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Reflexionando sobre la sensación del yo

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Según todo lo que hemos contado sobre por qué creemos que el yo existe, ¿cuál es nuestra experiencia?

El cuerpo da la sensación de ser claramente un continuo desde que nacemos hasta que morimos. Aunque, en realidad, está constantemente cambiando, como lo demuestra el proceso de envejecimiento o las enfermedades. Los estudios dicen que cada siete años cambian casi todas las células del cuerpo. Respecto al control, es evidente que no tenemos ninguno: enferma cuando quiere y no hemos podido conseguir el aspecto físico que deseamos. No es uno, porque está compuesto de muchas partes, y no es independiente, porque requiere de continuo aporte de agua y nutrientes, porque, si no, moriría.

Los pensamientos, emociones e impulsos no muestran continuidad, están siempre cambiando. No están bajo nuestro control: no pensamos, sentimos o actuamos como queremos, sino que estamos peleando continuamente con estos tres aspectos, sin éxito. No son independientes, sino que surgen basándose en estímulos externos o en la memoria. Y no son uno solo, tenemos múltiples emociones encontradas entre sí, pensamientos diferentes y contradictorios e impulsos divergentes entre ellos.

Por último, si creemos, como la mayoría de las personas, que el yo es el observador, el ensamblaje de todos estos elementos, vemos que no podemos encontrar el lugar donde está, con lo cual la continuidad no se sostiene. El yo no está bajo nuestro control, la mayor parte del tiempo depende de las circunstancias externas (los sucesos que nos ocurren) e internas (pensamientos y mociones sobre todo), y es múltiple; en cada situación (como padre, esposo, trabajador, amigo) y en cada momento, generamos yoes distintos.

En suma, y como dice el Buda, el yo está vacío. Le explica a Saccaka, el maestro jainista con quien ya había hablado sobre el control del yo, que buscar el yo es como un hombre que va en busca del corazón de un platanero y corta con un hacha el gran tronco del árbol. «Entonces lo talaría desde las raíces, cortaría su corona y desenrollaría las vainas. Pero, al desenvolverlas, nunca llegaría a encontrar ningún duramen en el núcleo». Con esta analogía, reflexiona sobre la imposibilidad de encontrar un yo nuclear, absoluto. Darse cuenta de esto, «Esto no soy yo, esto no es mío, esto no es mi ser», facilita soltar y desapegarse, conseguir la no reactividad, alcanzando «una visión sin igual que lleva a recorrer el sendero que conduce a la libertad» (Majjhima Nikaya 35. Nanamoli y Boddhi 1995, pag. 328).

Vacuidad y no-dualidad

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