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Capítulo 1
EL DESEMPEÑO INTERMINABLE
Оглавление¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne? Gálatas 3:3
¡Bancarrota! La palabra tiene un sonido horrible. De hecho, es más que una palabra, es una expresión. Significa fracaso, falta de solvencia, incapacidad de pagar las deudas, quizás la ruina financiera. Incluso en nuestra sociedad laxa y permisiva, estar en la bancarrota conlleva cierto grado de desgracia y vergüenza. ¿Puedes imaginarte a un hijo presumiéndole a sus amigos que su papá se ha declarado en bancarrota?
En la esfera moral, la palabra bancarrota tiene una connotación aún más despectiva. Decir que una persona está en la bancarrota moral es decir que él o ella carecen de toda cualidad moral. Es como comparar a esa persona con Adolfo Hitler. Es casi la peor cosa que puedes decir sobre una persona.
Ahora bien, quizá nunca lo hayas pensado de esta manera, pero tú estás en la bancarrota. No me refiero a tu condición financiera o a tus cualidades morales. Puedes estar financieramente tan sólido como el Peñón de Gibraltar y puedes ser la persona más distinguida de tu comunidad, pero aun así estás en bancarrota.
Tú y yo, y todas las personas en el mundo, estamos espiritualmente en la bancarrota. De hecho, toda persona que ha vivido en el mundo, excepto Jesucristo (sin importar su estado moral o religioso) ha estado en la bancarrota espiritual. Lee esta declaración escrita por el apóstol Pablo sobre nuestra bancarrota:
Como está escrito:No hay justo, ni aun uno;No hay quien entienda,No hay quien busque a Dios.Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. (Romanos 3:10-12)
No hay justo, no hay quien busque a Dios, no hay quien haga lo bueno, ni siquiera uno. Esto es bancarrota espiritual en su estado más absoluto. Usualmente, en un negocio en bancarrota, la compañía aún posee algunos recursos que pueden ser vendidos para pagar parcialmente sus deudas. Pero nosotros no tenemos recursos, nada que le podamos entregar a Dios como pago parcial de nuestra deuda. Incluso “nuestras justicias [son] como trapo de inmundicia” a sus ojos (Isaías 64:6). Éramos indigentes espirituales. Teníamos una deuda que no podíamos pagar.
Entonces aprendimos que la salvación es un regalo de Dios; es completamente por gracia a través de la fe—no por obras, para que nadie se gloríe (Romanos 6:23; Efesios 2:8-9). Renunciamos a la confianza en cualquier justicia propia y nos volvimos en fe a Jesucristo para nuestra salvación. En ese acto esencialmente nos declaramos en bancarrota espiritual.
¿Pero en qué clase de bancarrota nos declaramos? En el mundo de los negocios, las compañías en problemas financieros forzadas a la bancarrota tienen dos opciones, conocidas como capítulo 7 y capítulo 11, de acuerdo a los respectivos capítulos en la reglamentación federal sobre bancarrota. El capítulo 11 trata con lo que podríamos llamar una bancarrota temporal. Esta opción es elegida por una compañía básicamente sana que, dándole tiempo, puede salir de sus problemas financieros.
El capítulo 7 es para la compañía que ha llegado al final de su cuerda financiera. No solo está sumergida en deudas, sino que tampoco tiene futuro como un negocio viable. Se le obliga a liquidar sus recursos y pagarles a sus acreedores, frecuentemente en una proporción muy baja como la de diez centavos por cada dólar. La compañía está acabada. Los dueños o los inversores pierden todo lo que han puesto en el negocio. A nadie le gusta la bancarrota del capítulo 7.
¿Bancarrota temporal o permanente?
Así que, ¿qué tipo de bancarrota declaramos? Para utilizar la analogía de los negocios, ¿caímos bajo el capítulo 7 o bajo el capítulo 11? ¿Fue permanente o temporal? Sospecho que la mayoría de nosotros diría que declaramos la bancarrota permanente. Al confiar solamente en Jesucristo para nuestra salvación, nos percatamos de que no podemos añadir ninguna medida de buenas obras a lo que él ya hizo. Creemos que él pagó completamente nuestra deuda por el pecado y nos aseguró el regalo de la vida eterna. No hay nada más que podamos hacer para ganarnos nuestra salvación, así que, utilizando la analogía de los negocios, diríamos que nos hemos declarado en bancarrota permanente.
Sin embargo, creo que la mayoría de nosotros realmente nos declaramos en bancarrota temporal. Habiendo confiado solamente en Cristo para nuestra salvación, hemos regresado sutil e inconscientemente a una relación de obras con Dios en nuestras vidas cristianas. Reconocemos que incluso mediante nuestros mejores esfuerzos no podemos obtener el cielo, pero creemos que mediante ellos sí podemos obtener la bendición de Dios en nuestra vida diaria.
Después de convertirnos en cristianos comenzamos a hacer a un lado nuestros pecados más evidentes. También comenzamos a asistir a la iglesia, ponemos dinero en el plato de la ofrenda y quizá nos unimos a un pequeño grupo de estudio bíblico, Vemos algunos cambios positivos en nuestro estilo de vida y comenzamos a sentirnos bien con nosotros mismos. Ahora estamos listos para emerger de la bancarrota y pagar con nuestros méritos la vida cristiana.
Entonces viene un día cuando caemos espiritualmente. Regresamos a un antiguo pecado o fallamos en hacer lo que debemos. Debido a que pensamos que ahora estamos por nuestra cuenta, labrando nuestro propio camino, asumimos que hemos perdido todas las bendiciones de Dios por algún periodo indeterminado de tiempo. Nuestra expectativa de la bendición de Dios depende de cuán bien sentimos que estamos viviendo la vida cristiana. Declaramos una bancarrota temporal para entrar en su reino, así que ahora podemos y debemos labrar nuestro propio camino con Dios. Fuimos salvados por gracia, pero vivimos dependiendo de cuán bien nos comportamos.
Si piensas que estoy exagerando, haz esta prueba. Piensa en alguna ocasión reciente en que hayas fallado espiritualmente. A continuación, imagina que inmediatamente después te encontraste en una magnífica oportunidad de compartir el evangelio con un amigo no creyente. ¿Podrías haberlo hecho con la completa confianza en la ayuda de Dios?
Somos legalistas por naturaleza; es decir, naturalmente pensamos que cierta cantidad de desempeño nuestro nos hace acreedores a cierta cantidad de bendiciones de Dios. El apóstol Pedro pensó de esta manera. Después de escuchar la conversación de Jesús con el joven rico, le dijo a Jesús, “Nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?” (Mateo 19:27). Pedro ya había calculado sus méritos y quería saber cuánta recompensa obtendría.
No solo somos personas legalistas por naturaleza, nuestra cultura cristiana refuerza esta actitud en nosotros. Somos exhortados a asistir a la iglesia regularmente, a tener un tiempo devocional para estudiar nuestras Biblias, orar y memorizar las Escrituras, somos exhortados a testificar a nuestros vecinos y a ofrendar para las misiones, todas son actividades cristianas importantes. Aunque nadie lo dice de esta forma, de alguna manera se crea en nuestra mente la vaga impresión de que es mejor hacer esas cosas, o de lo contrario Dios no nos bendecirá.
Después nos volvemos a la Biblia y leemos que debemos trabajar en nuestra salvación, buscar la santidad y ser diligentes para añadir a nuestra fe virtudes como la bondad, conocimiento, dominio propio y amor. De hecho, encontramos que la Biblia está llena de exhortaciones a hacer buenas obras y seguir las disciplinas del crecimiento espiritual. Insisto, debido a que somos legalistas por naturaleza, asumimos que nuestro comportamiento o desempeño en estas áreas nos otorgan las bendiciones de Dios en nuestras vidas.
Lucho contra estas tendencias legalistas incluso a pesar de saber que no debo pensar así. Algunos años atrás, estaba designado para dar una conferencia en una gran iglesia en la costa oeste. Llegué quince minutos antes del servicio dominical y me enteré de que un miembro del personal de la iglesia había fallecido un día antes. La iglesia estaba conmocionada y de luto.
Contemplando la situación, me percaté de que mi mensaje “desafío a discipular” era totalmente inapropiado. Ese día, la congregación necesitaba ser consolada y animada, no desafiada. Sabía que necesitaba un nuevo mensaje, así que comencé a orar en silencio, pidiéndole a Dios que trajera a mi mente un mensaje adecuado a esta situación. Entonces comencé a calcular mis méritos y deméritos de ese día: ¿Tuve un tiempo devocional en la mañana? ¿Albergué pensamientos lujuriosos o dije alguna mentira? Había caído en la trampa del desempeño.
Rápidamente reconocí lo que estaba haciendo, así que dije, “Señor, no conozco la respuesta a ninguna de estas preguntas, pero eso no importa. Vengo a ti en el nombre de Jesús y, en base a sus méritos solamente, pido que me ayudes”. Un versículo de la Biblia vino a mi mente y con él, un breve bosquejo de un mensaje que sabía sería apropiado.
Me dirigí al púlpito y literalmente preparé el mensaje mientras hablaba. Dios contestó mi oración.
¿Por qué contestó Dios mi oración? ¿Fue porque tuve un tiempo devocional esa mañana o cumplí ciertas disciplinas espirituales? ¿Fue porque no albergué pensamientos pecaminosos ese día? No, Dios contestó mi oración por una sola razón: Jesucristo ya había comprado esa respuesta dos mil años atrás en una cruz romana. Dios contestó en base a su gracia solamente, no por mis méritos o mis deméritos.
Uno de los secretos mejor guardados de los cristianos en la actualidad es este: Jesús pagó todo. Me refiero a todo. No solo compró tu perdón de pecados y tu entrada al cielo. Él compró toda bendición y cada respuesta a la oración que recibirás. Cada una de ellas, sin excepción.
¿Por qué es un secreto tan bien guardado? Por una razón, tenemos miedo de esta verdad. Tenemos miedo de decirnos, incluso a nosotros mismos, que no tenemos que hacer nada más, que todo el trabajo ha sido hecho. Tenemos miedo de que si realmente creemos esto, seremos perezosos en nuestros deberes cristianos. Pero el asunto central es que realmente no creemos que estemos todavía en bancarrota. Ya que hemos entrado al reino de Dios solamente por gracia y solo por el mérito de Otro, ahora intentamos pagar nuestro andar mediante nuestro comportamiento. Nos declaramos solamente en bancarrota temporal e intentamos ahora vivir por las buenas obras en lugar de por gracia.
Toda la experiencia cristiana frecuentemente se describe en tres fases distintas: justificación, santificación y glorificación.
Justificación, es decir, ser declarado justo ante Dios mediante la fe en Jesucristo, es un evento que ocurre una vez en la vida. Es esa ocasión en nuestras vidas cuando fuimos salvados. Es la experiencia de Efesios 2:8: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe”.
Santificación, es decir, crecer en semejanza a Cristo, es una experiencia progresiva durante toda nuestra vida cristiana, desde la salvación hasta la glorificación. La glorificación ocurre en el momento en que partimos de esta vida para estar con Cristo. (Claro está que la glorificación realmente tiene su cumplimiento total en la resurrección, pero incluso aquellos que ahora están con Cristo son descritos como “los espíritus de los justos hechos perfectos” [Hebreos 12:23].)
Todos los cristianos concuerdan que la justificación es por gracia a través de la fe en Cristo. Y si pensamos en ello, estamos de acuerdo en que la glorificación también es solamente por la gracia de Dios. Jesús compró para nosotros no solo el perdón de pecados (justificación), sino también la vida eterna (glorificación). Pero la santificación, toda la experiencia cristiana entre la justificación y la glorificación, es otra historia. En el mejor de los casos, se mira la vida cristiana como una mezcla de desempeño personal y la gracia de Dios. No es que conscientemente hayamos pensado todo esto y concluido por ejemplo que nuestra relación con Dios este basada en un 50% en el desempeño y un 50% en la gracia. Más bien lo asumimos inconscientemente y este pensamiento emerge de nuestro legalismo innato, reforzado y alentado por la cultura cristiana en la que vivimos.
De acuerdo a esto, nuestra perspectiva de la vida cristiana puede ser ilustrada por la siguiente secuencia:
De acuerdo a esta ilustración, nuestro concepto de la vida cristiana es una secuencia que va de la gracia a las obras y regresa a la gracia. Sin embargo, la principal tesis de este libro y la verdad que espero demostrar es que esa ilustración debe verse así:
Es decir, que toda la vida cristiana, desde el inicio hasta su final, es vivida en base a la gracia que Dios nos da a través de Cristo.
Regresemos a la analogía de la bancarrota. Si bien es cierto la bancarrota permanente es tan devastadora, existe un lado positivo. El asediado hombre de negocios por fin es libre. Ya no le debe nada a nadie. Sus deudas no fueron completamente pagadas, pero al menos fueron canceladas. Ya no recaen sobre su cabeza; ha sido liberado de las llamadas telefónicas, las demandas y las amenazas de sus acreedores. No pueden acosarlo más. Este hombre de negocios puede estar humillado, pero al menos es libre.
Mientras tanto, el hombre de negocios que se declaró en bancarrota temporal aun lucha para salir adelante. Ha conseguido un respiro de sus acreedores por un periodo de tiempo, pero debe trabajar a marchas forzadas para sacar su negocio a flote. Eventualmente debe pagarle a sus acreedores. Este hombre de negocios no ha sido liberado. En lugar de ello, se encuentra en la banda sin fin del desempeño.
Sin embargo, todas las analogías humanas de la verdad espiritual finalmente se quedan cortas. Nunca podrán reflejar la historia completa, como podemos observar en la analogía de la bancarrota. El hombre de negocios que se declaró en bancarrota permanente no está completamente liberado. Es libre de sus deudas anteriores, pero no de las que incurra en el futuro. Han borrado el pasado de su pizarra, pero debe empezar de nuevo y tratar de mantener su futuro limpio. En el mundo de los negocios, por tanto, no existe realmente una bancarrota permanente en el sentido de tener libertad en cuanto al comportamiento futuro.
Pero las buenas noticias de la Biblia son que, en la esfera espiritual, sí existe una bancarrota total y permanente. No funciona como la bancarrota comercial; es mucho mejor en dos maneras muy significativas.
Primero que todo, en el mundo de los negocios las deudas de la bancarrota permanente nunca se pagan por completo. Los acreedores aceptan una cantidad menor, la cual reciben de los recursos que la empresa liquida. Ni el hombre de negocios en bancarrota ni los acreedores quedan satisfechos. El hombre de negocios, si tiene consciencia, se siente culpable por las deudas que no pagó; y los acreedores no están contentos debido al pago total que no recibieron.
En contraste, la deuda total del cristiano ha sido pagada por la muerte de Cristo. La ley de Dios y la justicia de Dios han sido completamente satisfechas. La deuda de nuestros pecados ha sido marcada con un “¡Pagada por completo!”. Dios está satisfecho y nosotros también. Tenemos paz con Dios y somos librados de la consciencia culpable (ver Romanos 5:1; Hebreos 10:22).
En segundo lugar, no solo la deuda ha sido completamente pagada, no existe la posibilidad de caer nuevamente en deuda. Jesús pagó la deuda de todos nuestros pecados: pasados, presentes y futuros. Como dijo Pablo en Colosenses 2:13, “perdonándoos todos los pecados”. No tenemos que comenzar de nuevo y tratar de mantener nuestra cuenta en cero. La cuenta ya no existe. Tal como lo escribió Stephen Brown: “Dios tomó nuestra cuenta, la rompió en pedazos y se deshizo de ella”.1 Esto es verdad no solo para nuestra justificación, sino también para nuestras vidas cristianas. Dios no registra el marcador, dándonos o reteniéndonos las bendiciones en base a nuestro desempeño. La cuenta ya ha sido cerrada completamente por Cristo. ¡Cuán frecuentemente perdemos de vista esta dimensión del evangelio!
Se nos da entrada al reino de Dios por gracia; somos santificados por gracia; recibimos por gracia bendiciones espirituales y temporales; somos motivados por gracia a obedecer; somos llamados a servir y capacitados para servir por gracia; recibimos por gracia la fortaleza para soportar la prueba; y finalmente, somos glorificados por gracia. Toda la vida cristiana es vivida bajo el reino de la gracia de Dios.
¿Qué es la gracia?
¿Qué es, entonces, la gracia por la que somos salvados y por la que vivimos? La gracia es el favor gratuito e inmerecido que Dios muestra a los pecadores que merecen solamente el juicio. Es el amor de Dios mostrado a los impíos. Es Dios acercándose a las personas que son rebeldes a él.
La gracia se opone directamente a cualquier supuesta dignidad nuestra. Para decirlo de otra manera: La gracia y las obras son mutuamente excluyentes. Como dijo Pablo en Romanos 11:6, “Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia”. Nuestra relación con Dios está basada ya sea en obras o en la gracia. Con él nunca hay una relación basada en las obras más la gracia.
Lo que es más, la gracia no nos rescata primero del castigo de nuestros pecados, nos da nuevas habilidades espirituales solo para después abandonarnos para crecer en madurez espiritual. En lugar de ello, Pablo dijo, “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará [también por gracia] hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6), John newton capturó esta idea de la obra continua de la gracia en nuestras vidas cuando escribió el himno “Sublime gracia”, “Su gracia siempre me libró y me guiará feliz al hogar”.
El apóstol Pablo nos pregunta hoy, como le preguntó a los gálatas, “¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3:3). Aunque el asunto de la circuncisión era el problema específico que Pablo estaba abordando, notemos que no dice, “¿Ahora vais a acabar por la circuncisión?”. Él generalizó el asunto y trató, no con el asunto específico de la circuncisión, sino con el problema de tratar de complacer a Dios con las obras de la carne, el esfuerzo humano, incluso las buenas actividades cristianas y las disciplinas llevadas a cabo con un espíritu legalista.
El mérito de Cristo
El apóstol Pablo, en algunas ocasiones, utilizó la gracia de Dios y los méritos de Cristo como conceptos intercambiables, y yo también lo hago en este libro. Por ejemplo, Pablo dijo,
He aquí, yo Pablo os digo que si os circuncidáis, de nada os aprovechará Cristo. Y otra vez testifico a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley. De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído (Gálatas 5:2-4).
Notemos el paralelismo que Pablo utilizó, “de nada os aprovechará Cristo”; “De Cristo os desligasteis… de la gracia habéis caído”.
En Efesios 2:4-7, Pablo escribió,
Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.
Nuevamente, notemos la cercana conexión entre Cristo y la gracia. Se “nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)”. Y Dios quiere “mostrar… las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.
Aunque la gracia de Dios y el mérito de Cristo no son lo mismo, siempre van juntos en nuestra relación con Dios. No podemos experimentar el uno sin el otro. Al referirse al orden, la gracia de Dios viene primero. Fue debido a su gracia que Dios el Padre envió a su único Hijo para morir en lugar nuestro. Expresándolo de otra forma, la muerte de Cristo fue el resultado de la gracia de Dios; la gracia no es el resultado de la muerte de Cristo.
Pero también es cierto que nuestra experiencia de la gracia de Dios es posible solo mediante la muerte de Cristo. Dios es un Dios de gracia, pero él también es justo en un sentido absoluto; es decir, su justicia no puede pasar por alto la menor infracción a su santa ley. Debido a que Cristo satisfizo completamente la justicia de Dios, ahora podemos experimentar la gracia de Dios. La gracia significa poder recibir las riquezas de Dios por causa de Cristo. Por ello he establecido en este capítulo, y continuaré repitiéndolo una y otra vez en el libro, que Jesucristo ya ha pagado todas las bendiciones que tú y yo recibiremos de Dios el Padre.
Existe una hermosa historia en la vida del rey David que ilustra la gracia de Dios a través de Cristo. Mefiboset era el hijo del entrañable amigo de David, Jonatán, hijo de Saúl. Él quedó paralítico de ambas piernas a la edad de cinco años. Después de que David fue proclamado rey de Israel, quiso mostrar bondad a cualquiera que quedara de la casa de Saúl por causa de Jonatán. Así que Mefiboset (paralítico y pobre, incapaz de cuidarse a sí mismo y sin una casa propia) fue traído a la casa de David y comía a la mesa de David “como uno de los hijos del rey” (2 Samuel 9:11).
¿Por qué fue Mefiboset tratado como uno de los hijos de David? Por causa de Jonatán. Podríamos decir que la amistad fiel de Jonatán con David le “ganó” un asiento a Mefiboset en la mesa de David. Mefiboset, en su estado paralítico y de pobreza, incapaz de mejorar su vida y totalmente dependiente de la benevolencia de otros, es una ilustración de ti y de mí, paralíticos por el pecado e incapaces de ayudarnos a nosotros mismos. David, en su gracia, ilustra a Dios el Padre y Jonatán ilustra a Cristo.
Tal como Mefiboset fue elevado a un lugar en la mesa del rey por causa de Jonatán, así tú y yo somos elevados al estatus de hijos de Dios por causa de Cristo. Y así como sentarse a la mesa del rey implicaba no solo comida diaria sino también otros privilegios, así la salvación de Dios por causa de Cristo conlleva todas las provisiones que necesitamos, no solo para la eternidad sino también para esta vida.
Como para enfatizar el especial privilegio de Mefiboset, el escritor menciona cuatro veces en un corto capítulo que Mefiboset comía a la mesa del rey (ver 2 Samuel 9:7, 10, 11, 13). Tres de esas ocasiones dice que siempre comía a la mesa del rey. Pero el relato comienza y termina mencionando que Mefiboset era lisiado de ambos pies (ver versículos 3, 13). Mefiboset nunca superó su condición de paralítico. Nunca llegó al punto en que pudiera dejar la mesa del rey y valerse por sí mismo. Y tampoco nosotros podemos hacerlo.