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12. ¿De nuevo socio?


Faltaban menos de tres meses para la fecha prevista para la celebración del juicio de Slow, al que había sido citado como testigo, y Bernardo sentía que se le acababa el tiempo. Por mucho que tratara de adquirir algo de arraigo en el entorno al que se había incorporado, le resultaba de lo más hostil. Nada de lo que lo rodeaba ayudaba. Ni su exilio a la planta dieciocho, lejos de los socios más activos, ni su reclusión en una gélida sala que no invitaba a visitas espontáneas, ni la total indiferencia con la que lo habían acogido sus nuevos compañeros. Esto era precisamente lo que más lo desconcertaba. Porque él ya había experimentado con anterioridad tanto el abuso y la explotación del nuevo como el rechazo. También la hipocresía con la que algunos se presentan como grandes amigos para después traicionarte sin miramientos. Sin embargo, lo que nunca le había pasado en su vida era que lo ignorasen. Y menos de esa manera. Ni tanto tiempo. Era una situación contra la que no disponía de armas adquiridas por experiencia previa. Se enfrentaba a un enemigo desconocido, la burocracia, que lo descolocaba en la misma medida en que lo enervaba.

Había intentado de todo. Desde recorrer cada una de las plantas de la torre a la busca y captura de socios con los que congeniar, hasta acudir puntualmente a cuantas reuniones de socios y directores, grupales o sectoriales, lo convocasen. Era como tratar de perforar un pozo de agua en medio del desierto. No se cansaba de proclamar a los cuatro vientos sus deseos de poner en valor su experiencia en infraestructuras y en procesos de insolvencia, pero nada. Tantos socios, tantos clientes y no salía ni una sola oportunidad. Quizá su ubicación en la división legal fuera el problema, dado que el tipo de trabajo que hacían los abogados en Rapid era más de comparsas de los consultores que otra cosa. O simplemente pudiera ser que no encajara.

Aunque alguien parecía que sí que debió de haberse quedado con la cantinela, ya que un buen día recibió una convocatoria a una reunión con un cliente. El mail no incluía ninguna pista acerca del contenido de la misma. Siguiendo el estilo de la casa, ni se incluía agenda, ni había reunión preparatoria de ninguna clase. Tan solo una larguísima lista de distribución en la que no conocía a nadie más que a Abraham, que era quien dirigiría la reunión, y el nombre de un cliente con el que nunca se había cruzado: Power Fund.

Lo primero que hizo fue aceptar la invitación a la reunión a toda pastilla, no fuera que se tratase de un error y le acabaran desconvocando. Acto seguido comprobó en el directorio de Rapid quiénes eran las otras más de quince personas invitadas. Ninguno más era abogado, solo consultores. Y todos bastante seniors. Socios y directores expertos en asesorar en inversiones. Esperanzador. Ahora tenía que darle vueltas a por qué lo habían incluido a él en la lista y qué es lo que podría aportar. Valoró llamar a Abraham para preguntárselo, pero si él no le había advertido de la reunión sería porque no lo consideraba necesario.

«Mejor no decir nada –consideró–. A ver si al final me voy a terminar quedando fuera por tonto».

Dedicó unos cuantos días a averiguar quiénes eran Power Fund y a qué se dedicaban. Resultó que eran una cosa que llamaban hedge funds, fondos de inversión de vocación oportunista que invierten su dinero en situaciones que entrañan un riesgo muy elevado y de las que los inversores tradicionales no quieren saber nada. Por todo ello, el modo de operar de los hedge funds se cimentaba en dos elementos esenciales: buenas oportunidades en las que no hubiera mucha competencia y excelentes análisis que casi garantizasen el éxito. Y aunar los dos factores era extremadamente difícil. Una aguja en un pajar.

Bernardo nunca se había cruzado con ninguno de esos fondos hasta ese momento. Era un neófito total en ese universo. Tan solo sabía que tenían mala fama. «Fondos buitre» los llamaba la gente, puesto que en teoría acechaban a empresas moribundas y a proyectos fallidos para devorarlos. Lo que nadie contaba era que, cuando lo hacían, muchas veces esas empresas y proyectos recibían una segunda oportunidad y acababan siendo solventes de nuevo. A un coste muy alto, sí, pero es lo que compensaba a quien se metía donde nadie se atrevía, arriesgándose a perder hasta la camisa.

Una de las maneras que tenían los hedge funds para descubrir («levantar» en la jerga) nuevas oportunidades era reunirse con las consultoras para que estas les contasen situaciones interesantes respecto de las cuales hubieran trabado conocimiento. El incentivo para ellas era ser contratadas para realizar el análisis de las mismas a cambio de haber destapado el negocio. Sin embargo, rara vez funcionaba. Porque para que una oportunidad de inversión fuera buena era preciso que tuviera carácter propietario, esto es, que no la hubiera identificado nadie más en el mercado. Y era casi imposible que a oídos de un simple asesor llegara una perla que nadie más conociera. Ese era el motivo de la reunión con Power Fund. Y por eso lo multitudinario de la convocatoria bajo la batuta de Abraham, responsable máximo de Consulting.

El plan consistía en lo siguiente. Cada uno de los casi veinte socios y directores, responsables (perdón, Líderes) de las más variopintas áreas y sectores de Rapid expondrían al fundador de Power todas las posibles inversiones que habían conseguido rastrear en el mercado de la Nación. Si alguna resultaba potable y Power decidía dedicar tiempo y recursos a analizarla, entonces Abraham, que era su consejero de cabecera, se haría con el tema, pondría a un equipo ingente de consultores a trabajar y se colgaría la medalla, esto es, la suculenta factura a cobrar del fondo. El asunto era un completo chollo tanto para Power Fund como para Abraham.

Bernardo no era consciente de nada de esto y acudió a la reunión completamente virgen, tanto de prejuicios, como, en esta ocasión y en contra de su costumbre, de preparación. Seguro que asistir no podía ser negativo, así que trató de ser puntual y estar muy atento a lo que allí se hablaría para ver si podía aprender algo de provecho.

Al entrar en la reunión la situación resultaba bastante intimidatoria. La imagen de la sala de juntas de la setenta y uno, con sus impresionantes vistas sobre la Gran Capital y su reluciente mesa de roble, alrededor de la cual se sentaron los veinte asistentes a la sesión, presidida por el fundador de Power Fund, un inglés de origen indio con pinta de ser más listo que el hambre y acostumbrado a no perder ni al parchís y a cuya vera se encontraba un extremadamente serio Abraham, era como para acojonar a cualquiera. Pero no a Bernardo, que había pasado por situaciones mucho más tensas y desagradables en su pasado como abogado de bufete. Aun así, y por si acaso, optó prudentemente por sentarse en el extremo contrario a donde Abraham y su invitado de honor se habían ubicado.

–¡Buenos días a todos! Hoy tenemos la suerte de contar entre nosotros con uno de los inversores más potentes del mercado de hedge funds. Mitch Singh es el fundador de Power Fund y vamos a intentar «mapear» el mercado de la Nación para que pueda aterrizar alguna oportunidad con nosotros.

–¡Qué bueno! ¡Qué bueno! –murmuraron a coro todos los asistentes menos Bernardo.

–Mitch, bienvenido. Nos alegra una barbaridad que nos dediques un poco de tu valioso tiempo. Somos conocedores de tu interés por este país; de hecho hablas cojonudamente nuestro idioma, por lo que te he traído una selección de lo más potente que tenemos en Rapid para que te den color sobre dónde vemos las oportunidades con mejor scoring.

–Muchas gracias a ti, amigo –arrancó a hablar Mitch con un acento bastante correcto para un británico no afincado en la Nación–; el placer es mío.

Estaba claro que Mitch y Abraham eran bastante colegas. O, al menos, buenos conocidos profesionales, de esos con los que uno se da un buen abrazo al verse en lugar de un simple apretón de manos.

–Estoy deseoso de poder escuchar las apasionantes ideas de un grupo tan increíble de profesionales –continuó Mitch, sabedor de que no le costaba nada ser obsequioso con los asistentes y que el retorno en forma de oportunidades de inversión podría ser de mucho provecho. Así que ¿por qué no iba a hacerles la rosca un poquito?

Abraham paseó su dura mirada por cada uno de los que allí se encontraban escudriñando quién podría romper el hielo, de forma que al sentirse observados se vieran en la obligación de intervenir. Por lo general, el más débil era quien primero cedía a la presión.

–Buenos días, señor Singh –se decidió a intervenir Armando Farbusto, uno de los directores de consultoría más ambiciosos de Rapid y uno de los principales cachorros de Abraham.

–Mitch, por favor.

–Pues buenos días, Mitch –continuó–. Soy el Líder del Sector Hospitality de Rapid. Desde nuestra óptica, el sector hotelero va a ser una de las principales palancas de crecimiento de la Nación en los próximos años de recuperación de la Economía, por lo que las cadenas hoteleras más importantes van a necesitar financiación para poder aumentar su tamaño ante el previsible crecimiento de la demanda.

Mitch lo miró con cara de haba, mientras Abraham atravesaba con la mirada a su querido Armando, implorándole que completara su intervención con algo más de contenido. Lo malo era que Armando, que se había lanzado imprudentemente a abrir la reunión, en realidad no tenía nada más que decir. Carraspeó un poco para ganar tiempo a ver si se le ocurría algo.

–Esto… sí, efectivamente… A lo que me refiero es a que necesitamos cribar el mercado para encontrar los grupos que ya no pueden acudir a la financiación bancaria y se plantean algún tipo de financiación alternativa.

Se hizo un largo silencio.

–Ya, Army, pero si a un grupo la banca ya no le presta es porque está jodido. Y si está jodido no podrá dar garantías suficientes para devolver la «pasta» –le reprendió Abraham.

–Claro, claro, pero por esa razón estarán dispuestos a pagar doble dígito de intereses –se revolvió Armando.

–Eso no mueve la aguja, salvo que fueran high teens, vamos, casi un veinte por ciento –proclamó Abraham buscando con la mirada la aprobación del fundador de Power Fund.

–Ni siquiera, amigo. Porque si una empresa está tan jodida, puedes sacar el mismo o más retorno comprando su actual deuda bancaria a descuento…

–¡Justo! Es a lo que me refería –lo interrumpió Armando tratando de volver la situación a su favor.

–Sí, pero esa deuda se negocia en las mesas de trading en subastas abiertas. Y allí acude todo el mundo. Los brokers no paran de llamarnos a diario para eso.

–Por supuesto, por supuesto. Nosotros lo que buscamos son deals propietarios, no subastas –trató de zanjar de forma rápida Abraham–, y seguro que tenemos unos cuantos «mapeados» en esta sala para ti.

La mirada que lanzó en ese momento a la sala habría fulminado al más pintado. De todas maneras, ¿qué podía esperarse de una reunión que no preparas con antelación?

–Nosotros hemos hecho un ejercicio potente de «mapeo» de las sociedades que han solicitado recientemente el concurso de acreedores para identificar las de mejor scoring –rompió el hielo Fabricio Bielas, uno de los socios más veteranos de Rapid, Líder, uno más, de Reestructuraciones, y colega de Abraham, al que trataba de echar un capote y reconducir del mejor modo posible la reunión.

–¡Qué bueno, Fabricio! –le agradeció Abraham.

Un sinfín de «québuenos» comenzaron a retumbar por toda la sala como una sinfonía estereofónica. ¿No se darían cuenta de lo ridículo que resultaba? Bernardo se imaginaba que al cabo de unos años en Rapid probablemente uno ya ni se daría cuenta. Se prometió que eso nunca le iba a ocurrir a él.

–Podemos enviarte esa lista e introducirte a sus dueños para que puedas adquirirlas a precio de derribo, dado que tenemos una red de contactos muy potente y muchos son clientes de la casa.

–¡Fantástico, Fabricio! Por supuesto, pásanos esa lista en cuanto puedas –le agradeció Mitch, que ya tenía en su buzón de entrada otras tres listas similares enviadas por las consultoras a las que había visitado esa misma mañana.

Volvió a hacerse un desasosegante silencio en la sala. Todo el mundo permanecía inmóvil en su silla esperando a que ocurriera no se sabía muy bien el qué. Bernardo se preguntaba para qué habría acudido tanta gente a una reunión si no iban a decir absolutamente nada. Imaginó que Abraham los habría convocado en un ejercicio de rudimentario cálculo de probabilidades. Entre tanta gente sería imposible que no surgiera ni una sola oportunidad.

El silencio se prolongaba. Era su momento.

–Creo que yo tengo una oportunidad que quizá pudiera ser de su interés.

Veinte cabezas se giraron hacia Bernardo aliviadas porque les acababa de salvar del marrón de tener que intervenir, como cuando el profesor le pregunta en clase la lección a otro compañero. Al mismo tiempo, eran miradas de condescendiente lástima ante el atrevimiento de alguien que, no solo no llevaba más que unos meses en Rapid, sino que además era un simple abogado que seguro que no tenía ni idea de lo que era un hedge fund. Iba a ser divertido.

Y de hecho lo fue.

–Mira, Mitch, yo no tengo ni idea de lo que es un hedge fund. Al menos hasta ayer, que es cuando busqué a lo que se dedicaba Power Fund. Lo que sé es que lo que necesitas son cosas que nadie más esté mirando, que tengan una barrera de entrada alta y que, por consiguiente, te permitan entablar tratos de manera bilateral, en exclusiva, sin competencia.

Todos lo miraban entre sorprendidos y expectantes.

–Yo he trabajado como socio de diversos despachos y en mi experiencia más reciente he sido el abogado de cuatro empresas del sector de tratamiento de residuos que, a causa de la caída del consumo, no han conseguido tener el nivel de actividad esperado ni, por tanto, de ingresos, y se han visto obligadas a solicitar el concurso voluntario de acreedores. Ahora ya no soy su abogado, aunque conozco en profundidad los proyectos y creo que soy capaz de analizar la probabilidad real de recobro de su deuda bancaria. Hasta ahora nadie ha podido comprar esa deuda a las entidades financieras porque, al no entender bien el riesgo ni el negocio, los que lo han intentado han penalizado mucho el precio y sus ofertas no han encajado a los bancos. Pero si nosotros somos capaces de modelizar ese riesgo y poner un precio lo suficientemente alto como para que les resulte más provechoso vender que provisionar, accederán a hacerlo. Y ese precio, según mis cálculos, permitiría a Power Fund obtener un beneficio de al menos el doble de lo invertido.

Mitch había seguido toda la intervención de Bernardo sin dejar de mirarlo fijamente. Se quitó las gafas y señalándolo con el dedo le dijo:

–Yo quiero esa operación.

«Y yo –pensó Bernardo–, y yo», sin acertar a escuchar ningún «qué bueno» en toda la sala.


***


Es curioso cómo son los transatlánticos. O los trenes de mercancías. O cualquier otra cosa grande. Muy grande. Cuesta un mundo arrancarlos. Y cuando lo hacen, parece como si siguieran inmóviles. Pero luego ya no hay quien los pare. Y, producto de esa inercia, siguen su camino de manera inexorable, como si se dirigieran a un destino previamente señalado. Es entonces cuando sabes que ya no será posible detenerlos.

Esa es la sensación que se apoderó de Bernardo las semanas que siguieron a la reunión con Power Fund. Tras casi tres meses de ser un completo anónimo para la práctica totalidad de Rapid, de repente todos lo saludaban, todos lo conocían, todos querían hablar con él. El transatlántico se había puesto en marcha y ahora no había quien lo detuviera. Para comenzar, alguien decidió que no tenía sentido tenerle oculto por más tiempo en la cámara frigorífica que hacía las veces de despacho y, al llegar una buena mañana, se encontró con que sus pertenencias estaban recogidas en cajas, apiladas y bien ordenadas. En ellas habían puesto una pegatina en la que aparecía la referencia 62N-Despacho 14.

«Parece que me mudo –se dijo Bernardo–. ¡Y nada menos que a la planta 62! Una de las plantas nobles, sin duda. Casi tan alta como la de Líder. Lo cierto es que me podían haber avisado; pero da igual, dejémonos llevar un poco por la corriente, que es favorable».

Antes de emocionarse demasiado decidió llamar a Fátima López. Mejor asegurarse. Y para informarse bien había que acudir a las fuentes, y quién mejor para ello que la directora de Recursos Humanos.

–¡Buenos días, Fátima! ¿Te pillo en buen momento o estás ocupada?

–¡Hola, Bernardo! ¡Claro que sí! Dime, ¿qué necesitas?

Muy en línea con su recién estrenada popularidad.

–Nada importante. Resulta que he llegado a mi despacho, la sala que he estado ocupando estos meses, y me he encontrado mis cosas metidas en cajas. –Se hizo el despistado.

–Claro que sí. ¿No te han dicho nada? ¡Te hemos encontrado despacho! No tenía ningún sentido que siguieras metido en esa sala de la dieciocho.

«¡No me digas! ¿Y os habéis dado cuenta tras tan solo tres meses?» pensó casi en voz alta Bernardo

–Además, ¡te mudas a la planta sesenta y dos! –le comunicó Fátima con un tono como si le estuvieran anunciando que iba a ser padre por primera vez.

–¡Qué bien! ¿No? Porque eso será bueno, imagino. –Continuó haciéndose el tonto.

–¿Bueno? ¡La sesenta y dos es una de las plantas nobles! Y además vas a tener despacho individual.

–¡Qué gran noticia! –Había que evitar a toda costa decir «qué bueno»–. Pues muchas gracias por el traslado.

–No hay de qué. Si necesitas algo más durante la mudanza me dices.

Lo primero que hizo Bernardo tras colgar fue dirigirse a toda pastilla a los ascensores para ir a la planta sesenta y dos a comprobar cómo era su nuevo despacho y, por qué no reconocerlo, si tenía una o dos ventanas. Tras unos minutos de inevitable peaje ascensoril, llegó por fin al despacho 14N. Tenía tan solo una ventana, aunque daba igual. Dejaría de pasar frío y quizá por fin podría quitarse la chaqueta y la bufanda, que ya se acercaba la primavera. Además, era la planta en la que se sentaban los consultores del equipo de Abraham. Iba a estar en medio de toda la acción.

Era un cambio importante. Los primeros días en la planta lo observaban con cara de cierta extrañeza. ¿Un despacho individual monoventanal para alguien que no era ni socio? Pero nadie preguntaba nada. A los pocos días se habían acostumbrado a verle ahí. Tampoco es que le hicieran mucho caso. Sin embargo, la red que se iba tejiendo a su alrededor crecía imparable. Reuniones de sector, de socios, de área, con clientes. No paraba de conocer gente nueva que además ahora le escuchaba.

Una de las llamadas inesperadas fue la de Félix Pompadour. Se trataba de uno de los veteranos de la casa, de los pesos pesados, miembro de todos los comités habidos y por haber y, por supuesto, también con etiqueta de Líder. Félix había estado expatriado durante muchos de sus casi treinta años de servicio en Rapid, por lo que, aun siendo de la vieja guardia, no utilizaba la jerga Rapid con tanta gracia y soltura. A cambio tenía su propio sello, del que se jactaba, y que Bernardo no tardaría en descubrir.

–¿Bernardo?

–Sí, soy yo. ¿Nos conocemos?

–Not yet. Soy Félix Pompadour, Líder de Sector Público. ¿Tienes unos minutos y nos tomamos un coffee?

–Claro, por supuesto.

–Pues vente a mi desk, planta sesenta y ocho.

Mientras subía por las escaleras de incendios (el ascensor era sin duda ineficiente para distancias cortas), se preguntaba por qué querría verle de manera tan repentina Félix Pompadour, de quien no había tenido noticia hasta entonces, puesto que cuando hizo su recorrido por todas las plantas no había logrado cazarlo. Subió a buen ritmo las seis plantas y llegó al despacho, que aparte de tener doble ventana, hacía esquina. Pata negra. Llamó a la puerta antes de entrar, pese a que las paredes de cristal permitían ver a la perfección si su inquilino estaba ocupado o no y si resultaba adecuado aventurarse a pasar.

–¡Hola, Félix! Encantado de conocerte.

–Pasa, Bernardo, pasa. Toma asiento, please.

–Gracias. Me habías dicho que querías tomar un café. ¿Nos acercamos a la cocina y lo cogemos de la máquina?

–¿En la máquina? Sale mucho mejor ir a la planta treinta y cinco. De todas formas, pensaba que fuéramos al club equity, en la setenta.

–¿Al club equity? Por mí encantado, aunque creo que yo no puedo pasar –señaló Bernardo recordando lo que tan amablemente le había remarcado Faustino el día de su incorporación.

–Si te invito yo sí. Así que let’s go!

El club equity era un saloncito anacrónico que ocupaba la planta setenta en su totalidad. Sus paredes estaban tapizadas en tela de gruesos listones negros y blancos, que con el desgaste del tiempo ya eran de color gris y menos gris. En el salón se disponían varias mesas de madera noble para tomar el café, el té o lo que fuera, rodeadas de butacones forrados en piel, sobre alfombras con pinta de caras pero que en realidad eran de saldo de polígono. Del lado opuesto a los grandes ventanales, que concedían una inmejorable vista sobre la sierra capitalina, se encontraba una larga barra de bar de madera, noble también, como de pub inglés aunque sin taburetes. Porque la gracia estaba en que se viera, no en usarla. Puro atrezzo. Para completar, por toda la sala revoloteaban camareros de chaqueta con mandil, que en realidad eran empleados de Rapid sin experiencia alguna en hostelería pero que daban el pego. El cuadro podría haber tenido su gracia si no hubiera sido porque el club se encontraba casi siempre vacío, lo que le otorgaba un aspecto decadente, desangelado, como si uno se adentrara en un café berlinés de la época previa a la Segunda Guerra Mundial. No obstante, a los socios «pata negra» debía de hacerles gracia, dado que lo mantenían, pese a su desorbitado coste, para poder ir de vez en cuando a desperezar a los atentos camareros y pedirles un té o unas tostadas.

Al entrar en la sala a Bernardo se le vinieron encima todas esas sensaciones, que le provocaron un regusto metálico. Esos lugares tan irreales en su experiencia nunca eran el escenario de reuniones interesantes. Así que se sentó a la mesa que le indicó Félix, expectante por saber qué es lo que le querría decir.

–Un sitio maravilloso, ¿verdad, Bernardo? –observó mientras dirigía la vista a la sala y posteriormente a la sierra.

–Sí, muy elegante y con buenas vistas –replicó Bernardo, odiándose por seguir el juego de tópicos.

–Dentro de poco podrás entrar aquí tú solo.

Vaya, no era la primera vez que escuchaba algo así. Pero si no mordió ese anzuelo la primera vez en su etapa de asociado de bufete menos lo iba a hacer ahora. Y es que a Bernardo le importaban un pimiento tanto la sala como el derecho a acceder a ella.

–Quería hablar contigo porque creo que te has convertido en la nueva rising star de Rapid –prosiguió Félix–, o al menos eso es lo que me han dicho.

–No sé quién, la verdad. Yo todavía no he hecho nada.

–¿Nada? Por lo que me han comentado has logrado un big win con Power Fund. Un asunto top notch.

Joroba. Casi prefería la jerga Rapid.

–Sí, lo cierto es que estoy trabajando para ellos en un asunto relevante –respondió enigmático Bernardo, sin soltar prenda, como buen abogado.

–Lo conozco, lo conozco. Abraham lo comentó el otro día en el Comité Ejecutivo. No hace falta que me cuentes los detalles si no quieres. No worries.

–No es eso, Félix. Es pura deformación profesional. Los abogados somos muy celosos con la confidencialidad.

–¡Ah! Pero, ¿todavía eres abogado? Pensaba que al estar en la sesenta y dos serías consultor.

–Bueno, en realidad no sé ni lo que soy, porque no acabo de tener muy claro qué es un Senior Advisor.

Félix arqueó las cejas.

–Interesante, interesante. Y, ¿dónde está «mapeado» el asunto de Power Fund?

Bernardo le miró con cara de extrañeza.

–¿«Mapeado»?

–Me refiero a en qué sector aparece el código del asunto.

–Pues la verdad es que no tengo ni idea. Yo me metí en el sistema de apertura de asuntos y abrí uno nuevo bajo el nombre de Power Fund.

–¿Y no señalaste sector?

–No, no sabía que hubiera que hacerlo.

Félix hizo como que pensaba durante unos instantes.

–Claaaaro. Es que al ser Senior Advisor formalmente tú no abres los asuntos a tu nombre, sino al de un socio, para que sea un empleado de la firma quien asuma la responsabilidad frente al cliente y así podamos estar cubiertos por el seguro de responsabilidad civil. Al abrir el tema en Power Fund se habrá asignado de forma automática al GRP y a su sector.

–Imagino –replicó aburrido Bernardo.

–Y ese GRP es Abraham Montañés, ¿no?

–Creo que sí. Al menos es quien me invitó a la primera reunión con el cliente.

–Y el deal era algo relativo a waste management, ¿verdad? Contratación pública, ¿no es así?

–Sí, la deuda es de proyectos de plantas de tratamiento de residuos.

–Bueno, no te preocupes, que ya nos encargaremos de moverlo to the right place –sentenció el Líder de Sector Público mientras pedía la cuenta para abonar los debidamente subvencionados tés.


***


Fueron semanas muy ajetreadas las de marzo y abril de aquel año. Bernardo tenía multitud de frentes abiertos. De todo tipo. Por un lado, se encontraba atareado con gran intensidad en la preparación de un modelo financiero con el que poner precio a la deuda de las plantas de residuos. Era una labor ardua. Había que tener manos de cirujano. Y era aún más complicado para alguien que, como él, tres meses antes ni recordaba de sus estudios financieros que la TIR era la tasa interna de retorno y que la primera vez que le hablaron del money multiple, el número de veces que se consigue multiplicar la cantidad invertida en una operación o MM, le pareció que le estaban hablando de cacahuetes recubiertos de chocolate. Suerte que estaba rodeado de un equipo de verdaderos expertos que, además, le hacían caso. Cosas de su recientemente adquirida fama. En un abrir y cerrar de ojos había pasado de estar más solo que la una en su fría sala-despacho y sin un mísero papel sobre la mesa a verse sepultado por cajas de documentos, contratos y escrituras relativas a financiaciones de plantas de residuos y un ejército de consultores a sus órdenes revoloteando de forma permanente a su alrededor.

No pasaba un día sin que le llamara un nuevo socio por teléfono o directamente se le plantara en su despacho para proponerle iniciativas que acometer de manera conjunta o para requerir de su presencia en reuniones con clientes actuales o potenciales. Se había convertido en la novedad, en el mono de feria que mostrar, famoso por «tener muy buen discurso», lo que en el fondo no quería decir nada más que era un abogado con planteamientos de abogado entre consultores, y que era capaz de expresarse sin utilizar en la misma frase más de una vez las palabras «palanca», «potente» o «aterrizar». En una especie de condena circular, Bernardo estaba recibiendo de vuelta cada una de las visitas que él mismo había realizado semanas atrás a todos los socios y directores de Rapid. Por esa razón no le resultó nada extraño cuando vio a la puerta de su despacho a Félix Pompadour con una sonrisa de oreja a oreja y dos cafés «de los caros».

–¿Puedo pasar?

–Por supuesto –contestó atribulado mientras trataba de despejar la mesa de documentos.

–¡Big deal! ¿Es nuestro tema? –inquirió Félix al tiempo que se sentaba frente a él cogiendo al azar de manera distraída una de las carpetas que estaban esparcidas sobre la mesa.

–¿Nuestro tema? –preguntó con extrañeza Bernardo.

–Sí. El de la compra de la distressed debt de las plantas de waste management.

–Eh..., claro; es todo del asunto de Power Fund que te comenté cuando nos vimos.

–Lo sospechaba. Por eso venía a verte. Para saber cómo ibas. ¿En fase de pricing?

–Todavía no, pero vamos bien. El retraso se debe a que es necesario leer mucha documentación para después volcarla en el modelo que está preparando el resto del equipo. Parece todo lo mismo, pero cada planta es diferente y el precio de su deuda también.

–¿Y qué probabilidades hay de que haya closing antes del treinta de junio?

La pregunta desconcertó un poco a Bernardo.

–Pues no lo sé; puede que el contrato se firme alrededor de esa fecha.

–Sería importante que se cerrase para antes del year-end.

–¿Y eso?

–Porque así entra en el budget de este ejercicio.

A Bernardo lo cierto es que le daba un poco igual si se cerraba en ese ejercicio o no. Lo realmente diferencial era cerrarlo cuando fuera, puesto que se trataba de una gran operación que podía cambiar para siempre su futuro profesional. Además, ya tenía garantizado por contrato el variable de ese año, por lo que no tenía especial prisa. Sin embargo, a Félix parecía importarle mucho. Cosas de socios equity, pensó, que cuidan al máximo el número anual por el beneficio de la firma y, en el fondo, por el suyo propio.

–Y ¿es muy relevante esa facturación para llegar a presupuesto?

–Para Global no, pero para Sector Público sí.

Ahora todo cobraba sentido. Félix debía de haber movido el asunto «al sector correcto» para que computara en los números de Sector Púbico. Así se entendía el motivo de la visita y el interés en su fecha de cierre.

–Además –continuó Félix–, sería muy importante de cara a tu nombramiento como socio, puesto que la facturación del «deal Power» te haría superar el hurdle mínimo de facturación exigible a los socios.

Bernardo le miró sin saber muy bien si le estaba aconsejando o presionando. En cualquier caso, no dependía de él cuándo se cerrase el asunto, así que no podía decirle nada a Félix.

–Haré todo lo posible.

Que realmente no era mucho.

–Perfecto, manténme informado de los developments… Y ¡empuja a tope! Push! Push!

Es lo que hizo a duras penas, porque de forma simultánea tenía que prepararse a conciencia para su declaración en el inminente juicio contra la Hacienda Pública por el caso Slow. Había aprovechado la gélida inactividad de sus primeras semanas en Rapid para repasar a conciencia el dossier del caso, que, curiosamente y dada su meticulosidad, estaba más completo en su archivo personal que en de la propia consultora. Tras multitud de horas de revisión había conseguido encontrar la línea de defensa adecuada, la que permitía liberar por completo a Rapid de responsabilidad. Había sido como encontrar una aguja en un pajar, pero lo había conseguido. Ventajas de haber sido el abogado del caso muchos años atrás. Con su hallazgo redactó una extensa nota en sus ratos libres, mientras seguía sumergido en el asunto de las plantas de residuos, y se la envió a Federico Planeta, quien como Líder de Legal era el responsable de llevar la dirección de la defensa, cuando quedaban pocas semanas para la fecha marcada en rojo para su cita para declarar como testigo.

Esa misma tarde recibió la llamada de Federico, con quien no había cruzado una sola palabra desde su incorporación hacía ya casi seis meses. Cosas del ministerio. Lo convocaba a una reunión en su despacho de la sesenta y ocho para hablar del caso Slow, señal inequívoca de que la nota había dado en el clavo y querría conocer mejor los detalles.

De nuevo por la escalera, más por ahorro de tiempo que por hacer ejercicio, Bernardo se dirigió a la planta noble para recoger las impresiones de Federico y comenzar la preparación final de la vista, que se iba a celebrar en poco más de quince días. Llegó al despacho del Líder de Legal y golpeó la puerta de manera protocolaria.

–Adelante, Bernardo. ¡Cuánto tiempo!

–Pues sí; creo que no nos vemos desde la reunión con Faustino y Abraham en la que me comunicasteis lo de ser Senior Advisor por el tema de Slow.

–Cierto, y de aquello harán seis meses o así.

–Algo más, quizá.

–Pues justamente quería que habláramos de ese asunto.

¡Bingo! La nota había llegado en el momento justo…

–¿Has visto la nota sobre la estrategia del caso que te he enviado? –inquirió Bernardo.

–¿La nota?

Bernardo se quedó desconcertado.

–Sí, claro. La que te envié esta mañana. Pensé que la habías leído y que por esa razón me habías llamado.

–No la he visto, aunque la verdad es que ya no hace falta.

–¿Y eso?

–Porque el presidente de Rapid ha decidido llegar a un acuerdo con la Hacienda de la Nación y evitar el juicio. El solo hecho de que se celebrara tenía un coste reputacional muy grande para Rapid.

Bernardo no se esperaba ese giro de los acontecimientos.

–¿Y es un acuerdo favorable?

–Bueno, ya sabes cómo funcionan estas cosas. Nunca se queda uno plenamente satisfecho. En realidad ninguna de las dos partes de un acuerdo debe quedarse del todo satisfecha si se trata de un acuerdo equilibrado.

–Vaya. Me alegro, si eso era lo que queríais. En cierto modo también me da un poco de rabia, ya que pienso que con lo que sugiero hacer en mi nota el caso lo tendríamos muy de cara.

–A estas alturas, eso ya da igual, por lo que despreocúpate, que no va a haber juicio y ya no vamos a necesitar que testifiques en nuestro favor.

Bernardo se marchó, como si de una buena negociación se tratase, con una sensación agridulce del despacho de Federico. Le habría encantado haber podido testificar después de tanto tiempo como había dedicado a prepararse y, por añadidura, habiendo sido capaz de encontrar la pieza clave para la defensa que dejaba sin argumentos a Hacienda. Sin embargo, ahora se libraría del engorro de tener que declarar. Y, sobre todo, por fin iba a desaparecer el único impedimento por el que no habían podido contratarlo con todas las de ley. Iba a convertirse, tras más de seis meses, en un verdadero empleado de Rapid y, si conseguía cerrar la operación de Power Fund antes del treinta de junio, lo haría, de nuevo y tras un pequeño paréntesis en su vida profesional, como socio.


***


Y lo consiguió.

Al menos cerrar la operación. Y a principios de mayo, bastante antes de que acabase el ejercicio de Rapid. Eso le abría las puertas de la sociatura de par en par, puesto que ya no concurría el impedimento de tener que declarar por el caso Slow y, además, sus números eran los requeridos para la promoción. Ahora bien, no tenía ni idea de cómo plantear el asunto ni a quién. ¿A Federico Planeta, Líder de Legal? ¿A Abraham, que había sido quien lo fichó? ¿O quizá a Faustino, Líder de M&A de legal, que fue quien le comunicó la oferta? La estructura de Rapid era tan pesada que, al final, no había un canal de comunicación claro. Una estrategia muy kafkiana. «El Proceso» en estado puro.

Sin embargo, la duda se iba a resolver sola cuando Félix lo invitó a comer a mediados del mes de mayo a un restaurante próximo a la torre para «hablar de su futuro próximo en la firma». Tras el éxito con Power Fund sonaba de lo más sugerente. Superados los cuarenta, Bernardo seguía siendo un optimista y un ingenuo impenitente. Tampoco era algo malo, ya que acudió a la cita relajado. No obstante, y de la misma forma, con la guardia baja.

El local donde lo había citado Félix era un restaurante bastante campechano, de los de comida casera en mesas con mantel a cuadros rojos y blancos, jarra de agua y vino de la casa. Muy concurrido. Porque comer se comía muy bien. Aunque el jaleo resultara insoportable.

Por una vez, quizá fruto del exceso de relajación, se le habían adelantado, y al entrar en el restaurante allí ya estaba Félix tomando el aperitivo en la barra.

–¡Hola, Bernardo! ¿Qué tal estás? Espero que te guste el arroz.

–Claro que sí. Me gusta mucho. Deduzco que es la especialidad de la casa.

–Of course. ¿Nunca has estado aquí? Me encanta este sitio.

–No, nunca. Y mira que soy muy de arroz.

Félix ya le había pedido una cerveza sin preguntar si la quería y había ordenado que se la llevaran directamente a la mesa.

–Bueno. Tenemos buenas noticias, ¿no? Has cerrado el deal de Power Fund. ¡Brindemos por ello! –propuso exultante mientras levantaba su copa de cerveza en dirección a la de Bernardo en un inequívoco gesto universal de enhorabuena.

Bernardo no pudo sino alzar la suya y brindar con Félix como si fueran parte de un mismo equipo y hubieran trabajado todos esos meses codo con codo.

–Ya te dije que eras una rising star.

–Muchas gracias, Félix. Estoy muy contento. No ha sido nada sencillo.

–Lo sé. Lo sé. You totally earned it. Te he invitado a comer hoy porque tenemos una propuesta que hacerte.

Ahí llegaba la promoción. Le dejó continuar.

–Hemos decidido pasarte de la rama legal de Rapid a la consultora.

No era lo que estaba esperando escuchar, pero parecía tan solo el preámbulo del anuncio de su próximo nombramiento como socio.

–Anda, ¿y eso?

–En la Ejecutiva de Rapid hemos decidido que no tenía sentido que alguien como tú estuviera en Legal, puesto que el trabajo que haces no tiene nada que ver con el que se hace en esa división. Lo tuyo son los deals.

Eso era bueno. Un verdadero cambio profesional. Dejó que Félix se explayara.

–Es un move bastante excepcional. Hasta ahora solo hemos tenido un caso similar de switch entre divisiones en toda la historia de Rapid. Puedes estar orgulloso, dado que pasar de Legal a Consulting es un big win.

Bernardo se tomó un tiempo para digerir a velocidad supersónica la información que acababa de recibir. Sus implicaciones, sus consecuencias.

–Me parece que tiene sentido. Además, en cierto modo es la razón principal por la que me vine a Rapid –aparte de porque no le quedaba otra opción–, ya que siempre he pensado que combinar el trabajo legal y el de consultor sería una apuesta ganadora. Y muy divertida. Y es cierto que quizá desde Consulting esa mezcla sea mucho más poderosa.

Bernardo tenía un cuidado extremo en no usar las palabras Rapid aunque vinieran a cuento. Antes morir.

–¿Y cómo va a ser el cambio? ¿Hay algún proceso interno que seguir? –Introdujo la idea de su prometida promoción a socio poniendo en bandeja la contestación que estaba seguro que iba a recibir de Félix.

–No te sigo.

«Pues es bastante evidente», pensó.

–Me refiero a cómo se instrumenta el cambio.

«A ver si ahora cae».

–Muy sencillo, renovamos tu contrato de tal forma que a partir de ahora la receptora de tus servicios sea Rapid Consulting en vez de Rapid Legal. As simple as that.

Félix se resistía. Como siempre, todo tan enigmático. Ya estaban en los postres, por lo que decidió ser directo. Lo más frontal de que fuera capaz para evitar malentendidos.

–Lo que quiero decir es que, aprovechando que el cambio coincide con el nuevo ejercicio y, dado que he cumplido mi presupuesto y ya no tenemos la limitación del caso Slow, imagino que finalmente me nombraréis socio, tal y como me prometisteis en la carta oferta –expuso Bernardo de la manera más cristalina posible para que no quedase duda alguna, incluso en un entorno tan ministerialmente oscurantista.

Félix puso cara de sorpresa, sin estar muy claro de si se trataba de una pose teatral o si, por el contrario, no se esperase en realidad la pregunta.

–¿Partner? Eso no es tan fácil. Hay un largo proceso que cumplir que ya comenzaron en marzo los candidatos que se van a nombrar este año.

–Entiendo, pero en marzo todavía estaba pendiente mi testifical por el caso Slow y no sabíamos que finalmente se solucionaría mediante un acuerdo extrajudicial con la Hacienda de la Nación.

–Fair enough, pero no podemos hacer nada, I’m afraid. Los plazos son los plazos y la Ejecutiva ya ha aprobado las promociones de este año. Tan solo queda la votación del resto de los socios, que es un formalismo, dicho sea con todos los respetos.

«¡Pues menudo jarro de agua fría!».

–Y, ¿entonces?

–Muy sencillo. Te vamos a enviar un nuevo contrato para que firmes como Senior Advisor con Rapid Consulting, que es una entidad diferente a aquella con la que habías firmado tu anterior contrato.

–¿Y las condiciones cuáles serían?

Al menos que lo compensasen de algún modo.

–¿Las condiciones? –se rio Félix–. Las condiciones son las mismas, ¡que ya tienes sueldo de socio equity!

Lo que faltaba, ¡encima tendría que dar las gracias y todo! Resultaba que, después de entrar por la puerta de atrás en Rapid sin que anunciaran públicamente su incorporación porque necesitaban que testificara a su favor en el caso Slow, y tras haber conseguido cerrar una de las operaciones del año pese a que tenía su variable asegurado por contrato, ahora no solo no le hacían socio, sino que le congelaban sus condiciones. Y debía comenzar un nuevo ejercicio sin el variable asegurado y con el marcador a cero. ¿Y para eso había forzado la máquina para conseguir cerrar el asunto Power antes de que finalizase el ejercicio?

Bernardo acabó su postre mientras Félix pedía la cuenta. Al objeto de no calentarse demasiado, se recordó a sí mismo la situación tan desesperada en la que se encontraba tan solo unos meses atrás. No tenía sentido luchar. Se levantaron de la mesa y trató de poner punto y final a la conversación de la manera más elegante posible.

–Fenomenal, Félix; cuando queráis me enviáis el nuevo contrato.

De vuelta a su despacho paladeaba el regusto amargo de la comida con Félix. Todo le resultaba desagradablemente familiar. ¿Por qué las cosas no podían ser más fáciles? ¿Por qué en ese asqueroso mundo profesional no podía haber una correlación más directa entre hacer bien tu trabajo y recibir una merecida recompensa a cambio?

Sintió una irrefrenable necesidad de llamar a Daniel D.

Daniel era uno de sus mejores amigos. Un reputado abogado de Derecho de la Competencia con el que había coincidido años atrás cuando ambos trabajaban en Templeton, el segundo bufete en el que había estado Bernardo en su anterior vida de abogado. Aunque hacía ya bastante tiempo que Daniel había abandonado ese círculo profesional y había decidido montar una empresa de traducciones, seguían siendo grandes amigos y Bernardo confiaba mucho en su criterio. Siempre le había dado buenos consejos. Todavía recordaba las tardes en Templeton en las que se escapaban al cine los jueves a las seis y cómo le había abierto los ojos acerca del funcionamiento de las firmas legales. Seguro que, pese a no conocer nada en absoluto del funcionamiento de las consultoras, sería capaz de escucharlo y, quizás, de darle algún buen consejo. O quién sabe si regañarlo por estúpido e ingenuo.

Marcó su número. Solo el hecho de hacerlo actuó como un bálsamo. Simplemente marcar el número amigo. Es la magia de la amistad verdadera. Acercarse a ella ya tiene un efecto curativo perceptible inmediato, similar al que produce la mano de una madre al ponerla sobre el pecho de su bebé.

–¡Hola, Bernardo!

Ese era otro de los elementos que distinguen una verdadera amistad. Descuelgas el teléfono y, aunque hayan pasado semanas, meses o años, parece como si todo estuviera como antes. Ni un reproche, ni la necesidad de disculparse. Nada. Simplemente alguien que te quiere, que te comprende y que no te juzga al otro lado de la línea.

–¿Qué tal, Daniel? ¿Tienes un momento para hablar?

–Claro. Siempre. Tengo una traducción a medias, pero es un coñazo, así que me vienes genial.

–Tenemos que vernos. Que creo que no lo hemos hecho desde la quedada en el Getsemaní, antes de incorporarme a Rapid. Quería contarte cómo me van las cosas, porque esto es como un ministerio, todavía peor que Templeton, y mira que aquello era grande.

–¡Qué tiempos! Lo pasamos bien en Templeton, ¿eh? Aunque no volvería allí en la vida.

Bernardo se quedó un instante pensativo.

–Ya… Por eso precisamente necesitaba hablar contigo. Llevo ya unos meses aquí y esto me parece que es un poco más de lo mismo.

–¿Sí? ¡No jorobes! Menuda sorpresa. ¿Y qué te esperabas? –le recriminó de manera dulce su amigo–. Y ahora me llamas para que te rescate cumpliendo mi promesa de hacer que te despidieran si volvías a dejarte atrapar por ese mundillo de mierda, ¿verdad?

–Más o menos –reconoció Bernardo, que hasta ese momento no se había dado cuenta de que esa era la principal razón por la que había sentido la necesidad de hablar con su querido amigo.

–Venga, cuéntame…

Bernardo le detalló sus primeros meses en Rapid. Desde su estrambótico fichaje hasta la comida que había tenido hacía una escasa hora con Félix, pasando por la indiferencia con que lo habían recibido y su posterior éxito, culminado con la oferta que este le había realizado de saltar de Legal a Consulting. Daniel lo escuchaba al otro lado de la línea sin interrumpirlo. Era muy bueno en eso. Dejó que le soltara todo hasta que ya no hubiera nada más que decir. Reflexionó unos segundos acerca de lo que le estaba contando su amigo antes de darle su visión de las cosas.

–Mira Bernardo –comenzó mientras hacía revivir en su amigo la misma sensación que experimentó aquella vez que, volviendo del cine ese jueves que Bernardo jamás olvidaría, le abrió los ojos respecto al mundo de los bufetes–, yo nunca he estado en ninguna de esas grandes consultoras, aunque parece que tienen bastante en común con los grandes despachos, un poco más ministeriales, más burocráticos y más lentos aún, si cabe, pero nada muy diferente.

–Entonces no tiene mucho sentido que siga por aquí, ¿no?

–No estoy de acuerdo. Hay una gran diferencia. Aquí tú estás consiguiendo dar un salto tremendo. Ya no eres un simple asesor. ¿No te das cuenta de que has identificado una oportunidad de inversión que finalmente se ha hecho realidad? Es algo que nunca habrías podido hacer trabajando en un bufete. Y Rapid, dentro de lo miopes que me dices que son, han sido capaces de ver que tu sitio no está como simple abogado, sino un paso más cerca de la acción. Ahora eres algo diferente.

–Bueno, un consultor no es algo muy diferente.

–Claro que no lo es, pero es que tú tampoco eres un consultor. Tú antes esperabas a que una operación existiera y viniera a ti para poder intervenir. Y ahora estás ahí desde el principio, antes de que nazca. Porque en realidad lo que tú eres es un originador.



La condena de las élites

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