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ОглавлениеLIBRO I
Dificultad que supone gobernar seres humanos
Una 1 vez se nos ocurrió reflexionar [1] sobre cuántas democracias han sido derrocadas por quienes preferían regirse con un régimen distinto del democrático, y sobre cuántas monarquías y cuántas oligarquías han sido ya, a su vez, abolidas por el pueblo, y sobre el hecho de que, de cuantos intentaron imponer la tiranía, unos fueron inmediatamente derrocados, y otros, por poco tiempo que se hayan mantenido en el poder, son objeto de admiración por haber sido varones tan sabios y afortunados. Nos pareció haber observado que también en las viviendas particulares muchos amos, unos con mayor número de criados y otros con muy pocos, no son capaces de mantener ni siquiera a estos pocos en actitud obediente 2 . Además, seguíamos reflexionando sobre el hecho [2] de que gobernantes son los boyeros de sus bueyes, los yegüeros de sus caballos y que todos los que reciben el nombre de pastores podrían también ser considerados razonablemente gobernantes de los animales a cuyo cuidado están; pues bien, nos parecía apreciar que todos estos rebaños obedecen de mejor grado a sus pastores que los hombres a sus gobernantes. En efecto, los rebaños van exclusivamente por donde los pastores los dirigen, pacen en los lugares a los que los conducen y se mantienen alejados de aquellos de los que los apartan. Además, permiten a los pastores hacer el uso que quieran de los productos que se obtienen de ellos y aún no tenemos noticias de que nunca un rebaño se rebelara contra su pastor, ni para desobedecerle ni para impedirle hacer uso de sus productos, sino que, al contrario, los rebaños son más ariscos con cualquier extraño que con quienes los gobiernan y sacan provecho de ellos. Los hombres, en cambio, contra nadie se levantan más que contra aquellos en quienes noten intención de gobernarlos.
Excepcionales dotes para gobernar del persa Ciro
[3] Mientras meditábamos sobre estos asuntos, íbamos comprendiendo, al respecto, que al hombre, por su naturaleza, le es más fácil gobernar a todos los demás seres vivos que a los propios hombres. Pero, cuando caímos en la cuenta de que existió el persa Ciro, que consiguió la obediencia de muchísimos hombres, muchísimas ciudades y muchísimos pueblos, a partir de ese momento nos vimos obligados a cambiar de idea y a considerar que gobernar hombres no es una tarea imposible ni difícil, si se realiza con conocimiento. Por ejemplo, sabemos que a Ciro le obedecían de buen grado gentes que, unos distaban de él muchos días de camino, otros incluso meses, otros que no lo habían visto nunca y otros que sabían bien que ni siquiera lo verían jamás, y, sin embargo, estaban dispuestos a serle sumisos 3 . En efecto, hasta tal [4] punto sobresalió del resto de los reyes, tanto de los que habían heredado el poder de sus padres como de los que lo habían obtenido por sí mismos, que el rey escita, aun siendo numerosísimos los escitas, no sería capaz de extender su dominio sobre ningún otro pueblo y se daría por satisfecho simplemente con mantenerse en el gobierno del suyo propio. Lo mismo le ocurriría al rey tracio con los tracios, al rey ilirio con los ilirios y a todos los otros pueblos de los que tenemos noticia; también se dice que los pueblos de Europa todavía en la actualidad son autónomos e independientes unos de otros. Sin embargo, Ciro, que había recibido en herencia a los pueblos de Asia, asimismo autónomos, partiendo con un pequeño ejército de persas se hizo caudillo de los medos y de los hircanios 4 con el consentimiento de cada uno de ellos; sometió a sirios, asirios, árabes 5 capadocios, los habitantes de ambas Frigias, lidios, carios, fenicios y babilonios, gobernó a bactrios, indios y cilicios y, asimismo, fue soberano de sacas 6 , paflagonios, magadidas 7 y un elevado número de pueblos cuyos nombres no se podrían ni decir; y tuvo poder también sobre los griegos de Asia, y, bajando hacia el mar, sobre chipriotas y egipcios. Además, gobernó [5] sobre todos estos pueblos que no tenían la misma lengua que él ni una lengua común entre ellos; y, sin embargo, pudo abarcar tan extenso territorio por el temor que les inspiraba, de suerte que a todos aterrorizó y nadie intentaba nada en su contra, y fue capaz de infundirles tanto deseo de que todos le agradaran, que en todo momento exigían ser gobernados según su criterio, y se anexionó tantos pueblos, que es costoso incluso recorrerlos sea cual sea la dirección en la que se comience a marchar desde el palacio real, tanto si es hacia Oriente como hacia Occidente, hacia el Norte como hacia el Mediodía. Nosotros, considerando [6] que este varón es digno de admiración, nos pusimos a investigar cuál fue su linaje, qué dones naturales tuvo y qué clase de educación recibió para distinguirse tanto en el gobierno de los hombres. Así que, todo lo que averiguamos y todo aquello de lo que nos parece habernos percatado acerca de su persona intentaremos exponerlo ahora.
Estirpe, aspecto y carácter de Ciro
[2] Se dice que el padre de Ciro fue Cambises, rey de los Persas; este Cambises era de la estirpe de los Perseidas, y los Perseidas reciben su nombre por Perseo 8 . Su madre, está generalmente admitido, fue Mandane; y esta Mandane era hija de Astiages, rey de los medos 9 . Todavía en la actualidad entre los bárbaros se mantiene la tradición, en relatos y canciones 10 , de que Ciro era muy bien parecido y muy generoso de corazón, muy amante del estudio y muy ávido de gloria, hasta el punto de soportar toda fatiga y de afrontar todo peligro con tal de recibir alabanzas 11 .
La educación entre los persas
[2] Tal era la naturaleza física y espiritual que se recuerda que tenía. Fue educado en las leyes de los persas 12 , y estas leyes no parecen comenzar a ocuparse del bien común en el mismo punto en el que comienzan en la mayor parte de las ciudades; pues la mayoría de las ciudades, dejando que cada cual eduque a sus hijos como quiera y que los propios adultos vivan como deseen, luego les ordenan no robar ni saquear, no irrumpir en ninguna casa con violencia, no golpear a quien no sea lícito, no cometer adulterio, no desobedecer al gobernante y, asimismo, cosas por el estilo; y si alguien infringe uno de estos preceptos, le imponen un castigo.
En cambio, las leyes persas se anticipan preocupándose [3] de que, desde el principio, los ciudadanos no sean tales que tiendan a alguna acción ruin o vergonzosa; y se ocupan de la siguiente manera: existe entre ellos un lugar llamado «Ágora Libre», en donde están el palacio real y los demás edificios de gobierno. De allí han sido desplazados a otro lugar las mercancías y los mercaderes con sus voces y groserías para que su tumulto no se mezcle con el buen orden de la gente que ha recibido educación. Esta plaza que rodean los edificios de gobierno está dividida [4] en cuatro partes: una de ellas es para los niños, otra para los efebos 13 , otra para los varones adultos y otra para quienes sobrepasan la edad militar. De acuerdo con la ley, cada uno de estos grupos acude al lugar que le corresponde. Los niños y los adultos, al amanecer; los ancianos, cuando a cada uno convenga, excepto en los días determinados en los que deben acudir. Los efebos duermen incluso cerca de los edificios de gobierno con sus armas ligeras, a excepción de los casados; a éstos no se les busca, a no ser que se les haya advertido con antelación que se presenten, pero tampoco está bien visto que falten a menudo.
Clasificación de los individuos
[5] Al mando de cada uno de estos grupos hay doce jefes, pues también están divididas en doce las tribus de los persas 14 . Como jefes de los niños se eligen, de la clase de los ancianos, a los que parece que van a darles la mejor formación; como jefes de los efebos se eligen, de la clase de los hombres adultos, a los que parece que les van a procurar mejor educación; como jefes de los varones adultos, a quienes parece que van a hacerles especialmente cumplidores de los mandatos y órdenes de la suprema autoridad; y, también, se eligen dirigentes de los ancianos, a quienes les inducen a que igualmente ellos cumplan con su deber. Y ahora vamos a exponer los deberes de cada una de estas edades para que quede más claro cómo los persas se preocupan de que sus ciudadanos sean los mejores.
La clase de los niños 15
Los niños que van a la escuela pasan [6] su tiempo aprendiendo la virtud de la justicia y dicen que van allí con este propósito, como entre nosotros dicen que van para aprender las letras. Y sus jefes pasan la mayor parte del día juzgándolos, pues entre los niños, como entre los adultos, hay acusaciones de robo, rapiña, violencia, engaño, calumnia, y otros delitos por el estilo, que es verosímil que cometan. Y a los que reconocen culpables de alguno de estos delitos los castigan. También [7] castigan a quienes descubran que han hecho una acusación injusta, y juzgan también por la acusación que más odio produce entre los hombres y que es menos objeto de juicio, la de ingratitud; y al niño de quien deciden que, pudiendo demostrar agradecimiento no lo hace, también a éste le dan un fuerte castigo, pues piensan que los desagradecidos son los más negligentes con respecto a los dioses, sus padres, su patria y sus amigos, y es opinión generalizada que a la ingratitud, sobre todo, acompaña la desvergüenza, pareciendo que ésta, a su vez, es la máxima guía para [8] todos los actos inmorales. Enseñan a los niños también la virtud de la templanza, y contribuye en gran manera a su aprendizaje el hecho de ver cómo sus mayores viven con templanza cada momento del día. Asimismo, les enseñan a obedecer a sus jefes, a lo que contribuye en gran manera el hecho de ver que sus mayores obedecen a sus jefes a rajatabla. Les inculcan, además, la sobriedad en el comer y en el beber, a lo que contribuyen en gran manera también el hecho de ver que sus mayores no abandonan sus puestos para ir a comer antes de que sus jefes les dejen marchar, y la costumbre de que los niños no coman con su madre, sino con su maestro cuando los jefes lo indiquen. Se traen de casa pan, como alimento básico, y berro 16 , como companage, y para beber, por si alguno tiene sed, un tazón para extraer agua del río. Además de estas enseñanzas, aprenden a disparar el arco y la lanza. Hasta que tienen dieciséis o diecisiete años de edad, los niños se ejercitan en estos menesteres y a continuación entran en la clase de los efebos.
La clase de los efebos
A su vez, estos efebos viven de la [9] manera siguiente: a partir del momento en que salen de la clase de los niños, durante diez años duermen, como ha quedado dicho antes, cerca de los edificios de gobierno para salvaguardar la ciudad y para ejercitar la templanza, pues parece que esta edad necesita del máximo cuidado. Durante el día se ponen al servicio de las autoridades por si son requeridos para realizar algún servicio relativo a la comunidad. Y, cuando es necesario, todos permanecen junto a los edificios de gobierno; pero, cuando el rey sale de caza, lo que hace muchas veces al mes, deja allí la mitad de la guarnición. Los que salen con él deben llevar un arco y, junto al carcaj, un cuchillo o un hacha 17 en su vaina y, además, un escudo ligero y dos lanzas, una para dispararla de lejos y otra para, en caso de necesidad, usarla a mano en un encuentro cuerpo a cuerpo.
Y se preocupan de la caza como actividad pública, y el [10] rey es en ello, como en la guerra, su caudillo, y él mismo caza y cuida de que cacen los demás, porque es opinión general que éste es el ejercicio más auténtico para el entrenamiento bélico 18 . En efecto, la caza acostumbra a levantarse pronto, a soportar el frío y el calor, ejercita en la marcha y la carrera y obliga a tirar al arco y disparar la lanza a las fieras cada vez que una aparezca de improviso. También en la caza es obligado templar el ánimo cuando, como ocurre a menudo, un animal fiero hace frente, pues hay que golpearlo si se acerca, y esquivarlo si se abalanza; de modo que no es fácil encontrar en la caza ningún elemento [11] que esté ausente en la guerra. Los efebos salen de caza con un almuerzo más copioso que el de los niños, como es natural, pero en lo demás totalmente semejante al de ellos. Mientras cazan no pueden almorzar; pero, si fuera necesario permanecer más tiempo de caza por causa de un animal, o, si por alguna otra razón quieren alargar la caza, toman como cena este almuerzo y siguen cazando durante el día siguiente hasta la hora de cenar de nuevo; y cuentan estos dos días como uno, porque no gastan más que los víveres de una sola jornada. Y lo hacen para acostumbrarse y ser capaces de hacerlo también en la guerra, si fuera preciso. Los jóvenes de esta edad tienen como comida las piezas que cacen y, en su defecto, berros, y si alguien piensa que comen desganados cuando tienen de comida sólo berros con pan, o que beben desganados cuando beben agua, recuerde cuán agradable es comer torta de cebada o pan candeal para el que está hambriento y cuán agradable beber agua para el que tiene sed.
[12] Por su parte, las tribus que no han salido de caza se entretienen ejercitando las demás prácticas que aprendieron de niños: tirar al arco y disparar la lanza, y pasan el tiempo organizando certámenes de estas pruebas entre ellos. Tienen lugar también certámenes públicos y se proponen premios, y de la tribu en la que se encuentren en mayor número los jóvenes más hábiles, valerosos y fieles, los ciudadanos alaban y honran no sólo a su jefe actual, sino también al que los educó cuando eran niños. Los magistrados se sirven de los efebos que se han quedado en la ciudad, si hubiera que hacer guardia, seguir la pista de malhechores, perseguir forajidos y cuantos menesteres precisan fuerza y velocidad. Estas acciones son las que realizan los efebos. Después de diez años de permanencia en esta clase, entran en la de los adultos.
La clase de los adultos
A partir del momento en que éstos salen [13] de la clase de los efebos, pasan, a su vez, veinticinco años del modo siguiente: en primer lugar, como los efebos, se ponen al servicio de las autoridades, por si hubiera que realizar cualquiera de las acciones relativas a la comunidad que son ya propias de personas sensatas, pero todavía vigorosas. Si se ha de ir de expedición, los que han sido así educados marchan sin ni siquiera flechas ni lanzas, sino con las llamadas armas de cuerpo a cuerpo: una coraza alrededor del pecho, un escudo en la mano izquierda, como llevan los persas en las pinturas 19 , y en la derecha una daga o un cuchillo. Es de esta clase de donde son designados todos los cargos públicos, excepto los maestros de los niños. Después de cumplir veinticinco años en esta clase, cuando tienen probablemente algo más de cincuenta años de edad, entran en la clase de los que son ancianos, y ése es el nombre que reciben.
La clase de los ancianos
[14] Por su parte, estos ancianos ya no salen fuera del país a ninguna expedición guerrera; se quedan en su país y juzgan todos los asuntos, ya sean públicos o privados, participan incluso en los procesos de pena de muerte y son ellos quienes eligen todos los cargos públicos; y, si un miembro de la clase de los efebos o de los adultos infringe una ley, lo hace público el jefe de tribu correspondiente, o cualquier ciudadano que lo desee, y los ancianos, una vez oída la acusación, lo excluyen. El que ha sido excluido pasa el resto de su vida privado de los derechos de ciudadanía.
La Constitución de los persas
[15] Para dar a conocer más claramente el conjunto de la constitución persa, me remontaré un poco hacia atrás en el tiempo; pues, después de lo dicho anteriormente, me sería posible exponerla en pocas palabras. Se dice que los persas son cerca de ciento veinte mil 20 , y ninguno de ellos es apartado por ley de honores o cargos públicos, sino que todos los persas tienen el derecho de enviar a sus hijos a las escuelas públicas de justicia. Pero sólo los que pueden educar a sus hijos sin hacerles trabajar los envían allí, y los que no pueden no los envían 21 . Los niños que hayan sido educados con maestros públicos tienen el derecho de pasar su juventud en la clase de los efebos, mientras que los que no han recibido esa educación no tienen ese derecho. Por su parte, los que hayan cumplido las normas vigentes en la clase de los efebos tienen el derecho de sumarse a la clase de los adultos, y de participar en cargos y honores; en cambio, los que no hayan vivido en la clase de los efebos, no tienen acceso a la de los adultos. A su vez, los que vivan intachablemente en la clase de los adultos pasan a formar parte de la clase de los ancianos. Así, la clase de los ancianos está compuesta de aquellos que hayan pasado por todos los niveles de virtud. Y ésta es la Constitución con cuya práctica los persas creen que pueden convertirse en los mejores ciudadanos.
Dieta y reglas de urbanidad los persas
Todavía en la actualidad quedan testimonios [16] de que su régimen alimenticio es equilibrado y de que hacen bien la digestión, pues todavía en la actualidad es vergonzoso para los persas escupir, sonarse o no retener ventosidades en público, y es vergonzoso también dejarse ver yendo a algún lugar a orinar o a hacer otra cosa por el estilo; y no podrían evitarlo, si no practicaran un régimen alimenticio equilibrado ni consumieran humores con trabajos pesados, de suerte que los eliminan por otros conductos 22 . Esto es lo que puedo decir acerca de los persas en general. Ahora, para comenzar el relato, hablaremos de los hechos de Ciro comenzando desde su infancia.
Ciro en Media con Astiages
[3] Hasta los doce años o poco más, Ciro recibió esta educación, y eran evidentes sus diferencias con los niños de su edad por la rapidez con que aprendía sus deberes y por la perfección y valor con que hacía todo. Después de este tiempo, fue cuando Astiages 23 hizo ir a su hija y al hijo de ella a Media, pues deseaba verlo, porque sabía de oídas que Ciro era hermoso de cuerpo y noble de espíritu 24 , y Mandane entonces va hacia la casa de su padre con su hijo, Ciro. Tan pronto [2] como Ciro llegó y se enteró de que Astiages era el padre de su madre y, como era niño de natural cariñoso, al punto lo abrazó como lo podría abrazar quien se hubiera criado con él y fuera amigo suyo desde antiguo, y al verlo maquillado, los ojos pintados, aplicado colorete y puesta la peluca —adornos que eran tradicionales entre los medos, como también lo son los trajes de púrpura, los caftanes, los collares en el cuello y las pulseras en las muñecas, a diferencia de Persia, donde todavía en la actualidad casas y ropas son mucho más ordinarias y el tipo de vida es más sencillo 25 —, al ver, pues, el maquillaje de su abuelo, sin dejar de contemplarlo dijo: «¡Madre, qué hermoso es mi abuelo!» Y como su madre le preguntara quién le parecía más hermoso si su padre o él, Ciro respondió: «Madre, de los persas, el más hermoso, con mucho, es mi padre, pero, de todos los medos que he visto en los caminos y en la corte, el más hermoso, con mucho, es éste, mi [3] abuelo.» Astiages dándole un abrazo por la respuesta, le puso una hermosa túnica y lo honró y adornó con collares y pulseras; si tenía que salir a algún sitio lo paseaba sobre un caballo de bridas de oro, como él mismo solía hacer cuando salía de paseo. Y Ciro, como era un niño amante de la belleza y de los honores, estaba muy contento con la túnica y disfrutaba sobremanera aprendiendo a montar a caballo; pues, en Persia, por la dificultad que representaba criar y montar caballos en una tierra montañosa, era muy raro ya, incluso, el hecho de ver un caballo.
Sentado a la mesa de su abuelo
Estando una vez Astiages cenando con [4] su hija y con Ciro y queriendo que el niño comiera lo más a gusto posible para que no echara de menos su país, hizo que le sirvieran golosinas y toda clase de salsas y manjares, y cuentan que Ciro dijo:
—¡Abuelo, cuántos problemas tienes durante la cena si estás obligado a tender tus manos hacia todos estos platos y probar estos variados manjares!
—Pero, ¿por qué?, preguntó Astiages. ¿Es que no te parece esta comida mucho mejor que la de los persas?
Y se dice que Ciro replicó:
—No, abuelo; en mi país el modo de saciar nuestro apetito es más sencillo y rápido que en el vuestro, pues a ello nos encamina la alimentación a base de pan y carne. Vosotros os afanáis por la misma meta que nosotros, pero, después de dar muchas vueltas arriba y abajo, con dificultades alcanzáis el lugar donde nosotros llegamos hace tiempo.
—Pero, hijo mío, dijo Astiages, nosotros no damos [5] esos rodeos a disgusto, y si pruebas estos manjares, tú también reconocerás que son agradables.
—Pero, dijo Ciro, veo que también a ti, abuelo, te repugnan estos manjares.
Y Astiages preguntó:
—¿En qué te basas, hijo, para decir eso?
—En que veo que, cuando has tocado pan, dijo, no te enjuagas las manos para nada; en cambio, cuando has cogido alguno de estos manjares, en seguida te limpias la mano con las servilletas, como si te desagradara haberla tenido llena de ellos.
A esto Astiages replicó: [6]
—Está bien, si así lo crees, hijo mío; pero, al menos obséquiate con carne en abundancia para que vuelvas a tu país hecho un mozo.
Y mientras pronunciaba estas palabras hacía que le sirvieran muchos trozos de carne de venado y de animales domésticos. Cuando Ciro vio tantos trozos de carne, dijo:
—¿Me das, abuelo, toda esta carne para que haga con ella lo que quiera?
—Por Zeus, dijo su abuelo, claro que sí, hijo mío.
[7] Entonces, Ciro, después de coger los trozos de carne, los fue distribuyendo entre los sirvientes de su abuelo mientras decía a cada uno de ellos: «A ti te entrego este trozo porque me estás enseñando a montar a caballo con gran interés, a ti porque me regalaste una lanza (pues ahora la tengo en mi poder), a ti porque sirves bien a mi abuelo y a ti porque honras a mi madre.» Y fue haciendo eso hasta que hubo distribuido todos los trozos de carne que había cogido.
Episodio de Sacas, el escanciador
[8] «Y a Sacas 26 , el escanciador dijo Astiages, al que yo más estimo, ¿no le das nada?» Y ocurría que este Sacas era un hermoso joven que tenía el encargo de conducir ante Astiages a quienes le pedían audiencia, e interceptar el paso a aquellos que no le pareciera conveniente conducir a su presencia. Y Ciro preguntó impetuosamente, como un niño que todavía no se intimida por nada: «Abuelo, y ¿por qué a ese lo estimas tanto?» Y Astiages bromeando le dijo: «¿No ves qué bien y con cuánta distinción escancia?» Los escanciadores de estos reyes escancian el vino con elegancia, lo vierten con limpieza y entregan la copa sosteniéndola con tres dedos y la ofrecen del modo que le sea más cómodo cogerla al que va a beber. Entonces, Ciro dijo: «Abuelo, ordena [9] a Sacas que me dé la copa para que también yo, habiendo vertido bien el vino en tu copa, consiga conquistarte, si puedo.» Y Astiages ordenó a Sacas que se la diera. Ciro cogió la copa y después la lavó tan bien como había visto hacer a Sacas, y le ofreció y entregó la copa a su abuelo poniendo una cara tan seria y distinguida, que les hizo reír mucho a su madre y a Astiages. El mismo Ciro, echándose a reír también, se lanzó sobre su abuelo y, al mismo tiempo que lo besaba, dijo: «Estás perdido Sacas, te echaré de tu cargo, pues además de que escanciaré mejor que tú, decía, yo no me beberé el vino.» Pues los escanciadores reales, cada vez que entregan la copa, después de extraer un poco de ella con una taza 27 , lo vierten en la mano izquierda y lo ingieren para que no les reporte beneficio servir veneno. [10]
Acto seguido, Astiages bromeando le dijo:
—Y ¿por qué, Ciro, ya que imitas en otras cosas a Sacas, no has ingerido un poco de vino?
—Por Zeus, dijo, porque temía que hubiera veneno mezclado con el vino en el crater, pues cuando invitaste a tus amigos a las fiestas de tu cumpleaños 28 claramente comprendí que él os vertía veneno.
—Y, dijo Astiages, ¿cómo te diste cuenta de ello, hijo mío?
—Por Zeus, porque os veía vacilantes mental y físicamente; pues, en primer lugar, lo que no nos dejáis hacer a los niños, vosotros sí lo hacíais; chillabais todos a la vez sin entenderos los unos a los otros y cantabais también muy ridículamente y sin escuchar al cantor jurabais que cantaba muy bien. Cada uno de vosotros hablaba de su propia fuerza, pero luego, si os levantabais para ir a bailar, no sólo no bailabais al ritmo, sino que ni siquiera podíais manteneros derechos. Olvidabais por completo, tú que eras rey, y los demás que tú los gobernabas. Entonces, en efecto, por vez primera comprendí que lo que entonces hacíais era ejercer el derecho a expresaros libremente, pues no os callabais nunca.
Y Astiages dijo:
[11] —Pero, hijo mío, ¿tu padre no se emborracha cuando bebe?
—No, por Zeus, dijo Ciro.
—Y ¿cómo hace?
—Deja de tener sed y no sufre ningún otro mal, y creo, abuelo, que es porque Sacas no le escancia.
—Pero, hijo mío, dijo su madre, ¿por qué haces la guerra a Sacas?
—Por Zeus, dijo Ciro, porque le odio. Pues muchas veces cuando deseo correr junto al abuelo, el muy miserable me lo impide. Pero te suplico, abuelo, dijo, que me permitas ser su jefe durante tres días.
Astiages dijo: «Y ¿cómo te comportarías de jefe suyo?» Ciro dijo: «Me colocaría en la entrada de tus aposentos como él hace; luego, cuando quisiera pasar para el desayuno, le diría que aún no le es posible ponerse a desayunar, pues está ocupado con alguien; y, si volviera para la cena, le diría que se está bañando; y, cuando tuviera ya muchísima hambre, le diría que está con sus mujeres, y así hasta hacerle esperar como él me hace esperar a mí, cuando me aparta de ti.» Tan alegres eran los ratos que [12] Ciro les hacía pasar durante la cena, y de día, si se daba cuenta de que su abuelo o el hermano de su madre necesitaban algún servicio, era difícil que otro se le adelantara a hacerlo, pues disfrutaba sobremanera complaciéndolos en lo que podía.
Mandane vuelve a Persia y Ciro se queda en Media
Cuando Mandane se disponía a volver [13] con su marido, Astiages le rogó que le dejara a Ciro, y ella contestó que quería complacer a su padre en todo, pero que, sin embargo, le parecía duro dejar allí al niño en contra de su voluntad. Entonces Astiages dice a Ciro:
—Hijo mío, si te quedas junto a mí, en primer lugar [14] Sacas no tendrá mando sobre tus entradas a mis aposentos, sino que en tus manos estará entrar cuando quieras, y te estaré tanto más agradecido cuanto más a menudo lo hagas. En segundo lugar, podrás hacer uso de mis caballos y de los demás que quieras y, cuando te vayas a Persia, te podrás llevar los que desees. Después, respecto a la comida, podrás seguir la vía que quieras para conseguir la dieta que te parezca equilibrada. Luego, te regalo las fieras que hay ahora en el parque 29 y añadiré otras especies a las cuales tú, en cuanto hayas aprendido a montar a caballo, perseguirás y derribarás con flechas y lanzas, como los adultos. También te procuraré niños como compañeros de juego, y cuanto quieras además de esto, me lo dices y no dejarás de obtenerlo.
[15] Después de que Astiages hubo hecho esta propuesta, la madre le preguntó a Ciro si prefería quedarse o marcharse; él no vaciló, sino que inmediatamente dijo que quería quedarse, y, al preguntarle su madre la razón, se dice que respondió:
—Porque en Persia soy y se me considera el más diestro de todos mis camaradas en el manejo de la lanza y del arco. En cambio, aquí sé bien que soy inferior a mis camaradas en el manejo del caballo y eso, dijo, sábelo bien, madre, me molesta mucho. Pero, si me dejas aquí y aprendo a montar, cuando esté en Persia creo que voy a vencer con facilidad a los buenos corredores y cuando venga a Media intentaré ser el mejor jinete de la caballería de mi abuelo para luchar junto a él como caballero.
Entonces su madre le dijo:
[16] —Y ¿cómo aprenderás aquí la virtud de la justicia, si tus maestros están allá?
Ciro contestó:
—Pero, madre, si la conozco con todo detalle.
—Y ¿cómo es que tú la conoces?, dijo Mandane.
—Porque mi maestro, dijo, considerando que conocía a Justicia con todo detalle, me puso a juzgar a otros y sólo en una ocasión recibí golpes por no haber juzgado correctamente. El caso que se juzgaba era así: un niño mayor [17] que tenía una túnica pequeña le quitó a un niño pequeño la túnica grande que llevaba puesta, le puso la suya y él se vistió con la de aquél. Así que yo a la hora de juzgarlos decidí que era mejor para ambos que cada uno llevara la túnica que le ajustaba mejor. Entonces, el maestro me pegó y me dijo que siempre que se me encargara actuar como juez de lo que quedaba bien, así se debía hacer, pero que siempre que tuviera que decidir de quién es la túnica, esto dijo que había que investigar: qué posesión es legítima, la de quien la ha robado y la tiene en su poder, o la de quien la posee porque se la ha hecho o comprado. Y ya que lo legal es justo, y lo ilegal arbitrario, dijo que él aconsejaba siempre al juez votar de acuerdo con la ley. Así pues, madre, has de saber que yo ya conozco con exactitud lo que es justo y, si necesitara más conocimientos, aquí está el abuelo para enseñármelos.
—Pero, hijo mío, dijo su madre, en el país de tu [18] abuelo y en Persia no tienen por justos los mismos hechos: pues él se ha hecho a sí mismo soberano absoluto en Media; en cambio, en Persia consideran justa la igualdad: y tu padre es el primero que ejecuta lo ordenado por la ciudad y recibe lo ordenado. No tiene como medida su voluntad, sino la ley 30 . De modo que ten cuidado, no vaya a ser que mueras a latigazos cuando estés ya en casa, si vuelves habiendo aprendido de tu abuelo en vez del poder del rey el del tirano, que, entre otras cosas, consiste en creer que el tirano debe poseer más que nadie.
—Pero tu padre, dijo Ciro, precisamente es más digno de admiración, madre, al enseñar a los demás a poseer menos que más. ¿O no ves, dijo, que tiene a todos los medos enseñados a tener menos posesiones que él? De modo que ten confianza en la seguridad de que tu padre no devolverá a casa a ningún otro ni a mí enseñados en el afán de poseer más.
Detalles de la humanidad de Ciro
De muchos temas de este tipo solía charlar Ciro. Finalmente, su madre se marchó. Ciro se quedó y allí recibió su educación. Rápidamente se había mezclado con sus camaradas, hasta hacerse amigo suyo y rápidamente se ganó el favor de los padres de sus compañeros, yéndolos a ver y demostrándoles que amaba a sus hijos, de suerte que, si tenían que pedir algo al rey, mandaban a sus hijos rogar a Ciro que se lo consiguiera en su nombre, y Ciro, gracias a su bondad y amor, tenía en la mayor estima conseguir lo que los niños [2] le pidieran. Tampoco Astiages era capaz de negarse a complacer a Ciro en todo lo que le pedía. Además, en una ocasión en que cayó enfermo, Ciro no se apartaba nunca de su abuelo ni cesaba de llorar, y era evidente para todos su exagerado temor ante la idea de que su abuelo muriera. Y si por la noche Astiages tenía alguna necesidad, era Ciro el primero que se daba cuenta y el más diligente de todos en saltar para servirle en lo que creía que le iba a agradar, de suerte que acabó por ganarse del todo a Astiages.
Quizá Ciro era demasiado charlatán, en parte por su [3] educación, ya que era obligado por su maestro a rendir cuentas de sus acciones y a tomarlas de otros siempre que actuaba de juez; y, además, por su deseo de instrucción, siempre preguntaba muchas cosas a quien tuviese cerca para saber cómo eran, y a todo lo que otros le preguntaban, por ser de entendimiento despierto, rápidamente daba una respuesta, de suerte que todos estos factores contribuían a su charlatanería. Pero, igual que a todos los que aun siendo jóvenes han crecido, sin embargo en su cuerpo se manifiesta la juventud que acusa sus pocos años, así también de la charlatanería de Ciro no se traslucía atrevimiento, sino sencillez y necesidad de cariño, de modo que cualquiera habría preferido escucharle a tenerlo al lado en silencio.
Adolescencia de Ciro: su ansia de superación
Cuando el tiempo, acompañado de [4] la talla, le condujo hacia la pubertad, entonces hacía uso de pocas palabras y de una voz más reposada; se llenaba de pudor hasta el punto de enrojecer siempre que se encontrase con personas mayores que él y ya no era igual de impetuoso para lanzarse sobre todos como un cachorro. Así, se había vuelto más tranquilo, pero enteramente encantador en sociedad. De hecho, en cuantos juegos suelen competir los jóvenes entre sí no desafiaba a los compañeros en aquello que él se sabía mejor, sino que tomaba la iniciativa precisamente en aquello que se sabía inferior, afirmando que iba a hacerlo mejor que ellos: era el primero en saltar sobre el caballo para tirar al arco o disparar la lanza desde la montura, aunque todavía no era un jinete firme. Y cuando era derrotado era el que más se reía de sí mismo. Pero, como no rehuía hacer aquello [5] en lo que era derrotado, sino que se esmeraba en intentar hacerlo mejor la próxima vez, pronto llegó a igualar a sus compañeros en el manejo del caballo, pronto los superó porque le apasionaba esta ocupación y pronto hubo cazado las fieras del parque a base de perseguirlas, herirlas y matarlas, de suerte que Astiages ya no era capaz de reunirle más. Entonces, Ciro, como se dio cuenta de que, aunque quisiera, su abuelo no podía proporcionarle muchos animales, le dijo: «Abuelo, ¿qué falta te hace meterte en problemas buscando fieras? Envíame con el tío a cazar y pensaré que todas las fieras que vea tú las crías para mí.» [6] Pero, aunque deseaba ardientemente ir de caza, ya no podía seguir rogando con la insistencia de cuando era niño y se acercaba a su abuelo con más timidez. En cuanto al reproche que antes hacía a Sacas de que no le permitía acercarse a su abuelo, él mismo se fue convirtiendo en un Sacas para sí mismo, pues no se le acercaba si no lo veía oportuno y pedía a Sacas que le hiciera saber por medio de un signo cuándo era el momento oportuno para entrar y cuándo no, de modo que Sacas ya lo estimaba sobremanera al igual que el resto del mundo.
Ciro sale de caza
[7] Cuando Astiages comprendió que tenía un deseo muy grande de salir de caza lo dejó ir con su tío 31 y una escolta de guardias veteranos a caballo para que lo preservaran de los terrenos peligrosos y de las fieras salvajes que pudieran aparecer. Ciro preguntaba con interés a los componentes del séquito a qué fieras no había que aproximarse y a cuáles había que perseguir sin temor, y le dijeron que osos, jabalíes, leones y panteras habían matado a muchos que osaron aproximarse a ellos, pero que ciervos, gacelas, ovejas y burros salvajes eran inofensivos; también le dijeron que había que precaverse de los terrenos difíciles no menos que de las fieras, porque muchos jinetes se habían despeñado junto con sus caballos. Ciro aprendía todas estas enseñanzas con interés, [8] pero tan pronto como vio pasar un ciervo brincando, olvidó todos los consejos que había oído y lo persiguió, pendiente nada más que de por dónde huía. Entonces, el caballo en algún saltó cayó de manos y por poco lo tira por encima de la cabeza. Ciro se mantuvo, no obstante, con bastante dificultad, y el animal se levantó. Y cuando llegó a la llanura, derribó con su lanza al ciervo, un ejemplar grande y hermoso. Él disfrutaba muchísimo, pero los guardias de su escolta se acercaron a galope y le reprendieron por haberse lanzado a tan gran peligro, y le dijeron que lo contarían. Así que Ciro, pie a tierra, estaba allí afligido por lo que oía; pero, en cuanto oyó un grito, saltó sobre el caballo, como poseído por un dios, y, tan pronto como vio venir de frente a un jabalí, se dirigió a él, le apuntó certeramente, lo hirió en la frente y lo derribó. Entonces [9] ya también su tío le reprendió al ver su temeridad. Pero, a pesar de la regañina, Ciro pidió a su tío que le permitiera llevar a su abuelo cuantas piezas había cobrado para regalárselas, y dicen que su tío le respondió:
—Pero, si se entera de que has estado persiguiendo fieras, no te reprenderá sólo a ti, sino a mí también por permitírtelo.
—Que me azote, si quiere, dijo Ciro, pero después de dárselas; y tú, tío, dame el castigo que quieras, pero hazme ese favor.
Y Ciaxares terminó diciendo:
—Haz como quieras, ya que ahora mismo pareces nuestro rey.
[10] Así fue como Ciro llevó las fieras y se las entregó a su abuelo diciendo que él mismo las había cazado para él. No le mostró los dardos, pero los colocó, llenos de sangre, allí donde pensaba que su abuelo los vería.
Y entonces Astiages dijo:
—Hijo mío, acepto gustosamente lo que me regalas; sin embargo, no tengo tanta necesidad de ninguna de estas fieras como para que arriesgues tu vida por ellas.
Y Ciro dijo:
—Pues bien, si tú no las necesitas, te ruego, abuelo, que me las des para que las distribuya entre mis compañeros.
—Tómalas, hijo, dijo Astiages, y distribúyelas entre quienes quieras juntamente con los demás regalos que desees.
[11] Ciro las cogió y se las fue entregando a los niños mientras decía:
—Muchachos, ¡qué bobada era que cazáramos los animales del parque! Me parece que era como cazar animales atados. Pues, en primer lugar, se realizaba en un espacio pequeño; después, las fieras estaban flacas y sarnosas, y la una coja y la otra lisiada. En cambio, las de los montes y praderas qué hermosas, qué grandes y qué gordas se las veía: los ciervos, como si tuvieran alas, saltaban hacia el cielo, y los jabalíes se lanzaban como dicen que hacen los hombres valerosos, y era imposible errar el tiro de lo anchos que estaban; más bellas, dijo, me parecen estas fieras muertas que aquéllas de la cerca vivas. ¿Os dejarían, siguió diciendo, también vuestros padres ir de caza?
—Sería fácil, respondieron, si Astiages lo ordenara.
Ciro, entonces, dijo:
—¿Quién podría hablar a Astiages en nuestro favor?
—¿Quién podría convencerlo mejor que tú?, dijeron [12] ellos.
—Pero, por Hera, exclamó Ciro, si no sé en qué clase de persona me he convertido, que ya no soy capaz ni de hablar ni de dirigir la mirada hacia mi abuelo como antes, y me temo que si aumenta mi miedo me convierta en un rematado tonto e idiota, a diferencia de cuando era pequeño, cuando se me tenía por un conversador muy hábil.
Los niños entonces le replicaron:
—Molesto es lo que dices; si no vas a poder hacer nada por nosotros en caso de necesidad, nos veremos obligados a pedir a algún otro lo que está en tus manos.
Ciro se picó al oír estas razones; sin decir una palabra [13] se alejó, se dio valor a sí mismo y entró en el aposento de su abuelo no sin antes haber cavilado sobre la manera de dirigirse a él sin causarle molestia alguna y conseguir lo que los niños y él mismo deseaban. Y comenzó del modo siguiente:
—Dime abuelo, si uno de tus esclavos se escapa y lo capturas, ¿cómo te comportarás con él?
—¿De qué otro modo, contestó Astiages, sino atándolo y obligándolo a trabajar?
—Y si él vuelve por sí mismo, ¿qué le harás?
—¿Qué podría hacerle sino azotarlo para que no lo volviese a hacer y tratarle de nuevo como antes?
—Podría ser hora de que te prepares una cosa con la que azotarme ahora, porque estoy planeando escaparme de ti con mis camaradas para ir a cazar, dijo Ciro.
Y Astiages replicó:
—Has hecho bien en advertirme: te prohíbo moverte de palacio. Pues buen pastor sería yo, si por unos pedazos de carne dejara extraviarse al hijo de mi hija.
[14] Al oír esto, Ciro obedeció y se quedó, pero como estaba apesadumbrado y sombrío se pasaba el día callado. Cuando Astiages se dio cuenta de la profunda aflicción de Ciro, con intención de alegrarle lo sacó de caza. Una vez que hubo reunido muchos infantes y caballeros y a los niños, camaradas de Ciro, y hubo congregado a las fieras en lugares aptos para la caballería, organizó una gran cacería. Él mismo la presenciaba luciendo sus atributos reales y ordenó que nadie disparara hasta que su nieto se hubiese saciado de piezas. Pero Ciro no permitió este impedimento y dijo: «Si quieres que cace a gusto, abuelo, deja que todos éstos persigan las piezas en rivalidad conmigo y compita cada cual lo mejor que pueda.»
[15] Entonces, Astiages accedió y allí de pie contemplaba cómo se medían con las fieras y rivalizaban persiguiéndolas y disparándoles las lanzas. Y se alegraba de que Ciro, de puro placer, no pudiera estar callado, sino que rompía a gritar como un cachorro de buena casta cada vez que se aproximaba una fiera, y exhortaba a los participantes llamando a cada uno por su nombre. Y Astiages se regocijaba al ver cómo Ciro se reía de uno, pero se daba cuenta de que también a otro lo alababa sin ninguna clase de envidia. Astiages, al final, se marchó en posesión de muchas piezas, y a partir de entonces tan contento se había quedado con esta cacería, que siempre que podía salía con Ciro y llevaba consigo muchos caballeros y niños y todo lo hacía por Ciro. Así era como Ciro pasaba la mayor parte de su tiempo, y era motivo de alegría y bien para todos, pero de mal para nadie.
Ataque del príncipe asirio
Cuando Ciro hubo cumplido aproximadamente [16] quince o dieciséis años, el hijo del rey de los asirios 32 , en vísperas de su boda, tuvo deseos de salir de caza, también él, por esta época. Al enterarse de que en la zona fronteriza entre Asiria y Media había muchas fieras sin cazar, por causa de la guerra, le entraron deseos de ir allí. Para cazar sin peligro, se llevó consigo muchos caballeros y peltastas 33 , que tenían la misión de azuzarle las fieras desde las espesuras hacia las tierras cultivadas y apropiadas para la caballería. Al llegar adonde los asirios tenían sus plazas fuertes y guarniciones, cenó para salir de caza a la mañana siguiente temprano.
[17] Ya al atardecer, el relevo de la guardia anterior, compuesto de caballeros e infantes, llega de la ciudad. Entonces tuvo la impresión de que estaba en posesión de un ejército numeroso, pues estaban congregados dos guarniciones y, además, los caballeros e infantes que habían venido con él. En consecuencia, decidió que lo mejor era saquear la tierra de los medos: esta acción resultaría más lucida que la de cazar y proporcionaría, según pensaba, gran cantidad de ofrendas para los sacrificios. En tales circunstancias, se levantó temprano y se puso al frente del ejército: dejó a los infantes concentrados en la frontera, y él avanzó con la caballería hacia las plazas fuertes de los medos, y allí permaneció acompañado de los mejores y el mayor número de sus soldados para evitar que los centinelas medos pudieran recibir ayuda contra las fuerzas atacantes. Envió a sus compañeros, divididos en grupos, a atacar cada uno un lugar y les ordenó que rodearan al enemigo que encontraran y se lo trajeran a su presencia. Y ellos así lo hacían.
Ciro sale también a defender el país
[18] Cuando Astiages fue puesto al corriente de que había enemigos dentro del país, sale a defender la frontera él en persona, acompañado de su guardia personal, y su hijo hizo otro tanto con los caballeros que se encontraban junto a él e indicó a todos los demás que salieran en su ayuda. Tan pronto como vieron a un número elevado de asirios dispuestos en línea de batalla y a los caballeros en posición de descanso, los medos también se detuvieron. Por su parte, Ciro, al ver que los demás habían salido en masa en defensa de la frontera, también él sale, después de haberse puesto sus armas entonces por vez primera —momento que creía que no iba a llegar nunca, tan grande era su deseo de armarse con ellas—; eran muy bellas y le sentaban muy bien porque su abuelo las había hecho a medida. Armado de esta guisa se abalanzó sobre el caballo. Al verlo, Astiages se preguntó quién le habría ordenado venir; de cualquier modo, le dijo que se mantuviera a su lado. Y Ciro, cuando vio frente a él [19] a tan elevado número de caballeros, preguntó:
—Abuelo, ¿esos soldados que están quietos sobre sus caballos son enemigos?
—Claro que son enemigos, replicó Astiages.
—¿Y aquellos que cabalgan?, continuó.
—Claro, aquéllos también.
—¡Por Zeus, abuelo, exclamó Ciro, a pesar de su aspecto miserable y de montar caballejos miserables se llevan nuestras propiedades! Es necesario, pues, que algunos de los nuestros avancen contra ellos.
—Pero, hijo mío, ¿no ves la cantidad de caballeros que se mantienen formados en línea de batalla? Si los atacamos, ellos, a su vez, nos cortarán la retirada y no tenemos aquí todavía el grueso de nuestras fuerzas.
—Si te quedas aquí, dijo Ciro, y recibes el refuerzo de nuestras tropas de auxilio, éstos tendrán miedo, no se moverán, y, cuando vean a alguien avanzar contra ellos, los que llevan el botín lo soltarán inmediatamente.
Estas sugerencias de Ciro le parecieron razonables a [20] Astiages y, al mismo tiempo que se admiraba de que fuera tan sensato y avispado, ordena a su hijo tomar una compañía de caballería y avanzar contra los que se llevaban el botín. «Y yo, dijo Astiages, avanzaré contra éstos si se mueven hacia ti, para forzarlos a dirigir su atención hacia nosotros.» Entonces, Ciaxares se lanzó al ataque con los hombres y caballos más vigorosos. Cuando Ciro los vio partir, se unió inmediatamente a ellos y se puso en cabeza rápidamente. Ciaxares iba detrás de él y el resto de la tropa no se quedaba a la zaga. Tan pronto como los saqueadores los vieron acercarse, inmediatamente soltaron [21] el botín y echaron a huir. Sin embargo, Ciro y su gente les cortaban la retirada, y a quienes cogían por sorpresa al punto los golpeaban, Ciro el primero, y a los que se habían apresurado a escabullirse, los perseguían y no los dejaron hasta atrapar a algunos de ellos. Como un perro de pura raza falto de experiencia se precipita imprudentemente contra un jabalí, así también Ciro se precipitaba en su persecución con la vista puesta sólo en golpear al que alcanzaba y sin prever nada más.
Pero los enemigos, cuando vieron a los suyos en serias dificultades, se movilizaron en masa hacia delante con la convicción de que la persecución cesaría en cuanto los [22] viesen avanzar. Ciro, por su parte, no cejaba en su empeño, sino que por obra de su regocijo llamaba a su tío mientras continuaba la persecución y, presionando a los enemigos, provocaba su violenta huida. Ciaxares lo seguía, quizá por no tener que avergonzarse ante su padre, y el resto de los hombres lo seguían también con más ardor en la persecución en tales circunstancias, incluso los que no eran muy valerosos para enfrentarse al enemigo. Pero Astiages, al ver que los unos hacían una persecución irreflexiva y que los enemigos, en cambio, les hacían frente en formación compacta, temeroso de que les sucediera algún percance a su hijo y a Ciro, que caían desordenadamente sobre tropas bien preparadas, dirigió sus tropas contra los enemigos. Los enemigos, a su vez, tan pronto como vieron [23] avanzar a los medos, se detuvieron blandiendo sus lanzas unos y tensando sus flechas otros, en la idea de que sus adversarios, cuando estuvieran a tiro de flecha, se pararían _ como solían hacer casi siempre —pues solían avanzar los unos contra los otros hasta que estuvieran muy próximos y se quedaban disparándose a menudo hasta el atardecer—, pero cuando vieron a los suyos precipitarse en su huida contra sus propios compañeros, a la tropa de Ciro dirigiéndose contra ellos a muy poca distancia y a Astiages con la caballería ya a tiro de flecha, se dan la vuelta y huyen. Los medos los perseguían muy de cerca a todo galope y atrapaban a muchos; a quienes alcanzaban los golpeaban, tanto caballos como jinetes, y a quienes caían los mataban. Y no pararon hasta que se encontraron cerca de la infantería asiria. Llegados allí, pararon, temerosos de exponerse a que una tropa más numerosa les hubiera tendido una emboscada. Acto seguido, Astiages ordenó la [24] retirada muy satisfecho de la victoria de su caballería y sin saber qué decir a Ciro, consciente de que era responsable del éxito, pero reconociendo que era un loco por su temeridad. En efecto, entonces, mientras todos los demás volvían a sus casas, Ciro se quedó solo no haciendo otra cosa que dar vueltas por entre los caídos; los soldados que habían recibido la orden a duras penas lo arrancaron del lugar y lo condujeron ante Astiages, mientras Ciro se escabullía de ellos porque veía la cara de enfado de su abuelo ante su vista 34 .
Regreso a Media
[25] Estos sucesos habían ocurrido en Media y todos tenían el nombre de Ciro en la boca, en relatos y en canciones. Respecto a Astiages, que ya antes lo estimaba, esta hazaña lo había dejado atónito. Y Cambises, el padre de Ciro, se alegraba de recibir estas noticias; pero, cuando oyó decir que Ciro realizaba ya acciones de varón adulto, lo llamó para que completara su formación dentro de los usos persas. Entonces, se dice que Ciro expresó su intención de marcharse para evitar que su padre se disgustase y su patria se lo reprochara. También a Astiages le pareció inevitable devolverlo a casa. Y después de regalarle los caballos que él deseaba recibir e incluir en su equipaje toda clase de regalos, lo devolvió a Persia porque lo amaba y, además, tenía grandes esperanzas de que se convirtiera en un varón capaz de ser útil a los amigos y terrible para los enemigos 35 . Al llegar el momento de su partida, todos lo escoltaban a caballo: niños, jóvenes de su edad, adultos y ancianos e, incluso, el propio Astiages; y cuentan que no hubo nadie que no volviera [26] a casa llorando. Se dice que también el mismo Ciro se marchó con abundantes lágrimas. También cuentan que repartió entre sus camaradas muchos regalos de los que Astiages le había dado 36 , y que, finalmente, se quitó la túnica meda que llevaba puesta y se la regaló a uno de ellos demostrando que aquél era al que más quería 37 . Sin embargo, quienes habían recibido y aceptado los regalos se dice que se los llevaron a Astiages, quien los aceptó y, después, se los envió a Ciro, pero que él se los devolvió a los medos diciendo: «Abuelo, si quieres que cuando vuelva a visitarte lo haga con alegría y no tenga ningún motivo de vergüenza, permite que los que hayan recibido algo de mí lo posean.» Y Astiages, una vez enterado del deseo de Ciro, hizo como él le había pedido.
El enamorado de Ciro
Si se ha de hacer mención de un relato [27] amoroso en torno a Ciro, he aquí uno: se dice que, cuando Ciro estaba a punto de marcharse y llegaba el momento de la separación, sus parientes se despidieron de él besándolo en la boca, a la costumbre persa 38 —en efecto, todavía en la actualidad lo hacen los persas—, y que un medo 39 , muy hermoso de cuerpo y noble de espíritu, conmovido desde hacía tiempo por la belleza de Ciro, cuando vio que sus parientes lo besaban, se quedó rezagado. Después de que el resto de los presentes se marchó, se dirigió a Ciro y le dijo:
—¿Soy yo el único de tus parientes que no conoces, Ciro?
—¡Cómo!, exclamó Ciro. ¿Es que acaso tú también eres pariente mío?
—Sí, replicó.
—Entonces, por eso me mirabas. En efecto, muchas veces creo haberme dado cuenta de ello, dijo Ciro.
—Siempre quería acercarme a ti, dijo el medo, pero, por los dioses tenía vergüenza de hacerlo.
—No debías haberla tenido siendo pariente mío, dijo Ciro mientras se acercaba a él para besarlo.
[28] Una vez que Ciro lo hubo besado, el medo le preguntó:
—¿También en Persia existe la costumbre de besar a los parientes?
—Sí, contestó Ciro, sobre todo cuando se encuentran después de mucho tiempo o se despiden unos de otros.
—Sería el momento de que me vuelvas a besar, pues, como ves, me voy ya.
Ciro, después de besarlo de nuevo, lo despidió y se marchó. No llevaban hasta entonces mucho camino hecho cuando el medo volvió con su caballo sudoroso. Al verlo, Ciro le preguntó:
—¿Se te ha olvidado algo de lo que querías decirme?
—No, por Zeus, contestó el medo, vuelvo después de una larga separación.
—Por Zeus, pariente, exclamó Ciro, al contrario, es un rato corto.
—¿Cómo corto? ¿No sabes, Ciro, que incluso el tiempo que tardo en pestañear, me parece que es muy largo porque no te veo, de tan hermoso como eres?
Entonces, Ciro de llorar pasó a reír y le dijo que se marchara confiado, porque volvería a estar entre ellos después de tan corto espacio de tiempo, que podría volver a verlo aun sin necesidad de pestañear si quería.
Ciro pasa a la clase de los efebos
Ciro volvió a Persia y se dice que [5] todavía estuvo un año más en la clase de los niños. Al principio se burlaban de él, considerando que llegaba acostumbrado a la vida muelle que había aprendido en Media; pero, cuando lo vieron comer y beber con gusto, como ellos, y se dieron cuenta de que, si alguna vez se celebraba un festín durante una fiesta, más bien entregaba su propia parte, que pedía más, y observaron que, además, los aventajaba en los restantes aspectos relativos a cualquier asunto, entonces sus camaradas volvieron a inclinarse ante él. Después de completar este grado de su educación y entrar en el grupo de los efebos, entre éstos parecía también destacar por su interés en cumplir con sus obligaciones, su resistencia en aquello que la requería, su respeto a los mayores y su obediencia a los jefes.
Ciaxares accede al trono de Media. Ataque del Asirio 40
Pasado un tiempo, Astiages murió en [2] Media, y Ciaxares, su hijo y hermano de la madre de Ciro, recibió el imperio de los medos. Por su parte, el rey de Asiria, una vez que hubo sometido a todos los sirios, pueblo no insignificante, hecho súbdito suyo al rey de los árabes y teniendo ya también como súbditos a los hircanios, durante el asedio de los bactrios 41 maduraba la idea de que, si debilitaba el poderío de los medos, dominaría con mayor facilidad a todos los pueblos circundantes, pues ésta le parecía la más poderosa [3] de las tribus vecinas. Entonces despacha embajadas a todos los pueblos sometidos a su poder: a Creso, rey de los lidios, al rey de Capadocia, a los de ambas Frigias, a los paflagonios, indios, carios y cilicios 42 , levantando calumnias contra los propios medos y persas, alegando que éstos eran pueblos importantes y poderosos asociados con vistas a un mismo objetivo y que habían concertado alianzas matrimoniales entre sí, que se corría el peligro de que, si nadie se les adelantaba y debilitaba su poder, marcharan sobre cada pueblo y los sometieran uno por uno. Entonces firmaron alianzas con él, unos convencidos por sus palabras y otros seducidos por regalos y riquezas, pues el rey asirio tenía muchas.
Ciro al mando del ejército enviado en auxilio de los medos
Ciaxares, el hijo de Astiages, cuando [4] se enteró de la conspiración y de los preparativos de levantamiento conjunto contra él, hijo inmediatamente los preparativos que pudo como réplica a esta amenaza. Envió embajadas a Persia, ante el Estado y ante Cambises, esposo de su hermana y rey de los persas 43 . Envió una embajada también a Ciro, pidiéndole que, si la comunidad persa enviaba soldados, intentase ir al frente de sus hombres. Pues Ciro había cumplido, a la sazón, diez años en la clase de los jóvenes y estaba incluido ya en la clase de los varones adultos. Entonces, [5] una vez que Ciro hubo accedido, los ancianos, reunidos en consejo, lo eligieron comandante del ejército que se iba a enviar a Media y le permitieron también elegir doscientos homótimos 44 , y a cada uno de estos doscientos le permitieron escoger, a su vez, a cuatro hombres también homótimos. Éstos hacen mil en total. A su vez a cada uno de estos mil hombres le ordenaron, asimismo, escoger de entre el pueblo persa diez peltastas, diez honderos y diez arqueros. Así, hicieron en total diez mil arqueros, diez mil peltastas y diez mil honderos, aparte de los mil del comienzo. Tan numeroso ejército le fue entregado a Ciro.
Discurso a los homótimos
[6] Inmediatamente después de su elección, Ciro comenzó antes que nada por los dioses y, después de ofrecerles un sacrificio favorable, eligió a sus doscientos hombres. Cuando los hubo elegido, y cada uno de ellos, a su vez, a los cuatro correspondientes, los reunió y, entonces, por vez primera en medio de ellos, [7] les dijo lo siguiente 45 : «Amigos míos, os he seleccionado a vosotros no porque os haya juzgado ahora por vez primera, sino porque desde la infancia os he visto esforzaros celosamente en el cumplimiento de aquello que la ciudad considera hermoso y apartaros rotundamente de lo que estima vergonzoso. Las causas por las que yo mismo he llegado a este cargo no contra mi voluntad y por las que os [8] he llamado a mi lado os las quiero revelar. He llegado a la conclusión de que vuestros antepasados no fueron en nada peores que nosotros: por ejemplo, también ellos se ejercitaban en el cumplimiento de aquellas obras que precisamente se consideran propias de virtud y, sin embargo, no acierto a ver qué clase de bien, con esta conducta, consiguieron para la comunidad persa o para ellos mismos. No obstante, yo creo que ninguna virtud es ejercitada por [9] los hombres para que quienes son de natural noble no tengan más ventaja que los miserables; y que quienes se apartan de los placeres momentáneos no lo hacen para no volver a gozar nunca, sino para, a causa de esta continencia, prepararse así para obtener gozos multiplicados en el porvenir; y que quienes tienen vivos deseos de convertirse en expertos oradores no practican este arte para hacer uso constante de su elocuencia, sino en la esperanza de que, si con su elocuencia convencen a muchas personas, obtendrán importantes bienes; y que quienes, a su vez, se ejercitan en las artes guerreras no es para luchar constantemente por lo que se esfuerzan en ellas, sino en la creencia de que, éstos también, si llegan a ser diestros guerreros, se atribuirán muchas riquezas, mucha felicidad y grandes honores para sí mismos y para su ciudad; pero si algunos [10] de ellos, después de haberse esforzado en estos menesteres, toleran su incapacidad causada por la vejez antes de haber recogido su esfuerzo, me parece que les ha ocurrido algo similar a aquel que, teniendo vivos deseos de convertirse en un buen agricultor, siembra bien y planta bien, pero, cuando debiera recoger el fruto, lo deja caer de nuevo a tierra sin recogerlo; así, también, un atleta que, después de mucho esfuerzo y de llegar a estar preparado para lograr la victoria, termina por no competir, me parece que en justicia tampoco éste sería inocente de su insensatez.
[11] »¡Que a nosotros, soldados, no nos pase esto! Ya que somos conscientes de que desde niños empezamos a practicar nobles acciones, marchemos contra los enemigos, que, lo sé sin duda alguna porque yo mismo los he visto, son inexpertos para competir con nosotros. Pues todavía no son combatientes capacitados quienes saben tirar al arco, disparar la lanza o montar a caballo con destreza, pero si han de esforzarse de algún modo no resisten porque son inexpertos en fatigas; ni quienes, teniendo que velar, son vencidos por el sueño, pues también son inexpertos a ese respecto; ni tampoco quienes, expertos en estos menesteres, son ignorantes, empero, de la conducta que se debe seguir con aliados y con enemigos, pues es evidente que son inexpertos en los conocimientos más importantes 46 . [12] Vosotros, en cambio, sois capaces de manejaros de noche como los otros de día 47 y consideráis que las fatigas conducen a una vida feliz; usáis a menudo el hambre como condimento y soportáis la costumbre de beber sólo agua mejor que los leones, y habéis almacenado en vuestras almas la posesión más hermosa y más propicia para la guerra: la alabanza os causa más alegría que al resto de los hombres, y forzoso es que los amantes de la alabanza asuman con gusto todo esfuerzo y todo peligro con tal de obtenerla. [13] Si digo esto de vosotros en contra de lo que pienso, me engaño a mí mismo, pues lo que no resulte así por vuestra parte será deficiencia que recaerá sobre mí. Pero yo confío en la experiencia que tengo de vosotros y de los enemigos y en que estas esperanzas favorables no me engañarán. Partamos con confianza, porque está lejos de vuestras mentes la intención de apoderaros injustamente de bienes ajenos. En efecto, en esta ocasión los enemigos vienen siendo ellos quienes han comenzado las acciones injustas, y a nosotros, en cambio, nuestros amigos nos llaman para que los auxiliemos. Y ¿qué hay más justo que defenderse y más hermoso que socorrer a los amigos? Pero creo que no en menor grado os da confianza el hecho [14] de salir sin que yo haya descuidado los deberes para con los dioses, pues, después de haber estado mucho tiempo a mi lado, sabéis que procuro siempre tomar como punto de partida a los dioses, no sólo en las empresas importantes, sino también en las insignificantes.» Finalmente dijo: «¿Por qué he de seguir hablando? Elegid vuestros hombres, tomadlos a vuestras órdenes, preparad lo demás y marchad hacia Media. Yo, por mi parte, volveré junto a mi padre y, luego, me pondré al frente de vuestras tropas, para, en cuanto me entere de cuál es la situación de los enemigos, hacer los preparativos que están en mi mano, a fin de que con la ayuda de la divinidad combatamos en condiciones óptimas.» Y sus hombres cumplieron sus órdenes.
Presagios favorables en la salida hacia Media 48
[6] Ciro fue a su casa, dirigió plegarias a los dioses patrios: Hestia y Zeus 49 y el resto de las divinidades, y partió para la campaña; y lo acompañaba su padre. Una vez que estuvieron fuera del palacio, se dice que hubo truenos y relámpagos de buen agüero para él. A la vista de estos fenómenos, partieron sin esperar otro presagio, considerando que a nadie escaparían los signos del más grande de los dioses.
Consejos de Cambises para ser un buen jefe: 1) Buscar el favor divino
[2] Durante el camino el padre de Ciro comenzó a hablarle en los siguientes términos 50 : «Hijo mío, que los dioses propicios y favorables te envían, es evidente por los sacrificios y las señales celestes; y tú mismo también los conoces. En efecto, yo te enseñé convenientemente para que entendieras, sin ayuda de otros intérpretes, los designios de los dioses y para que fueras tú mismo quien comprendiera las señales perceptibles por los ojos o por los oídos, sin estar a merced de los adivinos, por si acaso quisieran engañarte diciendo una cosa distinta de lo indicado por los dioses y, además, a fin de que, si alguna vez te encontraras sin adivino, no tuvieras dificultades para interpretar los signos divinos, sino que, conociendo a través del arte adivinatorio los designios de los dioses, los pudieras obedecer» 51 . Entonces dijo Ciro: [3]
—Y aquello, padre, que los dioses siéndonos propicios deseen aconsejarnos, yo, siguiendo tus recomendaciones, me ocupo de cumplirlo en la medida de mis posibilidades. Pues recuerdo haberte oído decir, una vez, que, como es natural, puede tener más influencia, tanto cerca de los dioses como de los hombres, aquel que no les adula cuando está en dificultades, sino que se acuerda de los dioses, sobre todo, cuando las cosas le salen a pedir de boca. Y decías que de igual manera hay que ocuparse también de los amigos.
—¿No es verdad, hijo, dijo Cambises, que, gracias a [4] esos cuidados, ahora te diriges más a gusto a hacer rogativas a los dioses y tienes más esperanzas de obtener lo que precisas porque te parece tener conciencia de no haberlos desatendido nunca hasta el momento presente?
—Claro que sí, padre, contestó Ciro, me encuentro en una disposición tal para con los dioses como si fueran amigos míos 52 .
[5] —Pues entonces, hijo mío, dijo Cambises, ¿recuerdas aquello que resolvimos, una vez, de que los hombres hacen mejor las cosas si saben lo que, precisamente, los dioses les han otorgado, que si lo ignoran; que si trabajan consiguen más beneficios, que si permanecen inactivos, y que si velan viven con menos riesgos de peligro que si se descuidan? Y, por tanto, nos parecía que hay que presentarse a sí mismos tal como se debe ser y pedir entonces a los dioses su favor.
[6] —Sí, por Zeus, exclamó Ciro, claro que recuerdo habértelo oído decir, pues forzoso era obedecer tu palabra. También sé que a eso añadías que no es conforme a la ley divina, si no se ha aprendido a montar a caballo, pedir a los dioses la victoria en combates hípicos; si no se sabe tirar al arco, pedir el triunfo sobre quienes sí saben; si no se sabe pilotar, rogar para que las naves se mantengan a salvo mientras se dirige el timón; si no se siembra trigo, rogar para que les salga una buena cosecha; si no se ha prevenido la guerra pedir la salvación en ella: todas estas súplicas y otras por el estilo están al margen de las leyes divinas, y quienes piden algo contrario a la ley divina, decías, es natural que no lo obtengan de los dioses, como tampoco consiguen nada de los hombres quienes piden algo contrario a la ley humana.
2) Cuidar de que los soldados tengan suficientes provisiones
—Pero, hijo mío, ¿has olvidado lo que [7] una vez tú y yo razonábamos, que era una conveniente y hermosa labor para un varón poder ocuparse de convertirse en un hombre probadamente hermoso de cuerpo y noble de espíritu, y de tener suficientes recursos él y su familia? Pero, aun siendo ésta una importante labor, el hecho de saber dirigir a otros hombres de modo que tengan recursos en abundancia y sean todos como deben ser, se nos revelaba entonces como algo verdaderamente admirable.
—Sí, padre, por Zeus, dijo Ciro, me acuerdo de que [8] también decías eso, y yo convenía contigo en que era una empresa de gran magnitud el buen gobierno. También ahora, dijo, mantengo la misma opinión cuando en mis reflexiones razono sobre el hecho mismo de gobernar. Sin embargo, cuando, al observar a otros pueblos, reflexiono sobre qué clase de personas se mantienen como sus gobernantes y qué clase de gente van a ser nuestros adversarios, me parece muy vergonzoso achicarse ante gente tal y no desear marchar a enfrentarse con ellos. Todos ellos, empezando por estos amigos nuestros, me doy cuenta de que juzgan necesario que el gobernante se distinga de los gobernados en comer más copiosamente, tener más oro en su casa, dormir más tiempo y vivir, en todas sus facetas, más descansadamente que los gobernados. En cambio, yo creo que el gobernante se tiene que distinguir de los gobernandos no por su vida muelle, sino por su previsión y celo en el trabajo.
—Pero, hijo mío, dijo Cambises, en ocasiones no hay [9] que combatir con los hombres, sino con los hechos en sí mismos, sobre los cuales no es fácil conseguir una victoria cómoda. Por ejemplo, sabes sin duda que, si el ejército no tuviera los recursos necesarios 53 , tu autoridad inmediatamente se habrá venido abajo.
—Por esa razón, padre, dijo Ciro, afirma Ciaxares que proveerá a todos los que partan de aquí, sea el número que sea.
—¿En esas riquezas de Ciaxares, hijo mío, depositas tu confianza en el momento de salir?
—Sí, dijo Ciro.
—Y qué, ¿sabes cuántas tiene?, preguntó Cambises.
—Por Zeus, contestó Ciro, no lo sé.
—¿Y, a pesar de todo, confías en cosas que son inseguras? A ti te harán falta muchas cosas, y Ciaxares ya ahora se ve obligado a realizar muchos gastos, ¿no lo sabes?
—Lo sé, dijo Ciro.
—Así que, dijo Cambises, ¿si le faltan medios o te engaña a propósito, en qué situación se encontrará tu ejército?
—Es evidente que no en buena. Ahora bien, padre, replicó Ciro, si ves alguna fuente de ingresos que se pueda conseguir por mi parte mientras todavía estamos en tierra amiga, dila.
[10] —¿Me preguntas, hijo mío, dijo Cambises, si alguna fuente de ingresos podrías conseguir por tu parte? ¿De quién es más verosímil que provengan ingresos que de quien tiene poderío militar? Tú sales de aquí con una infantería que sé no admitirías cambiar por otra mucho más numerosa, y la caballería más poderosa, la de los medos, será tu aliada. Por consiguiente, ¿qué pueblo vecino crees que no va a querer ponerse a vuestro servicio por deseo de agradaros y por temor a sufrir algún tipo de represalias? Es necesario que tú, en unión de Ciaxares, busques el modo de que nunca os falten las existencias necesarias y que os las ingeniéis para obtener una fuente de ingresos regulares. Pero, sobre todo, recuerda esto: nunca esperes a procurarte recursos cuando la necesidad te obligue, sino que cuando estés bien abastecido debes prever para la época de escasez, pues obtendrás más de aquellos a quienes pidas, si no das la impresión de estar necesitado, y serás inocente a los ojos de tus propios soldados; con esto, también conseguirás más respeto de los demás, y, si quieres hacer ya el bien ya el mal a alguien con ayuda de tu ejército, tus soldados te prestarán un mejor servicio mientras tengan cubiertas sus necesidades, y, sábelo bien, entonces podrás pronunciar discursos más persuasivos, cuando puedas demostrar que eres capaz de hacer tanto el bien como el mal.
—Padre, dijo Ciro, me parece que todo lo que dices [11] está bien, incluso lo de que ninguno de los soldados me vaya a agradecer lo que ahora reciban, pues saben por qué motivo Ciaxares los lleva como aliados. En cambio, aquello que reciban por encima de lo dicho lo considerarán un honor y, naturalmente, se lo agradecerán muchísimo a quien se lo otorgue. Si se tiene un poderío militar mediante el cual es posible beneficiar a los amigos en réplica a la ayuda recibida, y es posible también intentar obtener alguna ganancia a expensas de los enemigos, pero luego se descuida la obtención de recursos, ¿crees tú, preguntó, que este supuesto es menos vergonzoso que tener campos y trabajadores para cultivarlos y, luego, dejar que la tierra quedara improductiva, sin labrar? Por tanto, ten la convicción de que yo nunca dejaré de ingeniármelas para procurarles recursos a los soldados, ni en tierra amiga ni en enemiga.
3) Convencerse de que la táctica es sólo una parte del arte de la guerra
[12] —Y ¿qué hay hijo mío, dijo Cambises, de las restantes condiciones que, en ocasión, nos parecía forzoso no descuidar? ¿Las recuerdas?
—En efecto, recuerdo bien que yo me dirigí a ti en busca de dinero para pagar a quien afirmaba haberme enseñado las funciones de general 54 , y tú, al mismo tiempo que me lo dabas, me preguntaste en estos términos: «Hijo, ¿acaso entre las funciones de general te mencionó algo de economía el hombre al que llevas su paga? Pues, sin duda alguna, los soldados necesitan recursos no menos que los criados domésticos.» Y, después de que yo, haciendo honor a la verdad, te dije que no me había menciondo una palabra de ello, me volviste a preguntar si me había hablado sobre la salud y la fuerza física, considerando que el general debe ocuparse de estos [13] asuntos como lo hace de su cargo. Y cuando negué también esto, me volviste a preguntar si me había enseñado algunas habilidades que podrían convertirse en los aliados más poderosos para las acciones bélicas. Y ante mi negación también con respecto a ese punto, me volviste a preguntar si me había enseñado alguna técnica para ser capaz de infundir ánimo en el ejército, alegando tú que, en toda ocasión, el ánimo se diferencia en todo del desánimo. Después que yo negué con la cabeza también, tú de nuevo interrogaste si había hecho alguna disertación para instruirme sobre la obediencia de las tropas y con qué clase de [14] artimañas conseguirla preferentemente. Y cuando quedó al descubierto que tampoco había hablado de esto, finalmente me preguntaste qué me enseñaba pretendiendo enseñarme las funciones de general, y yo, entonces, respondí que la táctica, y tú te echaste a reír y, recogiendo uno por uno los puntos anteriores, me preguntaste de qué serviría a un ejército la táctica sin recursos, sin la salud, sin el conocimiento de las artes inventadas para la guerra y sin la disciplina. Una vez que me hubiste demostrado que la táctica es una pequeña parte de la totalidad de las funciones del general 55 , yo te pregunté si eras capaz de enseñarme algo de eso, y tú me recomendaste acudir a los varones considerados doctos en las ténicas militares para conversar con ellos e informarme de cómo es cada una de estas artes.
4) Cuidar la salud de los soldados 56
A partir de entonces me relacionaba [15] con aquellos de quienes había oído decir que eran los más diestros en estos temas. Respecto a la alimentación de los soldados, fui convencido de que eran suficientes recursos los que Ciaxares nos iba a proporcionar. En cuanto a la salud, como oía y veía que las ciudades que quieren mantenerse sanas eligen médicos y que los generales llevan con ellos médicos para que cuiden de la salud de los soldados 57 , así también yo, en cuanto llegué a este cargo, me ocupé de este asunto y creo, padre, dijo Ciro, que voy a tener conmigo varones muy competentes en el arte de la medicina.
A esto, su padre respondió:
[16] —Hijo mío, estos de los que hablas son como los remendones de trajes rotos: los médicos, cuando alguien enferma, entonces lo curan. Tú, en cambio, vas a tener un cuidado de la salud más elevado que ése: que no haya absolutamente ningún enfermo en el ejército ha de ser tu preocupación.
—¿Por qué camino, padre, preguntó Ciro, tengo que ir para poder cumplir ese propósito?
—Si vas a permanecer algún tiempo en el mismo sitio, en primer lugar es preciso no descuidar la salubridad del lugar donde acampes y no errarías si te ocuparas de ello 58 . Pues la gente no cesa de hablar de lugares malsanos y salubres, y presentan como evidentes pruebas de cada uno de estos dos tipos de lugar la complexión y la tez de la población autóctona. Pero, después, no bastará sólo ir a examinar el terreno; acuérdate tú de cómo te cuidas para estar sano.
Y Ciro dijo:
—En primer lugar, por Zeus, intento no quedar nunca [17] demasiado lleno en la comida, porque resulta pesado. En segundo lugar, hago ejercicio para digerir lo que haya ingerido; pues me parece que así la salud se mantiene mejor y aumenta el vigor.
—Así, hijo mío, dijo Cambises, es como hay que ocuparse también de la salud de los demás.
—Pero ¿tendrán los soldados tiempo libre para ejercitar su cuerpo?
—Por Zeus, contestó Cambises, no sólo es conveniente sino forzoso que lo tengan. En efecto, es preciso que el ejército, si pretende cumplir con su deber, siempre esté entrenado, causando males a los enemigos o el bien a sí mismo. Difícil es ya alimentar a un solo hombre inactivo, pero todavía mucho más difícil, hijo mío, es alimentar una casa entera, y lo más difícil de todo es alimentar a un ejército inactivo, pues en un ejército son muchísimos los individuos a comer, parten con el mínimo de víveres y utilizan copiosísimamente lo que reciben; así que es conveniente que el ejército nunca esté inactivo.
—Quieres decir, padre, dijo Ciro, según me está pareciendo, [18] que igual que no es de ninguna utilidad un campesino inactivo, así tampoco es de ninguna utilidad un general inactivo.
—Yo, por mi parte, dijo Cambises, garantizo que el general laborioso, a no ser que lo impida algún dios, hará al mismo tiempo que sus soldados tengan el máximo de provisiones y los dispondrá con la mejor preparación física.
—Además, replicó Ciro, respecto a la práctica de cada una de las técnicas guerreras, me parece bien que se anuncien certámenes y se propongan premios con vistas a mejorar al máximo su entrenamiento en cada una de ellas, para que, cuando sea preciso, se pueda hacer uso de hombres entrenados.
—Tienes mucha razón, hijo mío, dijo Cambises; pues, si haces eso, ten la seguridad de que verás a las compañías practicar su cometido siempre como coros de danza 59 .
5) Buscar el celo, la disciplina la disciplina y la amistad de los soldados 60
[19] —De otro lado, dijo Ciro, mantengo la opinión de que, para infundir ánimo a los soldados, no hay nada más eficaz que tener capacidad de imprimir esperanza en sus personas.
—Pero, hijo mío, replicó Cambises, eso es como si en una cacería un cazador llamara siempre a las perras con la misma llamada que cuando ve la presa, pues en un primer momento sé bien que puede hacer que le obedezcan con arrojo, pero, si las engaña muchas veces, acaban por no obedecer su llamada ni siquiera cuando vea realmente la presa. Así ocurre también en lo que se refiere a las esperanzas: si alguien miente frecuentemente infundiendo expectativas de bienes, tal persona acaba por no ser capaz de persuadir a nadie, ni siquiera cuando se refiera a esperanzas con base real. Por el contrario, hay que abstenerse de decir las cosas que uno mismo no sepa con seguridad, hijo mío; otros, diciéndolo, en alguna ocasión pueden obtener el mismo resultado, pero debe mantenerse acreditada al máximo la capacidad de exhortación de uno mismo para cuando se presenten los peligros más graves.
—Sí, por Zeus, exclamó Ciro, me parece que tienes razón, padre, y esta conducta me complace.
—Me parece que el arte de promover la obediencia de [20] los soldados no es ajeno a mi experiencia, padre, pues tú en un primer momento me lo inculcaste desde pequeño, obligándome a obedecer, luego me entregaste a los maestros, quienes, a su vez, obraban del mismo modo, y, cuando estábamos en la clase de los efebos, nuestro jefe se ocupaba con firmeza de lo mismo; y también me parece que la mayor parte de nuestras leyes, por encima de todo, encierran estas dos enseñanzas: gobernar y ser gobernado. Pues bien, cuando a menudo reflexiono sobre estos asuntos, me parece que, en todos los casos, lo que más incita a la obediencia es alabar y honrar al sujeto obediente, y deshonrar y castigar al desobediente.
—Claro, replicó Cambises, para hacerse obedecer a la [21] fuerza, ése, hijo mío, es el camino; pero para algo mucho más importante que eso, para hacerse obedecer voluntariamente, hay otro camino más corto. En efecto, a quien los hombres estiman más diestro que ellos en lo tocante a sus propios intereses, a éste lo obedecen sumamente gustosos. Y puedes reconocer que esto es así también en muchos otros casos, por ejemplo, en el de los enfermos, con cuánto interés llaman a quienes les van a mandar lo que han de hacer; en el mar, con cuánto interés la tripulación obedece a los pilotos, y con cuánta intensidad desean algunos no ser abandonados por aquellos a quienes consideran que conocen el camino mejor que ellos mismos. En cambio, cuando creen que por obedecer van a recibir algún mal, ni quieren ceder con castigos ni se dejan arrastrar por regalos, pues nadie recibe voluntariamente regalos para su propia desgracia.
[22] —¿Quieres decir, padre, que para hacerse obedecer no hay medio más eficaz que parecer más diestro que sus subordinados?, preguntó Ciro.
—En efecto, dijo Cambises, eso digo.
—Y ¿cómo, padre, podría uno ofrecer rápidamente tal imagen de sí mismo?
—Hijo mío, contestó Cambises, para aparentar ser diestro en lo relativo a los asuntos que quieras, no hay camino más corto que llegar a ser diestro en ellos 61 . Cuando los examines uno a uno comprenderás que te digo la verdad. En efecto, si tú, no siéndolo, quieres aparentar ser un buen campesino, un buen jinete, un buen médico, un buen flautista o cualquier otra cosa, imagínate cuántos ardides habrás de ingeniar para aparentarlo. Incluso, si convencieras a mucha gente para que te alabaran con vistas a adquirir fama, y te procuraras bellos equipos para cada uso de estos oficios, de momento engañarías, pero, poco después, cuando dieras en intentarlo, te revelarías además como un cumplido fanfarrón.
[23] —¿Pero cómo podría uno llegar a ser realmente diestro en algún oficio que le vaya a ser útil?
—Es evidente, hijo mío, contestó Cambises, que, en lo que respecta a cuantas materias se llegan a conocer después de aprenderlas, ello es posible a base del aprendizaje, como tú aprendiste el arte táctica; pero, en lo que respecta a cuantas materias no pueden ser aprendidas por los hombres ni previstas por la previsión humana, es a base de consultar a los dioses a través de la adivinación como podrías ser más diestro que otros; y aquello que comprendieras que es preferible que sea realizado, es ocupándose de ello como podría realizarse, pues el ocuparse de su deber es más propio de varón sensato que el descuidarlo.
Sin embargo, el camino que hay que seguir para hacerse [24] amar por los soldados, prosiguió, cosa que en mi opinión se encuentra entre las tareas más importantes, evidentemente es el mismo que cuando se desea recibir el afecto de los amigos 62 ; en efecto, creo que uno se debe mostrar como su protector. Pero, hijo mío, dijo, es difícil todo esto: tener la capacidad de beneficiar siempre a quienes uno desee beneficiar, mostrar que compartes su alegría si les sobreviene un éxito, que compartes su aflicción si les ocurre una desgracia, que tienes interés en ayudarles en las dificultades, que temes vayan a cometer un error y que intentas tomar medidas para que no lo cometan. Esta disposición es, sin duda, muy necesaria para prestarles ayuda. También durante las acciones guerreras debe ser manifiesto [25] que el jefe les supera en aguantar el sol en verano, el frío en invierno y las fatigas en el transcurso de las dificultades 63 . Pues todos estos factores contribuyen a granjearse el afecto de los subordinados.
—¿Quieres decir, padre, preguntó Ciro, que el jefe debe tener más aguante que sus subordinados a la hora de enfrentarse a todas las situaciones?
—En efecto, eso digo, respondió Cambises. Sin embargo, hijo mío, ten confianza, pues sabe bien que las mismas fatigas no alcanzan de modo semejante al jefe y al individuo particular, aunque tengan unas condiciones semejantes, sino que la honra, de algún modo, alivia las fatigas del jefe y también el consuelo de saber que nada de lo que haga va a pasar inadvertido 64 .
[26] —En el momento en que ya, padre, los soldados tengan cubiertas las necesidades, estén sanos, sean capaces de soportar las fatigas, estén ejercitados en las artes guerreras y ansiosos de demostrar su valor y les agrade más obedecer que desobedecer, en ese momento ¿no te parecería sensato que uno quisiera ir a combatir con los enemigos cuanto antes?
—Sí, por Zeus, exclamó Cambises, si se va a vencer; si no, yo, por mi parte, creería tanto más en mi propia valentía y en la de los hombres que me siguen cuanto más precavido fuera, como también intentamos hacer con la mayor seguridad el resto de las acciones que creemos son de la máxima importancia para nosotros.
Consejos para adquirir ventaja sobre los enemigos. 1) Ser tramposo
[27] —Pero ¿cuál es el mejor medio para adquirir la superioridad sobre los enemigos, padre?
—Por Zeus, respondió Cambises, lo que me preguntas no es ya un asunto desdeñable ni sencillo; pero sabe bien que quien lo pretenda conseguir debe ser conspirador, disimulado, tramposo, mentiroso, ladrón, bandido y superior en todo a sus enemigos.
Y Ciro, echándose a reír, dijo:
—Por Heracles, padre, ¡en qué clase de hombre dices tú que debo convertirme!
—Con tal conducta, hijo mío, serías el varón más justo y conforme a las normas establecidas.
—¿Entonces, cómo es que cuando éramos niños y efebos [28] nos enseñabais lo contrario?
—Sí, por Zeus, replicó Cambises, y todavía en la actualidad lo hacemos de cara a amigos y conciudadanos, pero, para ser capaces de perjudicar a los enemigos, ¿no sabes que aprendisteis muchas malicias?
—Por mi parte, yo no, padre, dijo Ciro.
—Entonces, preguntó Cambises, ¿para qué aprendíais a tirar al arco, a disparar la lanza, a cazar jabalíes engañándolos con redes y fosas, y a ciervos con cepos y cuerdas? ¿Por qué no luchabais con leones, osos y leopardos en igualdad de condiciones, y siempre intentabais combatirlos con algún tipo de ventaja? ¿O no comprendes que todo eso son malicias, engaños, trampas, y ventajas fraudulentas? 65 .
2) Engaños
—Sí, por Zeus, exclamó Ciro, pero se [29] trataba de animales salvajes; en cambio, si se trataba de hombres, aunque sólo diera la impresión de pretender engañar a alguien, sé que recibía muchos golpes.
—En efecto, no os permitíamos, creo, tirar al arco, ni disparar la lanza a personas, sino que os enseñábamos a tirar a un blanco para que en ese momento no dañarais a los amigos, pero para que, si alguna vez se producía una guerra, pudierais apuntar a hombres también. Y os educábamos en el arte del engaño y de la ventaja fraudulenta no en caso de los hombres, sino de animales, y no para dañar a vuestros amigos en estos ejercicios, sino para que, si alguna vez se producía una guerra, no estuvierais desentrenados al respecto.
[30] —Así que, padre, dijo Ciro, si es útil conocer ambas conductas: beneficiar y perjudicar a los hombres, se nos debían haber enseñado también ambas en el caso de los hombres 66 .
[31] —Se dice, hijo mío, dijo Cambises, que en tiempos de nuestros antepasados hubo una vez un maestro de niños que, efectivamente, les enseñaba la justicia, como tú pides, enseñándoles a no mentir y a mentir, a no engañar y a engañar, a calumniar y a no calumniar, a no ganar por medios fraudulentos y a ganar por medios fraudulentos. Y delimitaba dentro de esas conductas qué había que hacer a los amigos y qué a los enemigos. Incluso les enseñaba que es justo engañar también a los amigos, al menos si es para obtener provecho, y robarles las pertenencias para [32] sacar provecho también. Con estas enseñanzas también era forzoso que los niños 67 se entrenaran para practicarlas entre ellos, como dicen que los griegos enseñan a los niños a servirse del engaño en las competiciones atléticas y a entrenarse entre ellos para poder practicarlo. Así pues, algunos que así habían llegado a ser expertos tanto en engañar como en ganar por medios fraudulentos y quizá sin ser tampoco inexpertos en codicia, no se abstenían de intentar ganar por medios fraudulentos ni con sus amigos. A [33] partir de estas acciones, se gestó un decreto, en vigor todavía en nuestros días, por el que simplemente se enseñara a los niños, como nosotros enseñamos a los criados a que en su comportamiento con nosotros digan la verdad, no engañen, no roben ni saquen ganancia por medios fraudulentos, y, si hacen algo al margen de estas normas, se les castigue para que, acostumbrados a tal hábito, lleguen a convertirse en ciudadanos más dóciles. Y, cuando llegaban [34] a la edad que tú tienes ahora ya parecía libre de peligro enseñarles también normas contra los enemigos 68 , pues parecía que ya no os dejaríais arrastrar a ser ciudadanos incivilizados habiendo sido criados en el respeto mutuo. Así como tampoco nosotros conversamos sobre temas amorosos con los demasiado jóvenes, para evitar que, como se añade su ligereza en el actuar a su fuerte deseo, los jóvenes hagan uso de esa ligereza desmedidamente.
3) Actuar por sorpresa
—Sí, por Zeus, dijo Ciro. Pues bien, [35] considerando que yo he llegado tarde a instruirme en esas ventajas fraudulentas no escatimes, padre, explicaciones, si es que puedes enseñarme la manera de ser superior a mis enemigos.
—Pues bien, replicó Cambises, ingéniatelas como puedas para procurar sorprender con tus hombres bien ordenados a los enemigos en desorden, con tus hombres bien armados a los enemigos desarmados, con tus hombres despiertos a los enemigos dormidos, y para procurar recibir su ataque cuando ellos sean visibles para ti, mientras tú seas invisible para ellos; cuando ellos estén en terreno desfavorable, mientras tú estás en lugar bien defendido.
[36] —Y ¿cómo, padre, preguntó Ciro, podría uno sorprender a los enemigos en tales descuidos?
—Hijo mío, replicó Cambises, tanto vosotros como vuestros enemigos inevitablemente tenéis que pasar por muchas situaciones de este tipo, pues es inevitable que ambos bandos hagáis la comida y es inevitable que ambos descanséis y que, al alba, casi todos a la vez tengáis que retiraros para hacer vuestras necesidades, y es inevitable también hacer uso de los caminos sea cual sea el estado en que estén. Tienes que percatarte de todas estas situaciones, y en lo que tú sepas que sois más débiles, a ello sobre todo dedica tu atención, y en lo que notes que los enemigos son fáciles de dominar, por allí sobre todo debes atacarlos.
4) Inventar nuevos ardides
[37] —¿Pero la superioridad frente a los enemigos consiste sólo en tomar estas medidas, o existen otras de otro tipo?
—Sí, hay muchas más, hijo mío, respondió Cambises. En efecto, todos en general prestan rigurosa vigilancia a estas medidas porque saben que son necesarias. Pero quienes engañan a los enemigos también pueden hacer que se confíen para cogerlos desprevenidos, permitirles que les persigan para hacer que se desordenen y atraerlos con la huida a un terreno desfavorable para echárseles allí encima.
Pero, hijo mío, continuó Cambises, si quieres aprender [38] todos los ardides, tienes que servirte no sólo de los que aprendas, sino que también tú mismo debes ser inventor de ardides contra los enemigos, como también los músicos no se sirven sólo de las composiciones que aprenden, sino que también intentan componer otras nuevas. Y las composiciones que son lozanas son vehementemente celebradas en la música, pero en la guerra son mucho más celebrados los nuevos ardides, pues pueden engañar mejor a los adversarios. Y si tú, hijo mío, prosiguió Cambises, no hicieras [39] más que adaptar para los hombres los ardides que ingeniaste para las fierecillas 69 , ¿no crees que llevarías mucho adelantado para aventajar a tus enemigos? En efecto, cuando en lo más riguroso del invierno ibas a cazar pájaros, te levantabas y te ponías en marcha de noche, y antes de que los pájaros se desplazaran del lugar, tú habías confeccionado las redes para atraparlos y habías igualado el suelo removido con el no removido. Y habías amaestrado pájaros 70 , de suerte que estuvieran a tu servicio en el momento conveniente y engañasen a los pájaros de su misma especie; tú, entretanto, permanecías al acecho escondido, de suerte que los pudieras ver, pero ellos no te vieran a ti; y te habías ejercitado en tirar de las redes antes de que las aves huyeran.
Y para cazar la liebre 71 , ya que come en la oscuridad [40] de la noche y se esconde durante el día, criabas perras que por el olfato la encontraran. Pero, como huía rápidamente en cuanto la encontraban, tenías adiestradas otras perras para que la atraparan a la carrera; y, si se les escapaba también a éstas, como conocías sus vías de escape y a qué clase de sitios huían, las liebres eran atrapadas, ya que en esos sitios extendías unas redes que no se vieran, y la propia liebre, en la precipitación de la huida, caía y se enredaba. Y para que no se escapara de allí colocabas unos hombres que vigilaran lo que pudiera ocurrir y que, situados muy cerca, estaban dispuestos a echarse sobre ella rápidamente. Tú mismo desde atrás con un grito lanzado no más tarde que los chillidos de la liebre, la asustabas, de suerte que, al quedarse aturdida, fuera atrapada, y en cuanto a los hombres que estaban delante, les enseñabas a que estuvieran en silencio y les hacías esconderse al acecho. [41] Así que, como dije antes, si quisieras emplear ardides de este tipo con los hombres, no sé si serías vencido por un enemigo; pero, si alguna vez es inevitable que ambos ejércitos traben combate en terreno llano, a la vista de todos y bien armados, en tal caso, hijo mío, verdaderamente valen mucho las ventajas preparadas con mucha antelación. Y yo te digo que estas ventajas existen cuando los soldados están bien entrenados físicamente, bien templados psíquicamente y han hecho buena práctica en las artes guerreras.
Cómo actuar en cada situación
[42] Tienes que saber, además, esto bien: todos aquellos a quienes exiges obediencia también te exigirán que veles por ellos. Por tanto, que tu espíritu no esté nunca desprevenido; de noche estáte atento a lo que puedan hacerte tus subordinados cuando llegue el día, y de día, para que las noches transcurran apacibles.
Cómo se ha de ordenar el ejército para la batalla 72 , [43] cómo conducirlo de día o de noche, por caminos angostos o desahogados, montañosos o llanos, cómo acampar 73 , cómo disponer los centinelas nocturnos y diurnos, cómo dirigirse hacia el enemigo o retirarse de él, cómo vadear una ciudad enemiga, cómo marchar contra sus murallas o evitarlas, cómo atravesar valles boscosos 74 y ríos, o cómo defenderse de la caballería, de los lanceros o de los arqueros, o, si se te presentaran los enemigos de improviso cuando marchas en columna, cómo debes aguantar el ataque, y, si se te presentasen los enemigos por cualquier otro lado que no sea de frente cuando marches tú en línea de combate 75 , cómo hay que contraatacarles, de qué manera se podrían conocer al máximo los planes de los enemigos y de qué manera ellos conocieran menos los tuyos 76 ¿debería decirte yo todas estas técnicas? Todo cuanto yo sabía, muchas veces me los has oído decir; además, de ninguno de los que parecen entendidos en estas materias has dejado de escuchar ni de aprender algo. Así que, ante la coyuntura, en mi opinión, debes hacer uso de los consejos que en cada momento te parezcan convenientes.
No actuar en contra de los presagios
[44] Aprende también de mí, hijo mío, continuó Cambises, esto que es lo más importante: no pongas en peligro tu persona ni tu ejército en contra de los presagios y augurios, pues debes saber que los hombres eligen realizar empresas a partir sólo de conjeturas [45] sin saber de cuál de ellas obtendrán bienes. Podrías sacar esta lección de los propios hechos ya sucedidos, pues ya desde antiguo muchos hombres, incluso los que parecían más sabios en estos asuntos, persuadieron a ciudades para que emprendieran la guerra contra aquellas a mano de las cuales perecieron quienes se habían dejado persuadir para atacarles; muchos otros engrandecieron a multitud de individuos y ciudades a mano de los cuales, una vez encumbrados, sufrieron los más grandes males; y muchos otros que tuvieron la posibilidad de tratar como amigos a determinadas personas y obtener muchos beneficios, por preferir tratarlos como esclavos más bien que como amigos, recibieron castigo a mano de esas mismas personas; a muchos otros que tenían lo que les correspondía, no les bastó con vivir agradablemente, y, por haber deseado ser dueños de todo, no conservaron ni siquiera lo que tenían; y muchos otros, tras haber conseguido el tan deseado oro, por su causa perecieron 77 . Así resulta que la [46] sabiduría humana no sabe en modo alguno elegir lo mejor más que un hombre que echara a suerte su conducta y conforme al resultado actuara. En cambio, hijo mío, los dioses, por ser eternos, saben todo: el pasado, el presente y lo que resultará de cada uno de los acontecimientos, y, de entre los hombres que los consultan, a aquellos a quienes se muestren propicios les anuncian lo que es necesario hacer y lo que no. Y si no quieren aconsejar a todos, no es nada extraño, pues no están obligados a ocuparse de los que no quieran.