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I: Los Sistemas Jerárquicos:

del Humano Alfa al Humano Parásito

Todos los sistemas jerárquicos están basados en la desigualdad, se llamen como se llamen, comunismo, socialismo o capitalismo, y en todos ganan todos, solo que unos muy poco o nada, y otros mucho, teniendo además el privilegio de mandar. La anarquía nihilista (y no la obrera de Bakunin), sin patria ni dios ni gobierno ni jerarquías, y mucho menos dinero o “ganancias”, sería un buen experimento social.

“Que nadie goce de lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto”, escribió el anarquista mexicano Ricardo Flores Magón a finales del siglo XIX, bajo la dictadura de Porfirio Díaz.

A finales del siglo XIX prácticamente en todo el mundo no había democracia, si acaso la de Estados Unidos de Norteamérica y poco más, así que la inmensa mayoría de los sistemas políticos era monárquicos o autocráticos, tiránicos y déspotas.

La represión a sangre y fuego era habitual, con los poderes eclesiásticos, gubernamentales y económicos en pugna y repartiéndose el pastel, mientras las ideologías emergentes, entre ellas la democracia, la anarquía y el comunismo, intentaban hacerse con algo de poder para seguir ascendiendo y derrocar a las élites tradicionales.

Los cambios sociales, económicos y políticos estaban a la orden del día y eran inevitables, pero a casi nadie se le ocurrió pensar en un mundo sin jerarcas o sin jerarquías.

¿Cómo pensar en un mundo donde no hubiera quien mandara y quien obedeciera?

Lo más natural del mundo parecía que siempre tenía que haber alguien al mando, que un grupo humano no podía mandarse solo, que necesitaba de un guía, de un jefe, de un hombre o de una hembra alfa valiente y fuerte que dirigiera los destinos del grupo, que le dijera cómo y cuándo cazar, recolectar, comer y descansar.

Así lo hacían los animales sociales, desde las hormigas y las abejas, hasta los monos y los lobos, con el más fuerte y el más hábil a la cabeza, y los demás haciendo de gregarios temerosos y obedientes.

Solo cuando el hombre o la hembra alfa perdía fuerza y facultades, se le mataba, exiliaba o se le mandaba a la cola de la manada, para ser sustituido por un nuevo alfa, fuerte y joven, hábil y valiente.

Alguien tenía que ser el líder siempre, mientras el resto se sometía a sus mandatos so pena de ser reprimido, golpeado, asesinado o exiliado.

Las primeras agrupaciones humanas más o menos civilizadas copiaron el modelo, y el exilio y el repudio del grupo se convirtieron en un terrible castigo, incluso peor que la muerte. Sócrates, en una Atenas ya del todo civilizada, prefiere suicidarse antes que sufrir el exilio.

Obedecer o perecer, obedecer o ser abandonado, repudiado y exiliado, condenado a perder a los seres queridos y el lugar que ocupaba en el grupo, lo que le daba sentido a su existencia.

La soledad y el rechazo como castigo doloroso y ejemplar.

¿Cómo imaginar un orden social sin esa división de clases y tareas que obedecían a una jerarquía bien definida?

La democracia ateniense prescinde de un solo poder, de un monarca que toma todas las decisiones y crea la asamblea de los ciudadanos, donde a algunos de ellos les toca ejercer el poder durante un tiempo determinado tras una elección azarosa, pero poder al fin y al cabo, al que debe someterse el resto de la población: esclavos, extranjeros, ciudadanos campesinos, ciudadanos urbanos y ciudadanos administradores, con una ciudad amurallada que no permitía la entrada a cualquiera, y que dejaba fuera de ella a los mendigos, las hetairas (prostitutas) vulgares, los pequeños comerciantes extranjeros y todo tipo de personajes marginados.

Solo los ciudadanos de primera clase tenían voz y voto en la asamblea, y solo entre ellos se podía votar para detentar el poder, decidir sobre los impuestos, la guerra, los cultos, las enseñanzas y las artes.

Al resto no le quedaba otra opción que obedecer, pagar, trabajar e ir a la guerra cuando así se les indicara.

El modelo ateniense dura hasta nuestros días en muchas naciones, y si bien ya no hay esclavos y tiene derecho a voto cualquier mayor de edad, el poder queda en las manos de unos cuantos y al resto le toca pagar impuestos, trabajar, estudiar, obedecer e ir a la guerra si es necesario.

El servicio militar obligatorio, la guardia nacional, las escuelas y academias policiacas y militares, así como la milicia oficial y reglamentada, están presentes en muchas de las sociedades modernas, listas para obedecer órdenes y lanzarse a la guerra si así se les demanda.

La jerarquía militar que va desde el soldado raso hasta el general, tiene una disciplina ciega donde los rasos obedecen en línea ascendente a los cabos, los sargentos, los tenientes, los comandantes y los generales, sin cuestionar nada.

No importa si la orden es una locura suicida o asesina, o si es racional, si es que dentro de la guerra y la milicia algo pueda ser racional, porque la obediencia es lo que prima. El jefe manda y el subalterno obedece sin más.

Muchas de nuestras sociedades están militarizadas abiertamente, como la estadounidense o la suiza, mientras que otras lo están sin que la población sea consciente de su subrogación al ejército, y creen que el servicio militar obligatorio solo es un requisito más de ciudadanía, cuando en realidad los está convirtiendo en soldados más que rasos en el caso de que haya que entrar en guerra.

Los himnos nacionales de tintes bélicos son solo expresiones emocionales y patrióticas cuando no hay un conflicto bélico real, pero cualquier adulto puede ser obligado a sumarse a las filas del ejército si eventualmente llega a surgir un conflicto de armas con un país vecino.

Costa Rica es uno de los pocos países que no tiene ejército en el mundo, pero el Estado sigue siendo policiaco, capaz de reprimir a su propio pueblo si lo cree necesario.

Mientras exista un solo policía o un solo militar en el mundo, no valdrá la pena ser humano, y no solo porque sean la garantía del monopolio de la violencia que detentan los Estados, sino porque son base de jerarquía y consecuente desigualdad, donde hay represión y castigo para la población en general, e impunidad para las élites, porque la milicia y la policía sirven al poder, no a la ciudadanía.

Mientras existan las jerarquías, la igualdad de oportunidades para todos y cada uno de los seres humanos será una mentira, una falsa ilusión para motivar a los votantes y a los consumidores, porque al fin y al cabo quien asciende económica y socialmente deja atrás a los que se estancan y a los que descienden, y no tendrá la menor consideración para ellos, sino que intentará sumarse a las élites para poder explotarlos y gozar de fuero o impunidad ante las leyes.

Así es y así ha sido casi siempre, pero eso no quiere decir que así vaya a ser eternamente, porque los seres humanos pueden cambiar y construir socialmente todo tipo de sistemas de organización e intercambio, de relaciones y de ser y estar sobre el planeta.

Los seres humanos podemos ser mucho más de lo que somos ahora.

Los Alfa

Ciertamente muchos animales sociales, entre ellos los humanos, han contado con seres excepcionales entre sus fila, con seres normales y con seres marginales, donde los Alfa toman las responsabilidades, los Beta los secundan y obedecen, y los Gamma se aprovechan, medran, molestan y desobedecen.

Los Alfa son mandatarios, jefes.

Los Beta son gregarios, obreros, soldados, comerciantes, campesinos y artesanos.

Los Gamma son delincuentes, enfermos, pedigüeños y desobedientes.

En esta reducción de las funciones y los papeles sociales nace la humanidad que conocemos, donde los hijos de los Alfa tienen más posibilidades de convertirse en alfas el día de mañana; los hijos de los Beta tienen más probabilidades de seguir siendo betas; y los hijos de los Gamma parecen estar condenados a continuar siendo gammas marginales como sus padres.

Durante cientos de miles de años los seres humanos no necesitaron más que conseguir comida y poder descansar sin que otros depredadores los atacaran, guiados por un macho, o una hembra Alfa, que supiera cazar y recolectar, y encontrar un lugar para echar una siesta.

Los Beta obedecían y seguían al Alfa, mientras que los Gamma se quedaban a guardar a los más pequeños, si eran ancianos, o eran exiliados del grupo en otros casos, cuando no se convertían en la próxima cena.

A medida que los grupos crecieron y se fueron asentando, los Alfa se rodearon de gregarios Beta fuertes, para someter a los Beta débiles, y castigar o domar a los Gamma.

Cuando había conflictos entre grupos, los Alfa eran los primeros en entrar en combate, secundados de sus Beta fuertes, mientras los Beta débiles cuidaban las pertenencias y a los infantes, para evitar que los Gamma se aprovecharan de la ausencia del Alfa y sus huestes.

Así nacieron las primeras leyendas orales de los grandes Alfa entre muchos grupos humanos, con los conflictos con otros grupos y las victorias de los líderes, que se legitimaban tras el triunfo de las batallas.

Algunos grupos humanos más apartados y sin conflictos, nunca tuvieron un Alfa importante, y se puede decir que fuera de algún anciano sabio o una madre resistente, casi todos fueron Beta, quedando los Gamma reducidos a un enfermo o a un recién nacido que no tenía lugar en el grupo, a los que sacrificaban puntualmente.

En algunas tribus africanas y orientales, o cercanas al Polo Norte, tanto los ancianos como los enfermos y los recién nacidos sin futuro en el grupo, son abandonados a su suerte o sirven de alimento para el resto.

Los espartanos simplemente defenestraban a sus enfermos, ancianos y niños inútiles, con un Alfa bien determinado y muchos gregarios Beta fuertes y funcionales.

Cuando algunos de los grupos humanos aumentaron en número, fue necesario implantar un orden. Los antropólogos sitúan en 150 el número clave para que un grupo humano pase de un control familiar del Alfa a los Beta y de los Beta a los Gamma, a un control normativo, porque pasadas las 150 personas el Alfa ya no puede llegar a todas partes.

Así nacen los códigos de conducta, las normas sociales y las leyes, tanto punitivas como diplomáticas, para dirimir los conflictos internos del grupo.

Un solo Alfa y sus más allegados Beta, para dominar, guiar y controlar a muchos Beta débiles y a unos cuantos Gamma molestos y rebeldes.

Si alguien se portaba mal y trasgredía las leyes y las normas, normalmente era linchado por la multitud hasta la muerte, y, si el Gamma sobrevivía, era exiliado y abandonado lejos del grupo al que originalmente pertenecía.

No había cárceles ni más pena que la muerte o el exilio para los que no cumplían con el orden social, pero esto no fue suficiente, porque en tiempos de sequía o hambruna, muchos Beta débiles se convertían en Gamma, y trasgredían las normas con tal de sobrevivir, o por miedo y por cobardía de enfrentar un conflicto.

El perro cuando tiene miedo, ni aunque le des de palos sale de su escondite; y cuando tiene hambre se vuelve taimado y fiero hasta con su más amado dueño, con lo que el código legal y normativo, como el de Hammurabi, tenía sus limitaciones para controlar a las poblaciones en tiempos de crisis, y también después de los tiempos de crisis cuando las poblaciones se habían dado cuenta que mentir y robar era más fácil que sembrar o que combatir, con lo que muchos Beta débiles se convertían en Gamma conflicto tras conflicto y sequía tras sequía.

Los Alfa y su séquito Beta fuerte, siempre tuvieron privilegios y comida en tiempos de guerra o de sequía, pero ante las revueltas populares y el crecimiento de población Gamma, se vieron en la “necesidad” de blindar dichos privilegios, con el obstáculo que ni los códigos ni la represión eran suficientes para legitimar dicho blindaje.

Los Alfa ya no eran grandes héroes y guerreros, sino nietos o bisnietos de los que sí lo fueron, y sus huestes ya no eran una barrera de protección, sino advenedizos más o menos astutos que no querían perder sus privilegios, y entonces, unos dos o tres mil años antes de que apareciera la escritura y diera comienzo la Historia, a alguien se le ocurre la maravillosa idea de legitimar el poder con los dioses.

Un Alfa ya no tenía que ser un valiente general, con ser elegido por alguna divinidad era más que suficiente, con la inestimable anuencia y beneplácito de la población Beta débil y Gamma cada vez más creciente, que carecía de toda instrucción y era del todo supersticiosa y creyente, capaz de linchar a los que pusieran en duda la palabra de los dioses.

Cuando por fin apareció la escritura, casi todos los Alfa de medio mundo estaban considerados estirpe divina, monarcas y reyes elegidos de los dioses, muchos de ellos semidioses, con lo que ya no necesitaban de otras cualidades especiales que los legitimaran como Alfa, e incluso podían tener todos los defectos, vicios y pecados (prohibidos para el resto), ser crueles, asesinos, malvados, prepotentes, ladrones, traicioneros y del todo pervertidos y degenerados, incapaces de guiar a nadie ni a nada, pero dueños y señores de vidas y haciendas por la gracia de los dioses.

Los parásitos

Con la legitimidad de los dioses, de pronto los Alfa se vieron rodeados de jueces, generales, sacerdotes, sabios, expertos, artistas, bufones, maestros y cortesanos, gente Beta débil y fuerte que sabía rendir pleitesía al elegido, mientras sacaban todo tipo de provecho a su posición y manipulaban y explotaban al pueblo, que en su mayoría era Gamma, pero resabiado, que fingía cumplir las normas y las órdenes para no ser castigado.

Tú haces como que me pagas o como que me pegas, y yo hago como que trabajo y obedezco.

Pocos amos con cientos de súbditos y miles de esclavos, puestos y dispuestos a los caprichos de los parásitos improductivos cortesanos: jueces, generales, sacerdotes, sabios, expertos, artistas, bufones y maestros, que sin ningún esfuerzo real vivían como reyes sin importarles si el pueblo sobrevivía o se moría de hambre.

Cualquier parecido con las formas de gobierno actuales no es pura coincidencia.

Un Alfa podía se alto, fuerte, carismático y bien parecido, o bajo, débil, gris y desagradable, o incluso enfermo física y mentalmente, no importaba, porque los dioses lo habían elegido y su corte parasitaria se encargaba de someter y de dirigir al pueblo, un pueblo productivo, funcional, bueno y obediente en muchos aspectos, pero zafio y taimado en otros tantos.

Así quedaron establecidas las pirámides socioeconómicas y políticas hace seis mil años, por lo menos, y así siguen funcionando hasta nuestros días, porque hasta la bendita democracia es un sistema mesiánico lleno de promesas vacuas e ilusiones redentoras, que los pueblos legitiman con su voto.

Los emergentes

Pero no todo quedó en palacio, porque a medida que las civilizaciones construían grandes monumentos y se afianzaban sobre la divina protección y complicidad de las grandes religiones, fueron apareciendo entre los Beta débiles los comerciantes y los filósofos, que en un principio fueron tan útiles y funcionales como el resto, pero que no tardaron en tener poder y riqueza, los comerciantes, y voz e influencia los filósofos.

Tras la primera Revolución Industrial del 1750, hubo quien pensó que los obreros eran una clase social emergente, como los comerciantes y los filósofos, pero, por gracia o por desgracia, nunca emergió del todo y pasó a formar parte de las clases bajas, que en el mejor de los casos alcanzaron posiciones de Beta débil, y en el peor y el más común de los casos son una nueva especie de Gamma, clase baja o muy baja, lumpen, una curiosa mezcla entre esclavos con aspiraciones y marginales desechables, siempre próximos a la delincuencia en todos y cada uno de los estratos de la sociedad y de la población.

Comerciantes y filósofos sí emergieron, unos con el poder del intercambio, y otros con el poder del conocimiento.

La primera Mano Negra

Las primeras sectas o grupos maquiavélicos que operan desde la sombra en secreto y con propósitos de enriquecerse, tener poder y ampararse o incluso destruir a un Alfa, rey, líder o gobernante, nacen en las cortes, con guerras intestinas, traiciones y delincuencia de guante blanco, o de sangre y envenenamiento, donde el conspirador suele morir a manos de otros conspiradores.


Calígula, conspirador que murió a

manos de sus conspiradores

En los reinos de la antigüedad un simple traductor o mensajero podía cambiar el sino de la historia, es decir, podía conspirar contra su señor, o a favor de otro señor, modificando el mensaje, no entregándolo, entregándolo al enemigo, o falseando las palabras de uno para provocar la ira o la desconfianza del otro, y provocar un conflicto bélico.

Luego fueron los consejeros, los más cercanos al Alfa o al monarca, los que le hablaban al oído y lo empujaban a la guerra, la rendición, el odio, los celos, la venganza y la traición. No hay peor ni más dolorosa deslealtad o infidelidad que la que te hace un ser cercano y querido, alguien en quien confías, tu propio hermano, tu madre, tu padre, tu hijo, tu mejor amigo, tu socio entrañable, el amor de tu vida, tu esposa o tu pareja.

Que los enemigos conspiren contra ti es parte del juego, y se acepta y se compite para ver quién gana la partida. Pero cuando el conspirador es la persona más estimada y querida, es toda una tragedia de lo más dolorosa y dramática.

Conspirar, poder poner a unos contra otros por una simple palabra fuera de lugar, por un mal consejo intencionado, llenan al conspirador de codicia, de vanidad y de soberbia y orgullo, tanto y de tal manera, que a menudo la conspiración termina matando al propio conspirador, sin que este se duela de su muerte ni de su castigo, porque ha logrado su objetivo al conspirar, y eso le satisface más que cualquier otra cosa en el mundo.

La Mano Negra Andaluza

Mano Negra y conspiraciones y conspiradores los hay desde las primeras civilizaciones de la humanidad, pero la primera con ese nombre fue la Mano Negra Andaluza, de corte anarquista y que se fundó en 1880 con el fin de combatir a la monarquía de Alfonso XIII.

Algunos dicen que, de tan secreta que era, nunca existió, mientras que otros le achacan actos de terrorismo y violencia, y señalan a la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), como fuente creadora de tal organización clandestina, que actuó esporádicamente a finales del siglo XIX, para perderse después entre las sombras de la Historia.

La Mano Negra Serbia

Más famosa es la Mano Negra de Serbia (que hacía sus planes en secreto, pero que actuaba públicamente), pues se le achaca la precipitación de la Primera Guerra Mundial, cuando el joven Gavrilo Princip, miembro activo de esta organización anarcoterrorista, asesinó a Francisco Fernando de Austria, heredero al trono de Serbia por la vía austrohúngara de los Habsburgo.


Sello de la Mano Negra Serbia

Serbia tenía rey, Pedro I, y ejército, pero no era ninguna potencia económica y estaba supeditada a la familia Habsburgo, que tenía mucho dinero, pero no corona, además de mantener los viejos conflictos de independencia de Bosnia, en una lucha casi milenaria por la unificación de los reinados balcánicos.

La Mano Negra Serbia, por lo tanto, estaría formada tanto por activistas políticos que apostaban por la anarquía como forma de gobierno, y por la milicia serbia, con el rey Pedro I a la cabeza, algo que todos en Serbia sabían, pero que nunca se pudo comprobar.

La Mano Negra Serbia nació un 11 de mayo de 1911, y para 1916 quedó desarticulada, o bien, pasó a las sombras del secretismo para seguir operando desde la clandestinidad.

La Mano Negra

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