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Jesús habla a nuestros temores

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Venceremos el temor al futuro al recordar nuestro futuro en Cristo

La noche antes de la muerte de Jesús, él pronunció palabras de gran importancia a sus discípulos. Él sabía que había llegado la hora tan esperada. Él sabía la traición vil que debía enfrentar, la muerte agonizante que debía sufrir, la feroz ira que debía soportar. Y él conocía que los corazones de sus discípulos estaban apenados con respecto al futuro.

Los capítulos 13 al 17 del Evangelio de Juan registran las palabras que Jesús habló esa noche. Él dijo a sus discípulos que regresaría al Padre. Explicó que se iba y que ya no estaría con ellos. No sólo eso, les dijo que permanecerían en un mundo en el que serían aborrecidos. Dijo que serían expulsados de las sinagogas e incluso ejecutados.

¡Suficiente para un discurso de aliento! ¿Qué clase de entrenador le dice a su equipo que van a ser masacrados?

Mientras los discípulos consideraban su futuro, estaban turbados, con miedo.

¿Lo lograremos? ¿Cómo podemos afrontar el futuro? Si Jesús realmente se preocupa por nosotros, ¿por qué nos dejaría solos?

Tendemos a pensar que la gravedad de nuestra ansiedad es anormal, y la ansiedad gana impulso a través de esa mentira. Pero este pasaje de Juan es un recordatorio de que no estamos solos en sentir la turbación de nuestros corazones y el temor. Nuestros presagios de preocupación y negativismo son comunes a la humanidad.

“No se turbe su corazón ni tenga miedo”

Los discípulos de Jesús ocuparon un lugar único en la historia de la salvación. Ellos estaban a punto de presenciar al Hijo de Dios ser llevado a la cruz y ascendido al trono del cielo. Y sin embargo, no estaban preocupados por Jesús esa noche; sólo pensaban en sí mismos. Jesús dijo a sus discípulos: “Pero ahora voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ‘¿A dónde vas?’” (Juan 16:5). La ansiedad tiende a producir egocentrismo. El miedo al futuro nos distraerá, nos consumirá, nos esclavizará y nos robará el consuelo y el valor. Cuanto más fuerte sea nuestra ansiedad, más débil será nuestra comunión con Dios y más vulnerables somos ante los ataques de Satanás. “En la quietud y en la confianza estará su fortaleza” (Isaías 30:15), pero nuestra preocupación por el futuro nos debilita y nos agota.

A veces pensamos que la preocupación nos ayudará a descubrir soluciones y controlar el futuro, pero no lo hará. La preocupación nunca ha preparado a nadie para nada. No se puede controlar el futuro a través de la ansiedad. La preocupación es un ladrón del gozo; es un mentiroso y un oportunista. La preocupación promete preparación, pero conduce al pánico.

Jesús conoce las preocupaciones de su pueblo. Nos rescata de nuestros temores porque se preocupa por nosotros. Este es el testimonio de los redimidos: “Yo busqué al SEÑOR, y él me oyó y de todos mis temores me libró” (Salmos 34:4). Nuestra propia vida a menudo ha evidenciado el poder de Dios para librarse del miedo.

La noche antes de ser crucificado, Jesús dijo: “No se turbe su corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27, RVC). Aquí está el Hijo de Dios, a pocos minutos de cargar los pecados del mundo, ¡pero él consuela a los demás! Esto me sorprende cada vez que lo considero. De camino a la cruz, Jesús habla a nuestros miedos. Él se acerca a nosotros. Cuida de nosotros como nadie más y ama a sus discípulos hasta el final.

Consideremos la vida y el carácter de Aquel que nos dice que no estemos preocupados. Tenemos un Salvador que experimentó todo lo que tememos: experimentó la pobreza de no tener dónde reclinar la cabeza (Mateo 8:20); lloró de angustia junto a la tumba de Lázaro (Juan 11:35); la gente lo rechazó y se llenó de ira contra él (Lucas 4:28–29); fue calumniado y muchos dieron falso testimonio en su contra (Marcos 14:56); conocía la traición de un hombre que decía ser un amigo (Mateo 26:15); y fue injustamente juzgado, burlado, golpeado y crucificado (Marcos 15:16–37).

Sin embargo, Jesús siempre miró al futuro confiando en los buenos propósitos del Padre. En Juan 17, Jesús anticipa su crucifixión y exaltación con un sentido de victoria mientras ora a su Padre. Lucas 9:51 dice que afirmó su rostro para ir a Jerusalén, cumpliendo la profecía de Isaías de un Siervo que pondría su rostro como un pedernal. Hebreos 12:2 dice que Jesús soportó la cruz por el gozo que tenía delante de él. Se humilló a sí mismo haciéndose obediente a la muerte en previsión del día en que se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor (Fil 2:8–11).

Cristo es nuestro precursor. Estamos unidos a él. Y porque se enfrentó a su futuro, y ha asegurado nuestro futuro y reina soberanamente sobre el futuro, es que podemos enfrentar todo lo que se avecina.

¿Quién está mejor preparado para hablar a tus temores? Sin duda, es el Señor Jesucristo. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no puede compadecerse de nuestras debilidades, pues él fue tentado en todo igual que nosotros pero sin pecado” (He 4:15).

El amor de Cristo

Jesús habla de nuestras ansiedades sobre el futuro en Lucas 12. En los versículos 4 al 8, RVC, dice:

“Y les digo a ustedes, mis amigos: No teman a los que matan el cuerpo y después no tienen nada peor que hacer. Pero yo les enseñaré a quién deben temer: Teman a aquel que, después de haber dado muerte, tiene poder de echar en el infierno. Sí, les digo, a este teman. ¿No se venden cinco pajaritos por dos moneditas? Pues ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. Pero aun los cabellos de la cabeza de ustedes están todos contados. No teman; más valen ustedes que muchos pajaritos. “Les digo que todo aquel que me confiese delante de los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios”.

Esto es muy diferente a la forma en que estamos acostumbrados a plantear el miedo al futuro en nosotros mismos y en los demás.

Jesús no nos dice que seamos más como el optimista natural. Los que se preocupan no deben envidiar a los apáticos. No es raro en un matrimonio tener una persona que tiende más a la ansiedad y la otra se inclina más a la “fe”. Pero a menudo lo que se ve como fe es optimismo natural. Lo que parece firmeza es a veces indiferencia. Tal vez desees ser más relajado en tu temperamento, pero esa no es la respuesta. Ser más relajado probablemente significaría que te vuelves menos responsable, menos consciente, y menos participante.

Además, recuerda que Jesús no desprecia nuestros temores. Él no nos insulta. Él no dice: “Deja de preocuparte como un idiota”. Él no nos ordena dejar de temer sin darnos también las armas en la lucha contra el temor. Él nos escucha. Razona con nosotros. Es compasivo, nos llama sus amigos y corrige con bondad nuestros temores pecaminosos. Nos dice: “Ustedes valen más que muchos gorriones”.

La fuerza de nuestras ansiedades diarias juntamente con nuestra visión borrosa del futuro es a menudo desalentadora. Pero debemos recordar que la presencia de ansiedad no significa que tengamos fe. Para los que estamos en Cristo necesitamos saber que nuestra fe nos define más profundamente que nuestras ansiedades. Dios no te ha olvidado; él es el que sostiene tu fe en él.

Jesús también muestra los límites de las cosas que tememos en esta vida. No teman a los que matan el cuerpo, dice, “y después no tienen nada peor que hacer”. Más bien, dice, teme a Aquel que tiene autoridad sobre tu destino eterno. En otras palabras, debemos comparar las cosas futuras de las que tendemos a preocuparnos con lo único que realmente merece nuestra preocupación: el juicio divino en el infierno.

Esto no es un intento de asustarnos; sino el propósito es llenarnos de valor y consuelo. Finalmente, el punto principal de Jesús no es “podría ser peor”. Él dice que será absolutamente mejor. Jesús nos recuerda del infierno eterno del cual nos ha salvado para renovar nuestra esperanza en él.

¿Te has detenido a considerar cuál sería tu futuro sin Cristo? El temor gana ventaja cuando olvidamos el futuro que merecemos. Nunca debemos olvidar que Jesús planteó claramente acerca de lo único que realmente debemos preocuparnos. Romanos 5:8 dice que mientras aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros. “Luego, siendo ya justificados por su sangre, cuánto más por medio de él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:9).

El futuro es terrible para aquellos que no están en Cristo. Serán “castigados con eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1:9, RVC). A todo pecador que no se arrepiente “él también beberá del vino del furor de Dios que ha sido vertido puro en la copa de su ira” (Apocalipsis 14:10, RVC).

Pero la gloria del Evangelio, como lo expresa John Stott, “el amor divino triunfa sobre la ira divina por el sacrificio divino”.7

No eres salvo por tu propia valentía o ingenio, ni por ninguna buena obra que hayas hecho, sino por reconocer y aceptar al Señor Jesucristo. Este futuro libre de ira no está asegurado por tu vida sin preocupaciones, sino por la vida libre de pecado de Jesús y su muerte sustituta. Al eliminar el miedo al juicio y al infierno, Cristo nos hace invencibles. Se acerca el día en que el Hijo del Hombre reconocerá a cada uno de los que son suyos ante los ángeles de Dios (Lucas 12:8). Cristo nuestro mediador confesará nuestro nombre. Y lejos de ser un día de lamento y de vergüenza, nos presentará irreprensibles delante de su gloria con grande alegría (Judas 24).

Del temor a la fe

Presta atención cómo Jesús nos lleva del temor a la fe. No es que debamos dejar de pensar en el futuro. Más bien, vencemos el temor al futuro recordando nuestro futuro en Cristo. Esta simple verdad tiene implicaciones de gran alcance para nuestra vida. Si al presente nos vence el temor y la ansiedad con respecto a nuestro futuro, es porque hemos perdido de vista nuestro verdadero futuro en Cristo.

¿Qué dice Jesús a sus débiles discípulos en Juan 13–17 cuando la confianza disminuye, el miedo aumenta y ellos están preocupados por el futuro?

Un lugar preparado

En Juan 14, Jesús les recuerda que les va a preparar un lugar para ellos: “Y si voy y les preparo lugar, vendré otra vez y los tomaré conmigo para que donde yo esté ustedes también estén” (14:3).

Esta es la verdad que Anne Bradstreet usó para luchar contra su temor al futuro cuando su casa fue destruida por el fuego. Anne era una madre de ocho hijos que vivían entre los colonos peregrinos en Massachusetts. En medio del dolor y la pérdida, ella encontró la fortaleza para alabar a Dios con un corazón contento al recordar su futuro hogar.

Y cuando ya no podía mirar,

bendije el nombre de quien dio y quitó,

que ahora dejó mis bienes en el polvo…

Luego viene la mirada hacia adelante:

Tienes una casa preparada en lo alto

construida por ese poderoso Arquitecto,

ricamente amueblada con gloria,

que permanece firme aunque esta no esté.8

Jesús nos recuerda que él es el Arquitecto Poderoso. Él se ha ido a preparar una casa allá arriba y un lugar permanente y ricamente amueblado para ti. Él volverá a llevarnos allí, cuando el cielo y la tierra se vuelvan a unir.

La presencia del Espíritu

Jesús también promete en Juan 14:16 que su obra en la tierra no ha llegado a su fin, sino que se lleva a cabo a través de otro ayudador. “Y yo rogaré al Padre y les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre.” Esto significa que:

• La paz que Jesús da será experimentada por medio del Espíritu.

• La obediencia que Jesús requiere vendrá por el poder del Espíritu.

• La verdad que Jesús enseñó será iluminada por el Espíritu.

• El testimonio que Jesús nos llama a dar, aun a través de la oposición, recibirá denuedo por el Espíritu.

Vemos a estos mismos discípulos llenos del Espíritu en el libro de los Hechos. Ellos son invencibles y valientes, alabando a Dios con gozo santo y haciendo muchas señales y maravillas. Ellos desafían los poderes terrenales y declaran que no pueden sino hablar de lo que han visto y oído como testigos de Cristo (Hechos 4:20). Cuando son encarcelados y golpeados, se gozan por ser tenidos dignos de sufrir deshonra por el nombre de Jesús (Hechos 5:41).

¿Qué explica este poder espiritual? Se les había dado otro Ayudador, el Espíritu Santo, para estar con ellos para siempre. El Espíritu afirmó el futuro inquebrantable de ellos en Cristo.

La promesa de la vida

En Juan 14:19, Jesús da a sus discípulos la promesa de la vida futura: “Porque yo vivo, también ustedes vivirán”. Aquí está la esperanza de la victoria sobre la muerte a través de nuestra unión con Cristo. Su muerte y resurrección vencerían la muerte y asegurarían la vida eterna para su pueblo.

Cristiano, resucitarás así como Cristo resucitó al tercer día. Este es tu futuro en Cristo. El pesimismo, el pánico, la desesperación y la preocupación darán paso a un futuro brillante.

En Juan 17, Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, ora por el futuro de sus discípulos. Recuerda a sus discípulos su último anhelo por nosotros y el futuro que él ha asegurado para nosotros al orar en voz alta: “Padre, quiero que donde yo esté, también estén conmigo aquellos que me has dado para que vean mi gloria que me has dado, porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17:24, RVC).

Un día ya no experimentaremos dificultades ni tentaciones en relación con el futuro. No es hasta que partamos de este mundo que experimentaremos plena liberación del temor. Pero Jesús no nos ha dejado sin las verdades necesarias para vencer el temor y crecer en la esperanza.

El Dios que se deleita en bendecir

En Lucas 12, Jesús habla de nuestro temor de lo que pueda causarnos daño, y de nuestros temores relacionados con el dinero, la provisión y las posesiones materiales. Entonces dice en Lucas 12:32, RVC: “No teman, manada pequeña, porque a su Padre le ha placido darles el reino”.

Así es como Jesús habla a nuestras ansiedades sobre el futuro. El mandato (“No teman”) es seguido por la compasión (“manada pequeña”) y el consuelo (“porque a su Padre le ha placido darles el reino”). La frase “ha placido” nos dice algo sobre el corazón del Padre hacia nosotros, y esto es precisamente lo que nuestros temores del futuro tienden a no creer. ¿Crees que Dios se deleita en bendecirte? Él no es un gobernante miserable, un rey de corazón frío, o un hombre avaro como el personaje Ebenezer Scrooge del cuento de Navidad.

Este versículo nos recuerda quién es Dios y quiénes somos en relación con él. Si somos una manada pequeña, él es nuestro Pastor. Si él es nuestro Padre, nosotros somos sus hijos. Si Él nos da el reino, es nuestro Rey. En Cristo, el Creador del universo es nuestro Pastor, Padre y Rey.

Nuestro Pastor. Se nos llama ovejas (“manada pequeña”) porque pertenecemos a Dios, y porque Dios quiere que le busquemos para recibir su guía, provisión y protección todos los días de nuestra vida. Una manada pequeña está llena de criaturas dependientes. Una manada pequeña es propensa a vagar. Una manada pequeña no es especialmente inteligente, y cae fácilmente en pánico.

Y sabes lo que hace una oveja para defenderse, ¿verdad? Nada. La manada pequeña no tiene mecanismo de defensa. La impotencia y la dependencia de las ovejas nos ayudan a comprender el carácter y la obra del Buen Pastor. Una de las marcas de un pastor hábil es la capacidad de tratar cada aflicción que sufren las ovejas. Con un buen pastor como Cristo que nos guía todos nuestros días, ninguna de sus ovejas debe temer.

Nuestro Padre. El Padre de Jesús también es nuestro Padre. El Padre nos recibe a su familia y nos ama con el mismo amor que tiene por su Hijo eterno. Él es un buen Padre, lleno de afecto y compasión. Jesús enfatiza la paternidad de Dios como la solución a nuestros temores y ansiedades.

Nuestro Rey. Él es soberano y tiene el control. Si Dios sólo fuera Pastor y Padre, podría querer hacernos el bien, pero no tener el poder de hacerlo. Si sólo fuera Rey, podría ser poderoso pero no querer hacernos el bien. Dios es soberano y misericordioso. ¡Es el tipo de Rey que da su reino a sus súbditos! Por medio de nuestra unión con Cristo, nos hemos convertido en herederos con Cristo y recibiremos todos los privilegios y las bendiciones de su reino. El reino es nuestro. La provisión es nuestra. Dios es nuestro, y nosotros pertenecemos a Dios.

Esta es la palabra de Cristo a nuestras almas atribuladas hoy: “No teman, manada pequeña, porque a su Padre le ha placido darles el reino”.

John Flavel escribe: “Si comprendemos y creemos plenamente qué poder hay en la mano de Dios para defendernos, qué amor hay en su corazón para ayudarnos y qué fidelidad hay en sus promesas, nuestro corazón estará tranquilo: nuestro valor se fortalecerá y nuestro temor disminuirá”.9

Esa es nuestra oración mientras Jesús habla a nuestros temores: Que nuestro corazón esté tranquilo. Que nuestro valor se fortalezca. Que nuestro miedo disminuya. Que recibamos el empoderamiento por la palabra de Cristo y el ministerio del Espíritu para afrontar un futuro brillante con confianza en Dios.

Preguntas para reflexionar

1. ¿Qué hace de Jesús tan competente para hablar a nuestros temores?

2. ¿Por qué es importante distinguir entre la fe y el optimismo natural?

7. John Stott, The Cross of Christ (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1986), 159.

8. Quoted by David Calhoun in Suffering and the Goodness of God, ed. Morgan and Peterson (Wheaton, IL: Crossway Books, 2008), 199–200.

9. John Flavel, Triumphing Over Sinful Fear (Grand Rapids, MI: Reformation Heritage Books, 2011), 29.

Mañana será brillante

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