Читать книгу El camino de la crónica - Javier Franco Altamar - Страница 10
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• El origen de la palabra “Crónica” y sus consideraciones históricas.• Aproximaciones teóricas desde los cronistas y estudiosos del género.• Precisiones conceptuales desde las ciencias sociales y humanidades |
La actividad periodística se expresa no solo en varios lenguajes según las características y posibilidades del medio de difusión escogido, sino en distintos formatos o esquemas denominados ‘géneros’. El primario y fundamental es la noticia, en cuya construcción se expresan las cuatro características harto identificadas del lenguaje periodístico: claridad, precisión, brevedad y concisión. A la noticia, como género informativo, la define su condición de respuesta a los denominados criterios de interés periodístico. Es decir, con base en esos criterios, un hecho de la realidad se evalúa como ‘noticiable’ porque se evidencia como de conocimiento valioso e importante para una comunidad determinada. Eso conduce a la redacción de un relato esquemático y sencillo, que el periodista ordena y presenta sobre la base de las respuestas a los interrogantes clásicos qué, quién, cómo, cuándo y dónde.
Con la noticia y sus derivados (la breve, la reseña; y en la actualidad, los trinos en la red social Twitter) queda planteado lo básico y primario, pero capital, para escalar hacia otros niveles de abordaje: el de los textos periodísticos creativos. En la construcción de estos últimos prevalece la iniciativa —ya sea del periodista o de un medio a través de un editor o un superior jerárquico— de ir un poco más allá, de complementar, de ampliar. Aparecen, entonces, otros tres géneros básicos: la crónica, la entrevista y el reportaje.
En la crónica se expresan y se incluyen los otros dos. Ya veremos cómo en su construcción de marcado corte literario, la entrevista se incorpora en la crónica no solo como diálogo, sino como herramienta de consecución de datos y de insumos. Y el reportaje también aparece con sus instrumentos de profundización e interpretación, proporcionando los recursos de largo aliento y de explicación. En la crónica, en resumen, caben los demás géneros; o si se prefiere, los otros dos géneros apoyan con sus respectivos atributos. Y, por supuesto, en cuanto texto periodístico, la crónica respeta las consideraciones básicas del lenguaje periodístico.
Como resultado de la lectura de este capítulo, y del cumplimiento de las actividades sugeridas, el lector estará en capacidad de diferenciar el género crónica dentro del ámbito del periodismo, tendrá más claro el concepto y habrá conocido los elementos históricos que la distinguen.
Etimología, tiempo y narrativa
La palabra “crónica” nos remite, primero, a Khronos, expresión griega que significa “tiempo”, y que, dada una similitud fonética, es muy fácil de confundir con el nombre de Crono, personaje mitológico griego de una generación previa a la de los tres grandes dioses hermanos: uno de ellos Zeus, su propio hijo. La primera obligación etimológica, entonces, es no ceder a la tentación de asociar la crónica con este personaje, que en Teogonía, de Hesíodo, figura como uno de los 12 titanes, hijo menor de Urano y Gea, la Tierra. Su importancia en la mitología radica en que un buen día a Gea le dieron ganas de deshacerse de Urano, o de tan siquiera frenar su dinámica e insaciable capacidad de reproducción. Urano figura como un personaje que odiaba a sus hijos, y sin distinciones en ese odio, los mantenía ocultos en el seno de Gea. Para librarse de su esposo, Gea acudió a sus hijos en busca de apoyo, y solo uno de ellos dio el paso al frente: Crono, el último de la lista. Su madre le proporcionó una afilada hoz, entre ambos le tendieron una celada, y el obediente hijo castró a su padre con aquel instrumento. Del espumarajo que cayó en los mares, se dice, surgió Afrodita, la diosa del amor (Venus para los romanos).
Por Hesíodo (quien escribió en 700 a.C.) también nos enteramos de que Crono (Saturno en la adaptación mitológica romana) ocupó el trono de Urano. Pero se convirtió en un tirano que prácticamente repitió la historia, y ante el vaticinio de que uno de sus hijos lo destronaría, los devoraba tan pronto nacían. Zeus, el último de sus hijos, no alcanzó a ser presa de su voracidad. Ya después, encontramos a Zeus reinando en el Olimpo, y al cruel y despiadado Crono condenado, por siempre, al Tártaro o inframundo.
Cada uno de estos personajes adopta su imagen específica y diferenciada en el entendimiento del griego de la época, y Crono, que en Teogonía aparece como el de “mente retorcida”, no es la excepción: se le representa como un anciano flaco y triste con una hoz en la mano, el arma de la castración, correspondiente después con la idea de los ciclos de las cosechas. Por allí, quizás, es por donde comienza la confusión: dado que la dinámica del cultivo se rige por ciclos regulares, no fue sino un leve movimiento conceptual para que remitiera al paso del tiempo. También ayuda en eso que el tiempo suele ser pensado como “voraz” (lo mismo que Saturno), en el sentido de que va consumiendo la vida sin misericordia.
Los egipcios y los babilonios fueron los primeros, hace unos 5.000 años, en medir el tiempo para organizar la actividad agrícola. Tomaron como base la observación del firmamento, el paso de las estaciones y el comportamiento de los ríos al lado de los cuales florecieron como civilizaciones. Los romanos respetaron y adaptaron, más adelante, los inventos y descubrimientos asociados con eso*. En la Edad Media todavía se ve que varios acontecimientos, entre ellos justamente ese paso de las estaciones (Duch, 2015), servían para establecer pautas de servicio a la vida cotidiana. Eso constituía el referente de tiempo de los agricultores y campesinos, que nunca sabían la hora exacta, pero se apoyaban, para tener una idea, en los toques de campana de la iglesia parroquial, el canto de las aves o el curso del sol.
Para tener en cuenta | |
Durante el siglo XIII, en Europa, ‘cultura’ designaba una parcela de suelo cultivado, luego pasó a ser la acción de cultivar. |
Pero no por estos giros semánticos, datos históricos y confusiones de homonimia debe declararse a Crono como dios del tiempo. Es más, su nombre, explica Souvirón (2008), podría significar “cuervo”:
En efecto, a Crono suele representársele como un cuervo, igual que después a Apolo con una corneja (latín, cornix; griego, koronís). El cuervo, como otras aves de la familia de los córvidos, es un ave oracular y, por tanto, se le atribuyen cualidades cercanas a la inteligencia. La perspicacia de estas aves parece estar detrás del dicho romano, atestiguado por Cicerón, cornicum oculos configere, cuya traducción literal es “vaciar los ojos las cornejas”, es decir, engañar a los más perspicaces. (p. 95)
La palabra Khronos, en cambio, sí nos remite a tiempo: Chroniká (χρονικά) corresponde a [βιβλία] Biblia, o libro escrito en clave cronológica. En su forma adjetiva es χρονικός (chronikós). Y cuando ya Roma, luego del periodo helenístico, pasa a reemplazar a Grecia en la historia, a esta condición atributiva se denomina chronĭcus. De esa manera, se denomina “cronista” a todo aquel que usa la palabra como instrumento de fijación, en respeto del orden secuencial, de algo que ya pasó.
Me gusta la palabra crónica —dice el argentino Martín Caparrós (2016)—. Me gusta, para empezar, que en la palabra crónica aceche Cronos, el tiempo. Siempre que alguien escribe, escribe sobre el tiempo, pero la crónica (muy en particular) es un intento siempre fracasado de atrapar el tiempo en que uno vive. Su fracaso es una garantía: permite intentarlo una y otra vez, y fracasar e intentarlo de nuevo, y otra vez. (p. 432)
FIGURA 1. En el siglo XIII, la Biblia se leía en los monasterios. Los espacios e inflexiones del manuscrito se marcaban con la voz
De hecho, cuando aparecieron los primeros escritos asociados con la idea del desplazamiento en el tiempo, pasaron a denominarse ‘crónicas’ en idioma castellano. Por eso es considerado “cronista” el poeta Teognis de Mégara, a quien los estudiosos de la Grecia antigua le deben parte del acceso a lo ocurrido en la época de los tiranos (Souvirón, 2006, p. 446); también Esdras, a quien se le atribuye la autoría de los dos libros de Crónicas del Antiguo Testamento en la Biblia judeocristiana (siglos IV y III a.C.); y hasta Quinto Curcio Rufo, el historiador romano por quien han llegado a nuestros días algunos episodios formidables de la vida de Alejandro Magno.
Es claro, entonces, que la crónica, en su acepción primigenia de reconstrucción de acontecimientos del pasado fijados por escrito, es más antigua que el periodismo, actividad a la que terminaría incorporada porque siempre, desde la aurora de sus usos, el relato tipo crónica ha remitido a la reproducción de hechos reales, de cosas que de verdad ocurrieron, y que son traídas al presente en respeto de la ruta temporal. La crónica, sin embargo, no es el equivalente a un texto histórico, sino una aproximación, en cuanto relato, a uno de sus muchos matices o dimensiones posibles desde un narrador: uno de los colores de ese gran espectro blanco que es la historia. Al respecto, dice Walter Benjamin (2008):
El cronista es el narrador de la historia. Puede evocarse otra vez en el pasaje de Hebel, que tiene de punta a cabo el acento de la crónica, y medir sin esfuerzo la diferencia entre el que escribe la historia, el historiador, y el que la narra, es decir, el cronista. El historiador está supeditado a explicar de una u otra manera los sucesos de los que se ocupa; bajo ninguna circunstancia puede contentarse con presentarlos como dechados del curso del mundo. Pero precisamente eso hace el cronista, y de manera especialmente enfática, sus representantes clásicos, los cronistas de la Edad Media, que fueron los precursores de los posteriores historiógrafos. (p. 77)
Hoy se podría decir que, si bien el tiempo subyace como elemento capital en el texto tipo crónica, ya no lo hace en respeto riguroso al flujo del insumo histórico, sino incorporado según los criterios y límites creativos del relator o cronista. En el periodismo moderno, como bien apuntan Ronderos y León (2002), la crónica perdió su camisa de fuerza cronológica y evolucionó hasta convertirse en un territorio sin fronteras, cuyo autor, si seguimos a Benjamin, es: “...quien toma lo que narra de la experiencia, de la suya propia o la referida. Y la convierte, a su vez, en experiencia de aquellos que escuchan su historia” (p. 65).
En consecuencia, un primer aspecto que debe considerar en la construcción del concepto de crónica es que su abordaje y construcción remiten a la narración como forma comunicacional. Es decir, más allá de que como expresión periodística deba responder a una lista de criterios en lo que se impone, sobre todo lo novedoso (ya sea en contenidos o enfoques), la crónica es un texto narrativo. Dada esa condición, participa de unas característica y alcances que no deben pasarse por alto.
Reflexión | |
¿Qué primeros elementos diferenciales hay entre el relato histórico y la crónica periodística? |
Duch (2012) ha enfatizado que la temática en torno a la narración posee una excepcional importancia para la comunicación, ya que es una pieza fundamental tanto para los procesos de construcción de la identidad individual y colectiva como para el mantenimiento y la recreación de una determinada tradición.
Los humanos tenemos una continua necesidad de narraciones para presentarnos y representarnos a los otros y a nosotros mismos, descubriendo al mismo tiempo nuestra propia mortalidad, dice Duch. Y para ello remite a la tensión natural, jamás resuelta, entre mythos y logos, que más que excluyentes son caras de una misma moneda. Es un aspecto que más adelante veremos desarrollado por Bruner como la dicotomía pensamiento paradigmático (logos en este caso) versus pensamiento narrativo (mythos) desde la sicología popular.
La narración, a juicio de Duch (2102), es un “universal humano” (p. 255), posee la virtud de exteriorizar y de representar los “procesos pulsionales y cerebrales que, pese a las diferencias de carácter cultural e histórico, son comunes a todos los miembros de la familia humana. Y, además, lo sepamos o no, lo queramos o no, “vivimos siempre en un mundo narrado y los comentarios que sobre y de él hacemos, ya sea en clave histórica o en clave cuentística, son otras narraciones, otras historias, y así ad infinitum” (Duch, 2008, p. 197). Este autor conviene con Benjamin en que, si bien toda narración muestra un gran interés por las historias, no suele tener ninguna atención especial por la Historia como discurso científico. Este discurso, dice Duch (2012):
...Se expresa en tercera persona porque el historiador intenta —otra cosa es si lo consigue— mantener una neutralidad en forma de lejanía científica y emocional respecto a los acontecimientos o los personajes historiados. En cambio, el narrador, explícita o implícitamente, se mueve dentro del marco de la segunda persona —tú, nosotros o el yo como tú— porque el objetivo de su ejercicio narrativo consiste en crear una atmósfera común, unas complicidades experienciales, un círculo amoroso pregunta-respuesta entre él mismo y quienes le escuchan. (p. 256)
...Y en quienes lo leen, en el caso de la crónica periodística, que, como género, ha significado el retorno a la magia narrativa. En este caso hablamos de un dispositivo que, desde los tiempos de los mitos griegos, vehiculizó la imposición de los modelos culturales sobre los cuales se construyó la civilización occidental (Souvirón, 2006). Porque los mitos se expresan con narración, y basan su eficacia en la imagen, más contundente para fijar algo en la mente que cualquier argumentación (Figura 3).
FIGURA 3. Lo que va desde los orígenes del relato hasta la crónica
La crónica, como todo relato, remite a la imaginación, y en eso reside su fuerza. Seduce en cuanto relato, apunta hacia un lado distinto al de la explicación, más útil en el territorio de los intelectuales y de los estudiosos. Se supone que el lector de crónicas, por ser esta un texto periodístico, viene de cualquier parte y es heterogéneo. Un relato está más a su alcance, es más sencillo de digerir: solo hay que imaginar...
Cada investigador, docente, periodista o teórico tiene su propio concepto de lo que es la crónica, lo cual, a su vez, se desprende de cada experiencia. Por esa misma naturaleza, el concepto suele quedar atrapado en la trampa de lo anecdótico, y a veces las discusiones terminan zanjándose sobre la base de que la división en géneros no solo es imposible sino innecesaria porque “lo importante es que la historia esté bien contada”, se oye decir. Pero para avanzar en la construcción de un concepto más cercano a la verdad de la crónica, un buen punto de partida es considerar estas miradas particulares, escuchar esas voces para ir cuadrando, puliendo, definiendo.
Empecemos por un artículo publicado en el diario La Nación de Argentina (2006), reproducido más adelante en una antología de Jaramillo Agudelo (2012). En él, Juan Villoro ensaya una perspicaz definición de la crónica que remite a la hibridez del género, mezcla equilibrada y armónica, que se configura sobre la base de lo que le aportan otros géneros, algunos, incluso, ajenos al periodismo y anteriores a él:
Si Alfonso Reyes juzgó que el ensayo era el centauro de los géneros, la crónica reclama un símbolo más complejo: el ornitorrinco de la prosa. De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos; y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la “voz de proscenio”, como la llama Wolfe, versión narrativa de la opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera persona. El catálogo de influencias puede extenderse y precisarse hasta competir con el infinito. Usado en exceso, cualquiera de esos recursos resulta letal. La crónica es un animal cuyo equilibrio biológico depende de no ser como los siete animales distintos que podría ser. (p. 578)
Otro aspecto es la narración en primera persona, o cuando menos, la aparición explícita del autor del texto: “La crónica está ligada a la voz de quien escribe. Es un flujo narrativo que recuerda un poco a los cuentos de la abuela”, dice el reconocido periodista colombiano Daniel Samper Pizano (2001, p. 14) en el prólogo de una de sus antologías. Allí este autor se preocupa por definir la crónica como un escrito que suele entrar en consideraciones “de carácter general” y con un tono distinto al del reportaje. Lo curioso, sin embargo, es que, para distinguir un género del otro, identifica en el reportaje características claras de la crónica latinoamericana actual: separar un hecho o un personaje y recrearlo. Para hacerlo, el cronista se vale de la referencia de detalles personales o circunstancias de anotaciones impresionistas, y de la pintura del ambiente, con el fin de comunicar al lector una idea redonda sobre lo que es materia de la nota.
Y en su concepto de la crónica, Samper Pizano subraya en la condición del paso del tiempo, lo mismo que en su frescura y aparente espontaneidad, con énfasis en la carga personal de su abordaje. Por lo que la crónica —como dijo el escritor y periodista austríaco Erich Hackl durante conversatorio en Cartagena, y que fue reseñado por el cronista Anuar Saad (2007)— sería “la mirada subjetiva de un hecho real”. Eso reitera la importancia capital de la percepción del cronista, que no esconde, como sí se pretende en los géneros noticiosos, e incluso en el reportaje clásico, la presencia y contribución del autor.
Reflexión | |
¿Qué tan importante puede ser para la crónica la perspectiva particular de su autor? |
La crónica, debido a esta manera de presentación, establece un contrato especial con el lector, una relación mágica por su poder evocador, por estar preñada de significado social, por ser una gran metáfora que permite no solo el disfrute a partir de lo que dice o denota, sino en lo que genera o connota. Es crucial en este aspecto la participación del lector, porque él es quien recrea en su mente las escenas, las imágenes o la atmósfera, mientras avanza conectado con los estímulos del texto. Alguien lo va guiando, y en ese sentido, el texto va mostrando referencias de una experiencia personal que no por serlo, está dejando de ser fiel a la realidad.
La mejicana Alma Guillermoprieto, una de las maestras del género en Latinoamérica, lo plantea así en sus seminarios: “En la noticia, el periodista está contestándole preguntas al lector; mientras que en la crónica está generando información que jamás se le hubiera ocurrido a ese lector”. Pero para que el cronista logre eso, agrega, primero tiene que sentir la historia, tiene que “caminar” sobre ella, para contarla desde una voz clara, testimonial, la misma subjetividad que pesa y le da su valor fundamental a la crónica. Dice esta reconocida periodista:
La característica principal de la crónica es la intimidad. La crónica es una forma de vivir la vida y la escritura. Es salir a la calle, hacerse permeable, transparente a la vida que nos rodea, es vulnerabilidad absoluta ante la vida. Y es escribir desde adentro de la piel. Es caminar y vivir y luego cronicar. Es colocarse en una condición de riesgo, de vulnerabilidad emocional, de rabia. (Guardela, 2001, p. 1)
Su forma de presentación, su estructura, el orden libre que plantea sobre la base de las escenas, es lo que inscribe a la crónica bajo el paraguas de la modalidad conocida como ‘periodismo narrativo’. Sobre este aspectos nos extenderemos un poco más adelante, pero por ahora destaquemos que el argentino Tomás Eloy Martínez, uno de los históricos maestros de la Fundación Gabo, decía que a diferencia del trabajo seco del tradicional noticioso, en el relato periodístico narrativo hay una “voz subjetiva” (Meneses, 2004), aunque la diferencia más importante es la presencia, en el periodismo narrativo (y sobre todo la crónica, podría enfatizarse), de uno a varios relatos particulares que ejemplifican una situación general.
Sobre la condición narrativa de la crónica, al colombiano premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez (artífice de la Fundación Gabo) se le atribuye una sentencia en el sentido de que la crónica “tiene la técnica del cuento, con la diferencia de que los hechos son ciertos”. Sea cierta en sentido literal o no, hay algo de ella en una de sus célebres respuestas a los lectores en la desaparecida revista Cambio y que fue reproducida por Sala de Prensa. El texto, titulado Sofismas de distracción (García Márquez, 2001), es un tanteo a la diferencia entre los géneros periodísticos, y cuando García Márquez habla del reportaje como su género preferido, dice:
Puede ser igual a un cuento o una novela con la única diferencia —sagrada e inviolable— de que la novela y el cuento admiten la fantasía sin límites, pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la última coma. Aunque nadie lo sepa ni lo crea. (p. 2)
Pero a renglón seguido hace una salvedad:
Nunca se aprenderá a distinguir a primera vista entre reportaje, crónica, cuento y novela. Pregúnteselo a los diccionarios y se dará cuenta de que son los que menos lo saben. Es un problema de métodos: todos los géneros mencionados tienen sus puertos de abastecimiento en investigaciones y testimonios, en libros y documentos, en interrogatorios y encuestas, y en la creatividad torrencial de la vida cotidiana. (p. 2)
Y al tomar como punto de partida sus propias obras para entrar a diferenciarlas o ubicarlas en el género más cercano, García Márquez menciona a Relato de un náufrago como un reportaje que está “más cerca de la crónica, porque es la trascripción organizada de una experiencia personal contada en primera persona por el único que la vivió” (p. 2).
García Márquez, en esencia, no ayuda a esclarecer mucho la diferencia, aunque apunta a una consideración estructural asociada al paso entre acciones. En ese caso, la crónica, en cuanto relato secuencial, toma prestadas las herramientas expresivas del cuento en términos de escenas, descripción, diálogos, cambios de planos y ritmos, pero sobre los insumos de la realidad: cada palabra debe corresponder con lo que está queriendo decir de la vida real.
Lo expuesto hasta aquí se puede resumir así:
Lo que la crónica muestra puede ser o bien una persona, un animal, un lugar, un acontecimiento o una situación. En los tres primeros casos (persona o animal) puede hasta hablarse de ‘personaje’, y el texto pasaría a tener una fuerte o predominante carga descriptiva. Con el resto, la balanza se inclina, y la carga más significativa pasa a ser de la narración o la prosa reflexiva en sus variados matices.
La circunstancia principal que motiva a la reproducción de ese ‘algo’ es el interés que despierta. Eso significa que la crónica está condicionada, en principio, por los clásicos criterios de interés periodístico; aunque en un panorama ampliado también tienen cabida personajes, situaciones, lugares y acontecimientos que no clasificarían como interesantes para el periodismo tradicional, pero que como de todos modos se han configurado o construido sobre la base de sus propios elementos dramáticos, generan otros detonantes para la crónica. A ese sentido, del que hemos hablado antes con la ayuda de Bruner, apunta el concepto de Samper Ospina (2004), quien dice en el capítulo “El rescate de lo cotidiano” del libro Poder y Medio, editado por la revista colombiana Semana:
Hacer crónicas que no tienen raíz en la coyuntura, aunque sí en la cotidianidad, es como descubrir tréboles de tres hojas: son ordinarios, pero fabulosos. Un trébol de tres hojas necesita los mismos milagros del sol y la clorofila que uno de cuatro, pero no suele ser tomado en cuenta. El periodismo narrativo es la manera de reivindicar la importancia de los tréboles de tres hojas. (p. 96)
Es característica de los cronistas latinoamericanos, agrega Correa S. (2017), que son capaces encontrar temas en su cotidianidad porque se sobreponen a ella, porque andan atentos, con la disposición del cazador; porque ellos, los cronistas:
...viven y cuentan y recuentan la urbe. Con la tarea de encontrar temas, recorren sus ciudades con ojos atentos, descubren y redescubren esquinas, parques y negocios. La urbe en su más pura cotidianidad es de común interés: carnicerías y galerías de mercado, bares, tabernas, teatros y cementerios, prisiones y sanatorios, bulevares y escenarios deportivos. Lo que no es noticia, pero sí es historia. (p. 45)
Sobre las motivaciones ya ahondaremos más adelante cuando nos corresponda hablar de la selección del tema. Por ahora, concentrémonos en los elementos que configuran la crónica desde el cruce entre el periodismo y la literatura. Es su ámbito privativo, en el que se mezclan la forma expresiva de las artes escritas con la vida real como materia de trabajo. En ese aspecto, los más variados conceptos confluyen. Son mezclas que más bien deberían ser consideradas como “préstamos” entre géneros, que se manifiestan y operan después de que el autor ha escogido el género que mejor le funciona para sus propósitos. Luego de eso, puede incluir en su relato elementos propios de otros géneros para conseguir mayor efectividad o contundencia.
Sergio Ramírez (2007), exvicepresidente nicaragüense y escritor, resalta la necesidad de que se produzca este “préstamo mutuo”, porque si bien al cronista le está vedado inventar, nada la impide formular un relato atractivo, dinámico que termine con un golpe maestro. “Es llevar la técnica del narrador de ficción a la realidad”, dijo Ramírez en el mismo conversatorio de Cartagena donde estuvo Hackl, y concluyó que la nueva historia no está siendo escrita por los historiadores, sino por los buenos cronistas de nuestros tiempos.
“La crónica se constituye en un espacio de condensación por excelencia [...] porque en ella se encuentran todas las mezclas, siendo ella la mixtura misma convertida en unidad singular y autónoma”, dice la periodista e investigadora venezolana Susana Rotker (2005, p. 53). Al hacerlo, explora el campo específico de este género como mezcla entre el periodismo y la ficción, que se desprende de la práctica literaria y se introduce al mercado a manera de arqueología del presente. En esa condición, se dedica a narrar y mostrar lo que está al “margen” de las grandes noticias con el ánimo no tanto de informar, sino de divertir. Ya veremos más adelante cómo ella y otros investigadores, como Aníbal González (1983) y Julio Ramos (2003), ubican en la expresión modernista de finales del siglo XIX la fuente de la crónica moderna latinoamericana, y afirman que con este género se produce un desplazamiento desde la ficción a la realidad. Eso, de alguna manera, pone a la crónica en el mismo nivel y orden de las piezas literarias.
A la crónica, pues, la delimita también su movimiento en equilibrio sobre la línea fronteriza entre la narrativa de ficción y el trabajo de campo del periodismo. Una línea que “separa o acerca” los dos oficios según se le mire, como suele decir la cronista argentina Leila Guerriero; una condición que, vista desde el periodismo, no comparte con ningún otro género. Las crónicas, recuerda Guerriero (2009), “toman del cine, de la música, del cómic o de la literatura todo lo que necesitan para lograr su eficacia. El tono, el ritmo, la tensión argumental, el uso del lenguaje, y un etcétera largo que termina exactamente donde empieza la ficción” (p. 461).
Esto no quiere decir que la crónica no apoye a los otros géneros cuando lo amerite o lo requiera; situación que también ocurre en sentido contrario, cuando el reportaje o la entrevista —por mencionar dos de los más cercanos— necesitan conectarse con el lector de una manera distinta y creativa.
Reflexión | |
¿Es la crónica una mezcla entre varios géneros o más bien se apoya mutuamente con los otros? |
Por su parte, Caparrós (2016) asegura: “El cronista mira, piensa, conecta para encontrar —en lo común— lo que merece ser contado. Y trata de descubrir a su vez en ese hecho lo común: lo que puede sintetizar el mundo. La pequeña historia que puede contar tantas. La gota que es el prisma de otras tantas” (p. 434).
Es un género de no ficción, sigue Caparrós, en el que la escritura pesa más porque la crónica aprovecha la potencia del texto, la capacidad de hacer aquello que ninguna infografía, ningún cable podrían: armar un clima, crear un personaje, pensar una cuestión. Un texto lleno de magia, agrega, capaz de conseguir que un lector se interese en una cuestión que en principio no le interesaba en lo más mínimo (p. 435).
Al llegar a este punto, tenemos un segundo bloque de conceptos que bien puede resumirse así:
Alberto Salcedo Ramos (2011b), el más representativo de los actuales cronistas colombianos, resalta el componente humano siempre presente en las crónicas. Su axioma de que “la crónica es el rostro humano de la noticia” responde a su forma predilecta de asumir los temas, la de tomar como eje narrativo una historia personal que lo ejemplifica, una vivencia en torno a la cual se van desarrollando las diferentes aristas, los contextos y los tiempos de la historia. Esa arquitectura garantiza la solidez del relato, lo mantiene compacto y permite, de paso, conectar a los lectores con mayor fuerza. En ese sentido, el personaje actúa como si fuera un pretexto para contar algo más, para abrir el lente. Y aun cuando ese personaje sea lo principal, es decir, que mostrarlo sea la intención del cronista, no deja de aprovecharse el texto para enmarcarlo en sus significados, en lo que lo descifra como personaje. “La crónica es, además, la licencia para sumergirse a fondo en la realidad y en el alma de la gente” (p. 125), remata Salcedo Ramos.
En este momento de nuestro recorrido conceptual es necesario hacer una precisión territorial: debido a su particular desarrollo, su especial abordaje y la contribución de nuestras más grandes plumas, ya no es para nada atrevido afirmar que, tal y como se ha desplegado su majestad, la crónica es un género “sudaca”. Caparrós hace uso intencional de ese término despectivo europeo para resaltar la fuerza latinoamericana de la crónica. De hecho, esta identificación geográfica ha encontrado eco en algunos teóricos y cultores de la crónica, incluso los de otros lares.
El profesor Juan Carlos Gil González, quien hizo un esfuerzo por definir la crónica y compartió sus reflexiones con la comunidad de investigadores de España en 2004, y particularmente de la Universidad de Sevilla, es uno de esos teóricos. Asegura que la crónica está pertrechada de herencias, tanto históricas como literarias. “Todas esas esquirlas han dado lugar a la formación de un género periodístico sui generis, propio, auténtico, autónomo y genuinamente latino, ya que no tiene correspondencia con ningún género del periodismo anglosajón (story y comments)” (p. 35). Y añade que la crónica es una desviación del modelo canónico del periodismo. Esta singularidad y no homologación con los textos anglosajones, agrega, es más una ventaja que un inconveniente, puesto que resalta la ambigüedad y ambivalencia de este género. “En una época de acelerados cambios y en una etapa eminentemente crucial del periodismo, necesitamos un género dúctil, maleable, con capacidad para adaptarse a todas las circunstancias imaginables sin perder su sello característico” (p. 35), remata.
Con un poquito más de exigencia teórica, y apoyándose en los conceptos de Mónica Bernabé (2006), las venezolanas Adriana Callegaro y María Cristina Lago (2012) recalcan que la crónica latinoamericana es un “cruce entre literatura, periodismo y análisis social” (p. 246). Agregan que como textos, muchas veces las crónicas llegan a constituir un acto de intervención en un sentido performativo; una operación de interpelación ética que actúa e intercede para que se produzca el encuentro entre el lector y aquello que permanece invisible o lo que no se quiere ver. Piezas con registro más cercano a lo literario que a lo periodístico, mediante la elección de puntos de vista múltiples, a partir de diferentes técnicas de ficcionalización, resaltan las autoras (p. 261).
En esto de los cruces, fronteras y combinaciones de ámbitos y géneros, no deja de ser interesante la apreciación del investigador colombiano Carlos Mario Correa S. (2012) para quien la crónica no plantea problemas limítrofes entre lo literario y lo periodístico, sino que ella misma, como expresión, ocupa una especie de “zona franca”:
Estamos convencidos de que, entre ambos territorios, el de la no ficción y de la ficción, hay una zona franca —la de la crónica— en la que se intercambian visiones del mundo y procedimientos narrativos que luego adquieren su propio estatuto en los distintos géneros periodísticos y literarios (p. 13).
Por eso la llama “distinguida matrona de géneros”, de cuyas entrañas nació el reportaje, punto de encuentro e inflexión entre la literatura y el periodismo (Correa S., 2012, p. 19).
El profesor José Luis Martínez Albertos (1974), autor del Manual de Estilo para Periodistas de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), enfatiza en que la crónica es un producto literario predominantemente latinoamericano. Al definirla, dice que se trata de una narración directa e inmediata de una noticia con ciertos elementos valorativos, que siempre deben ser secundarios respecto a la narración del hecho en sí (p. 123). También enfatiza en la ‘hibridez’ del género, en el sentido de que está a medio camino entre los informativos y los ‘editorializantes’, con la voz subjetiva manifiesta e inevitable, que termina respondiendo a la ‘reacción visceral’ —como la denomina Alma Guillermoprieto— del cronista en su conexión con su trabajo de campo. Esa reacción visceral le abre el camino y le define la idea que habrá de plasmar en su relato.
Así, tenemos un tercer bloque de conceptos:
Aunque ya de alguna forma hemos propuesto una sencilla clasificación de las crónicas a partir de tres elementos narrativos en juego (personaje, lugar y acontecimiento), a lo que se suma la ‘crónica temática’ (cuyo propósito es lograr que un tema abstracto se ‘vea’ desde la interconexión entre varios protagonistas), en esto de los ‘tipos’ de crónica no hay unanimidad. Lo más frecuente es que la clasificación dependa de la mirada de cada cual —llámese cronista, investigador o teórico—, y que, incluso, esto ni se entre a considerar.
A veces, la categorización enfatiza en el área temática, y es cuando se habla de crónica deportiva, cultural, judicial, de viaje, política o taurina. En otros momentos, el acento se ubica en las intenciones del autor, por lo que se resaltan tres propósitos: informativo, de opinión o analítico /interpretativo (Leñero y Marín, 1992). Pero quizás de las más interesantes y sugestivas clasificaciones que puedan encontrarse en este ámbito sean las de Correa S. (2017) y Aguilar (2019), ambas expuestas a partir de estudios muy cuidadosos a relatos periodísticos de esta parte del continente.
Correa S., por ejemplo, examinó crónicas de 15 libros de antología, y algunos textos de autoría individual, entre 2001 y 2016. Luego de eso concluyó que es difícil ubicar las obras de los cronistas latinoamericanos en una o dos grandes temáticas. “Lo que encontramos fue un popurrí que representa las decisiones personales que toma quien escribe, ligadas a su manera de ver el mundo o lo que quiere conocer de él (Correa S., 2017, p. 43).
Pese a eso, y con un criterio que el mismo autor considera “caprichoso”, Correa S. identificó 12 asuntos o temas recurrentes en esas crónicas: la persistente violencia o la violencia crónica; sucesos, oficios y memorias; narcos, tribus urbanas y pandillas; testigos y testimonios; el rebusque de cada día (o rebusque menor); anécdotas e ironías; animales y hombres; géneros musicales y deportes (apasionadamente el fútbol); quién es quién (o perfiles) tinta roja (o crónica policial, o sucesos criminales); lugares, paisajes y naturaleza (una decida apuesta por la ecología y la protección del medioambiente, comenzando por la investigación y la denuncia de los responsables de su deterioro), y los oficios periodístico y literario. También están presentes los llamados temas tabú, como la prostitución, las drogas, el fetichismo, las diversidades sexuales, el suicidio y la locura.
La sugerencia de este autor es mirar hacia otros ámbitos, como el ecológico y la salud. Y también acercarse a contar sobre los poderosos y los corruptos en el caso específico de Colombia. A su juicio, eso se ha ignorado, y son los mismos poderosos quienes han asumido estos relatos con el sesgo que algo así implica. En conclusión, dice Correa S. (2017, p. 54) hace falta que los cronistas actúen para que surjan no solo nuevos temas, sino enfoques novedosos, y de esa manera sean superados los clichés.
Y en cuanto a Aguilar (2019), para clasificar los textos analizados se apoyó en la definición de la investigadora alemana Elisabeth Frenzel, quien en la década de los 80 del siglo pasado definió una lista de 135 motivos de la literatura universal. A partir de allí Aguilar identificó 12 bloques temáticos en las crónicas de Latinoamérica: Amazona, heroína; añoranza de países lejanos; arcadia, el salvaje noble; bajada al infierno; bandido justo, rebelde; bufón sabio; codicia, avaricia, sed de dinero; decadente, decadencia, el descontento, el melancólico; emigrante, emigración; ermitaño, estrafalario; tiranía, tiranicidio, traidor; y vida deseada y maldita en una isla.
Esta autora explica que un ejercicio de nube de palabras aplicado a todo el corpus examinado reveló que los motivos más frecuentes son la “bajada al infierno” y “estrafalario”; en segundo nivel, “el descontento”; y un poco más abajo, el “emigrante” y la “vida deseada” y “maldita” (Aguilar, 2019, p. 89).
Y ya elaborada para cada autor en particular, sobre todo los que tienen un corpus voluminoso de libros publicados (a mayor tamaño de la palabra, mayor frecuencia), la nube de palabras reveló detalles muy interesantes. En el caso del colombiano Alberto Salcedo Ramos, por ejemplo: “Se advierte su preferencia por personajes estrafalarios, pícaros y bufones sabios; y el peso en su imaginario de la arcadia, esa Colombia prístina, anterior a la violencia y la corrupción” (p. 89).
También subraya que la argentina Leila Guerriero es quien más motivos aborda, y por eso su obra es la más diversa y universal en ese aspecto. “Ella misma ha explicado en entrevistas que su inspiración escritural viene de la literatura y del arte más que del periodismo: su obra es el reflejo de ese diálogo fluido (p. 90).
Estos dos aportes se pueden resumir así:
Si bien el nivel de detalle de estas dos clasificaciones las hacen muy interesantes a nivel descriptivo, consideramos mucho más sencillo y práctico limitarse a tomar como marco de consideración y abordaje de la crónica, y su clasificación, cuatro dimensiones básica: el personaje (actores, protagonistas, personas o cualquier otro elemento personificado), el lugar (entendido como escenario en sus diferentes niveles), el acontecimiento (lo ocurrido, las acciones, el componente secuencial), y los temas, situaciones o circunstancias considerados en abstracto. Más adelante ahondaremos en algunos de ellos desde la perspectiva de la narratología.
Con todo este amplio telón de fondo de miradas, apreciaciones, consideraciones, experiencias, puntos de vista y reflexiones particulares es posible comenzar a estrechar los límites del concepto de la crónica a partir de las coincidencias:
1. Lo primero es que la crónica es más antigua que el periodismo. De esta forma, se advierten abordajes asimilables a ella desde los tiempos antiguos, vinculados con hechos y personajes históricos. En su configuración, el elemento tiempo resalta como capital, de lo que da una pista clara su vinculación etimológica con la expresión griega Khronos, que significa y remite a “tiempo”.
2. La crónica, entendida plenamente como un género latinoamericano, tiene una ubicación particular —como punto de encuentro, si se quiere— entre la literatura y el periodismo. Eso llevaría a definirla, en un principio, como un texto, tipo relato, que reconstruye o representa, mediante el uso del lenguaje, un hecho, un personaje, un lugar o una situación correspondientes con una realidad acontecida.
3. Al recurrir, en su expresión escrita, a las herramientas de la literatura, la crónica se constituye en una mirada específica de esos hechos reales, personalizada y marcadamente subjetiva, pues está matizada por los enfoques, los puntos de vista, las percepciones y reflexiones del autor. La presencia de una ‘voz’, entonces, es lo que viene a diferenciar a la crónica de otros géneros más “objetivos” debido a la participación evidente y clara de ese “alguien” que, como autor, guía el desplazamiento por la lectura.
4. Lo anterior no quiere decir que la crónica deje de responder a los interrogantes clásicos del periodismo, como ya hemos dicho al principio, pero debe quedar claro que se concentra más en el “cómo”. Eso, al menos expuesto en términos de contrastes y purezas, que más adelante examinaremos, aparta a la crónica del reportaje, género más enfocado en el ‘por qué’, en la explicación, en las conexiones entre causas y consecuencias, y en la exploración de las aristas de los grandes temas.
5. En cuanto relato, la crónica nos trae del pasado un suceso o nos muestra de nuevo un personaje, un lugar o un tema sobre la base de un significado universal; o lo que Ricoeur (1995) al hablar de mímesis define como “metáfora de la realidad”.
6. Y si se trata de ensayar una clasificación, puede bastar remitirse a los elementos narrativos ya mencionados, y encontrar que las crónicas se construyen sobre la base de un personaje o varios; un escenario o diferentes niveles del mismo; o acontecimientos y acciones. A esto se suma la crónica temática, que le da rostro y permite mostrar lo originalmente abstracto.
En el siguiente mapa de ideas podemos apreciar, resumido, todo este recorrido conceptual desarrollado en este capítulo en torno a la crónica:
Actividad de cierre y asignaciones | ||
1. Leer una crónica de personaje e identificar en ellas los elementos básicos del manejo del tiempo y la perspectiva de autor. ¿Cómo está ordenado el texto? ¿Qué elementos hacen posible que se mantenga compacto? ¿Hasta dónde llega la participación del autor de la crónica en el relato? ¿Cómo lo evalúa usted?2. Procedimiento. Desarrollar una lluvia de ideas individual, luego compartirla con los compañeros y, con la orientación del docente, llegar a un consenso. |