Читать книгу Guerras A-D - Jesús A. Ávila García - Страница 5
ОглавлениеEpisodio 1
Un sueño
1
—¡Ya es hora de ir a la escuela! No querrás llegar tarde —dijo la madre de Jessav.
—No, mamá.
El joven se sentó al borde de la cama pensando en por qué su mamá lo despertaba un minuto antes de que sonara el reloj despertador. Se quedó inmóvil un momento mientras juntaba energía para el ritual diario de bañarse, vestirse y desayunar. Siempre había aborrecido tener que quitarse su pijama suave y tibia por las mañanas. Una vez vestido con jeans y una camiseta azul, su color favorito, se paró frente al espejo, contempló su cuerpo delgado y se acomodó el cabello corto, castaño y lacio. No se sentía cómodo con su peso. Además, su estatura alta lo hacía ver aún más delgado. Pensaba que a sus dieciocho años tenía mucho tiempo por delante para encontrar alguna actividad física que lo motivara a subir de peso. Tomó sus lentes y bajó las escaleras.
Su madre lo esperaba en la cocina con dos panes tostados y un vaso con leche. Al ver bajar a su hijo con lentitud le dijo:
—Se está haciendo tarde.
—No lo creo, mamá. Adelanté el reloj algunos minutos.
Comió mientras veía la televisión, que estaba en el canal de noticias. Escuchaba a su espalda el ruido familiar de platos y cubiertos siendo lavados, secados y acomodados. Hace algunos meses su madre tuvo que salir de la ciudad por varios días y Jessav descubrió que además de echarla de menos a ella, extrañaba los sonidos cotidianos a los que estaba acostumbrado desde que era pequeño. Quizá nunca lo aceptaría en voz alta, pero también extrañó que lo levantara una voz familiar antes de que sonara el reloj despertador. Su madre comenzó a silbar y él sonrió; otro sonido que lo hacía sentir en casa.
Al terminar de desayunar, agradeció por la comida y subió a cepillarse los dientes. A los pocos minutos bajó, se despidió de su madre con un beso en la mejilla y salió camino a la escuela. La ciudad en la que vivía era relativamente pequeña y apenas llegaba al millón de habitantes. A pesar de ello Jessav ya había hecho varios intentos para que su padre, que trabajaba en otra ciudad, le comprara un automóvil. «La ciudad es demasiado pequeña para necesitar un automóvil», escuchó mentalmente la voz de su padre.
No se consideraba un optimista y constantemente se encontraba a sí mismo quejándose de situaciones que no le parecían correctas. Aun así, aprendió a disfrutar de los pequeños detalles del día a día. El mundo y la vida cambian constantemente y nunca se sabe cuándo volveremos a presenciar ciertos eventos sencillos que nos alegran el día. Para Jessav, uno de esos detalles era observar el cielo y las nubes. Le reconfortaba mirar el contraste de colores y cómo las nubes se iban alejando a su propia velocidad, independientemente de lo que sucediera en el mundo.
Era una mañana fresca y algunas corrientes de aire hacían que la temperatura pareciera más baja. Al salir de su vecindario, caminó por su calle preferida. De un lado había casas pequeñas y de construcción similar, con gente haciendo sus rutinas de la mañana. Al frente se veía un campo verde con colinas al fondo. En cierto momento del camino un olor a fresas llenaba su nariz, debido a un sembradío que había junto las colinas. Veía el cielo azul y su imaginación volaba con el paisaje; en su mente había creado miles de historias que ocurrían en ese trayecto. Algunas sencillas como imaginarse volando por encima de las colinas. En otras él y sus amigos peleaban contra un dragón que atemorizaba a los habitantes.
Una calle antes de llegar a la escuela, miró su inseparable reloj. Llegaría temprano como siempre. La puntualidad era una obsesión que tenía, la cual aumentó hace unos años cuando llegó tarde a la escuela por quedarse dormido. Decidió que no le sucedería de nuevo y por eso adelantó los relojes de su casa.
Atravesó la puerta principal y caminó sin prisa recorriendo los múltiples patios y estructuras del colegio. Fue al salón de computación que se encontraba casi al final del conjunto de edificios. Había muchas computadoras libres debido a la hora tan temprana. Siempre elegía las que se encontraban al final del aula; no le gustaba que otros leyeran de su pantalla. Mientras caminaba vio a su amigo Agztran sentado. Era un joven de estatura baja, cabello corto, de complexión atlética y piel tostada por las largas horas de ejercicio diario bajo el sol. Jessav le dio un ligero golpe en la cabeza y dijo:
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en clase?
—Perdóname, papá. Llegué tarde y el maestro no me dejó entrar —contestó sin dejar de mirar la pantalla.
—No me sorprende, tardas demasiado en arreglarte —dijo Jessav riendo.
Le parecía increíble la frecuencia con que su amigo llegaba tarde a la primera clase del día, siendo que vivía a solo una cuadra de la escuela. Tenía un repertorio interminable de excusas para su impuntualidad: no sonó el despertador, olvidé las llaves o la tarea a la mitad del camino, no había agua caliente. La lista siempre aumentaba especialmente al final del año escolar.
Los dos jóvenes dejaron de conversar mientras perdían el tiempo en lo que daba la hora de asistir a clase. Mientras cargaba la página, Jessav vio su propio reflejo en la pantalla. No le gustaba usar lentes, pero sin ellos la miopía podía hacer estragos especialmente al tomar notas en las clases. De soslayo miró a su amigo. Estaba sentado sin postura alguna con la cabeza casi tocando el respaldo de la silla. A pesar de eso se veía bien. Secretamente envidiaba que Agztran podía verse bien sin siquiera esforzarse. Ahí estaba, ligeramente despeinado con un brazo sobre la mesa y con la camiseta apretada sobre los bíceps morenos. Más de una persona lo miraba discretamente al pasar sin que él estuviera al tanto.
Dejando a un lado los sentimientos de inseguridad, Jessav abrió su correo electrónico, tenía un mensaje nuevo de su amiga Lormin, a quien él llamaba la reina de los mensajes basura. Agztran le decía que Jessav solo hablaba con ella porque era atractiva, pero no era el caso. La veía como una amiga a la que trataba de ayudar en sus múltiples problemas personales y académicos.
Recogió sus cosas pues se iba acercando la hora de ir a clase. Su amigo lo imitó y salieron juntos hasta el salón. Estaba vacío. Miró la hora y eran las ocho en punto. Ya debería haber por lo menos alguno de sus compañeros.
—¿Por qué no hay nadie? —preguntó Agztran sentándose.
—No lo sé.
—¿Se habrá cancelado la clase?
—Habrían avisado y no recuerdo hayan mencionado eso. Supongo que tú tampoco. No recuerdas ni la dirección de tu casa.
—Qué gracioso —dijo Agztran fingiendo una sonrisa— ¿No me pediste que te recordara algo ayer por la tarde?
—¡Eres un estúpido! La clase no es aquí, es en el laboratorio.
Jessav tomó la mochila de Agztran y la lanzó al fondo del salón. Salió corriendo hacia los laboratorios mientras lo seguía su amigo gritándole que lo iba a lamentar. Al llegar a la clase se detuvieron frente a la puerta. El maestro ya estaba dentro pero aún no comenzaba la sesión. Se sentaron en los únicos lugares disponibles al frente al aula. En silencio sacaron sus cuadernos de notas.
El día transcurrió con normalidad. Entre clase y clase Jessav y Agztran se vengaban mutuamente de las bromas que se hacían, como esconder la mochila, arrojarla al fondo del salón y demás cosas que se le pueden hacer a una mochila. Al final del día escolar los amigos se despidieron, Agztran asistiría a sus clases deportivas y Jessav iría a su casa. Cuando estaba a punto de salir, escuchó una voz familiar.
—¡Hola, Jessav! ¿Adónde vas? —dijo Lormin corriendo hacia él con sus cuadernos en las manos.
—Hola. Voy a mi casa.
—¡Acompáñame a comer! Tengo que contarte algo.
—Está bien, pero no debo tardar mucho —dijo sabiendo que probablemente le esperaba una plática acerca de amores deseados o perdidos.
Se sentaron en una mesa de la cafetería. Lormin habló sin parar, sin dar tiempo a interrupciones. El joven le prestaba atención genuina, en especial porque era una de esas pláticas en las que su amiga no hablaba solamente de ella misma. «¿Sería cierto lo que dice Agztran?», se preguntó mirando a Lormin. Claro, le parecía agradable verla, pero no era solo las facciones delicadas de su rostro, ni su tez blanca ni su cabello rizado que le llegaba a los hombros. Jessav sentía que realmente la ayudaba al escucharla. Ayudar a las personas era un objetivo personal que trataba de cumplir siempre que hubiera oportunidad, aunque no siempre había ocasiones para hacerlo.
Su amiga tenía una habilidad que le parecía interesante. Podía convertirse en una persona diferente mientras hablaba. La semana pasada habló una hora acerca de un chico que la seguía y le mandaba cartas de amor, con poemas que le parecían sacados de libros de primaria; ella no quería lastimarlo, aunque comenzaba a hartarse. Y el día de hoy, Lormin se convirtió en una mujer inteligente que hablaba de sus pensamientos acerca de la vida y el futuro. En medio de la conversación escucharon una voz:
—¿Puedo acompañarlos?
Era Adifer, que se acercó mostrando una de sus características sonrisas radiantes. Era una joven de la misma edad, de baja estatura, delgada, tez blanca, cabello negro y lacio. Usaba lentes para ver, que a Jessav siempre le pareció le quedaban muy bien a diferencia de los propios. Los dos asintieron sonriendo y la invitaron a sentarse. Jessav sentía mucho cariño por Adifer. Ella lo llamaba «hermanito», aunque no tenían ningún parentesco. Era una forma de mostrar el aprecio que sentían el uno por el otro.
Conversaron brevemente y después decidieron quién iría a pedir la comida. La elegida fue Lormin, pero Jessav, al temer recibir futuros comentarios de lo poco caballeroso que fue, decidió ir a pedirla él mismo. Ordenó las tres hamburguesas a la señorita de la caja. Minutos después se encontraban comiendo y conversando. Al terminar, los tres amigos se despidieron y se dirigieron a sus hogares.
Jessav iba pensando. Seguía la ruta que hace tres años le había robado miradas de un lado a otro tratando de descubrir algo especial o mágico en el mundo. Al entrar a casa, su madre lo recibió con un abrazo y él lo devolvió sonriendo. Subió las escaleras y entró a su habitación. Se sentó en el escritorio y sacó el cuaderno en donde tenía anotadas las tareas; para su buena fortuna solo necesitaba redactar un breve ensayo sobre un acontecimiento histórico. Tiempo después su madre lo llamó para cenar. Bajó las escaleras y vio la comida servida en la mesa. Mientras comían conversó con su madre sobre su día. Le parecía tierno que, aunque no ocurriera ningún acontecimiento relevante o de gran importancia, ella siempre lo escuchaba atenta y le hacía preguntas al respecto. Al terminar se cambió a la ropa que usaba para dormir y se recostó en la cama. Este día había sido agotador mentalmente y el sueño lo invadía. Además, estaba a punto de entrar en exámenes finales. Poner toda su atención a los repasos de los temas vistos en el semestre era agotador pero necesario si quería obtener buenas notas.
Recostado en su cama se giró a un lado y observó el cielo a través de la ventana. Gracias al brillo de la luna podía ver las nubes y sus movimientos en el cielo. Escuchó los ruidos de su madre ordenando la cocina y lavando los platos sucios. «Quizá la normalidad es lo que nos hace especiales». Con ese pensamiento se quedó profundamente dormido.
2
Jessav siempre había creído que la monótona normalidad de su vida se compensaba en sus sueños. Era extraño que soñara alguna situación normal o similar a lo que vivía diariamente. La habilidad para controlar los sueños, que adquirió desde pequeño desaparecía el miedo a las pesadillas y lo fue perfeccionando poco a poco. Dentro de cualquier sueño era capaz de volar a voluntad, mover objetos sin tocarlos y hasta atravesar paredes. Secretamente había intentado aplicar estas habilidades en el mundo real sin éxito. Sueños en los que otras personas podrían sentirse atemorizadas o confundidas, Jessav estaba cómodo y seguro.
Esta vez tuvo un sueño que lo dejó con un sentimiento de confusión e inquietud, a pesar de que no ocurrió nada amenazante. Despertó de golpe y miró el reloj. Eran las tres de la mañana. Tomó la primera hoja de papel a la mano y lo escribió para no olvidar detalles:
«Me encontraba en un lugar extraño, parecía otro planeta. Aparecieron Agztran, Lormin y dos ángeles. Su ropa era muy blanca y brillante como sus alas. Sus ojos eran totalmente blancos y parecían hechos de luz. Uno de los ángeles se acercó a Agztran y el otro hacia mí. Nos tomaron de la cintura y nos llevaron volando rápidamente. Lormin se quedó esperando y escuché su voz gritando que a dónde nos llevaban. Miré hacia atrás y vi cómo un gran disco amarillo luminoso, con una mujer encima, tomaba a Lormin y la llevaba en dirección contraria. Durante el viaje los ángeles nos iban explicando que íbamos a ser miembros de un grupo, que servían para proteger ciudades».
Tuvo la sensación de que el sueño fue interrumpido. Ya había soñado con ángeles anteriormente, pero nunca los había visto de esa forma. Una noche soñó que perseguía a un ser con alas por el cielo. Tuvo una sensación de libertad y paz que siempre había querido experimentar en el mundo real. Peleando contra el sueño leyó de nuevo lo que escribió para asegurarse de que mencionaba los detalles importantes. Recostado boca arriba esperó a que la sensación de ansiedad desapareciera y durmió.
3
Al día siguiente, Jessav caminaba a la escuela mirando el suelo. Un viento fuerte sopló y le agitó el cabello. Miró al cielo que estaba completamente nublado. «¿Habrá ángeles volando sobre ellas?». Se imaginó a sí mismo surcando el cielo y sintiendo el aire en el rostro. Bajó la mirada y siguió así hasta llegar a su destino.
Cuando llegó al salón se sentó en su lugar de costumbre. Unos minutos después Agztran cruzó la puerta saludando. El maestro había dado indicaciones de entregar la tarea al comienzo de la clase en el escritorio, aunque él no hubiera llegado aún. Sacó el ensayo de su mochila y Agztran se lo arrebató para mirarlo.
—¿Qué es esto? —preguntó Agztran mirando el reverso de la hoja.
—¡No puede ser! Es un sueño que tuve, debí traerlo junto con los papeles de mi escritorio.
Agztran leyó el sueño sin soltar la hoja. La sonrisa que normalmente tenía antes de burlarse fue desapareciendo poco a poco. Cuando terminó de leer el pequeño párrafo miró a Jessav fijamente.
—Esto es exactamente lo que soñé.
—Si crees que me resulta gracioso, estás equivocado.
—Hablo en serio.
—Qué conveniente que me lo digas justo después de leer la hoja. No es el tipo de sueño que sueles tener.
—Por eso lo recuerdo.
—Así que compartimos un sueño, ¿no te parece romántico?
—Me parece más extraño que romántico.
El maestro entró al salón interrumpiendo la plática. Jessav se sentía emocionado por estar dentro de una situación poco común. No quería hacer del suceso algo más grande de lo que realmente era, ya que no estaba seguro de que se tratara de una de las típicas bromas de Agztran, que parecía tener una afición tan grande para los chistes como para el fútbol.
En el pasado, Jessav le había contado a su amigo algunos de sus sueños y este lo escuchaba como si estuviera viendo una película de acción. Un día le comentó a Jessav que no creía que alguien fuera capaz de soñar cosas tan extraordinarias y que probablemente las había inventado. Jessav no le habló por una semana y desde ese entonces Agztran no bromeaba respecto a ese tema. Recordando la disculpa que su amigo le hiciera en aquella ocasión, le pareció más factible que hubieran soñado lo mismo. Lo que ocurría en su cabeza por las noches era de los únicos temas de los que su amigo no hacía bromas. Así como Jessav aprendió a no hacer bromas sobre la estatura de Agztran, pues parecía estar acomplejado por ser bajo, con todo y que era bien parecido y las horas diarias de ejercicio le dieron una complexión más musculosa que la mayoría de los de su edad.
Al terminar la clase, Agztran aceleró el paso para caminar junto a Jessav mientras iban al siguiente salón y le dijo:
—¿Ya me crees lo del sueño?
—Sí. Al principio pensé que era una de tus bromas.
—Es el problema de estar bromeando todo el tiempo. Estuve recordando y creo que te faltó un pequeño detalle por anotar sobre el sueño.
—¿Cuál detalle?
—El ángel dijo que seríamos miembros de un grupo de ángeles de la luz.
—¡Es cierto! Lo había olvidado.
—¿Y qué haremos ahora?
—Estaba pensando preguntarle a Lormin si soñó lo mismo.
—Tiene lógica. También aparecía en el sueño. ¿Y cómo lo vas a hacer? ¿Vas a esperar a que termine de hablar después de dos horas? —preguntó Agztran. Ambos rieron.
—No pienso darle oportunidad de que empiece.
Los amigos fueron a sus respectivas aulas. El día transcurrió más lento que de costumbre, como siempre que se espera con ansias a que acabe. Los días antes de un examen parecían durar la mitad del tiempo. Agztran estaba sentado en una de las bancas frente a la cafetería. Jessav se colocó junto a él. Ambos sabían que Lormin acostumbraba ir a la cafetería antes de ir a su casa y la esperarían ahí. A los pocos minutos apareció la joven y se dirigió hacia ellos acomodándose el brillante cabello rizado. Antes de que pudiera comenzar alguna conversación, Jessav le dijo:
—¡Lormin! Tengo que preguntarte algo.
—Yo también —comentó ella—. Tuve un sueño de lo más extraño. Como los que tienes tú, Jessav.
—Esto puede volverse interesante —dijo Agztran.
—¿A qué te refieres? —preguntó la amiga.
—Al parecer, Agztran y yo soñamos lo mismo —respondió Jessav.
—Yo soñé que estaba en una plaza con ustedes dos. Llegaron dos hombres con alas que se los llevaron. Una mujer sobre un disco de luz que flotaba me dijo que subiera y me llevó al otro lado de la montaña. Adifer, Homian y Omjand estaban ahí. En cuanto llegué con ellos me desperté.
—Lo sabía —comentó Agztran—, fue lo que soñamos.
—Espero no sea una de tus bromas, Agztran —dijo Lormin.
—¡No lo es! —se defendió el joven—. Aunque la parte con Adifer, Omjand y Homian no la vimos, nos llevaron a otro lugar.
—Nunca había compartido un sueño —comentó Lormin.
—Yo tampoco —dijeron los dos amigos al mismo tiempo.
—Tengo que ir a mi casa temprano. ¿Por qué no hablamos mañana con todos? —sugirió ella—. ¿Y si los demás soñaron también? ¿Qué significa eso?
—No lo sé, quizá estamos participando en alguna locura colectiva —dijo Agztran.
—No debo preocuparme. Un sueño es solo un sueño ¿verdad? —preguntó Lormin con una risa nerviosa.
Ninguno respondió directamente y rieron un poco para no dejarla sola. Lormin se despidió y se marchó. La mente de Jessav giraba alrededor de las últimas palabras de su amiga. Después de unos segundos, Agztran suspiró y se puso de pie.
—Es mejor que nos vayamos. Hasta mañana, Jessav.
—Hasta mañana.
Jessav caminó pensando en los otros tres involucrados. «¿Por qué tenía que ser Homian?», pensó molesto. Era el novio de Adifer. A pesar de que su relación con ella era casi como hermanos, nunca había sabido por qué su amiga se interesó en Homian. Aunque no lo conocía muy bien, no llegaba a agradarle del todo. Sabía que en algún momento debía comenzar a relacionarse por ser el novio de su amiga. Sin embargo, había pospuesto eso por mucho tiempo y quizá el asunto del sueño sería una buena excusa para conocerlo un poco más. En una ocasión, estando de paseo con su madre, coincidieron en un lugar con Adifer y su novio. Después de unos minutos de plática casual, en los que Homian se mostró sumamente amable, siguieron cada quien su camino y su madre le comentó que un día él y Homian llegarían a ser grandes amigos.
Antes de salir de la escuela se encontró con Omjand, que al verlo levantó la mano en señal de saludo. Era un joven de estatura media, de piel morena, cabello negro, corto y muy rizado. Tenía ojos obscuros y una mirada penetrante. Jessav lo consideraba muy inteligente. Omjand le mostraba al mundo un lado intelectual y un poco extravagante, pero en el fondo tenía un gran corazón. Aunque su rostro reflejara seriedad al estar discutiendo algún tema, sus ojos tenían una mirada profunda y llena de compasión. Jessav caminó deprisa a su encuentro y después de unas breves frases de saludo le dijo:
—Omjand, ¿de casualidad no soñaste anoche conmigo, Lormin, Agztran o alguno de nosotros?
—Maybe —fue la respuesta.
—¿Tal vez? —respondió, preguntándose por qué Omjand tendía a contestar en otro idioma o daba respuestas indirectas.
—Es que nunca recuerdo lo que sueño, lo olvido por la mañana.
—¿Has intentado anotarlo al despertar? Eso me ayuda.
—Good idea. Lo intentaré y si recuerdo algo mañana, te aviso.
Sin nada más por discutir, Jessav retomó su camino a casa. Observó a Omjand alejarse caminando apresurado y ligeramente encorvado, perdido en sus pensamientos. Recordó que un día, por alguna razón, hablaron sobre cabellos y peinados. Omjand dijo que llevaba el cabello corto porque, al tenerlo rizado, si lo dejaba crecer parecería una palmera humana. Jessav rio un buen rato después de ese comentario.
Regresando a la realidad, Jessav estaba ansioso por ver a Adifer y preguntarle si había soñado lo mismo. Justo hoy tenía tarea además de prepararse para los exámenes y no le daría oportunidad de llamar por teléfono a los demás. Temió que quizá el sueño era un evento único y no se repetiría.
4
Jessav despertó en la madrugada. Se quedó recostado y pensativo. Había tenido el mismo sueño. Esta vez prestó más atención y notó pequeños detalles pasados por alto la primera vez, los cuales escribió en un párrafo nuevo.
A la mañana siguiente tomó el desayuno con prisa. Llegó a la escuela mirando de un lado a otro para tratar de encontrarse con alguno de sus amigos. Ya que no compartían la primera clase del día, esperó en el umbral de la puerta para divisarlos desde lejos. No tuvo éxito, pero no le importó tanto porque la siguiente hora la compartía con Adifer, Omjand y Homian.
Entró al aula y la mochila de Agztran ya se encontraba en una de las sillas. Colocó sus cosas en el asiento de al lado. Su amigo venía a lo lejos. Antes de que Jessav pudiera hablar, le dijo:
—Tuve el mismo sueño de ayer.
—Yo también. ¿Qué crees que signifique?
—No lo sé. Debemos preguntar a los demás si también sueñan lo mismo.
—¿Y qué hacemos si lo hacen?
—No lo sé. ¿Notaste algo diferente en el sueño esta vez?
—Algunas cosas. ¿Y tú?
—Sí, algo cambió en el ángel que te estaba llevando.
El profesor llegó y les indicó que tomaran sus lugares. No tuvieron más remedio que entrar al salón y dejar la conservación inconclusa. Comenzó la lección y Jessav no encontraba el momento oportuno para preguntarle a Agztran lo que había notado en el sueño. El maestro escribía en la pizarra y Jessav susurró a su amigo:
—Dime qué fue lo que notaste en el ángel que me llevaba.
—Sus alas tenían algo.
—¡Agztran, sal del salón! —dijo el maestro alzando la voz.
—Fue mi culpa, profesor —comentó Jessav tímidamente.
— Si quiere puede acompañarlo afuera.
Agztran le hizo una seña discreta para que se calmara y salió del salón. No tenía caso discutir. La clase transcurrió con la lentitud de siempre. No prestó gran atención al tema expuesto; fue la venganza personal e inútil hacia el maestro. Saliendo buscó a su amigo. Supuso que se había dirigido al lugar en donde tendrían la siguiente lección.
Al llegar al aula, que se encontraba en el tercer piso del edificio, Jessav vio a Adifer dentro y se acercó para preguntarle acerca del sueño.
—Hola, pequeña —le dijo acercándose para saludarla. A diferencia de Agztran, Adifer no se sentía ofendida por hablar de su estatura.
—Hola, hermanito.
—¿Has tenido un sueño extraño últimamente?
—¿A qué te refieres con extraño?
—Un sueño repetitivo.
—La mayoría de mis sueños son repetitivos, desde que soy pequeña.
—¿Has soñado con Homian, Lormin, Agztran, Omjand o conmigo?
—Sí, últimamente.
Estaba a punto de preguntar qué era lo que había visto cuando alguien la tomó de la mano y la alejó un poco. Era Homian. Medía unos centímetros más que Jessav, que de por sí ya era alto. Tenía el cabello lacio, castaño y muy delgado. Alguna vez Jessav le comentó a Adifer que no tardaría en quedarse calvo. Tenía labios gruesos y una mirada dura y retadora con ojos del mismo color que su cabello. Contrastaba con los ojos de Adifer que eran cálidos y amigables.
—¿De qué hablaban? —preguntó Homian.
—De lo que he soñado últimamente.
—Ayer en la noche soñé que Adifer, Lormin, Omjand y yo nos encontrábamos en una plaza —comentó Homian.
Los tres quedaron sorprendidos al darse cuenta de que habían compartido el mismo sueño. Jessav los interrogó rápidamente para conocer los detalles. Se encontraban en una especie de plaza, junto con Omjand. Después llegó Lormin sobre un disco que brillaba con una luz amarilla. Cuatro personas extrañas se acercaron a cada uno de ellos. La que se acercó a Adifer tenía los ojos color azul celeste y el que se acercó con Homian los tenía rojos. Esas personas los llamaban priis, mientras les explicaban acerca de palacios en diferentes ciudades en los que tendrían que vivir y terminaron diciendo que después darían más detalles al respecto. Ni Adifer ni Homian pudieron recordar los nombres de las personas ni de las ciudades.
Al terminar de conversar los tres se quedaron en silencio y se miraban a los ojos. Hubieran permanecido así de no ser por la llegada de Agztran:
—¿Y ahora qué les pasó? —preguntó en un tono serio pero infantil.
—Ellos tuvieron el mismo sueño. Solo falta confirmar si Lormin y Omjand también —contestó Jessav.
Omjand llegó tarde a la clase, así que no le pudieron preguntar acerca del extraño acontecimiento que estaban viviendo. Entre clase y clase fueron discutiendo qué era lo que significaba. Comprobaron después que tal como habían sospechado, Lormin y Omjand también tuvieron el mismo sueño. Al terminar el día escolar se sentaron en la cafetería para seguir discutiendo el asunto.
—¿Exactamente qué fue lo que soñaron? —preguntó Homian mirando a Jessav y a Agztran. Explicaron tratando de no olvidar ningún detalle. A Jessav le pareció que el novio de Adifer mostraba gran interés y le pareció extraño. Siempre había pensado que no tendrían nada en común y que la situación del sueño le sería irrelevante. Había escuchado anteriormente a Homian conversar con otros compañeros sobre deportes o carreras de autos, temas de los que Jessav no tenía el menor interés. Sin embargo, parecía ser que se sentía atraído por las cosas poco comunes. «Por eso le gusta Adifer», pensó Jessav mientras se le escapaba una risa discreta.
Los seis amigos llegaron a la conclusión que no encontrarían la razón de lo que estaba ocurriendo. Omjand y Homian parecían ser los más interesados en saberlo, aunque no pudieron hacer ni una hipótesis. Para cuando lograron recopilar todos los detalles personales del sueño compartido, el sol comenzaba a ocultarse.
—Será mejor que nos vayamos a casa y esperar a soñar lo mismo —dijo Adifer poniéndose de pie y tomando su mochila. Los demás la imitaron.
—Tengo una idea —dijo Omjand caminando hacia la salida— Si tenemos el mismo sueño de nuevo, ¿por qué no intentamos hacer algo distinto en él? Por ejemplo, Lormin puede no subirse al disco amarillo volador.
Les pareció una buena idea y lo intentarían por la noche. Comenzó el ritual de despedida y cada quien se dirigió a su hogar. En el camino a casa Jessav tenía la sensación de que había olvidado algo.
5
Jessav estaba en su habitación, sentado frente al escritorio. La sensación de haber olvidado algo seguía presente desde que salió de la escuela. Recordó lo que había pasado durante el día mientras jugaba con un lápiz agitándolo entre los dedos. Fue recorriendo mentalmente de atrás hacia adelante. Primero la conversación de la cafetería, seguido de las clases que tuvieron en el día, la breve plática con Adifer y Homian, el incidente con el profesor. Y entonces lo recordó. «¡Agztran!», pensó corriendo hacia el teléfono. Eran las diez de la noche y normalmente su amigo no dormía hasta las once. Marcó rápidamente el número que sabía de memoria.
—¿Hola? —dijo una voz.
—¿Agztran? —preguntó Jessav, le costaba trabajo identificar las voces en el teléfono.
—Sí soy yo. ¿Qué pasa, Jessav?
—Perdón por molestarte a esta hora, pero es que recordé que no me terminaste contar.
—¿Sobre las alas del ángel? También olvidé decirte.
—Dijiste que tenían algo extraño.
—Estaban lastimadas o eso me pareció. Sus plumas, o lo que sea que tengan, estaban desacomodadas y me pareció ver manchas rojas.
—¿Estás seguro de que no estaban así desde la noche anterior?
—Estoy completamente seguro.
—Prestaré atención esta vez. No vayas a olvidar lo que propuso Omjand. Sobre intentar cambiar el sueño.
—Eso haré.
—Nos vemos en el sueño.
Regresó a su habitación para terminar la tarea que faltaba. Al guardar todo en su mochila no pudo recordar cuándo fue la última vez que tuvo una conversación con su amigo sin hacer algún tipo de broma. Al recostarse intentó despejar la mente. Esperaba con ansia la hora de dormir, para saber si se repetiría lo de las últimas noches. En el fondo sabía que así sería.
6
Jessav se encontraba en un lugar que le resultaba extrañamente familiar. A su izquierda estaban Agztran y Lormin. «Parece otro planeta». En un instante otro pensamiento le vino a la cabeza. «Estoy en el sueño, de nuevo».
En el cielo había dos figuras humanas que se iban acercando. Observó las alas del ángel que lo recogería. Parecían lastimadas. En el ala derecha había marcas de lo que parecía ser un rasguño. Los ángeles se aproximaron e iban a cargarlos como las veces anteriores. Jessav trató girar el cuerpo y huir, pero le resultó imposible. Lo invadió una gran desesperación. Se sentía paralizado y sin control sobre su propio cuerpo. Intentó gritar y su garganta no podía emitir sonido alguno.
Miró hacia donde estaba Agztran y pudo sentir la desesperación de su amigo como si fuera suya. Con esto solo logró aumentar el sentimiento de impotencia en su interior. Los ángeles los llevaron por la cintura y dijeron el pequeño discurso que los jóvenes ya conocían y tenían casi memorizado. Jessav intentó varias veces agitar los brazos o hablar, pero era inútil. Se sentía como parte de una película que no podía cambiar.
A lo lejos se oyó el grito de Lormin preguntando que a dónde los llevaban. Seguramente la joven había intentado no gritar. Jessav miró a Agztran. Los movimientos que había hecho la primera vez en el sueño se repetían. Estaba seguro que después de mirar a un lado desviaría la mirada al ángel que estaba cargando a su amigo. Podía aprovechar para inspeccionarlo. Como movido por un hilo invisible desvió su vista hacia el ángel que sostenía a Agztran. Sus alas también daban la impresión de estar lastimadas. Notó además que hacía un gesto cada vez que aleteaba, como si sintiera dolor. Las palabras de los ángeles eran las mismas, pero su tono de voz y su velocidad era diferente. No parecía que fuera una reproducción exacta de las veces anteriores. «¿Por qué nosotros no podemos cambiar nuestras acciones y ellos sí se ven diferentes?». No podía hacer otra cosa que esperar a que el sueño terminara. En esta ocasión, más que un sueño le había parecido una pesadilla.
7
Jessav abrió los ojos. Estaba recostado en su cama y tenía frío. Aunque la ansiedad había pasado le quedaba una sensación incómoda en el pecho. Miró al reloj junto a su cama. Marcaba las dos de la mañana. Tenía ganas de levantarse y caminar, pero se sentía agotado. Al día siguiente había clases. Permaneció mirando al techo reflexionando.
Desde pequeño siempre había querido ser distinto a los demás. Los héroes de las caricaturas, tan respetados y queridos por los niños, eran diferentes a la gente común. Tenían poderes y otras habilidades que al pequeño Jessav le hubiera fascinado tener. Esa era una de las razones por las que siempre soñaba despierto caminando hacia el colegio. Ahora a él le estaba pasando algo extraordinario. Un evento que no le ocurre a la gente normal. «¿Por qué a nosotros y no a alguien más?». Con esa pregunta rondando por la cabeza cerró los ojos y durmió profundamente, sin sueños.
8
Homian tomó su reloj de mano. «Las dos de la mañana». Se sentó sobre la cama a pensar. Lo hacía muy a menudo. Podría pasarse horas pensando en cosas que le sucedieron de niño, lo que pasó el día anterior, en alguna pelea con sus padres, en Adifer, en las clases. Analizaba cada situación desde todos los puntos de vista posibles.
Se sentía frustrado debido al sueño que recién tuvo. No consiguió hacer nada distinto a la primera vez. La impotencia lo llenaba de enojo. Respirando profundamente se tranquilizó. No valía la pena sentirse mal por un sueño que nadie sabe qué significa. Se recostó y apartó todo pensamiento de su cabeza. La imagen de Adifer apareció en su mente. La mantuvo ahí hasta que se quedó dormido.
9
Aunque no tenía un reloj a la vista, Adifer sabía que era de madrugada. Sus acciones en el sueño se habían repetido igual que la primera vez. Solo intentó cambiar sus acciones un par de veces y al no conseguirlo se dejó llevar por los acontecimientos. Así logró disminuir el sentimiento de angustia que le ocasionaban los intentos fallidos. Al día siguiente, cuando todos sus amigos discutieran lo que ocurrió, ella intentaría calmarlos. Los comportamientos humanos siempre le habían llamado la atención. Sabía que sus amigos necesitarían de apoyo. Aunque no lo expresó estando con ellos, sentía mucha curiosidad por saber qué significaba aquel sueño repetitivo y compartido. Cerró los ojos tratando de alejar los sentimientos de curiosidad que no la dejarían descansar.
10
Lormin se despertó con un grito ahogado. Tenía los ojos húmedos. Se sentó rápidamente y colocó las manos frente a sus ojos. Las observó mientras movía cada uno de sus dedos por separado. Sentía que en cualquier momento su cuerpo no le respondería como le sucedió en el sueño. Había estado llena de desesperación y angustia. Intentó una y otra vez moverse, pero le era imposible. Su corazón aún latía con fuerza. Fue bajando el ritmo de su respiración hasta que logró tranquilizarse. Tuvieron el mismo sueño y no lo pudieron cambiar. ¿Qué significaba eso? Lormin deseaba que alguno de sus amigos la pudiera confortar en ese momento. Mañana discutirían lo que ocurrió y no lograrían obtener respuestas. No sabía a quién acudir y eso la inquietaba. Se recostó de nuevo y observando sus manos se quedó dormida.
11
Omjand vio la hora y escribió el sueño ahora que lo tenía fresco en la memoria. Una vez terminado, fue a su escritorio y sacó una hoja de papel en blanco y un lápiz. Comenzó a dibujar. Los trazos le llegaban con facilidad como si su mano tuviera una mente propia. No le importaba la hora. Podía dormir poco y no sentirse tan cansado al día siguiente. Era una de las ventajas de padecer insomnio, que aprovechaba leyendo, escribiendo o dibujando. Poco a poco el dibujo a lápiz fue tomando forma. Mostraba la plaza en la que se encontraba durante el sueño, junto con un bosquejo de sus amigos. La mayoría de los dibujos de Omjand eran a lápiz, y casi nunca los compartía con otros. Era una manera de expresar sus sentimientos sin tener que demostrarlos físicamente. Le parecían obras de arte privadas y personales. Lo veía como llevar un diario que solo él podía interpretar. Terminó el dibujo y lo miró largo rato. Después lo colocó bajo su almohada y se acostó. Tardó en callar sus pensamientos y finalmente se durmió.
12
Agztran abrió los ojos y vio la hora en el reloj de pared. Eran las dos de la mañana. Se levantó de la cama y dio un golpe a su almohada. Sintió ganas de salir a correr para calmarse, pero era demasiado tarde y no quería despertar a su familia. Además, debía levantarse en algunas horas. Más tarde, si al despertar seguía alterado, iría a correr antes de asistir a la primera clase del día. Le costaba admitirlo, pero estaba asustado. No le gustaba mostrarse asustado o vulnerable frente a otros. Sentía que algo, sin saber si bueno o malo, se avecinaba. Siempre había tenido cierto instinto para saber lo que pasaría en algunas situaciones donde no había suficiente información. Se volvió a recostar en su cama. Apretó los puños y los relajó lentamente. Suspiró y después de unos segundos se quedó dormido.
13
Después de terminar el periodo escolar todos los amigos en el sueño compartido se reunieron para conversar.
—Yo tampoco pude hacer nada —dijo Lormin en un tono molesto.
—El sueño ya estaba programado para que fuera así. Como una grabación que no se puede modificar —comentó Homian.
Adifer estaba en silencio intentando deducir qué significaba el sueño. ¿Sería acaso una prueba? ¿Alguien estaba jugando con ellos? De ser así, ¿quién sería? Se sintió un poco paranoica. Era como si el sueño los tuviera esclavizados. Hizo un esfuerzo por recordar detalles para ver si se les había escapado algo que pudiera darles un poco de luz en el asunto. En el sueño se encontraba en la cima de una montaña. Había muchas plantas y le pareció un paisaje hermoso y que no había visto antes. A lo lejos vio algo que se acercaba por el aire. Parecía una nube con alas con una mujer encima. Cuando el extraño vehículo estuvo lo suficientemente cerca, observó que los ojos de la mujer eran azul celeste. Le parecieron muy llamativos. Deseó por un instante tener los ojos de ese color poco común y no castaño obscuro. La nube se detuvo frente a ella y la mujer le indicó que subiera. Así lo hizo y la llevó sobre el campo verde que se veía desde la montaña. Subían cada vez más alto. El paisaje, aunque hermoso, estaba desolado y no había señales de animales o de más personas. Llegaron a una plaza. La misma que había visto en los sueños anteriores. Homian la esperaba ahí junto a un objeto esférico envuelto en fuego. Los ojos de su novio tenían un color rojizo que resaltaba su mirada profunda. También combinaba bien con sus labios gruesos. Le pareció que ese debería ser el color natural de sus ojos. Minutos después llegó Lormin, en un disco amarillo que parecía tener luz propia. Después arribaba Omjand dentro de una burbuja con un ligero tono azul marino. El sueño terminaba después de que la mujer comenzara su discurso y la llamara prii Adifer. Sin embargo, hubo algo extraño las últimas veces. La cara de la mujer reflejaba angustia y su voz temblaba de una manera casi imperceptible. Parecía preocupada por algo.
—Adifer…Adifer… ¡Adifer! —gritó Homian agitando su hombro.
—¿Perdón? —preguntó la joven, apartando sus pensamientos y regresando a la realidad.
—Pregunté que si pudiste cambiar el sueño. ¿Lo intentaste?
—No pude. Pero noté que la mujer que me llevó parecía preocupada a diferencia de las ocasiones anteriores.
—El sueño ha estado cambiando —comentó Omjand que no había intervenido en toda la plática.
—Sí, como lo que notamos en las alas de los ángeles —dijo Jessav.
—Será mejor que nos vayamos. No vamos a llegar a ninguna parte simplemente conversando —argumentó Homian poniéndose de pie con autoridad—. Lo más probable es que volvamos a soñar lo mismo. Dejemos que las cosas sucedan y de ahí analicemos si es algo bueno o malo.
14
Lormin apareció junto a Jessav y Agztran. «Estoy en el sueño». Iba a decirlo en voz alta, pero decidió no intentarlo al recordar la desesperación de la noche anterior. En la conversación Adifer sugirió dejarse llevar, como si estuvieran nadando en un río con la corriente fuerte. Entre más pelearan por escapar de ella mayor sería la desesperación.
Sabía que todo sucedería exactamente como las noches pasadas. Los ángeles vendrían volando y se llevarían a Jessav y Agztran. Después ella gritaría que a dónde se los llevaban. Los ángeles eran dos puntos que se hacían cada vez más grandes. Se preguntó si en este sueño el tiempo transcurría a la misma velocidad que en el mundo real. A veces soñaba y le parecía que pasaban horas, pero al despertar se daba cuenta de que habían transcurrido solo unos minutos. Esta vez le pareció que los ángeles venían volando más aprisa que antes y que, a pesar de la distancia, parecían cansados. Su vuelo era irregular en algunos momentos y uno de ellos parecía sentir dolor cuando movía las alas. Un ángel era muy alto, quizá más que Homian que era el de mayor estatura del grupo. Su piel era blanca y tenía cabello negro, corto y rizado, muy parecido al de Omjand. El otro ángel era un poco más bajo, de cabello rubio y también con piel blanca. Ambos le parecieron apuestos y parecían estar en buena forma física. Tenían los músculos muy definidos. Se notaban porque llevaban camisetas blancas y sin mangas. «Espero que si llega a pasar algo nos puedan proteger».
15
Los dos jóvenes estaban de pie observando a los ángeles acercarse. Había una diferencia notable entre los sueños anteriores y el actual. Jessav pensó en hablarle a su amigo. Decidió no hacerlo para no sentir esa sensación de impotencia. Agztran no pudo resistir.
—¡Jessav! —dijo y se sorprendió al escuchar su propia voz.
Se sobresaltó al oír el grito de Agztran. Eso no había pasado antes. ¿Por qué ahora podían cambiar las cosas?
—¡Amigos! —gritó Lormin que se acercaba corriendo. Los tres se miraban confundidos.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué podemos cambiar el sueño? —preguntó la joven.
—No lo sé. Hay algo muy extraño —dijo Jessav mientras señalaba a los ángeles que se aproximaban rápidamente-. Sus alas están sangrando.
Agztran no tuvo tiempo de comentar. Un ángel tomó a los dos jóvenes del brazo elevándolos en el aire. El otro hombre con alas tomó a Lormin de la cintura. Jessav sintió el viento dándole en la cara y supuso que surcaban el cielo con rapidez. Su amigo intentó hablar y las palabras se perdieron en el aire.
—¿Qué dijiste? —preguntó lo más fuerte que pudo.
—¿Qué está pasando? ¿A dónde vamos? —cuestionó Agztran.
—¿Cómo quieres que lo sepa? Siempre nos habían llevado hacia el lado opuesto.
—¡Pregúntale a Lormin! Ella dijo que en el sueño la llevaban en esta dirección.
Jessav intentó llamar la atención de su amiga que estaba a su derecha. El viento dificultaba la comunicación. Iban a una velocidad increíblemente alta. Después de varios gritos finalmente lo escuchó.
—¿Sabes a dónde nos llevan, Lormin?
—Creo hacia la plaza donde están Adifer, Homian y Omjand. Vamos tan rápido que casi no puedo ver el paisaje.
Los ángeles descendieron. En unos segundos se encontraron frente a sus demás amigos. Uno de los ángeles, el más alto, habló:
—Están en peligro. Los enemigos saben en dónde estamos y ya deben estar en camino.
—No se muevan y no salgan del escudo —dijo el otro ángel, mientras él y su compañero alzaban los brazos al mismo tiempo. Una luz blanca salió de sus manos. Se formó una esfera brillante que aumentó de tamaño hasta cubrirlos a ellos y a los jóvenes que miraban asustados.
—Recuerden. No deben salir de la esfera —repitió mientras se alejaban volando. Los seis amigos se reunieron en el centro de la gran esfera de luz que los rodeaba.
—¿Por qué tiene que pasarnos esto? —dijo Lormin con los ojos rojos y al borde del llanto.
—Me pregunto a qué enemigos se refería el ángel cuando mencionó que saben en dónde estamos —preguntó Agztran.
—Deben ser nuestros enemigos, I guess —respondió Omjand.
—¿Realmente estamos seguros aquí dentro? La podemos pasar sin ningún esfuerzo —dijo Homian atravesando con la mano el escudo luminoso una y otra vez—. ¿Cómo es que los enemigos no van a poder entrar?
—No hagas eso. Dijeron que nos quedáramos dentro —dijo Adifer halando a su novio al centro de la esfera.
—¿Por qué querría alguien hacernos daño? No somos más que estudiantes —comentó Jessav.
Se quedaron en silencio mirándose los unos a los otros.
16
Los dos ángeles se detuvieron sobre una colina. Sus ropas eran muy blancas y resplandecían ligeramente al igual que sus ojos. Descansaban brevemente mientras curaban sus heridas. Al poco tiempo retomaron el vuelo.
—¿Crees que estarán bien, Ricgar? —dijo el más bajo de estatura pasando la mano por su cabello rubio.
—Creamos un escudo fuerte, Gammar. Espero que los demonios no los encuentren. Debemos crear una distracción en otra parte, para que no tengan idea de dónde están. Hay otra cosa que me preocupa —dijo cambiando de dirección en el aire. Su compañero lo imitó y preguntó:
—¿Qué es lo que te preocupa?
—¿Cómo es que supieron que ellos estaban en preparación?
—Nos habrán espiado —sugirió Gammar.
—No lo creo. No hablábamos de la transportación frente a nadie. Ni siquiera lo hacíamos delante de los consejeros.
—¿Qué pasa por tu mente?
—Hemos inventado técnicas distintas a las de nuestros antecesores a lo largo del tiempo. ¿Dirías que los demonios también desarrollan habilidades?
—Sí. Algunos se funden en el suelo y desaparecen. Algunos obscuros hacen esferas, parecidas a las nuestras.
—¿No te parece que ellos podrían inventar nuevas técnicas?
—Es posible. ¿Qué técnica pudieron haber inventado? —preguntó Gammar deteniéndose al mismo tiempo que su compañero en la cima de una montaña.
—Pensemos un momento. ¿Qué tenemos que hacer para traer a los elegidos aquí?
—Tomamos energía de las esferas de luz de las ciudades. Y creamos un portal.
—¿Y qué pueden hacer los demonios para saber dónde está el portal?
—Quizá podrían detectar la energía que fluye de las esferas.
—Los demonios se lastiman con la luz. Entre más lejos estén de ella se sienten mejor.
—Entonces solo deben acercarse hacia donde se sientan incómodos.
—Exacto —dijo Ricgar mirando a lo lejos con sus ojos que brillaban con luz blanca.
—Aun así, si ellos los transportan será menos riesgo para nosotros y las ciudades. Nuestro plan no tiene fallas.
—Siempre puede fallar algo. Aunque concuerdo que hemos pensado en todo lo que pudimos. Tengo confianza en que saldrá bien.
—Ahí vienen, compañero.
—¿Estás listo, Gammar?
—Como siempre, Ricgar.
—Si logran capturar a alguno de los elegidos debemos esperar a que los transporten. Después los rescataremos.
Los ángeles fueron volando en dirección hacia lo que parecía ser un enjambre. Un enjambre negro que no era de abejas.
17
—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Lormin angustiada.
Los seis tenían una gama de emociones simultáneas. No sabían qué hacer. ¿Debían quedarse ahí o intentar salir? No había manera de conocer lo que pasaría si elegían cualquiera de las dos opciones.
Jessav pensaba sin cesar. Creía que pensar las cosas no servía de mucho cuando no se contaba con información suficiente para llegar a una conclusión lógica. En este momento sus pensamientos no estaban enfocados hacia qué debían hacer. Tenía una idea que ya había pasado por su mente los días anteriores. El deseo de regresar a su rutina diaria. ¿Qué más daba si no pasaba nada extraño? ¿Era tan malo llevar una vida común y rutinaria? En el fondo sabía que ya había perdido la normalidad de sus días. Quería despertar de este sueño, si es que eso era. Recordó la frase que alguna vez escuchó decir a su madre. Ten cuidado con lo que deseas, porque puede convertirse en realidad.
Dirigió la mirada hacia los demás. La espera y la incertidumbre podría volverlos locos. Omjand parecía sumido en sus pensamientos. Agztran miraba hacia afuera de la esfera de luz que los encerraba. Lormin estaba sentada, abrazando sus piernas con la barbilla recargada en las rodillas. Homian tenía la mirada perdida y tenía los brazos alrededor de Adifer, que apenas le llegaba a la altura de los hombros. Detrás de sus lentes, se notaba que su amiga tenía los ojos húmedos. «¿No puedo hacer algo por mis amigos?», pensó Jessav y se acercó a Agztran y se sentó a su lado.
—¿Cómo te sientes, Agztran?
—Mal. Tengo miedo. Sé que está mal que tenga miedo. Mi padre siempre me dijo que debía ser valiente y afrontara las cosas de las que no estuviera seguro de salir vencedor.
—No está mal tener miedo.
—Los cobardes tienen miedo —comentó Agztran con voz baja.
—No sé qué entiendas por cobarde. Creo que una forma de afrontar las cosas es que a pesar de lo que sintamos, podemos ser nosotros mismos, sin que el miedo nos altere.
Agztran se quedó pensativo. Lo conocía muy bien y, sin decir palabra alguna, sabía que lo que sentía su amigo no era un miedo como de los demás refugiados en el escudo de luz. Agztran tenía miedo de parecer un cobarde ante los demás. Jessav colocó una mano en su hombro para confortarlo. Iba a decir que él también tenía miedo, pero Agztran se puso de pie rápidamente y dijo:
—¿Qué es eso?
Jessav dirigió la vista hacia donde señalaba su amigo y dijo:
—Parece una nube negra o un enjambre.
18
—Son demasiados —comentó Gammar.
—No te rindas antes de comenzar. Confía en ti mismo. ¿Tienes suficientes celdas de poder?
—Suficientes para efectuar dos restauraciones totales.
Volaban hacia el enjambre negro. Sus ojos les permitían observar cosas lejanas como si las tuvieran enfrente. Veían perfectamente a cada uno de los enemigos, aunque faltaban kilómetros para poder encontrarse con ellos. El enjambre se dividió en dos.
—Yo a la derecha —dijo Gammar.
Voló separándose de Ricgar. Los grupos de enemigos se habían alejado notablemente el uno del otro. El ángel se detuvo frente a todo el enjambre. Calculó rápidamente cuántos eran. «Parecen ser sesenta demonios, de tipo obscuro».
Conocía a los demonios perfectamente. Aun así, no dejaba de sorprenderse cada vez que los veía. Eran horribles y negros. Tenían forma humanoide y estaban llenos de espinas. Sus ojos grandes y de color vino reflejan la maldad con la que fueron creados.
Gammar podía distinguir al demonio líder y a los demás rangos. El demonio líder tenía unas alas enormes, como de murciélago. Los demás demonios estaban en el suelo y no tenían alas, pero podían dar grandes saltos. También se podían distinguir por sus estrategias de ataque. El demonio líder permanecía detrás. Los de menor rango siempre iban al frente y eran los que comenzaban el ataque de una manera brusca. Se lanzaban violentamente y trataban de lastimar con sus garras. No tenían ningún ataque a distancia. A este tipo de demonios se les conocía como súbditos o “sub” para abreviar. Los líderes podían lanzar energía de color negro que lastimaban a quien las recibiera directamente. Nunca atacaban primero, sino que esperaba el momento más crítico para hacerlo.
Extendió la mano hacia el frente con la palma hacia arriba. Una serie de luces aparecieron en ella y formaron un signo. «300», pensó Gammar. El signo desapareció e inmediatamente dirigió las manos hacia los demonios sub que se encontraban al frente del enjambre. La mano brilló y una esfera de luz blanca la rodeó. Un segundo después un rayo salió disparado a gran velocidad. Cuando el rayo estaba a punto de llegar con los enemigos, se ramificó golpeando a muchos demonios y creando explosiones luminosas. Por un momento los monstruos fueron cegados por la luz intensa. El ángel podía ver perfectamente a través de ella. Observó cómo la mayoría de los sub se desintegraban. Cuando las explosiones de luz cesaron el enjambre avanzó hacia él. Gammar voló hacia ellos y extendió los brazos. Uno hacia arriba y el otro hacia el grupo de enemigos. La mano que apuntaba hacia el frente disparó un rayo luminoso color blanco. Varios demonios lo esquivaron saltando y otros fueron alcanzados. Encima de la otra mano apareció una esfera que flotaba a unos centímetros de su palma. Movió la mano imitando un lanzamiento y la esfera salió despedida hacia los monstruos.
Un grupo de seis demonios sub saltaron hacia él, tratando de arañarlo. Una garra estuvo a punto de darle en el ala derecha, pero la esquivó con un giro rápido. Con el puño envuelto en un aura blanca y brillante, golpeó al monstruo que salió disparado hacia la tierra. Gammar se distrajo observando cómo chocaba contra el suelo y un demonio le rasgó el ala izquierda. El ángel hizo una mueca y tomó al enemigo de la garra. Otro demonio se abalanzó sobre él. Un rayo de luz salió de los ojos de Gammar aturdiendo al atacante. El ángel descendió tomando al demonio de la garra y lo estrelló con fuerza en el suelo. Al levantar la vista observó a todos los demonios sub dirigirse hacia él. Con la mano derecha disparó rayos de luz hacia sus enemigos. Con el puño izquierdo, iluminado con un aura luminosa, golpeaba a los que estuvieran a su alcance.
Se elevó en el aire. Volaba con dificultad debido a la herida en el ala. Los sub lo seguían dando grandes saltos. Miró sobre su hombro y los contó. Eran veinticinco aproximadamente. Llegó a una colina y se detuvo. Los demonios lo rodearon. Enseñaban sus dientes y gruñían acercándose cada vez más. Gammar gritó apretando los puños mientras un campo luminoso lo rodeaba. La luz se hacía más y más brillante. Sus enemigos intentaron escapar, pero el campo creció demasiado rápido. La luz atrapó a los demonios y fueron desintegrados al instante. Después de unos segundos la luz fue apagándose hasta desaparecer.
Gammar respiraba rápido y con dificultad. Estaba agotado y la herida en el ala era casi insoportable. Cerró los ojos por un momento. Cuando los abrió fijó la vista en su mano derecha. De cada uno de sus ojos salió una diminuta esfera de luz, que comenzaron a girar muy rápido alrededor de su mano haciéndola brillar. Después se tocó el ala dañada y el brillo pasó de su mano hacia la herida, la cual sanó de inmediato. En unos instantes el daño desapareció al igual que el dolor.
El ángel suspiró, agitó las alas y se elevó por los aires hacia el enjambre restante. «¿Cómo estará Ricgar?», pensó retomando la batalla.
19
Ricgar se encontraba de pie sobre una montaña. Dos esferas salieron de sus ojos y cubrieron su mano derecha girando con rapidez. Posó la mano sobre el brazo izquierdo que parecía estar roto. En unos instantes sintió cómo la extremidad sanaba y el dolor desaparecía. Se movió a gran velocidad hacia donde se encontraban los demonios sub restantes. Extendió los brazos formando una cruz y un resplandor de luz blanca lo cubrió. Corrió en círculos alrededor de los enemigos cada vez más rápido, formando una barrera luminosa color blanco. Los monstruos se reunieron en medio del círculo; si intentaban salir del círculo serían eliminados por la luz.
El ángel iba tan rápido que a simple vista parecía que hubiera desaparecido. La altura de la barrera de luz iba aumentando. Algunos demonios intentaban saltarla, pero les era imposible y eran desintegrados. La pared luminosa creció tanto que parecía un cilindro que tocaba el cielo. Ricgar se acercaba poco a poco a los demonios haciendo que el círculo se redujera cada vez más. Debido a la gran velocidad se creó una corriente de aire que lanzó a los monstruos hacia el cielo en una línea vertical. Ricgar se detuvo y se colocó debajo de la línea de demonios. Levantó ambas manos hacia el cielo. Un rayo blanco salió disparado de cada una de ellas, que alcanzaron la fila de enemigos la cual desapareció al instante.
Ricgar voló hacia los cuatro demonios líderes que aparecieron a un costado. Se encontraban en posición de ataque y lo observaban sonriendo diabólicamente. Los demonios alzaron sus garras y apuntaron hacia el ángel. Se separaron en tres grupos formando los vértices de un triángulo. En el centro se podía ver al líder más grande. De cada vértice salieron rayos de energía negra que parecían cuerdas. El ángel las evitó con un movimiento ágil en el aire. Pudo ver cómo la energía negra pasaba a su lado a una distancia peligrosa. Continuó esquivando los rayos negros moviéndose ágilmente por el cielo. Ricgar comenzó a lanzar esferas tan rápido que sus brazos apenas se podían ver. Dos de los grupos desaparecieron en explosiones de luz. Se escucharon los alaridos de los monstruos al ser desintegrados. Sin importar cuántas veces lo había escuchado, aquellos alaridos eran terroríficos y a veces hacía que un escalofrío recorriera su cuerpo.
Un sub apareció de pronto e intentó golpearlo. El ángel lo esquivó volando más alto y lo pateó en la cabeza. Miró hacia el grupo de enemigos restante. Otra serie de rayos obscuros venía hacia él. Estaban demasiado cerca y no tuvo tiempo de esquivarlos. Los rayos atravesaron su ala izquierda y descendió al suelo gritando de dolor.
A pesar de haber aterrizado de pie, perdió el equilibrio y cayó de rodillas. Se levantó lentamente. De sus ojos salieron dos esferas curativas que rodearon su mano derecha. Estaba a punto de tocar su ala herida cuando sintió un golpe en el estómago. El impacto lo arrojó a gran distancia y rodó por el suelo. Cuando levantó la vista vio al demonio líder volando hacia él, rugiendo y agitando sus alas de murciélago para darse velocidad. El enemigo levantó una garra y un esplendor negro la rodeó. Estaba a punto de golpear a Ricgar cuando este saltó. El demonio pasó velozmente bajo sus pies. El ángel lanzó una esfera de luz de su mano que golpeó al monstruo y lo envió volando sin control. Se estrelló contra una montaña. Eso le dio tiempo a Ricgar de curar su herida y destruir al grupo restante.
20
Gammar se encontraba frente al líder. Los ojos color vino lo miraban con frialdad. La maldad de su enemigo parecía penetrar el aire y casi podía sentirla. Se había enfrentado con varios demonios líderes en el transcurso de su vida y había aprendido que cada uno era diferente. Había enemigos que lo ponían nervioso y otros que daban la impresión de ser débiles. No se basaba únicamente en el aspecto físico, ya que todos los demonios eran muy similares entre sí. Más bien era como si cada enemigo irradiara diferentes cantidades de maldad.
El ángel pensaba la mejor estrategia para atacar. ¿Debía dar el primer golpe? ¿Estar a la defensiva? Eran las preguntas básicas de batalla que con los años se habían convertido en una rutina que hacía de manera automática. Generalmente seguía su instinto. No pensaba mucho y actuaba unos segundos antes de que algún demonio lo atacara. En el pasado quiso desarrollar su sentido de intuición para que fuera más rápido. Hace tiempo había preguntado a Ricgar si se podía desarrollar esa habilidad. «La intuición se desarrolla por sí misma, no puedes forzarla», resonó la voz de su compañero en su mente. Gammar no pensaba de esa manera, tenía que haber una forma de desarrollar todas las habilidades sin excepción. No era momento para pensar en eso así que enfocó su atención al líder que ahora venía hacia él.
Algo le dijo al ángel que debía lanzar un ataque. Su intuición había despertado. Alzó su mano derecha con rapidez y de inmediato un rayo blanco salió de ella. La luz atravesó el ala derecha del demonio que volaba hacia él, que perdió el equilibrio y cayó al suelo. Continuó arrastrándose debido al impulso que llevaba. Se detuvo a varios metros frente a Gammar. El líder se incorporó a toda prisa. Su ala derecha estaba cortada por la mitad. Una mancha de obscuridad se extendió por el cuerpo del enemigo hasta tomar la forma del ala perdida. En pocos segundos el ala lastimada había aparecido de nuevo. «Aprendieron a sanar», pensó abalanzándose hacia el enemigo con el puño iluminado. Cuando estaba a punto de golpear al demonio, el ángel cambió de dirección y se elevó en una línea recta. El demonio quedó confundido, había colocado sus alas de murciélago en forma de escudo esperando recibir un golpe de frente. Observó al monstruo desde lo alto y sin pensarlo dos veces lanzó varias esferas de luz. Causó una explosión luminosa que podía verse desde lejos. Los ojos de Gammar pudieron ver las esferas golpeando al demonio líder hasta eliminarlo. Sonrió al haber obtenido una victoria rápida. Se concentró fuertemente en Ricgar y pensó: «Ya voy en camino». Sabía que su compañero recibiría el mensaje.
21
-Ya voy en camino.
Escuchó Ricgar en su mente. Sintió alivio al saber que su compañero estaba bien y que pronto vendría a apoyarlo. Vio hacia la montaña donde el líder estaba de pie y lo miraba con los ojos echando chispas, literalmente. El demonio se elevó en el aire alzando su garra y sobre ella apareció un disco negro. El ángel se sorprendió. Nunca había visto algo así. Al parecer habían aprendido técnicas nuevas durante el tiempo de paz que tuvieron. El líder lanzó el disco y Ricgar se preparaba para esquivarlo, pero el disco se detuvo a unos metros de distancia y rápidamente regresó hacia el demonio, atravesándolo con un corte vertical que lo partió en dos. Ricgar estaba confundido. Se acercó volando a donde se encontraban las mitades que no dejaban de mirarlo. De los ojos comenzaron a salir destellos negros que flotaron alrededor de las dos mitades. Los destellos se concentraron en cada una de las partes. Instintivamente Ricgar se alejó volando de espaldas, sin dejar de observar lo que estaba ocurriendo. Una explosión negra envolvió al demonio, cegando al ángel por un momento. Sus ojos podían ver a través de la luz blanca. La luz negra era diferente.
Cuando recuperó la vista, había dos líderes idénticos que venían hacia a él. No tuvo tiempo de defenderse. Los demonios enterraron sus garras en el estómago del ángel y lo arrojaron a una gran distancia. Ricgar cayó al suelo. Le costaba trabajo respirar y estaba sangrando. Sabía que no le darían tiempo de sanar. Colocó la palma de la mano hacia arriba y vio un signo que se materializaba sobre ella. «Me quedan pocas celdas de poder». Ambos líderes lo veían con una risa diabólica, mostrando sus afilados colmillos. Volaron hacia él. Ricgar cerró los ojos esperando el impacto. Al no sentir nada los abrió. Había un rayo frente a él. Era de color blanco.
—Gammar —murmuró con esfuerzo. El dolor de las heridas esa insoportable. El recién llegado preparó sus manos para curar. Tocó el vientre de Ricgar y en unos instantes las heridas se cerraron.
—¿Qué pasó? —preguntó Gammar.
—Los demonios han aprendido técnicas nuevas —le contestó Ricgar.
—Lo sé. Han aprendido a sanar, como nosotros. Corté una de las alas del demonio líder y se reconstruyó por completo.
—Un líder se dividió haciendo una copia.
—¿Cómo lo hizo? —preguntó Gammar levantando la voz con preocupación. Su compañero le explicó con detalle lo que había sucedido.
—Debemos mantenerlos alejados de los elegidos. Al parecer no saben en dónde se encuentran —comentó Ricgar.
—Ahí vienen.
Los ángeles se elevaron sin perder de vista a los enemigos que se aproximaban. Subieron cada vez más y los demonios los imitaron. Ricgar y Gammar se separaron uno del otro mientras continuaban elevándose. Sus enemigos también lo hicieron.
Los ángeles se detuvieron flotando en aire. Giraron con rapidez y se dirigieron hacia los monstruos con los puños iluminados de luz blanca. Gammar golpeó al demonio en la cabeza que cayó en picada. Volteó para mirar a su compañero y sintió un gran dolor en el brazo derecho. El demonio había lanzado una esfera de obscuridad y lo había golpeado directamente. Aleteando sus alas de murciélago se acercó y lanzó arañazos en todas direcciones. Gammar lograba bloquear la mayoría de los golpes con movimientos rápidos, pero se le dificultaba teniendo solo un brazo útil. El enemigo lo tomó del brazo lastimado y lo arrojó hacia el suelo. El ángel gritó. No podía reaccionar debido al intenso dolor. Cerró los ojos esperando el impacto y sintió un jalón de la cintura. Su compañero detuvo la caída. Con cuidado dejó a Gammar en el suelo mientras le decía:
—Yo pelearé con los dos mientras puedes sanarte.
Asintió observando a Ricgar volar hacia los dos líderes que ahora estaban de pie sobre una montaña, con las garras extendidas hacia el cielo.
Era obvio que se disponían a atacar, pero no podía identificar cuál sería la técnica que utilizarían. Podía esperar cualquier cosa después de ver todos los ataques nuevos que tenían a su disposición. Ricgar permaneció inmóvil sin despegar la vista de los enemigos. No se movían y después de un minuto nada cambiaba.
Gammar también observaba a los monstruos desde el suelo. Trataba de imaginarse qué era lo que harían. Estaba muy concentrado mirando a los enemigos, que continuaban en la misma posición.
Ricgar no pudo esperar más tiempo. Prefirió atacar antes de que se formara el ataque. Extendió la mano derecha hacia un demonio y la izquierda hacia el otro. Una esfera de luz apareció en cada una de ellas. Estaba punto de lanzarlas cuando oyó la voz de Gammar que le gritaba:
—¡Cuidado! ¡Arriba!
Una gran nube gris había cubierto todo el cielo. En ella aparecían destellos obscuros como relámpagos. Sin previo aviso un relámpago negro cayó de la nube en menos de un segundo. Gammar vio a su compañero pasar sin control por encima suyo.
Ricgar era lastimado con gravedad. Cada vez que comenzaba a descender un relámpago negro salía de la nube, lo golpeaba y lo elevaba nuevamente. Gammar había perdido mucho tiempo. Los rayos herían y separaban a su compañero cada vez más. Voló hacia los demonios. Sentía la ira invadiéndolo. Dando un grito lanzó dos rayos que acertaron a los enemigos en un costado. Los monstruos salieron volando por el impacto, pero se recuperaron rápidamente en el aire y continuaron su avance en dirección a Ricgar, que seguía alejándose al ser impactado por los relámpagos negros de la nube.
22
—¿Qué fue eso? —dijo Omjand señalando hacia arriba.
Los seis amigos miraron rápidamente. Un rayo de luz blanca pasaba por encima de su escudo protector.
—Es una luz —comentó Lormin.
—Me refería a lo que venía delante del rayo. Parecían unos monstruos negros —comentó Omjand.
Todos parecían hipnotizados por el ataque brillante sobre ellos. Miraban sin parpadear. El rayo se hizo más delgado hasta desaparecer por completo.
—¿Hasta cuándo vamos a permanecer aquí? —preguntó Agztran con impaciencia.
—No lo sé, pero estoy comenzando a desesperarme —le contestó Jessav.
Los seis volvieron automáticamente a las posiciones que habían tomado minutos atrás. Agztran sentado con la mirada perdida. Jessav junto a él, con las manos rodeando sus rodillas. Homian y Adifer de pie y abrazados en el lado opuesto. Lormin sentada en el centro del escudo que los rodeaba. Omjand recostado boca arriba en un extremo con las manos tras la cabeza observando el cielo, que se había vuelto obscuro y con nubes grises. Jessav miró a Lormin, que tenía los ojos rojos y con lágrimas. De pronto notó algo en los ojos de su amiga. Se acercó hacia ella y le dijo:
—Tienes los ojos color amarillo.
—¿En serio? —preguntó Lormin.
—Sí, ¿de qué color los tengo yo?
—Castaños. Como siempre.
—¿Y los demás? ¿Tendrán los ojos de otro color?
—No lo sé —dijo Lormin sin interés.
Jessav se levantó. Lormin lo observaba. Sabía que su amigo había creado esa plática para distraerla por un momento y le pareció un lindo detalle. Después de unos instantes su amigo regresó junto a ella y dijo:
—Es extraño. Todos tienen los ojos de un color diferente, excepto Agztran y yo.
—¿De qué color los tienen?
—Adifer los tiene color azul celeste, Homian rojos y Omjand los tiene azul marino.
—¿Homian los tiene rojos?
—Sí. Con ese color de ojos tiene una apariencia diabólica. Aunque creo que con cualquier color tendría el mismo efecto.
Lormin rio y Jessav la imitó. Los demás los miraron como a un par de locos. Al terminar las carcajadas los dos permanecieron serios.
—¡Qué es eso! —gritó Adifer rompiendo el silencio.
Jessav miró a su alrededor. Todos sus amigos estaban mirando algo justo fuera del escudo. Se acercó corriendo y miró sin parpadear lo que tenía enfrente. A unos metros de distancia había un ángel hincado con la cabeza baja. Sus alas estaban sangrando. Era el ángel que lo había llevado cargando en los sueños.
De pronto el ángel se desplomó sobre el suelo. Comenzó a brillar y la luz cegó a todos. Con la vista borrosa observaron que un resplandor blanco parecía salir del ángel y repentinamente subió al cielo a una velocidad increíble. Los seis siguieron la trayectoria del destello. Homian dijo:
—Miren, ya no tiene alas y su ropa ya no es blanca.
Miraron al guardián desplomado. Ya no tenía alas. Su ropa tenía colores normales y sin el extraño resplandor blanco de siempre. Parecía un hombre común y corriente que había perdido el conocimiento.
—Tenemos que ayudarlo —sugirió Adifer.
—Pero no debemos salir de aquí —le contestó Omjand.
—¡Qué es eso! —gritó Lormin alarmada. Los demonios líderes venían volando hacia ellos.
—¡Hay que hacer algo! —gritó Adifer y salió corriendo para tratar de ayudar al herido.
—¡Adifer, regresa! ¡Adifer! —gritó Homian tratando de salir. Agztran y Jessav lo halaron de vuelta hacia el escudo de luz. Los tres cayeron al suelo.
La joven trataba de levantar al que antes fue un ángel, pero pesaba demasiado. Miró sobre su hombro y quedó paralizada. Dos monstruos negros venían volando hacia ella. Corrió de vuelta hacia sus amigos. Solo estaba a unos metros de distancia. Estaba a punto de llegar cuando sus pies dejaron de sentir el suelo. Se estaba elevando. Las garras que la levantaban tenían espinas y la lastimaban. Adifer gritaba de miedo y de dolor.
—¡Se la llevaron! ¿Por qué no me soltaron? ¡Ahora qué vamos a hacer! —gritó Homian furioso.
—Debemos esperar a que llegue ayuda—le dijo Jessav.
—¿Esperar? Llevamos horas esperando a esos estúpidos ángeles. Por tu culpa y por Agztran no pude ayudar a Adifer.
—A mí me parece que te salvaron —dijo Lormin—. Los monstruos te habrían llevado también.
En ese momento llegó Gammar. Un par de esferas salieron de sus ojos cubriendo su mano. La colocó sobre las heridas de su compañero y estas sanaron, aunque siguió inconsciente.
—¿Están bien? —preguntó el ángel levantando a Ricgar del suelo.
—¡No! ¡Se llevaron a Adifer! —gritó Homian.
—Tendremos que posponer el transporte normal. Usaremos el método de los demonios para hacerlo —comentó Gammar en voz baja.
—¿Qué transporte? ¿Hasta cuándo nos van a decir qué está pasando? —exigió Homian con desesperación—. ¿Dónde estabas mientras raptaban a Adifer?
—Tu enojo no te deja pensar. Les dijimos que no debían salir del escudo de luz —dijo el ángel elevándose con Ricgar inconsciente en los brazos.
Jessav miraba a lo lejos a donde se llevaron a Adifer. Solo se alcanzaban a distinguir dos puntos negros. Agztran repetía que esto no podía estar pasando. Lormin seguía llorando. Omjand estaba serio con los brazos cruzados. Homian apretaba los puños con fuerza y se podía sentir su coraje en el aire. Jessav seguía observado a sus amigos cuando todo comenzó a dar vueltas muy rápido. Cerró los ojos y todo se volvió negro.
23
Jessav se levantó de un salto de la cama. Tenía sudor en la frente y su corazón latía con fuerza. «Fue una pesadilla». Miró el reloj. Eran las cuatro de la mañana. Se recostó nuevamente. Sus ojos se acostumbraron a la obscuridad y logró distinguir su mesa de noche donde tenía una fotografía. No lograba verla en la obscuridad, pero sabía que en ella aparecía él con Adifer sentados en la banca de un parque. Era una de las primeras fotografías en las que aparecían juntos.
Al ver el marco de la fotografía recordó lo que había soñado. ¡Adifer había sido secuestrada! ¿Debería preocuparse a pesar de que se trataba solo de un sueño? Al igual que en estos últimos días, no había nada que pudiese hacer. No había respuesta a las preguntas que se acumulaban. Unos minutos después y con gran esfuerzo volvió a dormir.
Unas horas más tarde sonó la alarma del reloj despertador. Se preparó para ir a la escuela. Bajó a la cocina más callado que de costumbre. Su madre lo notó y le preguntó:
—¿Qué pasa, Jessav?
—Tuve un mal sueño acerca de una amiga —le respondió.
—Solo fue un sueño, no pasa nada. ¿Cuál amiga?
—Adifer.
—¿La conozco?
—Claro que la conoces, mamá. Ha venido a comer a la casa varias veces.
—Ni siquiera me parece haber escuchado ese nombre.
—¿Hablas en serio, mamá? Tengo una fotografía con ella junto a mi cama.
—No la recuerdo.
—La voy a traer —dijo Jessav y subió las escaleras malhumorado. Detestaba que la gente olvidara detalles importantes.
Entró a su habitación, tomó la fotografía sin siquiera verla y bajó de nuevo. Su madre ya había colocado el desayuno en la mesa.
—Aquí está —le dijo Jessav entregando la fotografía.
—¿Es esto una broma, hijo?
—¿Una broma?
Su madre no habló y le devolvió la fotografía. Jessav la miró. Su pulso se aceleró en un instante. No estaba Adifer en la fotografía; solo aparecía él sonriendo sentado sobre la banca del parque. «Esto no es posible». Tomó solo la mitad de su desayuno, pues se había quedado sin apetito. Fue corriendo deprisa a la escuela.
24
El primer amigo que Jessav vio fue Agztran. Se acercó corriendo hacia él y le dijo:
—¡Agztran! ¿Qué soñaste?
—Que raptaban a Adifer —le respondió pensativo.
—¿Y no has notado nada extraño hoy?
—Nada hasta ahora. ¿Y tú?
—Mi mamá no recuerda a Adifer. Tenía una fotografía en la que salía con ella, pero ahora solo aparezco yo.
—No entiendo qué sucede. Estoy cansado de tener ese maldito sueño.
Al terminar de hablar se alejó. Jessav decidió dejarlo solo. Entró al salón en la que tomaría la primera clase del día. Se sentó y miró hacia el frente con la mente divagando.
Estuvo así por un momento, pero el ruido de una mochila cayendo junto a él lo despertó de aquel estado. Miró a su lado y Homian estaba sentado observándolo.
—Soñaste lo mismo que yo, ¿verdad? Que raptaban a Adifer —dijo Homian.
—Mi mamá no recuerda a Adifer.
—Tenía una fotografía de ella en la billetera. Ahora está en blanco.
—Lo mismo pasó con una fotografía que tengo en mi habitación.
La clase estaba a punto comenzar. Lormin estaba sentada junto a Omjand. Agztran al final del salón. El maestro estaba tomando la lista de asistencia. Adifer no fue mencionada y al parecer nadie en el salón se percató de ello. Jessav miró a Homian que mostraba angustia. Lormin tenía una expresión de confusión al igual que Agztran. Omjand no mostraba ninguna expresión y parecía estar pensando, pero agitaba un lápiz entre sus dedos con bastante fuerza. Jessav agachó la cabeza y se cubrió los ojos con las manos. Estaba conteniendo el llanto. Permaneció así hasta que sintió un codo que lo golpeaba suavemente. Alzó la vista y Homian le hizo una señal con los ojos para que mirara al frente.
—¿Le pasa algo, Jessav? —preguntó el maestro.
—No profesor, no me pasa nada.
—¿Entonces podemos continuar con la clase?
—Sí, profesor.
La clase pasó lentamente para Jessav y sus amigos. Ninguno logró prestar atención al tema expuesto, por más entusiasmo que el maestro mostrara. Transcurrió el día completo sin que los amigos intercambiaran palabra alguna. Se reunieron al final del día en uno de los jardines. No sabían qué decir, pero necesitaban el apoyo mutuo. Nadie más en el mundo podría comprender lo que estaban viviendo. La gente había olvidado a Adifer por completo. Omjand fue quien decidió romper con el silencio:
—¿Qué vamos a hacer ahora?
—No podemos más que esperar hasta esta noche y soñar —respondió Homian con dureza.
—No te enojes, Homian —dijo Lormin.
—¿Que no me enoje? Adifer fue raptada por unos monstruos en el sueño. Ha desaparecido de este mundo y nadie la recuerda. ¿Tengo que reírme de esto? Ustedes hagan lo que quieran. Yo me voy a mi casa. No tengo por qué estar aquí hablando. Las palabras no van a solucionar nada.
Al terminar el pequeño discurso se levantó y se fue casi corriendo. Los demás se miraron unos a otros. Agztran dijo:
—Fue un poco rudo, pero tiene razón. Será mejor que nos vayamos a casa. Hay que esperar hasta la noche.
Caminando a casa, la voz de Homian seguía sonando en la cabeza de Jessav. «Tiene razón». Pasó la tarde pensativo hasta que llegó la hora acostumbrada de ir a la cama. Se recostó y no quería cerrar los ojos. Tenía miedo de dormir y de soñar nuevamente. Eventualmente el cansancio lo venció.
25
Jessav observó a su alrededor. Se encontraba nuevamente en la extraña plaza. Escuchó una voz familiar a sus espaldas:
—¡Hola! —Era Lormin. Omjand, Agztran y Homian estaban sentados junto a su amiga en una roca.
—Esperemos que nos den una buena explicación —dijo Jessav.
—Ahí vienen —dijo Homian señalando las figuras blancas que se aproximaban—. Cuando lleguen hablaré primero.
Los dos ángeles aterrizaron frente a los jóvenes. Todos miraron a Homian.
—¿Qué rayos fue lo que pasó? —preguntó Homian elevando la voz.
—Adifer está sana y salvo y en poco tiempo estarán con ella. Fue raptada por los demonios, logramos rescatarla cuando ustedes regresaron a su mundo —dijo uno de los ángeles.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Lormin.
—Mi nombre es Ricgar —dijo el ángel más alto—, y él es Gammar. Sé que tienen muchas preguntas. En poco tiempo serán respondidas. Lo único que tienen que saber por el momento es que necesitamos llevarlos con Adifer. Los demonios tratarán de llevárselos también y debemos protegerlos. Esta vez permanezcan en el escudo de luz y no salgan por ningún motivo. Los demonios no pueden atravesarlo.
—De acuerdo —dijo Omjand—, pero cuánto tiempo pasará hasta que podamos…
No pudo terminar la frase porque él y Agztran fueron arrancados del suelo por unas sombras obscuras. Jessav no se dio cuenta de lo que había ocurrido. Omjand parecía haber desaparecido.
—¡Lormin! —gritó Homian, al descubrir que había sido llevada también.
Los dos demonios líderes se alejaban rápidamente. Ricgar fue volando tras los monstruos. Gammar levantaba las manos para formar el escudo de luz protector. Homian y Jessav corrieron a refugiarse en él.
—¡Quédense ahí! —gritó Gammar y se fue volando hacia un gran grupo de enemigos que se acercaban.
Los jóvenes miraban asombrados cómo el ángel peleaba contra los demonios. Lanzaba esferas y rayos de luz blanca mientras volaba por el aire. Los enemigos desaparecían casi al instante al ser tocados por los ataques luminosos.
—Parece una pelea de película de ficción —comentó Homian.
Jessav no dejaba de observar la batalla. Su amigo desvió la mirada hacia donde se habían llevado a Lormin, Omjand y Agztran. No alcanzaba a distinguirlos pues ya estaban demasiado lejos. El número de demonios que combatía Gammar había disminuido significativamente.
—¿Crees que logren salvar a los demás? —preguntó Jessav.
—Eso espero.
Pasaron algunos minutos. Gammar había triunfado y volaba hacia ellos. Cuando estuvo cerca dijo:
—Homian, Jessav, no se preocupen por sus amigos. Por hoy no podremos llevarlos a ustedes. La próxima noche serán transportados de la otra manera.
—¿Cómo puedes estar seguro de que no les va a pasar nada? —preguntó Jessav
—Porque todo esto está planeado. Es más sencillo así.
—¿Cómo que más sencillo? —cuestionó Homian.
—Una vez más les repito que responderemos sus preguntas a su debido tiempo. Por ahora deben saber que cuando regresen a su mundo la gente no recordará a sus amigos.
—Eso explica lo de Adifer —comentó Jessav.
—Nos veremos después —dijo el ángel rubio.
Jessav y Homian lo vieron alejarse surcando el cielo. Todo comenzó a dar vueltas. Lo extraño era que no sentían náuseas. Cayeron de rodillas y cerraron los ojos. Cuando los abrieron, estaban recostados en sus respectivas camas.
26
Jessav se levantó unos segundos antes de que sonara el despertador. Comió el desayuno sin ganas y se dirigió al colegio. Esta vez ni siquiera notó el aroma a fresas en el trayecto. Tampoco miró el cielo ni el movimiento de las nubes.
Sabía que no habría nadie más que Homian del grupo de amigos. Llegó a la escuela y observó a su alrededor. Todos parecían felices, con una vida normal. Sus obligaciones eran ir a la escuela, hacer la tarea, presentar exámenes y pasar las materias. Claro que algunos de ellos tenían problemas, pero ninguno como los que estaban viviendo Jessav y sus amigos.
Llegó al salón de clases. Homian había llegado ya y estaba sentado haciendo la tarea que debió haber terminado la tarde anterior. Jessav recordó que tampoco la hizo, aunque no le importaba tanto como antes. Se acercó a su compañero e intercambiaron un saludo vacío.
—He estado pensando en lo que nos dijo el ángel. ¿Cómo se llamaba?
—Gammar, creo —respondió Homian.
—¿Recuerdas que nos dijo que nos llevarían de otra forma?
—Sí, y que todo estaba bajo control.
—Creo que a nosotros no nos llevarán los demonios. Los ángeles parecían muy preocupados por nuestra seguridad. Sé que Adifer, Lormin, Agztran y Omjand están a salvo —explicó Jessav.
—Es frustrante no saber lo que está ocurriendo.
El salón se fue llenando poco a poco con todos los alumnos de la clase. El día pasó despacio para Jessav y Homian, como era normal en estos últimos días. Cuando llegó el momento de ir a casa, los jóvenes estaban de pie en el estacionamiento de la escuela.
—Nos vemos en unas horas —dijo Homian caminando hacia su auto.
Jessav fue a pie a casa. Por un momento pensó en pedirle a Homian que lo llevara y así podrían hablar un poco más. Sin embargo, seguramente le diría que hablar no servía de nada y mejor esperaran a ver lo que sucediera. Al anochecer dio un abrazo y un beso en la mejilla a su madre con más cariño que de costumbre y subió a dormir.
27
Jessav apareció en la plaza y Homian estaba sentado en la roca.
—Veamos qué pasa esta vez —dijo Jessav colocándose a su lado.
—Creo que tienes razón —comentó Homian—. No nos van a raptar los demonios.
—Vamos a averiguarlo pronto —habló señalando la figura familiar que se acercaban volando. Ricgar se detuvo frente a ellos y dijo:
—No se preocupen por sus amigos. Están a salvo. Será mejor que comencemos la transportación. Gammar llegará en un momento con las esferas de luz. Crearé un escudo de protección. No salgan de él.
Ricgar cerró los ojos y respiró hondo. Levantó las manos y se elevó unos centímetros del suelo. Parecía a punto de realizar una tarea difícil y que requería de una gran concentración. Sus manos brillaron con una luz blanca. El resplandor de las manos pasó a todo el cuerpo, que ahora parecía hecho de luz. La luminosidad que rodeaba al ángel se fue haciendo cada vez más grande. Los jóvenes se vieron envueltos en la luz. Ricgar permaneció así por unos momentos, hasta que todo el resplandor regresó de donde había salido. El ángel tenía una pequeña bola de luz entre las manos que sostenía sin tocarla. Esta creció rápidamente y formó la mitad de una esfera. Era como el escudo que habían visto en los sueños pasados, pero mucho más alto y en un costado se formó una especie de túnel que se extendía hasta el horizonte. A Jessav le pareció que la estructura luminosa resplandecía más que la protección de las noches pasadas. No se podía ver muy bien a través de las paredes, porque brillaba intensamente.
Los dos amigos miraban sorprendidos la construcción. Ricgar estaba de rodillas y apoyando sus dos manos en el suelo. Respiraba agitado y había gotas de sudor en toda su cara. Su cabello negro y rizado parecía empapado de sudor.
—¿Estás bien? —preguntó Jessav.
—Sí, no se preocupen. Ahí viene Gammar —dijo Ricgar mientras dos esferas de luz le salían de los ojos, que rodearon su mano y giraron alrededor de esta. Después se tocó el pecho con la mano brillante y se levantó como si no hubiera sucedido nada. Ricgar tomó a Jessav y a Homian por el brazo y entraron a la construcción de luz. Al atravesar las paredes sintieron un leve hormigueo en la piel. Ricgar indicó a los jóvenes que se colocaran uno frente al otro.
El otro ángel llegó flotando unos centímetros sobre el suelo. No agitaba las alas. Venía por el túnel que se unía a la enorme esfera. Sabían que era Gammar porque Ricgar se los dijo. De no haberlo hecho no sabrían de quién se trataba. Solo se podía distinguir su silueta. Estaba rodeado de luces de varios colores: amarilla, azul marino, roja y azul celeste. Los colores iban de un lado a otro. Gammar llegó junto a ellos y sin decir una palabra se detuvo junto a los jóvenes. El ángel se colocó frente a su compañero y este les indicó dónde pararse. Los cuatro formaban los vértices de un cuadrado. Ricgar dijo:
—Miren al frente y no se muevan.
Los ángeles extendieron los brazos a los lados. El resplandor de Gammar desapareció y cuatro esferas de diferentes colores aparecieron a sus espaldas. Dos de ellas se colocaron del lado derecho de Gammar y otras dos del lado izquierdo. Daban vueltas en un mismo sentido, alrededor de Homian y Jessav.
Giraban cada vez más rápido hasta que ya no se podían distinguir con facilidad. Solo se podía observar una barrera que resplandecía con un brillo multicolor, como el que tuvo Gammar hacía unos momentos. Los cuatro colores se movían de un lado a otro. Jessav tenía miedo, pero no se atrevió a moverse. La barrera brillante aumentó de altura. Primero despacio y después más rápido hasta que se perdió de vista en el cielo.
Jessav y Homian comenzaron a flotar. Se separaron del suelo unos centímetros y al poco tiempo se elevaron cada vez más. Entre más subían más rápido se desplazaban. Los dos jóvenes tenían las manos en los costados. No podían levantarlas pues la velocidad de asenso era tan grande que no se los permitía.
Al final del túnel se podía ver un remolino de colores que parecía hecho de agua. Se formaban ondas en el centro, como cuando se arroja una roca a un lago. Jessav y Homian lo miraban acercarse a gran velocidad hasta que lo atravesaron. Hubo un gran resplandor de luz multicolor que los cegó. El brillo duró solo un instante, pero Homian y Jessav no lo notaron. Estaban inconscientes.