a fabricar artículos de cuero de lujo. Los tres hermanos Ricci, nietos del fundador de la empresa, habían seguido manteniendo y ampliando el negocio; no obstante, la situación se había complicado desde hacía un tiempo, porque cada uno de los tres hermanos tenía dos o tres hijos, ya en edad de trabajar en la empresa. Una cosa era dirigir un negocio entre tres y otra muy distinta era una corporación con ocho dirigentes.

Charlotte había intervenido el agosto pasado para contrarrestar una publicidad negativa que las luchas internas en el seno de la familia habían provocado y había tenido éxito, a pesar de que la familia seguía dividida y los problemas de sucesión no habían sido resueltos. No obstante, ella ya había cumplido con su trabajo, la prensa había dejado de hablar de los Ricci y a ella le habían pagado bien por sus servicios. Asunto concluido.

Pero no, no era así.

Charlotte, que casi nunca se equivocaba, había cometido un error descomunal la Nochevieja pasada. No debería haber pasado la noche con Brando Ricci. Sí, había sido una noche extraordinaria, pero había bajado la guardia con catastróficas consecuencias.

Y ahí estaba, temiendo el momento de enfrentarse a él cara a cara. Brando era inteligente, poderoso, interesante e ingenioso. La había hecho sentir cosas que no había sentido nunca mientras se deslizaban por la pista de baile. Después, en la casa de él, Brando la había llevado en brazos a su dormitorio y el sexo entre ambos había sido lo más extraordinario que había sentido en su vida. Al día siguiente, había regresado a su casa como si hubiera estado flotando, completamente anonadada.

Por suerte, vivían muy lejos el uno del otro, a nueve mil novecientos cincuenta y ocho kilómetros de distancia, para ser precisos. Tras su regreso, había decidido no pensar en el pasado, sino en el futuro, y olvidarse del hombre que sabía cómo hacer que una mujer se sintiera la mujer más maravillosa del mundo.

Pero era imposible ocultar las repercusiones de su unión. A pesar de que ella había estado tomando la píldora y de que Brando había utilizado un preservativo…

La puerta se abrió de repente y Charlotte se encontró delante de una joven alta, delgada con el cabello negro revuelto, labios rojos y obviamente desnuda bajo la bata de seda blanca.

Charlotte reconoció inmediatamente a la modelo. Era una belleza argentina que aparecía en todas las revistas dedicadas a la moda.

–¿Si? –preguntó Louisa al tiempo que la bata se deslizaba por su hombro dejando al descubierto uno de sus pechos.

–¿Brando è disponibile? –preguntó Charlotte ignorando el pecho de la modelo y haciendo gala del italiano que había aprendido en la escuela de Suiza.

Louisa, con una pícara sonrisa, la miró de arriba abajo.

–È un po legato.

«Está un poco atado», había contestado la modelo. Y a juzgar por la ladina sonrisa de esta, Charlotte tomó literalmente la contestación.

–¿Sería tan amable de desatarle? –dijo Charlotte–. Dígale que Charlotte Parks está aquí. Le esperaré en el gran salón.

Tras esas palabras, Charlotte entró en la casa y echó a andar por el vestíbulo de suelo de mármol. A sus espaldas, oyó cerrarse la puerta y luego unos pasos en dirección a la escalera que conducía al piso donde Brando tenía su dormitorio. Lo sabía porque había estado allí, desnuda, con el cuerpo de Brando pegado al suyo.

Y ese cuerpo de un metro ochenta y ocho centímetros de estatura, en ese momento, entró en el salón vestido con unos gastados pantalones vaqueros y un jersey de pico de cachemira color gris que hacía juego con el color de sus ojos, todo ello acompañado de un espeso cabello negro.

Brando era alto, delgado, estaba en buena forma y más guapo que nunca. El corazón le dio un vuelco. La piel que asomaba por el escote del jersey de Brando la hizo recordar esa noche en la que ambos, desnudos, habían estado abrazados. Y Brando también sabía cómo moverse; dentro de ella, la satisfacción que la había hecho sentir había sido algo extraordinario, algo único.

Pero Brando no la había proporcionado placer físico solamente, también la había hecho sentir… paz, plenitud. Lo que no tenía sentido, ya que Brando era un rompecorazones. Nunca había tenido relaciones duraderas. Brando se negaba a comprometerse emocionalmente.

Por ese motivo, estaba convencida de que Brando aceptaría lo que iba a proponerle, que se sentiría aliviado al saber que ella podía encargarse de todo.

–Charlotte –dijo él y, acercándose a ella, se inclinó y le dio un beso en cada una de las mejillas–. ¿Qué es lo que te trae a Florencia?

–Tú –Charlotte le dedicó una sonrisa–. Espero no haber venido en un momento inoportuno.

Brando sonrió irónicamente, indicándole que sabía que ella sabía que sí había llegado en el momento menos indicado.

–¿Te parece que nos sentemos? –sugirió Brando indicándole uno de los sillones con un tapizado en tonos rojos y anaranjados.

–Sí, gracias –respondió ella, y ambos tomaron asiento, el uno frente al otro, guardando las distancias–. Supongo que Louisa se estará impacientando.

Brando volvió a sonreír, perezosamente, casi con una nota de paternalismo.

–Louisa sabe entretenerse sola –contestó él, pero sus ojos empequeñecieron y su expresión se tornó más dura–. ¿Cuándo has venido a Italia?

–He llegado hoy. He dejado el equipaje en el hotel, pero aún no he reservado habitación.

–¿Tantas ganas tenías de verme?

–No sabía si estarías aquí o en la casa que tienes en el campo. Si hubieras estado en el campo, habría alquilado un coche para ir a verte.

–Justo mañana voy a la villa –Brando la miró fija e intensamente–. Tienes buen aspecto.

–Gracias. Me encuentro bien.

Charlotte no sabía cómo continuar, no lograba recordar todo lo que había pensado decirle. Se había convencido a sí misma de que Brando no iba a darle importancia a su embarazo; igualmente, se había convencido de que él iba a sentir un gran alivio cuando ella le dijera que se encargaría de todo, que él no tenía de qué preocuparse. Pero el pulso se le había acelerado y se veía presa de una gran angustia.

–¿Te importa si me quito el abrigo? Hace mucho calor.

–Sí, estás muy colorada.

En el momento en que se quitara el abrigo Brando lo vería. Se daría cuenta… Pero titubeó, vacilaba…

¿Y si Brando no reaccionaba como ella había imaginado que haría? ¿Y si Brando…?

No, Brando era un soltero empedernido. Un donjuán. No tenía madera de padre. No le interesaría ejercer como tal.

–Charlotte, ¿te encuentras mal? –preguntó él.

«Díselo. Díselo ahora mismo».

En vez de decírselo, se sacó los brazos de las mangas del abrigo y lo dejó caer sobre el sillón. El fino tejido de su vestido verde dejaba ver el abultado vientre en contraste con su delgado y pequeño cuerpo.

–Estoy embarazada de seis meses –declaró ella logrando que no le temblara la voz–. Está siendo un embarazo fácil, sin complicaciones. No quería decir nada hasta que pasara un tiempo, hasta que se me notara… Pero ya no podía seguir ocultándolo y pensé que tampoco debía hacerlo.

–¿Quieres que te felicite?

–Solo si te incluyes en la felicitación.

Se hizo un tenso y breve silencio.

–¿Quieres decir que quien te ha dejado embarazada soy yo?

–Sí.

–¿Estás segura?

–Sí.

Brando clavó sus grises ojos en los de ella. No había censura en su expresión, ni enfado, ni sorpresa y ni siquiera decepción.

–Los dos tomamos precauciones.

–Al parecer, un ser tiene muchas ganas de nacer y ser parte de este mundo –respondió ella enderezando los hombros.

–Un ser con mucha fuerza de voluntad –replicó él.

Charlotte le dedicó la más encantadora de las sonrisas, consciente de que ambos estaban jugando a lo mismo.

–Lo que es admirable.

–Estoy de acuerdo –Brando titubeó unos segundos–. ¿No consideraste la posibilidad de abortar?

–No. ¿Habrías preferido que lo hubiera hecho?

–Soy italiano. Católico. Así que la respuesta es no.

–Yo no soy ni italiana ni católica, pero tampoco quería abortar.

–Y ahora estás aquí –declaró él.

–Sí –respondió ella alzando la barbilla–. Me pareció mejor decírtelo en persona. Sabía que preferirías saberlo, que mereces saberlo. Pensé que no era justo tomar todas las decisiones sin consultarte.

Brando arqueó las cejas.

–No me has consultado nada.

–Lo sé. Es por eso por lo que he venido.

Se hizo un prolongado silencio. Ese no era el Brando que ella conocía. Se estaban comportando como dos desconocidos, a pesar de haber tenido una relación íntima. Se había entregado a él y no se había arrepentido hasta descubrir las consecuencias de aquella noche de pasión.

–Me sentí muy confusa al enterarme de que estaba embarazada –dijo ella, interrumpiendo el silencio–. Me llevó varias semanas asimilarlo. Pero ahora, la verdad es que me hace ilusión la idea de ser madre.

–Esta visita tuya… ¿Qué es lo que pretendes? ¿Quieres dinero? ¿Quieres apoyo económico?

–No.

–Entonces… ¿qué?

Su plan era ofrecer a Brando justo lo que él no quería, la oportunidad de ejercer de padre. Iba a ofrecerle criar a su futuro hijo con ella, algo que sabía que Brando rechazaría; entonces, le ofrecería encargarse de todo ella sola y él aceptaría. Brando era un hombre guapo e inteligente, pero no estaba listo para sentar la cabeza. La propia hermana de Brando lo había dicho en más de una ocasión. Brando era el rebelde de la familia y, sobre todo, valoraba su independencia. Cosa que ella comprendía muy bien porque le ocurría lo mismo.

–Quiero que seas un padre para el niño o la niña… si quieres serlo –declaró Charlotte en voz baja–. Y si no quieres, no hay problema, estoy segura de que me enamoraré y me casaré con alguien que quiera ser el padre de mi hijo. Entretanto, reconozco tus derechos y quiero incluirte en la toma de decisiones… si es que quieres participar.

–Cuando fui a Los Ángeles al principio del año, ya sabías que estabas embarazada, ¿verdad?

–Sí.

–¿Por qué no me lo dijiste entonces?

–Hacía poco tiempo que me había enterado y no sabía qué iba a pasar con mi embarazo. Mis hermanas han tenido abortos naturales en los tres primeros meses y me advirtieron de que a mí podía ocurrirme lo mismo.

–Entonces… ¿lo sabe tu familia?

–No. He conseguido disimular hasta ahora, pero a partir de este momento va a resultar imposible. Se me nota.

–¿Por qué no se lo has dicho a tu familia?

–Porque no tiene nada que ver con ellos –Charlotte se llevó una mano al vientre–. Y antes de decírselo a nadie más, sabía que tú eras el primero que debía saberlo.

Charlotte Parks estaba tan guapa como la última vez que la había visto, desnuda, en su cama, con sus dorados cabellos esparcidos por la almohada y la boca enrojecida por sus besos. En esos momentos, la veía sorprendentemente distante y sorprendentemente resplandeciente. El embarazo le sentaba bien. La piel parecía brillarle, sus ojos se veían más azules y el cabello rubio le brillaba bajo los rayos del sol que se filtraban por la ventana.

Y ahora, al parecer, él la había dejado embarazada.

No era la primera vez que una mujer aseguraba que él la había dejado embarazada. Le había ocurrido unos años atrás. Por suerte, la prueba de ADN había dado resultados negativos. Y se alegraba infinitamente de ello.

Ahora… Ahora no sabía qué pensar.

–¿No te ha resultado difícil mantener en secreto el embarazo hasta ahora? –preguntó él.

–No.

–¿En serio?

–No siento necesidad de pedir ayuda para tomar decisiones y tampoco pido consejo a nadie. Lo que necesitaba era tiempo, lo he tenido y por eso estoy aquí, lista para hablar contigo del futuro.

–Sí. Pero todo esto me pilla de sorpresa –interpuso Brando.

–Tienes razón –Charlotte lo miró a los ojos–. Supongo que, como es natural, querrás una prueba de ADN. He confeccionado una lista de las clínicas en Florencia que hacen estas pruebas. Es un procedimiento muy sencillo. Podríamos hacerla hoy mismo si quieres. Cuanto antes tengamos el resultado, mejor.

–¿Y si resulta que soy el padre?

–Aunque seas el padre, te aseguro que lo tengo todo bajo control. No quiero exigir nada de ti. De hecho, tú podrás seguir con tu vida como hasta ahora. Solo quería hacer lo correcto y…. –Brando lanzó una ronca carcajada, interrumpiéndola. Ella arqueó las cejas y enrojeció visiblemente–. ¿Qué es lo que te ha hecho tanta gracia?

–Eso de que podré seguir con mi vida como hasta ahora. Bella, mi vida entera va a cambiar. Ya ha cambiado… si soy el padre.

–Es obvio que yo voy a ser madre, pero tú no tienes por qué involucrarte en esto. No me importa la idea de criar al niño, o la niña, yo sola.

–Todo eso está muy bien, si yo no fuera el padre. Pero si soy yo el padre de la criatura, puedes estar segura de que voy a formar parte de su vida.

–Me sorprende que te lo hayas tomado tan bien –declaró ella–. Solo pasamos una noche juntos, apenas fue una aventura pasajera, y, sin embargo, estás dispuesto a ejercer de padre.

–Siempre he tomado precauciones para evitar un embarazo accidental; no obstante, ahora que nos encontramos en esta encrucijada, no lo considero una tragedia, no lo veo como algo a lo que hay que resignarse. Somos dos personas adultas e independientes, capaces de proporcionar un hogar seguro y feliz a nuestro hijo.

Charlotte abrió los labios y volvió a cerrarlos. El sonrojo de sus mejillas se intensificó, el brillo de sus ojos aumentó.

De repente, Brando, sorprendido, se dio cuenta de que había dejado perpleja a Charlotte. ¿Qué había imaginado ella que iba a decir él? ¿No, gracias y adiós?

¿Había supuesto que él iba a lavarse las manos?

–Pero quizá no he sido yo quien te ha dejado embarazada –dijo Brando, recordando la otra mujer que había tratado de engañarlo.

–Sí, has sido tú. No cabe la menor duda. No obstante, no esperaba que me creyeras. ¿Por qué ibas a hacerlo? Solo pasamos una noche juntos. Por eso es por lo que quiero que hagamos la prueba de ADN hoy mismo. Solo voy a quedarme aquí el fin de semana, el lunes me iré a Inglaterra a pasar allí una semana, pero nos darán los resultados de la prueba de ADN dentro de siete días laborales, tres si pagamos extra –Charlotte paró, tomó aire y añadió–: Preferiría pagar extra. De esa manera, podría quedar resuelto el papeleo de la custodia antes de tomar el vuelo de regreso a California.

–¿El papeleo de la custodia? –repitió él, consciente de que Charlotte parecía haberlo planeado todo, hasta el último detalle.

–El niño, o la niña, vivirá conmigo.

–Me parece que tenemos que hablar largo y tendido.

–Brando, quiero asegurarte que no he venido aquí para causarte problemas. Estoy más que dispuesta a encargarme yo sola de la crianza de nuestro hijo.

Brando arqueó una ceja.

–¿Y nuestro hijo no va a saber que yo soy su padre?

–¿Quieres ser padre? –replicó ella.

–No entiendo la pregunta, cara. Si soy el padre, soy el padre.

–Supongo que eso es lo que tenemos que discutir –dijo Charlotte enrojeciendo de nuevo.

¿En serio quería Charlotte mantenerle al margen de la vida de su hijo? Sintió un súbito ataque de cólera, pero lo controló.

–Sí, creo que tenemos mucho que discutir –dijo él–. Pero prefiero que lo hagamos en privado. Con Louisa aquí, no es el momento más adecuado.

Charlotte miró al techo como si esperara ver a Louisa allí, colgada de la araña.

–Tienes razón –Charlotte se puso de nuevo el abrigo, abrió su bolso y sacó un papel–. Esta es la clínica más cercana que hace pruebas de ADN. Podrían hacérnosla esta misma tarde. Cuando salga de tu casa iré directamente allí. ¿Podrías llamarles y pedirles una cita para ti hoy mismo?

–No veo motivo para retrasarlo.

–Estupendo. Gracias –Charlotte se puso en pie–. Te pido disculpas por haberme presentado aquí sin avisar, debería haber considerado la posibilidad de que no estuvieras solo.

–No te preocupes. Estoy es importante –Brando no podía imaginar nada tan importante ni una mujer más hermosa que Charlotte Parks. La deseaba desde el momento de conocerla.

Brando la acompañó a la puerta de la casa.

–¿Dónde te hospedas?

Charlotte le dio el nombre del hotel, un hotel de cinco estrellas con vistas al río. Era donde se había hospedado con anterioridad.

–Deja que te busque un taxi –dijo él.

–Prefiero caminar –Charlotte forzó una débil sonrisa–. Creo que el aire fresco me sentará bien antes de ponerme a trabajar.

–¿No has dejado el trabajo?

–No, por supuesto que no –volvió a sonreírle–. Es lo que mejor se me da.

–¿No es peligroso que sigas trabajando estando embarazada ya de seis mese?

–No. Todo está bien.

Ver a Brando de nuevo la había dejado sintiéndose vulnerable, pensó Charlotte mientras caminaba de regreso al hotel.

No sentía nada por él, y sin embargo…

Respiró hondo, parpadeó y se preguntó por qué se sentía tan terriblemente confusa, tan extraña, tan dolida, con los nervios a flor de piel.

Lo que no tenía sentido, ya que Brando se había mostrado educado, respetuoso y comprensivo a pesar de la noticia que le había dado. Nada de tragedias. No obstante, la falta de drama la tenía en vilo, demasiado maravilloso para ser verdad.

Quizá Brando no creía ser el padre y estaba esperando a que les dieran los resultados de la prueba de ADN para desafiarla.

O quizá ya ni siquiera pensaba en eso y estaba de vuelta en la cama con Louisa.

El estómago le dio un vuelco.

¡Qué mala suerte que Louisa hubiera estado allí ese día! ¿Por qué, por qué?

Brando salió de la clínica, delante del hospital Maria Beatrice, y llamó a Charlotte.

–Hola, soy Brando –dijo él cuando ella contestó–. ¿Estás ocupada?

–No. Estoy tratando de redactar un comunicado de prensa, pero no consigo concentrarme. Anoche no dormí bien.

–Deberías acostarte un rato.

–Quizás tengas razón –respondió ella.

–¿Qué vas a hacer luego? –preguntó Brando–. ¿Tienes planes para cenar esta noche?

–No. Iba a trabajar.

–Cena conmigo.

–¿Te has hecho la prueba?

–Sí. Y se supone que nos van a dar los resultados mañana por la mañana.

–¿Cómo es posible? Me habían dicho que como pronto tardarían tres días…

–A menos que pagues un montón de dinero.

–Ah.

–Bueno, la cena…

–¿Y Louisa?

–No la he invitado.

–Brando.

–¿No puedes pensar en ti aunque solo sea por una vez? Estás aquí, embarazada de seis meses. ¿No te parece que ya es hora de que por fin logremos comunicarnos?

El precio de una pasión peligrosa

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