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2 EXISTENCIA FEUDAL LAS RAÍCES DE LA EUROBASURA
ОглавлениеAquí es cuando me pongo mis zapatos de profesor de historia. Os juro que prefiero esputar gargajos contra postes telefónicos antes que intentar revisar la historia, pero la estrecha miopía visionaria de las ideas populares acerca de la blancura estadounidense me han obligado a levantar el culo y subirme a la tribuna.
La historia escrita, como la postura del misionero, es una acción ejecutada desde arriba mirando hacia abajo. La mayoría de los textos históricos llevan el inequívoco acento de la gente que habla con una cucharilla de plata en la boca. Así que aquí estoy yo, con siete huecos esparcidos por mis piños, cargando con la dudosa tarea de reescribir la historia americana. Me he visto arrojado al papel de arqueólogo cultural: un excavador de basura. Vengo resentido y con un mazo en la mano, preparado para reventar unas cuantas rótulas ideológicas. Estoy aquí para follaros con el puño de los hechos.
La propia historia es una novela sadomasoquista de curso incesante. La historia es muchísimo más enferma, sangrienta e injusta de lo que los historiadores nos dejarán ver jamás. Cuando finalmente se decidan a escribir la historia real, todos necesitaremos medicación. Será demasiado deprimente.
Los libros de historia fueron escritos por hombres blancos muertos, eso seguro, pero por hombre blancos muertos ricos. Y SIGUE pintando mal para los ricachones. A lo largo de toda la historia, los ricos han sido solo un diminuto porcentaje estadístico de todos los blancos. Durante el Oscurantismo y el Medioevo, incontables millones de huesos de campesinos europeos se convirtieron en polvo blanco bajo la tierra, privados de la única promesa que alguna vez les hicieron: la vida eterna. ¿Qué clase de historia habrían contado ellos si les hubieran dado la oportunidad de hablar?
Tuvimos la Cuestión Negra. La Cuestión Judía. La Cuestión Irlandesa. Finalmente, la Cuestión Redneck. ¿De dónde ha salido el redneck? ¿Cómo llegaron aquí esos cretinos con dientes de mula, cara de langosta, unicejos, folla-hijas, jode-ovejas, mascadores de tabaco y tan de anda-ven-y-chúpasela-un-rato-a-papi? Mientras se nos anima a reírnos de su simplona degradación, en ningún momento se nos obliga a pensar en su origen. La basura blanca TIENE que haber salido de alguna parte; en serio, no brotaron la semana pasada del culo de Jed Clampett37, ¿verdad?
La basura blanca pobre, junto a los empresarios de la élite de los hacendados que les trajeron aquí, es el grupo inmigrante con raíces más hondas en este país. Ya trabajaban en gran número en las plantaciones antes de la llegada de los primeros cargamentos importantes de esclavos africanos. Y aun así, es probable que la basura blanca pobre sea el grupo social estadounidense menos consciente de su genealogía.
Aceptaré la premisa de que la basura blanca existe en este momento en Estados Unidos. Pero eso desentierra otras dos cuestiones: cómo llegaron aquí y cómo se convirtieron en basura. Y qué sucedió primero, ¿lo de llegar aquí o lo de convertirse en basura? Así que, con todas mis disculpas para Alex Haley, los dos siguientes capítulos servirán como un sucedáneo de RAÍCES para rednecks. Al igual que toda la comida que uno ingiere ha de pasar por un tortuoso proceso de descomposición antes de emerger por el otro extremo como una larga ristra de blandos zurullos, me propongo demostrar cómo el «sistema» transforma a los seres humanos en basura. No será agradable, pero el negocio de limpieza y recogida de basuras nunca lo ha sido.
Ser basura blanca en Estados Unidos, más que como una situación socioeconómica, se percibe por encima de todo como una actitud personal. Se piensa que es una elección más que un aprieto. Aquí la gallina, allí el huevo. ¿Los hillbillies van descalzos porque quieren o porque no pueden permitirse el lujo de comprarse unos zapatos? ¿Van por ahí desdentados a causa de un extraño sentido de la moda o porque el dentista más cercano está a más de ciento cincuenta kilómetros y es demasiado caro? El chaparrón de esputos viscosos de la imaginería antiredneck, de un modo consciente o no, apunta hacia la SITUACIÓN que hay tras la ACTITUD. Se mofa de alguien no por nada que haya hecho, sino simplemente por su procedencia.
Para algunos, afirmar que nuestra imaginería popular es hostil hacia los rednecks puede parecer tan descabellado como decir que a los malditos nazis tampoco se les está dando un trato justo. Me atrevería a decir que por ahí corre el mito del poder redneck en este país. Tal y como lo ven mis suspicaces y estrábicos ojos inyectados en sangre, uno de los problemas principales es semántico: la gente confunde el término «good ol’ boys»38 con el término «old boys’ network»39. Muchas veces he escuchado cómo se utilizan indistintamente, o cómo se usa uno donde debería ir el otro. Esta metedura de pata ocurre con tanta frecuencia que la gente se piensa que son sinónimos.
Se trata de un error de proporciones megatónicas. Confundir a los «good ol’ boys» con la «old boys’ network», es confundir la tripa cervecera del redneck con la obesidad engreída del pez gordo capitalista. Tal y como se define para mis propósitos, los «good ol’ boys» y los que configuran la «old boys’ network» se sitúan en polos opuestos. Los «good ol’ boys» son picapedreros rupestres; los miembros de la «old boys’ network» son unos Rockefeller. La «old boys’ network» representa a las élites consolidadas que han estado envolviendo en sus garras blancas un porcentaje desproporcionado de riqueza y poder desde hace siglos. Los «good ol’ boys» son los tíos de los tráilers de aluminio y de las camionetas oxidadas que siguen preguntándose cuándo les llegará por fin la oportunidad para ingresar en la «old boys’ network».
Los que los odian suelen argumentar que los rednecks son reaccionarios insatisfechos que temen perder su poder en manos de los nobles y triunfantes campesinos del Tercer Mundo que no dejan de proliferar. Yo surjo de las tinieblas como el monstruo del Lago Ness para replicar airadamente que los rednecks jamás (ni aquí ni en Europa) han detentado nada que pueda considerarse un mínimo control sobre el poder. Bueno, si os referís a «poder» en el sentido de ser capaces de darle una paliza a los intrusos en sus vecindarios, entonces sí; si os referís a «poder» en términos de capacidad para enviar soldados al extranjero, no. Poder para cometer pequeños hurtos, sí; poder para cobrar impuestos, no. Poder para disparar a alguien con un fusil de chispa, sí; poder para lanzar misiles nucleares, no. Poder para destilar whisky, sí; poder para declararlo ilegal, no.
Pero para algunas mentes, el parque de caravanas y el Capitolio son indistinguibles. La representación en los media del Hinchado Diablo Blanco rara vez discrimina entre el cracker paupérrimo y el esclavista acaudalado. La falta de distinción ha provocado la impresión de que se trata del mismo tío. Esta fábula aún generalizada en la cultura popular de una Norteamérica blanca sin clases está fundada en la endeble premisa de que todos los blancos estadounidenses son galgos de sangre azul que en su momento saltaron de la línea de salida con la misma riqueza y las mismas oportunidades, y que la basura blanca pobre debió de haber despilfarrado su fortuna en metanfetaminas baratas40 y en máquinas tragaperras. Para hacer frente a los rednecks, culpar-a-la-víctima es el modo normativo. El espécimen humano Redneckus Americanus, por todas sus presuntas costumbres odianegratas, se ha convertido en nuestro Negrata Nacional.
Bromeo con lo de negratas, por supuesto; te aporreo, querido lector exquisito, con la palabra «negrata» solo para llamar la atención sobre las susceptibilidades relativas con respecto a unas pequeñas y ridículas aglomeraciones de vocales y consonantes. La gente tolera el uso progresista de la palabra «redneck» mientras hace que la expresión «negrata» asuma proporciones blasfemas.
¿Por qué ese doble rasero? Muy sencillo: LA PRESUNTA HISTORIA DE LA OPRESIÓN.
La gente tiende a excusar el ejercicio de cebarse con la basura con un: «Oh, bueno, su experiencia histórica ha sido completamente distinta a la de los afroamericanos». Como el espinoso pez globo que son, hincharán sus carrillos y escupirán tibios y melodiosos flujos de aire acerca de cómo los rednecks no tuvieron ni remotamente la misma historia de pobreza, sufrimiento y explotación que los negros americanos. De su investigación exhaustiva por producciones televisivas y semanarios alternativos gratuitos, han concluido que es IMPOSIBLE que un varón norteamericano blanco sea oprimido, con independencia de cómo cojones definan la opresión. Porque ellos SABEN que la hégira del chico blanco ha sido un enorme y monolítico polo de coco de privilegio cutáneo y que hay que ser muy estúpido para ser blanco y no triunfar en este país. Cuando ellos hablan de «igualdad» se expresan estrictamente en términos raciales y de género, como si los varones blancos hubiesen gozado alguna vez de una verdadera igualdad entre ellos, como si la experiencia del varón blanco en América hubiese sido un período vacacional estándar ininterrumpido.
Y lo que es más importante, te recordarán que todos los rednecks vinieron aquí VOLUNTARIAMENTE y que los europeos NUNCA sufrieron la degradación de la esclavitud, ni aquí ni en Europa. Perdónalos, Señor, porque no tienen ni puta idea de lo que hablan.
La disonancia cognitiva es muy hijaputa. La gente no querrá admitir que estaba equivocada con todo esto. Darse cuenta de que uno está equivocado es como estar disfrutando de un grasoso tazón de tallarines y descubrir un largo y grasiento pelo rizado en el fondo. La negación es un río que, por lo general, fluye en una sola dirección; la negación de lo que resulta demasiado horrible admitir. La gente rara vez niega lo indeciblemente bello. ¿Qué puedo deciros? Alguna gente quiere justicia; otros quieren mamadas. La mayoría solo parece querer irse a dormir y olvidarse de todo.
Abrid vuestros ojos. Solo duele la primera vez. Alejad la cámara… solo un poquito… y la imagen adoptará una forma muy distinta. Mi intención no es minimizar la culpa de la que ya estáis más que enterados, sino sugerir que hay mucha más culpa de la que podéis haber sospechado.
Trataré de probar con resignación que según las reglas vigentes, «redneck» es un término intolerante. Según las reglas vigentes, la ininterrumpida campaña recriminatoria de los medios contra el redneck constituye incitación al odio. Según las reglas vigentes, los rednecks son más una clase víctima que una clase opresora. Y luego explicaré por qué las reglas vigentes están llenas de mierda.
El redneck, tal y como se suele entender, es una entidad estadounidense, pero el paradigma, el arquetipo, el anteproyecto, el modelo, el puto antecedente socialmente evolutivo del redneck norteamericano fue el campesino europeo en sus distintas manifestaciones a lo largo del Oscurantismo y de la Alta Edad Media. Los cimientos para que un pequeño grupo de élites blancas despreciase y abusase de una gran masa rural de desposeídos blancos se construyeron al menos hace mil años, puede que incluso antes.
Así que cuando dicen «el hombre blanco», yo digo: ¿QUÉ hombre blanco? Destapemos un bote de ambientador y desmitifiquemos esta cosa del varón-blanco-privilegiado, ¿os parece? Esto nos lleva a la pregunta: ¿algún blanco ha sufrido en algún momento en el transcurso de la historia del planeta?
Mi respuesta es un rápido, rotundo y arrogante sí. De hecho, la mayor parte de los blancos de América quizá pueda presumir un poco de opresión ancestral, si esa es vuestra idea de diversión. La mayoría de los blancos (sin duda un mayor porcentaje de los descendientes de esclavistas) tienen antepasados que fueron esclavos en algún que otro momento de la historia.
Hubo una vez en la que todos los miembros de la «old boys’ network» fueron esclavistas. Y todos los «good ol’ boys» esclavos.
Hace mucho tiempo, en las llanuras ensangrentadas y azotadas por el viento de Europa, no había nada parecido a un gobierno, ni nada parecido a la «clase» tal y como se entiende en la actualidad. La gente vagaba sola o en pandilla. Quienes vagaban solos, por lo general, caían presa de quienes vagaban en pandilla. Y las pandillas más grandes se comían a las pequeñas. Es dudoso que fuese una existencia utópica. La vida era corta, cruenta, ingrata y asolada por la enfermedad. Por otra parte, podías fijar tus propios horarios. Y cuando los hombres se mataban entre sí, casi siempre tenían que mirarse a los ojos.
Por necesidad, esos clanes organizados a la ligera o bien se hacían más fuertes o bien quedaban despedazados en manos de invasores sorbedores de sangre y empaladores de cráneos. Las sociedades tribales basadas en la caza y en la recolecta eran absorbidas (casi siempre a través de la fuerza) en una red de estados centralizados agrarios y esclavistas. Los hombres que cazaban animales tenían la libertad limitada por los hombres que cazaban hombres.
Bajo el Imperio Romano, los bárbaros fueron la basura rural de su tiempo. La palabra «pagano» proviene del latín pagus, que significa «campo», y los romanos lo utilizaban en tono despectivo para referirse a los moradores del campo. Del mismo modo, «bárbaro» se refería originariamente a los tipos rústicos que vivían al amparo de los matojos. Tanto «pagano» como «bárbaro» son, por tanto, antepasados verbales remotos del «hillbilly».
El escritor romano Ammianus Marcellinus describió a los hunos como «una raza salvaje sin parangón… Es cierto que tienen forma humana, aunque muy burda… Profieren toda clase de aullidos aterradores… Como bestias toscas que son, ignoran completamente la distinción entre el bien y el mal»(1). A mí esto me suena a hillbillies.
Después de su gira por Britania, Julio César escribió acerca de clanes de «gente de tierra adentro no agrícola» a los que denominó interiores. Se decía que esas tribus bizarras no romanizadas se pintaban la piel de azul con un tinte de origen vegetal y los observadores romanos los llamaron «pictos» (de pictus, es decir, pintados). Algunos piensan que los pictos son los progenitores de los montañeses celtas de Gales, Escocia e Irlanda Occidental. Las tribus godas, por lo visto, tenían varios apodos para referirse a los pictos, y todos ellos podían traducirse por «insignificante» o «nada». Otros cronistas se refirieron despectivamente a ellos como los «Piernas Azules». Las tribus que dominaban Britania, las que vivían sobre tierra en casas de madera, llamaban «moradores de mansiones» a los pictos de las cavernas, lo que puede que sea el primer sinónimo ancestral de «la basura de tráiler». Otros anotaron que entre los pictos «cada mujer estaba con su hermano», posiblemente el primer antecedente histórico de los chistes modernos sobre la endogamia (2). Seguro que los romanos se reían de los pictos del mismo modo que los neoyorquinos se ríen de los hillbillies.
Pero Roma, a pesar de su poder, nunca estuvo segura del todo. Sus fronteras en constante evolución siempre se vieron bordeadas por bandas ultraviolentas de asesinos implacables. Las hordas decapitadoras más allá de las garras del emperador siempre constituyeron un problema. Al final los romanos pasaron de una guerra de desgaste a una tentativa de asimilación. Luego vinieron los sobornos monetarios en un intento patético de rascar el picor bárbaro. Después vinieron los visigodos, los vándalos y los ostrogodos, que destrozaron Roma en pedacitos.
Mamá Europa fue donde empezaron a apilarse los vertederos de la basura blanca. Y tras la caída de Roma, difícilmente podía encontrarse un mejor contenedor de basura. Suele pensarse que la historia moderna de Europa occidental surgió de las cenizas de Roma. Pero (¡uf!) qué nacimiento más doloroso. El colapso de Roma precipitó un Nuevo Desorden Mundial. No lo llamaron Oscurantismo por gusto. Europa se estaba aniquilando a sí misma una y otra y otra vez. Invasiones. Masacres. Plagas. Hambrunas. Canibalismo. Infanticidios. Descuartizar, tajar, incendiar, saquear, pisotear, aplastar, violar, destripar. Enanitos para el césped en forma de cabezas empaladas. Guerra, guerra, guerra, guerra, guerra, guerra, guerra…
Y después, humo y silencio. Europa era un inmenso lodazal carbonizado, lunar y muerto. Se habían abierto gigantescos agujeros negros a lo largo y ancho del continente que se habían tragado todo. Un cartógrafo contemporáneo denominó a esas zonas despobladas «soledades» (3). Donde la vida no había sido completamente diezmada había negros muros de miseria. «Parece que el mundo se aproxima a su fin» (4), clamó el papa Gregorio I.
Algunos tuvieron la suerte de poder salvar sus cráneos del garrote abriéndose camino hacia las colinas y los bosques. Como esto marcó el primer éxodo a gran escala de campesinos blancos de una sociedad miserable, podría etiquetarse a esos refugiados europeos como los primeros, tímidos, hillbillies.
Abajo, en las llanuras, las agitaciones habían lanzado al aire a las poblaciones campesinas europeas como millones de hormigas sacudidas de una manta de picnic. Cuando volvieron a aterrizar, los viejos propietarios de las plantaciones romanas tenían las gargantas cortadas y se hicieron con el poder los que tenían las armas más grandes y las porras más pesadas.
Como los griegos y los romanos antes que ellos, los bárbaros patearon culos y tomaron esclavos. Los códigos esclavistas de los bárbaros permitían la extirpación de casi cualquier cosa que se pudiese cercenar de un cuerpo humano, incluyendo los genitales. Si un esclavo no estaba labrando el campo de manera satisfactoria para su amo ostrogodo, se arriesgaba a que le desmembrasen ambos brazos. Se cuenta que el duque Rauching, un noble franco, se corría de gusto viendo cómo mataban a sus esclavos achicharrándoles con antorchas entre las piernas. En Britania, durante el Oscurantismo, se lapidaba hasta la muerte a los esclavos que robaban, mientras que a las esclavas acusadas de robo se las quemaba vivas. En 1410, un código esclavista veneciano permitía la tortura física de las esclavas sospechosas de practicar brujería contra sus amos. A los esclavos italianos declarados culpables de envenenamiento o de conspirar contra sus propietarios se les sacaban los ojos, se les amputaba la nariz y los labios y se les despedazaba la carne con tenazas al rojo vivo. Tales atrocidades tenían lugar casi siempre en las calles de las ciudades o en las plazas públicas, a modo de advertencia para otros esclavos y para los campesinos de mentalidad rebelde.
A lo largo de toda la antigüedad, los esclavos europeos fueron comprados, vendidos e intercambiados por ganado. En el Oscurantismo se estimaba que las esclavas irlandesas valían tres vacas lecheras. Bajo los reyes francos, cualquiera que fuese declarado culpable de asesinar o robar al esclavo de otro, estaba obligado a reembolsar al propietario con un caballo o con su equivalente monetario. En la Britania anglosajona, el propietario de un esclavo asesinado tenía derecho a una compensación de ocho bueyes.
Y no nos olvidemos de los eslavos. En tiempos remotos a los eslavos se les identificaba muy habitualmente como una población esclava, la propia palabra «esclavo» surge como una adulteración de «eslavo». Comprobadlo en el diccionario si no me creéis. Sobre todo capturados por las vecinas tribus germanas como parte de la añeja rutina de violación y saqueo de los boches, los esclavos eslavos pasaron a ser otra simple mercancía (al igual que las pieles, la cera, las especias y la miel) en los mercados internacionales. Durante siglos, los traficantes de esclavos venecianos estuvieron surtiendo de eslavos capturados a los harenes y las plantaciones de Siria y Egipto (5). Pensad en ello: especímenes eslavos de un blanco níveo importados como esclavos y eunucos a Oriente Medio y al oscuro continente africano. Y para que no penséis que hablo de algo que ocurrió hace miles de años, el comercio de esclavos blancos establecido entre los italianos y Egipto continuó al menos hasta el siglo XV, dos siglos antes de que se forzase a los africanos a hacinarse en las bodegas de los barcos que partieron rumbo al Nuevo Mundo.
La necesidad de esclavizar es en realidad ciega al color. Los africanos eran imperialistas; solo que no se les daba muy bien. La calle de un solo sentido del punto de vista del imperialismo blanco tiende a olvidar que el imperio africano de Cartago poseyó temporalmente una porción de Europa y envió a multitud de guerreros blancos conquistados a trabajar como esclavos en el norte de África. También pasamos por alto que los moros africanos invadieron el sur de España en el siglo VIII y lo tuvieron bajo su dominio durante prácticamente quinientos años en los que se dedicaron a mandar a incontables cristianos blancos al cautiverio en Egipto y en el Mediterráneo. Puede que hayáis oído hablar de la funesta y desacertada Cruzada de los Niños de 1212, en la que miles de menores europeos partieron a raudales hacia el sur para recuperar el Santo Sepulcro; el remate raras veces citado de la historia fue que muchos de los desventurados niños fueron capturados por tratantes de esclavos musulmanes y enviados a Egipto.
Las cosas no iban mucho mejor en casa. Casi todo el mundo era siervo. El siervo estaba atado al territorio. Así que vamos a hablar de los siervos… y del territorio. El campesino era un gusano insignificante. Un peón era alguien sobre el que peerse. La vida del campesino no era vida. El siervo era pobre e inculto, no tenía modales ni haciendas. El siervo era blanco. También era basura. Y estoy seguro de que después de pasarse todo el verano labrando el campo, tenía la nuca roja. Era también desdentado, sucio y olía mal. Básicamente, no tenía voz y el pensamiento universal era que se MERECÍA su situación.
El feudalismo, como cualquier forma de gobierno, surgió como un tinglado de protección. Y también como cualquier forma de gobierno, uno se veía en la necesidad de protegerse de los protectores. La ecuación señor-siervo era la tradicional relación amo-criado, pitcher-catcher, enchufe-masculino-enreceptáculo-femenino. La diferencia entre invasores bárbaros y señores feudales era que los señores te mataban lentamente, y lo hacían por tu propio bien. Los señores eran mosquitos peludos con ropajes sueltos que succionaban la tierra y a los campesinos hasta dejarlos secos. Tal como dijo un observador: «Los señores intentaban esquilar y devorar a sus súbditos» (6). Para los señores, un siervo era poco más que estiércol humano que se utilizaba para fertilizar sus propiedades agrarias. Molaba ser el señor.
La palabra «siervo» es un término francés que deriva del latín servus, que significa «esclavo». Los romanos se refirieron a su campesinado no urbano como servi rustici, «esclavos rurales». Los textos medievales utilizan con frecuencia los términos «campesino», «siervo» y «esclavo» indistintamente. La servidumbre era comparable a la esclavitud en todos los aspectos importantes: los siervos trabajaban en plantaciones gigantescas para el beneficio único y exclusivo del señor. Desde que nacías hasta que morías seguías siendo siervo, o tal y como reza un dicho alemán: «solo el aire ya te hace siervo» (7). Los hijos de un siervo, nacían automáticamente a la servidumbre. A los siervos no se les permitía irse de la plantación y si lo hacían el señor podía recapturarlos amparado por la ley. También tenía derecho a golpearlos, fustigarlos, violarlos y asesinarlos con total impunidad. A los siervos se les prohibía comprar, vender o poseer propiedades, aunque a ellos sí se les podía comprar y vender. A los siervos no se les dejaba tener armas; varios textos de la época se refieren a ellos como «los desarmados». Los siervos estaban segregados de la clase señorial por un estricto código de apartheid: no se les permitía casarse con nadie de la aristocracia ni de fuera de la hacienda señorial. Siendo propiedad, las familias de siervos se veían frecuentemente divididas en transacciones legales. Los códigos legales no reconocían a los siervos como seres humanos.
Los grandes hombres eran pocos, la gente pequeña abundaba. Del aproximadamente millón y medio de habitantes británicos registrados en el Domesday Book41 de 1086, menos del tres por ciento se enumeran como terratenientes (8). La estructura de clases era la misma en toda Europa; según un historiador: «Millones de hombres se vieron así sujetos al dominio de unos pocos miles» (9). Así que en tiempos medievales solo un trocito de uña de la población blanca podría decirse privilegiada. El resto eran esclavos.
En Inglaterra a los miembros de la clase servil se les llamaba «villanos» en lugar de siervos. Del latín villanus, aldeano. La palabra «villano» en inglés moderno (el MALO de la película) desciende directamente de un término que se utilizaba para describir a la basura blanca carente de libertad, explotada y oprimida, que labraba en las plantaciones.
La literatura medieval traza límites entre «cortesano» y «villano» (10), entre «príncipes» y «el vulgo» (11), entre «libres» y «pobres» (12); incluso entre «héroes» y «granjeros» (13). Los franceses tienen un término en argot para referirse a su campesinado (bouseaux) del que se deriva la palabra «bozo» (payaso, zopenco, bobo). Traducido literalmente, bouseaux significa «boñiga de vaca» (14). Las fábulas cómicas francesas sostienen que el siervo era «una criatura apestosa, nacida de la bosta de un asno» (15), y que saboreaba el aroma de los montones de mierda. Otro escritor cómico se refiere a los campesinos como «brutos feos» (16). Guillermo el Bretón identificaba cuatro clases de humanos: clérigos, caballeros, urbanitas y rústicos, señalando que solo los rústicos estaban «entontecidos» (17). Prototipo literario, al siervo se le retrataba uniformemente como cretino, rastrero, animalesco y vago. «El montañés», se queja un escritor, «nunca se sienta a gusto frente a un telar, es como poner un ciervo en un arado» (18).
Hasta hoy, casi todas las sociedades poseen términos peyorativos para referirse a su campesinado. Se dice que los israelíes se burlan de los pastores yemeníes. Los rusos, que llamaban a sus campesinos moujiks («gente de nada») se refieren a sus hicks contemporáneos como zhlobs. A los de este mismo tipo social, los singapurenses los llaman los ah beng y los australianos los «yobbo». En Bosnia, mientras la artillería no dejaba de forzar a la gente de las montañas a descender con su ganado a las calles de Sarajevo, los habitantes de la ciudad se quejaron hace poco de la avalancha de papaks vulgares y cabrunos.
Al Gran Populacho Blanco se le suele retratar como abiertamente sensual (mucho más cómodo con las funciones corporales que la nobleza) y estúpido, alegre e infantilonamente satisfecho con su suerte. Al campesinado rara vez, o nunca, se le representa como miserable. Las pinturas medievales de siervos dóciles en su tiempo libre son extraordinariamente similares a las estereotipadas caricaturas de los esclavos negros del Sur de Estados Unidos, dentudos y alegres Sambos con sus banjos.
Pero retratar a los rústicos como bobos y patanes bufonescos nunca mitigó del todo el miedo elitista a que los yokels pudiesen algún día transformar las rejas del arado en espadas y buscar la venganza contra las clases altas. Según un historiador feudal, «el consejo para andarse con ojo con la servidumbre es un lugar común en la literatura destinada a las clases altas» (19). Las caricaturas dibujadas por la élite siempre han presentado al hombre común de la clase baja como un simplón, sí, pero como un simplón peligroso. Se cuenta que el rey Enrique I de Inglaterra recibió tres «visiones nocturnas» en las que campesinos sedientos de sangre le asaltaban con «herramientas rústicas» (20).
En la literatura medieval británica se solía simbolizar al campesinado con el personaje ficticio de Pedro el Labrador, una especie de señor Green Jeans42 honesto que estaba encantado de pasarse con una yunta de bueyes desde el amanecer hasta la puesta del sol. En los países francófonos, se conocía un personaje mítico casi idéntico, Jacques Bonhomme. En lengua franchute, bon homme significa «buen hombre», un precursor del «good ol’ boy». Los nobles franceses se referían con desprecio a sus campesinos como «Jacques», del mismo modo que hoy podrían llamarlos «Bubba»43.
En 1323 y 1328, en las ciudades flamencas de Ypres y Brujas respectivamente, Jacques Bonhomme se deshizo de su mítico sopor y se reencarnó en las revueltas campesinas conocidas como las jacqueries. En estas se presentaron los Varones Blancos Cabreados de su época. Liderada por dos trabajadores, uno de ellos, en efecto, llamado Jacques, la jacquerie declaró la guerra a los ricos y al clero, solo para ser aplastada por una coalición de comerciantes burgueses y nobleza terrateniente. En el norte de Francia, treinta años después, estalló otra jacquerie, se dice que con una fuerza de cien mil Bubbas franceses, y fueron de nuevo derrotados sin piedad. Veinte mil rebeldes franceses fueron ejecutados, y a los que sobrevivieron se les castigó con tasas astronómicas. Otro grupo contemporáneo que se hacía llamar los Capas Blancas exigió verse libre de impuestos. Un escriba de un escalón superior declaró la idea como «una osadía lunática» (21) presagiando los actuales intentos de vincular las protestas por los impuestos con la enfermedad mental. Los Capas Blancas, como era de esperar, fueron aniquilados. Similares levantamientos de las clases menos favorecidas ocurrieron en Italia y en España, con similares resultados.
La Revuelta Campesina Inglesa de 1381, en esencia una rebelión contra los opresivos impuestos de capitación y las restricciones salariales, fue descrita por los apologistas de la corona como «treinta mil demonios» (22), una representación de «los pobres que favorecían a los rústicos» (23). Dirigidos por un soldado llamado Wat Tyler, la Revuelta de los Campesinos predicaba la destrucción de la jerarquía de clases a través de la aniquilación de la propia clase alta. A través de un breve rayo de acción violenta, la rebelión se hizo con el control de Londres durante un día, aproximadamente. Presentándose ante la realeza entre una multitud de rebeldes callejeros, Wat Tyler hizo una deliberada exhibición tragándose una cerveza de un modo considerado irrespetuoso por la Corona y fue apuñalado a muerte por uno de los agentes del rey. Wat Tyler fue un antepasado mártir del eructante redneck de tripa cervecera que odia al gobierno. En el caos que siguió al asesinato de Tyler, la rebelión fue sofocada. Los líderes de la revuelta fueron ejecutados. La principal diferencia entre la violencia campesina y la violencia del rey era que los funcionarios reales escuchaban las confesiones antes de decapitar a sus víctimas.
Toda esta violencia social ocurrió en un contexto en el que un diminuto germen había descabezado casi toda Europa. La peste bubónica, una bacteria transmitida por las pulgas a las ratas, succionó la vida de unos veinticinco millones de europeos. Los cuerpos humanos se retorcían y se pudrían encima de montones de residuos humeantes, su carne medio muerta hurgada por lobos y cuervos. En combinación con las diezmadoras hambrunas y las guerras casi constantes, Europa se hundió hasta un estado no muy distinto al de la miasma bárbara de mil años atrás. Los campesinos heridos y sangrantes buscaban en vano algo que echarse a la boca entre la inmundicia y los hierbajos secos.
Cuando Europa volvió tambaleante a la estabilidad, un proceso ominoso con el nombre en apariencia benigno de «cercamiento» comenzó a arrancar a los campesinos de la tierra. Los mismos nobles que antes habían pedido que los campesinos permaneciesen encadenados a la hacienda, ahora los estaban expulsando. Los terratenientes adinerados, al darse cuenta de que sus propiedades serían mucho más provechosas si se dirigían de manera privada como supergranjas, comenzaron a vallar (cercar) esas áreas y a sacar a patadas a los arrendatarios en masa. En las superficies agrarias a las que los británicos se referían como «comunales», ya no se querían plebeyos.
Y si los campesinos iban a ser expulsados de la tierra, solo tenía sentido que los culpasen por ello. «Los pobres de Northamptonshire», resollaba un lamebotas de la realeza, «habitan en bosques y desiertos, y viven como zánganos, dedicados al robo, entre los que se cría la misma prole de los vagabundos y los renegados». El rey Jaime I describió las zonas rurales como «viveros y receptáculos de ladrones, renegados y mendigos». Los pobres rurales de Inglaterra eran vistos como un detrimento para la economía explosiva de la nación. «Los pobres aumentan como pulgas y piojos», escribió John Moore en 1653, «y esta plaga acabará devorándonos a no ser que cerquemos» (24).
El efecto neto del cercamiento fue que los campesinos rurales se convirtieron en mendigos urbanos. La población de Londres, cerca de unos insignificantes sesenta mil a principios del siglo XVI, había estallado casi en un mil por ciento para el año 1700. La economía urbana era incapaz de absorber aquella masiva inyección humana. Londres se convirtió en una Calcuta caucásica, apestando con el alcantarillado abierto y un proletariado miserable, asqueroso, irascible, cubierto de úlceras y propenso al crimen.
La Corona respondió criminalizando la propia pobreza. En una prefiguración de lo que serían las flagelaciones de esclavos negros en América, la ley británica permitió que se diese latigazos a los mendigos hasta que les chorrease la sangre por la piel blanca y desnuda, torturados por el «crimen» de pedir comida. Surgieron las prisiones de deudores en las que uno podía ser condenado DE POR VIDA a una humedad oscura y mohosa solo por haber sido incapaz de llegar a fin de mes. Otros londinenses desnutridos fueron encarcelados en casas de trabajo44 regentadas con una disciplina deshumanizadora en lo que la Corona alegaba que era un acto de beneficencia.
Los escritores afines a la monarquía, puede que sabedores de las revueltas campesinas de los siglos precedentes, llegaron a etiquetar a sus masas urbanas desarraigadas como «la chusma». A la basura urbana de Londres también se la llamó «el vulgo profano», «la infame multitud», «el fracaso y la escoria de la gente», «el populacho cismático», «la más mezquina e ignorante clase de gentuza», «los sujetos más vulgares y oscuros del mundo», «los canallas y muy degradados y estercoleros bellacos de todas las ciudades y pueblos» y los «hombres descamisados» (25).
Pero con todo lo indigente que era la clase baja de Londres, podía encontrar una suerte de amargo consuelo en un hecho: lo tenían mucho, pero muchísimo mejor, que los irlandeses. Si consultáis un mapa de la zona de Gran Bretaña próxima a Irlanda, veréis un enorme cachorrillo de perro comiéndose a otro más pequeño. En 1610, el rey Jaime (el mismo soplapollas que colonizó América) comenzó a enviar barcos cargados de escoceses al norte de Irlanda. Aunque sostuvo que lo hacía «con todo su indecible amor y su tierno afecto» por la gente escocesa, en verdad fue un ingenioso plan para someter a Irlanda a través de la colonización social, mucho mejor que una conquista militar.
En caso de duda, culpad a los británicos. Lo que hizo la Corona a los irlandeses es directamente análogo a lo que hizo con los indios americanos. Los irlandeses fueron expulsados de sus territorios ancestrales. Su tradicional lengua gaélica y su modo de vestir fueron prohibidos. El catolicismo, que había sido la religión nacional, fue proscrita del mismo modo. A mediados del siglo XVII los sacerdotes que oficiasen la extremaunción a un creyente serían sentenciados a muerte. Los irlandeses fueron deliberadamente condenados a la inanición, masacrados y esclavizados, y su tierra fue entregada a colonos británicos y escoceses. Los católicos, que poseían el sesenta por ciento de Irlanda en 1641, solo poseían el cinco por ciento cien años más tarde.
Los británicos siempre han considerado a los irlandeses como una raza aparte. La literatura británica acostumbraba a hacer mención de «los salvajes irlandeses» (26) y los «simples irlandeses» (27). Se les comparaba sistemáticamente con los antiguos bárbaros. Un escritor llamado Fynes Moryson los acusaba de endogamia desenfrenada y vinculaba dormir en una casa irlandesa con aventurarse en la caverna de una bestia salvaje (28).
La zona de Irlanda controlada por los británicos pasó a ser conocida como la Empalizada y de los salvajes tréboles irlandeses que salían en estampida con presunta barbarie de ella se decía que vivían «más allá de la Empalizada». Los británicos conquistadores se referían a estos rebeldes celtas como «woodkernes». La palabra «kerne» era sinónimo de «campesino con poco armamento». Así que «woodkerne», que significa campesino armado que habita en los bosques, es un predecesor del «hillbilly». Se decía que los woodkernes eran carniceros salvajes muy dados a la pugna incesante y al moonshining45. La policía real los perseguía por las colinas con sabuesos. Una vez capturados, a los woodkernes se les disparaba tranquilamente en la cabeza sin juicio.
Con toda la brutalidad con que la Corona se ensañó con los irlandeses, no fue nada en comparación con lo que un führer puritano llamado Oliver Cromwell llegaría a hacer. Después de hacerse con el poder de la monarquía, los Puritanos Parlamentarios alardearon de que matarían a todos los católicos de Irlanda. Cuando Oliver Cromwell y su Nuevo Ejército Modelo cruzó a Irlanda en 1650, había aproximadamente un millón y medio de habitantes en Erin. Cuando se fue a los nueve meses, más del CUARENTA POR CIENTO de los residentes de Irlanda habían sido masacrados, murieron de inanición o fueron deportados. «Lo que hizo Cromwell» señaló un escritor, «merece ser clasificado junto a los horrores perpetrados por Genghis Khan» (29). En el siguiente medio siglo, cerca de medio millón de irlandeses fueron esclavizados y enviados a la Europa continental a dar sus vidas al servicio del ejército francés (30).
Los británicos de clase alta, que durante generaciones se preguntaron cómo deshacerse de su población «excedente», también volvieron la mirada hacia el Oeste. Dieron con un inodoro nuevo y fértil en el que descargar sus heces sociales. Se llamaba América.
37 El patriarca viudo de la familia protagonista de la serie The Beverly Hillbillies, interpretado por el cantante y actor Buddy Ebsen. (N. de los E.)
38 Término del argot estadounidense para referirse a los buenos chicos del sur rural. (N. de los E.)
39 Término del argot estadounidense para referirse al «amiguismo» de los poderosos y adinerados. (N. de los E.)
40 El término que utiliza el autor es «bathtub crank», metanfetamina de calidad ínfima producida normalmente en una bañera bastante cutre. (N. de los E.)
41 El Domesday Book (también conocido como Domesday, Doomsday o Libro de Winchester) fue el principal registro de Inglaterra, completado en 1086 por orden del rey Guillermo I. Se trata de un registro similar a los censos nacionales que se realizan hoy en día. (N. de los E.)
42 Personaje del programa televisivo para niños Captain Kangaroo interpretado por Hugh Brannun. El señor Green Jeans se ganó el mote por su atuendo, un overol de granjero de color verde. (N. de los E.)
43 El origen de este término está relacionado con un mote derivado de la palabra «brother» (hermano) que suele darse a los hermanos mayores dentro del círculo familiar, aunque se utiliza también fuera del mismo para referirse cariñosamente a un amigo. Su aparición en el Sur de Estados Unidos parece proceder de la lengua creole de los afroamericanos de las islas de Carolina del Sur, de la expresión Krio «bohboh» (niño) que entre los gullah aparece como «buhbuh». Bubba suele utilizarse fuera del Sur de Estados Unidos de manera peyorativa para referirse a una persona de bajo estrato económico y de educación limitada. Muy relacionado con el término «good ol’ boy». (N. de los E.)
44 En Inglaterra, desde 1931, se denominaba «workhouse» a la institución donde iban a vivir y a trabajar los pobres que no tenían con qué subsistir. (N. de los E.)
45 Destilación ilegal de alcohol. (N. de los E.)