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Capítulo 1

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LA CLÍNICA estaba en un anexo de Larchwood, la casa del doctor John Burnett. Situada a bastante distancia de la carretera, en un espacioso terreno, se hallaba cerca del cruce que marcaba el comienzo de Melbridge, una pequeña pero creciente población cercana al Támesis.

Había dos médicos a cargo de la clínica, John Burnett y su sobrina, Kate Burnett. Hasta hacía unos días, cuando el doctor John sufrió un accidente, todo había ido bien, sin contratiempos ni roces de ninguna clase entre ellos.

«Debería haber imaginado que no duraría», pensó Kate, mientras miraba desde la ventana de su consulta el sendero que llevaba a la clínica.

Estaban a finales de septiembre y eran casi las siete de la tarde de un día demasiado largo. Kate estaba cansada y también preocupada. A partir del lunes, Guy Shearer, hijastro de su tío John, se haría cargo de sustituir a éste en la clínica. Habría sido la última persona que ella habría elegido.

En la sala de tratamientos, Sue, la enfermera, recogía y limpiaba todo lo utilizado en la última consulta. Era viernes, de manera que sólo faltaban dos días para que el moreno Guy empezara a desplegar su mandona personalidad en la clínica, pues era esa clase de hombre.

Tras terminar con su tarea, Sue entró en la consulta de Kate para despedirse. Era de su misma edad, veintiocho años, estaba casada y tenía dos hijos.

–¿Cómo es tu medio primo? –preguntó–. No me has comentado nada sobre él, y ya que va a estar aquí hasta Año Nuevo, me gustaría hacerme una idea de qué esperar.

–Bueno… –Kate trató de ser justa–. Apenas lo conozco, Sue. Sólo nos hemos visto tres veces, y siempre ha estado la familia presente. Pero me temo que es bastante mandón y que le gusta hacer las cosas a su manera. Es un hombre grande, atractivo, corpulento, de espeso pelo negro.

–¡Las pacientes estarán encantadas!

Kate forzó una sonrisa.

–Cierto.

–¿Dónde ha estado trabajando? Creo recordar que mencionaste algo del extranjero.

–En Mtanga, África del este. Ha ayudado a establecer una clínica allí, pero no ha querido firmar por otros tres años, de manera que vuelve a Inglaterra para una temporada.

–¿Está casado?

–No.

–Intrigante –los oscuros ojos de Sue brillaron–. En cualquier caso, os veré a los dos el lunes –dijo, y, tras una risita, salió de la consulta.

El taxi que había llevado a Guy Shearer desde el aeropuerto hacía tiempo que se había ido. Kate lo había visto llegar por la ventana hacía un par de horas. Imaginaba la excitación que habría en la casa. Su madre, Sylvia, estaría encantada ante la perspectiva de tenerlo en casa tres meses.

«Supongo», pensó Kate, disponiéndose a salir, «que debería pasar por su casa a saludarlo. Habrá visto mi coche y sabrá que estoy aquí. Sería un poco grosero por mi parte irme sin dar señales de vida».

Entró en el baño y se miró ansiosamente en el espejo. ¿Por qué no se habría llevado el lápiz de labios y el maquillaje para animar un poco su aspecto? Su reflejo mostraba cómo se sentía: cansada y totalmente vulgar. A pesar de todo, no podía quejarse de su pelo. Dorado como la miel, caía en una coleta justo por encima de sus hombros, y un flequillo casi rozaba sus cejas.

Llevaba trabajando en Larchwood tres meses, desde que terminó su período de prácticas en Wiltshire y aprobó su examen final. Podría haberse quedado allí, pero prefirió no hacerlo. Pero cuando su ex novio, Mike, se fue a trabajar a los Estados Unidos y le dijo que quería terminar con su relación, sintió que necesitaba un cambio en su vida. Ya hacía un año que Mike se había ido, un año infeliz para Kate, pues en el transcurso de éste su padre murió de un ataque al corazón .

Cuando fue al funeral, el doctor Burnett, que se hallaba sobrecargado de trabajo en la clínica, le propuso trabajar con él.

–Necesito otro médico en la clínica, Katie. Me sobrepasa el trabajo, y eso no es justo para mis pacientes, ni para Sylvia, ni para mí mismo –la muerte de su hermano le había afectado mucho. Podría haber sido él mismo el que hubiera sufrido el ataque, de manera que estaba empeñado en persuadirla–. A menos que ya hayas llegado a un acuerdo para quedarte en Wiltshire, ¿por qué no vienes a trabajar conmigo?

La sugerencia interesó de inmediato a Kate. Ya era hora de moverse y olvidar su pasado con Mike. Estaba decidida a superarlo. Además, su madre también necesitaba apoyo en momentos como aquél, de manera que aceptó. Las autoridades sanitarias no pusieron ninguna pega a su traslado y Kate regresó a casa.

El accidente de su tío sucedió cuando conducía a la nueva clínica. Un conductor borracho golpeó su coche por detrás. John sufrió una fractura abierta en su brazo derecho y se le partieron tres costillas. Tras una noche en el hospital, fue enviado a casa con un collarín y el brazo completamente escayolado. Las costillas sanarían por su cuenta. Al principio trató de seguir adelante con sus consultas, pero a los tres días tuvo que reconocer su derrota.

Estaban buscando un sustituto cuando Guy Sherarer, en una de las llamadas que hizo a su madre desde África, se enteró de lo sucedido. Ya que estaba a punto de volver a Inglaterra, sugirió acelerar el proceso y echar una mano en Larchwood House.

Inmensamente aliviado, John aceptó de inmediato.

–Menuda suerte –dijo a Kate, entusiasmado–. No habría podido pensar en nadie mejor. Y Sylvia está feliz. Guy vivirá aquí con nosotros, por supuesto.

–Por supuesto –dijo Kate, preguntándose por qué se sentía tan decepcionada por la noticia. Después de todo, apenas conocía a aquel hombre. Sólo lo había visto en tres ocasiones.

Mirándose aún al espejo, recordó aquellas ocasiones. La primera fue cinco años atrás, cuando la madre ex actriz de Guy, Sylvia, se caso con el tío John. Fue una feliz celebración, en la que el padre de Kate fue el padrino.

Todo el mundo se alegró por John, que llevaba diez años viudo. Su esposa murió junto con su bebé en el parto.

En la época de la boda, Kate estaba terminando sus estudios de medicina en Mamesbury, en Wiltshire. Acababa de empezar a salir con Michael Merroy, y lo había llevado a conocer a la familia, comparando favorablemente su actitud calmada y rubia complexión con la de Guy, mucho más intensa e inquietante. A pesar de todo, no pudo evitar sentir el poder de la atracción de éste, especialmente en una ocasión en que se miraron a los ojos y él la recorrió de arriba abajo con su mirada.

Volvieron a encontrarse al año siguiente, cuando Guy, que estaba de prácticas en Cumbria, fue a pasar el fin de semana en su casa, coincidiendo con Kate, que había ido a celebrar su éxito en los exámenes finales. Las familias se reunieron a comer. Mike se mostró interesado cuando Guy habló de irse a trabajar en el extranjero.

Kate, a punto de empezar sus doce meses de práctica hospitalaria, estuvo en el séptimo cielo todo el fin de semana. Mike era fisioterapeuta en el hospital general Mamesbury y habían decidido vivir juntos en un apartamento cercano. Era el primer amante de Kate, y lo adoraba. Animada por el champán servido durante la comida, Kate dedicó en determinado momento una brillante sonrisa a Guy, recibiendo a cambio otra bastante burlona que le hizo sentirse como una tonta.

Una año después, Guy obtuvo su puesto en Mtanga y fue a Surrey un par de días para despedirse de su madre y de John. Coincidió con Kate y Mike, que también estaban pasando allí unos días. Ésa fue la última vez que Kate vio a Guy. Mucho había pasado desde entonces, como era lógico, pues tres años son mucho tiempo y los cambios son inevitables. La vida seguía su curso, pensó Kate, haciendo una mueca frente al espejo.

«Lo que debo hacer ahora es mostrarme animada y agradable y acudir a dar la bienvenida a Guy». Tomó su maletín médico, que casi siempre llevaba consigo, y se encaminó con paso decidido hacia el pasillo que llevaba a la casa de su tío. Apenas había dado unos pasos cuando la puerta hacia la que se dirigía se abrió, dando paso a una imponente figura. Guy… ¿quién, si no? Kate se puso rígida, preparándose a recibirlo.

Vestido con unos pantalones claros, camisa azul y corbata, Guy la miró directamente a los ojos.

–Hola, Kate. Cuánto tiempo sin vernos.

–Mucho –Kate rió nerviosamente, reaccionando un poco al contacto de su mano, que sintió fría cuando envolvió la de ella. ¿Echaría ya de menos el calor de África o sufriría los efectos del desfase horario?–. ¿Cómo estás? –preguntó, justo a la vez que él. Kate volvió a reír.

–He venido a echar un vistazo, pero no quiero entretenerte si ya tienes que irte a casa.

Guy dijo aquello como si no quisiera tener compañía… al menos, la de ella. Si ése era el caso, le complacería, pensó Kate, molesta. Tenía intención de enseñarle la clínica, como lo habría hecho con cualquier otro médico sustituto.

–No tengo ninguna prisa, ¿quieres pasar a ver la clínica? –preguntó.

Pero Guy ya estaba en la zona de recepción, mirando por encima del mostrador hacia la sala de espera.

Se tomó su tiempo, fijándose en las hileras de sillas de plástico, en las láminas y carteles que adornaban la pared y en los juguetes que se hallaban en uno de los rincones.

–Debe haber sido agotador hacerte cargo de todo por tu cuenta –comentó mientras pasaban de una a otra habitación.

–La verdad es que es un alivio que hayas venido –Kate trató de mostrarse generosa, pero obtuvo poca respuesta del hombre al que acompañaba, que se interesó por la plantilla del hospital–. Tenemos dos recepcionistas, una secretaria, una enfermera que da clases prácticas tres veces a la semana, y compartimos el equipo de enfermeras del distrito con otros dos consultorios. Pero supongo que tío John ya te habrá puesto al tanto de todo eso. Desde el lunes tú te harás cargo de su sala y sus pacientes, por supuesto.

–Desde luego –contestó Guy, en voz tan baja que Kate apenas lo oyó. Él deslizó la mirada por la consulta, que tenía el mobiliario típico de cualquier consulta médica.

–Aún no tenemos ordenadores –dijo Kate–, pero tengo intención de presionar a la junta para que nos los proporcione. Imagino que pensarás que estamos muy atrasados.

Guy se sentó en la silla giratoria del doctor John.

–Te aseguro que, después de las condiciones en que he tenido que trabajar en África, esto me parece el súmmum de la comodidad y la modernidad –se apoyó contra el respaldo del asiento y separó las piernas.

Ya que parecía dispuesto a seguir allí, Kate ocupó la silla en que solían sentarse los pacientes. Desde allí pudo ver a Guy a la luz del ventanal que tenía a su lado, y le sorprendió comprobar lo cansado que parecía. Unas profundas líneas corrían hacia abajo desde los laterales de su nariz, y la tensión de su boca era evidente.

–¿No deberías estar descansando? –preguntó, preocupada.

–¿Lo dices por el vuelo? –preguntó Guy, alzando las cejas.

–Sí –Kate le sostuvo la mirada, negándose a bajarla.

–Ya descansaré después –replicó él, añadiendo a continuación–: Sentí enterarme de la muerte de tu padre. Tu madre y tú debisteis sufrir una terrible conmoción.

–Así fue, y gracias por escribir –la carta que Guy escribió a Kate y a su madre fue amable y cariñosa–. Mamá está mejor. Se mantiene ocupada con su cruzada para salvar animales abandonados. Ahora mismo tenemos un viejo collie que no ve demasiado bien y un joven terrier que no deja de mordisquearnos los tacones de los zapatos.

–A los terrier les encantan los tacones –cuando sonreía, Guy parecía diferente. Las líneas de su rostro se curvaban en otra dirección, dándole una expresión mucho más afable–. ¿Te quedaste aquí a causa de la muerte de tu padre o por otros motivos?

El corazón de Kate comenzó a latir más deprisa. «Que no me pregunte por Mike, que no me pregunte por Mike», rogó.

–Cuando tío John me pidió que compartiera con él la consulta no me lo pensé dos veces –se obligó a sonreír, tratando de darle a Guy la falsa impresión de que se encontraba muy satisfecha consigo misma.

Para evitar que la conversación se prolongara, Kate se puso en pie. Ya había cumplido con su deber de anfitriona. El resto podía esperar hasta el lunes. Vio que Guy también se levantaba. Al parecer, había olvidado que la silla era giratoria y bastante pesada, y cuando se levantó, ésta giró con bastante violencia y le golpeó un muslo con el respaldo.

Kate se sorprendió al oírle gemir de dolor y ver que volvía a sentarse. Su frente se llenó de sudor.

–¿Qué te sucede, Guy? ¿Te ha dado en algún nervio? Esa silla es diabólica –se acercó a él, solícita. Era evidente que Guy no estaba bien. Debía haber venido con alguna enfermedad de África; malaria, fiebre amarilla, tal vez… Lo único que le faltaba era otro inválido.

–No te preocupes, que no vas a tener que buscar un sustituto para el sustituto –dijo Guy, poniéndose de nuevo en pie, aunque con más cautela que antes y ignorando la mano que le ofrecía Kate.

–¿Es por el desfase horario? –preguntó ella, apartándose.

–Es un corte en mi muslo.

–¿Un corte en…?

–En mi muslo.

–¿Te refieres a una herida?

–Exacto.

–¿Y cómo te la has hecho?

–Me interpuse en el camino de una navaja en el aeropuerto. A un joven lunático le dio por atacar a los pasajeros cuando acabábamos de pasar la aduana. La policía logró reducirlo, pero no antes de que hiriera a varios pasajeros, incluyendo a un niño. Afortunadamente, a mí me dio de refilón. Me atendieron en la enfermería del aeropuerto junto a los demás heridos. Al niño hubo que llevarlo al hospital. Su madre estaba destrozada.

–¡Dios santo! –dijo Kate, con expresión horrorizada.

–Sólo tuvieron que darme cuatro puntos. Luego tuve que ir a cambiarme. Por eso me retrasé. Debería haber llegado a Larchwood a la hora de la comida.

Kate aún estaba conmocionada.

–¿Qué han dicho tío John y Sylvia? Supongo que se habrán…

–No saben nada al respecto.

–Pero, Guy…

–No se lo he dicho, y no quiero que tú se lo digas –dijo Guy, mirando a Kate a los ojos.

–¡Pero eso es una locura!

–No es una locura. Es lo razonable. Si John se enterara, insistiría en que no empezara a trabajar el lunes. Mamá se pondría histérica y todo se sacaría de quicio. Sólo tengo un rasguño que desaparecerá en unos días, ¡sobre todo si me mantengo alejado de sillas con vida propia!

–Creo que deberías decírselo a alguien aparte de a mí –dijo Kate con firmeza. Estaba a punto de mencionar la posibilidad de una infección cuando el doctor John entró en la consulta.

–¿Ya le estás dando órdenes, Kate? –preguntó en tono de broma, rodeando los hombros de su sobrina con el brazo bueno–. Es una suerte tener aquí a Guy, ¿verdad? ¿Por qué no te quedas a cenar con nosotros, querida? Sylvia me ha enviado a decirte que ya está todo listo.

–Me encantaría –dijo Kate, no del todo sincera–, pero seguro que mi madre ya me está esperando con la mesa puesta, y no quiero que se disguste.

–Claro que no –dijo John–. ¡Sólo nos preguntábamos si no estaría fuera liberando algún perro de sus cadenas! –bromeó.

Kate rió.

–Espero que no –tomó su maletín–. Ya tenemos bastantes –después, sin atreverse a mirar a Guy, se despidió y salió de la clínica en dirección a su Volvo rojo.

La sensación de incredulidad seguía con ella cuando arrancó el motor. Parecía mentira que le hubiera pasado aquello a Guy nada más aterrizar… Enfrentarse valientemente a todos los peligros de África para llegar aquí y ser acuchillado… Pero tenía la sensación de que no le había contado todo lo sucedido.

«Debería haber advertido a John ahora mismo», pensó. Él y Sylvia deberían saberlo. Podía llamarlos más tarde. Por otro lado, y a pesar de que no le había hecho prometer nada, Guy le había dicho que no quería que contara lo sucedido.

Sin saber qué hacer, discutió consigo misma todo el camino a casa.

–Pensaba que ya no venías –dijo Laura Burnett desde el porche–. Suponía que te habías entretenido con la llegada de Guy –rubia y rellenita, con un vestido verde, tomó en brazos a Sparky, el terrier, mientras Kate metía el coche en el garaje.

–Sí, quería echar un vistazo a la clínica y no he podido venir antes –dijo Kate cuando salió del garaje.

–¿Qué tal aspecto tiene? ¿Ha cambiado mucho?

Kate sabía que a su madre siempre le había gustado Guy. También a su padre.

–Creo que está más delgado, pero, aparte de eso, sigue igual –fue hacia las escaleras–. Voy a darme una ducha rápida y enseguida bajo.

–Ha habido algún incidente en el aeropuerto; lo he oído en las noticias –dijo Laura mientras su hija subía–. No he podido oír bien, porque estaba en la cocina, pero creo que han tenido que llevar a algunas personas al hospital. ¿No te ha comentado nada Guy? Aunque la verdad es que el aeropuerto North Row es muy grande.

El teléfono salvó a Kate de tener que contestar, y, tal vez, de tener que mentir. Oyó que su madre decía:

–Sí, sí, ¿qué sucede? –luego vino un escandalizado–: ¡No! –y, tras una pausa–: Es imposible, Clare, cariño. Esta noche no. Siete son más de los que puedo manejar, y no sería justo para Kate. Necesita descansar, y, siendo tan pequeños, se pasarían gimoteando toda la noche.

Mientras se desnudaba, Kate supuso que su madre estaba hablando sobre algunos cachorros. Una vez en la ducha, se preguntó qué diría si su madre volvía a mencionar a Guy y lo sucedido en el aeropuerto.

Afortunadamente, Laura no volvió a hablar de ello durante la comida, aunque sí mencionó los siete cachorros que había tratado de dejarle su amiga Clare.

–Los va a llevar al Milland Animal Sanctuary, al menos por esta noche. He pensado que no podíamos acogerlos aquí, sobre todo teniendo a Merle y Sparky.

–Has hecho bien –dijo Kate, distraída. Volvía a pensar en Guy. Era posible que dijeran algo sobre el incidente del aeropuerto en las noticias. La suerte estuvo de su lado, pues, a las diez menos cuarto, su madre subió a bañarse.

Y hablaron del incidente en las noticias. Lo mencionaron tras un terrible accidente de tren en India.

–Hoy al mediodía –dijo el locutor–, en la terminal número siete del aeropuerto North Row, ha tenido lugar un desagradable incidente. Un joven blanco, armado con un cuchillo, ha agredido a varios pasajeros, incluyendo a un niño. Se evitaron males mayores gracias a la pronta acción de un pasajero que logró sujetar al joven hasta que llegó la policía.

A continuación pasaron una filmación del incidente. En ella se veía a un hombre, Guy, luchando con el joven. Primero lo golpeaba en el brazo para hacerle soltar la navaja y luego lo sujetaba hasta que llegaban dos agentes.

Kate fue incapaz de reprimir un grito ahogado.

Inquieta y angustiada, se puso en pie. ¿Por qué no le había explicado Guy lo sucedido? ¿Por qué ocultar una cosa así? Sin poder contenerse, subió las escaleras y entró en la habitación de su madre, que se estaba secando el pelo con una toalla.

–Acabo de ver las noticias –dijo, sentándose en la cama–. Han hablado de lo del aeropuerto.

Alertada por la temblorosa voz de Kate, Laura se volvió hacia ella.

–¿Qué ha sido? ¿Una bomba?

–No, un chico con un cuchillo –a continuación, Kate contó a su madre todo lo sucedido, incluyendo que Guy le había pedido que no dijera nada–. Pero no me había contado que fue él quien redujo al chico.

Laura se quedó casi tan conmocionada como su hija.

–¡Vaya! De todos modos, no va a poder ocultarlo por mucho tiempo. John y Sylvia siempre ven las noticias de las diez.

–Sí, lo sé.

–Y Sylvia se pondrá histérica.

–También lo sé. Y lo último que quiere Guy es que se forme un lío por esto.

–Puede que, como acaba de llegar, Sylvia y John no pongan la tele esta noche –dijo Laura, pensativa–. Tendrán muchas cosas de qué hablar, ¿no te parece? Por otro lado, los periódicos de mañana…

–Espero que tío John se entere esta noche –interrumpió Kate–. Si algo va mal con esa pierna… Es muy posible que el cuchillo estuviera sucio, y aunque Guy haya tomado antibióticos, podrían surgir complicaciones.

–Vamos, vamos –dijo Laura en tono tranquilizador–. Guy ya es mayorcito, y, además, es médico. Sabrá lo que tiene que hacer con su pierna.

–Supongo que tienes razón –dijo Kate, sin convicción.

–Y lo que deberías hacer tú es acostarte pronto –dijo su madre con firmeza–. Has trabajado en exceso desde que John se rompió el brazo, y se nota que estás agotada. Supongo que no estaréis de guardia, ¿no?

–No. Le toca a la clínica Grainger.

–Bien. En ese caso, será mejor que hagas lo que te he dicho.

–De acuerdo, de acuerdo. Me acostaré temprano –Kate sabía que era mejor ceder que discutir con su madre.

A pesar de todo, apenas pudo relajarse en la cama. Y cuando consiguió dormirse, soñó que Guy se ponía muy enfermo, tanto que no podía pedir ayuda, y entonces aparecía su tío señalándola acusadoramente con el dedo y gritando una y otra vez: «¡Tú eres la culpable, Kate!»

El sustituto

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