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Capítulo Tres

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La mujer que yacía sobre la arena era alta, dada la forma sugerente en que desplegaba sus piernas mientras posaba para la cámara.

Cuando Gia había dicho que estaba saliendo con un famoso, se le había ocurrido una idea. Ese mismo día, había llamado a Mason, su hermanastro, y había tenido la gran suerte de que tenía programada una sesión de fotos con una modelo.

Mason estaba de cuclillas en la arena, delante de la mujer, dándole instrucciones de cómo colocarse sin dejar de disparar su cámara.

A lo largo de los años, había tenido que aguantar todo tipo de bromas.

–Mason y Jayson, ¿qué sois, gemelos? –solían preguntarles.

La respuesta era evidente a primera vista. Jayson tenía una constitución más robusta que la de su hermano. Jayson era más fuerte y ancho que su hermano. Mason era delgado y unos centímetros más alto. Ambos habían llevado perilla, pero Jayson se la había quitado. Desde entonces, solo optaba por afeitarse o dejarse barba.

–Preciosa, Natasha –dijo Mason, felicitando a la modelo antes de bajar la cámara.

Preciosa Natasha sería un apodo perfecto. Aquella diosa en biquini, con arena pegada a los pechos, había aparecido en muchas revistas. La sesión de fotos era para su calendario. El año anterior había sido portada de la edición de bañadores de Sports Illustrated, y en la más reciente también aparecía, aunque en páginas interiores.

Encargarse del calendario de Natasha Tovar era todo un triunfo para Mason. Había empezado su carrera haciendo retratos familiares. Luego había sido fotógrafo de bodas. De hecho, se había encargado de la de Jayson y Gia, y, más tarde, había pasado a fotografiar a modelos, algo que en California era más duro de lo que se podía imaginar.

–¿Lo tenemos?

Natasha se sacudió la arena de la parte superior del cuerpo antes de enfundarse en una fina bata blanca que dejaba adivinar lo que había debajo. Cuando las copas del biquini mojaron el tejido, aparecieron un par de círculos naranjas de los que a duras penas podía apartar la mirada.

–¿Quién es? –preguntó la modelo secándose el pelo con una toalla mientras se acercaba con sus kilométricas piernas hasta Jayson.

–Es Jayson Cooper, mi hermano. Le llamamos Cooper –contestó y desvió la mirada de Natasha a Jayson.

–Encantada de conocerte, Cooper.

Le tendió la mano y él se la estrechó. No se molestó en presentarse y Jayson supuso que tampoco hacía falta. La modelo se disculpó y siguió caminando por la playa en dirección a su caravana.

–Ese bamboleo de caderas lo está haciendo por ti –comentó Mason.

Se quedó revisando algunas de las tomas en su Canon mientras el encargado de la iluminación dejaba los reflectores y se dirigía a un puesto de comida que había en la parte más concurrida de la playa.

–¿Tienes hambre?

–Siempre –contestó Jayson.

–No me gusta la comida de ese puesto –dijo Mason–. He traído unos tamales que ha hecho Chester.

El estómago de Jayson rugió. El marido de Mason hacía los mejores tamales del mundo.

–Te arriesgas a que te deje sin almuerzo, sobre todo si lo ha preparado Chester.

–Es un tesoro –afirmó Mason sonriendo.

Con dieciocho años, después de terminar el instituto, Mason había salido del armario. ¿La reacción de Jayson? Se había limitado a encogerse de hombros. No podía haberse sorprendido menos.

El padre de Mason, Albert, había puesto el grito en el cielo, lo que le había confirmado que su padrastro apenas prestaba atención a nada que no fuera trabajo. Pero Albert también era un buen hombre y, aunque había tardado más, había acabado por aceptar que su hijo fuera homosexual. Julia, la madre de Jayson, tampoco se había sorprendido. Había ayudado a Albert a darse cuenta de la verdad: Mason seguía siendo Mason independientemente de a quién amara.

Aquello era ya agua pasada. Mason y Chester se habían casado hacía ya dos años y formaban un aburrido matrimonio más, al menos a ojos de Jayson.

Los hermanos compartieron un táper de tamales sentados en un trozo de madera contemplando el romper de las olas. Era una agradable forma de pasar la tarde.

–No puedo creer que hayas venido hasta aquí solo por conocerla. Debes de estar desesperado –comentó Mason cuando acabaron de comer.

Jayson dejó su tenedor en el táper vacío y se pasó la lengua por los labios. ¿Qué responder a aquel comentario? Mason sabía que Jay quería ir acompañado a la boda, pero no le había dicho por qué.

No le había contado que seis meses atrás le había provocado a Gia un orgasmo y desde entonces ella se había comportado como si nunca hubiera pasado. No era muy diferente a cuando habían tenido sexo en el coche justo antes del juicio de su divorcio. Había sido un encuentro increíble e inesperado. Cinco días después, en el juzgado, Gia lo había tratado con indiferencia, como si no hubiera sentido la tierra moverse bajo sus pies.

Pero aquel encuentro sexual en el coche no había podido salvar su matrimonio. Cada vez que discutían, algo que había sido muy frecuente hacia el final, ella había alegado que no podía estar con alguien que la controlaba. Jayson, cuyo verdadero padre había impuesto el miedo en su casa con su violencia, nunca había reaccionado bien ante aquella acusación.

–¿Cuéntame por qué quieres ir con una modelo a la boda? –preguntó Mason.

–Gia va a llevar un acompañante a la boda de su hermano Royce y no quiero ir solo.

–Parecéis chiquillos.

–Hace poco, Gia y yo estuvimos a punto de acostarnos. Habría sido como dar marcha atrás en el tiempo –dijo Jayson sacudiendo la cabeza–. Resulta que, además, es un tipo famoso. No me quedó otra que inventarme algo.

–¿De quién se trata?

–De Denver Pippen –contestó Jayson.

Al parecer Gia lo había conocido en un cóctel y las cosas entre ellos iban bien. A Jayson no le gustaban los cotilleos de oficina, pero tenía que reconocer que había estado atento para ver de qué se enteraba. Había oído a Gia contarle a Taylor con gran entusiasmo que su pareja iba a ser nada más y nada menos que la estrella del monopatín Denver «Pip» Pippen.

–Está muy bueno –dijo Mason–. El anuncio de esa bebida para deportistas en el que salta por encima de unos coches…

–Así no me ayudas –dijo Jayson poniéndose de pie–. ¿Qué tiene Gia en común con un tipo que se ha roto casi todos los huesos del cuerpo? Ella es un cerebrito mientras que él apenas tiene dos dedos de frente.

–Y crees que se pondrá igual de celosa que tú cuando te vea con Natasha.

–No estoy celoso de ese idiota con sonrisa bobalicona. Pero si lo veo besar a Gia, voy a dejarle una nueva cicatriz.

Mason rio.

–Ya es hora de que ambos paséis página, Coop. Lleváis mucho tiempo fuera de juego.

–Gracias por recordármelo –dijo pasándose la mano por el pelo–. No es fácil tener una cita cuando tu exesposa forma parte del mismo círculo social.

Mason miró a su hermano de reojo.

–Seguís comportándoos como si estuvierais casados. La gente que se divorcia avanza en la vida, vosotros no.

Jayson sacudió la cabeza, aunque tenía que reconocer que Mason tenía razón. Era difícil pasar página cuando la herida seguía abierta.

–Ahora estoy pasando página –apuntó Jay en un intento de convencerse a sí mismo.

–Bueno, le he hablado de ti a Natasha. Le he contado que eras muy atractivo y que estabas soltero. Luego le he dicho que ibas a ir el fin de semana a la finca de los Knox en los viñedos y deberías haber visto su cara –dijo y sacó su cámara–. De hecho, mírala. Hice varias fotos de su reacción.

–¿Le contaste que estaba buscando acompañante para una boda, verdad?

–¿Y hacerte todo el trabajo sucio? De eso nada. ¡Natasha! –dijo girando la cabeza.

La puerta de la caravana se abrió.

–¿Más fotos?

–No, es solo que Cooper quiere preguntarte algo –dijo y le dio una palmada en el hombro a su hermano mientras Natasha avanzaba por la arena hacia ellos–. No hay mejor momento que ahora –añadió bajando la voz.

Mason se metió en la caravana y cerró la puerta.

Natasha, todavía vestida con aquella bata semitransparente, se quedó mirando a Jayson.

–¿Qué pasa, Cooper?

Jayson se pasó la mano por el cuello y sonrió a la modelo.

–¿Estás libre el sábado?

El último beso

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