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I: Cosmogonía inca

El mundo se levanta

sobre cuatro pilares,

en los Andes

está uno de ellos.

La cosmovisión de los pueblos andinos, a pesar de los conocimientos astronómicos que constata su calendario, habla poco de la formación del universo y del mundo como lo hacen otras mitologías.

Por otra parte, la mitología inca debería dividirse al menos en tres periodos: la legendaria, a la cual le adjudican entre dos y tres mil años de historia; la pre estatal o pre-expansión, con novecientos años dentro de nuestra era; y la estatal o imperial, que va del siglo XIV hasta la llegada de los españoles, cuando Atahualpa, “el falso Inca”, jura devoción y sumisión a Carlos I de España.

Los conquistadores tardaron por lo menos treinta y cinco años en doblegar al Imperio inca, y lo hicieron siguiendo y copiando la organización existente, aunque de manera poco eficiente, para que los pueblos andinos no se les escaparan entre la selva y las montañas dejándolos sin tributos. Los pueblos andinos tenían que seguir creyendo en la cuasi divinidad y mando del gran Inca, su gobernante principal, para que los españoles pudieran medrar, recaudar y robar sus riquezas.

Tenochtitlan cayó en pocos días, entre otras cosas, porque su imperio tenía muchos enemigos dentro y fuera de sus fronteras, mientras que el Imperio inca contaba con la simpatía de los pueblos sobre los cuales se había expandido.

Según las leyendas, Manco Cápac fue dios y hombre, que junto con su esposa funda el primer Imperio inca en el Cuzco, un imperio que no conquista ni se expande, pero que lleva la palabra de la creación y se preocupa por la educación de sus vecinos. Hay quien sitúa a Manco Cápac en el principio de los principios, pero según otros su reinado es relativamente reciente y debe situarse sobre el año 1200 de nuestra era.

Antes de esto, ya existen el Cuzco, Tiahuanaco, Nazca y Titicaca, e incluso el puerto del Callao, y es ahí donde se inician los mitos que nutrirán después la mitología inca, como es el caso de Viracocha, deidad de la milenaria Tiahuanaco, que va a ser recuperado en la época estatal del Imperio para darle cuerpo al rito solar, y aprovechado por la Iglesia católica para introducir el monoteísmo al asimilar a Viracocha, el Creador, con su Jehová, que también es un ser creador.

Por supuesto, el catolicismo en nuestros días está muy lejos de ser monoteísta con sus santos, vírgenes y ángeles, e incluso demonios, instalados en la corte celestial, pero en el siglo XVI la curia romana apostaba por un solo dios que era hijo y padre al mismo tiempo, y un espíritu santo que animaba a ambos y los unificaba, para que siendo tres, fueran solo uno; y Viracocha, que también tuvo un descendiente o reencarnación como dios del terremoto, Pachacámac, que si bien no era un ungido de elevadas convicciones morales, sí se le pudo asimilar con el Cristo de los Milagros, patrón de varios pueblos de la costa central del actual Perú.

De hecho, para la curia romana de nuestros días solo existen Dios y el hombre, ni siquiera la mujer, a pesar de que Juan XXIII les haya otorgado el alma en el Aggiornamento de 1959, Jehová y su creación masculina, nada más, por más que el Vaticano tolere, debido en buena medida a la Conquista y los sincretismos necesarios, a vírgenes, cristos y santos de todos los colores y dones.

Pilar del mundo

No faltan los grupos esotéricos, como los teosóficos y rosacruces, que se han sumado a la fascinación mágica del laberinto inca, y sitúan a los Andes en la categoría de pilar del mundo, lo mismo que al Tíbet, donde a menudo se reúne la Hermandad Blanca para decidir el futuro del planeta.

Si cae este pilar, el mundo se viene abajo, porque no es solo punto de reunión, sino centro energético que, unido a los otros tres pilares, crean una red electromagnética que protege al mundo de meteoritos y ataques extraterrestres.

No son pocas las leyendas que a lo largo y ancho del mundo hablan de una época oscura hace once mil años, es decir, nueve mil años antes de nuestra era, con guerras nucleares entre los dioses, o los humanos de aquellos tiempos, con inundaciones, terremotos y catástrofes de todo tipo, creando desiertos donde antes había selvas frondosas, como es el caso del desierto de Atacama en el norte de Chile, el del Sahara en África, y el del Gobi en Mongolia.


Las enigmáticas figuras del desierto de Atacama

Como en Nazca, Atacama presenta grandes figuras talladas en el suelo, entre las ciudades de Antofagasta y Arica, que miden entre diez y trescientos metros, y que nadie sabe qué significan ni quién las hizo, pero que pueden tener entre diez y doce mil años de antigüedad.

El misterio no queda ahí, porque tampoco nadie sabe exactamente cómo se formó un desierto tan árido y salino entre montañas de bosques húmedos y vegetación exuberante. Por supuesto, hay estudios y teorías científicas al respecto, que nos llevan a por lo menos tres millones y medio de años en la antigüedad, con el sistema de desiertos de los Andes y la Costa del Pacífico, y la posibilidad de que Atacama haya sido un lecho marino empujado tierra adentro por la acción de las capas tectónicas. Sin embargo, y en lugar de aclarar las cosas, estas bases científicas alimentan aún más las leyendas, ya que abren la puerta a la posibilidad de que la humanidad, o una humanidad anterior, haya vivido en aquellas épocas, conociendo tal vez a los últimos dinosaurios y dejando su impronta sobre el mismo suelo o en piedras labradas, como las de Ica, en pleno Perú, que tanta polémica han causado.


Piedra tallada de Ica

Para ser un fraude, las piedras de Ica son demasiadas, hay miles de ellas, están formadas por andesita, es decir, son piedras del mesozoico, era de los dinosaurios con cien millones de años de edad, por lo menos, labradas posteriormente, pero no se sabe cuándo, aunque sí se sabe que las piedras han sufrido el proceso natural de hacerse más calizas y blandas con el paso de millones de años, junto con el labrado, que en muchos casos resulta anacrónico, ya que en algunos casos las figuras de los dinosaurios van acompañadas de objetos voladores u operaciones quirúrgicas modernas.

La ciencia, por supuesto, no puede validarlas, porque al hacerlo tendría que aceptar que algunas leyendas son más ciertas que la realidad impuesta por el pensamiento académico, y eso, desde un punto de vista occidental y científico, simplemente no debe ni puede ser.

Pero las piedras están ahí, pueden verse y tocarse, analizarse y estudiarse, corroborar su edad y la edad de su tallado, por fuera de lugar que este parezca.

¿De qué estamos hablando?

¿De otras humanidades?

¿De la misma humanidad mucho más vieja de lo que parece?

¿De una humanidad que ha ido y venido de y hacia otros planetas cuando las cosas se han puesto mal en este mundo?

¿De vimanas sobre el Perú volando entre dinosaurios?

¿De guerras nucleares hace once mil años o mucho más?

¿De una historia que no es la oficial?

¿De uno de los pilares del mundo donde la humanidad ha renacido?

¿O simplemente de leyendas absurdas que no tienen fundamento alguno por más que las evidencias físicas estén presentes?

El laberinto de la mitología inca parece no tener principio ni fin, ni orden lógico y cronológico por más que la religión en el periodo estatal intentara unificar creencias y criterios a través de ritos y cantares que la gente se aprendía de memoria desde la infancia y los cantaba a lo largo de toda su vida, como quien canta ahora las canciones de moda.

Gracias a estos cantares conocemos hoy en día las leyendas de los primeros grandes incas, como la de Cápac Yupanqui, primer conquistador y fundador del amplio Imperio inca; o de su lejano antecesor, Manco Cápac, primer inca del Cuzco no imperialista; e incluso de Pachacútec, el gran organizador de las cuatro provincias y que inicia el periodo estatal de los incas.

Había cantares oficiales y obligados, pero no faltaban los cantares propios de cada zona, los cantares preincas, sobre todo en lo que ahora conocemos como Ecuador y Bolivia, cuyas culturas prehispánicas han sobrevivido al Imperio inca, a la conquista, a la colonia española y al colonialismo intelectual eurocéntrico y norteamericano, con lo que sus cantares o leyendas nos dan otra visión del mundo andino.

Cantar Preinca a Inti Raymi

Nunca hubo un principio para lo que siempre dura, para lo que siempre es, aunque no siempre esté, aunque no siempre se manifieste.

Nada comienza ni nada termina en lo que siempre dura.

De la sombra sale la luz.

De la luz nace la sombra.

Lo que siempre dura está detrás de la luz y de la sombra.

No vemos todo lo que hay.

No vemos todo lo que ha sido.

Lo que vemos a veces no está.

Lo que vemos a veces es solo un sueño, una imagen.

Los ojos a veces ven poco, o nada.

Para nosotros todo comienza cuando la luz nos dice lo que vemos.


Celebración del Inti Raymi

Antes había muchas cosas, pero no las recordamos porque no las hemos visto nunca, solo quedan sus rastros que no comprendemos.

Para nosotros todo comenzó con el Sol, antes del Sol de nada nos servían los ojos.

Inti, el Gran Sol, fue lo primero, sin él nada se vería, sin él nada existiría.

Inti nació y fue niño.

Inti ahora es un joven guerrero.

Inti algún día será un anciano sabio.

Inti algún día se irá y ya no veremos.

El Sol al nacer trajo el agua y la vida.

El Sol trajo a la Luna y ahí empezó nuestra existencia.

El Sol empujó las tierras del mar y formó las montañas.

El Sol trajo las nubes y los vientos.

Inti trajo la lluvia.

Inti dio forma a los animales y a las plantas.

En la Luna nos tuvo como mascotas, y cuando aprendimos nos depositó en esta Pachamama, nuestra tierra.

Inti nos cuida y nos protege.

Inti nos deja ver cada mañana sus obras.

Inti se recoge por la noche para recordarnos lo importante de su presencia.

Sin Inti no hay vida, no hay inicio para nosotros, no hay comienzo.

Para nosotros todo empezó cuando Inti recorrió la cortina del cielo.

A él le cantamos cada año en su esplendor, a Inti veneramos, a Inti respetamos.

Inti seguirá ahí cuando nos hayamos ido.

Cuando Inti ya no esté, todo habrá terminado.

Comparado con las culturas preincaicas, la cultura inca es muy reciente, pero supo aprovechar muy bien los cultos solares de los pueblos andinos para imponer su propia religión solar. La fiesta solar, o Inti Raymi, se celebra en Cusco, Perú, cada año coincidiendo con el solsticio de invierno, pero bien podría venir del norte de Chile, donde se celebraba el Wawa Inti Raymi, o Fiesta del Niño Sol, simbolizando el nacimiento de la humanidad y del universo.

Cuando se juntaron las cuatro provincias del gran Imperio inca, muchas de las antiguas ciudades preincas fueron destruidas, transformadas o reformadas. Muchos de sus símbolos arcaicos fueron borrados o recuperados como propios, como en el caso de Viracocha, que pasó de ser un dios antiguo y primordial de Tiahuanaco, y del cual no tenemos más referencia que su imagen, para convertirse en el dios creador del Imperio inca que todos y cada uno de los pueblos estaba obligado a venerar, incluso por encima de Inti, el Sol, ya que también este era creación de Viracocha y, por tanto, le debía pleitesía.

El cantar de Viracocha

Parecía que no había nada, porque todo estaba a oscuras, pero el grande Viracocha ya reinaba en el espacio, cóndor de las estrellas, señor de los tiempos, creador de todo lo primario, que se entretuvo en dar forma al universo entero.

Como se sentía solo, dio forma a los dioses para que le hicieran compañía, unos con brillo y otros con sombra, para no vivir en la oscuridad eterna, y entre ellos estaba Inti, el Sol, que era un niño pequeño con mucha luz.

Creó entonces a Hanan Pacha, el Mundo Celestial, la habitación de los dioses, el hogar de los elevados, la casa de los elegidos, con la promesa de que algún día los hombres y las mujeres buenos y justos podrían compartir con los dioses este universo perfecto, lleno de bienes y de gloria, subiendo sobre las alas del cóndor divino tras su muerte.


El cóndor divino que lleva a Hanan Pacha

Para llegar a Hanan Pacha sobre las alas del cóndor, era necesario hacerlo a través de un puente hecho de cabellos que conectaba a los mundos entre sí, en lo alto estaba Hanan Pacha, y debajo un mundo hecho de tierra y de lodo que albergara la vida y los seres que corren y se arrastran.

Así creó a Kay Pacha, el mundo terrenal, el lugar de las plantas, los animales y los hombres, el hogar de Pachamama sobre el que Inti derramaba sus luces y su calor; el mundo del hoy, del aquí y del ahora, donde la ilusión del tiempo da lugar a los años, a los ciclos, al nacimiento y a la muerte, donde el puma señorea y el hombre domina.

En Kay Pacha, este mundo, Viracocha derramó muchos dones para bien y beneficio de sus ocupantes, con la esperanza de que lo cuidaran y le sacaran provecho, a sabiendas de que los seres que no eran dioses a menudo son ingratos y torpes, malvados y procaces, indignos de Hanan Pacha, y sin lugar tras su muerte en Kay Pacha, porque en el fondo no servían para nada ni merecían perdón.


El puma sagrado, símbolo de Kay Pacha

Los buenos y los justos ascenderían a Hanan Pacha, pero los impíos debían ir a otro lugar donde no echaran a perder la creación de Viracocha.

Entonces creó a Uku Pacha, el mundo de abajo, el hogar de los muertos indignos, de los niños abortados, de las mujeres que traicionaban el linaje, de los hombres que no merecían los bienes ni los dones, e incluso de las bestias y los seres viles, como las serpientes rastreras, las cuevas asesinas, las plantas inservibles, la oscuridad malvada y las almas aviesas y débiles.

En Uku Pacha habitaba una serpiente gigantesca, cruel y voraz, que devoraba a los peores hombres y mujeres que en el mundo terrenal, Kay Pacha, habían sido de lo peor, quitándoles así, además del cuerpo, el alma.

Viracocha tuvo todo dispuesto antes de crear a la Pachamama y al hombre, porque pensó en todo y así no faltara nada.

El Gran Viracocha tres mundos creó:

Hanan Pacha.

Kay Pacha.

Uku Pacha.

En el primero irían las estrellas y los dioses, junto a la promesa de la elevación.

En el segundo se asentarían los seres vivos.

En el tercero habitarían los demonios y los seres indignos.

No hay engaño.

Quien conoce los designios de Viracocha sabe su porvenir.

Todo nos dio Viracocha para poder regresar a su lado, y ser dioses como los incas que nos señalan el camino.

El inca está de paso en esta vida de Kay Pacha, pues su verdadero lugar está en Hanan Pacha, que es donde habita su alma y simiente divina.

El que no es inca irá a Uku Pacha al terminar sus días.

Así creó Viracocha al universo, y así seguirá para siempre jamás.

Aunque oficialmente Viracocha es el dios supremo y creador de todas las cosas, en otras leyendas y cantares andinos su supremacía no es tan clara, ya que a otras deidades, como a Amaru, también se les considera divinidades creadoras.

Cantar de Amaru

Todo blanco como la piedra de cal, Amaru navegaba entre los fuegos y las aguas de los cielos.

Iba encendiendo luces y regando vida, limpiando y preparando los terrenos para la siembra de las semillas.

De las semillas brotaban pachas que afianzaban sus piedras con las raíces para no deshacerse en los cielos.

Así nació Pachamama, con Quilla (la Luna) como compañera.

Amaru estaba contento y quiso bajar hasta Pachamama, dejando su tea en el cielo y trayendo el agua consigo.

De esa agua nació el lago Titicaca, donde Amaru hizo su casa y formó, para no estar solo, a una raza de gigantes, casi tan grandes como él.

Pero los gigantes no eran listos ni tenían corazón.

Amaru iba en su nave por el lago, triste porque los gigantes no lo amaban ni se comportaban bien entre ellos, y tenían pensamientos de destrucción y venganza, pero los gigantes eran fuertes y rijosos, blancos y casi tan altos como él, así que en lugar de enfrentarlos cuerpo a cuerpo, los engañó para que entraran al agua.

Los gigantes no sabían nadar y recelaron, pero Amaru se paró en medio del lago para que vieran que no lo cubría el agua, y entonces se animaron a mojarse las piernas.

No se dieron cuenta que el cuerpo de Amaru era como el de un pez de cintura para abajo. Amaru se había transformado para flotar en el agua.

Cuando los gigantes ya estaban dentro, Amaru hizo que de la tea del cielo cayeran muchos rayos y que las aguas del lago aumentaran.

Los gigantes querían salir, pero no podían porque los pies los tenían hundidos en el lago. Entonces se dieron cuenta del engaño y quisieron atrapar a Amaru para que se ahogara con ellos.

Amaru entonces hizo que su cuerpo fuera ágil y escurridizo como el de una serpiente, y así se les escapaba de las manos.

La tormenta no cesaba y el lago empezaba a parecer un mar.

Muchos gigantes empezaron a ahogarse, pero algunos, los más grandes, resistían y perseguían a Amaru para matarlo.

La cabeza de Amaru se volvió roja y como de águila, y de la espalda le brotaron grandes alas que agitó con fuerza para salir volando antes de que lo alcanzaran.

El lago Titicaca creció tanto que acabó por tragarse a todos los gigantes. No quedó ni uno solo para muestra.

Sus carnes y sus huesos se disolvieron con el tiempo, y ahora son sedimento.

Amaru, apesadumbrado por su pérdida, bajó al mundo interior para limpiarlo de los restos de los gigantes, luego subió al cielo, y desde entonces baja y sube del cielo a la tierra para comunicar a los dioses con los seres del mundo material, y al mundo interior para hacer limpieza, con sus grandes alas, cuerpo de serpiente, cola de pez y cara de llama.

Del aliento de Amaru nació la humedad de las montañas para que nunca sufran sequía.


Amaru, representación artística

Con sus rayos horadó las piedras para que corriera el agua y se formaran los manantiales.

Con el fuego limpia la tierra y labra la piedra, y de las entrañas de la Tierra saca los metales.

Amaru dio cabeza a los hombres y sabiduría a las mujeres, para que nunca fueran ingratos con los dioses y se ayudaran entre ellos.

Mucho aprendió Amaru de su amarga experiencia con los gigantes, y tanta fue su dedicación a la Pachamama y a sus habitantes, que se convirtió en un dios, además de astuto y señor del señuelo y el engaño, muy inteligente y muy sabio.

Cantar de Yaku

De agua y piedra formó el universo Yaku, con mano firme y tierna.

De todos los lugares del universo escogió esta Tierra.

Y de toda esta Tierra escogió a Ollantaytambo, donde todavía se puede ver su rostro barbado, como la barba del puma, labrado en la montaña.

Yaku quiere mucho a la Tierra y a sus habitantes, sobre todo a los que viven o pasan por Ollantaytambo.

Todo lo que le pidas a Yaku te será concedido.


La montaña labrada de Ollantaytambo

Yaku enseñó a la llama a portear y a reconocer los senderos.

Yaku enseñó a la alpaca a dar lana.

Yaku enseñó a los hombres a señorear sobre los animales, a trasquilar a la alpaca, a sembrar la patata y a recoger los frutos y las plantas de la naturaleza.

Ollantaytambo, su ciudad preferida, ha sido mil veces destruida y mil veces reconstruida, sin perecer nunca del todo, dando casa y hogar a sus habitantes eternamente, desde el principio de los tiempos hasta el día de hoy, porque Yaku es su protector desde siempre y para siempre.

No importa lo que borren, roben o destruyan los hombres, Yaku está siempre presente mirando desde arriba hacia abajo las eras y las estaciones.

La figura del puma, o yaku, es un símbolo recurrente en las culturas inca y preinca, como divinidad que representa a la Tierra material, al mundo actual, a lo humano y a la naturaleza, con su parte salvaje y su parte esotérica.

Hombres con cuerpo de puma, o pumas con cara de hombre, casi todos borrados a golpe de cincel por los conquistadores españoles, barbados como los europeos y no lampiños como los habitantes de los pueblos prehispánicos, seres de otras realidades a los que se les adjudica la creación de los planetas y las estrellas, y, como veremos en el próximo capítulo, de las diferentes humanidades que han ocupado la Tierra.

Los pumas de los Andes y los jaguares de la selva aparecen con frecuencia en el mundo precolombino como referentes de paciencia, astucia, independencia e inteligencia, y forman parte de sus respectivas mitología y cosmovisiones como algo muy cercano a la humanidad, en una relación de respeto y cuidado mutuo que hemos ido olvidando con el tiempo.

Pero no todo son animales divinos o sagrados en la mitología inca, también existe el concepto espiritual trascendente encarnado por un niño de oro cristalino, Inti Wawa.

Cantar de Inti Wawa

Vino del Gran Sol.

Vino del Gran Sol y no del pequeño sol que conocemos y que se levanta todas las mañanas.

Vino de la Luz eterna, la que no se detiene nunca.

Vino y le dio forma al mar, al río y a la montaña.

Vino y se rodeó de vida.

Vino y fundó Coricancha, piedra revestida de oro, templo dorado, con el espejo donde se ven todas las cosas del pasado, del presente y del futuro.

Vino y le dio forma a los cielos y a las cuevas.

Vino y unió todos los mundos con chinkanas, pasadizos y laberintos que llevan a todos lados, desde lo más bajo a lo más alto, de una ciudad a otra, de un templo a otro, de un tiempo a otro tiempo.

Vino y legitimó a los gobernantes.

Vino y protegió a los pueblos.

Vino con su cuerpo dorado y su cara de niño, y su espíritu sigue con nosotros.


El disco dorado de Inti Wawa

Él escoge y él elige.

Él te llama si te ve digno y te entrega el poder con la palabra.

Él es Inti Wawa, el Niño Sol que vino del Gran Sol, y no del sol que vemos levantarse en la mañana.

Inti Wawa nos legó su disco dorado, todo de oro, como en el que viaja para ir al cielo, al Gran Sol, para que siguiéramos su camino y seamos como dioses, eternos, si dolor y sin morir, y siempre con abundancia de alimentos.

El sonido de su voz nos llama desde dentro de nosotros mismos, porque Inti Wawa está dentro y fuera de todo, y podemos escucharlo si no cerramos el corazón.

El sonido de su voz es poderoso.

El sonido de su voz talla la montaña.

El sonido de su voz levanta piedras.

El sonido de su voz funda ciudades.

El sonido de su voz penetra todo.

El sonido de su voz es un canto puro.

El sonido de su voz abre las puertas del alma.

El sonido de su voz te guía y te protege contra los temblores y las tempestades.

El sonido de su voz te eleva como a una pluma.

El sonido de su voz nutre la Tierra.

El sonido de su voz hace mansos a los animales salvajes.

El sonido de su voz lo puede todo.

Si pones atención, oirás el sonido de su voz en todas partes.

Los hijos del sol lo escuchan, los hijos de las sombras no oyen nada.

Inti Wawa, niño y señor, te cantamos con amor para darte las gracias.

Inti Wawa, el Niño Sol, ha pasado por muchos estadios a través de las diferentes creencias del mundo andino, desde las preincas hasta las actuales, pasando por la asimilación inca de los sacrificios humanos, que en el caso de Inti Wawa eran sacrificios humanos infantiles, la sincretización católica que lo convirtió en Niño Dios, hasta las celebraciones del Inti Wawa Raymi que se realizan hoy en día protagonizadas principalmente por niños.

De divinidad independiente pasó a ser hijo de Viracocha, y de niño robusto y de oro, pasó a ser adolescente guerrero y adulto soberano, legitimador de la sangre divina entre los gobernantes incas.

De hecho la palabra inca, con minúscula, puede traducirse como “hijo del sol”, mientras que la palabra Inca, con mayúscula, se refiere al Señor y Gobernante Inca o al Imperio inca en toda su extensión, con lo que todos los niños incas son reflejo de Inti Wawa, pero solo los destinados al gobierno de los pueblos, son sus hijos directos, de su misma sangre, Incas de verdad y con potestad sobre el mundo entero, con lo que todos y cada uno de los monarcas incas son parte de la mitología, dioses menores con la garantía de gozar con un lugar reservado en el cielo.

Según la leyenda, Inti Wawa es quien legitima a Manco Cápac como primer gran soberano inca en el 1200 de nuestra era, y vaticina que Atahualpa y Pachacámac lograran la unión de las cuatro provincias.

La guerra, la muerte, el sacrificio humano, la conquista, la destrucción y posterior reconstrucción también están amparados por Inti Wawa, y, como en muchas otras mitologías, a menudo la creación del mundo, o del universo entero, está precedido de un conflicto bélico entre los dioses.

Cantar de la guerra de los cielos

Antes, mucho antes de la gran inundación.

Antes, mucho antes de que Viracocha fuera padre.

Antes, mucho antes de que los hermanos Ayar y sus esposas surgieran de las montañas.

Antes de que Inti iluminara a Pachamama.

Antes, mucho antes de que nacieran y murieran tantas humanidades.

Antes, cuando solo estaba el Sol Primordial como fuente de todo final y de todo principio, los dioses que han perdido su nombre en nuestra memoria entraron en guerra.

Los fuertes eran celados y envidiados por los débiles.

Los débiles eran esclavos y comida de los fuertes.

La primera gran armonía se precipitaba al caos.

En el Gran Sol Primordial, que había sido todo luz eterna, empezaron a brotar sombras de ira, venganza, traición y guerra.

Nada podía hacerse para doblegar las revanchas y los celos, por eso el Gran Sol Primordial se retiró a sus aposentos.

La oscuridad lo rodeó todo.

Los dioses se lanzaban rayos y piedras ígneas unos a otros.

La oscuridad se rompía con aquellos relámpagos.

El cielo quedó roto, más negro que luminoso.

Cuando la guerra acabó, pues no había nadie a quien matar, en el cielo quedaron piedras de fuego y piedras de hielo, piedras frías y piedras calientes, sin orden ni concierto.

Solo entonces el Gran Sol Primordial volvió a brillar para poner orden entre las piedras alocadas que surcaban el firmamento.

El Gran Sol Primordial tuvo nuevos hijos para que le ayudaran en la tarea.

Viracocha e Inti fueron los encargados de darle forma al universo que vemos.

Todo volvió al orden.

Hubo muchos hermanos antes que nosotros que nacieron y murieron, y muchas más guerras de dioses, pero ninguna como aquella que lo oscureció todo entre grandes y terribles destellos.

Las palabras y los hechos son muchos, la memoria es poca, pero algo nos queda en el recuerdo y en los sueños, y así lo transmitimos a los que vienen y están por venir, y así no se pierda nuestro origen, pues somos hijos o nietos del Gran Sol Primordial del que emana todo, y a él debemos oración, devoción y respeto.

Que no se pierda nuestro canto en los laberintos de los tiempos.

Mitología Inca

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