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Capítulo I

Hitler y la astrología

La actitud que el régimen nazi mantuvo con aquellos que se dedicaban a la adivinación es inextricable de la propia actitud que mostró Hitler hacia todo lo que tenía que ver con este campo. El líder nazi mostraba un cierto interés, pero lejos de la fascinación u obsesión que llegó a despertar en algunos de sus correligionarios. Todo indica que ese interés estuvo además motivado por la simple curiosidad, pero aun así se construiría un mito que todavía perdura en algunos círculos según el cual Hitler actuaba al dictado de sus astrólogos.

Este asunto ha sido objeto de numerosos estudios, casi todos ellos sensacionalistas y carentes de cualquier metodología histórica. En dichos trabajos se pueden encontrar aseveraciones repetidas una y otra vez, que citan referencias bibliográficas que acaban remontándose en todos los casos a alguna fuente original de dudoso crédito. Tras la segunda guerra mundial, sobre todo en las décadas de 1960 y 1970 y especialmente en Francia, aparició un buen número de obras que pretendían explorar los supuestos aspectos mágicos y enigmáticos del nazismo, entre los que no podía faltar la creencia de Hitler en la astrología. Nada podía frenar la imaginación de estos autores, que presentaban como historia lo que apenas era ficción. Sin embargo, esos relatos carentes de base histórica serían tomados por otros autores como hechos reales, contribuyendo a extender una serie de mitos que harían fortuna.


Adolf Hitler apenas sentía un interés anecdótico por la astrología y, desmintiendo el mito que circularía sobre él, no consultaba sus decisiones con ningún equipo de Führerastrologen.

La suposición de que Hitler creía en la astrología y recurría a los astrólogos antes de tomar decisiones comenzó a extenderse por Alemania a partir de su ascenso al poder en 1933. Para muchos, eso ayudaba a explicar sus éxitos políticos, ya que Hitler parecía siempre escoger el mejor momento para llevar a cabo sus golpes. Tanto en la política interior como en la internacional, Hitler sabía aprovechar los momentos de debilidad de sus adversarios para emprender acciones arriesgadas, que siempre se saldaban con éxito. Así, aquellos que se sentían atraídos por las artes adivinatorias creían ver en estas prácticas la brújula que orientaba sus actos.

rumores publicados

Las historias sobre el supuesto asesoramiento astrológico de Hitler comenzarían a circular fuera de Alemania a partir de 1938. Al parecer, tuvieron su origen en un informe del embajador rumano en Berlín, Raoul Bossy, en el que se aseguraba que Hitler contaba con un astrólogo personal, dando por ciertos los rumores que circulaban al respecto, a pesar de que no tenían ninguna base. Ese informe se propagó de forma confidencial por las cancillerías europeas, hasta que acabó en manos de la prensa. Según el investigador Ellic Howe, que rastreó la primera referencia pública a esa información, ésta se produjo el 30 de enero de 1939, en el rotativo londinense Daily Mail. A partir del momento en que el informe del diplomático apareció en la prensa británica, el rumor tomó ya carta de naturaleza.

El 5 de abril de 1939, la Gazette de Lausanne fue un poco más lejos y comenzó a proporcionar datos que aparentemente probaban que el dictador germano actuaba asesorado por astrólogos: «Nadie cree en la astrología más que herr Hitler. Los mejores clientes del Instituto Internacional en Londres son los astrólogos privados de Berchtesgaden (la localidad en la que se encontraba la residencia alpina de Hitler); cada mes, solicitan nuevos datos astrológicos. Esto demuestra que herr Hitler cree en la astrología. Y no es por casualidad que sus coups los lleve a cabo en el mes de marzo.1 Antes de golpear, escoge el momento más adecuado, indicado por las estrellas. Y marzo es el mejor mes... Tanto si uno cree o no cree en la astrología, lo importante es que Hitler cree en ella».

El artículo del diario suizo denotaba grandes dosis de imaginación, comenzando con el inexistente «Instituto Internacional» londinense y siguiendo con los «astrólogos privados» que nunca fueron vistos en Berchtesgaden. Sin embargo, sirvió para asentar la idea de que el secreto del éxito de Hitler residía en que actuaba en los momentos en que los astros le eran más propicios.

A partir de ahí, la existencia de esos supuestos Führerastrologen parecía fuera de toda duda. Por ejemplo, el 12 de julio de 1939, el británico Daily Mail ampliaba la información revelada en enero, dando la palabra a Nicholas Murray, presidente de la universidad neoyorquina de Columbia, quien concretaba que Hitler contaba con un equipo de cinco astrólogos. No obstante, ese equipo se vería ampliado un mes después del comienzo de la segunda guerra mundial con un nuevo miembro, según la información que publicaría el 5 de octubre de 1939 otro diario británico, el London Evening Standard.

Durante la guerra, las informaciones relativas a los supuestos astrólogos de Hitler irían apareciendo regularmente en la prensa. Una de ellas, por ejemplo, hacía referencia a Elsbeth Ebertin, una famosa astróloga alemana cuyas predicciones anuales gozaban de gran popularidad desde hacía dos décadas. Según el corresponsal de la agencia Havas en Zúrich, Ebertin tenía un gran ascendiente sobre Hitler y era depositaria de un secreto conocido por muy pocas personas: la hora exacta de su nacimiento. El diario británico Daily Telegraph reproduciría esta información, añadiendo de su propia cosecha que Hitler había recompensado a Ebertin por sus servicios concediéndole el monopolio de las publicaciones astrológicas en Alemania.

Pero los rumores de que Hitler no actuaba sin conocer la posición de los astros también circularían en las altas esferas del Reich. Esta cuestión ocupó, por ejemplo, a Hans Bernd Gisevius, un funcionario de la policía de Berlín, que tenía acceso a información confidencial y secreta. Gisevius, que tras la guerra se convertiría en biógrafo de Hitler, llevó a cabo junto al jefe de la Kripo (Kriminalpolizei o Policía Criminal), Arthur Nebe, una discreta investigación sobre este asunto en 1934, pero no obtuvieron resultados concluyentes. Incluso siete años después, cuando la Aktion Hess les facilitó más oportunidades para comprobar la veracidad de esos rumores, les resultó imposible obtener una respuesta definitiva sobre la cuestión.

Alguien tan bien informado de las interioridades del Tercer Reich como el jefe del contraespionaje nazi, el Brigadeführer de las ss Walter Schellenberg, estaba convencido de que Hitler creía en la astrología, tal y como lo reflejaría en sus memorias, publicadas en alemán con el título Die Memorien des letzen Geheimdienstchefs unter Hitler (Memorias del último jefe de inteligencia de Hitler). Según Schellenberg, después del viaje de Hess a Inglaterra, «el gran interés que Hitler había mostrado previamente en la astrología se transformó en una antipatía total». Sin embargo, Schellenberg no pertenecía al círculo más próximo al Führer, por lo que cabe la posibilidad de que con esa afirmación se limitase a recoger los rumores que existían al respecto.

Louis de Wohl, un astrólogo berlinés de origen húngaro que se pondría al servicio de los Aliados, acabaría de consolidar la idea de que Hitler tenía en cuenta la influencia de los astros en su toma de decisiones. El astuto Wohl logró convencer a los británicos de que Hitler seguía los consejos de su astrólogo personal, Karl Ernst Krafft, y él se ofreció para tratar de averiguar sus predicciones astrológicas y adelantarse así a las decisiones de Hitler. La propuesta del astrólogo fue aceptada y Wohl comenzó a trabajar en el departamento de guerra psicológica, una labor que será descrita en el capítulo correspondiente al astrólogo suizo. Aunque la información proporcionada por Wohl no sería de ninguna utilidad para los Aliados, su particular duelo contra el astrólogo de Hitler —que tan sólo existió en su calenturienta imaginación— serviría para fijar definitivamente ese mito en el imaginario de la segunda guerra mundial.

la realidad tras el mito

Contrariamente a lo afirmado por Louis de Wohl, Hitler no contaba con ningún astrólogo particular —de hecho, nunca llegó a tener un encuentro personal con Karl Ernst Krafft— y mucho menos contaba con un equipo de Führerastrologen.

A pesar del testimonio de Schellenberg, todos los indicios apuntan a que el dictador germano no creía en la astrología. Así, su secretaria privada, Christa Schröder, aseguraría en sus memorias, publicadas originalmente en francés con el título Douze ans auprès d‘Hitler. La sécrétaire privée d‘Hitler témoigne: «Había un rumor muy extendido de que Hitler se dejaba guiar por los astrólogos antes de tomar una decisión importante. Pero debo confesar que nunca se mencionó nada sobre este asunto en ninguna conversación. Hitler rechazaba de forma tajante la idea de que personas nacidas el mismo día, en el mismo lugar y a la misma hora pudieran compartir el mismo destino. Desde ese punto de vista, él consideraba que los gemelos eran la mejor evidencia. Siempre rechazó vigorosamente esa idea de que el destino de los individuos dependiera de las estrellas y las constelaciones».

Tras dejar claro en sus memorias que Hitler descartaba por completo cualquier influencia de los astros sobre las personas, Schröder haría referencia a un episodio que, según ella, «dejó a Hitler fuertemente impresionado», ocurrido al principio de su carrera política, y que está relatado por John Toland en su libro Adolf Hitler: The definitive biography.

Según explica Toland, el 30 de septiembre de 1923, Hitler recibió una carta inquietante de Maria Heiden, una seguidora que se presentaba como «un miembro antiguo y fanático de su movimiento». En la misiva, Heiden llamaba su atención sobre una alarmante predicción del anuario de la citada astróloga Elsbeth Ebertin. La predicción decía: «Un hombre de acción nacido el 20 de abril de 1889 puede exponerse a riesgos personales por actos excesivamente imprudentes, y con toda probabilidad desencadenar una crisis». Según la astróloga, las estrellas indicaban que a ese hombre «había que tomárselo muy en serio; está destinado a asumir el liderazgo en futuras batallas». Frau Ebertin concluía asegurando que la persona a la que hacía referencia su predicción había nacido para «sacrificarse por la nación alemana».

Aunque la astróloga no mencionaba el nombre, aparentemente se refería a Hitler, y si bien no especificaba la fecha en la que cometería esos «actos imprudentes», aseguraba que por actuar precipitadamente pondría su vida en peligro en un futuro cercano. A pesar de que ese vaticinio le concernía de manera tan directa, el comentario de Hitler sobre la predicción no pudo ser más despectivo: «¿Qué demonios tienen que ver conmigo las mujeres y las estrellas?».

En sus memorias, la secretaria de Hitler aseguraría que, a pesar de haber quedado impresionado por esa certera predicción, «sólo hablaba irónicamente sobre esa coincidencia y consideraba todo el asunto como una anécdota». Sin embargo, según lo expresado por el fotógrafo personal de Hitler, Heinrich Hoffmann, en sus memorias, publicadas con el desacomplejado título de Ich bin ein Freund von Hitler gewesen (Yo fui amigo de Hitler), el desconcertante episodio supuso para él algo más que una simple anécdota: «En 1922, hizo el hallazgo en un calendario astrológico de una predicción que anunciaba el Putsch de noviembre de 1923. Después, durante años enteros, recordó aquella coincidencia que produjo sobre él, sin que quisiera admitirlo, una profunda impresión». Sin duda, Hoffmann se refiere al mismo pronóstico que Maria Heiden señaló a Hitler en su carta.

Igualmente, el fotógrafo explica en sus memorias que «Hitler tenía una biblioteca de astrología y de ciencias ocultas», pero también asegura que «no toleró nunca la presencia de un astrólogo a su lado». La relación de Hoffmann con Hitler fue siempre muy estrecha, por lo que no hay que dudar de que fuera así.

astrología y superstición

Hitler estaba convencido de que era su propio destino el que lo conduciría finalmente al éxito y entendía como un signo de flaqueza considerar la posibilidad de que los astros pudiesen tener alguna influencia sobre él. Pero la relación de Hitler con las artes adivinatorias sería ambigua, cuando no contradictoria, como lo demuestra el hecho señalado de haber reunido una biblioteca sobre el tema. Esa ambigüedad queda plasmada en la afirmación de Hoffmann de que «en principio Hitler no creía en la astrología, aunque admitía que la posición de las estrellas podía tener una influencia sobre el destino humano», lo que se contradice con lo señalado por Christa Schröder.

La postura de Hitler ante la adivinación se mantendría en esa ambivalencia que, como veremos, se transmitiría también al régimen surgido bajo su liderazgo. Incidiendo en ese contraste, Hitler tenía una confianza ilimitada en la ciencia, pero a la vez se mostraba como un hombre supersticioso. Así, según refiere Hoffmann en sus memorias, Hitler «se consideraba como un exégeta de las ciencias exactas, lo cual no le impedía ser con frecuencia juguete de sus supersticiones. Cuando titubeaba ante una decisión que adoptar, lanzaba al aire una moneda, a cara o cruz, burlándose de su estupidez; pero, detalle curioso, se alegraba si la moneda caía conforme a sus deseos».

En sus conversaciones de sobremesa, anotadas por un taquígrafo por orden de su secretario personal Martin Bormann y recogidas en el libro Adolf Hitler: Monologe im Führerhauptquartier, Hitler dio algunas pistas sobre su actitud hacia la astrología. Así, Hitler comentó en una de esas charlas informales: «Creo que la superstición es un factor que uno debe tener en cuenta al evaluar la conducta humana, incluso cuando uno considere que está por encima de ello y se lo tome a broma». Hitler proseguiría su disertación refiriéndose en concreto a la astrología: «El horóscopo, en el que los anglosajones tienen una gran fe, es otro fraude, aunque su importancia no puede ser desestimada». Hitler ponía un ejemplo: «Sólo hay que ver los problemas que ha creado al gobierno británico la publicación de un conocido astrólogo vaticinando la victoria final de Alemania en esta guerra».

Por tanto, según Hitler, la astrología compartía con la superstición su cualidad de «fraude», pero al mismo tiempo eran herramientas que podían resultar útiles, por lo que no había que desdeñarlas, sino aprender a utilizarlas. Esa filosofía es la que seguiría al respecto su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, quien no creía en las virtudes proféticas de la astrología y la videncia, pero no dudaría en utilizarlas como arma psicológica una vez comenzada la guerra.

Pese a su pretendido racionalismo, que le hacía rechazar los principios en los que se basaba la astrología, Hitler creía, según asegura Hoffmann en sus memorias, «en la repetición cronológica, en el retorno de ciertos hechos históricos. Para él, por ejemplo, noviembre era el mes de la revolución; mayo el más propicio a las empresas y creía corroborarlo hasta cuando un éxito dudoso se manifestaba tardíamente».

Así, a pesar de su escepticismo, a Hitler le atraía todo lo que hiciera referencia a la predicción del futuro. Según relata Hoffmann, tras su ascenso al poder, Hitler comenzó a hablar con él de las profecías del visionario francés Michel de Nôtre-Dame, Nostradamus (1503-1566). «Hitler, muy interesado», explica Hoffmann, «pidió a Esser que sacase el libro de la Biblioteca del Estado, sin decir que era para él. Esser tuvo que depositar tres mil marcos para que la mencionada biblioteca permitiese el préstamo de la obra de Nostradamus. Hitler se consagró a su lectura; descubrió esa profecía que describe una elevada montaña sobre la cual vuela un águila inmensa; comparó la montaña con Alemania y al águila con él mismo».

Esa atracción o curiosidad que sentía por las artes adivinatorias queda acreditada con el examen de parte de su biblioteca personal, que se conserva en la Biblioteca del Congreso en Washington. Entre los mil doscientos volúmenes que allí se conservan —de los más de dieciséis mil que componían, según se cree, su biblioteca privada—, pueden encontrarse títulos como Magia: Historia, teoría y práctica, en el que Hitler subrayó, por ejemplo, esta inquietante afirmación: «Aquel que no alberga en su interior estados diabólicos, jamás dará a luz un nuevo mundo». Ese interés por lo esotérico quedaría demostrado por el hecho de que entre los títulos que se llevó consigo al búnker en el que acabaría suicidándose se encontraban Las profecías de Nostradamus y ¡Los muertos viven! Pruebas irrefutables.

Pero, aunque Hitler mostraba una inconfesada curiosidad por la astrología y la videncia, estaba muy lejos de llegar al extremo de contar con un astrólogo personal que le orientase sobre el momento más propicio para tomar una determinada decisión. Hoffmann, en sus memorias, descarta por completo esa posibilidad: «He oído contar, después de 1945, con los detalles más precisos la historia de su astrólogo personal y no puedo por menos que felicitar a ese ‘‘testigo’’ por su exuberante imaginación».

Así pues, no existe constancia de que Hitler llegase a contar en algún momento con un astrólogo o vidente personal que le orientase en su toma de decisiones, aunque tampoco consta que mostrase su oposición a que se utilizasen adivinos para el esfuerzo de guerra, incluso después de que él mismo decretase la Aktion Hess. No obstante, si hubo un mago del que existe la posibilidad de que hubiera podido llegar a tener algún ascendiente sobre él, ese candidato sería un enigmático personaje que sufrió también la contradictoria actitud de los nazis hacia los adivinos: Erik Jan Hanussen, el protagonista del siguiente capítulo.

1. Los tres grandes golpes de efecto ideados por Hitler antes de la segunda guerra mundial fueron llevados a cabo, efectivamente, en el mes de marzo: La remilitarización del Sarre (7 de marzo de 1936), la anexión de Austria (12 de marzo de 1938) y la ocupación completa de Che-coslovaquia (15 de marzo de 1939).

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