Читать книгу Mitología Inca - Javier Tapia - Страница 3
ОглавлениеPrefacio: Misterios sin resolver
El que no sabe
es como el que no ve,
y no hay peor ciego
que el que no quiere ver.
A primera vista parece que la mitología inca es una de las más sencillas, ya que cuenta con un panteón reducido de dioses y una cosmogonía de cuatro mundos, con un dios creador único, y unas leyendas muy definidas en cuanto a la ética, la moral y el orden social, que en algunos aspectos se acercan bastante a los conceptos occidentales nacidos en Grecia, en lugar de tener una relación más directa con Japón, cultura con la cual siguen teniendo una vinculación muy especial.
El Imperio Inca se extendió por buena parte de la cuenca del Pacífico en la zona sur del continente, desde lo que hoy es Ecuador hasta Chile, con un orden político, social, cultural y militar muy definido, y con una economía más centrada en sus poblaciones internas que en los recursos externos, y en el autoabastecimiento que en la dependencia o el intercambio.
Su sistema impositivo era moderado, pero tan amplio, que permitió a los señores incas acumular grandes riquezas. Buena parte de los tributos iban de los pueblos que tenían más hacia los pueblos que tenían menos.
A diferencia de los aztecas y mayas que cultivaron el comercio interno y externo en forma de tianguis y mercados, los incas no destinaron áreas físicas a esta actividad, con lo que la distribución e intercambio de bienes y productos tuvo que hacerse de otra manera. Gracias a la cerámica y a los tejidos, se sabe, por ejemplo, que el Puerto del Callao ha sido un punto de relaciones comerciales y culturales con Oriente y el norte del continente americano desde hace tres o cuatro mil años, sin embargo en la época prehispánica no contaban con un área física destinada a un mercado propiamente dicho.
Aunque parezca un hecho simple, el no tener un mercado habla de una distribución transversal de productos, y una vida de relaciones sociales diferente y particular, sin un comercio como al que estamos acostumbrados en el resto de culturas prehispánicas, dando lugar a una paradoja en la que no se requieren riquezas ni valores de intercambio para gozar de ciertos productos, a pesar del clasismo y de la exagerada riqueza de las clases dominantes, según nos relata Pedro Cieza de León en su Crónica del Perú.
Buena parte de este comercio sui generis se llevaba a cabo vía marítima, y es muy probable que los incas hayan cruzado el océano Pacífico a menudo, como demostró el Kon-tiki en 1947, así como un fluido contacto con pueblos de la costa del Pacífico que la Corona Española prohibió taxativamente en los primeros años de la Colonia.
¿Hasta dónde llegaron los incas por el mar?
No se sabe, y durante mucho tiempo no se quería saber nada al respecto, incluso se negaba categóricamente la posibilidad de que los incas supieran hacerse a la mar, y que sus naves hechas de cuerdas, como las del lago Titicaca, aguantaran un viaje por el océano.
Durante siglos tampoco se quiso saber nada de la Gran Ciudad de la Vieja Montaña, Machu Picchu, hasta que en los años veinte del pasado siglo XX fue redescubierta para asombrar al mundo.
Lo que no se pudo destruir, se negó y se relegó al universo de los mitos y leyendas propio de las fantasías y los aires de grandeza de los nativos, hasta que la realidad, que es muy persistente, los sacó a la luz.
Desgraciadamente, buena parte de la memoria histórica y colectiva se ha borrado con el paso del tiempo, y nadie sabe quién construyó Machu Picchu o Tiahuanaco, o quiénes dibujaron las líneas de Nazca, entre muchas otras, dejando muchos misterios por resolver en materia incaica.
Como en el caso de los mayas, algunos de los vestigios hallados en el territorio inca carecen de paternidad, pues no se sabe quién los hizo, construyó o erigió, y el mito de la desaparición espontánea toma cuerpo, como en el caso de Amaru, un dios blanco que se asentó en el lago Titicaca, creó una humanidad y luego decayó o desapareció, junto con su creación, para no volver más, dejando barcas y aperos de labranza y pesca como única huella de su paso por esta Tierra.
De los señores de Machu Picchu no se sabe nada, pero parece obvio y patente que alguien vivió en ella durante siglos para dejarla finalmente abandonada.
Para algunos fue construida en el siglo XV, aunque no se tiene la menor idea de cómo fue posible su construcción, como refugio para los gobernantes incas; para otros no hay fecha exacta, ni aproximada; no faltan los que la señalan como un centro ceremonial, y no como una construcción residencial, ni quien asegure que fue simplemente el capricho de un rey ante la inminencia profética de la llegada de los españoles.
Quizá fue la avanzada de una prospección minera que quedó en suspenso, ya que los incas eran mineros expertos en extracción de oro, plata y cobre; o un observatorio astronómico; un monasterio; o una residencia vacacional. Nadie lo sabe con certeza, pero la imaginación es libre y vuela, aunque a menudo en lugar de desvelar un misterio, lo aumenta, como hiciera von Däniken en su Mensaje de los dioses.
La fascinación que produce el mundo prehispánico, ya sea maya o azteca, se incrementa con los misterios sin resolver de la mitología inca, que le da la bienvenida a su enigmático laberinto.