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ОглавлениеCapítulo II
El trágico precedente de Erik Jan Hanussen
La relación del Tercer Reich con la astrología y las artes adivinatorias, en la que se combinan el desprecio y la dependencia, resulta desconcertante, tal y como ha quedado apuntado en la introducción. Los jerarcas nazis, a la vez que consultarán a los videntes para que desentrañen el destino que les aguarda a ellos y al Reich, se dedicarán a reprimirlos con dureza. Algunos de ellos acabarán pagando con la vida su supuesta capacidad de vislumbrar el futuro.
Pero, nada más llegar los nazis al poder, ya se daría un funesto precedente, que señalaría el destino que le esperaba a los videntes bajo el nuevo régimen. Un judío vienés, Herschmann-Chaim Steinschneider, que tomaría el nombre artístico de Erik Jan Hanussen, acabaría siendo víctima de los mismos que lo habían intentado utilizar para sus propósitos.
El caso de Hanussen, no obstante, es muy diferente a los tratados en el presente libro. Los astrólogos y videntes que aquí serán referidos basaban su trabajo en técnicas y cálculos pretendidamente científicos, sin que mediasen supuestos poderes psíquicos. Convencidos de que los astros tienen una influencia decisiva en el destino de las personas, algunos pondrían todo su empeño en aplicar el método científico a la astrología para demostrarlo. Ellos se consideraban a sí mismos hombres de ciencia y no querían ser confundidos con los que únicamente querían aprovecharse de la credulidad de la gente.
En cambio, había adivinos que decían poseer la capacidad de ver el futuro y que protagonizaban actuaciones en teatros y locales. Practicaban el arte del mentalismo; utilizando la agilidad mental, trucos de magia y técnicas de sugestión, lograban crear una ilusión de lectura y control de la mente, así como de clarividencia y precognición. De entre estos magos destacaría poderosamente la figura de Hanussen, quien poseía una habilidad extraordinaria para el mentalismo gracias a una memoria e intuición fuera de lo común. No obstante, Hanussen no se conformaría con ser un showman, sino que se atribuiría realmente poderes proféticos y telepáticos, lo que le llevó en muchas ocasiones a tener que defenderse de fundadas acusaciones de fraude.
Pero Hanussen se convertiría en un personaje célebre no sólo por sus habilidades como mentalista, sino por su supuesta relación con Hitler, una relación que ha dado pábulo a las más fantásticas especulaciones. Por ejemplo, alrededor de Hanussen se ha tejido el mito de que Hitler perfeccionó con él sus innatas dotes para la oratoria. A lo largo del tiempo, Hitler había pulido su técnica, sobre todo en lo que hacía referencia a la puesta en escena. En sus mítines, Hitler accedía a la tribuna y permanecía en silencio durante varios minutos, limitándose a pasear su mirada sobre la expectante multitud. El rumor de la masa se iba apagando poco a poco hasta que en la sala se hacía el más completo silencio. Aun así, Hitler se mantenía callado, con lo que la tensión aumentaba cada vez más. Finalmente, cuando Hitler lo consideraba oportuno, daba comienzo a su discurso en voz muy baja, casi inaudible, para ir creciendo en intensidad con el paso de los minutos, hasta llegar al clímax, en comunión perfecta con los enfervorizados asistentes. Para algunos, ese dominio casi hipnótico que Hitler ejercía sobre su audiencia le había sido enseñado por un auténtico experto en la materia, Hanussen, quien, desde el escenario, conseguía como nadie concitar y mantener la atención del público durante sus espectáculos.
Sin embargo, es altamente improbable que Hanussen enseñase estas técnicas a Hitler, y en todo caso, tal y como veremos, los encuentros que pudieron mantener se limitan en el tiempo a los años 1932 y 1933, a pesar de que algunas fuentes que se han demostrado erróneas, y que han servido para consolidar ese mito, remontan esa relación a algún momento indeterminado de los años veinte. La supuesta influencia de Hanussen sobre el futuro dictador, al resultar tan sugestiva no sólo por ser un mago sino además por ser judío, ha sido exagerada por autores sensacionalistas. Aun así, lo cierto es que, en la última fase de ascenso al poder de los nazis, el vidente tuvo un papel de importancia creciente, hasta que fue contemplado como una amenaza potencial dentro del mismo partido de Hitler
Su abrupto y trágico final impediría conocer la evolución de un personaje de quien resulta arriesgado extraer ninguna conclusión. Para algunos fue sólo un farsante, para otros un ilusionista con un gran sentido del espectáculo y hubo quienes estaban convencidos de que poseía realmente el don de la clarividencia; en cualquier caso, de lo que no hay ninguna duda es que Erik Jan Hanussen es uno de los personajes más enigmáticos y fascinantes del siglo xx.
ignorado por los historiadores
Reconstruir la vida de Hanussen se ha convertido para los historiadores en todo un reto. Las singulares características del personaje han hecho que pocas cosas sobre él se puedan dar como ciertas. Incluso su nombre puede ser encontrado bajo diversas formas: Herschmann, Hermann o Herschel.
Tras su muerte, los nazis se encargaron de borrar todas las pistas sobre él, destruyendo los documentos que hacían referencia a su persona. Pero fuera de Alemania también se produciría más tarde, durante la segunda guerra mundial, un sorprendente apagón informativo. En la década de 1930, las publicaciones norteamericanas más populares dedicaban páginas al «adivino judío de Hitler», en forma de revelaciones sensacionales o de novela por entregas, convirtiendo a Hanussen en un personaje de la cultura popular norteamericana.
En 1942, un estudio de Hollywood estaba incluso preparando una película sobre él. Pero a partir de septiembre de ese año, el nombre de Hanussen desaparecería por completo de la escena. Al parecer, el hecho de que un judío hubiera estado conectado de algún modo con Hitler, cuando se consideraba a los judíos las principales víctimas de la barbarie nazi, podía resultar desconcertante para el ciudadano norteamericano. Lo primordial era galvanizar todo el esfuerzo de guerra contra Alemania, lo que llevó a eliminar cualquier referencia sobre él.1
La condena al ostracismo de la figura de Hanussen tendría durante el conflicto un carácter implacable, que se extendería sin ninguna razón aparente a la posguerra. Los libros que hablaban de él, mayoritariamente escritos por alemanes que lo habían conocido y que habían encontrado refugio en Estados Unidos huyendo de la Alemania nazi, fueron expurgados de las bibliografías oficiales de sus autores y de los archivos de Boston, Nueva York y Londres.
Su nombre se vería rodeado de un inexplicable tabú, siendo ignorado de forma sistemática por los historiadores. Por ejemplo, en el libro de 1962 Der Reichstagsbrand: Legende und Wirklichkeit (El incendio del Reichstag: Leyenda y realidad), del historiador alemán Fritz Tobias, considerado el libro de referencia sobre ese episodio histórico, el nombre de Hanussen aparecía en veintidós ocasiones en relación con la autoría del incendio; sin embargo, en la traducción al inglés, publicada en 1963 con el título Reichstag Fire: Legend and Truth, se eliminó cualquier referencia a Hanussen. La excusa del historiador encargado de adaptar esa edición fue que el autor germano había llegado a él siguiendo «pistas falsas».
La consecuencia de ese incomprensible veto generalizado es que hoy día es muy difícil encontrar referencias a Hanussen en los libros de historia, dejando el estudio de la figura del mago en manos de autores más cercanos a la ficción que a la historiografía.2
un artista de circo
En 1930, Hanussen escribió una autobiografía, Meine Lebenslinie (Mi línea de la vida), que es prácticamente la única fuente para conocer la primera etapa de su vida, pese a que se obvian en ella todos los datos que hacen referencia a su origen judío.
El futuro mago nació el 2 de junio de 1889 en Viena, aunque sería inscrito en el registro civil de Prossnitz, el lugar de residencia de sus padres. En su inscripción se podía leer: «Herschmann-Chaim Steinschneider. Varón hebreo». Su madre, Julia Cohen, era hija de un importador de pieles de Rusia, judío ortodoxo, que no había visto con buenos ojos la boda de su hija con Siegfried Steinschneider, un actor de segunda fila también judío.
Al principio, el pequeño sería llamado por sus padres Heinrich, para pasar luego a ser Hermann. En sus memorias, Hanussen referiría varias anécdotas posiblemente falsas, en la que aseguraba haber protagonizado increíbles casos de premonición. El primero de ellos sería con sólo tres años, cuando, en mitad de la noche, se despertó y acudió corriendo a casa de una compañera de juegos, a la que se llevó fuera justo antes de que se produjese una explosión en la droguería que había en la planta baja del edificio.
Cuando tenía sólo nueve años, su madre murió de tuberculosis. Se trasladó entonces con su padre a Boskowitz, en Moravia. Allí sufrió acoso por su condición de judío; el antisemitismo en esa región llevaba a que muchos judíos, hasta un cincuenta por ciento, tratasen de borrar sus orígenes hebreos cambiando sus apellidos, comprando falsos certificados de bautismo o mediante conversiones públicas. Es significativo que, más adelante, el propio Hanussen llevase a cabo una estrategia similar. A los once años, padre e hijo se trasladaron a Viena.
Con catorce años, Hermann se sintió irresistiblemente atraído por el mundo del espectáculo y acudió al anuncio de una compañía de teatro que buscaba actores. A partir de ahí, el joven comenzó un periplo artístico que lo llevaría al mundo de circo. En el Grand Circus Oriental aprendió trucos de ilusionismo y a tragarse espadas o antorchas. Luego se rumorearía que, cuando estaba trabajando en un circo en Lemberg, tuvo que abandonar precipitadamente la ciudad tras dejar embarazada a la sobrina del rabino, para evitar represalias.
El futuro mago acabó en la localidad rusa de Jitomir, donde encontró trabajo en un pequeño circo ambulante regentado por un italiano. Allí, Hermann adoptó el primer nombre artístico de Steno, actuando también como tragasables, aunque al cabo de un tiempo descubrió que poseía aptitudes como vidente; al menos, conseguía hacer creer al público que las tenía, ganándose su favor. Pero todavía debía pasar un tiempo antes de que su fama se extendiese por toda Europa.
En 1912, poco después del fallecimiento de su padre, Hermann se casó por el rito judío con una artista vienesa, Herta Samter, ya embarazada del que iba a ser su primer hijo. Desgraciadamente, el niño murió al nacer y a los pocos meses el matrimonio se rompió. En septiembre de ese año, Hermann se unió a una compañía de ópera con la que viajaría por Grecia y Turquía, lugares a donde regresaría más adelante. A su vuelta a Viena trabajó como periodista, pero decidió trasladarse a Berlín, donde comenzó a actuar en clubs nocturnos como adivino. Allí puso en práctica lo aprendido en su etapa circense, recurriendo a trucos de ilusionista para exhibir su supuesta clarividencia.
Durante la primera guerra mundial, sirviendo en las filas del ejército austro-húngaro, el soldado Steinschneider tuvo ocasión de demostrar sus dotes adivinatorias. Según explicaría el propio mago en sus dudosas memorias, el tren en el que su unidad se trasladaba al frente se encontraba detenido en una estación; cuando estaba a punto de reanudar la marcha, tuvo la premonición de que iba
a ocurrir una catástrofe. Advirtió a los oficiales que era necesario retrasar la partida; ante la lógica negativa de sus superiores, tomó la decisión de tumbarse sobre la vía, delante del tren, para impedir su marcha. Finalmente, fue apartado de la vía y obligado a subir al tren. Cuando se dirigía hacia un puente, éste sufrió el impacto de un proyectil enemigo y se derrumbó. Si el tren hubiera salido a la hora prevista, en ese momento se habría encontrado sobre el puente. Gracias a su corazonada y la valentía de su acción, Steinschneider había salvado la vida de sus compañeros.
éxito en viena
A mediados de abril de 1918, el soldado clarividente obtuvo un permiso especial para regresar a Viena, como recompensa por su providencial acción. En el tren conoció por casualidad a un actor y empresario teatral que había alquilado el Konzerthaus vienés, con capacidad para tres mil espectadores, para una serie de actuaciones de una bailarina danesa que daría comienzo el 30 de abril. Stein-schneider le habló de sus experiencias anteriores en el mundo del espectáculo y el empresario decidió darle una oportunidad para que actuase como telonero, aunque le sugirió que tomase como nombre artístico el de «Erik Jan Hanussen», para ser presentado como un «maestro vidente de Copenhague». A partir de entonces, no sólo adoptaría ese nombre, sino que aseguraría ser un aristócrata danés.
Sus actuaciones en el Konzerthaus de Viena fueron todo un éxito. Sus números de hipnosis, telepatía y adivinación provocaron el entusiasmo del público. Hanussen se convirtió enseguida en el artista principal, relegando a la bailarina al papel de telonera. Incluso mantuvo un encuentro con la familia real austríaca, que acudió al teatro para ver su actuación y quiso felicitarle personalmente.
Pero el artista debía reincorporarse a su unidad, que se encontraba en Cracovia, por lo que tuvo que abandonar Viena. Mientras tanto, el empresario aprovechaba sus influencias para lograr protección para Hanussen, lo que consiguió apelando a la familia imperial. Gracias a la intercesión de tan altas esferas, Hanussen sería trasladado al tranquilo frente bosnio, haciendo una escala de unos días en Viena para actuar. Así, el 24 de mayo de 1918 Hanussen se encontraba otra vez en la capital y, dos días después, el Konzerthaus estaba abarrotado de público deseoso de ver su actuación, incluyendo la familia imperial.
Hanussen tuvo que seguir su viaje hacia Bosnia, en donde quedaría destinado hasta el 3 de noviembre de 1918, cuando se produjo el armisticio entre el Imperio austrohúngaro y las potencias aliadas. El mago pudo entonces regresar a Viena, que vería el hundimiento del Imperio de los Habsburgo para pasar a ser la capital de la nueva república austríaca. El 11 de noviembre, precisamente el día en el que concluyó la guerra con el armisticio entre Alemania y los aliados, Hanussen actuaría de nuevo en el Konzerthaus vienés, en medio de una gran expectación. En estas nuevas actuaciones, el mago incorporaría un ingrediente pseudointelectual, presentando sus habilidades telepáticas desde un punto de vista pretendidamente científico.
Los shows del mago llamaron la atención del director artístico del teatro Apolo, el palacio de variedades más importante de Viena, al que no le costó mucho trabajo convencer a Hanussen para que aceptase una suculenta oferta de contrato. Las actuaciones en el Apolo comenzaron el 1 de enero de 1919, siendo su éxito apoteósico. Hanussen llegaría a realizar dieciséis actuaciones a la semana con todo el billetaje vendido, un récord que sólo había sido superado por el mítico tenor italiano Enrico Caruso.
Erik Jan Hanussen, en un retrato autografiado de 1919.
Su carrera artística ya había comenzado.
Para demostrar sus supuestas dotes telepáticas, Hanussen se puso en manos de la Universidad de Viena, sometiéndose a experimentos
en condiciones de laboratorio. En una prueba consistente en adivinar unos números escritos en la pizarra de otra habitación, el mago logró unos resultados superiores a lo que se podía esperar por puro azar, pero no fueron tan destacados como para demostrar que poseía el don de la telepatía.
La fama de Hanussen en Viena aumentaría aún más después de protagonizar en febrero de 1919 un curioso episodio, a raíz del robo de cientos de miles de coronas en la planta de impresión del banco estatal de Austria. Ante la falta de progresos de la policía en el esclarecimiento del caso, un oficial del banco contactó con Hanussen, que se ofreció a poner su clarividencia al servicio de la ley. Así, acompa-ñado de un exótico ayudante eritreo y pertrechado de un plano de la planta de impresión, estuvo durante dos horas inspeccionando el recinto y recogiendo información. Por las características del robo, que incluyó también hojas de billetes de escaso valor, dedujo que no se trataba de una banda organizada y que el autor era uno de los trabajadores. También dedujo que el producto del robo se encontraba todavía en la imprenta y pidió el listado de los trabajadores que accedían a las áreas en las que se podía ocultar mejor el botín. Entre ellos, había uno que ese día no había acudido al trabajo; Hanussen aseguró que ese era el autor del robo. Una vez detenido e interrogado, el trabajador confesó.
La hazaña de Hanussen le reportó una recompensa de dos mil coronas y grandes titulares en la prensa, lo que incrementaría todavía más la expectación con la que era recibido en cada función sobre el escenario del siempre abarrotado teatro Apolo.
En octubre de 1919, Hanussen se trasladó a Praga para conquistar también los escenarios de la capital de la nueva república checoslovaca. Allí le surgió una nueva oferta para llevar a cabo una serie de actuaciones en la ciudad alemana de Núremberg, que aceptó sin dudar. A comienzos de 1920, regresaría a Viena de manos del empresario que le dio su primera oportunidad, volviendo a actuar en el Konzerthaus.
Hanussen compaginó sus actuaciones con la publicación de unos libros que pretendían ser manuales de telepatía. Siguiendo sus instrucciones y realizando las pruebas que se proponían, los lectores podían comprobar sus aptitudes telepáticas o incluso actuar como médiums. Con estas publicaciones, el mago se rodeaba de una cierta aura intelectual que dejaba en segundo plano su carácter de showman. Siempre proclive a prestar su atención a este tipo de novedades, Hanussen pasó a convertirse en una especie de pionero en el estudio «científico» de la telepatía y su acercamiento al gran público.
trucos de ilusionista
Los espectadores que acudían a las actuaciones de Hanussen lo hacían dispuestos a sorprenderse ante la exhibición de sus dotes telepáticas. Y el mago se encargaba de que no salieran decepcionados del teatro. Para ello, Hanussen recurría a habilidades tal vez adquiridas de los adivinos y echadores de cartas con los que seguramente coincidió durante la época en que actuó en el circo. Estos son capaces de captar las pequeñas reacciones en el rostro o en el resto del cuerpo que provocan sus observaciones de tanteo, lo que les sirve de indicio para adivinar el pasado de la persona. Así, Hanussen hacía subir a un voluntario al escenario, y, observándole atentamente mientras le tomaba las manos, le formulaba algunas preguntas. A partir de ahí, el mago realizaba una serie de aseveraciones que el sorprendido voluntario confirmaba.
Hanussen, además de poseer una gran psicología y un profundo conocimiento del comportamiento humano, demostraba tener una gran inteligencia. Uno de sus números consistía en adivinar lo que estaba pensando un individuo, sin importar lo que fuera. Para ello, le formulaba preguntas a las que el voluntario sólo podía contestar «sí» o «no». Siguiendo un método lógico, el mago era capaz de adivinar el pensamiento planteando apenas una veintena de cuestiones.
Pero había otro número que requería poseer una memoria excepcional. Consistía en recoger una serie de sobres en los que algunos miembros del público habían escrito algo y adivinar el contenido justo antes de abrirlos sobre el escenario. Este número levantaba siempre mucha expectación, ya que parecía imposible que eso pudiera lograrse. Pero se trataba simplemente de un ingenioso truco de ilusionista. Una vez recogidos los sobres, Hanussen simulaba leer el primero a través del sobre antes de abrirlo, recitando cualquier frase que era confirmada por uno de los colaboradores secretos o ganchos con los que contaba en la platea. La información quedaba definitivamente «corroborada» cuando el mago abría el sobre y «leía» el papel. Lo que Hanussen hacía en realidad era memorizar el contenido de ese sobre; cuando le tocaba el turno al siguiente, en realidad repetía lo que había leído en el primero, y así una y otra vez.
Hanussen realizaba a diario ejercicios para ejercitar su ya de por sí prodigiosa memoria, necesaria no sólo para el ingenioso truco de los sobres, sino también para otros en los que el público era el protagonista. Por ejemplo, sus colaboradores conseguían información personal de los asistentes antes del espectáculo o en el entreacto, escuchando conversaciones o haciendo alguna pregunta, y luego la comunicaban al mago desde la platea con una serie de gestos preacordados.
El adivino utilizaba su memoria portentosa para otros trucos, como uno que consistía en la recogida de unas tarjetas entre el público en las que cada espectador escribía una palabra, y Hanussen debía adivinar quién era el autor. Para ello, sus colaboradores dejaban unas pequeñas marcas en las tarjetas que servían de guía al mago para saber en qué lugar de la platea se sentaba. A partir de ahí, el sentido innato del espectáculo que poseía Hanussen lograba que el público se entusiasmase con esa demostración de clarividencia.
Pero los números más llamativos eran los que incluían sesiones de hipnosis. Reuniendo varios voluntarios en el escenario, era capaz de hipnotizarlos en apenas unos segundos y lograba que obedecieran sus órdenes, aunque eso les llevase a hacer el ridículo. Así, conseguía que ladrasen o maullasen, que llorasen o riesen a voluntad del mago, o que se viesen impedidos de separar las manos después de que Hanussen les advirtiese bajo hipnosis de que serían incapaces de hacerlo. La tensión que se alcanzaba en la sala durante estas exhibiciones era palpable y el público creía asistir a un hecho realmente extraordinario.
Entre actuación y actuación, Hanussen también tenía tiempo para el amor. A finales de 1919, el mago se enamoró de una artista rusa que actuaba también en el Konzerthaus, Theresia Luksch, conocida profesionalmente como Risa Lux. En julio de 1920, Hanussen pidió a las autoridades austríacas el divorcio de Herta Samter y el 3 de agosto se pudo casar con Risa, que se encontraba en avanzado estado de gestación. La boda se celebró según el rito judío. Cinco semanas después nacía una niña, Erika.
gira por el mediterráneo y oriente próximo
En marzo de 1921, un pavoroso incendio destruyó casi la mitad de la ciudad griega de Salónica, incluyendo la mayor parte de su barrio judío. Sensibilizado por esa tragedia, Hanussen tomó la decisión de acudir allí y actuar durante dos semanas a beneficio de los damnificados.
Después, el mago optó con continuar el viaje hacia Turquía,
actuando en Constantinopla, aunque allí cosechó un inesperado fracaso. Para desquitarse del fiasco, volvió a actuar en Grecia, donde recibió la oferta de visitar los escenarios de la ciudad egipcia de Alejandría con una pequeña compañía griega. Hacia allí se embarcó, pero durante el viaje comprobó que los miembros de la compañía artística eran en realidad contrabandistas. Al llegar a Egipto, se separó de ellos. Allí conoció a un empresario teatral alemán, que le convenció para actuar en Damasco.
Después de su fracaso en Constantinopla, Hanussen había decidido cambiar su nombre artístico por el nombre árabe «El Sah’r» (El Sabio) para tratar así de parecer más próximo a su nuevo público. Pero su nuevo nombre no haría que en Damasco su espectáculo corriese mejor suerte. Los árabes eran más resistentes que los occidentales a las técnicas hipnóticas de Hanussen. En Aleppo, el propietario del club nocturno en el que Hanussen debía actuar le prohibió que hiciera cualquier número de hipnotismo; le explicó que un árabe preferiría renunciar a todo antes que entregar el control de su mente, ya que eso suponía perder su bien más preciado: el sentido del honor. En todo caso, las diferencias culturales representarían un obstáculo insalvable.
Hanussen decidió entonces probar suerte entre las colonias judías que se estaban estableciendo en Palestina, entonces bajo control británico. Actuó en Jerusalén, Haifa, Jaffa y algunos kibutzim. El mago se reencontró con las mieles del éxito entre el público judío, culturalmente mucho más próximo a él, y logró reunir mil libras esterlinas.
Animado por su éxito, puso rumbo a El Cairo pero, escarmentado por su escaso predicamento entre el público árabe, no llegaría a actuar. De nuevo en Alejandría, embarcó para la isla de Kos, entonces bajo control italiano, pero de población griega y turca. Allí estuvo descansando durante dos semanas y luego se trasladó a la isla de Rodas, donde realizó una actuación. Sin embargo, sufrió aquí un malentendido con el propietario turco del café en el que actuó a cuenta del dinero que debía recibir y a punto estuvo de ser linchado. Definitivamente, Hanussen y los turcos no tenían una buena sintonía.
Siguiendo su periplo por el Mediterráneo oriental, de Rodas embarcó para Trípoli, que entonces constituía la puerta por la que los italianos pretendían reconquistar el antiguo Imperio romano en el norte de África. Hanussen actuó en un cabaret, pero el espectáculo no se desarrolló como él esperaba. Había anunciado una recompensa de mil libras a aquel que fuera capaz de levantarlo del suelo. El mago aseguraba que, gracias a su poder mental, nadie lograría despegarlo del escenario. Por si su fuerza mental no bastaba, Hanussen instaló unos ganchos y unos cables ocultos para permanecer así bien atado al suelo. Pero uno de los voluntarios que subió al escenario para intentarlo era tan fuerte que consiguió arrancar los ganchos del suelo, con la consiguiente sorpresa y decepción por parte del público.
Después del fracaso en Trípoli, Hanussen fue a Orán, en la Argelia francesa, donde estudió a los derviches árabes y los faquires, de los que obtendría inspiración para sus futuras actuaciones. A Hanussen le impactó especialmente el dominio que los faquires tenían de su cuerpo, lo que les permitía dormir en una cama de clavos o tragarse cristales.
A principios de 1922, Hanussen regresó a El Cairo, después de hacer escalas en Malta y Corfú. En la capital egipcia la policía le confió labores de detective para detener a una banda de traficantes de hachís. El mago colaboró en su captura haciendo gala de sus dotes deductivas y fue recompensado con doscientas libras.
De El Cairo viajó a Beirut y de ahí puso rumbo a Bagdad, donde esperaba descubrir los secretos de los faquires. Lo que sí contempló y fotografió en secreto junto a las ruinas de Babilonia fue el célebre truco de la cuerda india, en el que un mago lanza una cuerda al aire y ésta queda rígida, permitiendo incluso que un niño trepe por ella. Hanussen asistió, no obstante, a la versión más impactante del truco, tan sólo representada en raras ocasiones, en la que el niño desaparece al llegar al final de la cuerda, el mago sube a buscarlo armado con un machete, desaparece también y comienzan a caer trozos de carne ensangrentada al suelo. Al final, el mago y el niño reaparecen, sin que éste último haya sufrido, obviamente, ningún daño.
Para explicar el truco, Hanussen creía que la cuerda no era tal, sino que guardaba en su interior una serie de vértebras de animal, que eran encajadas por dos ayudantes que la sostenían. Hanussen advirtió que el número se representaba en un lugar en el que los espectadores tenían el sol justo de frente; cuando el niño y el mago estaban arriba, surgió una especie de neblina artificial, lo que, unido al deslumbramiento por el sol, provocaba la ilusión de que ambos habían desaparecido al llegar arriba. En cuanto a los miembros despedazados que caían, era obvio que uno de los dos los llevaba consigo y los iba soltando, entre los gritos de horror del público. Aunque Hanussen se fue de Bagdad sin saber con certeza el secreto del truco de la cuerda india, esa experiencia sería una nueva fuente de inspiración en su trabajo de ilusionista.
Para poner fin a su dilatada gira por el Mediterráneo y Oriente Próximo, Hanussen regresó a El Cairo. Pero allí le esperaba una insólita oferta, la de un hombre de negocios árabe que había oído hablar de sus dotes adivinatorias y decidió contratarle para vaticinar el precio del algodón en una fecha concreta, con el fin de rentabilizar al máximo sus inversiones. Hanussen aceptó, pero pronto vio que el reto le superaba y sufrió una crisis mental. Afortunadamente, un colaborador suyo de Viena le encontró en El Cairo y, al ver su deplorable estado, se lo llevó a descansar a Asmara, junto al Mar Rojo.
En su lugar de reposo descubrió a unos zahoríes locales que utilizaban ramas de árboles, bajo un estado de hipnosis autoinducida, para encontrar corrientes subterráneas de agua. Con esa experiencia, Hanussen consideró que ya había aprendido suficiente en ese exótico periplo que duraba ya diecisiete meses y decidió regresar a Viena.
rivalidad con el «sansón polaco»
Cuando en otoño de 1922 Hanussen volvió a la capital austríaca, lo hizo cargado de nuevas ideas. Su gira por el Mediterráneo y Oriente Medio, en la que había tomado contacto con la cultura árabe y la que procedía de la India, había abierto su mente, además de servirle de fuente de inspiración.
El mago decidió publicar cuatro libros centrados en el estudio de la clarividencia, la sugestión consciente, la hipnosis, la radiestesia y la relación entre el mundo y el alma. Estaba previsto que los cuatro libros se publicasen en el invierno de ese mismo año, por lo que debían de tratarse más bien de opúsculos o folletos. No se sabe si llegó a publicar esos cuatro trabajos; si así fue, debió de ser una tirada muy pequeña, porque no se ha conservado ningún ejemplar. Es posible que la delicada situación económica que en ese momento estaba atravesando Austria no fuera las más adecuada para esa aventura editorial que acabó en fracaso.
Otro de sus nuevos proyectos fue dirigir una obra de teatro, Doctor Svengali, en la que se reservó el papel protagonista, el de un médico que utilizaba la hipnosis para sus tratamientos. En la obra, el doctor Svengali hipnotizaba a la esposa de su enemigo para seducirla, aunque finalmente prevalecía el amor que ella sentía por su marido. La obra estaría en cartel en el Bürgertheater menos de un mes; aunque los críticos destacaron la actuación de Hanussen, la producción no obtuvo una acogida favorable y el público tampoco respondió.
Las ideas que Hanussen había puesto en práctica a su regreso a Viena no habían funcionado. Pero a finales de diciembre de 1922 le llegó una oferta que encajaba más con su trayectoria anterior a la gira: participar en un espectáculo de variedades que se representaría en el teatro Ronacher. Sin embargo, por primera vez, Hanussen no iba a ser la gran atracción; ese papel estaba reservado al forzudo Siegmund Breitbart, un judío nacido en la ciudad polaca de Lodz en 1885.
Siegmund Breitbart, el «Sansón polaco», con el que Hanussen mantuvo una gran rivalidad.
En sus espectáculos, Breitbart aparecía caracterizado de gladiador romano o de personajes que destacaron por su fuerza, como Goliat y Sansón. De esa guisa realizaba impactantes demostraciones, como abrir herraduras con sus manos hasta dejarlas rectas, doblar barras de hierro y romper cadenas sólo con sus brazos o arrastrar pesados carruajes tirando de una cadena atada a su pecho. Cada exhibición era más espectacular que la anterior y parecía no haber límite a su poderío; así, Breitbart sería capaz de sostener un automóvil con diez pasajeros sobre sus espaldas, levantar una cría de elefante o arrastrar una locomotora con una cadena sujeta entre los dientes. Para los judíos europeos, Breitbart, quien solía pronunciar alegatos sionistas en yidis, era todo un héroe. Por entonces, los judíos eran considerados débiles, por lo que aquel forzudo era un espejo en el que todos ellos deseaban mirarse. El «Sansón polaco» pasaría a encarnar la fuerza, determinación y perseverancia de los judíos.
Hanussen no tuvo otro remedio que aceptar un papel secundario en los espectáculos del teatro Ronacher, en los que Breitbart, presentado como «el hombre más fuerte del mundo», era la gran atracción. Pero al mago, gran observador, no se le escaparon algunos detalles de las actuaciones del forzudo polaco. En efecto, aunque era innegable su fuerza, Breitbart empleaba algunas artimañas en sus exhibiciones para conseguir el fin deseado.
El mago decidió emplear trucos similares en su actuación; así, convenció a una judía desempleada de tan sólo diecinueve años, Martha Kohn, para que participase en su número. La muchacha, con el nombre artístico de Martha Farra, debía hacer las veces de una médium que, hipnotizada por Hanussen, adquiría una fuerza sobrehumana que le permitía ejecutar heroicidades como las protagonizadas por el forzudo polaco.
Pero Martha Farra no llegaría a debutar en el teatro Ronacher. Cuando Breitbart tuvo conocimiento de que iba a tener lugar ese número, en el que una chica de diecinueve años iba a doblar barras de hierro igual que hacía él, con el consiguiente riesgo de que se descubriese el fraude, montó en cólera y amenazó violentamente al adivino.
Hanussen creyó llegado el momento de romper con el Ronacher y se ofreció al teatro Apolo, que aceptó encantado. El número de Martha Farra fue anunciado por toda la ciudad y el día anterior a su debut, que iba a tener lugar el 1 de febrero de 1924, mantuvo un encuentro con la prensa, en el que ella hizo una pequeña exhibición de sus «poderes». Hanussen había entrenado a Martha en las habilidades de los faquires, como la de tumbarse en una cama de clavos, y la joven lo hizo delante de los periodistas a la perfección. Los periódicos vieneses hicieron aumentar aún más la expectación por contemplar por primera vez a la competidora del forzudo polaco. El Apolo tuvo que colgar el cartel de agotadas las localidades.
Con lo que no contaba Hanussen era que los seguidores de Breitbart se movilizarían para boicotear la actuación de la mujer forzuda. Así, cuando el mago pidió que subieran voluntarios al escenario para comprobar la fuerza de Martha, éstos subieron y provocaron un violento altercado que obligó a suspender la función. Los incidentes se reprodujeron a la salida, llegando a intervenir la policía montada a caballo.
El boicot de los admiradores del «Sansón polaco» provocó que aumentase todavía más la expectación por ver a Martha Farra. Tras reforzar las medidas de seguridad, las funciones pudieron representarse, aunque los alborotadores continuaron acudiendo puntualmente a la cita. Hanussen tuvo la idea de proponer un duelo público de exhibiciones de fuerza entre Martha y Breitbart, lo que éste interpretó como una intolerable provocación. Los abogados del polaco acabaron demandando a Hanussen; el mago contratacó demandando a Breitbart. Ambos tuvieron que comparecer ante un tribunal el 23 de febrero. Pero la demanda coincidió sospechosamente con una petición de expulsión para Hanussen por unos hechos que se remontaban a 1913. El mago estaba acusado de conducta inmoral, fraude y chantaje. Finalmente, el juez tomó una decisión salomónica, condenando al polaco a una multa de 250.000 coronas y a Hanussen a ser expulsado de Austria durante diez años.
El mago se trasladó entonces a Praga, junto a Martha Farra. Actuaron durante dos meses en el teatro Divadlo. En junio recibieron una oferta de Budapest y acudieron a la capital húngara. Pero allí se confirmó que, desde que había regresado de su gira, Hanussen no tenía la suerte de su parte; Martha se enamoró de un artista húngaro cuyo nombre artístico era «Mister Rex». Ambos huyeron al norte del país, donde actuarían formando un dúo. Hanussen les denunció por haberse llevado consigo el material que ella utilizaba en sus
actuaciones; el juez le acabaría dando la razón y el mago lo pudo recuperar.
Para el adivino, las calamidades parecían no tener fin. El arzobispo de Budapest declaró blasfemas las actuaciones de Hanussen, después de que hubiera hipnotizado a un voluntario, haciéndole creer que era Jesucristo en la cruz. Fue durante su estancia en la capital húngara cuando Hanussen conoció a una artista de circo de veintitrés años y de origen italobritánico, Rose Presl, a quien le propuso convertirse en la nueva Martha Farra. La joven aceptó y durante tres meses se dedicó a aprender los trucos de su predecesora. La relación entre ambos sería enfermiza; Rose era inestable emocionalmente
y enseguida cayó en las redes del mago, sufriendo una fuerte dependencia psicológica. Eso posibilitó que Hanussen la llevase al límite de su resistencia, sometiéndola a auténticas torturas que luego se repetirían en el escenario.
En septiembre de 1923, Martha Farra II hizo su debut en un teatro de la ciudad alemana de Breslau. Aunque la joven apenas pudo resistir la dureza de las pruebas a las que fue sometida, ya que resultó herida durante el número de la cama de clavos, el estreno fue un éxito. El difuso componente erótico del espectáculo, en el que la nueva Martha parecía ser una esclava sexual que obedecía ciegamente las órdenes de su señor, parecía excitar las pasiones más inconfesables del público.
A partir de ahí se inició una gira de seis semanas que llevaría a la pareja por las principales ciudades alemanas, además de Bruselas. Quizás porque era la época de la inflación galopante en Alemania, Hanussen gastaba sus ganancias en cenas lujosas, ropa cara y mujeres de compañía, antes de que ese dinero perdiese rápidamente su valor. Por su parte, Martha dio muestras de su inestabilidad emocional, intentando en una ocasión cortarse las venas con unas tijeras.
En noviembre de 1923, la pareja actuó en el circo Busch de Berlín, lo que suponía su consagración. Hanussen debió de leer en la prensa la noticia del intento fracasado de golpe de estado que Adolf Hitler y sus partidarios habían llevado a cabo en Múnich. Es seguro que en ese momento el clarividente mago no pudo vislumbrar que ese personaje resultaría determinante en su vida.
Tras sus actuaciones en la capital germana, Hanussen y Martha continuaron su gira haciendo escala en la ciudad eslovaca de Bratislava y de ahí viajaron a Königsberg, en la Prusia oriental. Luego se dirigieron a Memel, una ciudad que había pertenecido a Alemania pero que, tras su derrota en la primera guerra mundial, había pasado a formar parte de Lituania. En Memel, el mago fue acusado de fraude por quien le había contratado; la policía decidió investigarle y acabó decretando su expulsión de Lituania, siendo el segundo país, después de Austria, en el que tendría vedada su entrada.
la gira norteamericana
En enero de 1924, Hanussen recibió una oferta para actuar en Nueva York, en el prestigioso teatro Hippodrome, para iniciar después una gira de ocho meses por otras ciudades norteamericanas. Es probable que sus problemas en Austria y Lituania, así como la hiperinflación que entonces azotaba Alemania, acabasen de convencer al mago de que lo mejor era cambiar de aires, así que se decidió a emprender una aventura al otro lado del Atlántico.
Cartel anunciando la actuación de Marta Farra en el teatro Hippodrome de Nueva York.
Pero, al llegar a Nueva York, Hanussen se encontró con una desagradable sorpresa. Un viejo conocido, Siegmund Breitbart, era en ese momento la estrella del Hippodrome. Los productores no consideraron adecuado incluir el número de Hanussen en el show que tenía como gran protagonista al «Sansón polaco», por lo que el mago y la mujer forzuda fueron derivados a un teatro de Hoboken, en Nueva Jersey. Durante la gira norteamericana, Martha perdería la «h» de su nombre para ser «Marta Farra, la mujer forzuda italiana», al parecer como reclamo para la nutrida colonia transalpina.
En Hoboken, el espectáculo de Hanussen sería inesperadamente recibido con indiferencia por el público. La gira continuaría en Filadelfia y Norfolk, donde la respuesta del público no sería mucho más entusiasta. El mago achacaría esa fría acogida «a la estupidez americana y su falta de imaginación». Pero todo era susceptible de empeorar; en Norfolk, Marta Farra sufrió un accidente en el escenario al caerse sobre ella un decorado de madera, que le rompió dos costillas, lo que la obligó a permanecer en reposo dos semanas y anular las actuaciones previstas. La pareja de artistas, cuya relación personal, además, se iba deteriorando, regresó entonces a Nueva York.
A pesar de que Hanussen y Breitbart eran enemigos declarados, los productores decidieron que ambos actuasen en el Hippodrome. La necesidad de aunar esfuerzos y el roce cotidiano, ya que debían realizar tres o cuatro funciones diarias, llevó a que la relación entre ambos se fuera suavizando. La antipatía visceral dio paso de forma inesperada a cierta admiración mutua. Además, el polaco ejercía un papel moderador entre la joven y el mago.
Las actuaciones de Breitbart siempre sorprendían a un público entregado a sus demostraciones de fuerza.
En marzo de 1924, Hanussen y Marta comenzaron a actuar en un teatro de Brooklyn, mientras que Breitbart iniciaba una gira por todo el país. La ausencia del forzudo judío dejó a Marta a merced del mago y ella no pudo soportarlo más. En abril, después de haber actuado en Boston, Marta Farra decidió romper con él. Cuando parecía que la aventura americana no podía acabar peor, Hanussen recibió un telegrama de su esposa pidiéndole urgentemente que regresara. El mago tuvo claro que Risa iba a pedirle el divorcio, como así sería. Hanussen decidió volver a Europa, dejando allí a la que había sido su compañera artística, que iniciaría una gira de actuaciones en solitario.
sigue el espectáculo
Hanussen se dirigió primero a París, donde comenzó a preparar el que debía ser su nuevo espectáculo. Para sustituir a Rose Presl encontró a una joven alemana, Anna Schedel; ella sería Marta Farra III. A partir del verano de 1924, Hanussen recorrió de nuevo los teatros alemanes.
A principios de 1925, el mago cayó gravemente enfermo y tuvo que ser operado. La mala suerte parecía perseguirle sin tregua ni descanso. Durante su convalecencia, Marta Farra III, de la que se había enamorado el representante de Hanussen, decidió marcharse con él y actuar por su cuenta. Increíblemente, en la primavera de 1925, «Marta Farra» estaba actuando a la vez en Sevilla, Budapest y Nueva York. Las tres muchachas que habían sido en su día escogidas por Hanussen para interpretar el papel de mujer forzuda reivindicaban ser la auténtica. Mientras tanto, su creador languidecía en Berlín, solo y sin dinero.
Pero Hanussen no era un hombre que se rindiese fácilmente. Una vez recuperado de su enfermedad, se dispuso a volver por sus fueros. Para conseguir algo de dinero, concedió una exclusiva a una publicación en la que revelaba los trucos empleados por Siegmund Breitbart en sus actuaciones. Para entonces, Breitbart ya no podía defenderse, puesto que había fallecido el 12 de octubre de 1925 en Berlín. Tras regresar a Europa después de su exitosa gira por Norteamérica y durante un número en el que incrustaba clavos de hierro en una viga de madera usando su pesada mano como martillo, uno de los clavos había atravesado la madera, penetrando profundamente en su rodilla. La herida se infectó y, a pesar de que se le amputó la pierna, ocho semanas después del accidente el que había sido el gran rival de Hanussen falleció.
Tras las pésimas experiencias padecidas con las sucesivas mujeres forzudas, Hanussen optó por no poner todos los huevos en la misma cesta y reunir un elenco de artistas para que participasen en sus espectáculos. Así, contrató a un actor berlinés en paro, al que convertiría en «Omikron, el hombre mechero». Durante su actuación, aparentemente al hombre se le introducía gas en el estómago y luego éste lo encendía al expelerlo por la boca. En realidad el fuego procedía de un artilugio que el hombre mechero llevaba oculto en su boca.
Otro de los personajes reclutados por Hanussen era una muchacha berlinesa de veintidós años, Hilda, quien debía permanecer sin comer encerrada en una campana de cristal, un tipo de espectáculo que, a pesar de su crueldad, por entonces atraía la atención del público. Sin embargo, en el día 32 del encierro, la hambrienta joven no pudo resistirlo más y la rompió.
Pero el artista que gozaría de más éxito sería Paul Diebel, un minero de Silesia que era capaz de sangrar a voluntad; su cuerpo podía ser asaetado sin ningún daño aparente, y sin que las flechas dejasen ninguna marca en él, a la vez que podía hacer que manase sangre de cualquier punto de su cuerpo con sólo proponérselo.
A lo largo de la gira que Hanussen realizaría por decenas de ciudades, se irían incorporando otros artistas. Los shows de Hanussen se convertirían así en una sorprendente amalgama en la que el espectador podía esperar demostraciones «científicas» de telepatía y clarividencia, sesiones de hipnosis, trucos de ilusionismo y actuaciones circenses.
Hanussen, en un momento de concentración.
En 1927, Hanussen volvía a estar en la cresta de la ola. Su fama le hizo de nuevo ser requerido por la policía en Bratislava, Leipzig, Ostrava o Praga, para ayudar a resolver casos especialmente difíciles. Ya fuera por sus dotes deductivas o por poseer una intuición fuera de lo común, la realidad es que Hanussen proporcionaría las claves para resolver la mayoría de los casos aportando sorprendentes detalles y recibiendo, a cambio, las correspondientes recompensas.
En 1928, Hanussen se casó también por el rito judío con la que sería su tercera y última mujer, Elfriede Charlotte Rühle, conocida familiarmente como «Fritzi», procedente de una familia berlinesa de clase media. El enlace certificaba la relación que ambos mantenían desde dos años antes, cuando Fritzi trabajaba como asistente en los espectáculos del mago.
Pero la vida de Hanussen parecía una montaña rusa. Tan pronto su estrella brillaba en lo más alto del firmamento como se veía arrojado al abismo más profundo. Eso sucedería en Teplitz-Schönau, una localidad de la región checa de los Sudetes, de población mayoritariamente alemana, frecuentada por turistas adinerados.
A principios de 1929, Hanussen estaba actuando en el hotel Monopol de Teplitz cuando sucedió un extraño episodio. El 9 de febrero, el mago tuvo la desagradable premonición de que su libertad estaba en peligro. Decidió anular la función del día siguiente, pero sus colaboradores le quitaron la idea de la cabeza. Durante esa función, un espectador entregó un papel en el que había apuntado el lugar y la fecha del robo que había sufrido su empresa. Hanussen, en aparente estado de trance, comenzó a revelar detalles del caso, para concluir asegurando que el espectador sufriría un nuevo robo al cabo de cuatro semanas exactamente, ante el asombro del público pero sobre todo del propio espectador. Tras la actuación, Hanussen se encontraba en estado de pánico, ya que presentía que se avecinaba el desastre.
Pasada la medianoche, se presentaron seis gendarmes en el hotel y detuvieron a Hanussen y dos de sus colaboradores, por ser sospechosos de haber participado en el robo sufrido por el empresario. Los tres pasarían nueve días en un calabozo de la comisaría de Teplitz. El 20 de febrero, los dos ayudantes quedarían libres. Finalmente, el 2 de marzo, el mago recuperaría la libertad después de que no se pudiera probar nada contra él.
juicio en leitmeritz
Hanussen seguiría adelante con sus espectáculos, pero sobre él se estaban acumulando las acusaciones de fraude o de comportamiento inmoral. Así, en la ciudad bohemia de Lobositz, una joven denunció al mago ante las autoridades, acusándole de querer hipnotizarla para seducirla, después de que ésta accediese a acudir a la habitación del hotel en el que se hospedaba para que le leyera la palma de la mano. También se presentaron cargos contra él por pervertir los principios religiosos.
En el juzgado de la ciudad checa de Leitmeritz, la actual Litomerice, se fueron acumulando ésas y otras denuncias, con vistas a la celebración de un proceso contra el mago. Por ejemplo, se reunieron los expedientes de las investigaciones policiales de que Hanussen había sido objeto en Viena (1920), Budapest (1923), Leipzig (1924 y 1927), Praga (1927) y Bremen (1928).
Para dilucidar si había base para acusar a Hanussen de fraude, el jurado reunió un comité de peritos de las universidades de Bratislava y Praga, especializados en clarividencia, telepatía y grafología, además de psicólogos y filósofos. En diciembre de 1928, Hanussen no tuvo inconveniente en someterse a las pruebas planteadas por esos expertos. En ellas, el mago demostraría poseer una memoria extraordinaria. Por ejemplo, se le permitió estudiar una lista de cien números durante un minuto; después, fue capaz de recitar la lista a sus examinadores sin ningún error. Del mismo modo, podía retener en su memoria imágenes y palabras. En cambio, las pruebas para comprobar sus facultades telepáticas no fueron superadas. Los expertos dictaminaron que Hanussen era un impostor, por lo que tendría que rendir cuentas ante el tribunal.
El 13 de marzo de 1929, Hanussen fue acusado formalmente de estafa, así como de sembrar «la superstición y el engaño» entre la población checa. Además, se le acusó de intrusismo profesional, al presentarse como «profesor». La complejidad del caso obligó a los abogados del Estado, que ejercían la acusación, a emplear nueve meses en poner a punto todos sus argumentos. El juicio fue fijado para el 13 de diciembre de 1929.
Para los quince mil habitantes de Leitmeritz, el proceso contra Hanussen fue todo un acontecimiento. El juicio también atrajo la atención de la prensa internacional; las emisoras prepararon sus equipos para emitir en directo y se instalaron cámaras de cine a la entrada del palacio de justicia. Los establecimientos hoteleros de la región se llenaron de periodistas y curiosos.
El juicio polarizó a los habitantes de Leitmeritz. Así, mientras la comunidad judía se organizaba para dar su apoyo a Hanussen, los partidarios más extremistas de la incorporación a Alemania de la región de los Sudetes se mostraban contrarios al mago, refiriéndose a él como «el judío Hanussen».
El proceso se abriría finalmente el 16 de diciembre de 1929. La expectación era máxima, como lo demostraba el hecho de que hubieran llegado cientos de cartas procedentes de Alemania, Austria y la misma Checoslovaquia, para aportar pruebas y testimonios tanto a la acusación como a la defensa. El abogado de Hanussen, Rudolf Wahle, reunió un total de cuatrocientas cartas de apoyo.
Después de que el juez diese por comenzado el proceso y se leyesen los términos de la acusación, se procedió a la declaración de los testigos; aunque en principio iban a ser llamados treinta y cuatro, al final serían setenta los que subirían al estrado a lo largo de todo el juicio. Ese primer día resultó positivo para los intereses del acusado, ya que los testigos que manifestaron haber comprobado su capacidad telepática y extrasensorial provocaron un gran impacto en el público asistente. Los abogados del Estado no pudieron disimular su contrariedad.
La segunda jornada del juicio giró en torno al testimonio de un molinero que había pagado doscientas coronas a Hanussen para que le dijera si era un buen momento para invertir en la adquisición de grano. Después de examinar la palma de su mano, el mago le dijo que sí, y el molinero compró grano por valor de cuatro mil coronas. Según el testigo, el precio del grano bajó en vez de subir; cuando fue a reclamar a Hanussen, éste le ignoró. Aunque ese testimonio suponía un duro golpe para el mago, sus abogados consiguieron demostrar que el molinero había mentido en su declaración y que en realidad el precio del grano había subido. El proceso no podía estar desarrollándose mejor para los intereses de Hanussen.
El tercer día fueron llamados a declarar los expertos que habían analizado las dotes telepáticas de Hanussen. Unos aseguraban que el mago había superado las pruebas a las que había sido sometido. Así, un joven psiquiatra explicó que en mayo de 1928 había presentado a Hanussen veinte tarjetas en sendos sobres cerrados; en diez figuraban un lugar y una fecha y en las otras diez, una descripción de los hechos que habían acontecido. Con la presencia de un segundo psiquiatra y una decena de testigos, Hanussen, después de entrar en trance, consiguió relacionar correctamente ocho de los diez pares de tarjetas. Aunque otros expertos aseguraron que en pruebas similares los resultados del acusado no reflejaban esa supuesta clarividencia, tuvieron más peso los testigos de la defensa. Los abogados de la acusación, viendo que el acusado iba a salir indemne también en esa tercera jornada, consiguieron convencer al juez para que dictase el aplazamiento del juicio, con el fin de dar tiempo a reunir más testimonios y analizar los nuevos aspectos legales del caso. A pesar de las protestas de Hanussen y sus abogados, el juez decidió aplazar el proceso hasta mayo de 1930.
Afortunadamente para el mago, y de manera un tanto sorprendente, las autoridades checoslovacas permitieron a Hanussen moverse con entera libertad fuera de las fronteras del país hasta que se retomó el juicio. El mago aprovechó ese tiempo para llevar a cabo actuaciones en varias ciudades alemanas. También atendió los requerimientos de la policía germana para esclarecer crímenes de difícil resolución. Así, gracias a su colaboración, la policía de Offenbach pudo detener al asesino de un comerciante. Sin embargo, Hanussen no logró resolver un famoso caso que había horrorizado a los alemanes, el del asesino en serie conocido como el «Vampiro de Düsseldorf». Hanussen hizo una descripción detallada del criminal tras realizar el análisis grafológico de una nota dejada por éste, pero cuando por fin el asesino fue detenido, se comprobó que ninguna de sus características coincidía con las apuntadas por Hanussen.
El 22 de mayo de 1930, se reanudó el juicio en Leitmeritz con Hanussen en el banquillo. La acusación había logrado reunir nuevos testigos, que comenzaron a declarar desde el estrado, asegurando haber sido engañados y estafados por el mago. No obstante, gracias a la habilidad de Wahle, buena parte de los testigos acabaron incurriendo en contradicciones y de otros se demostró que habían mentido. Por su parte, los testigos de la defensa continuaron aportando innumerables ejemplos de clarividencia del acusado. En cuanto a los peritos que habían estudiado a Hanussen, seguía sin haber unanimidad sobre los resultados.
la prueba definitiva
Las jornadas del juicio fueron transcurriendo en ese monótono toma y daca que no parecía conducir a ninguna conclusión. El quinto día, Wahle cursó la petición para poder presentar una veintena de nuevos testigos, a lo que la acusación pidió tiempo para llamar a otros declarantes. El juez, contrariado, expresó su temor de que el juicio se alargase indefinidamente. Pero entonces Hanussen dio un sensacional golpe de efecto. Cansado de que se pusieran en duda sus capacidades, decidió someterse a una serie de pruebas en la misma sala en la que se estaba celebrando el juicio. Dichas pruebas debían resultar definitivas en un sentido u otro.
Tanto el juez como los abogados de la acusación quedaron sorprendidos y confusos, pero la propuesta de Hanussen era el mejor modo de concluir esa partida que estaba resultando interminable. Así, se decidió que el mago fuera sometido a cinco pruebas distintas. A fin de evitar cualquier intento de manipulación, el juez dispuso severas medidas de seguridad en la sala, lo que incluía la presencia de dieciocho policías.
Para la primera prueba, un profesor procedió a ocultar una llave en el exterior de la sala. Cuando regresó, Hanussen puso una mano en su codo y le pidió que se concentrase en la localización de la llave, para captar así su pensamiento. El mago salió entonces de la sala y cinco minutos después volvió victorioso con ella, después de encontrarla oculta bajo una maceta de flores.
En la segunda prueba, catalogada como «psicografológica», tres personas elegidas por el juez debían escribir dos palabras en una pizarra mientras Hanussen se encontraba fuera de la sala. A su regreso, el mago debía describir la personalidad de cada uno de los elegidos, interpretando su caligrafía. Aunque de dos de ellos trazó un retrato impreciso, del tercero reveló una serie de detalles sorprendentes que fueron confirmados plenamente por el sujeto, lo que provocó el entusiasmo del público asistente.
La tercera prueba era similar a la anterior. A Hanussen le entregaron un sobre con una carta manuscrita y tuvo que describir cómo era la persona que la había firmado. El mago analizó detenidamente el escrito y aseguró que su autor era una mujer que era presidenta de alguna compañía u organización, acertando de pleno.
Los presentes en la sala estaban asombrados ante las habilidades demostradas por el adivino, mientras que la acusación no podía disimular su disgusto. Consciente del efecto tan favorable que estaba causando entre el público, Hanussen se adornó impartiendo a los presentes una clase de grafología elemental, analizando en una pizarra las firmas de Beethoven y Richard Wagner, señalando en ellas los indicios que indicaban su genialidad artística.
Hanussen había superado con éxito las tres primeras pruebas, pero la cuarta se presentaba muy difícil para él. Tres personas se limitarían a decirle una fecha y un lugar, y él tendría que adivinar lo que ocurrió en ese lugar y momento concretos. El primer voluntario fue un jurista, que le preguntó por lo ocurrido el 17 de mayo de 1927 a las cuatro de la tarde en la Boreslauer Strasse. Hanussen entró lentamente en trance y contestó: «Un accidente de motocicleta». El asombrado jurista confirmó que era correcto; el público estalló en aplausos. El segundo voluntario, un médico, también le proporcionó un lugar y una fecha. En este caso, Hanussen no fue capaz de adivinar el acontecimiento que había tenido lugar: el ascenso del médico en su departamento universitario.
A pesar de la momentánea decepción causada por ese inesperado tropiezo, la expectación volvió a crecer ante la intervención del tercer voluntario, un famoso actor teatral de la época que estaba asistiendo al juicio, Hans Bassler. El actor planteó también un lugar y una fecha. Hanussen no lo dudó; correspondían al nacimiento de su hijo. Un sorprendido Bassler confirmó que el mago tenía razón. Los asistentes al juicio aplaudieron enfervorizados. Hanussen había probado delante de todos que podía leer la mente de las personas.
Tras la triunfal exhibición, el juez dijo haber tenido bastante y dejó el juicio visto para sentencia. Al día siguiente, 27 de mayo de 1930, Hanussen fue declarado inocente de los cargos de los que se le acusaba. Cuando el mago salió del palacio de justicia, se encontró con una multitud que le acompañó hasta el hotel en el que se alojaba. Esa noche, la absolución se celebró en todos los restaurantes de Leitmeritz, en los que no faltó el champán. Hanussen dejaría escrito que ése fue el día más feliz de su vida; nunca nadie podría volverle a acusar de ser un farsante.
La prensa sensacionalista encontró un filón en la demostración protagonizada por el mago en la sala del juicio. Un titular rezaba: «Legalmente confirmado: Hanussen puede adivinar el futuro». En otros se aseguraba que «la clarividencia existe» o que la absolución había supuesto un «triunfo para el ocultismo». En The New York Times se podía leer que Hanussen «había probado su poder como clarividente». El proceso había conseguido convertir a Hanussen en una celebridad en toda Europa y Estados Unidos.
Aprovechando la impagable publicidad obtenida gracias al juicio de final tan feliz, al día siguiente Hanussen tomó un tren para dirigirse a Berlín con el objetivo de alcanzar su consagración definitiva. En la capital germana Hanussen conseguiría llegar al zenit de su carrera. Pero entonces no podía sospechar que también iba a encontrar allí su perdición.
a la conquista de berlín
En 1930 Berlín era, sin duda, la ciudad más dinámica de Europa. Durante la década de los veinte, la capital alemana había logrado convertirse en el mayor polo de atracción para financieros, publicistas, diseñadores, arquitectos, cineastas y artistas. En esa metrópolis de cuatro millones de habitantes habían proliferado los restaurantes, las salas de baile y los cabarets, cuyas fiestas no tenían comparación con las de ninguna otra gran urbe europea. Además, la noche berlinesa contaba con una subcultura erótica que la dotaba de un carácter transgresor, lo que la hacía aún más atractiva.
En esa época, el interés de los alemanes por lo oculto y lo sobrenatural estaba gozando de un gran auge. A juzgar por las ventas de revistas y libros especializados en estos temas, se calcula que podían contar con unos doce millones de seguidores en todo el país. Como no podía ser de otro modo, Berlín era también la capital de las artes adivinatorias y demás conocimientos pseudocientíficos. Se estima que en la ciudad había unas veinte mil personas que se dedicaban profesionalmente a este heteróclito campo, entre las que se encontraban astrólogos, tarotistas, hipnotizadores, adivinos de bola de cristal, radiestesistas, faquires, maestros de yoga, curanderos o quirománticos, además de miembros de sectas y hermandades secretas.
En Berlín, Hanussen iba a encontrar el campo abonado para obtener el reconocimiento a sus aptitudes, pero también se encontraría mucha competencia. Su gran rival iba a ser un parapsicólogo que había alcanzado una gran notoriedad: Max Moecke. Dotado de un gran carisma, él mismo se consideraba «El Clarividente de Berlín». Siempre estaba rodeado de bellas mujeres, se movía entre los sectores más influyentes de la ciudad, era columnista en varias publicaciones e incluso había creado una «Federación Mundial de Promoción de la Cultura».
Cuando Hanussen irrumpió en Berlín con su espectáculo, que había denominado «Sesiones Experimentales» para proporcionarle un barniz científico, Moecke vio peligrar su privilegiada posición; esa convicción se acrecentó al contemplar la excelente acogida que el show cosechaba entre el público berlinés. Dichas sesiones consistían en nueve «experimentos» diferentes, en los que se alternaban demostraciones de telepatía, hipnosis, clarividencia y grafología. El contenido de esas nueve partes variaba de una función a otra e incluso alguna podía no llegar a tener lugar con cualquier excusa; esa estrategia provocaba que muchos espectadores acudiesen repetidas veces, al tener la seguridad de que el espectáculo nunca iba a ser el mismo.
Desde las publicaciones en las que colaboraba, Moecke se dedicó a atacar a Hanussen, acusándolo de fraude, algo a lo que éste pensaba que no tendría que enfrentarse más después de la demostración pública en el juicio de Leitmeritz. Moecke incluso llegó a acudir personalmente a uno de sus shows para sabotearlo, si bien fue expulsado de la sala. Hanussen contratacó a través de sus abogados, que destaparon algunos asuntos turbios de Moecke, como el acoso al que había sometido a una de sus secretarias. Finalmente, Hanussen fue el vencedor de ese duelo entre adivinos; a Moecke se le acabó prohibiendo que continuara denigrando su trabajo.
Pero pronto se le abrió al mago un nuevo frente. Erich Juhn, productor checo que había contratado a Hanussen entre junio de 1927 y julio de 1929 y que estaba al corriente de los trucos que éste empleaba en sus actuaciones, decidió, ya fuera por despecho o con fines crematísticos, publicar un libro sobre él, aunque en forma de novela. El relato, titulado Leben und Taten des Hellsehers Henrik Magnus (La vida y la carrera del clarividente Henrik Magnus), tenía como protagonista a un mago fraudulento y sin escrúpulos al que no era difícil identificar de inmediato con Hanussen. Los abogados del mago exigieron que todos los ejemplares de la novela fueran retirados de las librerías y que Juhn indemnizase a su cliente con diez mil marcos. El proceso comenzó en octubre de 1930 y concluyó tres meses después. También en este caso, la victoria de Hanussen sería completa; el juez le daría la razón y el derrotado Juhn acabaría arruinado.
Coincidiendo con la aparición de la novela, Hanussen decidió publicar un libro autobiográfico, por el que recibiría un adelanto de quince mil marcos, el referido Meine Lebenslinie. La obra, que en realidad fue escrita por un autor de alquiler, saltaba de los aspectos personales, ya fueran reales o inventados, a anécdotas variadas, pasando por especulaciones sobre lo paranormal. Meine Lebenslinie apareció en noviembre de 1930 y obtuvo un gran éxito de ventas.
Mientras tanto, las «Sesiones Experimentales» seguían disfrutando del favor del público. Uno de los números más esperados era el dedicado a la hipnosis. Hanussen solicitaba que varios voluntarios subiesen al escenario y de entre ellos escogía a los que consideraba más predispuestos a ser hipnotizados. En una ocasión, logró que un importante hombre de negocios retrocediese en el tiempo hasta los cinco años y actuase como un niño de esa edad; el voluntario comenzó a moverse por el escenario como si estuviese jugando con una pelota y lloró cuando el mago le dijo que acababa de tropezar con un árbol. Pero lo más sorprendente estaba por llegar. Hanussen le dijo que fuera al baño y le mostró un inodoro imaginario; el hombre se desabotonó los pantalones y comenzó a bajárselos en mitad del escenario. Para evitar dejarlo aún más en evidencia delante de todo el público, el mago lo despertó de inmediato de su sueño hipnótico.
Pero en otra función se dio una situación aún más comprometida para el voluntario que había decidido ponerse en manos del hipnotizador, en este caso una joven y atractiva secretaria. Hanussen señaló una columna que había junto al escenario y dijo que era su novio y que acababa de llegar después de un largo viaje. La muchacha se dirigió a la columna y comenzó a besarla y abrazarla. El público acogió esa muestra de romanticismo con simpatía, pero al poco tiempo esa simpatía trocó en desconcierto al contemplar cómo la chica se desabrochaba la blusa y realizaba movimientos lúbricos contra la columna. Para alivio de la mayoría, y es de suponer que para secreta decepción de algunos, Hanussen puso fin a la embarazosa escena despertando también a la fogosa secretaria.
Después de tantos años de continuos sinsabores, Hanussen se encontraba por fin en el camino del éxito. Para aprovechar el viento que ahora soplaba a su favor, abrió una consulta privada en la avenida Kurfürstendamm, para atender a los berlineses más pudientes, los que se pudieran permitir pagar doscientos marcos por sesión, cerca del doble del sueldo mensual de un obrero. Al poco tiempo, acudir a la consulta del mago se convertiría en un signo de distinción.
Hanussen se relacionaría con la élite cultural y artística de la ciudad. Actores famosos como Peter Lorre le invitaban a sus veladas o era visto en compañía del premio Nobel de Literatura Thomas Mann. Un reconocido dramaturgo expresionista, Georg Kaiser, escribiría una obra inspirada en él, titulada «El clarividente». Hanussen era reclamado en todas partes y la prensa competía por poder contar con sus artículos. Su éxito era ya incontestable, pero el mago quería más. Después de haber luchado tanto para llegar a la cima, estaba dispuesto a recoger todos los dulces frutos que su nueva condición le pudiera proporcionar.
Así pues, Hanussen no se contentó con disponer de una consulta privada, sino que abrió una «clínica» en la que todo tipo de tratamientos «ocultos» eran puestos a disposición de sus adinerados pacientes. También, por ejemplo, patrocinó una crema hormonal para incrementar la virilidad en el hombre y el deseo en la mujer, denominada «Eukutol 3», que era anunciada en los periódicos de todo el país con su inquietante rostro como reclamo. Gracias al éxito de estas iniciativas, el mago comenzó a nadar en la abundancia, permitiéndose la compra de siete apartamentos en Berlín, varios coches de lujo e incluso un yate.
Pero Hanussen aprovecharía también su nuevo estatus de estrella emergente para rodearse de bellas mujeres, a las que seducía con su enigmática personalidad. Ellas le llamaban «maestro» y él aprovechaba su ascendiente para obtener lo que deseaba. Así, en su barco, el Ursel IV, conocido como «El yate de los siete pecados», el mago organizaba unas fiestas en las que se cometían todo tipo de excesos y en las que no faltaban drogas exóticas como la mescalina y el peyote. En esas fiestas, algunas mujeres se prestaban a ser hipnotizadas por el «maestro», para comportarse después de un modo totalmente desinhibido, tanto con él como con sus amigos.
Su agitada vida tendría un precio. Su mujer, Fritzi, cansada de sus infidelidades, lo dejó a finales de 1930, para divorciarse formalmente de él en febrero de 1932. Sin embargo, Fritzi no le guardó rencor y ambos seguirían siendo buenos amigos; de hecho, los detractores del mago acudirían a ella en busca de munición contra él, pero Fritzi nunca movió un dedo para perjudicar a su ex marido.
A pesar de su éxito arrollador con las mujeres y ser un habitual de la noche berlinesa, el famoso clarividente no quería ser percibido como un personaje frívolo; deseaba ser tomado en serio, por lo que trató de mostrarse como un intelectual. Así, aparecía con cierta frecuencia en la radio o concedía entrevistas a la prensa, hablando de la telepatía o la adivinación, pero también sobre temas tan diversos como la política económica o los últimos avances científicos.
En marzo de 1931 realizaría también una incursión en la literatura con la publicación por entregas de un relato de ciencia ficción en el que vaticinaba la destrucción de Nueva York en el año 2320. En la novela, una ola gigante provocada por un experimento geológico barría la ciudad de los rascacielos. Es difícil que podamos llegar a comprobar si se cumple su profecía sobre Nueva York, pero hay otros de esos pronósticos publicados en la prensa que sí podemos certificar si fueron o no acertados. Entre sus aciertos, destaca por ejemplo su vaticinio de que Polonia sería ocupada y dividida en 1939, que en 1942 Francia estaría bajo control alemán, que el ejército japonés tomaría Manila ese mismo año, o que Stalin moriría en 1953. También hay otros pronósticos que han resultado parcialmente correctos, como que en el año 2000 el papel moneda sería reemplazado por el dinero electrónico, o que las guerras serían llevadas a cabo con monitores de televisión en vez de con artillería o aviones. Pero también hay muchas predicciones que no se cumplieron, como que en agosto de 1942 las tropas británicas marcharían a través de Dinamarca, que en ese mismo año la torre Eiffel sería desguazada o que Joseph Goebbels moriría en 1943. Si ya resulta improbable que algún lector llegue a comprobar si en el siglo xxiv Nueva York es barrida por una ola gigante, aún será más difícil saber si, tal y como también predijo Hanussen, en el año 2500 la capital del mundo será Praga o San Francisco.
El ambicioso adivino tampoco se conformaría con esas esporádicas apariciones en la radio o la prensa, por lo que proyectó contar con sus propios medios de comunicación. Así, compró una empresa editora y, junto a un equipo de artistas gráficos, escritores y periodistas, creó en el otoño de 1931 una publicación bimensual que se llamaría primero Die Andere Welt (El otro mundo) y que luego sería renombrada como Hanussen-Magazin. La revista presentaba artículos sensacionalistas que pretendían atraer la atención del mismo público que solía acudir a sus espectáculos. El lector podía, por ejemplo, saber lo que le depararía el futuro siguiendo unas claves que le permitirían leerlo en la palma de su mano, descubrir la personalidad de una mujer con sólo analizar la forma de sus piernas o saber si poseía aptitudes como médium o hipnotizador respondiendo las preguntas de un test.
La buena acogida que obtuvo la revista animó a Hanussen a publicar también una revista semanal, Berliner Woche (Semana en Berlín), aunque con el tiempo iría cambiando de nombre. La tirada inicial, en enero de 1932, sería de ocho mil ejemplares, pero llegaría a alcanzar los 140.000. Esta publicación buscaba un público más amplio que el del Hanussen—Magazin; a los artículos centrados en lo paranormal se sumaban reportajes sobre temas políticos o de sociedad, aunque siempre desde un enfoque informal, en el que no podía faltar un punto de vista irónico.
Las publicaciones de Hanussen permitían a los lectores evadirse de la preocupante realidad. En esos momentos se estaban revelando las peores consecuencias del crack de octubre de 1929. Los precios y salarios caían, cerraban las fábricas y negocios, y se producía un aumento espectacular del paro. Si en septiembre de 1929 había un millón trescientos mil parados, esta cifra había ascendido al doble un año después, a más de cuatro millones en 1931 y a más de cinco millones en 1932. Era el momento más duro de la crisis económica y, en medio de una convulsa situación política, el partido nazi de Adolf Hitler estaba llamando a las puertas del poder.
Aunque la crisis estaba golpeando con dureza a los alemanes, Hanussen se encontraba en la situación que había ambicionado durante tanto tiempo; era un hombre de éxito, rico, influyente y estaba siempre rodeado de atractivas mujeres. Pero su vida iba a tomar un nuevo rumbo el 25 de marzo de 1932, después de publicar en su semanario un pronóstico electoral. En vista de los hechos posteriores, lo que es seguro es que en ese momento no pudo vislumbrar las consecuencias que ese vaticinio iba a tener.
el hombre que nunca se equivoca
En marzo de 1932, eran pocos los alemanes que apostaban a que algún día Hitler llegaría a ser canciller, a pesar de la línea claramente ascendente que seguía su partido. El despegue del partido nazi se produjo el 14 de septiembre de 1930, cuando la formación de Hitler pasó de los ochocientos mil votos conseguidos en los anteriores comicios de 1928 a seis millones y medio, lo que supuso pasar de doce a ciento siete diputados en el Reichstag. De ser la novena fuerza política había pasado a ser la segunda. Pero el objetivo de Hitler de llegar a la Cancillería quedaba todavía lejos; en la cabeza del presidente de la República, el mítico mariscal Paul von Hindenburg, no cabía la idea de entregarle el poder. Para Hindenburg, a lo máximo que podía aspirar Hitler era a ministro de Correos.
Para consolidarse como un líder político nacional, Hitler decidió presentarse a las elecciones a la presidencia de Alemania tras cumplirse el final del mandato de Hindenburg. A pesar de que sus opciones de derrotar al entonces presidente eran remotas, Hitler dio ese paso y se enfrentó en las urnas al veterano militar. En las elecciones, celebradas el 13 de marzo de 1932, Hindenburg se impuso a Hitler con claridad, pero le faltó un puñado de votos para evitar una segunda vuelta.
Fue en ese impasse entre las dos votaciones cuando el semanario del famoso adivino publicó un impactante titular en un llamativo color rojo: «Hanussen en trance predice el futuro de Hitler». A continuación, se detallaba la «visión» de Hanussen, según la cual Hitler iba a ser nombrado canciller antes de que pasara un año. Ese pronóstico se veía «confirmado» por el horóscopo confeccionado por un astrólogo en el mismo número del Berliner Woche. En él, Maximilian Bauer aseguraba que la posición de los planetas había comenzado a serle favorable a partir de febrero de 1932, pero no lo suficiente como para obtener la victoria en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Ese pronóstico no resultaba demasiado arriesgado, teniendo en cuenta que la victoria de Hindenburg se daba por segura, pero Bauer se arriesgaba a señalar enero de 1933 como el momento en que las graves dificultades a las que Hitler iba a tener que enfrentarse por culpa del «adverso alineamiento de Urano y la Luna» serían finalmente superadas. El astrólogo tampoco se equivocaría al pronosticar que Hitler, antes de lograr el triunfo, debería enfrentarse a una seria oposición dentro de su propio partido.
Los lectores que vieron el sorprendente vaticinio de Hanussen, apoyado por el horóscopo de Bauer, no sabían si considerar el conjunto como una muestra más de la ironía que solía destilar la publicación o si se trataba, por el contrario, de una profecía solemne. Es posible que fueran más los lectores del primer grupo que los del segundo; aunque Hitler contaba con una masa de fanáticos seguidores, eran mayoría los alemanes que lo consideraban un neurótico megalómano al que Hindenburg nunca iba a entregar las riendas del país.
Quien sí se tomaría en serio el pronóstico del mago sería el propio Hitler, quien le remitiría una nota expresándole su más profundo agradecimiento. Probablemente, Hitler no había hojeado números anteriores del Berliner Woche, en los que su figura aparecía en grotescos fotomontajes o, si lo hizo, consideró que el impacto de esa portada compensaba cualquier crítica del pasado.
En su vaticinio, Hanussen no sólo avanzaba el nombramiento de Hitler como canciller, sino que se permitía realizarle algunas advertencias respecto a su salud o su seguridad. Así, el adivino aseguraba que una herida en su mano derecha podía provocar una infección con consecuencias a largo plazo. También le alertaba de que se producirían divisiones en su partido, instigadas por un amigo cercano, lo que perjudicaría temporalmente su causa, aunque al final él mismo y su círculo emergerían fortalecidos y revitalizados. Pero el dato más inquietante era que Hitler podía ser víctima de un atentado, perpetrado por un estudiante demente.3 Si podía evitar todos esos obstáculos, según Hanussen, «la estrella de Hitler brillaría».
De los detalles del pronóstico, el que se ajustaría más a la realidad, aparte del nombramiento de Hitler como canciller, sería el de las divisiones internas, tal y como se verá más adelante. Pero la realidad más inmediata era la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, celebrada el 10 de abril de 1932, que confirmaría la victoria de Hindenburg.
Durante ese mes, Hanussen actuaría en París y emprendería una gira de actuaciones por el oeste de Alemania, para regresar a finales de abril a Berlín. El mago iba a ser la gran atracción del Scala, el principal teatro de variedades de la capital; su fachada estaba adornada con un enorme cartel de la cara de Hanussen, mientras en la marquesina se podía leer «¡La sensación de Berlín! El más famoso clarividente del mundo: Erik Jan Hanussen, el fenómeno de nuestro tiempo». El espectáculo, que se representaría a lo largo de todo el mes de mayo, batiría los récords de asistencia del Scala.
Un Hanussen distendido en una imagen de 1932, disfrutando de su momento de más éxito. El mago no supo vaticinar la tragedia que se cernía sobre él.
Mientras Hanussen continuaba con su carrera triunfal, los acontecimientos políticos no se detenían. Unas nuevas elecciones, en este caso regionales, se celebrarían el 24 de abril de 1932, tan sólo dos semanas después de la esperada derrota de Hitler ante Hindenburg. Aunque los resultados del partido nazi en estos comicios fueron buenos, se observó un estancamiento en relación con las últimas elecciones al Reichstag, lo que llevó a pensar que Hitler había alcanzado su techo. El pronóstico de Hanussen sobre el brillante futuro del líder nacionalsocialista parecía cada vez más lejos de cumplirse.
una siniestra profecía
El 15 de mayo de 1932, tras su actuación en el Scala, Hanussen invitó a cenar a una baronesa muy conocida de la alta sociedad berlinesa, pero ésta se disculpó diciéndole que debía acudir a casa de la princesa Lobkowicz, madre de un famoso piloto de carreras, el príncipe Leo Lobkowicz. El mago le dijo que, si lo deseaban, la princesa y su hijo estaban también invitados a cenar con él, pero la baronesa le respondió que eso no era posible, ya que el piloto estaba tratando de recuperarse de unos fuertes dolores en el estómago, puesto que el día 22 de mayo tenía una importante carrera en el circuito Avus de Berlín.
Dos días después, Hanussen convocó una rueda de prensa en la Sociedad Alemana del Automóvil, los patrocinadores de la carrera. Para sorpresa de todos los periodistas presentes, el mago auguró que el príncipe Lobkowicz sufriría un terrible accidente durante la prueba. La siniestra profecía fue acogida con escepticismo por los periodistas allí reunidos. Hanussen dejaría constancia de ella también en su propio semanario.
El 22 de mayo, cuatro minutos después de que se hubiera dado la salida, el príncipe Lobkowicz perdió el control de su Bugatti y se estrelló contra un poste, falleciendo en el acto. Al parecer, la causa había sido un fallo mecánico del vehículo. Después de los primeros momentos de conmoción producidos tras la muerte del piloto, toda la atención se centró en Hanussen; su funesto vaticinio había sido correcto. Algunos de los periodistas más escépticos sobre la supuesta clarividencia del mago, y que incluso lo habían atacado con anterioridad tachándole de farsante, se rindieron a la evidencia y admitieron que quizás Hanussen sí podía ver el futuro.
Lo que Hanussen no había podido presagiar era que el accidente tendría consecuencias para él. La prensa comunista, contrariada por el espectacular acierto de Hanussen, que otorgaba crédito al vaticinio que había formulado sobre el prometedor futuro de Hitler, atacó al mago con virulencia, deslizando que tal vez se encontrase detrás de la causa del accidente. Si no había saboteado el vehículo, cabía la posibilidad de que se tratase de una profecía autocumplida, ya que el príncipe podía haberse visto afectado por el terrible pronóstico del adivino. También se aseguró que los nazis estaban detrás de la tragedia, para consolidar así el prestigio del mago que había avanzado el triunfo de Hitler.
El 29 de mayo, el periódico nazi Die Schwartze Front (El frente negro) contratacó titulando «¡Hanussen, el hombre que nunca se equivoca!». En el editorial, el acierto del adivino era acogido con euforia, recordando su vaticinio sobre Hitler, que ahora adquiría visos ciertos de verse convertido en realidad.
Aunque Hanussen se consideraba apolítico y nunca había dado muestras de simpatía por uno u otro bando, la polarización de la vida política alemana le había situado en la órbita del partido nazi. Ese hubiera sido el momento adecuado para que el mago se desmarcase de una situación que él no había buscado, pero no supo o pudo aprovechar la oportunidad. A partir de entonces, los nazis no dudarían en instrumentalizar a Hanussen en su beneficio, sin que éste pudiera sospechar el altísimo precio que iba a tener que pagar por ello.
al servicio de los nazis
Es difícil explicarse cómo fue posible que un hombre tan inteligente e intuitivo como Hanussen acabase en la órbita nacionalsocialista. Para él debía ser evidente que estaba jugando con fuego, y más todavía teniendo en cuenta su origen judío. Sin embargo, es posible que la vanidad y la ambición de poder nublasen su excelsa intuición de forma que el mago llegase a pensar que podía salir indemne de su relación con los seguidores de Hitler.
Su primer contacto directo con los nazis fue a través de un aristócrata prusiano, el conde Wolf Heinrich von Helldorf, que desempeñaba un alto cargo de las sa4 en Berlín, y acabaría siendo un personaje clave en su vida. Helldorf, que alcanzó el grado de teniente durante la primera guerra mundial, había sido diputado en el parlamento regional de Prusia entre 1924 y 1928, y había recuperado su escaño en las elecciones de abril de 1932. El conde había demostrado ser un feroz antisemita, organizando un violento pogromo callejero en septiembre de 1931. Aunque fue detenido y condenado a seis meses de cárcel, la pena sería finalmente anulada. Helldorf contaba con la amistad de Goebbels, lo que suponía un aval de inestimable valor.
Helldorf había asistido a una de las actuaciones de Hanussen en el Scala y se quedó impresionado. Gracias a una amistad común pudo conocer al mago en persona y pronto acabó siendo invitado a una de las fiestas que se celebraron en el yate. El conde era un hombre libertino que gustaba de los excesos sexuales, por lo que disfrutó especialmente de la velada en el barco. A su vez, Helldorf invitó a Hanussen a su casa, donde le preguntó por su predisposición a involucrarse en el movimiento nazi, a lo que el mago respondió que «un auténtico clarividente no está interesado en las ideas políticas, sino solamente en leer el destino en las estrellas». Aun así, el adivino le dijo que vislumbraba «un futuro muy favorable» para Helldorf y sus camaradas de partido.
Aunque el conde no se había sentido en absoluto decepcionado por la primera fiesta a bordo del barco, los gustos de Helldorf iban un poco más allá de lo que era habitual en el Ursel IV. En la siguiente fiesta temática a la que fue invitado, denominada sugestivamente «Una noche en Oriente», el conde tomó la iniciativa; ató sobre una mesa a uno de los sirvientes, un muchacho hindú de catorce años, y después de llamar a todos los asistentes para que contemplasen la escena, comenzó a flagelarlo. La aportación del aristócrata fue considerada excesiva, incluso para los parámetros de lo que solía ocurrir en «El yate de los siete pecados», y Hanussen tuvo que disuadirle de que siguiera adelante con su sádica demostración.
Helldorf era también un jugador empedernido, por lo que siempre estaba pidiendo dinero prestado. Se había separado de su mujer y la relación con su madre estaba muy dañada, ya que el conde no le pagaba el alquiler de la casa donde vivía, tal y como se había comprometido a hacer. En una ocasión «olvidó» pagar un Mercedes nuevo que había comprado. Tampoco estaba al día con su sastre o con el entrenador que había contratado para su caballo de carreras. Pero el manirroto aristócrata encontró en Hanussen su tabla de salvación; el mago accedió a hacerse cargo de la mitad de sus deudas de juego, que ascendían a tres mil marcos, el equivalente al sueldo anual de un alto funcionario. A partir de ahí, Hanussen le iría prestando cantidades variables de dinero para que pudiera hacer frente a sus compromisos. A cambio, el aristócrata le firmaba pagarés. El conde no sería el único en recibir los préstamos del acaudalado mago; otros miembros de las sa acudirían también a él para que les sacase de algún que otro apuro económico.
El conde debió de mostrarse muy persuasivo con el adivino, o éste advirtió todas las ventajas que podía obtener de su amistad con él, ya que comenzó a colaborar también de manera muy activa con el movimiento nazi. Las sucesivas contiendas electorales habían debilitado las finanzas del partido y Hanussen decidió hacer aportaciones económicas. Incluso compró medio millar de pares de botas militares para los miembros de las sa y repartió entre ellos invitaciones para su espectáculo.
Hermann Göring también se vio atraído por Hanussen. El dirigente nazi conseguiría que el mago realizase para él una sesión privada, pero lo que escuchó no le gustó nada; Hanussen, en estado de trance, predijo un gran éxito para la Alemania nazi durante varios años, pero anunció que acabaría siendo inevitablemente destruida. Después de ese negro vaticinio, Göring siempre procuró evitar al adivino.
El conde Helldorf, en cambio, seguiría estando muy próximo a Hanussen. Para agradecerle su apoyo, puso a su disposición veinticinco guardaespaldas de las sa y un chófer de confianza. Sólo había una cosa que confundía al aristócrata, el que buena parte de los que rodeaban al mago fueran judíos, y así se lo hizo saber. Hanussen, que mantenía en secreto su origen hebreo, trató de quitar relevancia a ese asunto, limitándose a decir que procuraría distanciarse de sus amistades judías, lo que tranquilizó al conde.
primer encuentro con hitler
A finales de junio de 1932, Helldorf ofreció a Hanussen la posibilidad de conocer personalmente a Hitler. El adivino aceptó la propuesta del conde con entusiasmo. Sin duda, para él esa entrevista suponía un reconocimiento a su posición, adquirida después de no pocos esfuerzos y sinsabores. Convencido como estaba de que Hitler iba a convertirse en unos meses en canciller, acceder directamente a él en ese momento le iba a permitir situarse en una posición óptima de cara al futuro inmediato.
El día exacto en el que Hanussen se encontró con Hitler no puede ser fijado con precisión. Todos los documentos relativos a este episodio fueron destruidos por los nazis después de 1933. Lo que sí es seguro es que la reunión tuvo lugar en junio o la primera semana de julio de 1932. Lo más probable es que el encuentro se produjese en el hotel Kaiserhof, el puesto de mando de Hitler en Berlín.
Según lo explicado por Hanussen a su círculo más próximo, en esa primera reunión propuso a Hitler la creación de una «Universidad del Ocultismo», una propuesta que fue acogida con interés por su interlocutor, quien afirmó que tal institución podía ser de gran valor para la nueva Alemania.
Tal y como se ha apuntado con anterioridad, los detalles de la relación entre el mago y Hitler están sujetos a muchas especulaciones. Uno de los amigos de Hanussen, Kurt Labatt, recordaría en la década de 1960 haberlo visto hablando en una ocasión por teléfono con el líder nazi sobre un titular de su publicación semanal. Según le dijo Hanussen, Hitler siempre le consultaba antes de tomar alguna decisión importante.
Una de las escasas fuentes con las que cuentan los historiadores para tratar de establecer el alcance de la relación entre Hanussen y Hitler es el testimonio del doctor Johannes von Müllern-Schönhausen en su obra Die Lösung des Rätsels Adolf Hitler (La solución al rompecabezas Adolf Hitler), si bien ofrece serias dudas sobre su veracidad.5 Según Müllern-Schönhausen, Hitler, en sus intervenciones públicas, había adoptado gestos que eran resultado de lecciones impartidas por Hanussen. En su relato, asegura que ambos se habían conocido en la casa de un acaudalado personaje de la alta sociedad berlinesa y las primeras palabras del mago habían sido: «Si usted piensa dedicarse en serio a la política, herr Hitler, ¿por qué no aprende a hablar?».
Siempre según Müllern-Schönhausen, Hanussen habría explicado a Hitler que no sacaba suficiente partido de los movimientos del cuerpo, con los que podía imprimir aún más fuerza a sus palabras. Durante los meses siguientes, ambos continuarían teniendo encuentros breves y Hanussen no sólo le enseñaría trucos de elocuencia, sino que también le asesoraría en la elección de sus colaboradores.
En cambio, según lo afirmado por el autor francés especializado en misterios históricos Robert Charroux en su obra Le livre des secrets trahis, ese encuentro entre Hanussen y Hitler se produjo en el domicilio de un escritor identificado con la causa nazi, Hans Heinz Ewers, autor de relatos del género de terror, con títulos tan sugestivos como Pesadilla o Vampiro.