Читать книгу La condena de las élites - Javier Vasserot - Страница 6
Оглавление13. Un aterrizaje potente
Llegó el gran día. Por fin se iba a reenganchar a la vida «laboral», en realidad profesional tan solo, porque, una vez más, tendría que ser autónomo. Como siempre lo había sido. Pero eso ahora daba igual. La cuestión era ir a unas oficinas, trabajar todos los días, compartir tiempo de trabajo con otros colegas y, en fin, volver a cobrar a cada fin de mes. Así que se puso otra vez el traje de las grandes ocasiones y a las nueve en punto de la mañana se dirigió a la torre. No a las diez como se estilaba en los bufetes de la Nación, sino una hora antes para poder aprovechar mejor el tiempo y ordenar sus ideas mientras esperaba en la cafetería de la torre a Faustino, con quien había quedado allí precisamente a las diez.
Error. Tremendo error.
«Ya no me acordaba de la hora punta –se lamentó–. ¡Aquí todo el mundo viene a trabajar a la vez! Me va a costar media hora llegar a mi sitio…».
Se equivocaba. Tan solo la cola de entrada al parking ya le consumió diez minutos. A continuación, había que subir en ascensor por narices, puesto que no había escaleras que condujeran del parking al hall principal, lo que generaba una espera de cinco minutos adicionales. Por tanto, una vez en el hall eran ya las nueve y cuarto. Y la cosa se ponía peor. Porque allí confluían los pocos afortunados que ostentaban el privilegio de utilizar el parking con la riada de consultores y abogados junior, pasantes, administrativos, informáticos y demás miembros comunes de la familia Rapid que entraban en manada directamente desde la calle a través de las puertas giratorias de la torre hasta quedar bloqueados, ya sin distinción de clases, en las colas que se formaban frente a los tornos que daban acceso a los ascensores.
Total, otros diez minutos atrapado hasta llegar, por fin, a los dichosos elevadores. Estos disponían de un mecanismo por el cual uno marcaba el número de la planta a la que deseaba ir y una pantallita le devolvía el gesto señalándole la letra del que, en teoría, iba a llegar antes y todavía disponía de plazas libres. Ahí comenzaba la guerra. La pantallita mostraba una H, por ejemplo, y era preciso recorrer el vestíbulo de lado a lado, a educados codazos y sin que a uno se le notaran demasiado las prisas, para, una vez delante del H, comprobar que algunos no cabían, puesto que, como era de esperar, no todo el mundo utilizaba el artilugio de marras sino que se colaba con total desfachatez en el primer ascensor que ascendiera a su planta. Al fin, tras dos intentonas fallidas y sus respectivos accidentados viajes de un extremo al otro del vestíbulo, ya estaba milagrosamente dentro de un ascensor casi a las diez menos cuarto, junto con otras treinta personas que parecían acostumbradas al absurdo ritual.
«A este paso acabo llegando tarde», pensó.
Casi. El ascensor tenía parada concertada en ocho plantas diferentes y la cafetería se encontraba en la treinta y cinco, justo a mitad de la torre, para que así estuviera más a mano para todo el mundo. Por suerte tan solo había tres paradas antes de la suya, aunque en cada una de ellas todos los pasajeros tenían que salir fuera del ascensor para dejar paso a los que se querían bajar y se encontraban al fondo, para, a continuación, volver a entrar. Ríete tú del metro. Llegados a la treinta y cinco eran casi las diez. Se bajaron en tropel la práctica totalidad de los ocupantes que aún quedaban y por fin llegó, eso sí, sano y salvo, a la cafetería. Allí se encontró con otra inmensa cola. La misma aglomeración que una hora antes se agolpaba delante de los tornos ahora hacía fila para desayunar.
«¡Madre mía! ¿Para qué vendrán tan temprano si luego empiezan a trabajar a las once?», se preguntó.
Por suerte, Faustino había llegado antes que él, lo que no le sorprendió después de la tremenda excursión, y le hacía señales desde la cabecera de la cola para que se acercase. A Bernardo le gustó que el socio Líder de M&A de la división legal hiciera cola como uno más.
«Quizá he juzgado a Líder demasiado precipitadamente», consideró para sus adentros según se aproximaba al inicio de la fila, al tiempo que los empleados que llevaban un buen rato esperando lo miraban sin ocultar su indignación por estar saltándose el turno de modo tan flagrante.
–¡Buenos días, Faustino! Siento llegar tarde. Es que me he tirado una hora desde que he aparcado hasta conseguir llegar aquí.
–No te preocupes –le replicó Faustino mientras se reía–, hay que intentar llegar a las nueve menos cuarto si no quieres encontrarte con este follón.
«O mejor a las diez –reflexionó Bernardo–, sobre todo si te ahorras el paso por la cafetería y te pones a trabajar directamente».
–De todas maneras, a mí también me ha pillado por sorpresa –aclaró Faustino–, porque yo siempre vengo a la cafetería más temprano. Cuando llego tarde suelo desayunar en el comedor de socios de la planta setenta, pero no he podido quedar allí contigo dado que la entrada está reservada a los socios equity, como yo.
Pues no, no lo había juzgado precipitadamente. Era tal y como sospechaba desde el preciso instante en que se presentó, ampuloso, como Líder de Legal.
No obstante, a Bernardo no le sorprendió lo que le contaba. En el mundo de los despachos de abogados del que provenía, esos distingos, los privilegios de clase, eran bastante comunes. Siempre había prebendas a las que solo tenían acceso los socios más importantes, los denominados equity o de cuota, que eran los que de verdad tenían acciones en la firma, y de las que ni siquiera disfrutaban los socios asalariados, que no participaban en el capital pero a los que la firma había tenido la deferencia de llamar socios. Así que los directores, esto es, los socios de tercera, y, más aún, un pobre Senior Advisor como él, no podían esperar otra cosa que ir a la cafetería comunal con el resto de los mortales.
Pidieron sus cafés, Bernardo descafeinado con leche de soja como tenia por costumbre, y se aproximaron a una de las mesas alargadas situadas junto a los ventanales que se compartían democráticamente por riguroso turno con quien llegara después. Nada más sentarse y sin que le hubiera dado tiempo a dar el primer sorbo a su café, Faustino extrajo de una carpeta una hoja con fotos de carnet impresas a todo color en lo que parecía ser un organigrama. Se la mostró mientras sacaba un bolígrafo y, acercándose a él, le señaló en el papel una de las fotos.
–Mira, este soy yo, Líder de M&A, y debajo tienes a la totalidad de los socios que trabajan en el departamento. Bueno, socios, directores y Senior Advisors como tú.
Bernardo echó un rápido vistazo a la hojita, donde vio su foto, con el título de Responsable de Sector Infra Legal, unos cuantos escalones por debajo de donde se había colocado Faustino.
«¿De dónde habrá sacado este tío una foto mía?», se extrañó.
Por una parte le hacía ilusión verse en el organigrama de Rapid pero, por otra, la cosa le resultaba bastante pueril. Además, hasta ese momento nadie había tenido el detalle de comunicarle que iba a ser todo un responsable de sector. Era todo muy absurdo.
–Ya veo, Faustino. No veas la ilusión tan grande que me hace formar parte de la estructura –reaccionó al papel que le mostraba Faustino y que era evidente que tenía como único objeto dejar bien claro al recién llegado quién era Líder y lo poco importante que era él.
No obstante, a Bernardo todo esto le traía al fresco. Ya había tenido ocasión de advertir el entorno al que se estaba incorporando y era consciente de que en ese momento los títulos eran lo de menos. Lo que le interesaba de verdad era comenzar a aprovechar bien las posibilidades que le ofrecía Rapid para reorientar su carrera más allá del mundo del Derecho.
Ambos se habían acabado su café, por lo que Bernardo consideró que ese sería el momento en que lo conducirían a su despacho para dejar sus pertenencias y poder hablar con más sosiego. Sin embargo, Faustino lo miraba con cara de haba. Parecía que ahí se podía acabar su recibimiento cuando, mientras Bernardo creía que Faustino hacía ademán de levantarse para marcharse, le hizo entrega de una carpetita con el logo de Rapid.
–Aquí tienes un dossier con algunos documentos que te he mandado imprimir para que te familiarices un poco con la casa. –Le hizo entrega del mismo al tiempo que sonreía de manera vacía.
Bernardo echó un vistazo, por pura cortesía, a los papeles que le había preparado Líder, como cuando a alguien le dan una tarjeta de visita antes de comenzar una reunión de trabajo. Hojeó rápido el contenido, que consistía en algunos documentos que parecían bastante genéricos y, cómo no, el dichoso organigrama a todo color. Eso no tenía mucho sentido que se acabase ahí, en la cafetería y abandonado a su suerte, por lo que insistió, aunque el lugar no fuera el más apropiado.
–Muchas gracias por este dossier. Muy interesante –mintió–. Aparte de esto, me vendría muy bien que me contaras algunas cosas más acerca de Rapid. Su estrategia, cómo está siendo el año, lista de clientes. Yo me he preparado un plan de trabajo para poder aprovechar mejor el tiempo las primeras semanas, aunque, claro, solo será efectivo si me das un poco de información acerca de cómo opera la firma.
Faustino le sonrió bobaliconamente y, consciente de que no le quedaba otra alternativa, accedió a gastar algo más de su tiempo con ese nuevo colega que tan poco parecía interesarle.
–Claro que sí. Vamos a mi despacho y allí hablamos con más calma.
Se levantaron, dejaron cívicamente sus bandejas de comedor escolar en la estructura metálica destinada al efecto y se dirigieron juntos a la planta sesenta y ocho, que era donde estaba el despacho de Líder, en una de las plantas nobles, bien separado del resto de abogados, como ya se encargó de remarcarle Faustino al menos tres veces durante el nuevo y largo tránsito en ascensor.
Una vez allí, como comentario de bienvenida mientras le ofrecía asiento, le explicó cómo se distribuían los despachos de los socios.
–Como habrás podido comprobar, en la torre no tenemos ya demasiado espacio, por lo que la mayoría de los empleados se sientan en «praderas», espacios abiertos donde pueden escoger cada día su sitio, conectar su portátil y trabajar. Tan solo pueden tener despacho propio los socios y los directores.
–Sí, lo he visto. Esa también es la tendencia en los grandes bufetes. En Londres, incluso los socios comparten despacho –apuntó Bernardo.
Faustino lo obsequió con la típica risa falsa del que pretende parecer amigable pero que en realidad te está mirando por encima del hombro.
–Aquí no hemos llegado hasta ese punto. Es cierto que los directores comparten despacho. El más senior se sienta junto a la ventana y el más nuevo junto a la puerta. Sin embargo, los socios tenemos despacho individual. Los socios asalariados con una sola ventana y los socios equity con dos.
En efecto, el despacho de Líder disfrutaba de unas impresionantes vistas de la Gran Capital a través de sus dos alargadas ventanas. Bernardo se preguntaba lo que ocurriría si el número de socios equity no coincidiera en algún momento con el número de despachos con dos ventanas disponibles en la torre. ¿Se comunicarían dos despachos de una ventana para conseguir uno de dos? O, más sencillo, ¿se degradaría a un socio equity a socio asalariado para que así volviera a cuadrar el número de equities y despachos doblemente aventanados? Seguro que había alguien que se encargaba de esas cuestiones. Mientras estaba sumido en esos importantes pensamientos, los interrumpió Fátima, que abría la puerta del despacho.
–¿Puedo pasar? ¿Os interrumpo?
–Por supuesto, pasa Fátima –replicó Faustino con cara de alivio–. Bernardo, te acuerdas de nuestra responsable de Recursos Humanos, ¿verdad?
–Claro que sí; me alegro de verte –respondió al tiempo que se levantaba para saludarla con un apretón de manos.
–Ya veo que estás muy bien acompañado. Venía a buscarte para enseñarte tu sitio y contarte un par de cosas, pero si no habéis acabado os dejo y luego me pasas a buscar a mi despacho.
–No te apures, que lo importante ahora es que Bernardo se pueda instalar –contestó a toda velocidad Faustino, que vio la oportunidad de librarse de una charla que no le apetecía tener.
Bernardo lo notó, aunque consideró que ya habría tiempo de informarse de todo con alguien que mostrase un poco más de interés, así que volvió a levantarse de la silla, esta vez para acompañar a Fátima, mientras le tendía la mano a Faustino.
–Muchas gracias por tomarte el tiempo para recibirme. Me ha resultado muy útil. Nos vemos otro día cuando me haya instalado –se despidió sabiendo que no era en absoluto descartable que no volviera a verle el pelo a Líder.
–Claro que sí. Cuando quieras –convino Líder al tiempo que lo obsequiaba con esas palmaditas en el hombro que tan malos recuerdos le traían a Bernardo desde sus tiempos de estudiante. En su experiencia, las palmaditas en el hombro siempre han sido la antesala de una traición segura.
Salió junto con Fátima del despacho de dos ventanas y se dirigieron camino de una nueva excursión en ascensor. En el trayecto, Bernardo iba haciendo cábalas acerca del número de ventanas que tendría su despacho y si se encontraría en una planta «de las nobles».
Ni lo uno ni lo otro. Fátima lo condujo a la planta dieciocho a lo que parecía una sala de reuniones interior, sin ventanas y sin ningún tipo de luz natural. Y hacía un frío de narices. Eso sí, era más grande que el despacho de Líder. «Algo es algo».
–Bueno, Bernardo, lógicamente este no va a ser tu sitio permanente –trató de tranquilizarlo–. Por el momento te hemos instalado aquí hasta que consigamos un despacho para ti, que estamos muy escasos de espacio.
Vaya, no era lo que esperaba, pero se había propuesto ser lo más positivo posible, por lo que no dijo nada y dejó sus cosas en la silla. Fátima le entregó su tarjeta de entrada, las llaves del despacho y le dio un par de explicaciones genéricas acerca de cómo conectarse a la red de Rapid, el funcionamiento del servidor interno de mails y otra serie de informaciones básicas, a la par que poco interesantes. Al cabo de media hora de reloj, se despidió muy cortés con una sonrisa en los labios, dando por finalizada la sesión de introducción al universo Rapid, y se marchó. El pobre novato se dio cuenta entonces de que no habría más que eso. Ni presentaciones a compañeros, ni explicaciones estratégicas, ni una mísera copa de recepción en alguna de las más de cien cocinas repartidas entre todas las plantas de la torre.
Había sido una bienvenida acojonante.
***
Tras unas semanas de bastante desconcierto, desamparo y frío atroz, a Bernardo finalmente lo convocaron a una reunión de socios y directores. Pensó de manera ingenua que quizá ese sería el momento elegido en que se produciría su ansiada presentación formal, que en esas empresas tan grandes las cosas iban mucho más despacio y que simplemente había que tener algo más de paciencia. Así que, armado de esperanza y con una breve introducción preparada en la que explicaba tanto su experiencia previa como lo que había estado haciendo esas pocas primeras semanas en Rapid, se dirigió a la planta sesenta y nueve, que era donde se ubicaban las salas para reuniones internas. No disponía de demasiada información acerca de en qué iba a consistir la cosa, puesto que ni se había circulado agenda alguna, ni había lista de participantes. Tan solo sabía que el convocante era Florian Harold, Líder Global de M&A, del que hasta ese momento no había tenido ni la más mínima referencia.
Florian era el clásico alemán, rubio, grandote y de ojos azules. Llevaba más de veinte años viviendo en la Gran Capital de la Nación y todavía conservaba ese típico acento duro, áspero y fuerte propio de su tierra, arrastrando las erres, y en general cualquier consonante, de modo que sonaban siempre el doble o triple de lo normal. Oírle hablar era como escuchar una sinfonía tocada en redondas. Tras muchos años escalando posiciones en Rapid, había conseguido ascender tanto que los puestos de la Nación se le habían ido quedando pequeños y le habían acabado nombrando responsable de la práctica mundial de M&A de Rapid. Otro Líder más que se cruzaba en su camino. Eran tantos que ya había perdido la cuenta. Porque la cosa era como para marear a cualquiera. Tenía a Faustino, también Líder de M&A, aunque de la pata legal. Y a Federico, Líder de toda la división legal, pero tan solo de la Nación. Y ahora a Florian, Líder de absolutamente-todo-el-universo-de-M&A, vamos, el puto amo.
Bernardo entró en la sala. Puntual, como siempre. Estaba abarrotada de gente a la que no conocía de nada. Y, como iba a comprobar enseguida, ellos a él tampoco. ¿Cómo iban a hacerlo si nadie los había presentado? Se sentó al fondo para poder observar la escena de esos más de cincuenta desconocidos interactuando mientras se servían sus cafés, tés, o lo que narices fuera que hubiese en aquellos termos plateados, deseando encontrar alguna cara conocida con la que romper el hielo y a la que preguntarle quién era Florian.
No le dio tiempo. El Líder llegaba tarde y con prisa por comenzar la reunión, por lo que subió directamente al pequeño estrado que había delante de la pantalla, en la que supuestamente se iban a proyectar algunos datos de teórico interés y, con una sonrisa que Bernardo no acertaba a descifrar si era de alegría, emoción o cortesía, comenzó su alocución.
–Querridos socios y dirrectores, siempre que me subo a este estrado me doy cuenta del grupo tan potente que somos –arrancó–. Por esa razón mi confianza en vosotros es inmensa, porque sé que serrréis capaces de accionar las palancas necesarias para conseguirrr mover la aguja y tenerrrr un resultado histórico este ejercicio. Así que necesito que me deis algo de colorrr acerca de qué temas se van a poder cerrar en el medio año que nos falta para saberrr con qué success fees podemos contar.
«Vaya –intentó descifrar Bernardo–, eso debe de significar que, pese a que casi estemos en Navidades, la firma solo se encuentra a mitad de su año fiscal, por lo que el ejercicio económico de Rapid debe de transcurrir de julio a junio. Y todos los encargos que no estén ya muy avanzados no van a conseguir tener impacto en los resultados de este año puesto que, al contrario de lo que ocurre con los bufetes, aquí solo se cobra cuando se cierran los asuntos. No importan las horas incurridas, dado que no se facturan, sino las primas de éxito, los success fees, que solo se devengan una vez realizadas las inversiones. Poco a poco voy entendiendo cómo funcionaba el negocio», se ufanó de manera inocente.
Florian dirigió su mirada hacia el conjunto de socios y directores que le estaban escuchando como si pidiera que alguno de los presentes se animara a hacer una puja en una subasta. Hasta que el primero se lanzó.
–En consultoría vamos como un tiro y el año va a ser histórico –retumbó la ronca voz de Abraham, al que Bernardo no había visto llegar–, porque tenemos tres propuestas muy potentes, de las que mueven la aguja. Solo tenemos que aterrizar alguna de las tres. Es la palanca que necesitábamos para salirnos del mapa.
–¡Qué bueno! –convino Florian–. Es el tipo de temas con un alto scoring que nos dan un discurso potente ante los clientes.
Caras de satisfacción por toda la sala, mientras de trasfondo se escucha un murmullo de «qué bueno» como si de una letanía se tratara.
–Por nuestra parte, hemos mapeado las propuestas más potentes que teníamos en el pipeline y al menos una de ellas se cierra seguro en Q1 –intervino Félix Castañeda, uno de los veteranos de la casa.
–Y en CIP estamos a punto de cerrar un tema muy potente también, que no mueve la aguja pero que es una palanca para la refi de después si se tradea –apuntó otro de los veteranos.
Parecía de broma. «¡Esta gente solo sabe utilizar las mismas cuatro palabras! ¿Será algún tipo de rito iniciático?», se preguntó Bernardo.
Se hizo un breve silencio, un respiro momentáneo de palancas, potentes, mapeos y agujas.
–¡Qué bueno, qué bueno! –musitó Florian en tono pausado mientras dirigía su mirada a su público buscando nuevas pujas–. ¡Qué bueno, qué bueno!
Bernardo observaba las caras de los asistentes con atención. Parecían habituados a la dinámica de la reunión, con sus cafés en la mano y poca pinta de querer participar. No obstante, Florian no se iba a dar por vencido tan fácilmente. Su trabajo consistía tan solo en eso, en exprimir la información que podían darle sus socios con la que poder tomar la temperatura de la potencial facturación para, acto seguido, pedir un esfuerzo aún mayor. Por esa razón, muchas veces lo más sensato era no intervenir.
–Faustino, ¿cómo marrrchan las cosas por legal? –abordó por fin a otro Líder.
Faustino se irguió en su asiento, dando un respingo como si estuviera cuadrándose ante un oficial de superior rango en el Ejército, y tras un par de balbuceos ininteligibles y apoyado en su mejor sonrisa vacía, comenzó a desgranar cómo marchaban las cosas por Legal.
–Pues bastante bien, Florian. Ya sabéis que nuestro negocio es un poco diferente y depende menos de los success fees y más de las horas trabajadas, que es la palanca que mueve la aguja, puesto que se facturan todas y se cobran en tres meses. Y de acuerdo con esa métrica parece que va a ser un año realmente potente.
–¡Muy buen colorrr, Faustino! ¡Qué bueno! –le felicitó Florian antes de volver a la carga–. ¿Y no tenéis ningún success porrr ahí escondido? Es por tenerlos todos mapeados y así aterrizarr mejor el presupuesto de final de año.
–Bueno, Florian. Hay una propuesta que tenemos que acabar de aterrizar. Es buen tema. Para uno de nuestros clientes más potentes. Aunque aún no está aceptada.
–¡Qué bueno, qué bueno!
Bernardo casi podía escuchar el eco de una multitud de «¡qué buenos!» a su alrededor, proferidos al unísono para sus adentros por cada uno de los socios y directores de Rapid allí presentes.
Ya parecía que la reunión se iba a dar por concluida cuando Abraham tomó la palabra de nuevo.
–Faustino, aparte de lo que cuentas, que nos ha dado muy buen color, creo que nos podrías dar un update acerca de cómo va el aterrizaje del nuevo socio de Infra, Bernardo Fernández Pinto, que creo que es un fichaje potente y con muy buen discurso. Estoy convencido de que será una gran palanca para poder atraer más success fees.
Joder, alguien que se acordaba de él.
–Claro, claro –respondió Faustino, algo desconcertado y mirando a su alrededor boqueando como un pez fuera del agua–; creo que habrá venido a la reunión y así os lo presento… ¡Sí! ¡Ahí está! –exclamó mientras señalaba aliviado en dirección a donde estaba la flamante nueva incorporación.
Bernardo ya se había levantado de su asiento desde el preciso instante en que había oído a Abraham proferir su nombre. Ni en broma iba a dejar pasar la oportunidad de poder darse a conocer al grupo más granado y selecto de socios y directores de Rapid.
–Tengo el gusto de presentaros a Bernardo Fernández Pinto, que como ya os ha adelantado Abraham, es un fichaje muy potente que se acaba de incorporar a nuestra división legal –anunció Faustino más bien de mala gana.
Las cabezas de todos esos desconocidos se volvieron hacia donde estaba Bernardo. Una situación incómoda, pero por la que ya había pasado en multitud de ocasiones. La clave era hablar con firmeza, volviendo la vista unos segundos a cada punto de la sala aunque sin mirar a nadie en concreto, para que así todos se sintieran involucrados y nadie pudiera condicionar su exposición.
–Buenos días. Gracias por tu introducción, Faustino. Como señalaba Abraham, me acabo de incorporar hace unas semanas a la división legal de Rapid para llevar el sector de Infraestructuras, después de una experiencia de más de quince años en varios bufetes. Fui socio en Pearson Loft, Sandwich Panel, Scottish Fist y, por último, socio director de Salmons en la Nación. Mi especialidad siempre ha sido M&A, y el sector que más he trabajado, el de Infra. Mi objetivo es aportar lo que pueda para aumentar más aún el peso de Rapid en el mercado legal de M&A.
–¡Qué bueno! –replicó Florian
Bernardo prosiguió.
–La verdad es que, cuando me incorporé, mi intuición era que se podrían aprovechar las sinergias entre las divisiones de legal y consultoría, y por el momento está resultando muy bien, porque dos clientes ya nos han pedido sendas propuestas para refinanciaciones de proyectos de infraestructuras en dificultades.
–Muy buen tema. Muy buen tema –zanjó Florian mientras se bajaba del estrado en una inequívoca señal de que estaba dando por finalizada la reunión–. Este sí que es un aterrizaje potente.
«Y tanto –pensó Bernardo–. Y tanto».
Una vez acabada su primera reunión de socios y directores, Bernardo se volvió a la sala de reuniones que hacía las veces de despacho, abrió la puerta, se puso la chaqueta y la bufanda, que ya no se pensaba quitar hasta mayo para poder soportar mejor el frío, se sentó en la silla y, al tiempo que abría su portátil, se juró que nunca más en su vida volvería a utilizar el adjetivo potente, incluso pese a que tuviera que describir el más veloz deportivo de última generación.
***
El tiempo seguía transcurriendo inexorable y, entre el frío glaciar de su despacho-sala y el poco contacto que tenía con la multitud de abogados y consultores que lo rodeaban, Bernardo se sentía cada vez más solo y desamparado. Por otra parte, el régimen de clandestinidad al que lo habían sometido le estaba impidiendo mantener un contacto fluido con sus antiguos clientes y conocidos. Nadie sabía con certeza dónde trabajaba ahora Bernardo. Y eso, en un negocio basado fundamentalmente en el networking, era un auténtico drama. Así que un buen día decidió que cada jornada la iba a dedicar a visitar una a una todas las plantas de la torre hasta llegar a conocer a cada uno de los socios y directores de Rapid para, de esa forma, identificar oportunidades de negocio y aprender algo más de la casa. Al menos seguro que iba a pasar mucho menos frío que quedándose en su despacho.
Dicho y hecho. Setenta y una plantas, en las que no contaban la treinta y cinco, que es donde estaba la cafetería; ni la sesenta y nueve, la de las salas internas; la setenta, a la que solo tenían acceso los socios equity, pues es donde se encontraba el club equity; ni tampoco la setenta y uno, salas de reuniones con clientes. Esto dejaba sesenta y siete plantas por recorrer. Sesenta si obviaba las siete plantas de servicios generales, administración e informática. Eran demasiadas.
«Mejor me hago una por la mañana y otra por la tarde y en menos de un par de meses me he ‘pateado’ entera la torre», calculó.
Es lo que hizo. Por estricto orden numérico. El primer día, la planta ocho por la mañana y la planta nueve por la tarde. El segundo, plantas diez y once. Y así sucesivamente. Era una labor muy poco agradecida, porque parecía que la clandestinidad se había extendido a los propios empleados de Rapid. Absolutamente nadie tenía ni la más remota idea de quién era Bernardo. Pero él sí sabía quiénes eran ellos. Gracias a Dios tenía acceso al directorio completo de empleados por lo que, antes de salir cada mañana de excursión, se estudiaba los perfiles de los socios y directores de la planta que tocase. A qué se dedicaban, qué clientes tenían, si podía conocerlos de algo… cualquier excusa con la que poder iniciar una conversación.
La dinámica era bastante aburrida, puesto que el ritual se repetía de manera invariable. Bernardo se acercaba a la puerta de uno de los despachos mono o doblemente aventanado y, tras intentar hacer contacto visual, se aventuraba sin reparos.
–¡Buenos días (o tardes)! ¿Puedo pasar?
En la mayoría de ocasiones, y si escogía con habilidad el momento, siempre le dejaban entrar. Además, iba depurando poco a poco la técnica, lo que aumentaba de forma significativa la ratio de éxito.
–Soy Bernardo Fernández Pinto; me acabo de incorporar como Senior Advisor a la división legal de Rapid para llevar el sector de Infra.
Tras la inicial sorpresa mezclada con un variable grado de fastidio por la interrupción, una vez asimilaban la información, la mayoría de socios y pseudo-socios lo invitaban a sentarse. Tampoco es que les quedara otra opción.
–¿Qué tal, Bernardo? Encantado de conocerte y bienvenido. ¿Cómo está siendo tu aterrizaje?
–Bastante bueno, aunque lo cierto es que es difícil adaptarse a un entorno tan multitudinario. Yo vengo de un mundo bastante más reducido, el de los bufetes legales.
–¡Qué bueno, qué bueno!
Ese era el instante en que Bernardo se daba cuenta de dos cosas. La primera, que estaba frente a un socio de los de toda la vida, condenado por siempre y hasta el fin de sus días a hablar usando la jerga Rapid, de la que no podría librarse ni jubilado. La segunda, que ahí no había nada que rascar, porque la conversación se dirigiría sin solución posible a lugares comunes trufados de palancas y demás discursos potentes. Era el momento de levantarse educadamente y tratar de buscar suerte con el siguiente socio.
En raras ocasiones se cruzaba con alguno que sabía de su peculiar condición clandestina y de la razón que la motivaba. Eran los veteranos de guerra que estaban en la casa cuando Rapid adquirió Slow muchos años atrás. En cuanto triangulaban los datos, abogado, Senior Advisor y con pinta de estar perdido, no les quedaba duda alguna de que se trataba de él.
–¡¡¡Tú eres el del pleito contra Hacienda!!!
En ese momento la conversación derivaba hacia derroteros probabilísticos acerca del porvenir de la disputa y cómo esta podía afectar a la casa, y más en concreto al bolsillo del interlocutor. Otra pérdida de tiempo que al menos le otorgaba cierto caché y le aseguraba que alguien se iba a quedar con su nombre y su cara. De algo le serviría ese protagonismo, sobre todo si se ganaba el pleito.
Y, por último, tras decenas de insulsas charlas, muy de vez en cuando lograba entablar una conversación profesional seria y provechosa, pese a la pertinaz jerga, que era prácticamente imposible de evitar. En esas extrañas ocasiones se daba cuenta de todo el potencial que podría llegar a tener en Rapid su estrategia de combinar un producto multidisciplinar, y de lo interesante que sería su trabajo allí si llegase a conseguir romper las barreras que parecían levantarse cual vallas electrificadas entre las divisiones y departamentos. En esas escasas ocasiones apuntaba mentalmente el nombre de la persona con quien había conseguido romper esa invisible barrera, para poder reflexionar con más calma en su despacho acerca de qué servicios podrían desarrollar de manera conjunta y a qué clientes podrían abordar de forma coordinada. Era evidente que Bernardo no tenía aún ni la más remota idea de a lo que se estaba enfrentando.
Fueron seis semanas agotadoras en las que se sentía como un paria, como un desarrapado con el que nadie contaba. Le asaltaban las ganas de ir a hablar con Abraham para preguntarle para qué narices lo había fichado. Mejor no saberlo. Había que adaptarse a la situación y seguir tirando para adelante.
«Si yo no me muevo, nadie lo va a hacer por mí, eso está muy claro».
***
Al menos, y pese a las dificultades, había logrado que un par de antiguos clientes de su etapa en Salmons lo recibieran y, más aún, que incluso le hicieran encargos profesionales, mezcla de asesoramiento legal y financiero. Justo para lo que había entrado en Rapid. Satisfecho por sus logros, llegaba el anhelado momento de anunciar estos pequeños éxitos a sus «mayores» y abrir sus primeros clientes en el universo Rapid. Era algo bastante emocionante, como cualquier primera vez. Le hacía además sentirse útil a la firma, al mismo tiempo que valorado por los clientes, permitiéndole echar el telón a la oscura época pasada y sentir que se iniciaba una nueva era. Ahora tan solo tenía que bucear en el sistema y aprender cómo se abría un cliente, averiguar cómo se creaba un asunto y comenzar a rodar. Así que se sentó delante del portátil dispuesto a comenzar el proceso, ataviado con chaqueta y bufanda, y con un descafeinado bien caliente en sus manos para combatir el frío.
«Esto no puede ser muy difícil –se dijo–. A fin de cuentas, yo ya he visto de todo», reflexionó confiado.
Volvía a minusvalorar el poder de la burocracia. Para empezar, la pantalla de inicio de Rapid al abrir el ordenador era cualquier cosa menos intuitiva. Asemejaba una página web externa, con más fanfarria que información real. Mucha foto, mucho vídeo, montones de colores, pero nada interesante de verdad.
«Tengamos paciencia, que por aquí tiene que haber algo así como un apartado de apertura de clientes», trató de animarse.
Vio una pestaña en la que ponía «Client Zone». ¡Al fin! Esto debe de ser. «Clicó» dos veces y se le abrió un directorio de noticias colgadas de diversos medios, en las que cada vez que aparecía mencionada Rapid, o alguno de sus socios, salía resaltada la palabra en amarillo fosforito.
«Nada, esto no es, solo es más marketing», se dijo decepcionado.
Siguió insistiendo pestaña a pestaña.
«Paciencia, tengo todo el día; es tan solo una cuestión de ensayo y error», consideró.
Finalmente decidió entrar en un apartado de la pantalla de inicio que había desechado por parecerle que con total seguridad no sería la que buscaba. Se llamaba OPS-WOP. Sin grandes esperanzas puso el ratón encima de la pestaña y apretó el botón izquierdo dos veces. A sus ojos apareció de inmediato un mensaje que decía:
«Sitio restringido para socios y directores. No tiene autorización para acceder. Consulte al Departamento de Informática (ext. 4444) en caso de tratarse de un error».
«Joder, pues no puedo acceder. Y debería, porque Abraham me dijo que a efectos internos es como si fuera un socio más».
Así que raudo marcó el 4444 y esperó a que lo atendieran.
–¡Buenos días, Bernardo! –le contestaron casi de inmediato al otro lado de la línea.
«Vaya, seis semanas de tournée por toda la torre sin que nadie supiera quién soy y de repente me llaman por mi nombre». Resultaba muy agradable.
–¡Buenos días! ¿Y cómo sabes mi nombre?
Su interlocutora se rio.
–Muy sencillo. Cuando llamáis vuestro nombre aparece automáticamente en nuestra pantalla junto con vuestra ficha.
Bueno, daba igual. Seguía siendo de largo la conversación más agradable que había tenido desde que se había incorporado.
–¿En qué te puedo ayudar, Bernardo? –le preguntó su nueva mejor amiga.
–Pues resulta que me acabo de incorporar a Rapid y quería abrir un nuevo asunto que me había encargado un cliente. He estado indagando por el portal un buen rato y, tras descartar el resto, me ha parecido que tenía que estar forzosamente en una pestaña que se llama OPS-WOP, porque lo he intentado con todas las demás y no he encontrado lo que busco.
–Y al intentar meterte te ha dicho que no puedes, ¿verdad?
–¡Justo! –Qué gusto dar con alguien que sabía de lo que hablaba.
–Claro, resulta que ese acceso está restringido a socios y directores y, por lo que veo, tú tan solo eres Senior Advisor.
–Pero cuando me ficharon me dijeron que los Senior Advisors internamente son como socios a todos los efectos.
–Bueno, a todos todos… está claro que no. Pero habla con el socio que corresponda y en cuanto nos dé la orden te damos acceso.
–Muchas gracias, así lo haré. Por cierto, ¿cuál es tu nombre? Por si tengo que volver a llamar poder preguntar por ti.
–Bea, me llamo Bea Turdó.
–Pues encantado, Bea, eres muy profesional. Una última cuestión antes de colgar. Cuando me den acceso, el apartado de OPS-WOP es en el que puedo abrir los asuntos nuevos, ¿verdad?
Bea volvió a reírse de manera espontánea.
–No te creo. ¿Es que nadie te ha explicado cómo funcionan los sistemas de facturación y apertura de clientes? ¿Hace cuánto tiempo que te has incorporado?
–Dos meses. Y no, nadie me ha explicado nada, solo Fátima cuatro generalidades el primer día, pero de abrir clientes y asuntos nada de nada. En fin, muchas gracias, Bea. Me has resultado de gran ayuda.
Al colgar sintió de repente, como una bofetada, lo absurda que resultaba su situación. Por mucho que él tratase de adaptarse a las circunstancias, lo cierto era que no tenía ningún sentido que nadie le hubiera presentado en público y que no le hubieran explicado las normas más básicas de funcionamiento de Rapid. Si en cualquiera de las firmas de abogados en las que había estado siempre había un programa de aterrizaje que duraba semanas para los recién incorporados, ¡por muy junior que fueran!
No obstante, no era el momento de lamentarse sino de actuar, y lo que tocaba ahora era hacer valer que había conseguido atraer a dos clientes y por otra parte averiguar de una maldita vez cómo funcionaba el condenado sistema de gestión de asuntos de Rapid. Y las dos cosas las podía conseguir llamando a Faustino.
Marcó sin titubeos su extensión. Comunicaba. O quizá no quería coger. Podía ser cualquier cosa. Decidió apelar al pecado más extendido en la humanidad, el de la vanidad. Le envió un mail sin texto en cuyo asunto ponía: «Faustino, te necesito para algo en lo que solo tú puedes ayudarme como Líder de M&A».
La mezcla de engreimiento, intriga y curiosidad funcionó una vez más y a los dos minutos sonó el teléfono de Bernardo. Era la extensión del Líder. Dejó que sonara un par de veces y contestó:
–¿Sí? ¿Quién es?
–Joder, Faustino. ¿Quién si no?
–¡Ah, claro! Disculpa, que he cogido el auricular sin mirar la pantallita.
–No pasa nada. He visto tu mensaje. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?
–Mira, te cuento. Dos clientes me han aceptado sendas propuestas de honorarios y al ir a abrir los asuntos en el sistema me ha salido el mensaje de que se trataba de un área reservada a socios y directores.
–¿No tienes acceso a OPS-WOP? –le interrumpió Faustino sin poder evitar una sonrisita de satisfacción que Bernardo casi podía ver a través del teléfono.
–Me han dicho en Informática que me tenía que poner en contacto con un socio para que me dieran acceso y he pensado que el más indicado eras tú, al ser el Líder de mi área.
–Claro, claro. Ahora mismo le mando un mail a IT para que te den acceso. Aunque antes dime, ¿has hablado ya con el GRP, el SRP y el responsable del sector?
¡Toma ya! ¿Y con nadie más? Bernardo ya tenía asumido que no podría abrir el cliente a su nombre si alguno de los contactos que le había hecho el encargo resultaba que ya había trabajado en el pasado con Rapid, porque estaría ya bajo el nombre de otro socio. Pero, ¿y quién era toda esa otra gente que le decía Faustino? ¿Y por qué razón había que hablar antes con ellos? ¿antes de qué? ¿de abrir el asunto? Ya se lo indicaría automáticamente el sistema al intentar hacerlo, ¿no?
–No entiendo, ¿te refieres a que antes de abrir un nuevo asunto tengo que hablar con el que aparezca como socio responsable de ese cliente? Es justo lo que iba a haber hecho si al intentar crear el nuevo cliente hubiera visto que ya estaba bajo el nombre de otro socio.
–No, no. No es eso a lo que me refiero –le replicó un Faustino que parecía estar pasándoselo en grande con lo perdido que estaba alguien tan senior al que nadie le había explicado nada de la tremenda burocracia del lugar–. Me refiero a que si antes de ir a ver a los contactos has informado al GRP, al SRP y al responsable del sector en que están «mapeados» esos clientes.
Otra vez. ¿Le estaría vacilando?
–Faustino, no tengo ni idea de qué me estás hablando. Resulta que no sé ni lo que es un GRP ni un SRP, por lo que difícilmente puedo haber hablado con ninguno de ellos antes de ir a visitar a Citrax y a Agropecuaria Nacional.
Líder se tomó un momento que a Bernardo le sonó a titubeo.
–¿Citrax? ¿La farmacéutica?
–Sí, claro –respondió Bernardo
–¿Y no has chequeado antes el Matrix?
–¿El qué?
–El sistema que te indica si se trata o no de un cliente restringido.
–¿Un cliente restringido? ¿Y eso qué es?
–Es una base de datos que te señala los clientes para los cuales no podemos trabajar porque tenemos conflicto de interés.
–No creo que sea problema en este caso. Se trata de asuntos no litigiosos y, por su naturaleza, tampoco puede haber conflicto comercial, puesto que no tienen contraparte alguna –explicó con aplomo Bernardo.
–No es tan sencillo, Bernardo –se regodeó Faustino–, porque, como deberías saber, Rapid tiene una rama muy potente de auditoría y a los clientes auditados no se les pueden prestar ciertos servicios por razones de independencia.
Bernardo respiró aliviado.
–No te preocupes, Faustino, que a Citrax llevo teniéndolos de clientes desde hace muchos años y no los audita Rapid, estoy seguro –afirmó contento de la suerte que había tenido en esta ocasión.
Sin embargo, la risa mezcla de cruel y divertida de Líder no era para nada tranquilizadora.
–Ya, es que también tenemos conflicto con aquellos clientes a los que en un futuro querríamos auditar, y Citrax es uno de ellos –proclamó de forma sentenciosa.
Bernardo no pudo evitar un sentimiento de sorpresa e indignación.
–Pues vaya…
–Sin embargo, has tenido suerte con Agropecuaria Nacional –concedió Líder–; para ellos sí que podemos trabajar, aunque antes de ir a verlos tendrías que haber hablado con el responsable de la cuenta, que es el GRP; con el responsable de sinergias entre divisiones, que es el SRP; y con el Líder de CIP, que es el sector al que pertenece Agropecuaria Nacional.
Faustino había conseguido terminar de abrumar a Bernardo.
–Pues no he hecho nada de lo que dices. Y, aparte, ¿qué es eso de OPS-WOP?
–OPS es la base de datos en la que debes cargar cada oportunidad una vez que sabes de alguna nueva posibilidad de negocio. Es lo primero que tendrías que haber hecho antes de hablar con nadie. Y WOP es la base de datos en la que has de incluir, una vez hayas hablado con el GRP, el SRP y el Líder sectorial, y tras comprobar en Matrix que no hay conflicto, una estimación de lo que se va a cobrar por el trabajo.
«¡La Virgen! ¿Pero aquí realmente alguien consigue abrir un asunto nuevo? Con todo este proceso es imposible cumplir un presupuesto, porque no te da tiempo ni a tramitar el papeleo», se lamentó para sus adentros.
Comenzaba a desesperarse y a pensar que no iba a conseguir nunca arrancar, ni mucho menos ganar la suficiente velocidad de crucero como para traer a sus contactos y así tener una cartera respetable de clientes y asuntos. Además, no sabía cómo reaccionar teniendo en cuenta que ya tenía los encargos en firme. Decidió probar suerte.
–Entonces, resumiendo: no puedo aceptar el encargo de Citrax pero sí el de Agropecuaria Nacional aun cuando no haya seguido el protocolo, ¿no?
Se hizo un breve silencio.
–Por esta vez sí, aunque la próxima no olvides seguir el protocolo establecido. ¡Ah! Y necesitas abrir el asunto bajo el nombre de un socio, dado que los Senior Advisors no podéis tener asuntos a vuestro nombre, así que si quieres puedes usar el mío –zanjó Faustino.
Menos mal. Lo que iba a ser el primer éxito de Bernardo en Rapid se había acabado convirtiendo en una concesión acompañada de una reprimenda. Y encima sin haber podido abrir el asunto a su nombre. «Pues sí que empezamos bien».
***
Dos meses de exasperante lentitud burocrática habían pasado ya, pero al menos se acercaba la Navidad y podría disfrutar de un poco de merecido sosiego para así poder al fin dar por concluido un año horroroso. Y con las fiestas, como en toda empresa que se precie, llegaba la cena de Navidad. Ese año a Bernardo le hacía verdadera ilusión porque sería el evento en el que por fin podría conocer a sus nuevos compañeros de manera sosegada. Además, por lo que le habían contado, la cena era en realidad una gran fiesta. Rapid tiraba la casa por la ventana. Acudir como nuevo socio (o Senior Advisor, ¡qué más daba!, si en el fondo era lo mismo ¿no?) sería el modo perfecto de estrenar sus galones en un ambiente desenfadado delante de todo el mundo.
Sin embargo, pasaban los días, se acercaban las fechas «calientes» y allí nadie decía nada de la fiesta. Lo normal habría sido recibir un mail del presidente de Rapid con detalles del festejo, como ocurría en los bufetes en los que Bernardo había trabajado. Eso siempre contribuía a generar un ambiente navideño que elevaba la moral de la tropa. Pero ese mail nunca llegaba. Estaba ya avanzando diciembre, las oficinas comenzaban a estar repletas de adornos navideños y allí nadie decía nada, por lo que finalmente decidió que lo mejor sería preguntarle a uno de los consultores sentados en la pradera situada frente a su sala-despacho.
–¡Hola, buenos días! Disculpa que te interrumpa, ¿tú sabes cuándo es la cena de Navidad?
–¿La fiesta? Es el próximo jueves en el Palacio de Congresos de la Gran Capital.
–¡Ah! Perfecto. Y ¿a qué hora hay que estar allí? Es que no he recibido el mail con la información…
–¿El mail con la información? No hay ningún mail; te tienes que meter en el «Employees Zone» y apuntarte. ¿No lo has hecho todavía? Ya puedes darte prisa que las plazas son limitadas.
Lo primero que le sorprendió fue que a una fiesta de Navidad hubiera que apuntarse, más aún siendo casi-socio. Aunque todavía le llamó más la atención que las plazas fueran limitadas. ¿Quién limita las plazas para su propia fiesta de Navidad de empresa? Sin embargo, carecía de sentido elucubrar, por lo que se metió en el «Employees Zone», buscó la información y, sin más, se apuntó. Allí iba a estar el jueves siguiente sin falta con la mejor de sus sonrisas.
Llegó el jueves y, como cada año, le comenzaba a invadir una tremenda pereza de irse de casa dejando a María con Berta y Benjamín. Y, como cada año, María lo empujaba a salir.
–Venga, anímate. Que es tu primer año en Rapid y además el Palacio de Congresos tiene fama de organizar unas fiestas espectaculares –le insistía, aunque a ella también le apetecía más que Bernardo se quedase en casa haciéndoles compañía.
–Ya lo sé. Por un lado me apetece mucho, y al mismo tiempo me da un perezón que no veas –se resignaba Bernardo.
–Pero si sabes que te va a emocionar verte en tu nueva firma como socio con lo mal que lo has pasado este año. ¡Aprovecha y diviértete!
Tenía razón. María era más que consciente de la necesidad de poner punto y final a una de las etapas profesionales más duras de la vida su marido. ¿Y qué podía haber mejor que una relajada fiesta navideña? Por supuesto, siguió como siempre el consejo de su mujer y, venciendo la tentación de quedarse en casa, sacó el coche del garaje y se dirigió al Palacio de Congresos.
Nada más llegar, y tras casi media hora buscando parking, se encaminó a la entrada, sumándose a una inmensa columna de gente que se dirigía al mismo lugar. Para esto, al parecer, también había hora punta. En la puerta de acceso había un par de guardas de seguridad bastante cutres que le pidieron su tarjeta de identificación como empleado de Rapid y, tras comprobar que su nombre estaba en la lista, le dejaron pasar sin más. Nada de entregarle un badge con su nombre ni mucho menos ponerle la típica copa de champán en la mano. El comienzo no podía haber resultado más decepcionante. Era como entrar en una discoteca de la Gran Capital un viernes por la noche cualquiera. Una vez dentro, lo primero que hizo fue agarrar la primera bebida que pudo y, apoyado en esa imbatible arma de integración, se decidió a unirse a cualquier grupo. Eso ya resultó más complicado. Miraba a uno y otro lado, lanzaba panorámicas completas, pero allí no conocía a nadie en absoluto. Además, todos parecían irrealmente jóvenes. Comenzó a sentirse ahogado. Viejo y fuera de lugar.
Estaba a punto de claudicar cuando notó que alguien que se le había aproximado por la espalda le tocaba el brazo. Bernardo se giró convencido de que quien quiera que fuese se había equivocado de persona. Se encontró con que era una chica joven –todos allí lo eran para él–, aunque al menos no tanto como el resto. Debía acercarse a los treinta y llevaba unas enormes gafas redondas de montura metálica que resaltaban más aún la circunferencia de su cara y sus grandes ojos verdes. Una piel ligeramente pecosa completaba el estereotipo perfecto de pelirroja de libro, más aún gracias a un rojo vestido de fiesta que resaltaba sus curvas. No tenía ni la más remota idea de quién era.
–¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Te acuerdas de mí? ¡Soy Bea Turdó!
–¿Bea? ¡Claro! Eres la informática que me ayudó el otro día con el OPS-WOP. Lo he dicho bien, ¿no?
Bea se rio con amabilidad.
–Sí, sí. Lo has dicho muy bien. ¿Pudiste acceder al final?
–Si te soy sincero, aún no. Faustino Pérez quedó en solicitar mi acceso, pero aún no lo ha hecho.
–¿Faustino Pérez? ¿El Líder de M&A de Legal? Pero qué bien te rodeas, chico… Bueno, la verdad es que es un gilipollas bastante engreído.
«Vaya, no tiene pelos en la lengua la tía. Lo que hacen un par de copas en una buena fiesta», pensó Bernardo.
No obstante, y por mucho que le hubiera encantado hacerlo, no habría sido correcto darle la razón.
–No lo conozco lo suficiente –replicó prudentemente.
Bea se quedó pensativa, como si se hubiera dado cuenta de repente de que quizá ese con quien estaba hablando bien podía ser otro gilipollas como Faustino. Bernardo notó el incómodo silencio y trató de cambiar de tercio.
–Por cierto, ¿cómo me has reconocido si no nos hemos visto nunca?
–Muy fácil. ¿Recuerdas que te dije que al llamar nos salía una ficha completa vuestra? Pues la ficha lleva foto también. Eso, unido a la pinta de despistado que traes, no hacía muy difícil el deducir que eras el nuevo con el que había estado hablando del OPS-WOP. Seguro que no conoces a nadie aquí.
–Muy lista. Y muy observadora. Gracias a Dios. Porque tienes razón. Aquí no conozco absolutamente a nadie. De verdad que comenzaba a sentirme fuera de sitio.
Bea lo miró con cara de extrañeza.
–¿Y te sorprende? Los de tu estirpe tienen su propia cena. ¿No te han informado de la cena de socios?
Tocado y hundido.
–No, nadie me ha dicho nada –respondió azorado.
Aguantó unos minutos más hasta que unos amigos de Bea se acercaron a hablar con ella y se marchó a casa tras despedirse. En el camino de vuelta conducía apesadumbrado pensando que, con toda certeza, no duraría en Rapid más allá de la fecha del juicio de Slow.