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ОглавлениеIII: El Poder de la Información:
los filtros del conocimiento
Los medios de comunicación de masas son relativamente nuevos, pero ya en el Imperio Romano hubo carteles publicitarios y pregoneros que arengaban a los romanos para que consumieran, obedecieran y estuvieran “informados”.
¿Qué mejor medio de ocultación que gritando una información falsa a los cuatro vientos?
La oratoria griega ya lo había probado: un discurso no tiene que ser cierto para ser creído por el auditorio, basta con que esté bien elaborado, que sea carismático, seductor, aparentemente legal, emocional y que apele a las tradiciones o a los dioses. Por supuesto, hay que decirlo con convicción y voz potente, con gestos y miradas adecuadas al mensaje, tan firmes como repetitivos, con palabras de carga positiva que favorezcan al discurso, y con palabras de carga negativa para atacar a los que duden, y eso es todo, porque el auditorio emocionado hace el resto.
La argumentación y los datos fehacientes pueden obviarse.
La lógica puede ser falaz.
La razón puede estar ausente.
Pero no la vehemencia ni los lugares comunes con los que se identifique el auditorio.
“No dejes que la verdad te eche a perder un buen discurso”, o no dejes que la verdad te estropee una noticia amarillista.
¿Para qué corroborar si el discurso suena bien y es llamativo? Y si alguien rebate al orador, este siempre puede recurrir a defenderse con más mentiras emocionales y altisonantes, o recurrir a las trece falacias aristotélicas.
Aunque hay muchas más, Aristóteles señaló trece falacias:
—Descalificación: Atacar el argumento contrario señalando un rasgo físico del adversario supuestamente negativo, raza, edad, apariencia, estética, con el fin de desacreditarlo aunque no tenga nada que ver con el discurso. También sirve citar algún error del pasado del contrincante, cierto o falso.
—Apelar a la ignorancia: Tanto a la del auditorio como a la propia con frases como “estaremos de acuerdo”, “como todo el mundo sabe”, “yo no tengo estudios, pero”, “no hace falta saber mucho para”, “el sentido común nos dicta”, “por si usted no lo sabía”, “se acaba de descubrir”, “está científicamente comprobado”, “todo el mundo sabe”, “es palabra de Dios”, “no se puede discutir que”. Generalmente el auditorio es ignorante, y escucha un discurso para aprender, contrastar, falsar o analizar su contenido, pero se le puede arrastrar a lugares comunes para que se identifique con el orador independientemente del discurso.
—Apelar a la autoridad: “Lo dijo Einstein”, “lo escribió Gandhi”, “nos lo legó Sócrates”, “es la base del pensamiento kantiano”, “aparece en la Biblia”, “es palabra de Buda”, “la ciencia lo dice”, “es legítimo”, “es legal”, “así está escrito”; apelar a cualquier famoso, incluso si es un simple actor y sus palabras no son sus palabras, sino las de un guionista, como bien señalara Groucho Marx, pero que se vuelven ley al ser supuestamente dichas por Morgan Freeman, Keanu Reeves o Tom Hanks. Si lo dice un deportista que gana mucho dinero y tiene fama mundial, el auditorio piensa que debe ser cierto, aunque el deportista solo preste su imagen y ni siquiera sepa leer y escribir.
—Apelar a la misericordia: Coaccionando emocionalmente al auditorio con una historia triste para lograr su lástima, compasión o falsa empatía, ya sea para difundir el miedo (“te puede pasar a ti o a tu familia”, “el mundo da muchas vueltas”, “tú puedes ser el próximo”), o para recaudar fondos (“tú que puedes”, “sé solidario”, “agradece lo que tienes”, “hoy por mí, mañana por ti”, “te será recompensado con creces”), o para atraer las simpatías sobre el orador y su causa (“ayúdanos con tu firma”, “contamos contigo”, “salvemos al mundo, a la mujer, a los animales o a lo que sea”, “cuidemos a la Naturaleza”, “deposita en la cuenta”, “comparte, difunde, haz viral, dale me gusta”). No importa si la causa es noble o simplemente interesada o partidista, ni si el discurso es válido o simplemente romántico y moral ad hoc, lo importante es mover las emociones del auditorio para que el atavismo de la caridad o de la limosna se ponga en marcha.
—Apelar al temor: Con la velada amenaza sobre los bienes, las creencias, el estilo de vida, las tradiciones, la identidad, la patria, la salud o las posesiones del auditorio, como se ha hecho en una reciente “pandemia”, y como suele hacerse para iniciar una guerra, provocar un conflicto, dividir opiniones (divide y vencerás), crear un enemigo, incitar a la violencia “defensiva”, provocar compras compulsivas de pánico y tener el control social de la población. El temor a la muerte es el más extendido y efectivo, y el temor al dolor y al sufrimiento lo secunda. Esta falacia tiene la virtud, o defecto, de paralizar al auditorio que a menudo sobrerreacciona y supera las consecuencias del mensaje recibido, cayendo en el caos y en el descontrol, atentando incluso contra el orador.
—Pregunta compleja: Cuestionar al auditorio sobre algo que se sabe de antemano no va a poder responder; lanzándole una pregunta contradictoria o paradójica; utilizando un lenguaje especializado e incomprensible para la mayoría, sin importar si el mismo es parte del discurso, porque puede ser útil para cambiar de tema, desprestigiar al oponente, o simplemente para distraer la atención creando dudas o pretendiendo una elevación “experta” del discurso. A veces basta con salirse por las ramas del tema central para que el discurso parezca complejo, o mentir sobre una mentira inicial, provocando que el auditorio crea que tiene opinión y que piensa cuando lo que en realidad hace es desviarse del tema. Las mentiras hacen compleja a la realidad, creando toda clase de pareceres y haciendo que corran ríos de tinta sobre algo que no existe, que es una burda mentira o a que a veces es, cuando mucho, una media verdad. Los datos puros, las cuentas, las estadísticas, los números, suelen aburrir al auditorio por que los hechos puros y duros, racionales y exactos le parecen complejos, cuando la verdadera complejidad del discurso se encuentra en los vericuetos que amplían el argumento, pero no lo explican.
—Accidente y accidente inverso: o incorrecta utilización de los modos de razonamiento deductivo e inductivo, es decir, apelar al todo por un caso particular, o extrapolar un caso particular al todo. Generalizar o particularizar: “todos los alemanes son cuadrados”, “si eres español eres corrupto”, etc.
—Causa falsa: Cuando la premisa del discurso es falsa, vacua e inconsistente, pero se le presenta como verdad sólida apelando a supersticiones, estereotipos, ideologías, moralinas o lugares comunes, desde tradiciones milenarias, hasta programas de televisión, novelas, canciones o películas que son comunes en la cultura o incultura del auditorio. También puede utilizarse como anzuelo utilizando una causa de buena apariencia, noble, sana y justa, para coaccionar al auditorio en aras de un bien futuro, con falsas promesas, ilusiones vanas y propuestas utópicas, ingenuas y hasta infantiles, cuando la verdadera causa es vender, recaudar y vivir parasitariamente del auditorio. Las grandes religiones son maestras especializadas en las causas falsas, y las han enseñado muy bien a los Estados y a las grandes firmas comerciales.
Ludwig Wittgenstein,
“el lenguaje interpreta el hecho”.
—Tautología: O circularidad viciosa o “virtuosa” donde los hechos se explican por sí mismos sin dar explicación alguna: “es así, porque así es”, “esto es lo que hay, y no hay más”, “como podemos ver”, “como podemos apreciar”, “la vida es así, porque así es la vida y no hay más que decir”, “el amor nace del amor”, “es consecuencia lógica de”. Ludwig Wittgenstein en su juventud positivista defendió la tautología (“el mundo es lo que es”), para atacarla ferozmente en su madurez (“el mundo no es lo que es, sino como lo interpretamos a través del lenguaje”). Con la tautología se intenta desvirtuar los discursos analíticos del oponente, con la ventaja de que el auditorio prefiere los discursos simples que no le hagan pensar, y abomina y huye de los discursos que le obligan a ejercitar el cerebro.
—Premisa contradictoria: O de disonancia cognitiva que lanza dos conceptos, ciertos o no, que se contraponen en una misma acción o pensamiento siendo válidos o aceptables los dos: “no se debe comer carne, aunque sea indispensable para nuestra correcta nutrición”, “viaje y disfrute de la más sana y exuberante naturaleza a bordo de su gran vehículo de combustión interna y hecho de plástico y de metales”. Muy útil en publicidad política, ideológica o comercial. “La vida del feto no es vida, aborta (cuando la vida es vida, independientemente de intereses personales, religiosos o morales)”, “ser feminista es ser igual a los hombres y tener las mismas oportunidades (que son obviamente machistas y esclavos del sistema)”, “la chispa de la vida (a pesar de su incidencia en la mortalidad por diabetes que la bebida provoca)”. Lo curioso es que, a pesar de ser contradictoria, esta falacia funciona eficaz y eficientemente sobre el comportamiento del auditorio, dándole la posibilidad de estar siempre a favor y en contra de lo que se le propone.
—Equívoco: Intencionado o no intencionado en el enunciado base del discurso, o bien a partir de un error o una mala información previa no contrastada, diseñado para provocar más equívocos y errores, o simplemente enunciado sin tomar en cuenta la fuente y la veracidad del mismo, como se hace frecuentemente en el periodismo y en las redes sociales, con buena o con mala intención. Toda base argumental debe tener una fuente fidedigna, una hipótesis, un desarrollo, una contrastación de datos y una síntesis, que explique el qué, el cómo, el cuándo, el dónde y el por qué, ya que de no hacerlo así, incurrirá inevitablemente en el equívoco, que tampoco suele importarle mucho al auditorio, aunque sí puede serle útil al contrario para descalificar legítimamente a esta falacia.
—Ambigüedad: “Esta piedra puede ser blanca, pero también puede ser negra”, “ni sí, ni no, sino todo lo contrario”, “todo es relativo”. El verdadero relativismo no es que las cosas puedan ser de muchas maneras, cambiantes y ambiguas, ni que todo sea dependiendo del cristal con el que se mira, sino que tienen una relación contextual con el objeto de estudio, es decir, no tienen nada de ambiguo, ya que la ambigüedad es un comportamiento, hecho, palabra o expresión que puede entenderse o interpretarse de diversas maneras, y que en los discursos se utiliza tanto para confundir al auditorio y al orador contrario, como para evitar profundizar en el tema, ya sea por desconocimiento o por no haber preparado bien el discurso, como insinuar que lo relativo es igual a lo ambiguo, porque la cultura del auditorio así lo entiende y no escuchará explicaciones más elaboradas y certeras.
Aristóteles, padre de la lógica y la escolástica
—Falsa analogía: O comparaciones imposibles. “Esto se da por esto otro”, “esto es igual o se parece mucho a esto otro”, “si lo hizo mengano, lo hará fulano”, “todos somos iguales”, “el capitalismo es mejor que el socialismo”, “el socialismo es mejor que el capitalismo”, “los alumnos tienen, o deberían tener, los mismos derechos que los profesores”, “ustedes como nosotros”, “todos somos iguales delante de la ley”. Las falsas analogías a menudo suenan muy bien al auditorio que no tiene más visión del mundo que la de su propia cultural, de su propio entorno, de su propio sistema político, de su propio y pequeño pueblo, que es la medida de sus conocimientos, pensamientos, emociones y cerebro, por lo que los oradores, experimentados o no, pueden utilizarla sin miedo, porque a menudo el orador oponente está en la misma posición que el auditorio, o sabe que rebatir “las verdades de los lugares comunes” será inútil y le ganará más adversarios que adeptos.
Actualmente hay quien recoge más de ciento cuarenta falacias, y ya no quedan muchos oradores, pregoneros o juglares que hagan uso de ellas para exponer sus ideas y sus argumentos (con excepción de curas y predicadores, que las siguen utilizando para ganar adeptos y diezmos), ya que a partir del siglo XVIII nace la prensa escrita y periódica, superando al simple panfleto que se olvidó en la Edad Media, pero que ya se utilizaba en Roma.
Einkommende Zeitungen, en la Alemania de 1660, es considerado el primer periódico occidental de la historia.
En 1557, en Corea, circuló brevemente un panfleto (Jobo) que hablaba de las intimidades de palacio, y Suetonio, en el siglo I de nuestra era, escribía y publicaba la historia rosa, sexual y amorosa de los césares, pero en ninguno de ambos casos se puede hablar explícitamente de periodismo, si bien es cierto que ya llevaban el rumor y la difamación en las venas.
Jobo, el panfleto coreano de 1557
Tal parece que fue el Daily Courant, 1702, Inglaterra, el que más se parece a los periódicos que conocemos hoy en día, primero semanal y más tarde diario, porque abrió las puertas del rumor escrito hecho noticia, y creó toda una industria editorial, con una población analfabeta que se reunía en las tabernas a escuchar las noticias y los chismes de la época, que les leía una de las pocas personas que no era analfabeta en el pueblo, y que a veces se equivocaba o leía solo aquello que le interesaba, mientras el auditorio le escuchaba boquiabierto.
Con la prensa nacen o renacen la publicidad comercial y la propaganda política, los intereses por ganar clientes y súbditos obedientes, todo un nuevo y cuarto poder que cambiaría la forma de informar y desinformar a la población.
El poder del rumor
Las élites han conspirado desde hace miles de años contra la población, para que esta no esté bien informada ni le interese complicarse la existencia con la verdad, siempre grosera, demasiado directa y pesada, por eso se ha recurrido a los mitos y a las leyendas, a las creencias religiosas y a las maledicencias, habladurías (chismes) y rumores.
El panfleto desacreditador, la propaganda mal intencionada, la falsa alarma, la noticia falaz, la mentira y el rumor son, desde la antigüedad, los medios más efectivos para tener a la población mal informada, desinformada, pero bien formada para aceptar cualquier propuesta como verdad, sobre todo si desacredita a otro pueblo, institución o persona.
“Si el río suena, algo lleva.”
“De la calumnia, algo queda.”
“Lo que anda de lengua en lengua, algo tiene de verdadera.”
De esta manera el prestigio social queda en entredicho y maltrecho, y mientras más en entredicho y maltrecho quede, más se difunde, o se hace viral hoy en día en nuestras benditas redes sociales.
No hay crítica, sino división de opiniones y defensores en pro y en contra del rumor, de la falsa noticia, de la mala fama o de lo que sea, porque la crítica verdadera y analítica no está a favor ni en contra de nada, sino que desmenuza la información o el problema y propone alternativas que lo superen y se dirijan a la verdad.
Por tanto no hay crítica en la rumorología y en las falsas noticias, sino criticonería, sarcasmo, burla y posicionamiento, dependiendo de los intereses o del nivel cultural e intelectual de cada quien.
Hablar por hablar, molestar por molestar, creer por creer, defender o denostar sin más base que el gusto o el disgusto personal, filias y fobias sin más calado que la laxa y desinformada opinión personal o de grupo.
El rumor puede tener alguna base, pero tampoco la necesita, con estar al servicio de intereses determinados es más que suficiente.
Hay rumores que son verdaderas calumnias, denuncias falsas, medias verdades mal intencionadas o descaradas mentiras, que han llevado al suicidio a las personas calumniadas.
Cualquier calumnia puede llevar al suicidio
(El suicidio de Marat, Jacques-Louis David)
El rumor se convierte en denuncia falsa y la denuncia falsa se convierte en calumnia y en un nuevo rumor corregido y aumentado, hasta quedar convertido en una atrocidad que comparte la masa y que hiere a un individuo o a un grupo en particular sin que a nadie le importe, porque de la misma manera que aparece, desaparece y se olvida sustituido por un nuevo rumor, al que muchas veces los medios de comunicación llaman noticia, ya sea porque cobren por hacerlo, o porque así aumentan la audiencia y los patrocinadores sufragan el rumor, exprimiéndolo hasta la última gota y esperando que el próximo rumor sea tan impactante como el anterior.
No importa quién viva y quién muera, quién pierda su empleo, su familia, sus bienes, su prestigio social, su autoestima o su propia vida, porque lo que importa es que el rumor se haga viral y sea seguido por un amplio y gran auditorio.
“La OMS asegura”, “un nuevo estudio revela”, “la Universidad de Harvard dice”, son frases cuña que sin sustento alguno ayudan a que hasta el más absurdo rumor o noticia falsa se haga viral y se dé por cierta.
La conspiración de las élites sobre una población bien manipulada y mal informada goza de excelente salud gracias a las redes sociales, unas élites con nombres y apellidos, o bien, tan secretas a decir de Marx, que en realidad no las conocemos y solo sabemos de algunos grupos y sectas, como veremos en el próximo capítulo.