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Prólogo gozoso para una novela seria

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Escribir un prólogo es un encargo difícil.

Es como hablar antes de lo realmente importante, como adelantarse al discurso principal. El lector abre el libro, se asoma a la novela, busca la primera frase del capítulo inicial, y… se le atraviesa el prólogo.

El lector, ya entrado en gastos, ya comprometido con el impreso, se resigna, hojea, ve que es corto y comienza a descifrar lo que ha redactado el prologuista.

Escribir un prólogo es un oficio ingrato.

Comenzando por el nombre, prologuista no es una categoría de autor, ni siquiera una sub-categoría. Hay novelista, cuentista, guionista, letrista, etc., pero, ¿prologuista? Eso no existe. Ese no es un escritor.

Sin embargo, escribir un prólogo es un compromiso serio.

Hay que entretener esos instantes previos, de manera que la persona que abrió el libro mantenga las ganas de andar por su camino letrado.

Se debe conocer la obra prologada, pero ser prudente con la información, para no adelantarse a la historia, ni insinuar el final. Hay aburridos estudios o empalagosos elogios, que han sepultado libros. Afortunadamente los prólogos son prescindibles, ¿o cuántos ha leído usted que se repitan en la segunda edición?

Pero prologar es también un gran privilegio. Uno, por deferencia amistosa, bondad inexplicable o simple desvergüenza del autor, termina mirando la obra desnuda que han visto muy pocos, descubriéndola de primera lectura, gozándola antes que nadie.

Después —los privilegios cuestan— hay que compartir, en no demasiadas palabras, esa experiencia de estrenar un texto.

Yo lo voy a hacer en cuatro palabras: A mí me gustó.

Cumplida de esta forma la primera obligación de todo prólogo, paso —sin tanta brevedad— a la segunda.

Hay que conocer al escritor, señalar sus linderos vitales, justificar su obra con la biografía. En este caso la tarea es fácil, les cuento:

Jhon Moreno Riaño es llanero, por lo tanto es músico. Músico de la Universidad de los Andes, del cuatro y del corrido.

Jhon Moreno Riaño se ha hecho maestro en Psicología de la Música y en Patrimonio Cultural. Se ha especializado en Cantos de trabajo y va tras un doctorado en Joropología con énfasis en Del Bueno.

Jhon Moreno, de segundo nombre Emerson, o sea Jhon Emerson Moreno, es —como el escritor gringo así apellidado— ensayista y conferencista. Además, parece que Ralph Waldo Emerson escribió para Jhon Emerson aquella frase que dice “No vayas a donde el camino te lleve, ve a donde no hay camino y deja un rastro”. Porque en esas anda Jhon, dejando rastros enchicuacados por las serranías sanmartineras, oyendo cantar un Gallo Giro en sabanas de Maní, campechaniando conversas con Hermes arriba del Totumo, jugando a inventar juegos, glosando —y gozando— el joropo.

Jhon es casanareño, de San Luis de Palenque, por lo tanto es buena soga. Enlaza orejanos, cachos llaneros y versos cimarrones. Enlaza y ajusta. No esconde con malicia cachilapera lo amarrado, sino que lo muestra, lo deja ver, oír o leer, para que otros disfruten el resultado de su pericia.

Jhon Emerson Moreno Riaño, músico llanero, subió arriba, anduvo lejos —perdonen los pleonasmos—, pero nunca dejó su tierra, ni abandonó su familia, ni olvidó su historia, la de él, su familia y su tierra. Por eso escribe.

Jhon escribe. Ya no aterrizados ensayos ni crónicas acieladas, sino ¡por fin!, una novela, esta que tiene usted en sus manos, esta que anda a punto de abandonar por culpa de este prólogo. Esta que no debe soltar, sino más bien saltarse estas palabras y comenzar…

Vale la pena, porque está bien jalada, porque representa un nuevo tipo y tema de novela llanera, otro concepto y estilo, un estallido de sangre memoriosa que se explica solita:

«Pareciera que los cementerios en el campo van desapareciendo para convertirse en tierra y renovar la vida, de la misma manera que los recuerdos que dejan quienes los moran se van volviendo palabras que nutren historias, historias que reconstruyen vida en los recuerdos…»

…mejor sigan con Jhon. Eso de escribir un prólogo es un compromiso serio. Me quedó grande y el tiempo apremia. Es más sencillo escribir algunas anotaciones generales y callarme. Algo como un Manual de Uso de esta Novela, algo así:

Aviso: Después de que la empiece no va a ser fácil dejarla.

Instrucciones: Acomódese en el chinchorro, arrime el tinto y déjese llevar por ese vaivén de muerte y vida que es La sombra que pasa.

Garantía: Le va a gustar.

Precaución: No la lea de noche.

(Siga leyendo y sabrá por qué).

Cachi Ortegón

La sombra que pasa

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