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ОглавлениеCapítulo 2
OBJETIVOS, ACTITUDES Y PELIGROS
El aconsejar no es fácil ni simple. Pero los problemas relacionados con él se pueden reducir a un mínimo si se observan cuidadosamente las directrices bíblicas. Los que fallan en hacerlo se perjudican a sí mismos y reducen sus posibilidades de ayudar a otros.
Como el aconsejar implica el bienestar de otros, la forma en que se hace es de vital importancia. Algunos, dándose cuenta de los peligros, se abstienen del todo y desobedecen la orden de «restaurar» a otros. Dios no permite hacer esto; Él te ha llamado a este ministerio como creyente. Como no puedes esquivar la responsabilidad de aconsejar, debes aprender a establecer tus objetivos y metas apropiados, la forma de desarrollar las actitudes convenientes y el modo de evitar los muchos peligros inherentes en la situación de aconsejar. En un sentido, todo el libro trata de ayudarte a hacer estas cosas, pero en este capítulo mencionaré uno o dos factores básicos que te pondrán en el buen camino desde el principio.
El objetivo último tras toda actividad cristiana, incluido el aconsejar, es glorificar a Dios (Col. 3:23). Los cristianos nunca adoptan una posición humanística; todo lo que hacen implica para ellos la dimensión vertical. Sin embargo, en cada esfuerzo hay un objetivo general que uno procura alcanzar, a fin de glorificar a Dios. Preguntemos, pues: «¿Cuál es este objetivo general del aconsejar por los miembros?» Ya hemos notado en el capítulo anterior que Pablo nos llama a restaurar a los hermanos que yerran a su lugar de utilidad a Cristo en su iglesia (Gál. 6:1). La restauración a la utilidad, pues, es el objetivo del aconsejar cristiano. Siempre que aconsejes a otro debes preguntar: «¿Cómo ha sido disminuida esta utilidad a Cristo por su problema?» Y no has de descansar hasta que se recobre la utilidad.1
El objetivo de la restauración debería guiar todas las actividades y actitudes de uno. El consejero aconseja no para castigar, o para exponer los fallos de otros, o divertirse a su costa, etc.; le aconseja para restaurarle a la utilidad. Además, con este objetivo constantemente presente, el consejero hará lo que hace, no sólo para ayudar al aconsejado (aunque esto sea importante), sino también para lograr otros objetivos. Es perfectamente correcto interesarse por el aconsejado y procurar su bienestar; aparte de este interés del consejero, por el cual puede «llorar con los que lloran y gozarse con los que se gozan», no es posible lograr ni el objetivo último (la gloria de Dios) ni el objetivo general (restauración). Sin embargo, los consejeros cristianos, a diferencia de los demás consejeros, no están meramente orientados hacia el aconsejado: quieren honrar a Cristo, y, como Él, se interesan también en su Cuerpo, la Iglesia. El bienestar de todo el cuerpo es afectado de modo adverso por el fallo de alguna parte. El aconsejar, pues, no sólo es la interacción entre un consejero y una o más personas en la sala para aconsejar; afecta en varias formas a todo el rebaño y a todas sus actividades. Cada consejero debe ver claramente que todo lo que hace en el aconsejar no sólo lo hace para el aconsejado sino también para Cristo y para su Iglesia.
El aconsejar es una actividad que el cristiano emprende no como un individuo particular, sino como un miembro del cuerpo. Como actividad del tipo «uno al otro» (cfr. Col. 3:16), es llevada a cabo entre aquellos que tienen obligaciones mutuas como miembros de la iglesia, no una actividad personal.2 El aconsejar por los miembros, pues, si bien no es oficial (esto es, no es conducido en el nombre de la iglesia por personas con cargos), sin embargo, está sometido a la dirección de la iglesia.
Los consejeros legos —o sea, miembros de iglesia—, meramente han de estar dispuestos a recibir instrucción de la iglesia para aconsejar, del mismo modo que estarían dispuestos a recibir instrucción sobre evangelismo o vida familiar. Por otra parte, como Dios requiere aconsejar de los miembros, es un deber de las iglesias proporcionar esta instrucción. Si tu iglesia no proporciona esta instrucción, debes pedirla (en forma amable). Este libro ha sido diseñado como una herramienta tanto para las iglesias como para los miembros. Todo consejero lego debe estar también dispuesto a someter sus actividades en el aconsejar a la supervisión y órdenes de la iglesia. Nadie ha de pensar que puede poner una placa en la puerta de su casa y ponerse a aconsejar aparte de la iglesia. Todo este aconsejar ha de ser hecho como parte de las actividades de la iglesia a que uno pertenece y bajo su autoridad.
Para animar a los miembros a aconsejar como parte de su vida congregacional, las iglesias deberían tener habitaciones disponibles en el edificio de la iglesia que pudieran ser usadas por los miembros como un lugar tranquilo y privado en que poder aconsejar. Las iglesias deben rechazar y disuadir formas impropias de aconsejar por parte de los miembros, pero deben hacer todos los esfuerzos para estructurar y estimular la práctica apropiada.
La actitud esencial, aparte del interés en el aconsejado (ya mencionado), es el interés en el honor de Cristo en su iglesia, ya mencionado en Gálatas 6:1: «el espíritu o actitud de mansedumbre».
Será mejor que en vez de dar una definición de diccionario de lo que es mansedumbre intente describírtelo. Una persona orgullosa, arrogante, engreída, inclinada a imponer su voluntad en otros, es lo opuesto de una persona mansa. Esta última, por contraste, es humilde, amable, dulce, pero no débil. Hay más poder en esta forma de comportarse que si ejerciera alguna fuerza externa; la fuerza se halla en su carácter y su personalidad. Tiene fuerza interior y no necesita poder externo. En la práctica es lo opuesto de la persona que diría al aconsejado: «Bueno, veo que otra vez te has metido en problemas»; o «bien, ya te lo dije». Seguramente es más probable que oigamos que dice: «Estoy aquí para ayudarte porque lo necesitas y porque Cristo me ha enviado, no porque crea que soy mejor que tú.» En realidad, su actitud se expresa de modo claro y pleno cuando dice: «Te ayudo hoy a ti, pero quién sabe si mañana tendrás que ayudarme tú a mí.»
Este espíritu o actitud de mansedumbre viene de tener en cuenta las propias deficiencias y pecaminosidad, y de recordar que toda sabiduría, conocimiento y capacidad que uno tenga son el resultado de la gracia de Dios. Esta actitud es, como dice Pablo claramente, el fruto del Espíritu cuando imprime estas verdades de su Palabra en nosotros (Gál. 5).
Cuando uno va a un hermano o hermana en el espíritu de mansedumbre a ofrecer consejo, no puede causar daño. Incluso cuando es rechazado —el rechazo es abrupto y violento—, la mansedumbre ganará la victoria. La respuesta recibida es inapropiada y no será provechosa, si bien se añadirá para ayudar a la convicción de pecado del aconsejado. Además, la verdadera mansedumbre no permitirá una respuesta agria y hostil por parte del consejero. Llevará, en cambio, a la «blanda respuesta que quita la ira» (Prov. 15:1). La falta de mansedumbre, por otra parte, puede ser ocasión de más fricción innecesaria que sólo va a complicar el problema original.
Pero esto no es todo; hay más que considerar. La mansedumbre, junto con los objetivos apropiados y la comprensión de los mismos, hará mucho para evitar todo peligro para el aconsejado. Naturalmente, el consejo que se da ha de ser bíblico y debe ser impartido con habilidad. Pero, como el resto del libro trata de estas cosas, voy a centrar mi atención sólo en el asunto de la advertencia de Pablo al consejero. La clave se halla en el darse cuenta de la posibilidad de ser presa de la misma tentación a la cual ha sucumbido el aconsejado, y la necesidad de precaución y, en algunos casos, de tomar medidas para precaver dificultades.
En Gálatas 6 Pablo señala con prudencia un fenómeno en el aconsejar bien conocido en otras áreas de la vida. Un hombre que se ahoga puede ser causa de que se ahogue el que va a rescatarlo, a menos que el que procura salvarle conozca esta posibilidad y adopte medidas apropiadas para evitarlo. Muchos consejeros, por ejemplo, han acabado envueltos sexualmente con las personas que trataban de ayudar, y cuyos problemas sexuales empezaron siendo el objeto sobre el que había que aconsejar. Este fenómeno explica la precaución con que Judas habla respecto al mostrar misericordia a otros: «con temor, aborreciendo aun la ropa contaminada por su carne» (v. 23). Uno debe despreciar y evitar el pecado que ha debilitado a un aconsejado como evitaría el pus que mana de una herida infectada y abierta. En todo lo que hace en el aconsejar debe tener cuidado extremo en mantener las condiciones tan rectas y limpias que él mismo no pase a ser víctima de la enfermedad pecaminosa. Un consejero prudente, pues, hará todo lo que sea legítimo bíblicamente para evitar y prever la propia infección. Si en el ejemplo dado antes hay la menor posibilidad de que un aconsejado pueda buscar implicaciones sexuales, aunque sea en fantasía, el consejero debe traer a un tercero que elimine esta posibilidad.
En general, pues, quiero estimular al miembro de iglesia a ser cuidadoso. Antes de etrar en una relación de aconsejar, hará bien en consultar la lista siguiente como comprobación:
1.¿Siento algún espíritu de antagonismo, hostilidad o superioridad hacia el aconsejado? Si es así, pon en regla tu corazón ante Dios, con arrepentimiento, antes de seguir adelante.
2.¿Cuáles son mis objetivos y motivos al entrar en la tarea de aconsejar? ¿Tengo una visión amplia de lo que voy a hacer, incluido el deseo de agradar y honrar a Dios e interés por el bienestar de la Iglesia de Cristo, así como el deseo de ayudar al aconsejado? Quizás este recordatorio mismo, considerado en oración, va a servir para aguzar tu perspectiva.
3.He considerado los peligros persona ¿les en esta situación de aconsejar y me he rodeado de aislante contra ellos? ¿Hay algunas otras medidas de precaución que debería tomar antes de seguir adelante? Si es necesrio, aplaza el aconsejar hasta que lo hayas hecho.
1.La obra de Pablo con Onésimo le llevó a escribir: «Onésimo..., el cual en otro tiempo te fue inútil, pero ahora a ti y a mí nos es útil» (Flm. 10, 11). Algunos consejeros preguntan: «¿Cómo podemos saber el momento de dar fin a un proceso de aconsejar?» Un factor muy importante en esta decisión es el determinar si el aconsejado ha sido restaurado a la utilidad.
2.A menos que sea aconsejar entre los miembros de la propia familia. Incluso esto tiene importantes repercusiones en la vida de la iglesia.