Читать книгу Cultura, gobernanza local y desarrollo urbano - Joaquim Rius-Ulldemolins - Страница 9

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Presentación

La cultura, entendida como esfera de actividad humana dirigida a la elaboración simbólica, ha tejido una estrecha relación con la ciudad a partir del Renacimiento. Desde las ciudades-estado italianas y sus catedrales y palacios de refinada arquitectura hasta las megalópolis de Oriente próximo y sus rascacielos y museos bandera, las artes han conformado un elemento de identidad y atracción para las urbes y proyectan las aspiraciones y el modo de vida de sus habitantes. Tanto es así que para algunos autores la cultura de una ciudad conforma uno de los elementos centrales definidores de su proyecto de convivencia y de construcción de bienes materiales y simbólicos (Ariño Villarroya, 1992; Scott, 2010). En todo caso, ciertamente se puede comprobar que la ciudad ejerce un poderoso efecto de atracción, un efecto gravitatorio según la metáfora de Pierre-Michel Menger (1993), hacia los creadores e intermediarios culturales desde los inicios de la Modernidad y la construcción de los estados-nación (Casanova, 2001; Elías, 2010). No por casualidad en las grandes ciudades aparecen las mayores innovaciones culturales lideradas por los genios que desestabilizan el orden cultural de la sociedad (Bourdieu, 2013). Sin embargo, las renovaciones culturales no son obra de individuos aislados, sino que son producto de espacios sociales y rituales de interacción que se desarrollan en espacios urbanos densos. Sin embargo, más allá de la dimensión comunitaria, ritual o de focalización de las energías creativas humanas, la ciudad debe ser analizada también como un espacio social en el que la cultura expresa sus estructuras, oposiciones y conflictos entre estilos que, en ocasiones y de una forma indirecta, pueden expresar conflictos sociales e ideológicos (Sapiro, 2016). La ciudad y sus fronteras simbólicas aparecen entonces como un telón de fondo o como expresión fenoménica del conflicto, y al mismo tiempo como resultado de un sistema de oposiciones entre arte puro y arte comercial, arte consagrado y arte emergente, centro y periferia (Bourdieu, 2002b).

Por otra parte, hablar de ciudad es referirse a los espacios centrales de la cultura; las instituciones culturales que ordenan el mundo creativo concentran en gran medida las luchas por el poder simbólico y caracterizan en gran medida el peso y la identidad cultural de las ciudades. En este sentido, la concentración de la cultura aparece muy relacionada con el desarrollo de los museos, los teatros y las óperas, primero bajo los auspicios de las élites ilustradas y, ya en el siglo XX, bajo el signo de la democratización y el pluralismo de las sociedades avanzadas (Dubois, 1999). Así, desde su invención en los años sesenta, la política cultural en el contexto del desarrollo del Estado del bienestar y las instituciones culturales han acumulado objetivos, formas de implementación, áreas de intervención y discursos legitimadores (Urfalino, 1996). Asimismo, el conjunto de tendencias que podemos englobar como proceso de globalización y el posfordismo han erosionado los modelos tradicionales y el marco nacional de desarrollo de la política cultural. En este contexto se ha generado un giro local y una instrumentalización de la cultura para el desarrollo territorial (Bianchini, 1993a; Gray, 2002; Gray, 2007). Sin embargo, esta orientación ha demostrado en una década sus posibilidades y sus límites y efectos negativos, generando una creciente oposición y reflexión acerca de la necesidad de orientarla hacia un equilibrio entre sus objetivos y específicamente hacia una capacidad generativa en lo cultural (Menger, 2010; Novy y Colomb, 2013). Un intento de superar este cul de sac se ha gestado a partir de la consideración de la política cultural como un sistema que, como otros subsistemas sociales, puede ser analizado como un conjunto de agentes en relación permanente que tiende hacia el equilibrio y la cooperación (Sztompka, 1993). Diversas ciudades han desarrollado diferentes proyectos con esta orientación sistematizadora y que mayoritariamente ha sido concebida como una planificación sostenible de la cultura (Evans y Foord, 2008; Kagan y Hahn, 2011). La gobernanza cultural aparece como una estrategia emprendedora y participativa a fin de establecer un contenido más global y sostenible en su apuesta por la cultura como herramienta central en su estrategia de desarrollo (Rius-Ulldemolins, 2005). Un intento que ha demostrado sus inconsistencias y contradicciones por el empeño en desarrollar la ciudad a base de grandes eventos (Rius-Ulldemolins y Sánchez, 2015).

Por otra parte, desde su construcción como instituciones de la alta cultura por parte de las élites sociales y económicas, las instituciones culturales nacionales han cambiado de función social y política (DiMaggio, 1991). A pesar de las críticas que reciben por aparecer como agentes poco dinámicos con relación al cambio cultural y de las acusaciones de elitismo que recurrentemente reciben (Agid y Tarondeau, 2007), estas siguen constituyendo el pilar central de la política cultural, absorben una gran parte de los recursos públicos y privados dedicados a cultura y son objeto de la mayor parte de disputas por la hegemonía cultural en las ciudades. Además, la crisis de legitimidad de las políticas culturales y su orientación instrumental posterior en pro de una nueva centralidad social han provocado que, desde el campo político, se haya replanteado la misión de las grandes instituciones culturales, que hasta entonces se planteaba como definida puramente desde el campo artístico (Gray, 2007). Actualmente, las instituciones se han conceptualizado como un instrumento de la política cultural, y no como entes completamente autónomos (Coppinger et al., 2007), al servicio del desarrollo de la imagen de la ciudad y de su desarrollo urbano. Un giro que convierte la gestión artística en un elemento central del desarrollo local y la política urbanística que plantea el reto de la necesaria gobernanza de la política cultural y el debate acerca de cómo combinar el paradigma de la ciudad creativa con una orientación sostenible que evite sus desbordamientos instrumentales y sus efectos perversos desde el punto de vista de la elitización social y la exclusión de la participación cultural de amplias capas de la población.

El presente libro se plantea abordar el reto de conectar estos debates internacionales con la realidad de dos destacados casos locales, las ciudades de Barcelona y València. Dos ciudades con diferencias notables, pero con significativos elementos comunes que desde la recuperación de la democracia local han hecho una decidida apuesta por la cultura –las instituciones, los distritos y los eventos culturales– como vector de desarrollo local y planificación urbana. Sin embargo, como observaremos, las dos ciudades han desarrollado modelos y trayectorias diferenciadas en cuanto a la forma de implementación y gobernanza de esta estrategia. Así, el análisis de la rica y compleja realidad cultural de estas dos ciudades nos permitirá, en primer lugar, y desde la perspectiva de la sociología de la cultura, analizar las causas de la concentración de los creadores en las ciudades en general y en determinados enclaves, que llamamos, con su denominación anglosajona, clústeres culturales. Asimismo, estudiamos las causas de la estructura urbana del mercado del arte y la formación de distritos artísticos diferenciados en Barcelona, París y Nueva York. Esta creciente centralidad de las artes se refleja en la conformación de marcas urbanas basadas en las producciones culturales elaboradas sobre un determinado espacio urbano o en este, como es el caso del centro de Barcelona.

En segundo lugar, presentaremos el resultado de las investigaciones sobre cultura, política y desarrollo territorial, a partir de un análisis del llamado Barcelona de desarrollo local y cultural y de la instrumentalización de la cultura en València a partir de grandes infraestructuras culturales, señalando así la creciente centralidad del marco local para el desarrollo de estrategias emprendedoras dentro del paradigma de la ciudad creativa. De este modo, las instituciones culturales serán el centro de la tercera y última parte de libro, en la que, a partir del análisis de caso del Palau de les Arts de València y el Gran Teatre del Liceu de Barcelona –las instituciones culturales de mayor dimensión y relevancia simbólica de estas dos ciudades–, se analizará la relación entre la esfera política y la gobernanza cultural local, que tiene una relevancia cada vez mayor para la definición de la imagen de marca de la ciudad y la definición de los objetivos de la política cultural y, con ello, de la hegemonía cultural. Finalmente, en el último apartado, que hemos definido como coda, se avanzará a modo conclusivo lo que, según nuestro punto de vista, constituyen los retos pendientes de la relación entre gobernanza local y desarrollo urbano en el futuro.

Cultura, gobernanza local y desarrollo urbano

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