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Zona de confort

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Poupée encontró pronto su posición favorita; apenas llevaba una hora en casa, y ya buscaba acurrucarse en mi antebrazo.

Yo ponía el antebrazo en posición horizontal, pegado al cuerpo, y Poupée se hacía una bolita con su carita pequeña, con los ojitos todavía cerrados (por supuesto), las orejitas tan diminutas que apenas se distinguían. Su carita, decía, la pegaba en mi piel, y así se quedaba Poupée, tan a gusto que no se movía hasta que le tocaba el biberón.

Yo me quedaba observándola y ¡qué ternura me transmitía! Tan pequeñita, pegada a mí, no me cansaba de mirarla, no solo por lo que veía, también por las sensaciones que sentía.

Por la noche la escena era muy parecida, los primeros días se acomodaba pegada a mi cuello y allí dormía plácidamente. Eso, por supuesto, iba forjando entre Poupée y yo una relación muy especial.

Aun ahora cuando Poupée tiene casi tres años, por las noches, se acurruca a mi lado, muy pegada a mí, y, en el trascurso de la noche, hace un gesto con su patita, una tierna caricia, como diciéndome «aquí estoy, a tu lado». Y eso a mí me «destroza» emocionalmente.

¿Cómo puede ser que una gatita transmita emociones tan intensas?

Y así, encontrando su zona de confort, se produjo el comienzo de las maravillosas experiencias vividas con Poupée.

Ya he mencionado antes el taller de mi padre. ¡Cuántas horas pasé allí!

Mi padre tenía su taller de carpintería en Fontiveros, un pueblo de la provincia de Ávila que entonces tendría unos 1.600 habitantes.

Si mirabas de frente desde la calle, se veía a la izquierda la casa y a la derecha el taller, en una misma fachada; interiormente estaban comunicados.

Detrás del taller había lo que llamábamos «el huerto», porque esa había sido la utilidad que había tenido dicha parcela antes de comprarla mi padre.

Yo me hice una especie de pista de atletismo en el huerto y allí también pasé largas y maravillosas horas.

De la casa al taller se pasaba sin necesidad de salir a la calle; el taller era una extensión de la casa. Y para mí lo era no solo físicamente, también en sentido emocional. En el taller leía tebeos y libros, jugaba, aprendía a usar las herramientas, escuchaba la radio (que siempre estaba encendida) y, sobre todo, disfrutaba de lo que todo eso representaba para mí.

Las emociones vividas con Poupée me han hecho recordar que allí tenía mi zona de confort, y que todo lo vivido en aquel añorado taller también enriqueció mi vida.

Poupée

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