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ОглавлениеI: EL DESPERTAR DE LA CONCIENCIA
Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es.
Jorge Luis Borges
Debemos considerar nuestra evolución personal desde una perspectiva integradora. Esto quiere decir que la realidad física y la espiritual forman parte de nuestras experiencias vitales. Cualquier proceso de sanación o de evolución que pretenda ser significativo debe contemplarlas de forma interdependiente.
El cambio de paradigma
Sabemos ya que el espíritu y la materia son indisociables, pero seguimos separándolos de forma sistemática. El cambio de paradigma al que asistimos trae consigo mucho desconcierto. Una de las contradicciones más explícitas consiste en negar el mundo espiritual para vivir exclusivamente en el material o viceversa. En cualquier caso, la posibilidad de integrar ambas realidades se nos antoja muchas veces confusa, lejana o incluso peligrosa. Negamos esta posibilidad porque vivimos identificados con la dualidad. En un universo dual, la realidad se organiza sobre principios antagónicos. De acuerdo con la doctrina dualista, el espíritu (la luz) representa el bien, y la materia (la oscuridad), el mal. Esta creencia forma parte de nuestra cultura desde hace miles de años. Al principio se usó para explicar el origen de la creación, pero con el paso del tiempo fue impregnando muchas áreas de conocimiento. Hoy en día forma parte de nuestro sistema de pensamiento. La razón se opone a la intuición, lo femenino a lo masculino, la riqueza a la pobreza, el frío al calor, lo que está bien a lo que está mal…
Esta forma de pensar nos fuerza a elegir entre uno de los dos polos de la dualidad y, con ello, nos crea un conflicto. La vida se convierte entonces en un eterno dilema. En lugar de observar de forma neutral los hechos o las experiencias que vivimos, tendemos a juzgarlos o a etiquetarlos y lo hacemos de acuerdo con conceptos que son antagónicos. Al observarte a ti mismo, actúas igual. Te divides. Tratas de hacer las cosas bien porque piensas que hay una forma de hacerlas mal y, cuando te sales de ese cliché, te sientes fatal. La dualidad te conduce a vivir enfrentado contigo mismo. Si piensas en el espíritu y en la materia, lo primero que haces es separarlos y, si alguien te dice que son manifestaciones de una misma realidad, lo niegas. La negación es un mecanismo de defensa22. Nos negamos a creer algo porque no nos atrevemos a experimentarlo. Es una forma de darnos tiempo antes de admitir la posibilidad de que eso que estamos rechazando sea cierto o nos pueda aportar algún valor. Cuando no estamos preparados psicológicamente para asumir una nueva realidad, tendemos a protegernos. Lo hacemos a través de la negativa, la desvalorización o la destrucción. Sin embargo, cuando ya nos sentimos preparados para aceptarla, la admitimos como si la conociéramos de toda la vida.
Vivir desde el corazón nos conduce a integrar los contrarios que forman parte de la dualidad. Para ello tenemos que modificar los supuestos sobre los que basamos nuestro comportamiento y dar un salto de conciencia. En estos momentos, la humanidad se encuentra en un momento de gran trascendencia histórica, pues los sistemas de creencias que gobiernan nuestra vida cotidiana están siendo cuestionados. Esto genera convulsiones en la sociedad, en los grupos humanos y en los individuos y también numerosas contradicciones.
Antiguamente, por ejemplo, visualizar el campo de energía de una persona se consideraba algo sobrenatural. Hoy no tiene nada de raro registrar con ayuda de la tecnología las distintas capas de energía que rodean el cuerpo físico y, en función de los resultados obtenidos, determinar si la persona está sana o tiene problemas de salud23. Nadie niega el hecho de que la energía viaja a través del espacio, pero muchas personas rechazan la posibilidad de que nosotros seamos canales para su recepción y transmisión. La posibilidad de comunicarnos mediante telepatía, clarividencia, clariaudiencia o a través del conocimiento directo se ve todavía como algo raro o esotérico. No obstante, constituye el principio de la inspiración creativa y el motor de la innovación, que es el principal activo económico de nuestros días y uno de los discursos mediáticos dominantes.
La mayor parte de las personas tienden a pensar que la ciencia es una verdad incuestionable cuando lo cierto es que tan solo es transitoria. Casi todos los grandes científicos admiten que, sin una chispa de inspiración divina, sus trabajos no habrían transcendido más allá de sus despachos. Como dice el gran físico y matemático alemán Max Planck: «Para los científicos, Dios está al final de todas las reflexiones». Lo que otorga validez a la ciencia no son las pruebas experimentales ni las fórmulas matemáticas que verifican y ordenan las hipótesis teóricas, sino el sistema de creencias que las admite como ciertas. Si, por ejemplo, caes enfermo de gripe y te tomas la medicación que te receta el médico, es porque confías en sus efectos de manera inequívoca. Seguramente creerás que la investigación farmacológica los legitima. En cambio, si piensas que la gripe es la respuesta natural que produce el organismo para depurarse y evitar el desarrollo de una enfermedad crónica, la pasarás sin medicarte.
El nuevo paradigma científico nos dice que la realidad básica es la conciencia. Sin embargo, mientras no confíes en tu poder para crear la vida que deseas experimentar, lo negarás y seguirás intentando encajar en un esquema social arbitrario. La verdad solo la reconoces cuando la recuerdas, pero el recuerdo no se basa solamente en traer al presente la información que tienes almacenada en la memoria. Para recordar tienes que amar. Es preciso que te dejes sentir y que abras el corazón. De esta forma, te pones en coherencia con el universo y traes a la dimensión humana la información que necesitas procesar para avanzar en equilibrio. El amor es la fuerza más poderosa de la vida. Es el único eslabón capaz de salvar todos los límites que te separan de la salud y la felicidad. Para poder amar tienes que dejarte tocar por tu esencia y consentir que esta te transforme. Eso implica trascender al ego. En suma, tienes que arriesgarte y saltar.
Los modelos de relación que pretenden perpetuar la ilusión de separación entre la vida espiritual y la material ya no sirven. Esto es algo que no podemos seguir negando por más tiempo. Nos encontramos en el vórtice de una vorágine de la que no tenemos precedentes. La revolución tecnológica está acelerando el proceso del cambio y la crisis cultural y social que vivimos en la actualidad lo confirma sin ninguna duda. Ahora no podemos vislumbrar el resultado de esta formidable mudanza y, quizás por eso, tendemos a refugiarnos en lo conocido.
La incertidumbre nos sigue dando miedo. El problema es que la casa se está desmoronando. Hay muchas goteras, las ventanas no cierran y el suelo se resquebraja bajo nuestros pies. Cuando queremos tapar un agujero, aparecen dos o tres en otro lugar… La intervención parcial sobre los problemas y las necesidades que la humanidad tiene planteados ha dejado de ser eficaz. Necesitamos respuestas globales que sean capaces de contemplar todo el panorama. Por esta sencilla razón, nos estamos moviendo hacia el corazón. La mente racional ha fracasado en su intento por dominar la realidad. No es que sea inútil, pero no sirve como guía y no puede liderar el proceso del cambio. Si te duele un órgano, la mente se centra en el problema y trata de resolverlo. El corazón, en cambio, lo relaciona con el resto del cuerpo y te ofrece una solución holística.
El cambio de paradigma implica comenzar a vivir bajo un nuevo supuesto. Nos está invitando a ser responsables de nuestra evolución personal a un nivel al que no estamos acostumbrados. Puedes levantarte por la mañana y funcionar por inercia o despertar a la vida todos los días. La diferencia es notable. La idea de que la realidad es así forma parte de este viejo sistema de creencias basado en la separación. Es una imagen que te está excusando a la hora de intervenir sobre ella para transformarla. Por otro lado, la idea de que no puede seguir siendo así también es anticuada y te mueve a forzarla para que se ajuste a tus deseos y expectativas. Sin embargo, hay un camino intermedio que dice que las cosas son como tú las ves y, por tanto, que siempre te están hablando de ti mismo. Si lo sigues, te responsabilizarás totalmente de lo que estás viviendo en cada momento y, al mismo tiempo, ejercerás una influencia positiva en el conjunto de la humanidad y en la propia Tierra, a cualquier escala.
El cambio de paradigma es el germen del cambio social. Cuando muchas personas cuestionan los modelos de pensamiento vigentes y cuando la ciencia demuestra sus límites (o su invalidez), el advenimiento de una nueva civilización es inexorable.
El latido de la creación es el amor
La esencia personal de la que procedemos solo tiene valor y utilidad cuando nos atrevemos a experimentarla. No necesitas comprender lo que significa tu naturaleza básica ni tampoco intentar conectar con quien ya eres. Lo único que necesitas hacer es vivir a partir de tus sentimientos. Todo lo que procede de la esencia es grandioso, verdadero y alegre y alberga un enorme potencial de transformación. Cuando conectamos con ella de forma intencionada, consciente y continuada, logramos sanar de cualquier dolencia. Puede llevarnos más o menos tiempo, pero sus efectos son inequívocos. El cuerpo no lo refleja siempre (sobre todo si está muy deteriorado), pero sí lo hace el alma.
Cuando estás en sintonía contigo mismo, la rumiación mental, las preocupaciones, la autocrítica destructiva y los juicios de valor que te separan de otros seres desaparecen. Además, las emociones perturbadoras que te conducen a reaccionar de forma dañina y desproporcionada se disuelven como el humo de copal. Finalmente, la energía que fluye desde tu núcleo divino alcanza el cuerpo y lo repara. Al liberarte del dolor interno, el contacto con la esencia se hace más tangible y puedes desplegar sobre la Tierra tu verdadera grandeza. Esto significa que tus sueños se hacen realidad más fácilmente. Es la dinámica que explica el maestro Jesús cuando dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Lo que sentimos cuando nos atrevemos a vivir desde nuestra esencia es amor. Si tuviera que definirlo diría que es el movimiento que realiza el espíritu hacia la realidad física. Los pensamientos elevados, los sentimientos de plenitud, alegría, fe, éxtasis, etc. y las certezas absolutas que nos conducen hacia la acción surgen del plano de la esencia. El amor nos mueve hacia la inocencia, la unidad, la colaboración y la alegría. La personalidad en la que te reconoces está hecha a partir de tu naturaleza amorosa. Tu mente es un reflejo de tu esencia que vibra en una banda concreta de frecuencias, y lo mismo sucede con tus emociones y tu cuerpo.
Tu esencia es única y agrupa todos los principios superiores que has logrado integrar en tu viaje a través de la dualidad24. Es un lugar lleno de belleza y el principio desde el cual emerge la vida. A medida que despliegas tus verdaderos talentos, tus creaciones se enriquecen con más energía procedente de ella. Entonces tu conexión se intensifica, se hace más clara y eso te proporciona más vitalidad y una mayor capacidad creativa. Somos amor. El lama tibetano Tulku Lobsang afirma que la razón por la que nuestra realidad básica es amorosa es porque todos buscamos lo mismo: ser felices. ¿Hay alguien que se despierte por la mañana con la intención de sufrir un poco más que el día anterior? Estamos viajando desde dimensiones elevadas a otras más densas y, aunque no siempre escuchemos al amor o nos dejemos llevar por él, su presencia es permanente. Está dentro y fuera de ti e irradia desde ti (desde tu esencia) y hacia ti de forma masiva y en todas direcciones.
Si intentas definir o darle forma a tu esencia, lo que haces es limitar tu experiencia. Te haces pequeño y te sitúas fuera de ti mismo. Algunas personas la colocan en un pedestal y le piden que realice los milagros que solo a ellas les corresponden hacer. Otras la intentan encajar en un teorema o en una formulación matemática. Para la persona espiritual, la idea de demostrar su existencia no es importante. Tampoco hay ninguna necesidad de rechazarla ni aceptarla. Es solo un nombre. Forma parte de un sistema de creencias arbitrario y por ello tiene el mismo valor que las palabras prana, chi, luminosidad base, Dios, sopa cuántica, energía universal, orgón, etc. En definitiva, es algo que simboliza nuestra divinidad interna y lo que tiene interés es su reconocimiento y el uso que hacemos de ella a partir de la experiencia personal.
El amor es un movimiento que acoge realidades diferentes para inspirar un cambio positivo en la experiencia. Así como la luz es información, el amor es creación. Para conocerlo, es necesario experimentarlo en relación a otros seres. Las personas expresamos y recibimos amor de infinitas maneras. No hay un estándar, pues es un principio creativo, no un consenso colectivo. Muchas personas lo confunden y tratan de obtenerlo de los demás para llenar un vacío existencial. En este caso, se convierte en una especie de regateo afectivo, un juego enmascarado de falsos cumplidos e intereses encubiertos. Hacemos lo que socialmente se espera de nosotros para que nos quieran, pero el vacío nunca desaparece.
El amor no es algo que se pueda comprar. Si deseas sentirlo, solo tienes que reconocerte con derecho a recibirlo. Cierra los ojos, respira con calma y acepta su presencia. Estás hecho de amor, así que solo tienes que dejar que emerja desde tu interior. A partir de ahí, puedes hacer con él lo que quieras. Siempre está a tu disposición. Lo puedes compartir o experimentarlo en soledad. Tú eres la fuente de la que mana y el cántaro que rebosa. Eres ambas cosas. Lo que importa es que te ames a ti mismo. Es decir, que seas sincero y que no te escondas bajo el disfraz de la máscara. El amor te ayuda a ver lo que no eres (tus zonas oscuras) y eso, en ocasiones, te puede llegar a atemorizar. No tengas miedo a tu sombra porque el amor es más fuerte. Cuando te encuentres en una situación conflictiva, pregúntate: ¿qué haría el amor en este caso? Después, déjate sentir y actúa.
Todos los seres vivos partimos del amor y regresamos a él. El principio creativo del que procedes está contenido en cada átomo y en cada célula de tu cuerpo, por lo que nada de lo que te sucede es ordenado por ninguna entidad que no resida dentro de ti mismo. Por este motivo, el amor es capaz de restablecer la salud y es el ingrediente imprescindible de la felicidad. Si rechazas tu esencia amorosa y te separas de tu divinidad interna, estableces límites a tu capacidad de sanación y transformación personal. Durante mucho tiempo, los seres humanos la hemos negado y hemos vivido dominados por el miedo, que es una energía de muy baja frecuencia. En lugar de expandirnos, nos contrae, nos cierra y nos oculta a los ojos de la esencia. En cierto sentido, esta negación ha sido necesaria, pues solo al oponernos a la luz hemos sido capaces de experimentar la oscuridad para comprender lo que esta significa. De este modo, ahora podemos trascenderla y crear algo nuevo.
En estos momentos hay muchas personas en todo el mundo que están recordando lo que realmente son y despertando al amor. ¿Eres tú una de ellas? Esta remembranza te conduce a aceptar tu propia oscuridad para poder así trascenderla. También te invita a reconocer tus verdaderos potenciales para desarrollarlos al máximo. Es un camino de «iluminación» que te mueve hacia la integración, tanto de la luz como de la oscuridad. Aquí la lucha entre el bien y el mal se termina y los conceptos tradicionales del bueno y el malo desaparecen. En su lugar, lo que haces es crear una realidad diferente a la que conoces.
La integración transciende la dualidad. Esto es algo que solo puedes hacer desde el corazón (no desde la mente), de modo que permite que sea él quien te guíe. Cuando te dejas llevar por la intuición, tus más profundos anhelos se convierten en algo irrenunciable y accedes a un nuevo nivel de experiencia. Entonces la responsabilidad, la salud, la armonía y el placer se incrementan de forma progresiva. Los beneficios de vivir según los dictados del corazón son evidentes y muy numerosos. Por otro lado, la sabiduría que acumulas y lo que haces con ella representan tu aportación al conjunto de la creación y al plano mismo de la esencia. Recuerda que todo el cosmos te está observando y quiere ayudarte para que hagas realidad tus sueños.
Amar significa integrar la luz y la oscuridad. Solo el amor puede hacer algo así. Para amar necesitamos conectar con nuestra esencia y reconocer la pulsión de fuerza que habita en nuestro interior: nuestra divinidad interna.
Conecta con tu esencial personal
Me había quedado a dormir en casa de mi madre. Era invierno y la lluvia golpeaba con fuerza contra los ventanales. El viento rugía a placer arrastrando oleadas de agua y haciendo bramar los árboles. Me desperté con el ruido descomunal de un trueno. Serían las dos de la madrugada. Abrí los ojos. El fragor de la tormenta retumbaba con toda su intensidad. Me encantaba esa sensación. De repente comencé a escuchar un eco muy lejano, como una reverberación. Al principio pensé que sería un transformador o algún aparato eléctrico, pero rápidamente me di cuenta de que aquella vibración procedía de otro lugar. Permanecí inmóvil, respiré con calma y dejé que mi cuerpo me diera la pauta.
Cuando ya me disponía a dormir de nuevo, sentí que una energía muy fina, como un hilo de plata, se introducía en mi cuerpo. La hebra de luz pasó entre mis piernas, subió a lo largo de mi columna y salió por la parte anterior de mi cabeza hasta perderse en el infinito. Entonces adquirió más intensidad y más presencia, como si se acomodase dentro de mí. Mi cuerpo pareció elevarse y yo me quedé como suspendido en el aire por un hilo luminoso. Permanecí varios minutos a merced de esta energía y supe que una gran conciencia me estaba tocando al nivel de la esencia. En un momento dado escuché, a unos quince centímetros por encima de la cabeza, algo parecido a un chispazo. Inmediatamente después viví un instante de lucidez y comprendí que todos estamos conectados formando parte de una unidad. Me sentí dentro de un gran océano de amor y mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba flotando en medio de la pureza. Comprendí el infinito amor que todos los seres irradian de forma incondicional, por el mero hecho de existir, y me sentí inmensamente agradecido por ello. En ese instante, una voz profunda y clara me dijo: «El Gran Consejo». Más tarde, el flujo de energía cesó y todo volvió a ser como antes.
Dos semanas después me encontré con mi amigo José Miguel Carrillo de Albornoz, descendiente directo del linaje de sangre del emperador azteca Moctezuma II. Cuando le conté lo que me había sucedido, me entregó un libro titulado El Gran Consejo. Era un manuscrito sagrado que contenía las enseñanzas de la cultura maya. Solo hay seis ejemplares en todo el mundo, de modo que tuve que leerlo en una semana y devolvérselo a su dueño. Su lectura me condujo por una línea de tiempo ancestral y modificó por completo mi forma de ver la realidad.
Si deseas amarte incondicionalmente, necesitas encarnar de forma consciente tu propia divinidad. Para ello tienes que dejar de fabricar tu identidad a partir de lo que piensas o sientes que eres y abrirte al espíritu. A medida que te vas dejando guiar por la energía que brota de tu esencia, los preceptos culturales que hoy te sirven como referencia se debilitan. Cuando esto sucede, la forma de percibir y actuar sobre la realidad cambia y tú te transformas en otra persona. Conectar con la esencia personal puede parecer un ejercicio complejo o místico pero, en la práctica, es muy sencillo. Solo tienes que respirar y entrar en la quietud del silencio. En realidad no hay que hacer nada. No tienes que irte a una montaña, encerrarte en una cueva durante días ni ayunar interminablemente. Nuestro núcleo divino interno no necesita ser buscado, tan solo reconocido y aceptado.
Cuando el ego gobierna la vida, la esencia aparece velada y no hay forma de conectar con ella. La mente quiere controlar la realidad, pero lo que hace es anularla. Cierra las puertas y el alma se esconde a la espera de una oportunidad mejor. Cuando te abres al sentimiento y a la intuición, el alma derrama sobre el ego el néctar de su esencia. Entonces vives la experiencia física de la salud y la felicidad. Conoces esta sensación, pero no siempre deseas admitir que procede de la dimensión espiritual de tu personalidad. En este caso, la plenitud o la dicha son pasajeras. Como si fueran pájaros mensajeros que tocan tus cabellos para recordarte quién eres y evitar que te pierdas en el olvido.
Una buena manera de conectar con la esencia consiste en razonar sobre su significado. De esta forma, cuando aparecen los prejuicios o los miedos, la mente no duda de su existencia y tú puedes sostener la intención de seguir viviendo desde el corazón. Supongamos, por ejemplo, que eres una persona religiosa. En este caso, debes reflexionar sobre la idea de Dios como fuente de toda la creación. Si Dios representa el origen de todo, cualquier cosa es una creación suya. De igual forma sucede con un padre que es el creador de su hijo. De acuerdo con este razonamiento, Dios no puede existir sin ti pues, si tú no existieras, Dios sería otra cosa. Lo mismo le sucede al hombre que tiene un hijo. Es padre porque tiene un hijo. Si no lo tuviera, sería solo un hombre, o sea, otra cosa. Si Dios solo existe en la medida en que existen sus creaciones, estas son una parte indisociable de Él. Por tanto, si Dios es el origen y la esencia de la creación, tú también lo eres. Siguiendo este razonamiento puedes llegar a comprender tu esencia.
Imagínate ahora que eres ateo. Un ateo cree que Dios no existe. Cree en la ausencia de Dios, es decir, cree en algo. Este algo debe poder definirse. Si eres ateo, quizá digas: «Yo creo en la vida, en la razón, en la ciencia, en la familia, en el poder, en el ego…». Si, por ejemplo, crees en la razón y te pones a reflexionar sobre ella, rápidamente te darás cuenta de una cosa: en realidad no existe. Solo es una idea. Lo mismo sucede con la ciencia, el poder, la vida, la familia… solo son construcciones mentales. Si te sitúas más allá de las convenciones, te muestras honesto y reflexionas en profundidad sobre el significado de la razón, llegarás a la siguiente conclusión: eres tú mismo creando esa realidad. Podrás imaginarte infinitas situaciones en las que la razón sea una verdad absoluta. Sin embargo, esas imágenes terminarán por diluirse, serán sustituidas por otras y nunca podrás sujetarlas. Al final, siempre llegarás a la conclusión de que tú eres el creador de la realidad que observas. De este modo, te puedes acercar a tu esencia personal.
Una buena forma de aproximarnos a nuestra divinidad interna es reflexionar sobre su existencia. De este modo creamos argumentos sólidos que debilitan las resistencias internas que están obstaculizando nuestra experiencia espiritual.
El espíritu es lo que te impulsa hacia la vida y el origen de tu actuar creativo. Cuando pierdes la curiosidad, el potencial creador que te singulariza como un ser único se apaga. Si dejas de mover la conciencia hacia tu núcleo divino interno, comienzas a deambular sin rumbo. Entonces, para poder sentirte seguro, te aferras a rituales, normas y convenciones sociales. Si haces las cosas para agradar a una autoridad externa es porque tienes miedo a ser rechazado. En este caso, crearás insatisfacción, un cierto desacuerdo interno y también enfado.
Cada cierto tiempo necesitas detener el tren de la vida, pararte a pensar, relajarte y tomarte un tiempo para ti. Si no lo haces, terminas provocando una crisis que te conduce de nuevo a mirar hacia dentro. A no ser que te hayas desconectado por completo de la luz y estés viviendo en la oscuridad más extrema (que desprecia la vida y se nutre del placer negativo), el retorno a tu esencia es una constante y una necesidad vital. Si eres observador, comprobarás que es una dinámica de la que no deseas sustraerte. En este sentido, lo más productivo es que mantengas, de una manera continuada, una parte de la conciencia en el nivel espiritual de tu personalidad. Ten en cuenta que esta es multidimensional y que puede estar en varios sitios al mismo tiempo. Resumiendo, no tienes que esperar a vivir una crisis ni tampoco acumular una tensión insostenible que te fuerce a parar. Solo tienes que ser consciente de que eres algo más que un cúmulo de ideas, un amasijo de emociones y un puñado de sensaciones físicas.
Tanto si eres escéptico como si no lo eres, al principio es muy útil crear una base racional concluyente que te permita reflexionar sobre esta idea. Cuando razonas de manera definitiva sobre tu naturaleza esencial, tu organismo se transforma y la percepción sobre la realidad cambia. Razonar de forma definitiva significa que, cada vez que creas un argumento, estableces una pausa, respiras y permites que la información entre en tu cuerpo y sea recogida por tus células. Los budistas, grandes maestros en el arte de conocer y utilizar la mente a voluntad, llaman a este recurso el conocedor subsiguiente25. Si, por ejemplo, examinas la perseverancia, puedes hacerte la siguiente pregunta: ¿ser perseverante me beneficia en algo? Observa la respuesta que emerge a la conciencia. También es útil que recuerdes situaciones en las que te mostraste perseverante y te fue bien. O que visualices una situación en la que te suelas mostrar disperso y la imagines al revés. De esta forma, la idea de que la perseverancia es una virtud personal que merece la pena ser desarrollada te resultará evidente y a todas luces incontestable.
El acceso al conocimiento directo
Disponer de una base argumental sólida te puede ayudar a descubrir el secreto que se oculta detrás de la esencia. El motivo es que, cuando la mente comienza a dudar, la retentiva mental trae al presente los razonamientos que has elaborado previamente. Eso te da confianza para perseverar y seguir sosteniendo la intención de rendirte a la sabiduría del corazón. No obstante, lo importante es que experimentes tu esencia de forma directa. No basta con que pienses o discutas sobre ella. Tienes que entrar en el silencio y sentirla a través del cuerpo. La meditación es una forma excelente de abrir esa puerta, pero puedes descubrirla haciendo otras cosas. Cualquier actividad puede convertirse en un vehículo de acceso al espíritu. Solo hay una condición. Que la concentración sea absoluta, de forma que la acción y la conciencia vayan unidas. En otras palabras, no piensas sobre lo que haces mientras lo haces, pero sabes lo que haces. Entonces, la propia acción te conduce a vivir una experiencia de flujo.
Las relaciones con otros seres, con determinados objetos o con los fenómenos de la naturaleza son instrumentos privilegiados para el acceso a la trascendencia. En realidad, cualquier situación vital puede servirte para conectar con tu divinidad interna. Lo único que debes hacer es reconocerte en ella y abrazarla con humildad. En ocasiones, tal y como me sucedió a mí aquella noche de invierno, la esencia nos toca sin previo aviso. La cuestión es que, al formar parte de ti, te puede sorprender en cualquier momento. Si deseas experimentarla solo necesitas estar atento y ser receptivo.
En todo caso, es importante distinguir entre el conocimiento intelectual, que está formado por una base racional sólida, y el que emerge a la conciencia de forma directa, como una revelación inmanente. El primero sirve de base para que el segundo altere nuestra percepción de manera significativa. Cuando cambias tu forma de ver el mundo, tu vida se transforma por completo. Imagínate que dejas de creer que es un lugar de escasez y limitaciones y comienzas a pensar que es indeterminado y abundante. ¿Qué crees que sucedería? Razonar sirve para preparar el terreno, pero la forma en la que ves la realidad solo se modifica cuando te dejas guiar por el corazón y trasciendes el ego. Tienes que ser osado, salir de tu zona de comodidad y abrirte a la incertidumbre.
Cuenta la leyenda que, en un reino muy lejano, un rey recibió como regalo dos pollos de halcón. Al cabo del tiempo, el maestro de cetrería le informó con gran pesar de que solo uno de ellos había aprendido a volar. El rey, disgustado, mandó llamar a los sabios del reino, pero nadie le pudo explicar el motivo de tal anomalía. Ofreció entonces una cuantiosa suma de dinero a quien enseñara a volar a su halcón. A la mañana siguiente, se asomó a la ventana y lo vio surcando el cielo a sus anchas. Sorprendido y alegre, hizo llamar a su presencia al autor del milagro. Ante él apareció el jardinero de palacio.
—¿Eres mago? –le preguntó.
—No, señor –contestó el muchacho.
—¿Y cómo lo hiciste? –interrogó el rey.
—Verá, majestad –dijo el jardinero-, yo solo corté la rama y el halcón se acordó de que sabía volar26.
La mejor forma de experimentar tu divinidad consiste en moverte por el mundo con una actitud creativa. Los artistas y los científicos obtienen su inspiración cuando conectan con el espíritu. Ser artista o científico no tiene nada de especial, todos los niños lo son. Tú también lo eres y lo único que debes hacer es integrar la experiencia espiritual que vives al hilo de tus creaciones y no dejarte confundir por la ilusión de la fama, el poder o el éxito. Los antiguos mayas afirman que los hombres de ciencia que se separan de su luz interior terminan consumidos por el fuego de su propia sabiduría. Es como si pretendiesen coger el aire con las manos o atrapar en un vaso toda el agua que brota de una cascada. En su intento terminan exhaustos y mueren desfallecidos en medio de una ansiedad infinita. Sobre los artistas dicen que, cuando viven atrapados por el ego, experimentan un estado de egolatría que los conduce a buscar sin descanso el halago, la fantasía o el escándalo. Entonces, su felicidad se torna frágil y quebradiza, pues solo se sostiene en su satisfacción personal.
En ocasiones, la revelación inmanente llega como resultado de una crisis existencial o de una situación extrema. Muchas personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte regresan con una percepción muy clara de su espiritualidad. Por lo general, el resultado suele ser impactante y sus vidas cambian por completo. Otras veces el dolor profundo que deja una crisis nos mueve hacia ese espacio de quietud y silencio del que surgimos renovados. Con mucha frecuencia, el sufrimiento es la única vía de acceso que admitimos a la hora de tomar conciencia de nuestra genuina grandeza.
La revelación inmanente nos conecta con nuestro núcleo divino interno. Es un acceso directo al amor en su estado más puro.
Cuando te familiarizas con tu esencia personal y confías en tu sabiduría interna, la intuición te informa con bastante certeza sobre lo que debes o no hacer en la vida. En este estado, todas tus experiencias vitales se tiñen de amor y sirven al propósito de desarrollar las virtudes y los talentos personales que has decidido manifestar sobre la Tierra. Para transitar por el camino del corazón, es muy útil razonar de forma definitiva. Sin embargo, desviarte del propósito esencial que te trae a la vida es muy fácil, pues la mente se distrae con cualquier cosa. Los pensamientos que dejas reposar sobre el cuerpo son muy valiosos y contienen un potencial muy elevado de transformación. No los desestimes.
A medida que te entrenes en la habilidad de razonar de forma meticulosa sobre un solo aspecto de la vida, te resultará más fácil recordar quién eres. También descubrirás qué has venido a hacer al mundo. Desarrollarás la intuición y abrirás una puerta que te conectará con la Tierra y te dará acceso al espíritu. Si permaneces alerta y eres receptivo, el elixir del amor te tocará en lo más recóndito de tu ser y te despertará al prodigio de la vida.
Liberarte del dolor es una condición
Para disfrutar de los beneficios del espíritu es necesario que reconozcas tu dolor interno y lo liberes. Esto no es negociable. La esencia de la que estás hecho tiene una base amorosa. El amor es una energía que se mueve desde ti y hacia ti de forma constante. Viaja desde frecuencias elevadas a otras más densas. Su propósito es llegar hasta tu cuerpo y proporcionarte la experiencia física de la salud y la felicidad. Sin embargo, en su intento por llegar hasta ti se encuentra con tus dramas personales.
El dolor interno que sentimos en el presente se origina en la infancia. Nace a partir de los traumas que hemos experimentado siendo niños y se va acumulando en nuestro campo de energía, formando bloques de conciencia estancada. La luz del amor empuja estas obstrucciones, disuelve las emociones que están reprimidas e ilumina las ideas erróneas que justifican y perpetúan nuestro dolor interno. Una vez hecho esto, el amor llega hasta el cuerpo y lo sana. Veamos un ejemplo. Si te sientes traicionado por alguien, es muy probable que adoptes el rol de víctima y pienses que él o ella es una mala persona. En esta situación, el amor hacia ti mismo libera el dolor interno y te ayuda a ver la parte de ti que está involucrada en el conflicto. De alguna forma, te fuerza a hacerte responsable de tus «malos funcionamientos» y te invita a soltar el temor que subyace en lo más profundo de tu inconsciente. Quizás tú mismo hayas atraído el engaño con tu forma de ser y comportarte.
Las personas que tienen miedo a confiar en los demás suelen ejercer un control demasiado férreo sobre su entorno. Viven en una tensión constante, pero no pueden mantenerla todo el tiempo. Llegado un momento, la presión es tan fuerte que acaba por agotarlas. Entonces, en lugar de relajarse y reconocer que tienen un problema de confianza, se sienten derrotadas y se vuelven dependientes de aquellos a los que han estado reprimiendo. Quizás comiencen a demandar un exceso de atención, se quejen de todo el trabajo que hacen o intenten dar lástima para que los demás se ocupen de ellas. El problema es que aquellos a los que han estado reprimiendo, al darse cuenta de su vulnerabilidad, se sienten desconcertados. Lo más probable es que desconfíen de sus intenciones. Para ellos, ocuparse de su opresor es muy complicado. Lo más seguro es que deseen alejarse, se nieguen en redondo a atender sus demandas o incluso aprovechen la ocasión para sacar algún beneficio o para desquitarse del trato recibido. El resultado es que lo «traicionan».
Estas situaciones son muy comunes. Para salir de este círculo vicioso, necesitamos liberarnos del miedo a confiar en los demás. Conectar con él y soltar el dolor que está oculto es una práctica muy saludable. Sin embargo, no resulta fácil, pues nuestra naturaleza básica es amorosa y lo que deseamos es vivir desde el placer, es decir, de acuerdo con lo que somos. Como hemos encapsulado las experiencias dolorosas del pasado para intentar olvidarlas, cuando intentamos confiar en alguien, el miedo a ser «traicionados» emerge de nuevo a la conciencia. El amor nos invita a liberar el dolor que mantenemos oculto, pero nosotros no deseamos revivirlo. Entonces nos protegemos y oponemos resistencia. En definitiva, el amor nos da miedo.
El problema es que, si no liberas el dolor, el placer tampoco puede expresarse. El flujo de amor divino que pulsa hacia ti se desvía de su camino y se distorsiona. No te alcanza de lleno. En esta situación vives dividido. Niegas la parte de ti mismo que no te gusta y fabricas una imagen idealizada con la información de lo que sí te agrada. El resultado es parcial e incompleto. Es como si anduvieras cojo o maltrecho.
Para desplegar tu verdadero potencial sobre la Tierra tienes que amarte a ti mismo y, para ello, necesitas crear un diálogo constructivo con esa parte de tu personalidad que necesita ser sanada y que no resulta evidente, pues subyace en un nivel por debajo de la conciencia. No obstante, está llena de experiencia, coraje y autenticidad y sin su autorización nunca podrás disfrutar plenamente de la vida. Si deseas realizarte, es fundamental que te hagas responsable de tu malestar y lo liberes. No lo reprimas pues, a medida que sanas tus viejas heridas, creas espacio para lo nuevo. Esto significa que tu evolución no se estanca.
Somos seres divinos, humanos y también animales. De estas tres condiciones, la segunda es la más importante. La humanidad permite que la divinidad y la animalidad convivan para poder crear algo nuevo. Lo que hacemos sobre la Tierra no es cualquier cosa. No es un mero acto de supervivencia. Estamos aquí para integrar el espíritu en la materia y poder así liberarnos del determinismo biológico que está condicionando nuestra conducta. Estás invitado a trabajar en la construcción de una dimensión humana que te exima de vivir cautivo de las pulsiones instintivas animales. Si has decidido transcender a la naturaleza y ser libre, necesitas incorporar a tu personalidad el amor como forma de vida. En caso contrario, seguirás subordinado a tu biología, pero con una salvedad: ya no dispones de los mecanismos reguladores con los que cuentan los animales. Como veremos más adelante, esta circunstancia es muy especial y conviene conocer su alcance y sus implicaciones en el despertar de la conciencia.
Si deseamos realizarnos personalmente, tenemos que liberar el dolor interno que nos acompaña a lo largo de la vida. Para ello, debemos abrirnos al espíritu y permitir que el amor nos sane.
El significado de vivir en conciencia
Vivir en conciencia implica aceptar que la realidad es un campo indeterminado de posibilidades que no está limitado por la materia (la genética, las reacciones fisicoquímicas que tienen lugar en las moléculas o en las células…). Existe porque algo dotado de intención (la conciencia) organiza la energía y le da una coherencia concreta. El metabolismo celular, por ejemplo, solo es posible cuando la célula se activa con luz. De acuerdo con el biofísico alemán Fritz Albert Popp, lo que permite que los cuarenta billones de células que forman nuestro organismo interaccionen entre sí, en el momento y en el lugar precisos y de la forma más conveniente para preservar la vida, son unos elementos lumínicos llamados biofotones. Nuestras células se comunican entre sí a través de distintas frecuencias lumínicas y, cuanto más intenso y coherente es este campo de energía, más efectivo resulta el intercambio de información27. Estos rayos de luz son los responsables de que todo tu cuerpo funcione a la perfección y revelan algo sorprendente y de enorme belleza: vivimos de información y somos seres de luz28.
Lo interesante desde el punto de vista del desarrollo personal es que los seres humanos tenemos la capacidad de situar nuestra atención en los campos de energía que nos rodean. En otras palabras, podemos entrar en coherencia con la luz encargada de organizar la materia y, de este modo, activar las experiencias por las que deseamos transitar en el futuro. No podemos predecir el resultado, pero tenemos poder para influir sobre este en sentido positivo o negativo. La cuestión estriba en decidir la dirección de un proceso evolutivo que, dicho sea de paso, es imparable. Desde la perspectiva del espíritu, vivir en conciencia significa alinearnos con la dimensión espiritual de nuestra personalidad y permitir, a través de un acto trascendente, que se integre con el ego.
La diferencia entre ser consciente o dejar que la inercia marque la pauta se asemeja a recorrer una espiral o un círculo. Si transitas por una espiral, cada situación vital se convierte en una experiencia novedosa y hasta cierto punto enriquecedora. Los problemas de relación se repiten, pero tu forma de verlos se va modificando de forma paulatina. Al hacerte responsable de la parte que te corresponde solucionar dentro del conflicto, ganas en conciencia. Entonces los mecanismos de defensa que están condicionando tu comportamiento se van retirando para dejar paso a tu esencia personal más genuina. Cuando el problema retorna, tu mirada es diferente, más compasiva y honesta. El corazón gana en presencia y la vida pasa a ser un proceso de transformación constante en el que tanto el dolor como el placer se convierten en aliados del crecimiento. La ventaja de vivir en conciencia es que los conflictos se difuminan y acaban desapareciendo. El amor es siempre más fuerte que el dolor.
Vivir de forma consciente29
En un círculo, las vivencias se repiten de forma cíclica y el equilibrio que estableces con el entorno presenta siempre la misma tensión creciente. Los estímulos externos o internos que rompen tu tranquilidad transitoria insisten en mantenerse. A su vez, los estados emocionales a los que te conducen, así como la forma que tienes de resolverlos para volver al equilibrio, son siempre los mismos. Los enfados y las quejas se repiten de manera indefinida. Los miedos se perpetúan y las rutinas te conducen al olvido permanente. Al negar el dolor como fuente de conocimiento y al reincidir en el placer conocido, lo que obtienes es la adicción como forma de conducta o el aburrimiento crónico.
Vivir por inercia
Existen dos razones fundamentales por las que nos cuesta tanto vivir en conciencia: una es la ignorancia y la otra es el miedo. Sin información es difícil decidir y nadie te ha enseñado a escuchar a tu cuerpo, a regular tus estados de ánimo o a dominar tu mente. Todavía sigues creyendo en lo que te han contado. Piensas que el mundo es así y que lo único que puedes hacer es adaptarte y sobrevivir. En lugar de crearlo, te resignas a vivir en él. Tampoco te han enseñado a desarrollar tus verdaderos potenciales ni tus talentos. Si no sabes lo que eres, ¿cómo vas a crecer de forma saludable? Por otro lado, hacerte consciente de tu auténtico poder te da miedo. Implica salirte de lo convencional y de todo aquello que está establecido por la familia o por las normas que impone la sociedad. Tienes temor a ser rechazado, abandonado, humillado, herido, ridiculizado, traicionado…, de modo que intentas encajar y ajustarte a lo que se considera normal.
Este intento te causa malestar, pues internamente te sientes traicionado por ti mismo. El inconformismo te conduce de forma natural sobre tu esencia, pero al conectar con ella sientes miedo. Ya hemos visto por qué: el amor te muestra tu oscuridad y eso te asusta. Para evitar tener que enfrentarte con tus sombras, las proyectas hacia afuera o hacia dentro. Eso te conduce a culpar a otros o a ti mismo de lo que sientes. En este punto, ya te has extraviado.
Al encontrarte perdido, sientes la necesidad de protección y buscas que alguien externo a ti confirme lo que crees que eres (una buena persona). Esto es algo que solo consigues de vez en cuando. Además, el sentimiento que te proporciona es transitorio. Para calmar tu ansiedad, te refugias en lo conocido: una copa, sexo, un libro, deporte, trabajo, música, compras, viajes, televisión… Cuando te das cuenta de que nada externo a ti mismo te puede hacer feliz, te decides a dar el paso y entras en el silencio. En ese momento, tu dolor aparece ante tus ojos de forma desproporcionada. Esto es debido a que desde niño te has ido protegiendo de él. En cualquier caso, al sentir que tu oscuridad es más grande que tú, la rechazas de nuevo.
Vivir en conciencia equivale a recorrer una espiral. Los problemas se repiten, pero nuestra mirada sobre ellos es cada vez más neutra, compasiva y sabia.
«Cuando nos sentimos responsables, comprometidos e implicados, experimentamos una profunda emoción, un gran valor» (XIV Dalai Lama). A nivel colectivo, la evolución de la humanidad sobre la Tierra depende de la responsabilidad que seamos capaces de asumir como individuos. Los seres humanos hemos llegado ya a un nivel de desarrollo tecnológico y científico en el que podemos alimentar, proteger y facilitar el progreso de las personas sin poner en peligro la salud del planeta. El problema no son la información, el diseño, la tecnología o el conocimiento, sino el uso que hacemos de todo ello. Lo sabemos, pero nos cuesta actuar en consecuencia. Tendemos a proyectar la imagen de un mundo irreal (en positivo o en negativo) y esperamos a que las cosas sucedan para sumarnos a la celebración (o al descalabro) colectivo. Seguimos en la retaguardia porque aún no hemos asumido el compromiso de la transformación y la transcendencia personal. Nos hemos olvidado de que aquí solo hay un sistema, sin buenos ni malos. Que no hay que luchar contra ellos ni unirse a ellos, que no hay nosotros y ellos, que todos somos uno.
Al prosperar de manera individual sin contravenir las leyes que rigen el funcionamiento del universo, lo material deja de ser un fin en sí mismo. Se convierte en la consecuencia de un actuar que mira siempre por la contribución colectiva. La alegría, la unidad, el amor, la bondad y la colaboración son los pilares del momento presente. Mantente abierto hacia el impulso que te motiva, hazte consciente del proceso que estás viviendo y toma tus decisiones desde el corazón. No fuerces el cambio. Deja que el amor te transforme.
A medida que hay más personas despiertas, los colectivos se van retroalimentando y la conciencia colectiva se regenera más rápido. Los cambios nunca son lineales. Un buen día, el corazón de la humanidad se manifestará como una sola voz. Clamará con tanta fuerza que será irresistible. Entonces podremos decir con orgullo: «Sí, lo logramos. Recuperamos nuestro poder personal y nos hicimos conscientes de nuestra legítima grandeza. Teníamos el conocimiento y disponíamos de la solución tecnológica. Escuchamos los avisos de la Tierra y nos dejamos tocar por el amor. Resolvimos los conflictos internos que nos estaban destruyendo y conseguimos lo que parecía una utopía: que la mayor diversidad posible de formas de vida y de conciencia pudieran convivir en paz y en armonía. Este es nuestro legado».