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1 Economía y humanismo
ОглавлениеPor economía entendemos aquí la forma de producir y distribuir los recursos para satisfacer las necesidades de todos con el fin de lograr una vida buena, con dignidad. Aunque hay muchas corrientes y definiciones de humanismo, es instancia común la preocupación para que la persona sea centro, fin y no medio en la organización y dinamismo sociales.
Economía bajo la fiebre posesiva
No hace falta ser un especialista para ver cómo está funcionando la economía. Mientras unos pocos se pueden dar «la buena vida», multitudes no pueden sobrevivir y llevar una vida buena. La economía ha degenerado en crematística: afán desorbitado de acaparar dinero, no pensando en el bien común, sino en el propio enriquecimiento. El dinero se convierte en fin y las personas interesan en cuanto pueden ser económicamente rentables. La economía ya no es medio para satisfacer las necesidades de todos, sino que todos quedan al servicio de la economía, entendida como artimaña para acaparar individualistamente los recursos.
Arrodillándose ante el dios dinero, unos perecen bajo la fiebre posesiva, mientras muchos mueren de hambre. En el fondo está la ideología o el interés individualista: sacar el máximo beneficio económico utilizando y explotando irreverentemente a las personas. Esta ideología pervierte el funcionamiento del mercado: en vez de ser instrumento muy válido para la producción y distribución de la riqueza que haga posible la vida digna de todos, degenera en choque de libertades egoístas que compiten por ganar más con el menor gasto. En vez de mirar a las necesidades que tiene la gente, se mira la forma de conseguir más ganancias. Con ese objetivo se ignora la necesidad que sufren los pobres y se inventan nuevas necesidades para los que pueden comprar. Se olvida el bien común y se absolutiza la propiedad privada: «lo mío es mío y puedo hacer con ello lo que quiera».
Esta ideología inspira una jerarquía de valores en las cuatro áreas que vertebran la existencia humana: posesiones, relaciones interpersonales, ejercicio del poder y ubicación en la organización social. En cuanto a las posesiones, el valor es acaparar dinero. En las relaciones con los demás, la persona vale por la utilidad que renta, no por lo que es en sí misma. El poder se busca y se ejerce para hacerse rico y los individuos se sitúan, individualistamente, dentro de la organización, buscando su seguridad al margen del bien común.
La lógica de la comercialización corrompe a la política, que ya no funciona según el derecho, sino según criterios económicos. Vacía de gratuidad ese ámbito cálido de amor que es la familia, e incluso pervierte la comunidad religiosa cuando sus miembros son valorados y atendidos por lo que ganan económicamente. Si con esa misma ideología procesamos el tratamiento irreverente no solo de las personas, sino también del entorno creacional que es nuestro hogar, el deterioro será irreversible, atentaremos contra la misma vida de la humanidad.
Reclamos del humanismo
Actualmente el término «humanismo» tiene significados muy variados y se presta a confusión. Pero en todas sus acepciones hay un elemento común: la valoración, el gusto, la estima, la búsqueda, la defensa de lo más humano. No es fácil determinar el contenido de este calificativo. Podemos decir que lo humano es lo que hace feliz a las personas; pero no hay acuerdo en el contenido de esa felicidad. Digamos que lo humano es valorar y cuidar la dignidad de la persona como centro y fin; el humanismo sería esfuerzo por lograr ese objetivo. «La persona es fin y no debe ser utilizada como medio» es el imperativo del filósofo Immanuel Kant en el siglo XVIII que ha calado en la filosofía moderna y está en el fondo de las distintas corrientes humanistas.
Estos reclamos de humanismo para hacer que la persona sea fin y no medio, caminan con distinta visión.
Hay corrientes humanistas que defienden la centralidad de la persona humana sin recurrir a una instancia superior e incluso rechazando expresamente ese recurso. Los llamados filósofos de la sospecha –Feuerbach, Marx, Nietzsche, Freud– combatieron falsas imágenes de la divinidad y prácticas religiosas alienadoras de las personas, concluyendo sin más en el ateísmo. Su intención era humanista: que las personas sean ellas mismas, libres de dioses y religiones impuestos por la fuerza y desde arriba. A diferencia de otros filósofos de la sospecha, Marx destacó exageradamente la influencia de la economía, se quedó en la necesidad de cambiar las estructuras y centró su interés no en la dignidad de toda persona humana, sino en la fuerza de una clase social, el proletariado, para cambiar la situación. Corrientes humanistas actuales también quieren fomentar la dignidad y centralidad de la persona humana sin valorar suficientemente el peso del factor económico. Y con frecuencia se propone un humanismo donde la persona sea centro absoluto sin reconocer o incluso negando la existencia del Creador.
Otras corrientes humanistas suponen una Presencia de amor fundante que da consistencia y dignidad a las personas humanas. Ya en el siglo XIII Tomás de Aquino dio un viraje a la filosofía griega: el centro no es el cosmos, sino la persona humana, medida de todas las realidades creadas. Su antropocentrismo, sin embargo, se fundamenta en un teocentrismo: el centro absoluto es el Creador, que garantiza la dignidad y centralidad de los seres humanos. En esa visión procedieron los humanistas en los inicios de la modernidad. Pico della Mirandola, en El discurso sobre la dignidad del hombre, de 1486, dejó la introducción al humanismo de la modernidad. En el siglo XVI hubo tres grandes humanistas dentro de una visión religiosa: Lutero, Erasmo de Rotterdam y Francisco de Vitoria. Este último, maestro animador en la escuela de Salamanca, puso las bases para el derecho internacional. En continuidad con esa escuela, y movidos también por la compasión ante los abusos de los colonizadores contra los indefensos indígenas, los dominicos en La Española expresaron su espíritu humanista, inspirado en su experiencia de Dios. Sigue teniendo actualidad el famoso Sermón de Montesinos, de 1511: «¿Acaso estos no son hombres? ¿Con estos no se deben guardar y cumplir los preceptos de caridad y de la justicia?». Fray Bartolomé de las Casas respiró esa compasión y plasmó el clamor humanitario en su ministerio como obispo de Chiapas.
Un reclamo humanista de liberación que sigue vivo no solo en los pueblos pobres y dependientes, sino también en otros grupos marginados porque no tienen un trabajo digno, por su condición sexual o por el color de su piel. Las migraciones, provocadas en gran medida por la injusticia y desigualdad entre los pueblos y dentro de los mismos, son un tema cada vez más sangrante. El sufrimiento de tantos inocentes a consecuencia de guerras provocadas en países pobres por intereses bastardos de los poderosos y la pandemia del hambre que sufren muchos mientras se producen riquezas suficientes para todos, denuncian que nuestro desarrollo tiene brechas mortales.
En el mundo laboral desde el siglo XIX se viene denunciando que las personas son valoradas únicamente por el trabajo que rinden; ellas no son centro de atención; su valor se mide solo por lo que aportan económicamente. El tema se ha complicado más con la llegada de la técnica que ahorra mano de obra. Sin duda, este progreso técnico es un paso más hacia la vocación del ser humano, que debe hacerse cargo y organizar el mundo con su inteligencia y sus invenciones. Pero este cambio, que en principio puede significar un paso adelante, deja fuera de juego a muchos trabajadores.
Una ideología inaceptable
A mediados del siglo XX la Escuela de Economía de Chicago destacó la libertad de mercado como única vía de racionalidad en la gestión económica, sin la intervención del Estado ni control ético. En el fondo está la ideología o interés por el máximo beneficio individualista de personas o grupos, con la exclusión, manipulación y miseria para los que no pueden competir.
La práctica de esa teoría, ya en el proceso de globalización, está dando resultados nefastos para una organización de la economía donde cada vez más se agranda la fosa entre pocos ricos y la mayoría de empobrecidos. Liberación y progresismo es el título de un breve y sustancioso libro escrito por el dominico francés Christian Duquoc en 1989. El progreso deslumbrante alcanzado en muchos campos no da como resultado la liberación para todos, ni conlleva el crecimiento de las personas que busca el humanismo. La visión del teólogo Duquoc sobre un progresismo inhumano escucha el justo reclamo por la liberación que, a mediados del siglo pasado, irrumpió con fuerza en los pueblos empobrecidos y dependientes de América Latina. Esa voz de los empobrecidos fue calando en los mismos pueblos del hemisferio Norte, al ver que, también dentro de los mismos, la ideología economicista estaba sembrando injusticia y desigualdad. Pero ese calado fue muy superficial y se ha impuesto mundialmente la ideología de la máxima ganancia individualista, sacrificando para ello la dignidad de las personas y el abuso comercialista de la creación.
El progreso técnico avanza portentosamente; nos felicitamos con razón porque, gracias a la técnica, logramos entrar en Marte; pero ese logro no se ve correspondido por un paso adelante a la hora de corregir lo torcido en la organización económica de nuestra sociedad. Apoyados en los avances de la técnica, algunos pretenden crear una inteligencia artificial que se identifique con un nuevo y superior ser humano; estaríamos en un poshumanismo o transhumanismo. Tenga o no base científica esa posibilidad, crearía más distanciamiento entre los humanos. Y desde una opción auténticamente humanista, cabe preguntar: ¿es ético gastar los recursos para crear una especie humana más perfecta y superior a la actual, cuando en nuestro mundo son realidad sangrante los millones de personas que sufren una escandalosa pobreza? Carissa Vélez, investigadora en la universidad de Oxford, publicó en El País (14 de junio de 2019) un interesante artículo: «Inteligencia artificial, ¿progreso o retroceso?», concluyendo: «De momento la inteligencia artificial manifiesta más estupidez que inteligencia». Y recuerda las frases del poeta T. S. Eliot: «¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento?, ¿y dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?».
El modelo neoliberal, con su ideología o interés por la mayor ganancia económica utilizando a los otros; el libre mercado, y el consumo como algo imprescindible para seguir produciendo y ganando, no solo determinan el modelo económico, sino todo el dinamismo social y político. En ese dinamismo se va forjando un modelo de persona alienada por la fiebre posesiva y por el individualismo en su versión negativa: la propia seguridad económica y social se eleva a preocupación primera y única olvidando el bien común. Un modelo de persona replegada en su nicho e incapaz de amar a nadie que no sea ella misma.
Ante este panorama, en 1997, la Commission Tiers-Monde de l’Église catholique à Genève (COTMEC) reunió a grandes especialistas para reflexionar sobre la exclusión «provocada por un sistema económico que considera sobrante una parte creciente de la población entre nosotros y en el Sur. Nos encontramos en Ginebra, cuna donde anida la fortuna, y estamos atentos a la dominación de los mercados financieros sobre la economía y la política. Sumergidos en la tormenta de la supresión de empleos, fusiones, privatizaciones, flexibilización del trabajo, desregularización. Todo justificado por la globalización, la sacrosanta competitividad y las mutaciones tecnológicas».
Como fruto del encuentro salió un libro con el título Guerre économique. L’heure de la résistance, con distintas y valiosas intervenciones. Hay una magistral, del economista Ricardo Petrella, que explica la evolución de la gestión económica. Por esas fechas ha caído el muro de Berlín y el distanciamiento entre ricos y pobres no coincide ya con los países del Norte y los países del Sur. La división ricos-pobres tiene lugar dentro de cada país, incluidos los del hemisferio Norte. La competitividad puede ser un medio para bajar los precios que permite a las personas tener acceso a bienes que necesita. Pero desde la ideología o interés por sacar individualistamente el máximo beneficio con el mínimo gasto, el juego de la concurrencia bajo la ley del más fuerte llega incluso a pervertir el mercado. El objetivo es ser competitivo. En aras de esa competitividad que ya es rivalidad a muerte, se sacrifica el valor de la persona en sí misma y sus derechos fundamentales.
En ese libro hay después una sección con el significativo título: «Desmontar el ídolo del mercado todopoderoso». Se inicia con la frase del obispo Pedro Casaldáliga: «Nuestra fe exige una rebelión total contra este sistema excluyente, homicida y ecocida». Y el dominico Alain Durand, desde el justo clamor de los pobres, denuncia la perversión de la teoría neoliberal en economía.
Cuando estoy redactando estas notas, de nuevo en varios pueblos de América Latina surgen movimientos y cambios políticos que de algún modo reflejan el inconformismo con la ideología en que funciona, ya en un mundo globalizado, el neoliberalismo económico. Con frecuencia esos reclamos de cambio son calificados de «comunistas», y así quedan descalificados. Pero sin canonizar esos movimientos ni aprobar sin más su proceso, no debemos olvidar el justo inconformismo ante la intolerable ideología imperialista del sistema que cada vez está creando una brecha más honda en la humanidad.