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Capítulo 2

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FUE molesto despertar a la mañana siguiente con Guy en la cabeza. Kate pensó que debía averiguar cuanto antes cómo se encontraba. Mientras se vestía, trató de pensar en el mejor modo de hacerlo sin parecer especialmente preocupada.

–He pensado en acercarme a Melbridge esta mañana –dijo a su madre–. Le prometí a tío John que trataría de conseguir el último libro de Robert Goddard. Si lo encuentro, podría dejarlo en Larchwood al volver.

–Si no te importa, te acompaño –dijo Laura–. Me gustaría ver a Guy, y a John, por supuesto. Hace casi una semana que no voy por allí. Pero antes tengo que hacer un par de cosas. ¿Te viene bien que salgamos a las diez?

–Perfectamente –Kate miró su reloj. Aún eran las ocho. Decidió ocupar el rato que le quedaba amontonando las hojas caídas del jardín.

Al salir, sintió que, a pesar de que el sol lucía en el cielo, el aire había refrescado. El verano había pasado.

Faltaban cuatro días para octubre, y una semana después cumpliría veintiocho años. Aquel pensamiento fue un revulsivo. No lo habría sido tanto si aún estuviera con Mike.

–Siempre pensé que podría contar con él –murmuró en voz alta, mientra amontonaba las hojas con el rastrillo.

El sonido de la puerta de un coche cerrándose le hizo mirar hacia la casa. Eran John y Guy.

Respiró, aliviada. Evidentemente, debía encontrarse bien. No tendría por qué haberse preocupado tanto. Aunque, por supuesto, sólo había sido una preocupación profesional.

Su madre ya los había visto y salió a recibirlos, seguida de los perros. Desde el jardín, Kate vio cómo abrazaba a John y luego estrechaba la mano de Guy. Sintiéndose inhabitualmente cohibida, fue a darles la bienvenida. ¿Sabría ya tío John lo sucedido?

–Me han descubierto –le dijo Guy mientras entraban en la casa.

–¡Y deberíamos haberlo sabido antes! –dijo John en tono vehemente–. Al parecer, no pensaba decírnoslo. ¡Y, probablemente, tú tampoco, Katie!

Kate evitó mirar a Guy.

–La verdad es que aún no había decidido qué hacer. Afortunadamente, ya no tengo que hacerlo. Supongo que visteis las noticias.

–Las vimos –dijeron ambos hombres al unísono.

–La noticia también ha salido en los periódicos –continuó el doctor John–, tanto en el Telegraph como en el Mail.

Guy pareció irritado.

–Chris Jaley, mi amigo médico del aeropuerto, debió dar los detalles a los periodistas.

–Fuiste muy valiente –Laura volvió de la cocina con una bandeja que Guy tomó de sus manos antes de que Kate pudiera levantarse.

–Fue una de esas ocasiones en las que uno actúa sin pensar –explicó–. Me temo que la valentía no tuvo nada que ver con ello.

–No estoy de acuerdo –dijo Laura mientras servía café en las tazas y animaba a Guy a tomar unas pastas y a servirse azúcar. Kate se fijó en que aceptaba ambas cosas, y eso hizo que le pareciera menos distante y poderoso, más cercano a ella.

También se fijo en el movimiento de sus hombros bajo la elegante chaqueta gris que llevaba puesta, en su espeso pelo, en la forma de sus fuertes manos y en el contraste de sus morenas muñecas con las mangas de la camisa blanca. Bajó la mirada hacia su pierna. ¿Le dolería?

Cuando alzó la vista, vio que Guy la estaba observando con aquella mirada mezcla de burla y diversión que ya conocía de otra ocasión. Fue una sorpresa darse cuenta de lo bien que lo recordaba, pero enseguida pensó que Guy no era la clase de hombre al que uno olvidaba fácilmente.

–Estamos dando una vuelta por el distrito –dijo John, moviendo su cuello cuidadosamente en los confines del collarín–. Quiero enseñarle a Guy las mejores rutas para cuando tenga que visitar a los pacientes. Pero lo cierto es que aún no hemos llegado muy lejos. No hemos podido evitar parar al pasar por aquí.

–Menos mal –dijo Laura cariñosamente.

–De momento no me siento demasiado cómodo en el coche –continuó el doctor John, mirando a Kate–, así que me preguntaba si podrías acompañar tú a John mientras yo me quedo charlando con tu madre. ¿Qué te parece?

–No creo que a Kate le parezca buena idea –dijo Guy, dejando su taza en la mesa de golpe–. Tengo un mapa y sé leer, John. No hay motivo para que Kate renuncie a su mañana libre.

Nadie dijo nada durante unos segundos. Finalmente, Kate habló.

–De todas maneras, pensaba ir a Melbridge esta mañana. Puedes llevarme en el Rover de John y de paso te puedo ir dando indicaciones. Tenemos varios pacientes a este lado del río, aunque la mayoría están en Melbridge.

–En ese caso, me parece buena idea. Te llevo –dijo Guy, dejando a Kate con la sensación de que era él quien le hacía el favor. Pero no era así.

Unos minutos después circulaban en el coche por Guessens Road.

–Puedes dejarme en Melbridge y luego seguir tu camino –dijo Kate–. Tengo que hacer unas cuantas compras que me llevarán un rato.

–¿Cuánto rato?

Sin volver la cabeza, Kate vio que Guy tensaba las manos en torno al volante.

–Más o menos una hora.

–En ese caso, te recojo a la vuelta.

–No tienes por qué hacerlo. Puedo tomar el autobús.

–Sí, seguro que puedes –dijo Guy al cabo de unos segundos durante los que Kate no supo cuáles eran sus intenciones.

Aquel hombre la iba a volver loca, pensó. Los tres meses que se avecinaban iban a ser difíciles.

Tratando de disimular su incomodidad, empezó a hablar muy deprisa.

–Seguro que John y mi madre están encantados de poder charlar un rato a solas. Probablemente, no dejarán de hablar de papá hasta que volvamos.

–John y tu padre eran muy parecidos, ¿no? –preguntó Guy.

–Físicamente sí, pero nada más. Papá se preocupaba mucho por todo y era muy introvertido. Sin embargo, tío John explota enseguida y se desahoga fácilmente.

Guy asintió, pero no hizo ningún comentario.

Incómoda con el silencio reinante, Kate siguió hablando mientras pasaban por Grantford

–Casi toda esta zona está a cargo del consultorio de Grainger, que suele hacer ocasionalmente nuestras guardias durante los fines de semana.

–Como éste –dijo Guy, deteniéndose ante un semáforo.

–Sí. Por supuesto, nosotros solemos devolverles el favor cuando es necesario –explicó Kate–. Aunque ellos son tres médicos y no suelen tener problemas para organizarse.

–Comprendo.

Dejaron atrás Grantford y la siguiente población era Melbridge. Sin saber qué más decir, Kate se sintió aliviada cuando entraron en la población.

–¿Por qué no me dejas aquí mismo, Guy? –dijo, precipitadamente–. En el centro hay mucho más tráfico.

–Oh… de acuerdo… como quieras –Guy parecía indeciso. Kate se preguntó si iría a sugerirle que se quedara con él hasta que terminara de hacer el recorrido y que luego podrían ocuparse de las compras. Pero no. Ya estaba reduciendo la marcha para detenerse.

–Pasaré a recogerte por aquí dentro de una hora –dijo en cuanto detuvo el coche junto a la acera. En esa ocasión, Kate no discutió. Tomó su bolso y salió del coche.

–Espero que puedas seguir el mapa sin problemas –dijo, asomándose por la ventanilla–. Nos vemos dentro de una hora.

Suspiró profundamente mientras veía cómo se alejaba el coche. De cerca, Guy resultaba especialmente atractivo. Desprendía tal magnetismo que casi había estado a punto de tocarlo. ¿Cómo podía sucederle algo así?

«Estoy tan falta de sexo que no debería sorprenderme», pensó. «Pero sé que es a Mike a quien echo de menos. Aún estoy enamorada de él».

Pensó en su ex novio mientras hacía la compra. Mike la acompañaba y llenaba sus pensamientos. Él fue la causa del sentimiento de soledad que se apoderó de ella mientras se mezclaba con la gente en las tiendas, fijándose sin querer en las numerosas parejas que pasaban a su lado. ¿Qué hora sería ahora en Boston, Massachusetts? ¿Qué estarían haciendo Mike y Caro Ellenburgh en aquellos momentos? Imaginó a la cautivadora Caro, con sus grandes gafas, su brillante pelo y su boca de carnosos labios llena de perfectos dientes.

Tras encontrar el libro que buscaba y echar un vistazo a unos vestidos que no le gustaron, volvió al lugar en que se había citado con Guy. El coche ya estaba allí, aparcado bajo unos árboles. Mientras se acercaba vio a Guy en el interior, con un mapa abierto sobre el volante. Al verla, lo dobló y lo guardó.

–¿Ya has hecho tus recados? –preguntó, sonriente.

Kate pensó que parecía más animado y amistoso que antes. Tal vez había decidido que, a pesar de que no fueran dos personas que congeniaran especialmente, podía mostrarse amable. Por otro lado, podía deberse únicamente a que la pierna hubiera dejado de dolerle. Nadie con dolor, por ligero que éste fuera, se encontraba en su mejor momento.

–Sí, ya tengo todo –dijo Kate tras entrar en el coche–. ¿Qué tal te ha ido a ti?

–Ya me conozco cada carretera y sendero de la zona –dijo Guy, sonriente.

–Bien –Kate se sentía más cómoda con él ahora. Incluso se atrevió a preguntarle por la pierna.

–Oh, bastante bien –Guy puso el coche en marcha con suavidad–. Casi ha dejado de doler, y la herida no era profunda. Lo peor fue lo del niño. Pero mientras hacías las compras he llamado al hospital en que lo ingresaron y me han dicho que ya lo han dado de alta.

–Qué alivio.

–Desde luego.

–¿Qué le pasará al joven que os atacó?

Guy se encogió de hombros.

–No lo sé con certeza. Pero espero que no lo suelten antes de asegurarse de que no vaya a hacer más daño. ¿Qué sueles hacer los fines de semana, Kate? –cambió de tema tan bruscamente que Kate tuvo dificultades para adaptarse.

–Tampoco he tenido muchos libres hasta ahora –dijo, con una risita–. Pero pertenezco al club de ocio de Barham Rise. Hay pistas de squash, piscinas, bolera, gimnasio… Barham está a seis millas de aquí, no muy lejos. Ahí es donde se encuentra el nuevo centro de salud. Supongo que ya te lo habrá dicho mi tío.

Guy asintió, pero no hizo ningún comentario al respecto. Luego dijo que esa tarde iba a Londres a ver a su padre.

–Estará encantado de volver a verte –dijo Kate.

–Y yo de verlo a él.

Kate sabía poco sobre Marcus Shearer. Era director de una editorial en Red Square, vivía en Hampstead y no había vuelto a casarse tras divorciarse de Sylvia.

–¿Irás en coche? –preguntó.

–Creo que iré en tren. ¡Tengo que ahorrar energías para el lunes!

–Muy razonable. El lunes suele ser el día más ajetreado de la semana en el consultorio.

Una semana después ya era evidente para todo el mundo que Guy había olvidado muy poco, o más bien nada, sobre el ejercicio de la medicina en Inglaterra. Ocupó el puesto de John con confianza y energía… y sin la suficiencia que Kate temía. Las enfermeras y demás trabajadores del centro estaban encantados, pero lo más importante era que sus pacientes se iban con la sensación de haber sido bien atendidos.

El ocho de octubre fue el cumpleaños de Kate, un día que empezó como casi todos, con las enfermeras preparándolo todo para el comienzo de la mañana y algunos pacientes esperando ya en el exterior. Guy ya estaba en su consulta, ocupado abriendo el correo. Kate podía oír el débil ruido de su abrecartas mientras lo hacía.

Le había regalado por su cumpleaños el libro de Joanna Trollope y Kate le había dado las gracias efusivamente por ello. Su tío y Sylvia le habían regalado un delicado bolso de cuero, y las enfermeras varias tarjetas. También le habían cantado «cumpleaños feliz». En casa le esperaban otros regalos y tarjetas.

No había tenido noticias de Mike. No lo esperaba, pero no podía evitar preguntarse si habría recordado qué día era, si le habría dedicado algún pensamiento. Su rechazo aún le producía angustia en momentos inesperados. El dolor era profundo. Le resultaba extraño pensar que no volvería a verlo, que no volvería a disfrutar de la alegría de abrazarlo, de que él la abrazara… Era como despedirse de la vida.

El sonido del timbre de Guy llamando a su primer paciente le hizo salir de su ensimismamiento. Su primera paciente de esa mañana fue una niña de dos años a la que tenía que poner la vacuna del sarampión.

–Su padre no quería que la trajera –dijo su joven madre–. No cree en las triples inyecciones, pero finalmente lo he convencido.

–El sarampión es una peligrosa enfermedad, con efectos secundarios desagradables –dijo Kate mientras vacunaba a la niña, que no se quejó en lo más mínimo–. Puede que sufra una ligera reacción dentro de una semana, algo parecido a un catarro, pero no debe preocuparse.

–Espero que no, o entonces Ken sí que se preocupará –dijo Rose Challis, tomando en brazos a la niña.

–Si quiere, dígale que venga a verme. Yo trataré de tranquilizarlo.

A lo largo de la mañana, Kate atendió a un joven con acné, a un abuelo bronquítico, a una mujer menopáusica y a un hombre que sufría ansiedad y estrés tras la muerte de su esposa. Kate pasó más de los seis minutos habituales hablando con él. No quiso mandarle antidepresivos antes de volver a verlo.

Cuando el último paciente salió y se cerraron las puertas de la calle comenzó el trabajo de papeleo. Escribió notas para los especialistas, repasó el correo y hizo algunas llamadas. Luego se vio con Guy para hablar sobre un paciente con encefalomielitis miálgica.

Normalmente, a las once y media salían a visitar a los pacientes que no podían trasladarse al centro, pero esa mañana tenían que acudir a la residencia de ancianos Melbridge Nursing a vacunar contra la gripe a todos los ancianos que quisieran ser vacunados.

Cada uno acudió en su coche y fueron recibidos por una joven supervisora que les ofreció un café. Guy lo rechazó amablemente por los dos antes de que Kate pudiera decir nada.

–Yo me ocuparé de los pacientes que están en la cama, Kate –dijo, sin mirarla–. Tú ocúpate de los ambulantes. Nos vemos aquí luego.

Al parecer, ese día se había llevado su bastón de mando, pensó Kate.

Había ancianos residentes por todas partes; caminando por los pasillos con muletas, andadores, o arrastrando los pies; en el cuarto de estar, jugando a las cartas o viendo la televisión. Todos parecían bien atendidos, pero la mayoría estaban tristes y les daba lo mismo si los vacunaban o no, aunque presentaban obedientemente el brazo o el hombro. Kate empezaba a pensar que no iba a dar abasto cuando Guy se reunió con ella.

La sala pareció animarse en cuanto entró. Una anciana le preguntó si era nuevo.

–Es agradable ver a un hombre en perfecto estado; casi todos están hechos polvo por aquí.

Otra anciana, que había sufrido la amputación de una pierna, le preguntó si le saldría otra, «porque, por lo demás, estoy muy sana».

Guy le contestó que no creía, pero que, ya que parecía estar llevándolo tan bien con la que le quedaba, no pensaba que le hiciera falta. La anciana se quedó tan satisfecha con la respuesta que accedió a ser vacunada.

–Porque ha sido usted muy amable y me gusta corresponder cuando puedo.

Una de las que se negó en redondo fue la mujer más anciana de la residencia. Tenía ciento dos años y le funcionaba perfectamente la cabeza.

–No, gracias, doctor –dijo–. Me ha ido muy bien hasta ahora sin eso, así que, ¿por qué tentar al destino?

Mientras Kate y Guy se preparaban para irse, éste dijo:

–Ha sido una experiencia gratificante.

No rió ni hizo ninguna broma a continuación.

De hecho, a Kate le pareció pensativo, incluso sombrío. Tal vez se estaba imaginando a sí mismo a esa edad y no le gustaba lo que veía.

–¿Tienes que hacer llamadas antes de comer? –preguntó Guy mientras ella se preparaba para entrar en su coche.

–No. Ya es muy tarde. Iré a casa a comer y luego volveré. No tengo nada urgente hasta las dos.

–Yo tampoco –tras una pausa, Guy añadió–. ¿Qué te parece si comemos juntos?

–¿Fuera? –Kate apenas pudo ocultar la sorpresa que le produjo la sugerencia de Guy.

–Sí, fuera, en algún restaurante.

–¿Porque es mi cumpleaños? –preguntó Kate, sin demasiada delicadeza.

–Si hace falta un motivo, ese puede valer –Guy la miró directamente a los ojos–. Podríamos ir a Melbridge Arms, beber algo en el bar y luego pasar al restaurante. Fui allí hace un par de días y me pareció excelente.

–Gracias. Me encantaría. Eres muy amable, Guy –dijo Kate, recuperando los modales.

–Soy un hombre amable –dijo Guy, haciendo un amago de reverencia que sirvió para hacer reír a Kate y hacerle perder la ligera vergüenza que sentía por haberse comportado como una adolescente en su primera cita.

El Rover de Guy estaba aparcado delante del Volvo, de manera que Kate lo siguió hasta el hotel en que habían decidido comer.

Hacía un bonito día de octubre, y, por primera vez desde que se había levantado, Kate se sintió algo animada. También tenía hambre, y Mike parecía haberse esfumado de su cabeza.

Pero regresó unos veinte minutos después, mientras comían un delicioso solomillo con patatas y guisantes. En tono despreocupado, Guy preguntó:

–¿Y qué pasó con Mike Merrow?

Kate sintió una inmediata punzada acompañada de una oleada de ansiedad. Era una pregunta que no esperaba que Guy le hiciera, pero ahora que la había hecho debía mentir o, al menos, no contarle la peor parte, como había hecho con todo el mundo. Nadie, excepto su madre, conocía la dolorosa verdad.

–Le salió un trabajo interesante en Boston y se fue –dijo, sin exagerar la animación de su tono de voz para no despertar sospechas.

–¿Y tú no quisiste ir con él?

–No –Kate logró sonreír a pesar de la mentira que estaba diciendo–. No quería trabajar allí.

–Creo recordar que os conocíais desde hacía bastante tiempo –Guy alzó su vaso y dio un trago a su vino.

–Vivimos juntos dos años y medio, pero nos conocíamos desde hacía un año antes. Supongo que eso es bastante tiempo.

–Tanto como lo que duran algunos matrimonios en estos días.

–¡Qué comentario tan cínico, doctor Shearer! –bromeó desesperadamente Kate. Sintió un inmenso alivio cuando Guy cambió de tema y le habló de su padre.

–Se va a casar de nuevo, ¿puedes creerlo? El otro día me sorprendió con la noticia. Se va a casar con una de sus escritoras. La boda es el mes próximo –dijo Guy, sonriente.

–Veo que te satisface.

–Estoy encantado. Se conocen ya hace un tiempo. Jean es una escritora de novelas policíacas que publica bajo el nombre de C.P.Shaw. Tiene la misma edad que mi padre. Sus libros no se convierten en best seller, pero no le va mal, y es una mujer interesante. Ya hace ocho años que mis padres se divorciaron, así que nadie va a poder decir que se ha precipitado casándose de nuevo. Es como yo… un viejo pájaro cauteloso.

Kate pasó por alto aquel comentario.

–¿Tu madre… Sylvia lo sabe?

–Sí, y aunque se quedó asombrada al enterarse, se alegra de que sea con Jean. Se conocieron en una fiesta literaria antes del divorcio. Es curioso las vueltas que da la vida, ¿no? Vista de lejos, parece que tiene un patrón determinado, o algo así.

Aunque Kate no estaba precisamente convencida de aquello, asintió. Luego hablaron un rato de literatura y después de cine y televisión, y de los papeles que solía interpretar la madre de Guy en ésta.

–Estaba magnífica en aquel drama médico que solían poner los sábados por la noche. Si le dieran un papel adecuado, ¿crees que lo aceptaría ahora? –preguntó Kate. A veces pensaba que Sylvia no tenía suficientes cosas que hacer y eso le hacía preocuparse más de lo debido de los asuntos de los demás.

–No. Está decidida a no volver a actuar. Esta vez quiere dedicarse por completo a su matrimonio. Creo que hace bien. Tiene casi sesenta años y no es fácil encontrar primeros papeles para actrices de esa edad. Además, ya actúa suficiente en la vida real –Guy dijo aquello en tono despreocupado, pero con un matiz de enfado–. ¡Está contando a la mitad de Melbridge las hazañas de su heroico hijo!

–¿Te refieres a lo del aeropuerto? La verdad es que te comportaste como un héroe, Guy. Actuaste sin pensar en ti mismo –dijo Kate, bajando la mirada hacia el muslo de Guy. El doctor Grainger se había ocupado de quitarle los puntos. John le había sugerido que se pusiera en manos de un médico que no fuera su pariente. Era lo mejor. La enfermera Sue se sintió muy decepcionada cuando lo supo. Según dijo, bromeando, claro está, le habría gustado tener al guapo médico bajo su protección.

–¿Qué vas a hacer para celebrar tu cumpleaños? –preguntó Guy.

–Voy a salir esta tarde con unos amigos –Kate no quiso aclarar que los «amigos» eran todo chicas. No quería que Guy pensara que no podía conseguir compañía masculina cuando la ocasión lo pedía.

Ya fuera, bajo los árboles junto a los que se hallaban aparcados los coches, Kate agradeció a Guy la invitación a comer.

–Lo he pasado muy bien –dijo, mientras Guy se inclinaba para abrirle la puerta del coche.

–Yo también –dijo él, devolviéndole las llaves–. Y que se repita muchas veces –añadió, sonriendo.

–Es lo que se dice normalmente en un cumpleaños –dijo Kate, riendo, eligiendo ignorar el significado. Guy le tomó una mano, y ella sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. La apartó rápidamente–.Y ahora, será mejor que nos pongamos en marcha.

–Así habla una doctora realmente dedicada a su profesión –bromeó Guy–. Que lo pases bien esta noche. Todos necesitamos divertirnos de vez en cuando. Sienta mejor que cualquiera de las pastillas que recetamos. Hasta mañana, prima Kate –Guy fue a su coche y se despidió con un gesto de la mano antes de entrar.

Kate vio cómo se alejaba antes de entrar en el suyo. «Prima Kate», pensó, molesta. «Hace que parezca un personaje de las novelas de Jane Austen, con chal, gorrito y todo lo demás»

El sustituto

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