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LA ÉTICA DEL SÓCRATES JENOFONTEO

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La filosofía presocrática había estudiado sobre todo el kósmos. Los sofistas, y Sócrates contemporáneamente con ellos, hicieron volver al hombre del mundo de los fenómenos materiales a la contemplación de su propia naturaleza interior. Los sofistas hicieron de la mente del hombre la medida de todas las cosas. Sócrates, que sabía bien los límites del conocimiento humano, empleó la mente individual como medio para un fin más elevado y buscó el «verdadero conocimiento» para los hombres líderes, separando lo esencial de lo que no lo es. Este verdadero conocimiento es el fin supremo del hombre (IV 5, 6) porque «el hombre no puede obrar sin saber lo que es bueno para él» (III 9, 4; IV 6, 6). El más alto conocimiento es también la más alta virtud, porque es necesario para todas las demás virtudes (III 9, 4, 5). Puesto que la virtud es una forma de conocimiento, puede y debe aprenderse, pero para que sea permanente debe practicarse continuamente (I 2, 19, 23; II 6, 39; III 9, 1 y sigs.). Sólo quien tiene conocimiento reconoce que el autocontrol es mejor que el libertinaje (I 5, 5; II 1, 19, 33; IV 5, 9); la sōphrosýne (no es muy diferente de la sophía en el Sócrates de Jenofonte) es impensable sin el conocimiento de uno mismo.

Toda virtud se identifica con el conocimiento cierto de lo que da verdadera utilidad. El bien (agathón) y la belleza (kalón) aparecen como sinónimos de lo útil (ōphélimon, lysitelés). Lo bueno en sí mismo, la idéa de bondad, es así desconocida para el Sócrates de Jenofonte.

Como la acción humana no puede actuar en todas partes, existen las leyes divinas (IV 19, 6, 3), que, aun no estando escritas, muestran claramente a los mortales lo que tienen que hacer y evitar en relación con los dioses; por otro lado tenemos las nómoi ts póleōs, que regulan la actividad entre los seres humanos (IV 6, 6 y sigs.; IV 4, 16). Éstas no nos imponen deberes específicos, pero nos brindan amplia protección, hasta el punto de que es locura ser ciudadano del mundo y renunciar a pertenecer a un Estado concreto (II 1, 14 y sigs.). En tanto que las nómoi proporcionan las normas para una acción correcta, tò díkaion (lo justo) es sinónimo de tò nómimon (lo legal) (IV 4, 12, 6, 6). El último fin de todo esfuerzo es la felicidad (eudaimonía) (II 1, 33). Como resultado de un esfuerzo inteligente y recto, Sócrates la llama eupraxía, para distinguirla de la eutychía (III 9, 14).

La ética socrática, expuesta así a grandes rasgos, puso los cimientos sólidos sobre los que Platón edificaría posteriores estructuras.

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