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Las asunciones distorsionadas del yo

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Creemos que el yo existe porque damos por buenas, de forma inconsciente, cinco asunciones distorsionadas en relación con el yo. Son las siguientes:

1. Continuidad: tenemos la idea inconsciente de que nuestro yo es una entidad que se crea en el momento en que venimos al mundo y desaparecerá cuando fallezcamos. Sentimos que es el actor de nuestras acciones, el pensador de nuestros pensamientos, el que siente nuestras emociones y nuestras percepciones y habita en este cuerpo. Y sentimos que, aunque pueda haber pequeños o grandes cambios, a lo largo de los años, en nuestra forma de ser, pensamientos y sentimientos, se mantiene una especie de «esencia básica», de algo inmutable, de principio a fin.

Si lo analizamos bien, podemos ver que esa sensación de continuidad se mantiene, básicamente, por la memoria. Ella es la que recuerda todo lo que nos ha pasado en la vida. Realmente, lo recuerda desde los 2-3 años, cuando aparece el lenguaje. Antes son memorias corporales: así, por ejemplo, si hemos sido abusados o maltratados, el cuerpo lo recuerda. La memoria es testigo de los hechos que han ocurrido y organiza una sucesión temporal de todas nuestras experiencias, lo que facilita esa sensación de continuidad.

Práctica: desafiando la continuidad del yo

Siéntate cómodamente e imagina por un momento que sufres un accidente y desarrollas un trastorno neurológico consistente en perder la memoria. Ya no tienes recuerdos de nada que te haya ocurrido.

Conecta con cómo sentirías tu yo en ese momento. No hay ningún recuerdo del pasado y nadie que te rodea te conoce, por lo que no pueden ayudarte a «recomponer» tu yo. ¿Cómo sentirías el yo en ese momento?

Puedes imaginar también que tres personas diferentes empiezan a comentarte tu pasado, pero las versiones no coinciden. Hay discrepancias sobre tu edad, dónde naciste, las cosas que te han pasado o cómo has reaccionado ¿Cómo sentirías el yo? Seguramente, te identificarías con el relato que más te gustase, pero los gustos están basados en la visión del yo. ¿Cómo sabes lo que te gusta?

Por último, imagina que te dan una versión única del yo, sin contradicciones, pero no te sientes identificado con ella. Te sientes como un impostor, como que no es verdad. ¿Cómo sentirías el yo?

2. Coherencia o sensación de un único yo: pero no basta solo con la continuidad, basada en la memoria. Esta tiene que ir acompañada de una sensación de coherencia biográfica. Si sintiésemos que estamos dando bandazos continuamente en nuestras acciones, sentimientos o pensamientos, creeríamos que estamos poseídos por otro yo o espíritu, o que coexisten varios yoes. Eso haría que se perdiese la percepción de continuidad. Nosotros tenemos la sensación de ser una única persona, no dos, tres o más.

Pero, claro, no somos coherentes. Hay contradicciones:

 En un momento dado: entre varios aspectos de nuestro yo. Ya hemos descrito anteriormente que yo puedo desear ir al cine, mi cuerpo me dice que está cansado y no tiene ganas, y mi pensamiento duda de si vale la pena el esfuerzo de desplazarse a la sala; por tanto, el yo no sabe qué hacer.

 A lo largo de la vida: han podido ser muy cambiantes nuestras emociones (p. ej., nos hemos enamorado de múltiples parejas de forma rápidamente secuencial), nuestros pensamientos (p. ej., hemos cambiado de ideología política bruscamente varias veces), nuestros deseos o conductas (p. ej., hemos cambiado muchas veces de trabajo, sin motivo claro).

Nuestra mente busca de manera compulsiva interpretar y dar explicaciones de lo que nos ocurre o de lo que hacemos, siempre basándose en nuestra historia biográfica previa. Todo lo que hacemos, pensamos o sentimos está interpretado por nuestra mente para que tenga coherencia con nuestra biografía. Así, nuestra biografía es el pasado interpretando el presente en busca de coherencia.

Esta contradicción biográfica, debida a la inexistencia del yo, es recogida por las tradiciones religiosas. Por ejemplo, en el cristianismo, cuando Jesús llega a la región de los gerasenos, un hombre endemoniado, que andaba por los sepulcros y al que no podían contener ni con cadenas, se acercó a Él para que lo liberase. Jesús le dijo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». A lo que el demonio contestó: «Me llamo legión, porque somos muchos» (Marcos 5, 1-20).

También la psiquiatría lo reconoce, así el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales o DSM por sus siglas en inglés (APA, 1995), la clasificación psiquiátrica de enfermedades más utilizadas a nivel internacional, describe el trastorno múltiple de personalidad como «la presencia de dos o más identidades o estados de personalidad, cada una con un patrón propio y relativamente persistente de percepción, interacción y concepción del entorno y de sí mismo».

Práctica: desafiando la coherencia del yo a lo largo del tiempo

Siéntate en una posición cómoda. Piensa en algunas contradicciones a lo largo de tu vida en relación con sentimientos, acciones o pensamientos. Te pueden servir los ejemplos que hemos comentado anteriormente (cambios de trabajo; cambios de ideología del tipo que sea, no solo política; cambios afectivos en relación con parejas, amigos o familiares).

¿Cómo explicas esas variaciones? Habitualmente, solemos contestarnos que se ha producido por circunstancias externas que nos han influido. O a veces lo explicamos también por sucesos internos, como que cambiamos de forma de pensar, de forma de ver el mundo. Cuando ninguna explicación nos convence, la que solemos darnos es que «Yo soy así» (es decir, contradictorio, impredecible). En ese momento solemos identificarnos más con la originalidad del yo, que luego desarrollaremos, que con la coherencia, y nos sentimos bien.

Si no hubiese interpretación de los hechos, como ocurre en mindfulness conforme se va parando el diálogo interno, ¿qué pasaría?

3. Originalidad: otro aspecto clave es que nuestro yo se siente único. Yo me siento diferente a todos los demás y, en general, mejor que la mayoría, por lo menos en algún aspecto concreto. Si yo fuese exactamente igual que todos los demás, con las mismas etiquetas, la misma biografía y la misma formación, ¿por qué me aferraría a mi yo si es idéntico al resto de yoes? La diferencia, la separación, lo distinto es la esencia del individualismo y, en su expresión máxima, del narcisismo. La homogeneización, la igualdad en todo, la lucha contra la identidad personal es la base del comunismo, y es lo que han intentado dictaduras socialistas extremas como en Albania, Corea del Norte, Camboya o Cuba. El marchamo que estructura esta identidad única, esta diferencia, es nuestro nombre. La identidad con nuestro nombre es lo que certifica que somos únicos. En la Edad Media y en épocas posteriores, la gente moría en duelos solo por defender la honorabilidad de su nombre. Era preferible perder la vida a la honra.

Práctica: desafiando la originalidad del yo

Adopta la postura de meditación habitual. Puntúa la sensación del yo ente 0 (nada) y 10 (máxima).

1 Repite mentalmente tu nombre unas cuantas veces, de forma lenta, como si fuera un mantra. Observa cómo tu sentido del yo se exacerba y puntúalo de 0 a 10. Intenta que no aumente tu sensación de yo cuando piensas en tu nombre. Observa si puedes conseguirlo.Imagina que no tuvieses un nombre. Que la gente te llamase simplemente «Tú», «Hombre» o «Mujer» u «Oye». Llámate a ti mismo con cualquiera de estas fórmulas. ¿Cómo está tu sensación del yo? Liga a «Tú» u «Oye» toda tu biografía. ¿Cómo te sientes? Puntúa de 0 a 10 el yo.

2 Imagina que todos nos llamásemos igual, que no tuviésemos nombres diferentes al resto. Imagina que toda la humanidad se llama como tú, con tus nombres y apellidos. Cuando dices tu nombre, piensa que todos se sienten aludidos, no solo tú. Tus amigos, familiares, todos los que conoces y no conoces se llaman como tú. Repite tu nombre, sintiendo que toda la humanidad responde ¿Exacerba tu nombre la sensación de un yo? Puntúalo de 0 a 10 en esas circunstancias.

3 Por último, piensa que en ese accidente en que has perdido la memoria, has olvidado tu nombre y te lo han cambiado. Ahora te llamas Juan(a) Pérez González. Repite ese nombre interiormente e identifícate con él. ¿Cómo te sientes? Puntúa la sensación del yo de 0 a 10. Termina la práctica cuando consideres.

4. Control: sentimos que el yo puede ejercer un intenso control, tanto sobre nuestro cuerpo como nuestra mente. Y, a menudo, en un rapto de locura, nos gustaría extender este control sobre las otras personas y sobre el mundo en general. El niño, en su desarrollo psicológico y emocional, hacia la edad de 2 años, presenta berrinches o rabietas, cuando ve que no puede controlar el mundo. Nuestras rabietas son similares.

En relación con el cuerpo, podemos recordar cuánto sufrimiento nos produce no poder controlarlo: querríamos que fuese de diferente forma a como es (altura, color de pelo, ojos), más bello (y por eso buscamos operaciones de cirugía estética), más delgado (y nos ponemos a dieta), más musculoso (e intentamos hacer ejercicio). Una enfermedad es el máximo ejemplo de no controlabilidad de nuestro cuerpo y de frustración y sufrimiento por padecerla.

Lo mismo podríamos decir en relación con la mente. Nos gustaría controlar nuestras emociones (a veces queremos a alguien que no nos quiere y desearíamos que no fuese así), pensamos cosas que no aceptamos (desear que fallezca nuestro padre que lleva años sufriendo alzheimer), o hacemos cosas que no queremos (las adicciones o la falta de seguimiento de una dieta son un buen ejemplo).

El cuerpo es más evidente que no lo controlamos, pero en la civilización occidental, siempre hemos querido pensar que la mente sí la controlábamos. De hecho, el Noveno Mandamiento de la ley de Dios dice: «No tendrás pensamientos ni deseos impuros». Este mandamiento no existiría en tradiciones como la budista, porque se asume que no podemos controlar nuestros pensamientos; por tanto, ¿cómo podría ser pecado? Incluso en el cristianismo se hace referencia a esta dificultad casi insoluble. Como dice el apóstol san Pablo en Romanos 7, 15: «Porque lo que hago no lo entiendo, pues no hago lo que quiero sino lo que aborrezco».

No podemos controlar nuestro yo, y el Buda enfatiza este hecho. El Discurso menor a Saccaka recoge un diálogo con Saccaka, un reputado maestro jainista de Vesali, que reproducimos a continuación.

Saccaka afirma: «Este cuerpo es mi ser, las sensaciones son mi ser, las percepciones son mi ser, las inclinaciones son mi ser y la consciencia es mi ser».

¿Qué opinas Saccaka –preguntó el Buda–, un rey ungido, como el rey Pasenadi de Kosala o el rey Ajatasattu de Magadha, ejercería el poder en su propio reino ejecutando a aquellos que deban ser ejecutados, sancionando a aquellos que deban ser sancionados y desterrando a aquellos que deban ser desterrados?

Saccaka responde que los gobernantes de cualquier comunidad tienen derecho a hacer este tipo de cosas. El Buda confirma que así deben actuar los reyes para proteger la integridad del reino frente a quienes intentan debilitarla. (Este discurso no trata sobre la ética o sobre la no violencia, por eso el Buda no entra a si es justo o no ejecutar, sino que compara el control que los reyes poseen sobre su comunidad con la afirmación de Sacakka de que su ser son los cinco agregados, porque aunque «son suyos», no los controla como un rey lo hace con su reino).

¿Qué opinas Saccaka? –pregunta el Buda–. Cuando afirmas que este cuerpo es mi ser, ¿ejerces tanto control sobre el cuerpo como para decir “que mi cuerpo sea así” o que “mi cuerpo no sea así”? Tras estas palabras Saccaka guardó silencio.

(Majjhima Nikaya 35. Nanamoli y Boddhi 1995, págs. 325-26)

Tenemos una idea poco realista sobre el poder que ejercemos sobre nuestro cuerpo y nuestra mente cuando decimos que son «yo» o «míos». Realmente son fenómenos transitorios, cambiantes, impersonales y fuera de nuestro control. No podemos ordenar al cuerpo que esté sano, en vez de enfermo, ni ordenar a las sensaciones que sean agradables, en vez de desagradables. Como se ve, el control que ejercemos sobre nuestro yo es nulo, a diferencia del poder real que ejercía un rey de la antigüedad sobre sus súbditos.

Práctica: desafiando la controlabilidad de cuerpo y mente

Siéntate en un lugar tranquilo. Trae a la mente una situación reciente en la que no controlaste algún deseo, que situamos básicamente en el cuerpo (adicción, sexo, pereza). ¿Cómo ocurre ese proceso de lucha? ¿Quién intenta controlar? ¿Dónde está el controlador? ¿Por qué no pudiste controlarlo?

Ahora trae a la mente una situación reciente en la que no controlases tus emociones o tus pensamientos (la mente genera pensamientos rumiativos que no deseas, aparecen emociones tristes que no quieres que surjan). ¿Cómo ocurre ese proceso de lucha? ¿Quién intenta controlar? ¿Dónde está el controlador? ¿Por qué no pudiste controlarlo?

5. Independencia o no-dualidad: este último aspecto es más difícil, no solo de experimentar, sino siquiera de imaginar, y suele requerir la práctica de la meditación. Hemos hablado del yo como observador. Cuando lo observado es interno, como pensamientos, emociones o impulsos, el observador es más difícil de ver, porque se fusiona con el objeto observado, en este caso el fenómeno mental, y no existen diferencias, a menos que haya metacognición. Al observador es más fácil sentirlo cuando observamos objetos «externos» a la mente: cuando vemos una casa u oímos a un pájaro. La casa y el pájaro están «ahí afuera», mientras que el observador esta «dentro» de nosotros, en una posición que sentimos como detrás de los ojos.

Sin embargo, la idea que tienen mindfulness y las tradiciones contemplativas es que observador y observado no son independientes sino interdependientes. Como decía el místico hindú Jiddhu Krishnamurti: «El observador es lo observado». Esto tendría múltiples interpretaciones, algunas erróneas según mindfulness; por eso, podríamos transcribirlo como «el observador no existe de forma independiente de lo observado». Si observamos el sol, el objeto influye en el observador. Si observamos la ira, somos parcialmente la ira y nos modifica. En antropología y ciencias sociales es bien conocido que el observador de un fenómeno sociológico cambia el fenómeno. Si un antropólogo occidental observa una tribu con apenas contacto con la civilización, no están actuando como lo harían habitualmente, porque hay un extraño observando. Considerar que el yo es independiente de lo observado es pensar que puede existir una entidad aparte que pueda observar lo que sea sin mezclarse y sin influenciarse por ello.

Práctica: desafiando la independencia del yo, la dualidad observador-observado

Adopta la posición de meditación. Pon atención a los sonidos. Dependiendo del entorno, oirás pájaros, coches, personas hablando… Da igual, no generes juicios ni ninguna cognición. Observa dónde aparecen los sonidos. Generalmente, uno siente que es en la zona de los oídos, justo en el límite de nuestro cuerpo, en la zona donde tenemos esos órganos.

Sin embargo, siente ahora que tu conciencia se expande y que no se limita al cuerpo. Siente como si pudieses lanzarla al lugar donde se está produciendo el sonido: donde canta el pájaro, chirría el coche o habla la gente. Es posible que tengas la percepción de que el sonido se genera allí, en ese lugar, y no en nuestros oídos. ¿Qué explicación le darías a esa experiencia?

Vacuidad y no-dualidad

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