Читать книгу El gran libro de la reencarnación - Janice Wicka - Страница 6

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II

Escogiendo la vida

Las diversas formas de reencarnación

Existen muchos mundos,

pero todos están en este.

William Shakespeare

En el budismo tibetano se cree a pies juntillas en la reencarnación, tanto y de tal manera, que el Dalai Lama, su líder religioso, es una de las múltiples reencarnaciones de Buda, que ha venido reencarnándose en todos y cada unos de los Dalai Lama que en el mundo han existido.

Según una leyenda tibetana, al morir el Bodhidarma, su alma eclosionó en un aura de mil pétalos, cada uno de los cuales se convertiría en un nuevo ser humano, reencarnación del mismo Buda, que siendo uno se convertía en mil y, de esos mil, solo uno sería su sustituto como líder espiritual de los budistas, es decir, el Dalia Lama.

Los monjes, tras el cortejo fúnebre, se pusieron a buscar por todo el mundo a los descendientes espirituales y virtuales reencarnaciones de su Maestro, guiados por la intuición y atraídos por las vibraciones superiores de los mil recién nacidos.

De entre todos esos niños especiales, fueron escogiendo a los doce más elevados, y a esos doce los sometieron a diversas pruebas:

-Don de lenguas.

-Sensibilidad.

-Inteligencia.

-Bondad.

-Valor.

-Resistencia.

-Memoria de su vida pasada.

Este último punto era de vital importancia, ya que los escogidos debían reconocer los objetos que habían pertenecido al Buda sin duda alguna.

Dependiendo de las habilidades y de la luz de los elegidos, el proceso podía durar solo unas semanas una vez que se instalaban en el monasterio, o bien entre cuatro y siete años, hasta que no quedara duda alguna de cuál de todos ellos merecía ser el Dalai Lama, reencarnación de Buda, quien a su vez al morir eclosionaría su alma en mil pétalos de colores que darían lugar a mil vidas, de las cuales una de ellas ocuparía el lugar del Dalai Lama fallecido, y así sucesivamente hasta el final de los tiempos, cuando el Bodhidarma viera la espalda del último ser humano ingresar en el Nirvana.

De cada mil reencarnaciones, solo una era elegida para dirigir el destino de toda la comunidad budista tibetana, entre otras cosas, porque solo esa persona había escogido ser Dalai Lama desde antes de su nacimiento, como así lo manifiesta varias veces cuando es puesto a prueba junto a sus hermanos de alma y de reencarnación que también optan por el puesto.

El budismo tibetano es el puente entre el budismo hindú y el budismo chino, y durante miles de años dichos budismo se han mantenido en pugna ideológica, y a veces incluso muy violenta, con respecto al legado de Buda.

El estilo hindú

En el budismo hindú la reencarnación está regida por las leyes del karma y atada al samsara, o rueda del destino, donde la reencarnación puede ser positiva o negativa, evolutiva o involutiva, dependiendo de los errores y los pecados cometidos en la vida presente, o en vidas pasadas, dando posibilidad a alcanzar la iluminación, y consecuente liberación del mundo material, en una sola vida si se ha hecho lo debido en todos los sentidos y planos vitales, algo que está reservado para muy pocos.

Si se hacen las cosas muy bien, aunque no perfectas, se puede ascender de casta de una vida a otra, pasando de paria a comerciante o funcionario, e incluso a brahmán si la vida se ha llevado excelentemente de acuerdo a las normas y leyes de las creencias de la India, pero nada más, ya que para alcanzar la iluminación un rico brahmán lo tiene más difícil que un monje, porque la liberación exige la renuncia y el desapego total a esta vida, sus placeres y sus posesiones materiales, con lo que la mayoría de los brahmanes reencarnan continuamente en su mismo contexto de riquezas y abundancia, como casta superior, portándose lo mejor posible para no perder su estatus, pero incapaces de escoger una vida más sencilla y pobre, como lo hizo Buda en su momento.

Por supuesto, si se ha llevado una mala vida y se han contravenido las leyes, las normas y las creencias, un brahmán puede pasar a renacer en una casta inferior.


Samsara, la rueda del destino

En la India el primer retroceso es de género sin posibilidad de elegirlo. En otras palabras, un hombre malo tiene muchas posibilidades de renacer como mujer en su próxima vida y en una casta inferior a la que tenía.

La India es un país muy espiritual, pero al igual que en casi todo Oriente, la mujer está muy por debajo del hombre, y solo las mujeres de las más altas castas y jerarquías pueden llevar una vida más o menos digna, y aspirar a evolucionar en su próxima vida al género masculino, siempre y cuando hayan llevado una vida digna, pura, sumisa y casi perfecta, siempre dispuesta a morir en la pira funeraria de su marido, demostrando su virtud de haber pertenecido a un solo hombre.

Nacer mujer en la India, y en buena parte de Oriente, no es la mejor elección para venir a ser feliz en este mundo.

Después de involucionar de hombre a mujer, el descenso involutivo se va haciendo casta tras casta, primero como hombre, y, si no se mejora, luego como mujer, y así sucesivamente hasta llegar al estado animal.

Renacer como vaca es una oportunidad de volver a ascender, pero si no se aprovecha la oportunidad, se va descendiendo cada vez más y más, pasando por todos los animales domésticos y de granja, perdiendo cada vez más las facultades mentales y espirituales, pero nunca el alma, que es la que se encarna siempre.

De esta manera se puede llegar a ser rata, animal salvaje e insecto, siempre con alma, pero cada vez más tonto y más salvaje, hasta perder la consciencia llegando a ser piedra o polvo, vibrando todavía, pero con muy pocas oportunidades para mejorar espiritualmente.

Se puede renacer en árbol o flor, en cereal o en ave, en pez o en lagarto, dentro de un mismo territorio e incluso cercano a la misma familia, y un santón puede intuir si el mono, el perro o el elefante fue un pariente cercano en una vida anterior, y que en su vida presente está pagando por sus pecados.

Con todo, el alma nunca se pierde y siempre hay la oportunidad de volver a evolucionar y recuperar la condición humana para aspirar a la liberación y al Nirvana si a través de un buen darma se purifica el karma y los pecados y errores son perdonados.

Cuando se evoluciona se puede elegir el lugar, la familia y la prosperidad de la próxima vida.

Cuando se involuciona cada vez hay menos posibilidades de elección, e incluso en ciertos estados puede ser nula.

El estilo budista chino

Curiosamente, la llegada del budismo a China no elevó la espiritualidad, sino que aumentó el número de dioses, creencias y supersticiones en buena parte de Asia, dejando el tema de la reencarnación de lado, ya que las condiciones de vida del gigante asiático no animaban a la población a volver a este valle de lágrimas de ninguna manera, ni peor ni mejor. Muchos chinos preferían las habitaciones celestiales o el terrible infierno a pasar hambrunas, guerras, terremotos, inundaciones, enfermedades y todo tipo de calamidades.

Solo en algunas partes del Imperio se adoptó la idea de la reencarnación, en lugares como lo que hoy es Camboya, Malasia, Corea y Vietnam, donde ya existía, y persiste, una fuerte tradición con respecto a los familiares fallecidos.


Buda chino de Avalokiteshvara

En muchos casos se prefería que el familiar muerto se convirtiera en fantasma protector del pueblo o de la familia, y solo si el familiar insistía mucho en regresar a esta vida se llevaban a cabo las ceremonias pertinentes para que volviera a la familia en un próximo alumbramiento, tatuando al muerto para que al volver mostrara esa misma señal en el recién nacido.

De esta manera muchos niños eran considerados abuelos o padres, y se les trataba como tales.

En nuestro mundo occidental no es nada raro que un niño de tres o cuatro años le diga a su madre “cuando yo era tu padre no te trataba tan mal”, o “perdóname por haber sido duro contigo cuando era tu abuela”, y suele causarnos gracia, porque pensamos que nuestro hijo o nuestra hija tiene demasiada imaginación, y no lo relacionamos con una posible reencarnación para nada.

China es muy grande, y el Imperio ha cambiado de tamaño y de fronteras muchas veces en los últimos dos mil años, además de haber impuesto la religión de Confucio y haber prohibido y perseguido oficialmente cualquier otra religión, tanto, que algunos de los dioses que se veneraban a escondidas del estado perdieron sus nombres, o sus devotos los olvidaron convenientemente con el tiempo, dando lugar a más de un Buda, porque a cualquier dios le llamaban de la misma manera dándole atribuciones búdicas, aunque físicamente no se pareciera en nada al Buda original, llegando a contar con hasta diez mil budas que tenían toda clase de poderes, como el de reencarnar, dar vida eterna o resucitar a los muertos.

Se puede decir que también la reencarnación se practicaba en secreto y como un fenómeno más del capricho de los dioses, que como una creencia normativa al estilo hindú.

Más que en la reencarnación, se creía en una especie de vida eterna o milenaria, en la cual el muerto podía resucitar a esta misma vida sin dejar de ser nunca él mismo, con su memoria intacta y su conciencia lúcida, tras haber permanecido enterrado, escondido en un sitio sagrado o incrustado en una pintura o en una estatua. De esta forma se reencarnaba sin haber pasado realmente por el trauma de la muerte, pero con el defecto de que al hacerlo también se recuperaba la mortalidad y los problemas que se pueden tener en este mundo físico.

El Zen, más allá del budismo, no le daba importancia a la reencarnación, y si bien la aceptaba como cualquier fenómeno físico y espiritual, la veía innecesaria porque la propuesta del Zen es la iluminación independientemente de cómo se viva esta vida, y supone que cualquier ser puede alcanzar la liberación espiritual en cualquier momento, porque la iluminación es como un despertar cualquiera, como abrir los ojos, como ver lo que no se veía y entender de pronto, como si se abriera una puerta mágica, lo que hasta ese momento no se entendía, es decir, alcanzar la lucidez; mientras que en el sincretismo del Budismo Zen, la lucidez era una carga difícil y pesada de llevar en esta vida, y la reencarnación era indispensable para evolucionar, crecer interiormente y alcanzar la liberación espiritual.

Por su parte el taoísmo podía aceptar perfectamente el fenómeno de la reencarnación, ya que una vida no es suficiente para aprender física, mental, anímica y espiritualmente lo que se debe aprender, pero tampoco tenía mucha importancia, porque al final todo se convertía en nada, y las propuestas religiosas y humanas eran simples ilusiones innecesarias.

El estilo tibetano

Se puede decir que el budismo tibetano es el único que ha mantenido una visión positiva de la reencarnación, eludiendo el sistema de premios y castigos, y apostando por el perdón y la ceremonia luctuosa en la que se reza y se pide que la próxima encarnación del difunto sea próspera y feliz, y que su paso por el más allá sea lo menos traumático posible.

En el libro tibetano de los muertos o Bardo Thodol, se relata que muchas muertes son traumáticas y dolorosas, a destiempo y sin que la persona haya completado su cometido en esta vida, con lo que su estancia en el más allá es breve, pero nada agradable, y muchas veces vuelven casi de inmediato (nueve meses en el más allá pueden ser solo un abrir y cerrar de ojos para las almas), generalmente dentro de la misma familia, y pueden hacerlo varias veces hasta que cumplen su cometido.

De una muerte inesperada, traumática o incompleta pueden desprenderse tanto fantasmas protectores o almas en pena que no saben dónde están ni hacia dónde ir, y que molestan a los vivos o intentan ayudarlos.

Otras almas se quedan a la espera de un familiar o persona querida para guiarla en el más allá cuando le llegue la hora de su muerte, incluso si han renacido, porque las almas elevadas pueden existir en varios cuerpos a la vez, lo mismo que pueden existir conscientemente en el más allá al tiempo que viven físicamente en este mundo.

El budismo tibetano comparte muchas creencias sobre la reencarnación con el budismo hindú, pero en el orden social ambas sociedades son muy distintas y, por lo tanto, su visión de la evolución espiritual suele ser distinta en varios aspectos, por ejemplo, para el budismo tibetano no hay dioses, ninguno, y el Nirvana es para todos y cada uno de los seres que habitan la Tierra, no solamente para algunos ni exclusivo de los humanos; las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres, y a veces alguno más, como la poliandria o que las mujeres pueden tener más de un marido al mismo tiempo, por lo que no dependen de los hombres para sobrevivir o para gozar de un alma, por lo que puede haber monjes y monjas en los templos y en los monasterios. Que Buda haya nacido varón es solo un accidente, no un hecho de superioridad.


Las almas elevadas, como la de Buda,

pueden renacer en varios cuerpos.

Todo ser elevado al morir, ya sea hombre o mujer, ve cómo su alma se abre al igual que una flor de mil pétalos de colores, los cuales son como semillas de nuevas vidas encarnadas en cuerpos humanos, con lo que una sola alma puede dar lugar a mil almas nuevas encarnadas para el bien de la humanidad.

A nivel popular, las creencias tibetanas sobre la muerte y la reencarnación se parecen mucho a las creencias de innumerables pueblos alrededor de la Tierra, y están basadas más en la experiencia personal y tradicional que en la religión o en la ciencia, por lo que no es raro que tengan ciertos puntos en común con el purgatorio cristiano, El Libro de los Muertos egipcio, las tradiciones inca o los pensamientos yoruba, las leyendas griegas o los mitos de las culturas náhuatl, donde los muertos nunca se van del todo, sino que vuelven o permanecen con la familia para siempre, y solo desaparecen aparentemente con el olvido, cuando se pierde la memoria de su existencia. En buena parte de Europa, antes y después del cristianismo, existen creencias muy similares donde los vivos comparten existencia con los difuntos.

Como en la cultura náhuatl, la vida es pasajera y hay que prepararse siempre para tener una buena muerte, que es lo que promete un buen estadio en el más allá, o un buen regreso a este planeta.

En el budismo tibetano la idea de la reencarnación es más refinada y definida que en el resto, ya que contempla la muerte como un tránsito en el bardo, o estado intermedio, que dura 49 días de los nuestros, aunque para el alma de la persona difunta esos 49 días puedan parecerle un segundo o una eternidad, dependiendo de sus propios demonios, creencias, dependencias, apegos, ataduras, ignorancia, conocimientos, emociones y ego.

Durante su estancia en el bardo, el alma es acompañada por los rezos de la comunidad, para que despierte y sea consciente, e incluso para que alcance la lucidez y, con ello, la liberación espiritual, escapando así del samsara, la rueda del destino, y pase al plano espiritual para siempre, evitando una nueva reencarnación en este valle de lágrimas, apetitos y sufrimientos.

Si el alma despierta, podrá partir al Nirvana, aunque en algunos casos puede volver a la vida reencarnándose en un ser elevado que ayudará al resto de la humanidad a acceder a la vida verdadera, a la existencia plena espiritual, como lo hacen los Dalai Lama, o como hizo el Bodhidarma, el gran Buda, en su momento.

Si el alma no despierta, si aún no está preparada para cruzar la Puerta, el Guardián Azul le indicará el camino de regreso a la vida terrenal, donde reencarnará en un cuerpo y en un entorno de acuerdo a su nivel evolutivo, para continuar con su aprendizaje existencial.

Las almas que se niegan a despertar y que se aferran a su pasado terrenal, pasan diversos tormentos y sufren horribles angustias provocadas por sus mismos miedos, errores y creencias, se niegan a perder su identidad, no se reconocen, luchan inútilmente, pierden la memoria egoica e identitaria creyendo que enloquecen, y, sin saber cómo ni cuándo, se ven de pronto como un feto prematuro en el vientre de la que será su madre en el mundo terrenal. Ahí rescatan ciertos recuerdos que irán perdiendo al nacer.


El Bardo Thodol, el libro tibetano de los muertos.

Algunos instantes de sus vidas pasadas permanecerán en su mente hasta los siete años de edad, para perderlos definitivamente el resto de su vida, y que solo podrán recuperar en el estado intermedio tras la muerte, donde podrán liberarse, o bien, volver a empezar.

No todas las almas lo pasan mal en el bardo, algunas aprovechan su estancia para aprender, conocer, comparar, depurar, escoger su nueva vida terrenal y darle un sentido más elevado a su existencia. Estas almas renuncian a buena parte de su ego y de sus identidades, comprenden lo que a menudo es muy difícil comprender en la vida terrenal, y finalmente vuelven a la vida en un nuevo cuerpo y con un destino que les permita evolucionar y ascender en su próxima experiencia de final de vida y regreso al bardo, para seguir aprendiendo vida tras vida, o para liberarse finalmente y entrar al Nirvana.

La vida es un riesgo, pues se puede ir hacia atrás o hacia adelante en la rueda del destino y perder lo que se había ganado en otras vidas, o dar un paso más en el ascenso espiritual, todo dependerá del nivel de consciencia que se logre en esa vida en particular, que puede sumar o restar, abrir puertas o cerrarlas, evolucionar o involucionar, aceptar o negar, y si bien en el Bardo se pueden depurar algunos errores y retomar consciencia, a veces los daños son irreparables y hay que repetir la misma vida para subsanarlos.

Quedan las almas elevadas, maestras y guías, que están muy cerca de la liberación espiritual, las cuales, y aunque no están exentas de riesgos, apegos y tentaciones, suelen tener vidas apacibles y productivas, y estancias plácidas en el más allá, ayudando y enseñando a otras almas a crecer y evolucionar, tanto en la Tierra como en el ardo.

Resurrección y reencarnación, el estilo mediterráneo

Dentro de las tradiciones mediterráneas escapar con vida del inframundo era tanto como renacer o revivir, porque era tanto como reencarnar en el mismo cuerpo.

En el cristianismo primigenio, así como en el Antiguo Testamento, resucitar era una forma de reencarnarse gracias a un milagro o intervención divina.

La cábala va un poco más allá y contempla la resurrección o posibilidad de resucitar, pero también de reencarnarse en distintos planos o reinos del Árbol de la Vida, algo parecido a los cuatro mundos de Platón, espiritual, mental, emocional y físico, aunque en la cábala son unos cuantos más, donde las almas van desde lo más bajo o elemental, hasta lo más elevado, superando a las divinidades terrestres que pecan de egocéntricas y tiránicas al igual que los humanos con poder.

Hércules tiene que superar doce trabajos para alcanzar su nivel espiritual, lo mismo que Horus, Mitra y Jesús, que mueren y resucitan reencarnándose en sí mismos para dar ejemplo a la humanidad.

Morir para renacer, ya sea en este plano o en otro, volver a tener un cuerpo físico con el cual moverse y seguir adelante, son requisitos de algunas religiones antiguas y modernas, como sucede en la ordenación de los sacerdotes y de algunas monjas: morir en el mundo para renacer (incluso con otro nombre) en la comunidad religiosa que los acoge.

No siempre es lo mismo física y realmente, pero en lo simbólico el revivir, el renacer, el resucitar y el reencarnar tienen el mismo componente milagroso de evolución y crecimiento espiritual.

Desde un punto de vista racional, los dioses son mucho más jóvenes que la humanidad, pero llevan viviendo muchos milenios más que todos nosotros. Tienen fecha de nacimiento y seguramente tendrán fecha de caducidad, pero su memoria sigue viva en el alma humana, reencarnándose constantemente entre las culturas que los vieron nacer junto con las almas de los seres humanos que vuelven una y otra vez a la vida.

Reencarnación, ¿solo para los dioses?

Las mitologías del mundo antiguo tenían en muy poca estima a los seres humanos, por ser inferiores, ignorantes, sucios, zafios y desagradecidos, y más de un vez se sintieron tentados a destruirlos del todo.

En la mitología griega, Zeus lo intenta, pero Prometeo interfiere y salva a la humanidad dándoles el fuego y el entendimiento, aunque por el estado en que está hoy el mundo parece que dichos dones no fueron suficientes para mejorar a los humanos de forma esencial.

En otra leyenda Pandora es la primera mujer creada por Zeus, primero como una autómata a la que después insufla de alma al ver su belleza, cosa que a Hera, por celos, no gustó nada, con lo que le añadió a Pandora el dudoso don de la curiosidad femenina. Como madre de la humanidad, Pandora cuida de sus hijos, pero un día se le prohíbe abrir una caja, o un ánfora, y la curiosidad le gana: abre la caja y de ella salen todos los males que aquejan hasta el día de hoy a la humanidad, como la misma mortalidad, quedando solo a salvo la esperanza, que más tarde se volverá vacua, ilusa y falsa, con lo que la humanidad se destruirá a sí misma sin que Zeus tenga que tomar la desagradable y difícil decisión de aniquilarla.

Para algunos esa esperanza contiene la posibilidad de reencarnarse o de resucitar escapando del Averno, como en el caso de algunos héroes y semidioses, aunque la verdadera reencarnación corresponde, adosada a la inmortalidad, solo a los seres divinos que siempre están más allá de la humanidad.

Quetzalcóatl baja al inframundo y renace para crear una nueva humanidad.

Osiris revive tras haber sido muerto y despedazado.

Horus, aunque tuerto, vuelve del más allá.

Buda renace en todos y cada uno de los Dalai Lama que en el mundo han existido.

Krishna muere y renace varias veces.

Cristo resucita al tercer día de morir en la cruz.

Mitra vuelve de la muerte para salvar a su pueblo.

Dionisio entra y sale del Averno cuando quiere, llevando y sacando almas para que vuelvan a la vida terrestre.

Lucifer cae, pero pervive y, a su manera, continúa con el plan divino.

Incluso Prometeo, aunque de una forma cruel y dolorosa, sobrevive tras su derrota.

Todos ellos se mantienen en la continuidad de la existencia, de la vida más allá de la vida biológica y terrenal, y tienen el don de trasladar esa inmortalidad espiritual a sus fieles seguidores.

Las divinidades tienen el don de prolongar la vida, de resucitar a los muertos, de crear nuevas humanidades, de otorgar la reencarnación, de escapar de la nada, de elegir a los salvos y evitarles la condena del juicio final.

La resurrección y la posibilidad de recuperar un cuerpo físico, en suma, es prerrogativa de los dioses, y solo de ellos depende que los seres humanos continúen existiendo físicamente en este mundo, y espiritualmente en el más allá.

Los mitos, mitos son, pero encierran lecciones y símbolos, metáforas y sabiduría que se pueden interpretar más allá de las leyendas, dando una lectura y unas enseñanzas que guían a la humanidad: “Hay más vida que esta, y las almas y los espíritus existen antes y después de la muerte”.

Metempsicosis, la transmigración de las almas

En lo que hoy conocemos como Grecia y buena parte del mundo semítico y mediterráneo, que incluye a las culturas árabes, sirias, armenias, otomanas y del norte de África, existió (y aún persiste a nivel popular a pesar de las grandes religiones) la creencia de que un alma puede migrar de un cuerpo a otro en plena vida y sin pasar por los horrores y tristezas de la muerte.

El gran libro de la reencarnación

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