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II: LA NUEVA REALIDAD DE LA TIERRA


La Tierra es la raíz y la fuente de nuestra cultura.

Rigoberta Menchú

La Tierra es un ser vivo. Está dotado de conciencia y tiene un propósito dentro del universo. Su gran particularidad reside en su diversidad. Es un sitio muy especial en el que se está poniendo a prueba la capacidad para convivir en armonía de un gran número de formas de vida y de conciencia. Es como una gran biblioteca viviente con una dinámica interna propia. Desde la perspectiva del espíritu, su misión consiste en convertirse en un lugar de almacenamiento e intercambio de información a nivel galáctico.

En estos momentos está completando un ciclo evolutivo que culminará con una nueva forma de conciencia. Un nuevo equilibrio entre dar y recibir. Los seres humanos formamos parte de este proceso pero, hasta la fecha, no hemos sido muy conscientes de cuál es nuestro cometido. Las condiciones tecnológicas que hemos creado nos han alejado tanto de la naturaleza que vivimos sobre la Tierra sin tenerla en cuenta. Esta enajenación nos ha conducido incluso a pensar que la naturaleza es algo hostil. Un ente del que conviene protegerse y al que hay que dominar a toda costa. La idea de que somos parte indisociable del equilibrio ecológico la comprendemos intelectualmente, pero todavía no la hemos interiorizado. No nos sentimos conectados a la vida y por eso desconocemos el papel que estamos desempeñando en la evolución de la Tierra y, por extensión, también del universo. Fruto de esta incomprensión tendemos a pensar que el planeta se está muriendo o quizá que se está vengando de nosotros. Asimismo nos induce a ignorarlo o a despreciarlo. Como si fuera algo ajeno a nuestra existencia que simplemente está ahí, sin ningún propósito.

Sin embargo, las tradiciones de los antiguos pueblos de la Tierra siempre han sabido que nuestra presencia en el entramado cósmico no es casual. Los seres humanos somos los responsables de sostener la vibración energética que necesita el planeta para cumplir con su misión integradora. En un futuro no muy lejano, trascenderá la dualidad y se adentrará en un espacio de unificación que acogerá en armonía realidades muy diversas. En este sentido, nuestra tarea consiste en aprender a amarnos a nosotros mismos y a todos los seres que lo pueblan.

Asistimos a un gran despertar y la protagonista principal es la Tierra. Es ella la que está cambiando. Nosotros tenemos que ser conscientes de este proceso y favorecerlo. No se trata de salvarla, sino de cooperar con todos los seres que la habitan. Es importante que comprendas quién es realmente y también que te conviertas en su mejor aliado. Llévala en el corazón y haz que forme parte de tu vida. Establece un pacto sagrado con ella. Si estás atento, notarás que te habla con el susurro del viento, que se estremece cuando la pisas con los pies descalzos y que te ofrece todo lo que necesitas para llevar a cabo tu misión de vida. Tu cuerpo está formado de aire, agua, fuego, tierra y éter. Los cinco elementos básicos del planeta. Quizá no sea importante para ti, pero lo cierto es que eres un trozo de él. Perteneces a él y eso significa que no estás aquí como un simple turista.

Necesitamos recuperar la sabiduría de nuestros ancestros y volver a reconocer que somos hijos de la Tierra. Hay una tradición africana masái que dice: «Es la Tierra la que es propietaria del hombre». A pequeña escala no nos cuesta sentirnos parte de una organización. De hecho, lo buscamos con ahínco. Deseamos integrarnos en la familia, la empresa, la pandilla de los amigos… El sentimiento de pertenencia nos conduce a servir al grupo o a la comunidad porque así estaremos protegidos. Con la Tierra pasa exactamente lo mismo, pero a mayor escala. En los años sesenta del siglo xx se hicieron las primeras fotografías del Planeta Azul. Estas imágenes asombraron al mundo e impulsaron el nacimiento de una nueva forma de conciencia. Desde entonces, el sentimiento de que formamos parte de una unidad que nos trasciende ha ido en aumento.

El despertar de la humanidad es un reflejo del cambio que está experimentando la conciencia de la Tierra. Nuestra misión colectiva consiste en facilitar su transición y adaptarnos a ella.

En lo más profundo del corazón, muchas personas deseamos formar parte de una gran familia y sentir que todos los seres que habitan la Tierra son nuestros hermanos. Este sentimiento de conexión y fraternidad es el reflejo de un lejano recuerdo. Un estado en el que el alma experimentó la armonía, el encanto y la seguridad de la unidad. Por este motivo, ante la guerra, el maltrato animal, la pobreza, la contaminación, la explotación infantil o, en general, cualquier manifestación de violencia indiscriminada, lo que sentimos es un desgarro interno. El alma se sobrecoge y reaccionamos con indignación, rebeldía o impotencia. Estos sentimientos ponen de manifiesto el deseo de recuperar un equilibrio que sentimos perdido. Sin embargo, también evidencian nuestro dolor interno y nos dan la oportunidad de sanarlo. Si no lo hacemos, la indignación termina por convertirse en indiferencia, la rebeldía en odio y la impotencia en hipocresía.

Una historia de la Tierra

La Tierra forma parte de un universo compuesto por cinco mil millones de galaxias (la Vía Láctea es una de ellas). Cada una tiene del orden de doscientos mil millones de estrellas (el Sol es una de ellas) y, de estas, seis mil millones poseen sistemas planetarios similares al nuestro. Somos como una mota de polvo en un vasto océano de arena y, sin embargo, estamos desempeñando un rol de inapreciable valor.

La Tierra aparece en el espacio hace cuatro mil quinientos millones de años. Como cualquier otra manifestación de materia, surge a partir de una matriz de energía. Un cuerpo de luz que le otorga una forma y una intención. Al principio era un océano de lava con temperaturas superiores a los mil doscientos grados centígrados. Carecía de aire y era muy tóxica. En ese tiempo, un joven planeta del tamaño de Marte, llamado Theia, chocó contra ella y provocó la salida de billones de toneladas de escombro por el espacio. Al principio esta materia se agrupó para formar un anillo, pero después la gravedad la juntó y creó una enorme bola de más de tres mil kilómetros de diámetro. Había nacido la Luna.

Este cuerpo celeste tardó en formarse mil años y se situó muy cerca de la Tierra (a veintidós mil kilómetros). Al estar tan próxima, la rotación de la Tierra era muy rápida y los días solo duraban seis horas. A medida que la Luna se fue alejando, la Tierra comenzó a girar más despacio. En la actualidad, la distancia que nos separa es de cuatrocientos mil kilómetros y aumenta a razón de cuatro centímetros al año. La Luna regula las mareas y muchos ciclos vitales. Sin ella la vida no sería posible.

Durante veinte millones de años, la Tierra fue bombardeada por cientos de miles de meteoritos que contenían moléculas de agua en su interior. A medida que el agua se fue liberando, se formaron lagos, mares y océanos. La acción del agua hizo que la superficie del planeta se enfriara hasta llegar a los ochenta grados centígrados. Esto le dio un aspecto más familiar. Por otro lado, la cercanía de la Luna causaba una enorme gravedad, lo que provocaba grandes mareas y veloces huracanes. En los cien millones de años siguientes, la Luna se alejó, las aguas se calmaron y el planeta ralentizó su rotación. Setecientos millones de años después de su nacimiento, la Tierra era un gran mar de agua. A partir de aquí, del interior de la corteza terrestre empezaron a surgir rocas fundidas que acabaron creando islas. Estas islas se juntaron y formaron los primeros continentes.

La Tierra pasó de ser un gran océano de lava a ser un gran océano de agua. Para ello precisó la ayuda de la Luna y del bombardeo incesante de meteoritos que procedían del espacio.

Con un aspecto semejante al actual pero sin vida y con una atmósfera tóxica, la Tierra comenzó a recibir una nueva y violenta lluvia de meteoritos. En esta ocasión, estos mensajeros estelares transportaban algo más que moléculas de agua. En su interior alojaban lo que podrían ser los primeros indicios de vida sobre la Tierra: las bacterias30. La ciencia admite la posibilidad de que la vida llegase del espacio exterior dentro de meteoritos31. En 1996 se halló en la Antártida un fragmento rocoso de origen marciano que contenía en su interior bacterias fosilizadas. Los científicos admiten que, si un meteorito es lo suficientemente grande, puede proteger la vida de las bacterias contenidas en su interior durante miles o incluso millones de años. Estos microorganismos habrían viajado congelados (dado que las temperaturas en el espacio son muy bajas) y gracias a eso habrían sobrevivido y llegado hasta la Tierra en condiciones de crear nueva vida32.

La idea de que somos seres procedentes de las estrellas, la teoría de la Panspermia, quizá no sea una metáfora romántica. Como afirma la bióloga estadounidense Lynn Margulis: «La vida está hecha de materia y esta es un flujo de energía que procede de las estrellas»33. Algunos científicos opinan que los primeros rastros de vida podrían haber llegado de forma intencionada, inducidos por alguna forma de conciencia. El descubridor del ADN y Premio Nobel de Medicina en 1962, el biólogo molecular británico Francis Crick, dice lo siguiente34:

Pudiera la vida haber empezado en la Tierra como resultado de una infección por microorganismos mandados a nuestro planeta desde otro lugar por una civilización tecnológica.

A diferencia de lo que cree la mayoría de la gente, la vida no se originó en el agua, sino dentro de rocas. Las primeras bacterias vivían en el interior de piedras y se alimentaban de minerales. El astrobiólogo español Ricardo Amils nos recuerda que hace tres mil ochocientos millones de años las condiciones ambientales eran muy inestables. Los meteoritos que procedían del espacio exterior provocaban mucha destrucción. Por tanto, parece lógico pensar que las primeras bacterias sobrevivieran a unos cuantos kilómetros de profundidad «comiendo piedras»35.

Cuando la Tierra fue «fecundada» desde el espacio, se dieron las condiciones para un giro evolutivo. Las bacterias que habitaban en el interior del planeta evolucionaron y se especializaron con el objetivo de salir a la superficie. Para lograrlo se agruparon en unas colonias llamadas estromatolitos y desarrollaron unos pigmentos que les protegían de la radiación solar. La singularidad de estas colonias de bacterias es que eran capaces de transformar la luz solar en materia orgánica: había nacido la fotosíntesis. Cuando la ciencia intenta explicar esta proeza, no encuentra respuestas. ¿Qué sucedió para que unos seres tan primitivos lograsen densificar la luz del Sol y la convirtiesen en alimento? Nadie lo sabe. El caso es que en apenas trescientos millones de años el planeta dio un gran salto dimensional y por primera vez dispuso de una «red neuronal» que ocupaba la mayor parte de su superficie.

Estromatolitos36




Es probable que los primeros rastros de vida, las bacterias, procedieran del espacio. También es posible que fueran inducidas por alguna forma de inteligencia. El primer gran enigma de la vida es la fotosíntesis. La ciencia no puede explicar cómo la luz (información) es captada y transformada en alimento.

Gracias a la fotosíntesis, el océano se llenó de oxígeno y a lo largo de los siguientes dos mil millones de años, este oxígeno fue saliendo hasta la superficie, se liberó y creó la atmósfera. Para entonces el planeta había ralentizado su rotación y los días duraban cerca de dieciséis horas. Ahora, el núcleo de la Tierra ardía a una temperatura mayor que la del Sol, lo que provocaba que las rocas que estaban debajo de la corteza se desplazasen y se unieran. De este modo se formaron grandes masas de tierra.

Cuando se originó la atmósfera, se produjo uno de los saltos evolutivos más llamativos en la historia de la vida sobre la Tierra. Las bacterias que la poblaban comenzaron a agruparse y crearon las primeras células eucariotas. Estos nuevos organismos estaban dotados de núcleo, tenían un ADN organizado y potencialmente eran capaces de crear seres vivos más complejos37. La bióloga norteamericana Lynn Margulis ha demostrado que las bacterias tienden a juntarse, comiéndose o infectándose entre ellas. Todo parece indicar que la resistencia producida por una infección o una mala digestión podría haber forzado su desarrollo y aumentado su complejidad38. Esta teoría se llama simbiogénesis. Es muy robusta, pero no puede explicar en su totalidad el nacimiento de las células eucariotas. Aunque existen más hipótesis, la ciencia debe admitir que, en este eslabón de la evolución, hay lagunas importantes.

Después de que se sentaran las bases para el nacimiento de los organismos pluricelulares, las condiciones ambientales de la Tierra cambiaron radicalmente. Como consecuencia de una intensa actividad volcánica, se liberó un exceso de CO2 a la atmósfera y el planeta se enfrió hasta los cincuenta grados bajo cero provocando la mayor glaciación jamás conocida. Durante al menos quince millones de años surcó el espacio como una gran bola blanca de hielo. El impacto de este enfriamiento fue de tal magnitud que la vida estuvo muy cerca de desaparecer por completo39. La Tierra había pasado de ser una bola de fuego a estar cubierta por una capa de hielo de más de tres kilómetros de espesor. Mientras tanto, en el núcleo sucedía todo lo contrario: una intensa actividad volcánica. Un buen día, la lava y los gases calientes llegaron hasta la superficie y rompieron los hielos. Cuando la atmósfera se calentó, el hielo comenzó a derretirse y, al fundirse, liberó una gran cantidad de oxígeno. Ahora la Tierra presentaba un aspecto muy diferente. Habían pasado cuatro mil millones de años, su temperatura era cálida y los días duraban veintidós horas. Un ambiente ideal para el florecimiento de la vida.


Después de ser lava y agua, la Tierra pasó a ser hielo. Para entonces las bacterias ya se habían asociado y formado las primeras células eucariotas, dotadas de núcleo y ADN.

¿Qué sucedió para que las células eucariotas se organizaran y crearan los seres pluricelulares? Este es otro de los grandes enigmas de la ciencia. En cualquier caso, en apenas doscientos millones de años la vida proliferó de forma espectacular en los océanos. Cientos de miles de especies de algas y animales poblaron sus aguas y anticiparon otro salto evolutivo: la vida sobre tierra firme. Para lograrlo fue necesario que el planeta generase un nuevo gas capaz de absorber la radiación del Sol. Es la capa de ozono. Cuando el ozono se espesó y recubrió la superficie de la Tierra, esta se llenó de plantas. A partir de aquí, surgieron los anfibios y los insectos, después llegaron los grandes bosques de helechos, los reptiles, los dinosaurios y los primeros mamíferos. Posteriormente nacieron las aves, los primates y las plantas con flor. Y finalmente aparecimos nosotros.

La biblioteca viviente

La historia de nuestro planeta revela su dinámica interna. Durante cerca de cuatro mil millones de años se mantuvo recibiendo energía e información. Pasó de ser un gran océano de lava a ser otro de agua y después a surcar el espacio como una gran bola de hielo. En ese periodo disminuyó la velocidad de sus procesos y permaneció casi inerte. Se dedicó a absorber mucha vida y la poca que creó la mantuvo prácticamente invariable. Sin embargo, acumuló un gran potencial de transformación.

Por algún motivo, en un momento de su evolución la Tierra modificó su comportamiento y, en lugar de recibir, comenzó a dar de forma incondicional. Quizás decidió compensar al universo por todo lo que había obtenido y se propuso experimentar lo contrario. Hace quinientos setenta millones de años, en el periodo Cámbrico, se produjo una gran explosión de vida. La Tierra nos obsequió con lo que más adelante sería el milagro de la diversidad biológica: los organismos pluricelulares. A partir de aquí, la vida empezó a expandirse y proliferó sin detenerse hasta nuestros días. Se sucedieron cinco extinciones masivas y en cada una de ellas desapareció más del setenta y cinco por ciento de las especies. A pesar de estos vaivenes, la Tierra siguió creando vida con enorme generosidad. En la actualidad reúne una diversidad estimada de entre diez y cincuenta millones de especies animales y vegetales. Una autentica proeza.

Durante cuatro mil millones de años, la Tierra se mantuvo casi inerte recibiendo energía e información del espacio. Sin embargo, en un momento de su evolución, actuó de forma contraria y generó una gran explosión de vida.

Desde que finalizara la última glaciación hace unos diez mil años, la Tierra ofrece un clima muy propicio para el desarrollo de la vida. En opinión de los astrofísicos, estamos en un planeta maduro que, al igual que el Sistema Solar, se encuentra a la mitad de su vida40. Todo parece indicar que este periodo de «gracia climática» podría prolongarse al menos otros cincuenta mil años o incluso más. Si comprimimos el tiempo de evolución del universo (trece mil ochocientos millones de años) en un solo año, la Tierra aparecería a mediados de septiembre y nosotros a las 21:45 del 31 de diciembre. De acuerdo con este calendario cósmico, las cuevas de Altamira las hemos pintado un minuto antes de la media noche y la escritura la estamos practicando desde hace catorce segundos. Hace solo un segundo que hemos comenzado a utilizar el método científico y en solo medio segundo, hemos creado la Revolución Industrial y la Informática41.

Acabamos de llegar y es obvio que la Tierra nos lleva mucha ventaja. Tampoco hay que ser un gran observador para darse cuenta de que está decidida a cumplir con su misión dentro del entramado universal. Las señales que nos está enviando son inequívocas. Es importante que comprendamos que está llamada a ser un centro de intercambio de información a nivel galáctico. Un lugar en el que una gran diversidad de seres vivos y formas de conciencia puedan convivir en un equilibrio consciente. ¿Con qué propósito? Supongo que por los mismos motivos por los que nosotros construimos bibliotecas en las ciudades y ahora en Internet.

La Tierra es un ser vivo. Se está transformando y se aproxima hacia un nuevo equilibrio entre dar y recibir. Su propósito dentro del cosmos consiste en ser un lugar de almacenamiento e intercambio de información. Un espacio en el que pueda convivir la mayor cantidad posible de formas de vida y de conciencia.

La humanidad está comenzando a comprender e interiorizar que, si deseamos seguir aquí y participar de este acontecimiento, tenemos que ponernos al servicio del planeta y facilitar su proceso. No se trata solo de limpiarlo y regenerarlo, sino de acompañarlo en su dinámica integradora. Dicho de otra forma, para poder amar a la Tierra tenemos primero que amarnos a nosotros mismos. Si eres observador y te atreves a salir de tu crisálida personal, te darás cuenta de algo muy hermoso: amar a la Tierra y amarte a ti mismo son dos procesos paralelos que se retroalimentan mutuamente. Cuanto más conectado estás a la naturaleza, más seguro, alegre y saludable te encuentras y, a medida que tu felicidad aumenta, el amor hacia la Tierra también se acentúa.

En los últimos doscientos cincuenta años nos hemos dedicado a expoliarla impunemente. Nuestra conducta ha formado parte de su ciclo evolutivo. De algún modo, somos la última expresión de un movimiento interno en el que la Tierra se ha entregado de forma incondicional a todos los seres que la pueblan. Con frecuencia se nos olvida que es un ser dotado de conciencia y que toma sus propias decisiones. La actividad depredadora del ser humano ha sido (y sigue siendo) tan intensa que los sistemas ecológicos han estado a punto de colapsarse. En estos momentos la deforestación, la geoingeniería climática, la contaminación por plásticos y otras basuras, la pérdida de biodiversidad, la explotación indiscriminada de recursos, etc. son problemas muy serios y deben ser abordados con determinación. No obstante, muchas personas están cambiando y acompañando a la Tierra en su proceso evolutivo. Al hacerse responsables de su propio dolor interno y al tenerla en cuenta en su quehacer diario, permiten que la Tierra se relaje.

Desde la perspectiva del espíritu los cambios que está experimentando el planeta en su superficie reflejan la necesidad que tiene de liberarse del dolor acumulado a lo largo de los siglos por la acción temeraria del hombre. En este sentido, el hecho de que lo estemos limpiando y regenerando y de que muchas personas hayan decidido vivir en armonía con él, es decisivo para que el nuevo equilibrio al que se dirige no se origine como consecuencia de un reordenamiento brusco de dimensiones continentales o planetarias. Sea como fuere, lo que cada vez más personas tienen claro es que ha llegado ya la hora de dejar de formar parte del problema y ser parte de la solución.


La verdad sobre el origen y la evolución de la vida

La evolución de los organismos vivos se caracteriza por tres grandes transiciones. El nacimiento de las células procariotas (las bacterias), la creación de células más grandes dotadas de núcleo (eucariotas) y finalmente la aparición de organismos complejos o multicelulares. La primera transición es un misterio. La segunda arroja un poco más de luz y la tercera es otro enigma. La ciencia se hace las siguientes preguntas: ¿qué ocurrió para que las células eucariotas se organizaran y crearan formas de vida tan complejas? ¿Cómo surgieron realmente los seres pluricelulares? A día de hoy, se manejan varias hipótesis como la fagotrofia (unas células se comen a otras), la asociación para protegerse de depredadores y algunas más. Sin embargo, todas ellas son débiles e incapaces de explicar esta formidable mudanza.

Para comprender la magnitud del misterio de la vida tenemos que visitar uno de los sistemas más sofisticados de la naturaleza: la molécula de ADN. Este prodigio de la evolución se encuentra en todas las células del organismo y contiene las instrucciones que utilizamos para desarrollar nuestras funciones vitales. Dicho de otra forma, se encarga de sintetizar las proteínas que constituyen literalmente la fábrica de la vida42. La cantidad de información que contiene una molécula de ADN y la eficiencia con la que procesa los datos son sencillamente asombrosas. Su complejidad es tan grande que su origen no se puede explicar por un proceso de selección natural. En 1983, el astrónomo británico Fred Hoyle escribía lo siguiente43:

El ADN es una colosal obra de ingeniería. Pensar que los aminoácidos de una célula se puedan unir por azar y formar esta estructura tan compleja equivale a creer que un tornado pueda pasar por un montón de basura que incluya todas las partes de un Boeing 747 y provocar que accidentalmente se unan y formen otro avión listo para despegar.

Durante mucho tiempo nos hemos creído la historia de que la vida se originó en el agua y evolucionó a través de un proceso de selección natural. Nos han contado que, dadas unas condiciones ambientales concretas, una serie de compuestos químicos presentes en la atmósfera y en los océanos (nitrógeno, oxígeno…) reaccionaron y crearon los primeros organismos unicelulares. En 1953, el científico estadounidense Stanley Miller llevó a cabo un experimento que se hizo famoso. Recreó una atmósfera similar a la que tenía la Tierra en su infancia y la «cocinó» con una corriente de sesenta mil voltios durante una semana. El resultado fue que el agua se pobló de algunos aminoácidos y de otras moléculas necesarias para la vida. No obstante, este ensayo presentaba dos problemas. En primer lugar, era muy improbable que las condiciones ambientales creadas por Stanley fueran las mismas que las de la Tierra primitiva. Además, aunque lo hubieran sido, una cosa es producir moléculas y aminoácidos a partir de compuestos inorgánicos y otra bien diferente organizarlos para crear formas de vida complejas.

En 1980, en un congreso sobre el origen de la vida celebrado en Estados Unidos, se concluyó por unanimidad que esta no se pudo formar a partir de unas cuantas reacciones químicas. Se aceptó que la energía por sí sola era incapaz de organizar los elementos necesarios para formar un ser vivo, ni siquiera una humilde bacteria. Hoy en día la ciencia admite que el secreto de la vida no reside en la química sino en la información. Es la organización de sus componentes lo que la hace tan misteriosa. De modo que podemos hacernos la misma pregunta que plantea el escritor y divulgador científico español Eduardo Punset44:

El problema no es de hardware sino de software. Pero: ¿existen leyes que rijan el comportamiento del software encargado de organizar la información?, ¿nos enfrentamos a un programa informático que se escribió a sí mismo por casualidad?

Las incógnitas sobre el origen y la evolución de la vida nos afectan también a nosotros, los seres humanos. El Homo sapiens apareció sobre la Tierra hace doscientos cincuenta mil años, pero los primeros homínidos bípedos tienen una antigüedad de más de seis millones. Una de las preguntas que los científicos se hacen sobre la evolución de nuestra especie es la siguiente: ¿qué sucedió realmente para que en apenas doscientos cincuenta mil años un proceso tan lento experimentara un cambio tan vertiginoso? Lo cierto es que no se han encontrado fósiles que nos conecten con un antepasado cercano. Asimismo, la diferencia genética entre los seres humanos y los chimpancés, aunque se diga que es solo de un uno por ciento, supone en realidad una brecha gigantesca, de más de mil trescientos millones de letras de código genético45.

Otro hecho misterioso es que solo estemos empleando entre el uno y el dos por ciento de nuestro material genético. El resto se conoce como ADN basura. El bioquímico norteamericano Joe Dispenza, nos recuerda que existe un principio biológico según el cual, en la naturaleza, todo se aprovecha46. Dicho de otra forma, si ese ADN está ahí será por algo, pues, de no ser así, en el curso de nuestra evolución habría desaparecido. Una vez más la ciencia se encuentra con un eslabón perdido y se llena de preguntas a la hora de esclarecer nuestro verdadero origen.

La energía por sí sola no tiene capacidad para crear vida. ¿Quién o qué se encarga de organizar la información que subyace a su origen y que impulsa su evolución?

¿Es cierta la Teoría de la Evolución de Darwin?

A la hora de explicar el origen y la evolución de la vida, la teoría de Darwin es aceptada universalmente por la ciencia. Al mismo tiempo es también una de las ideas más controvertidas, peor comprendidas pero más conocidas por el gran público. Uno de los mayores expertos en Biología Evolutiva, el estadounidense Mark Pagel, nos desvela el alcance de este descubrimiento47:

Charles Darwin hizo gala de una gran lucidez al determinar que todas las especies terrestres descienden de otras especies. Lo cual nos lleva a dos conclusiones: la primera es que cualquier cosa sobre la Tierra está relacionada con todo lo demás. La segunda es que, si todos venimos de un antepasado común, una humilde bacteria está tan evolucionada como tú y como yo. Porque, al igual que tú y yo, ha evolucionado desde ese antepasado común.

La Teoría de la Evolución es muy robusta y ha sido validada mediante pruebas experimentales de muy distinta naturaleza. Por un lado están las taxonómicas que, en función de las semejanzas y diferencias encontradas entre los seres vivos, los clasifican en reinos, clases, órdenes, familias, géneros, especies, subespecies, variedades y razas. Este sistema se representa como un árbol en cuyas raíces encontramos los orígenes de la vida. Fue propuesto por el naturalista sueco Carlos Linneo en el siglo xviii, quien mucho antes que Darwin ya nos catalogó como Homo sapiens dentro del orden de los primates. En la actualidad, la diversidad biológica del planeta podría situarse en torno a los cincuenta millones de especies diferentes, de las cuales solo se ha catalogado el quince por ciento.

Otra de las evidencias más clásicas que avalan la teoría de Darwin es la anatómica. Aquí encontramos los llamados órganos vestigiales, es decir, estructuras anatómicas que aún conservamos pero que tienen poca o nula utilidad. Las muelas del juicio, por ejemplo, evidencian que, en un pasado remoto, comíamos raíces o semillas duras; el vello corporal en los hombres nos da una idea de quiénes eran nuestros antepasados; el coxis muestra los restos de una cola, etc. Por otro lado, están las estructuras anatómicas que, siendo similares, se han diferenciado según las especies. Por ejemplo, las extremidades superiores de los mamíferos presentan un origen común, pero en los cetáceos son aletas para nadar; en los monos, manos prensiles; en los murciélagos, alas; en los topos, garras…

Otro de los elementos que ofrece argumentos en favor de la Teoría de la Evolución de las Especies son los fósiles transicionales. Estas reliquias reflejan características intermedias entre unas especies y otras. Uno de los más conocidos es el Archaeopterix. Fue descubierto en Alemania en 1861 y muestra un ave con una cola larga y dientes de reptil. Estos fósiles no son muy abundantes, pero permiten reconstruir la historia de muchos grupos de especies animales y vegetales. Además están los llamados fósiles vivientes, es decir, especies de animales y plantas que han sobrevivido durante grandes periodos de tiempo e incluso eras geológicas. Estos legendarios seres ofrecen una información muy valiosa sobre las características de la vida en aquellos tiempos. Algunos como la iguana rosada, el estromatolito, el okapi, la metasecuoya, el pelícano o el cocodrilo son muy conocidos.


Fósil transicional (Archaeopterix)48


Otro sistema de verificación lo encontramos en las pruebas embriológicas. En el estudio de las primeras etapas de la vida se observa cómo muchas estructuras orgánicas son comunes o muy similares para especies completamente distintas. Posteriormente, a medida que el individuo crece, estas estructuras desaparecen o se especializan. El paleontólogo norteamericano John Maisey asegura que existen formas embrionarias de carácter universal49:

En el desarrollo de todos los vertebrados hay un tipo muy especializado de tejido neuronal que se forma durante la etapa embrionaria y que se denomina cresta neural. Estas células se convierten en nuestra espina dorsal […]; es un nivel muy básico de organización estructural que tiene una edad aproximada de cuatrocientos cincuenta millones de años.

Finalmente tenemos las pruebas bioquímicas y las genéticas, que también son avales muy robustos en favor del evolucionismo. La similitud del material genético entre especies o la presencia de aminoácidos, proteínas y procesos bioquímicos sorprende por su universalidad. El biofísico norteamericano Harold Morowitz ha investigado durante más de cincuenta años los orígenes de la vida50:

La bioquímica que tiene lugar en nuestro interior sigue un procedimiento muy ordenado con ciertos ciclos energéticos. […]. El ciclo del ácido cítrico [o ciclo de Krebs, que le valió a este el Premio Nobel] se encuentra en todo. Toda célula de todo organismo vivo tiene en su totalidad o en parte un ciclo de ácido cítrico funcionando.


La Teoría de la Selección Natural de Charles Darwin ha sido confirmada por numerosas pruebas procedentes de muy diversas ramas de la ciencia.

Tal y como afirma el etólogo austríaco y Premio Nobel de Medicina en 1973 Konrad Lorenz, en la historia del saber humano nunca ha existido una teoría que haya sido tan expuesta a tantas verificaciones independientes como la de Darwin51. No obstante, hay que admitir que presenta límites y, por tanto, que sirve para explicar una serie determinada de cosas, pero no otras52. Sin ir más lejos, no es capaz de explicar el origen de la fotosíntesis y tampoco puede aclarar el paso evolutivo de las células eucariotas a los organismos pluricelulares.

En la naturaleza encontramos muchas estructuras biológicas que no responden a un proceso lineal de selección natural. Por ejemplo, cuando las bacterias comenzaron a vivir en un medio acuoso, desarrollaron un flagelo que permitía su movilidad y mejoraba sus capacidades adaptativas. Este apéndice gelatinoso es en realidad un mecanismo muy complejo, dado que está formado por anillos rotatorios, paletas, transmisores y otros dispositivos. En la práctica es un sistema irreductible53, es decir, si quitamos alguna de sus partes, no podría funcionar. Todo parece indicar que, en un mecanismo como este, todas las piezas se han formado al mismo tiempo, pues todas ellas son necesarias para la supervivencia.

El flagelo bacteriano54


En la actualidad tenemos que reconocer que tanto el origen como la evolución de la vida son un misterio. Es decir, no se pueden esclarecer a través de la teoría de Darwin y sugieren la intervención de la conciencia o de alguna forma de inteligencia superior. Las ciencias naturales dejan entrever que, de forma paralela a un proceso de selección natural, el desarrollo de la vida responde también a otros factores. En la Biblia se dice: «Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz el aliento de la vida; y fue el hombre un ser viviente». Los textos religiosos encierran mucha sabiduría, pero hay que leerlos sin prejuicios. Quizás lo que nos quiere decir la Biblia es que la vida surgió de la materia cuando esta fue animada por un flujo de conciencia y energía. En este sentido, el mismo Charles Darwin admite en su libro El origen de las especies que el alcance de su teoría es limitado55:

Como mis conclusiones han sido muy tergiversadas y se ha afirmado que atribuyo la modificación de las especies exclusivamente a la selección natural, se me permite observar que, en la primera edición de esta obra y en las siguientes, he puesto en lugar bien visible las siguientes palabras: Estoy convencido de que la selección natural ha sido el modo principal, pero no el único, de modificación.

Aun a pesar de su validez, la Teoría de la Selección Natural de Charles Darwin presenta límites. El origen y la evolución de la vida son un misterio que la ciencia sigue sin resolver.

Cuando el planeta cambia su energía

El cambio de paradigma en el que nos encontramos es una puerta de entrada hacia la nueva realidad de la Tierra. A medida que lo comprendemos y lo interiorizamos, nos vamos armonizando con el planeta. Esto significa que ajustamos nuestro proceso de desarrollo personal a su dinámica interna, con lo cual las cosas son mucho más llevaderas y la vida resulta más divertida. El ciclo que está culminando la Tierra trasciende la dualidad y entra en un nuevo equilibrio entre dar y recibir. Para los seres humanos, esto implica dar un gran salto de conciencia. Abandonamos de forma progresiva el viejo paradigma basado en la dependencia, la dominación y el miedo y nos dejamos conducir por la energía amable y tierna del corazón.

La variación que está experimentando la Tierra se refleja a nivel energético. Cuando un planeta modifica sus condiciones de energía, todo lo que hay en su superficie se ve afectado. ¿Cómo se explica este cambio? Por un lado, el campo electromagnético que rodea la Tierra se está debilitando y, por otro, la radiación que nos llega desde el espacio está aumentando de forma paulatina (entre los años 2015 y 2018 subió un dieciocho por ciento)56. Los responsables del incremento de la radiación son los rayos cósmicos. Estos mensajeros de las estrellas proceden de galaxias lejanas. Viajan a velocidades cercanas a la luz y, al entrar en la atmósfera, provocan reacciones nucleares que, a su vez, producen millones de partículas. En suma, crean auténticas lluvias de materia estelar. Algunos tienen una energía descomunal (hasta un millón de veces superior al del más sofisticado acelerador de partículas construido por el hombre). Entre otras cosas, participan en la creación de las auroras boreales y australes.


Aumento de la radiación cósmica57


Los fragmentos estelares que están llegando a la Tierra interaccionan con los seres vivos. La física atómica, molecular y nuclear española Mª Victoria Fonseca afirma que tanto el espacio en el que nos movemos como nuestro cuerpo están «llenos de cosas invisibles». En concreto, nos llegan más de doscientas partículas con carga eléctrica por metro cuadrado y segundo58. Estas fracciones atómicas proceden del espacio interestelar y nos atraviesan de forma permanente. La cuestión es que, si la radiación aumenta, nuestra estructura atómica y molecular (el ADN) también podría verse alterada. Entonces se pueden iniciar procesos biológicos que hasta la fecha han permanecido inactivos. El cardiólogo israelita Eliyahu Stoupella ha observado que un aumento en la radiación cósmica afecta al ritmo del corazón y produce arritmias59. Por otra parte, el físico teórico norteamericano Michio Kaku opina que los rayos cósmicos modifican sutilmente el ADN de los seres vivos facilitando así su adaptación a las nuevas condiciones del entorno60. De igual forma que la luz solar activa la secreción de neurotransmisores y nos despierta por la mañana, el incremento de radiación cósmica podría estar «despertando» a un nuevo ser humano, es decir, activando potenciales que hasta el momento han permanecido dormidos.

La energía que nos llega desde el espacio nos afecta a nivel biológico y puede producir cambios en nuestro ADN. En estos momentos la Tierra está recibiendo un aumento de radiación cósmica.

He aquí una pregunta interesante: ¿los rayos cósmicos son emitidos por alguna forma de conciencia y responden a un propósito concreto? ¿Son parte de un plan cósmico que intenta favorecer el despertar de la nueva conciencia terrestre? A priori esta idea parece ser de ciencia ficción, pero la ciencia no deja de sorprendernos. A medida que evoluciona y desarrolla nuevos sistemas de medida, las fronteras entre la fantasía y la realidad parecen diluirse. En el año 2017 sucedió algo extraordinario. El observatorio de neutrinos Ice Cube, situado en los confines del Polo Sur, y una serie de observatorios astronómicos de distintas partes del mundo confirmaron la existencia de una fuente de rayos cósmicos. La situaron en el centro de una galaxia lejana llamada Blazar y comprobaron, para su sorpresa, que su eje de rotación apuntaba directamente hacia la Tierra61. ¡Menuda coincidencia!


La galaxia Blazar y los rayos cósmicos62



La Tierra también está registrando cambios en su campo electromagnético. Este campo de energía se crea a una gran profundidad, en el corazón del planeta. Aquí las temperaturas son muy altas y hay grandes movimientos de metal líquido que generan corrientes eléctricas. Estos ríos de fuerza forman espirales que suben de forma paralela al eje de la Tierra, salen por el Polo Norte, rodean el planeta y entran por el Polo Sur. El resultado es un escudo con forma de toroide que nos protege contra los vientos solares y garantiza la continuidad de la vida. Cuando hay grandes erupciones en el Sol, el campo magnético se puede observar en las regiones polares. En estos casos, las partículas de alta energía chocan contra la atmósfera y crean las auroras boreales y australes.

La intensidad de este campo fue medida por primera vez en 1835 por el físico alemán Carl Friedrich Gauss. Desde entonces los registros confirman que se ha ido debilitando. En la actualidad se sabe que la burbuja que nos protege de la radiación solar es un diez por ciento más frágil que hace ciento cincuenta años. Científicos de la NASA han detectado una vasta región sobre el Atlántico Sur en la que el campo magnético está decreciendo. La disminución es tan notable que está creando serios problemas en los sistemas de comunicación de los satélites que la atraviesan63. Por otro lado, los polos magnéticos (que representan el eje del campo) se están desplazando cada vez más rápido (unos sesenta kilómetros al año). En el 2040 se espera que el Polo Norte magnético de la Tierra se localice en Siberia (Rusia). Esta circunstancia está obligando a revisar los sistemas de navegación mundiales con una frecuencia inusual.

El campo electromagnético de la Tierra64



La disminución del campo de energía que nos rodea y el desplazamiento de los polos magnéticos están señalando hacia lo que seguramente sea el acontecimiento más extraordinario jamás vivido en la historia de la humanidad: la inversión de la polaridad de la Tierra. Esto evidencia que las líneas de fuerza del campo, en lugar de salir por el Polo Norte y entrar por el Polo Sur, lo harán a la inversa. Históricamente el planeta ha cambiado la dirección de su campo de energía cada trescientos mil años aproximadamente. Sin embargo, la última vez que se invirtió fue hace setecientos ochenta mil. Todo parece indicar que el siguiente vuelco está por llegar y que va con mucho retraso. El científico estadounidense y experto en Ciencias de la Tierra Gary Glatzmaier ha descubierto que la creciente debilidad del campo de energía que rodea el planeta está relacionada con la inversión de los polos magnéticos65. En su opinión, no hay duda de que estamos a las puertas de un nuevo vuelco.

Todo el mundo se pregunta lo mismo: ¿qué sucederá entonces? Los expertos auguran que en ese momento la Tierra tendrá varios polos que podrían ir cambiando de posición. Esto provocaría una gran inestabilidad, por lo que muchos animales que utilizan los campos magnéticos para orientarse (aves migratorias, salmones, abejas, mariposas, tortugas, ballenas…) podrían verse afectados. También se especula con la posibilidad de un colapso general en las estructuras eléctricas de todo el planeta y en los sistemas de navegación. Además algunas enfermedades como el cáncer de piel podrían aumentar. La parte amable es que las auroras boreales y australes se podrían ver en cualquier parte del globo. Lo cierto es que nadie sabe lo que pasará si los polos invierten su posición actual. A priori, un evento de este tipo no tiene por qué ser catastrófico, pero todo dependerá de nuestra capacidad creativa. ¿Habremos descubierto para entonces la forma de contrarrestar sus efectos negativos?


El campo electromagnético que rodea la Tierra está sufriendo alteraciones muy considerables. Todo parece indicar que nos encontramos a las puertas de una inversión en su polaridad magnética.

Dentro del campo magnético de la Tierra existe una cavidad situada entre la superficie terrestre y la ionosfera. Es un campo de energía que se manifiesta cuando hay descargas eléctricas en la atmósfera. Se conoce como la Resonancia Schumann. El interés que presenta para la ciencia es que vibra a una frecuencia muy baja (7,83 hercios) que coincide con la de las ondas theta y alfa que produce el cerebro en estados de calma y relajación. Para intentar averiguar cómo afecta a la salud y al comportamiento de los seres vivos, el Instituto HearthMath, de Estados Unidos, ha puesto en marcha un proyecto llamado Coherencia Global. Consiste en situar sensores en varios lugares del planeta y, a partir de ahí, medir la resonancia magnética de la Tierra y observar la influencia que ejerce sobre las personas. Los resultados de sus observaciones son muy elocuentes66:

La actividad diaria del sistema nervioso autónomo responde a los cambios en la actividad geomagnética. El grado de sincronía encontrado entre la Resonancia Schumann y otras líneas de resonancia del campo magnético terrestre y el ritmo producido por el cerebro y el corazón es sorprendente.


La Resonancia Schumann67



En los años sesenta del siglo xx, el científico alemán R. Weber, en colaboración con el Instituto Max Planck, construyó un búnker subterráneo, lo selló herméticamente y pidió a un grupo de estudiantes que pasaran siete semanas en él. Deseaba averiguar si la ausencia del campo electromagnético tenía alguna influencia en los ritmos circadianos. A medida que pasaban los días, los jóvenes comenzaron a sufrir dolores de cabeza, variaciones en el sueño, angustia emocional, estrés, etc. Lo relevante fue que, al introducir una frecuencia de onda de 7,83 hercios (mediante un generador de impulsos biomagnéticos), todos ellos volvieron a la normalidad de manera casi inmediata68.

La investigadora británica y experta en biomagnetismo Ingrid Dickenson afirma que el campo energético de la Tierra incide en nuestra salud de forma muy directa. En su opinión, si es alterado puede generar una situación de desorden cerebral y trastocar la producción de diferentes neurotransmisores y hormonas. Esta idea ha sido confirmada por el Centro de Cronobiología Halberg, en Estados Unidos: tanto la Resonancia Schumann como las líneas geomagnéticas de la Tierra y la propia actividad solar afectan de forma decisiva a los seres vivos69.

¿De qué forma? Tal y como demostró el profesor Weber, las ondas electromagnéticas alcanzan nuestros campos personales de energía e influyen en los ritmos circadianos, que son ciclos biológicos internos que regulan muchas funciones vitales (la floración de las plantas, el latido cardiaco, el sueño, la reproducción animal, la secreción hormonal, los procesos de depuración y regeneración celular…) y actúan en sincronía con otros ciclos de tipo ambiental (a través de la luz y la temperatura). Es importante comprender que los cambios que se producen en el campo electromagnético de la Tierra afectan a la vida en todas sus manifestaciones. Por consiguiente, si deseamos adaptarnos a lo que se avecina, necesitamos elaborar respuestas de carácter global.

Reseña de la investigación del profesor Weber y entrada al bunker70


Los registros llevados a cabo por el sistema de observación espacial ruso Tomsk confirman que la Resonancia Schumann está cambiando71. De acuerdo con el análisis de muchos observadores independientes, estas fluctuaciones son significativas (de hasta 120 hercios) y se vienen produciendo desde el año 1980. Si indagamos en sus causas, lo que encontramos es que los rayos cósmicos y la Resonancia Schumann están relacionados. El físico norteamericano Philip Scherrer cree que los primeros podrían desempeñar un papel importante en la génesis de tormentas eléctricas (un factor clave en la manifestación de la Resonancia Schumann), pues crean un efecto ionizador en la atmósfera72.

Fluctuaciones anómalas de la Resonancia Schumann73



Por otro lado, las anomalías que presenta nuestro escudo protector terrestre se deben también a la contaminación ambiental que crean las telecomunicaciones. Sin ir más lejos, en la ciudad o en entornos saturados de tecnología, la Resonancia Schumann no se puede detectar. Estos desajustes han crecido de manera exponencial en los últimos tiempos y están afectando a la vida natural. El físico alemán Jochen Kuhn expuso a un grupo de abejas a la radiación telefónica y comprobó que perdían el sentido de la orientación y que no eran capaces de volver a sus colmenas. El tema no es trivial, pues realizan el setenta por ciento de la polinización de los cultivos. Asimismo, en los últimos años se ha registrado la extinción o disminución de muchas especies de mariposas, aves migratorias, pájaros de granja…74

Más de doscientos treinta científicos independientes de unos cuarenta países han advertido sobre el riesgo que entraña la sobreexposición a los campos electromagnéticos generados por los dispositivos móviles. Hablan de cáncer, estrés celular, aumento de los radicales libres, daños genéticos, infertilidad, alteraciones en el ADN, déficit de aprendizaje y memoria, trastornos neurológicos…75 Muchos organismos internacionales como la UNESCO o el Consejo de Europa recomiendan aplicar el principio de precaución y realizar estudios rigurosos antes de introducir en la sociedad tecnologías potencialmente dañinas. El expresidente de Microsoft en Canadá Frank Clegg dice, por ejemplo, que la tecnología 5G es muy dañina para la salud y se pregunta: ¿Cómo es posible que un producto tan perniciosos pueda ser lanzado al mercado para uso público?76 Sin duda necesitamos establecer límites saludables y más investigación para encontrar frecuencias de onda que sean compatibles con los ritmos biológicos de la naturaleza. El objetivo es que los dispositivos móviles y las redes de telecomunicación no alteren el equilibrio de la biosfera. En lugar de crear inestabilidad (que es lo que hacen ahora), deberían poner nuestros cerebros en orden y en coherencia con el corazón y en sintonía con el «latido de la Tierra».


El campo magnético de la Tierra es el soporte de la vida en la biosfera. Su grado de sincronía con el cerebro y el corazón es asombroso. Este hecho revela que influye de forma decisiva sobre nuestro comportamiento individual y social.


Cuando estamos unidos a la Tierra, nuestra inseguridad disminuye o incluso puede llegar a desaparecer por completo. La naturaleza nos ayuda a sanar y nos devuelve a nuestro estado original de equilibrio. En contacto con el medio natural, nuestra biología se acoplan al entramado de la vida. Al sincronizarnos con el campo electromagnético del planeta, activamos el sistema nervioso autónomo (en su rama parasimpática) y ponemos en marcha los procesos naturales de recuperación y depuración del organismo. La Tierra oscila a 7,83 hercios, una frecuencia muy lenta que coincide con las ondas alfa y theta que produce nuestro cerebro en estado de relajación. Todo ello sucede de forma espontánea. No solo nos limpia y nos regenera, sino que también nos ayuda a desplegar una acción consecuente y sensata. El beneficio es por ello doble.

Si el planeta modifica sus condiciones de energía y aumenta su vibración nosotros tendremos que hacer lo propio. Sin embargo, en entornos saturados de tecnología, el campo electromagnético de la Tierra se debilita y se distorsiona. La radiación emitida por los aparatos de telecomunicaciones (redes wifi, telefonía móvil…) anula sus efectos positivos. En los últimos cincuenta años, esta radiación se ha incrementado varios millones de veces77. El desajuste que provoca en nuestro campo de energía se refleja a nivel biológico. Esto significa que, sin la debida regulación, el sistema nervioso nunca descansa por completo, se agota y termina colapsando. Finalmente, esta dinámica repercute en la psique y desemboca en una neurosis, es decir, afecta al funcionamiento de la mente racional. Cuando no somos capaces de pensar, se activan mecanismos de defensa de diversa naturaleza. Uno de ellos es la necesidad de estar haciendo cosas todo el tiempo. De acuerdo con el psicoanalista austríaco Sigmund Freud, en la neurosis estas pulsiones se dirigen hacia un único fin: calmar la tensión interna78.

Un dato que debería hacernos reflexionar es el aumento desproporcionado del uso de fármacos destinados a reducir la ansiedad79. Entre los años 2000 y 2013, en España este incremento fue del cincuenta y siete por ciento y en Estados Unidos llegó al sesenta y cinco por ciento. Estas cifras reflejan el crecimiento desmesurado de las alteraciones sensoriales y motoras provocadas por deficiencias en el sistema nervioso. Nuestra capacidad para tomar decisiones racionales se ha deteriorado tanto que hasta los niños, al menor trastorno, son tratados como enfermos. La costumbre de recetar antidepresivos a los menores de edad se está generalizando de tal manera que hasta la Organización Mundial de la Salud (OMS) ya ha dado la voz de alarma.

Si deseamos liberarnos del estrés y la ansiedad crónica en los que vivimos, necesitamos dejar de hacer y comenzar a ser. La Tierra nos ayuda a ello. Solo tienes que acercarte a la naturaleza, respirar en la quietud del silencio y abandonarte a sentir. No hay que hacer nada. Solo escuchar. La Tierra te habla todo el rato. Es un ser dotado de una fuerza extraordinaria, pero también está lleno de sensibilidad y ternura. Arráigate en tu cuerpo y hunde tus raíces en su memoria. Trabaja con ella. Hónrala y hazle saber tu intención de colaborar en su propósito. Siente el latido de su corazón y, por favor, muéstrate compasivo hacia todos los seres que la pueblan. Las plantas, los animales e incluso los minerales elevan su nivel de conciencia y mejoran sus condiciones de evolución cuando decides amarlos. Sé humilde, aprovecha la oportunidad que te brinda la naturaleza y agradece su enorme generosidad. Establece con ella un compromiso basado en la lealtad y tenla en cuenta en todo lo que hagas. Ella es tu madre, tu Pacha Mama. Sin ella no existirías. Como afirma una tradición andina: «Sin amor a la Tierra, no tenemos lugar en el cielo».

El mensaje oculto de las estrellas

Este cambio energético a nivel global ha sido anunciado por las tradiciones de los antiguos pueblos de la Tierra. Las predicciones que hicieron los mayas, sobre todo, asombran por su precisión. Eran grandes astrónomos. Cartografiaron el cielo y lograron predecir acontecimientos pasados y futuros con una precisión admirable. Su calendario solar es más exacto que el nuestro y su tabla de eclipses lunares sigue vigente en nuestros días. Cuatro mil años después, los astrónomos siguen fascinados por la complejidad de sus cálculos numéricos. Muchos se preguntan si la sabiduría de este pueblo no estará escondiendo enigmas que la ciencia moderna aún no es capaz de desentrañar con ayuda de la tecnología80.

Esta cultura tenía integrados el saber astronómico con el astrológico, es decir, usaban los mapas estelares para orientar la vida de las personas y decidir el destino de su pueblo. También fueron los más avanzados a la hora de hacer predicciones a largo plazo. Entre otras muchas cosas se dieron cuenta de que el Sistema Solar se mueve por la galaxia de forma cíclica. Observaron que cada dos mil años la Tierra modifica su ángulo de inclinación en relación a la bóveda celeste (el cielo visto desde la tierra), se alinea con un grupo concreto de estrellas (las constelaciones del Zodiaco) y entra en una nueva era. Al pasar de una constelación a otra, las influencias que recibimos del universo varían por lo que esta circunstancia habría contribuido al ocaso y al florecimiento de las civilizaciones humanas que han transitado por la Tierra. También calcularon que el planeta tarda veinticinco mil setecientos años en recorrer toda la bóveda celeste (en Astronomía se conoce como un ciclo precesional) y dividieron este periodo en dos intervalos: el día y la noche galácticos.

Los mayas vislumbraron algo que la ciencia moderna admite ya sin reparos: el modelo heliocéntrico propuesto por el astrónomo prusiano Nicolas Copérnico en el siglo xvi (que imagina a los planetas girando en torno al Sol en órbitas circulares) junto a las correcciones hechas por el astrónomo y matemático alemán Johannes Kepler en el xvii (que dijo que las órbitas, en lugar de circulares, eran elípticas) ha quedado obsoleto. Este modelo sería correcto si el Sol estuviera inmóvil pero si asumimos que este se está moviendo alrededor de la Vía Láctea (a una velocidad de ochocientos veinte mil kilómetros a la hora) las órbitas de los planetas, en lugar de planas, deben ser helicoidales. El Sistema Solar tarda doscientos veintiséis millones de años en dar una vuelta completa a la Galaxia y lo hace de la misma forma en la que se expresa la vida, es decir, formando espirales.

Ciclo Precesional


Modelo astronómico Helicoidal




Movimiento del Sistema Solar alrededor de la Vía Láctea


Los mayas anunciaron con acierto que el 21 de diciembre del año 2012 la Tierra culminaría un ciclo precesional. De acuerdo con sus profecías, estamos cambiando de era (dejamos Piscis y entramos en Acuario) y, en consecuencia, la humanidad vivirá un nuevo renacimiento y una etapa dorada. ¿Es posible que este cambio se deba a que nos estamos aproximando al centro de la galaxia? ¿La espiral que traza el Sistema Solar en su itinerario alrededor de la Vía Láctea ha girado hacia dentro y por eso la energía que recibimos es más intensa? Los mayas anunciaron que la Tierra aumentaría su vibración energética y con ella que se producirían grandes cambios en la humanidad. De acuerdo con su calendario estelar, estamos saliendo de la noche y entrando en el amanecer de un nuevo día galáctico que tendrá una duración de doce mil ochocientos cincuenta años, la mitad de un ciclo precesional.

Sin embargo, afirmaron que, antes de que esta época dorada se haga realidad, viviremos un periodo de oscuridad. Un tiempo en el que la locura colectiva creará mucha destrucción y en el que se dará un cambio climático provocado en parte por el hombre. En el libro sagrado del Chilam Balam se dice81:

Al final del último katum [periodo comprendido entre 1999 y 2012], el itzá [el pueblo] será arrollado […] Habrá un tiempo en el que estará sumido en la oscuridad y luego vendrán trayendo la señal futura los hombres del Sol: despertará la Tierra por el Norte y por el poniente. El itzá despertará.

El Amanecer Galáctico



Los mayas vaticinaron que, después de esta noche oscura, los seres humanos encontraremos la paz en nuestro interior y nos volveremos más tolerantes y comprensivos. Estaremos dotados de una sensibilidad muy elevada y seremos capaces de integrar en nuestra vida las dulces e infinitas sensaciones del amor universal. Entre otras cosas presintieron que nuestra esencia será la gran fuerza que moverá al hombre del porvenir y que la utilizaremos para sanar de cualquier enfermedad. También anunciaron que la desintegración de la materia y su restitución en cualquier punto del espacio serán una práctica común en la sociedad (algo que la ciencia ha confirmado ya a nivel teórico). En cualquier caso, esta luz interior nos guiará para que desarrollemos nuestros designios sobre la Tierra a una fabulosa altura y nos regirá a través del amor, la perseverancia, la virtud, la sabiduría y la comprensión. En su visión: «el renacimiento de la humanidad va a depender de la rapidez con la que nos integremos al concierto universal».

De acuerdo con los mayas, estamos saliendo de una noche oscura y entrando en el amanecer de un día galáctico que traerá grandes cambios y una nueva civilización a la Tierra.

La conciencia de Gaia

Desde una perspectiva espiritual, la Tierra está preparando las condiciones energéticas que sostendrán a la nueva civilización que hemos decidido concebir a nivel colectivo. En este sentido, el planeta está abriendo centros energéticos y memorias lejanas que permanecían dormidas desde hace miles de años. Digamos que la Tierra tiene su propia red neuronal. Ahora, lo que está haciendo es activarla y crear nuevas conexiones sinápticas.

Dentro de esta red hay una serie de nodos que operan como centros neurálgicos. Son los espacios naturales sagrados (montañas, ríos, océanos, lagos, desiertos…) y las construcciones emblemáticas que simbolizan la identidad cultural de la humanidad (catedrales, templos, iglesias, monumentos, pirámides…). Estas últimas fueron creadas con el propósito de preservar la luz sobre la Tierra en un tiempo en el que reinaba la oscuridad. En su construcción se empleó una geometría muy precisa, capaz de resonar con energías de muy alta frecuencia. En algunos casos, su arquitectura es tan compleja y los cálculos numéricos que la sostienen son tan sofisticados y precisos que nadie acierta a comprender cómo fueron construidas.

Tanto los espacios naturales como las obras humanas que se encuentran diseminadas por el planeta forman parte activa de un campo energético conocido como rejilla planetaria. Este armazón de líneas de energía permanece en conexión íntima con la naturaleza y con otras redes similares ubicadas en el espacio multidimensional. Su función principal consiste en sostener y catalizar el proceso del cambio. En la actualidad, algunos canalizadores están trabajando en equipo con guías o seres inmateriales que asisten a la Tierra en su proceso evolutivo. Es un trabajo muy hermoso que requiere de mucha responsabilidad. El objetivo de esta colaboración es actualizar los «sistemas operativos» del planeta para que este pueda recibir y almacenar los códigos de luz que le están llegando desde el espacio. Una vez obtenidos, la Tierra los libera a través de la rejilla planetaria y las ondas electromagnéticas resultantes resuenan con el ADN de los seres vivos e ingresan la información en su estructura biológica. El resultado es un cambio en la conciencia a nivel planetario.


La rejilla planetaria82


La rejilla planetaria está formada por una serie de redes o matrices energéticas que sirven para almacenar y transmitir la información que está llegando desde el espacio. La Tierra está activando muchos centros energéticos que permanecían dormidos.

Un ejemplo de cómo están entrando los códigos de luz a la Tierra se puede ver en los círculos de trigo o agroglifos. Estos dibujos geométricos comenzaron a aparecer en los años setenta del siglo xx. Desde entonces se han registrado miles de casos en Alemania, Rusia, Estados Unidos, Inglaterra, Canadá, Japón y otros lugares del mundo. Aparecen en los campos de cultivo y presentan diseños muy hermosos. Algunos han sido hechos por el hombre, pero otros son demasiado complejos o muy grandes (hasta una hectárea, un campo de futbol), lo que haría necesario utilizar instrumentos topográficos para dibujarlos. Todo parece indicar que es imposible hacerlos de forma furtiva, a oscuras y sin dejar huellas. Por otro lado, no hay evidencias de que su autoría sea siempre humana. Algunos investigadores han tomado muestras de círculos que se hallaban separados más de doscientos kilómetros y han encontrado algunas similitudes entre ellos. Por ejemplo, los tallos de las plantas emitían una radiación similar o estaban doblados por el mismo sitio.


Círculos de trigo o agroglifos83



La idea de que más allá de nuestras fronteras haya seres dotados de conciencia que están interviniendo (a favor o en contra) en el proceso evolutivo de la Tierra está dejando de ser una quimera. De acuerdo con el Observatorio Internacional para el Estudio Científico del Fenómeno Ovni (MUFON), los avistamientos de naves espaciales se han incrementado de forma paulatina en los últimos años. Por otra parte, los testimonios de canalizadores que afirman estar en contacto con civilizaciones extraterrestres son muy numerosos y habituales. Personalmente he sido testigo de cinco encuentros con seres alienígenas, de modo que no tengo ninguna duda de su existencia. En cualquier caso, esto tiene que empezar a dejar de sorprendernos. A fin de cuentas, en el universo hay cinco mil millones de galaxias y cada una tiene del orden de doscientos mil millones de estrellas. En la antigüedad, la comunicación con seres de otras dimensiones era habitual. La historia oficial nunca lo ha querido reconocer, pero existen evidencias muy claras en el arte y la cultura de pueblos como los mayas, los egipcios, los sumerios, los griegos y muchos otros.

Desde la perspectiva del espíritu, la tierra desempeña un papel muy importante en el conjunto del universo pues aspira a convertirse en un centro de información y comunicación a nivel cósmico. Está situada en un nodo galáctico, es decir, un punto por el cual atraviesan muchas frecuencias y vías procedentes de otros rincones del universo. Por eso no es de extrañar que seres de otros lugares estén atentos a lo que sucede aquí y que algunos de ellos deseen ayudarnos a lograr nuestro propósito. Cuando consigamos vivir en paz y en armonía, la Tierra será una gran biblioteca viviente y dará un servicio de inestimable valor a otras razas extraterrestres.

Cómo facilitar la transición del planeta

La ciencia nos dice que el campo electromagnético de la Tierra actúa como soporte vital de la biosfera afectando tanto a la salud como al comportamiento de los seres vivos. No obstante, esta no es su única función. El psicólogo norteamericano Michael Persinger dice que este campo actúa también como conector y transmisor de información de carácter biológico84. En otras palabras, transporta las ondas que emitimos con el cerebro y el corazón y puede provocar cambios en el comportamiento de colectivos enteros o incluso en el de la propia Tierra.

En el año 1972, la Sociedad para la Meditación Trascendental (MT) y veinticuatro ciudades de Estados Unidos participaron en un ensayo muy revelador. Un grupo de personas fueron entrenadas para producir de forma continuada sentimientos de paz y concordia. El resultado, conocido como el “Efecto Maharishi”, fue sorprendente: durante el tiempo en el que las personas meditaban, los crímenes y la violencia descendían de manera brusca. Sin embargo, cuando el experimento se detuvo, las estadísticas se normalizaron85. Años más tarde, a finales de los ochenta, se repitió la experiencia en el Proyecto de Paz de Oriente Medio. El desenlace fue muy similar. Durante el tiempo en el que las personas se reunían para crear sentimientos de paz, los actos terroristas cesaban por completo.

La conclusión de este experimento quedó reflejada en una fórmula matemática: el número de meditadores necesario para inhibir la conducta violenta de una población debe ser mayor o igual a la raíz cuadrada del uno por ciento de sus habitantes. En Estados Unidos, por ejemplo, donde viven trescientos treinta millones de personas, se necesitan mil ochocientas dieciséis meditando de forma continuada. En España, donde hay cuarenta y seis millones, bastaría con seiscientos setenta y ocho meditadores para conseguir efectos positivos en todo el país.

Con estos experimentos quedó demostrado que las personas y los colectivos tenemos capacidad para influir sobre el medio ambiente y sobre la conducta de otros grupos humanos. Esta habilidad depende de nuestra coherencia interna y está relacionada con la intención y la atención que depositamos en lo que hacemos. La cuestión es: ¿cómo podemos desarrollarla? En el instituto norteamericano HeartMath se ha comprobado que la inteligencia intuitiva del corazón incrementa la efectividad de nuestras decisiones. Esto repercute directamente en una mejora de las relaciones86. Cuando las personas sienten gratitud, compasión o bondad, su coherencia cardiaca aumenta, presentan más capacidad de discernimiento y pueden diferenciar mejor lo que sucede en su entorno de lo que les ocurre a ellas mismas. Lo cierto es que, cuando dejamos que el corazón gobierne nuestra vida, el cerebro se armoniza con él y funciona mejor. Va más lento y se sincroniza de forma natural con el campo magnético de la Tierra.

Investigaciones recientes han observado que el campo electromagnético que crea el corazón es mucho más amplio que el del cerebro (alcanza una distancia de hasta tres metros). Además se comunica con el sistema nervioso central con una anticipación de entre cuatro y cinco segundos, es decir, es el primero en saber lo que está sucediendo. En un experimento llevado a cabo por el neurocientífico y psiquiatra francés David Servan se demostró que después de entrenar a una serie de ejecutivos en la práctica de la coherencia cardiaca, el ochenta por ciento de ellos redujo sus niveles de estrés y dejó de sentirse agotado por su trabajo87.

El corazón es el órgano que nos dota de coherencia interna. Dicho de otra forma, sabe en tiempo real cómo están afectando a cada una de las partes de nuestro cuerpo los estímulos que recibimos y, con esa información, elabora una respuesta global. Esta respuesta es siempre coherente con el propósito de preservar la salud y la vida. A través del corazón transmitimos información al ADN y al resto del organismo (sistema endocrino, linfático, sanguíneo…). La ciencia ha descubierto que nuestras células tienen receptores específicos para las ondas electromagnéticas que envía el corazón88. De hecho son cientos de veces más sensibles a este tipo de señales que a las químicas89. Hasta hace poco se creía que las células solo recibían información a través de la sangre, pero ahora se sabe que hay otras vías de comunicación.

La conclusión a la que podemos llegar es que el corazón es el centro de mando de la personalidad y el cerebro el encargado de ejecutar las operaciones. La habilidad de la coherencia cardiaca se basa en un principio muy simple: dejarse llevar por la intuición y los sentimientos positivos. Los problemas surgen cuando el miedo domina nuestra vida. Entonces la mente y el corazón dejan de hablar y se cortocircuitan. En esta situación, las decisiones que tomamos son parciales y, en cierta medida, también conflictivas.

Los seres humanos influimos de forma individual y colectiva sobre el campo de energía de la Tierra. Para ejercer un influjo positivo necesitamos desarrollar la coherencia cardiaca y armonizar el funcionamiento del cerebro con el del corazón.

Uno de los aspectos que mejor evidencian la transformación que está viviendo la Tierra es el cambio climático. Constituye un reflejo del caos mental, la turbulencia emocional y la desconexión en los que se encuentra el ser humano en relación con la naturaleza. Tendemos a verlo solo como un hecho físico, pero en realidad es mucho más que eso. Además de ser provocado por el hombre (en especial a través de la geoingeniería climática) también nos muestra un movimiento interno y es que la Tierra se está liberando del dolor acumulado en su campo de energía como consecuencia de tantos siglos de barbarie humana. Durante mucho tiempo, el planeta se responsabilizó de las energías que emanaban de nuestros actos violentos, crueles y desalmados. Actuó como lo hace una madre que protege a un hijo que se «desvía de su camino». El nombre de Madre Tierra, que está presente en las antiguas tradiciones y es reconocido por las Naciones Unidas desde el año 2009, está inspirado no solo en su capacidad para crear vida, sino también en su carácter protector.

Para evitar que los sistemas ecológicos se colapsen y se quiebren bajo la presión que está ejerciendo la humanidad, la Tierra ha iniciado un proceso de depuración a través de lluvias torrenciales, erupciones volcánicas, seísmos, huracanes, incendios, sequías… Estos fenómenos naturales forman parte de su evolución, incluyen la nuestra e indican que está buscando un nuevo equilibrio. Para favorecer un desenlace positivo y seguir disfrutando del periodo de «gracia climática» en el que nos encontramos, es necesario que nos movamos colectivamente hacia la madurez del corazón. De momento estamos empezando a limpiar el planeta de todos los desechos que hemos venido produciendo desde hace décadas. También lo estamos regenerando y, al mismo tiempo, hemos comenzado a crear una forma de vida que sea compatible con él y no lo destruya.

La energía del amor avanza a buen ritmo, pero todavía no hemos comprendido el poder real que tenemos para favorecer el cambio de dimensión que está viviendo el planeta. Creemos que solo podemos intervenir por medios mecánicos o químicos, pero eso no es del todo cierto. La naturaleza es muy sensible a las vibraciones que emitimos las personas y reacciona con mucha diligencia ante la frecuencia del amor. Todo el mundo sabe que las plantas crecen mejor si se les habla con ternura y lo mismo sucede con el mundo animal. Los animales establecen vínculos muy fuertes con los seres humanos a través del amor. El 25 de julio del año 2011, miles de personas de todo el planeta se unieron en oración para ayudar a limpiar las aguas contaminadas por el desastre nuclear de Fukushima, en Japón. Ante una iniciativa de esta belleza, tenemos que preguntarnos lo siguiente: ¿es posible limpiar el agua a través de las vibraciones positivas emitidas por un colectivo de gente? El doctor japonés en Medicina Alternativa Masura Emoto afirma que sí90. En su opinión, el agua tiene memoria y su estructura molecular puede ser afectada por el pensamiento y el sentimiento.

Si esto fuera cierto, podríamos restablecer la forma original de las aguas contaminadas mediante el envío de vibraciones positivas o mezclándolas con dosis homeopáticas de agua muy pura. Los canalizadores español y mexicano Xavier de Pedro y Kai lideran un proyecto para restablecer la memoria ancestral del agua en todo el planeta. Para ello han recogido las aguas puras de la Antártida y del Polo Sur y han creado una red de distribución. De esta forma, cualquier persona que lo desee puede obtenerlas de forma gratuita y verterlas en los cauces de los ríos, en los lagos, en los mares… El objetivo es transmitir la estructura molecular del agua que había hace miles de años y facilitar así que el planeta entero se regenere91.

Efectos del pensamiento sobre el agua92


A la hora de considerar si estas iniciativas tienen alguna base científica, lo más apropiado es acudir al virólogo y Premio Nobel de Medicina, el francés Luc Montagnier. En el año 2013, este científico realizó un experimento muy revelador. Al mezclar agua con ADN observó que este último producía unas ondas electromagnéticas. Entonces leyó estas frecuencias con un ordenador y las envió por Internet a la Universidad de Benevento, en Italia, situada a mil quinientos kilómetros de distancia. Allí fueron leídas durante una hora por el agua pura contenida en un tubo de ensayo. Más tarde, esta agua fue mezclada con los componentes típicos del ADN (nucleótidos) y con un catalizador. Con gran asombro, los científicos comprobaron que el ADN francés era reconstruido como por arte de magia con una fidelidad del noventa y ocho por ciento93.


Experimento de Luc Montagnier94



Este experimento demuestra que el agua tiene memoria, es decir, que puede reproducir los efectos de una sustancia que haya estado previamente en contacto con ella aun cuando esta no se encuentre presente. Las consecuencias de este descubrimiento son extraordinarias y muy variadas. Entre otras cosas, abre nuevas fronteras en la práctica de la Medicina. El profesor Montagnier afirma que las enfermedades se pueden tratar usando ondas electromagnéticas, un procedimiento del todo revolucionario que supondría la reducción drástica de los medicamentos que son administrados por medios físicos. También permitiría que cualquier persona, en cualquier parte del mundo, accediera a todo tipo de tratamientos. El ingeniero e investigador independiente italiano Alberto Tedeshi afirma que este sistema podría desarrollarse en una aplicación e instalarse en el teléfono móvil. Al parecer, el empresario estadounidense Steve Jobs vislumbraba ya en el año 2014 un Smartphone de este tipo.

Como el agua tiene memoria y puede transmitir los datos que le son suministrados mediante el pensamiento y el sentimiento, la opción de descontaminarla a distancia es una realidad. Lo mismo sucede con el proyecto de las aguas polares que lideran Xavier de Pedro y Kai. La estructura molecular del agua que había en nuestro planeta hace miles de años puede transmitirse por resonancia a cualquier vertiente de la Tierra. De esta forma, podemos ayudar a limpiar las aguas del planeta.

La ciencia nos está diciendo que tenemos mucho más poder de influir sobre la naturaleza del que nos imaginamos. Por otro lado, este poder no se limita solo al agua, es decir, puede afectar a otros procesos. Si deseamos que el cambio climático sea benigno, tenemos que aclarar nuestras intenciones y decidir en consecuencia. Es necesario que ajustemos nuestro comportamiento al momento evolutivo que vive la Tierra y que nuestra relación con ella sea más equilibrada. Para intervenir de forma favorable en los procesos internos que está viviendo el planeta, necesitamos dar un salto de conciencia. El objetivo es lograr que la evolución sea progresiva y evitar los reordenamientos bruscos o las grandes catástrofes. No tenemos por qué dudar de nuestro poder y es preciso que seamos conscientes de la función que desempeñamos en el entramado de la vida. Somos una pieza clave en la evolución del universo pero, si deseamos ser efectivos, necesitamos aprender a amarnos a nosotros mismos y a todos los seres que nos rodean. ¡Adelante!

Lo que le sucede a la Tierra es también la consecuencia de nuestra forma de ser y de estar en el mundo. Tenemos mucho más poder de intervención sobre los procesos naturales y el comportamiento colectivo del que nos imaginamos.

¿Por qué transcurre la vida más deprisa?

Una de las consecuencias más visibles del cambio de era en el que nos encontramos es la sensación de que la vida transcurre más deprisa. El tiempo lineal es una construcción humana. Como en la Tierra la energía va muy lenta y los límites son muy firmes, hemos inventado un sistema que nos permite organizarnos. Sin el reloj sería muy difícil coincidir en el espacio o hacer que dos o más procesos encajen para lograr un resultado. Esto es debido a que la percepción del tiempo es subjetiva. Sin embargo, aunque el movimiento de las manecillas del reloj sea invariable, cada vez hay más gente que coincide en que la vida avanza más rápido. Parece contradictorio. ¿Qué está sucediendo? Algunos estudios sugieren que la sensación de aceleración se produce a medida que envejecemos, pero no son concluyentes. Si le preguntas a un niño por esta cuestión, te dirá que él no nota nada. La razón es que ellos viven en el presente y no se paran a pensar sobre el mañana ni sobre el ayer.

En mi opinión, este fenómeno tan generalizado está siendo provocado por los cambios que está experimentando la Tierra. Al recibir más información del espacio, necesita elevar su vibración. Si no lo hiciera, no podría integrar los datos y sus estructuras se colapsarían. A medida que subimos de frecuencia, la materia vibra más deprisa y la probabilidad de que se transforme es más alta. Esta situación es nueva para nosotros y nos afecta a nivel biológico. Las células están siendo invitadas a vibrar en una octava más alta, pero la mente racional no es capaz de interpretar lo que está sucediendo porque su naturaleza es analítica, es decir, funciona por partes. Para intentar comprender la realidad, lo que hace la razón es separarla. Para ella el tiempo es una convención o una idea arbitraria, pero no una experiencia. Si un cambio afecta a todo el organismo de forma simultánea, la mente racional se confunde. Entonces interpreta que la realidad se está acelerando y crea un sentimiento de urgencia. Hoy en día todo el mundo anda ajetreado, corriendo de aquí para allá.

El proceso de aceleración personal y social es un reflejo de las dificultades que estamos teniendo para integrar el cambio de frecuencia al que estamos siendo expuestos. El problema es que nuestras células están acostumbradas a un ritmo más lento del que nos sugiere la Tierra. Nuestros hábitos alimenticios y las conductas basadas en el miedo, la dominación y la dependencia reducen nuestros niveles de energía. Una comida tradicional, por ejemplo, implica una digestión muy pesada. Tanto que para compensarla necesitamos recurrir a todo tipo de estimulantes y forzar el sistema inmunológico. A su vez, controlar el entorno o intentar cambiar a los demás es un ejercicio agotador y muy limitante. El metabolismo celular está condicionado por los pensamientos y los sentimientos que producimos. Si lo que prevalece es el miedo, todo el organismo reacciona a la baja.

Estamos acostumbrados a funcionar en unos márgenes vibratorios muy limitados, pero la Tierra nos apremia a vivir una realidad bien diferente, más expansiva y alegre. Nos está diciendo que podemos experimentar la vida en conexión con nuestra esencia. Es algo que ya sabemos porque el amor constituye nuestra naturaleza básica. Sin embargo, no lo apreciamos de forma permanente. Más bien nos reconocemos en ello fugazmente, como si fuera un suceso insólito. A veces, algo o alguien toca nuestro corazón y nos recuerda lo que somos y el verdadero sentido de la vida. En cambio, la idea de descubrir nuestra divinidad interna y vivir a partir de ella nos asusta. Llevamos tanto tiempo viviendo en la sombra que, cuando la Tierra eleva su vibración y el amor aparece a borbotones, su resplandor nos ciega. Tal y como dice la escritora norteamericana Marianne Williamson: «Es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que nos atemoriza».

En la medida en que sigamos identificados con la mente, la sensación de urgencia irá en aumento y el resultado será una vida cada vez más caótica. La única forma de gestionar con garantías esta formidable mudanza consiste en relajarnos y pasar el timón conductor de nuestra vida al corazón. Para lograrlo tenemos que integrar el ego con el espíritu, es decir, elevar nuestros niveles de energía. Este cambio es gradual y solo resulta estable cuando se asienta a nivel físico. Una vez materializado, el cuerpo se «abre» y nos permite funcionar desde el amor. Es algo que muchas personas ya están haciendo de forma instintiva. El cambio es orgánico y el encargado de informarnos de lo que sucede no es la mente, sino el cuerpo. Algo nos está diciendo internamente que, si no bajamos el ritmo, nuestra supervivencia corre peligro.

La sensación de aceleración que vive la humanidad está provocada por la llegada de una nueva energía a la Tierra. Ahora la frecuencia es más alta y la materia vibra más deprisa.


Ser o no ser

Los cambios de paradigma provocan convulsiones en la sociedad, desajustes y, en ocasiones, reordenamientos bruscos. A lo largo de la historia, siempre ha sucedido así. Sin embargo, ahora nos encontramos con una situación completamente inédita: quien está cambiando es la Tierra. Mientras no seamos conscientes de este hecho y actuemos en consecuencia, seguiremos dando palos de ciego.

Nada de lo que sucede en la naturaleza tiene su origen en un solo principio. Por este motivo sería pretencioso afirmar que la nueva situación energética en la que se encuentra la Tierra es la única causa de las convulsiones sociales y del cambio medioambiental que estamos viviendo. Sin embargo, sería ingenuo pensar que no es un factor importante, por no decir decisivo. En cualquier caso, las personas llegamos hasta el corazón de manera gradual. Es un proceso natural producto de nuestra evolución individual y colectiva. A diferencia de otros momentos de la historia, en este se da la circunstancia de que el despertar de la conciencia de muchas personas está coincidiendo con el de la Tierra. Estamos llegando al final de un ciclo y nos adentramos en otro que culminará con un nuevo equilibrio entre dar y recibir, y con una civilización basada en el amor y en la sabiduría.

«Ser o no ser: ese es el dilema» (William Shakespeare). Cuando los tiempos son desafiantes, tenemos que ser valientes y tomar decisiones sencillas. La más efectiva consiste en dejar de vivir desde el miedo y empezar a hacerlo desde el amor. Todo un desafío. En todo caso, tal y como afirma el dramaturgo inglés, tenemos que decidir entre «ser o no ser». Nadar entre dos aguas o negar el cambio resulta cada vez más difícil.

Imagínate que estás de pie y que entre tus piernas se abre una grieta. La tierra comienza a separarse. Al principio, la fisura es tan pequeña que ni siquiera la notas. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo va aumentando de tamaño y llegado un punto, empiezas a sentirte incómodo. La brecha te obliga a andar con cuidado para no caer en la fosa. Ya no puedes correr como antes, ahora tienes que andar con las piernas separadas. A medida que la sima se hace mayor, tu incomodidad aumenta y, en un momento dado, vivir así deja de ser aceptable para ti. Deseas recuperar la libertad de movimientos y para ello debes tomar una decisión y moverte hacia uno de los dos lados.

En uno reinan el miedo y la hipocresía. Las personas que viven allí alimentan la ilusión de cambiar este sistema por otro mejor, pero no pueden renunciar al viejo paradigma. Muestran indiferencia o rechazo ante la idea de vivir al servicio de la Tierra y, aunque muchas tienen buenas intenciones, no están realmente comprometidas con el despertar de la conciencia. En ese lado de la brecha, lo que se busca es el control del entorno. El futuro debe ser algo predecible y la existencia, sólida (en lugar de fluida). También existen juicios de valor muy férreos sobre lo que está bien o mal. Las personas se suelen identificar con el personaje que representan (su estatus) y su conducta se basa en un estándar social. El dolor interno no se reconoce y en su lugar se alimenta una imagen idealizada que afirma: «yo soy el bueno». La gente no se plantea hacer cambios personales. Lo que hace más bien es forzar la realidad y tratar de que esta se ajuste a sus deseos y expectativas personales. En suma, la felicidad se busca en las cosas externas (por lo que nunca se encuentra) y lo material es considerado como un fin en sí mismo. Este terreno te resulta familiar y, aunque te proporciona una cierta seguridad, te sientes cansado de la lucha que te exige. Algo en tu interior anhela el descanso, la paz y la alegría.

En el otro margen reinan el amor y la integridad. El corazón actúa como el hilo conductor de la vida y el deseo está enfocado hacia el servicio y la cocreación. Las personas no están interesadas en las etiquetas y se muestran receptivas a explorar la realidad, a ir más allá y a abrirse a lo desconocido. Aquí lo que se busca no es el poder, sino la verdad. Tanto el dolor como el placer son aliados del crecimiento y la gente es responsable de sus estados emocionales y de crear sus propias experiencias de realidad. Todo el mundo desarrolla su potencial creativo y lo pone al servicio de la Tierra y de los seres que la pueblan. Se acepta la idea de que formamos parte del entramado universal. Nadie se cree superior ni inferior a otro ser vivo y se vive en paz y armonía con la naturaleza. Las personas están comprometidas con el despertar de la conciencia, son flexibles y siempre se muestran dispuestas a perdonarse y a perdonar a los demás. También reina un gran sentido del humor. El materialismo brilla por su ausencia y el dinero, el poder, la riqueza, la posición social, la fama o el éxito no se contemplan como fines en sí mismos.

Este lado de la fosa no te resulta muy conocido. Tan solo abrigas un lejano recuerdo de lo que significa vivir en él. Intuyes que ahí serás feliz y que podrás gozar de la seguridad y la libertad que anhelas para realizar tus sueños. Sin embargo, la incertidumbre te da miedo. Tu indecisión te conduce a permanecer inmóvil. Piensas que con el tiempo la fisura terminará por desaparecer y que todo volverá a ser como antes. Entretanto, te resignas a vivir con una pierna a cada lado de la grieta y a caminar a trompicones. Cuando crees haberte acostumbrado, la fisura se hace mucho más grande. Ahora ya no tienes opciones. O saltas o te caes al abismo.

La voz del corazón

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