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I. La historia natural y la ciencia en Colombia

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LA REAL EXPEDICIÓN BOTÁNICA DEL NUEVO REINO DE GRANADA

El primer paso en la construcción de un conocimiento científico sobre la historia natural de los territorios colombianos fue la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, bajo la dirección de José Celestino Mutis.4 Desde su llegada al país, Mutis había solicitado que se creara una expedición, persuadido como estaba de las ventajas que podía reportar para España el reconocimiento exhaustivo de las riquezas del suelo americano (O. Restrepo, 1993). Hubo que esperar cuatro lustros desde la primera proposición, pues la Expedición nació oficialmente el 30 de abril de 1783 y fue protocolizada como una empresa auspiciada por el Imperio mediante Cédula Real suscrita el 1 de noviembre del mismo año (Díaz Piedrahíta, 2005a: 122).

A pesar de las limitaciones del medio, la Expedición funcionó por casi treinta años como un centro dedicado al estudio de la historia natural, el aprovechamiento de los recursos naturales y el levantamiento de un mapa del reino que incluyera la flora, así como sus demás recursos y la población (Díaz Piedrahíta, 2005a: 122). Los vertiginosos sucesos de la Independencia de Colombia impidieron materializar los proyectos de la Expedición Botánica. Los instrumentos de trabajo, libros y pertenencias de la Casa Botánica fueron vendidos; los materiales, láminas, herbarios, colecciones mineralógicas y zoológicas fueron empacados y remitidos a España (O. Restrepo, 1986: 221). Luego, la Expedición fue clausurada en 1812, tras ser destinados los dibujantes a delinear mapas estratégicos. En 1814, se hizo un riguroso inventario de los materiales restantes, los cuales fueron trasladados a Madrid en 1816 (Díaz Piedrahíta, 2005a: 122).

De tantos años de funcionamiento de la Real Expedición Botánica no quedó una organización estable ni se institucionalizó la ciencia en el país, y tampoco se publicó en su momento, o siquiera permaneció, la obra de la Expedición. Tan solo se dieron a conocer fragmentos que configuraron una tradición difusa de problemas, enfoques y perspectivas. Sin embargo, el programa «oficial» de la Expedición, más precisamente la recolección, descripción y clasificación de la flora colombiana, permaneció como el ideal que debería ser alcanzado por los naturalistas (O. Restrepo, 1993).

LA COMISIÓN COROGRÁFICA DE LA NUEVA GRANADA

El segundo intento para renovar el estudio de las realidades nacionales, realizado en la época republicana, fue la Comisión Corográfica de la Nueva Granada. Dicha Comisión se organizó en 1850, siguiendo el imperativo de conocer un país que se transformaba y afrontaba profundos cambios en el orden económico, político y social. La existencia de la Comisión no estuvo exenta de dificultades; el respaldo económico y el reconocimiento público que recibieron sus integrantes no fueron uniformes. Sin embargo, los productos de la Comisión no defraudaron los objetivos y la expectativas que se habían establecido (O. Restrepo, 1986: 235).

A lo largo del siglo XVIII, la escasa institucionalización de la ciencia hacía depender a los pocos centros de saber o a los individuos dedicados al conocimiento de un cuadro de consideraciones externas, como las afiliaciones partidistas de los científicos, sus vinculaciones sociales o familiares y su prestigio (O. Restrepo, 1986: 235). Por ende, otras tentativas oficiales para crear y mantener instituciones o entidades científicas, tales como la Misión Boussingault y la Comisión Científica Permanente, fueron, también, más o menos circunstanciales y efímeras, y estuvieron sujetas a los accidentados avatares políticos del siglo XIX. Asimismo, hubo algunas colecciones científicas personales que se caracterizaron por ser esfuerzos individuales y esporádicos y por la ausencia de una obra de conjunto, amplia y sostenida (Patiño, 1985).

La Guerra de los Mil Días (1899-1902) frenó el desarrollo económico de Colombia, dejando en bancarrota al Estado y afectando gravemente el ramo educativo. Sin embargo, el Concordato suscrito con el Vaticano (1887) dejó a la Iglesia la vigilancia de la educación, que no tenía otro control que el eclesiástico, y abrió el camino para que las congregaciones religiosas desempeñaran un papel más predominante en la educación (O. Restrepo, 1993: 207). De esta manera, Colombia abrió sus puertas a diversas órdenes religiosas que estaban siendo amenazadas en algunos países de Europa, por el movimiento de la separación de la Iglesia y el Estado. Entre las comunidades que ingresaron estaban los Hermanos Cristianos de la Salle, que se dedicaban básicamente a la enseñanza primaria y secundaria de las clases populares en Francia (Obregón Torres, 1992: 145).

LA LLEGADA DE LOS HERMANOS CRISTIANOS DE LA CONGREGACIÓN DE SAN JUAN BAUTISTA DE LA SALLE

En noviembre de 1889, fueron designados por el reverendísimo hermano José cinco Hermanos Cristianos para formar la primera comunidad de los hermanos lasallistas en Medellín. Estos religiosos recibieron orden de ir, primero, a Ecuador, para perfeccionarse en la lengua española. Después de navegar por los océanos Atlántico y Pacífico y atravesar los Andes tropicales, llegaron a Quito. En enero de 1890, se organizó el viaje desde allí a Medellín, pasando por el istmo de Panamá, Colón, Sabanilla, el río Magdalena y Puerto Berrío, adonde llegaron el 14 de marzo de 1890. Luego, en las inmediaciones de Barbosa, los viajeros fueron acogidos por una comitiva compuesta por los señores de la junta del Instituto de Educación Cristiana, IDEC,5 y por distinguidos miembros del clero (Oseas José [Hermano], 1954: 27-28).

Finalmente, el 19 de marzo de 1890, fiesta de san José, entraron los primeros lasallistas en la capital de Antioquia: los hermanos Julio, Liberien Joseph y Judulien –franceses–, Alfredo María –ecuatoriano– y Filemón y Alonso –colombianos– (López López, 1989: 36-37). La primera residencia de los hermanos fue la casa llamada «de los huérfanos», en la calle Girardot, donde se abrió el Colegio de San José el 9 de abril de 1890. Luego, a finales de ese mismo año, se trasladaron a un local más grande en la carrera Bolívar, donde prosperó el nuevo plantel, hasta llegar a ser «el colegio más importante y el más representativo de los hermanos en Colombia (Oseas José [Hermano], 1954: 27-28).

En 1893, los Hermanos Cristianos llegaron a Bogotá por solicitud de monseñor Bernardo Herrera, que desde el 13 de septiembre de 1891 había tomado posesión de la sede metropolitana. Luego, los religiosos lasallistas se expandieron por el territorio colombiano, y en los siguientes cien años llegaron a los departamentos de Arauca, Atlántico, Bolívar, Boyacá, Caldas, Caquetá, Cundinamarca, Norte de Santander, Risaralda, Santander, San Andrés Islas y Tolima (López López, 1989: 37). Sus novedosos métodos pedagógicos les abrieron espacios y les otorgaron el prestigio que, un siglo atrás, habían tenido los colegios de la Compañía de Jesús. Entre 1901 y 1904 se radicaron en Colombia un gran número de religiosos lasallistas que salieron de Francia como consecuencia de las leyes de laicización de la enseñanza, y adelantaron la labor de formación secundaria de las élites de la sociedad colombiana (O. Restrepo, 1993: 208).

Con la llegada al país de los hermanos de la Salle, los estudios en ciencias naturales en Colombia recibieron un nuevo impulso. Aunque su labor tuvo limitaciones financieras desde el comienzo, se puede afirmar que con ellos se instauró, en el siglo xx, el primer proyecto sostenido de estudios de ciencias naturales en Colombia. Como se describe más adelante, este ideal posteriormente fue acompañado con iniciativas gubernamentales, como la creación de dos instituciones que buscaban el fomento de las ciencias naturales: el Herbario Nacional y el Instituto de Ciencias Naturales.

LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA CIENCIA

En los primeros años del siglo XX, la enseñanza de las ciencias naturales en Antioquia era fomentada en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia y en la Escuela de Minas y la Escuela de Agricultura Tropical y Veterinaria, estas dos últimas de la Universidad Nacional, sede Medellín. Al mismo tiempo, en algunos colegios de secundaria se advertía un interés por estas áreas, en parte, como se ha dicho antes, como resultado de la llegada al país de educadores extranjeros que se preocupaban por la formación de una cultura científica entre sus alumnos (Atehortúa, 1988: 417). El paso definitivo en la culminación del ciclo de la historia natural hacia la institucionalización de las ciencias biológicas en Colombia se dio con la expedición de la Ley 123 del 26 de noviembre de 1928, que ordenaba la creación de una comisión permanente para el fomento del estudio de las ciencias naturales (O. Restrepo, 1986: 263).

A esta Ley se acogió el ministro de industrias, José Antonio Montalvo, para fundar, en 1931, el Herbario Nacional. Para culminar el proceso que se había puesto en marcha, fue definitiva la reorganización de la Universidad Nacional, realizada mediante la Ley 68 de 1935 (O. Restrepo, 1986: 263). En 1938, al iniciarse la construcción de la Ciudad Universitaria en Bogotá, el Departamento de Botánica ocupó el primer edificio. Allí se trasladó el Herbario Nacional dirigido por Enrique Pérez Arbeláez, que desde 1939 se llamó Instituto de Botánica (Obregón Torres, 1992: 250).

Para 1940, esta institución amplió sus actividades investigativas a varias ramas de la zoología, por lo que cambió su nombre por el de Instituto de Ciencias Naturales, con Armando Dugand como director (Obregón Torres, 1992: 250). Fue así como el desarrollo de las ciencias naturales en el país se dio merced a la creación del Instituto de Ciencias Naturales en la Universidad Nacional de Colombia (Díaz Piedrahíta, 2005b: 290). Igualmente, con la ampliación de los programas en esta área en el sistema universitario, el aumento de la docencia de tiempo completo y el mayor apoyo a la investigación, el número de científicos e investigadores en ciencias naturales se incrementó (Atehortúa, 1988: 419).

Según Olga Restrepo (1986), en el siglo XX comenzó a darse, con particularidad en Antioquia, una mayor especialización y diversificación de la investigación en biología, relacionada con las demandas de los sectores agropecuario y de salud pública; así, se abrieron espacios en entomología, parasitología, microbiología, inmunología y ecología, en particular, la creación de la carrera de Ingeniería Forestal (1951) en la Universidad Nacional, sede Medellín, y el Instituto de Biología (1962) en la Universidad de Antioquia, bajo el impulso de Fabio Heredia C. Esta última institución permitió la formación de especialistas y dio inicio a un amplio desarrollo de las ciencias naturales en el departamento (Atehortúa, 1988: 419).

LAS OBRAS DE LOS HERMANOS CRISTIANOS DE LA SALLE

Como se mencionó antes, los hermanos de la Salle llegaron a Colombia después de la aprobación de la Ley Combes en Francia, que prohibía a los religiosos impartir la enseñanza, lo que llevó a la expulsión y supresión de numerosas órdenes religiosas en ese país. Desde su llegada a Colombia y durante su recorrido por el río Magdalena, el hermano Apolinar María –Nicolás Seiler– se dedicó a la recolección de especímenes de animales y plantas. Aunque tenía la obligación de cumplir múltiples actividades como director del Instituto de la Salle, no dejó de lado sus intereses científicos y continuó la colección de ejemplares zoológicos y minerales, que fue acumulando en una vitrina (Idinael [hermano] 1951: 6-7).

Las colecciones fueron aumentando, y en 1909, el hermano Apolinar María solicitó a sus superiores la construcción de un edificio para conservar y exponer el material. La solicitud obtuvo una respuesta positiva, y en 1910 fue inaugurado el Museo de Historia Natural de la Salle, primera institución de este tipo en el país. Fue así como el hermano Apolinar María dejó su cargo de director del Colegio para ser el primer director del Museo. Como lo destaca el hermano Henri Idinael, en pocos años el hermano Apolinar María logró interesar y adiestrar a varios hermanos de la comunidad, que imitaban sus procederes y le aportaban el producto de sus cacerías. Cuando estos colaboradores eran transferidos a comunidades de provincia, le remitían al hermano lotes de plantas herborizadas, insectos, aves y curiosidades (Idinael [hermano] 1951: 7). Además, contaba con la colaboración de los hermanos Nicéforo María en Medellín, Ariste José en Caldas y Enrique y Esteban Gaetán en Bogotá (Restrepo, 1986: 262). La Foto 1 muestra algunos de los hermanos lasallistas de la época.

Foto 1 Hermanos lasallistas. De derecha a izquierda: segundo, sentado, hermano Apolinar María; primero, de pies, hermano Nicéforo María


Fuente: Archivo MHN-CSJ. S. f.

A lo largo del siglo XX, se fue configurando lentamente en Colombia una red de museos de historia natural en las instituciones educativas regentadas por los hermanos de la Salle que permitió el intercambio de especímenes científicos de diferentes regiones del país. Además de los museos del Instituto de la Salle en Bogotá (1904), el Colegio de San José en Medellín (1911) y el Colegio Biffi en Barranquilla (1918), para 1940, en Antioquia, existían pequeños museos con colecciones variadas en el Colegio de San José en Jericó, el Colegio de San José en Sonsón, el Aspirantado lasallista en San Pedro, el Colegio la Salle en Bello, el Colegio Gregorio Gutiérrez González en La Ceja y el Colegio San Luis en Yarumal. Adicionalmente, en el departamento de Norte de Santander se contaba con los museos del Colegio Provincial de Pamplona y el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús en Cúcuta (Serna Díaz [hermano] s. f.:1-16).

Adicionalmente, entre 1941 y 1961, se crearon los siguientes museos: en el departamento de Caldas, el del Colegio Pío XII en Salamina y el Colegio Nacional en Pensilvania; en el departamento de Risaralda, el del Colegio de la Salle en Pereira; y en el departamento de Santander, el del Colegio de San José de Guanentá en San Gil (Serna Díaz [hermano] s. f.:1-16). Sin embargo, como lo describe este autor – Marco Antonio Serna Díaz, hermano Esteban Gabriel–, los museos funcionaban en condiciones de pobreza, ya que carecían de ayudas oficiales o particulares frecuentes, y el trabajo realizado por los hermanos y alumnos se realizaba en tiempos de descanso o vacaciones (3-4).

A pesar de los grandes esfuerzos que significaron la recolección, preparación, clasificación y custodia de las colecciones, y que, paralelo a los museos funcionaban sociedades científicas que promovían el estudio de las ciencias, la suerte de la mayoría de ellos y sus colecciones fue desafortunada. Como no se contaba con presupuestos fijos, su funcionamiento dependía de las prioridades momentáneas de la administración del establecimiento educativo. Además, en los colegios que los Hermanos Cristianos dejaron de regentar, las colecciones fueron abandonadas y desaparecieron con el paso del tiempo (Serna Díaz [hermano] s. f.:1-16).

En la actualidad, existen el Museo de la Salle en Bogotá, el Museo de Ciencias Naturales del Colegio Biffi en Barranquilla y el Museo de Ciencias Naturales de la Salle en Medellín. Por lo tanto, a lo largo del siglo XX, estos centros han sido claves en el proceso de la promoción de las ciencias naturales y el desarrollo de actividades que buscan la protección, recuperación, divulgación y conservación del patrimonio cultural y natural del país.

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