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1. EL ANTIGUO TESTAMENTO COMO

LA HISTORIA PRECEDENTE: EPISODIOS 1–6

COMO EL NUEVO TESTAMENTO es la segunda parte de un libro mucho más largo, si comienzas a leerlo por esa parte, puedes encontrarte perdido en mitad de la historia que cuenta. Imagina que ves una película famosa por primera vez, pero comenzando a la mitad o más de su proyección: por ejemplo, comenzar a ver Sonrisas y lágrimas en el concierto final de la familia Trapp antes de irse de Austria. Quedarías un poco confuso. ¿Quiénes son esa gente y por qué están cantando? ¿Por qué no les dejan irse los soldados alemanes? O compáralo con la serie de La Guerra de las Galaxias, pero comenzando a verla por El retorno del Jedi. ¿Por qué parece que Luke Skywalker, la Princesa Leia y Darth Vader tienen una profunda conexión?

Algunas personas han leído muchas veces la Biblia en su vida, pero solo el Nuevo Testamento. Eso es un poco como ver Sonrisas y lágrimas regularmente, pero comenzando siempre en el concierto final, o ver Star Wars una vez y otra sin los episodios 1-5.

En mi primer libro, La Biblia paso a paso [titulado así en su versión española], hice un rápido recorrido de toda la Biblia, comenzando por Génesis y usando dibujos para ayudarnos a recordar las principales etapas de la historia bíblica. Si nunca has estudiado la Biblia, te recomiendo comenzar por La Biblia paso a paso. Pero, tanto para quienes no la hayan leído o como para quienes ya la conocen, vamos a hacer un rápido repaso del contenido de la Biblia.

La idea central en la Biblia es la “alianza”. Una alianza es un modo de hacer parte de la propia familia a una persona, comprometiéndose ambas partes mediante juramento. Por decirlo técnicamente, la alianza es la ampliación del parentesco mediante juramento. El matrimonio y la adopción son las formas más frecuentes de alianza.

Una de las oraciones de la Misa resume la historia de la Biblia de este modo: «Reiteraste, además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuiste llevando con la esperanza de salvación»[1]. La historia de la Biblia es la historia de Dios que ofrece alianzas a los seres humanos. Es la historia de Dios tratando de hacernos parte de su familia. En el Antiguo Testamento, Dios hizo al menos seis intentos importantes de hacer a los humanos su familia mediante alianzas. Veámoslos, si quieres, como los “Episodios 1–6”.

Dios ofreció la primera alianza a la primera pareja, hombre y mujer, Adán y Eva, al comienzo de la historia humana. Hombre y mujer vivían como hijo e hija de Dios en un lugar de paz y perfección que la Biblia llama el Jardín del Edén. Como hijo de Dios, Adán también gozaba del privilegio de ser rey, sacerdote y profeta sobre todo el mundo, y Eva compartía con él esos roles. Podemos bosquejar esta situación dibujándola así:


Alianza Adámica

Los significados de las diferentes partes de este dibujo se explican en La Biblia paso a paso. Por ahora, solo recordaré el hecho de que Adán y Eva vivían como hijos de Dios, en paz con Dios y con la naturaleza.

La situación de paz no duró, sin embargo. Adán y Eva quisieron el placer, la independencia y el orgullo más que una amorosa relación con Dios como padre. Pensaron que conseguirían lo que deseaban si desobedecían a Dios. Engañados por Satanás, comieron el fruto del único árbol del jardín que Dios les había prohibido. Pensaron tener así el poder y el conocimiento de Dios, pero el único conocimiento que obtuvieron fue que estaban desnudos, eso es, débiles y desamparados. Al romper su relación con Dios como padre, tuvieron de dejar la paz del Jardín del Edén y valerse por sí mismos.

La humanidad no hizo bien tratando de vivir al margen de una relación con Dios. Rápidamente, la historia humana fue de mal en peor, «había crecido la maldad del hombre sobre la tierra, y todos los pensamientos de su corazón tendían siempre al mal» y «la tierra… se había llenado de violencia» (Gn 6, 5 y 11). Eso no es una descripción televisiva o lo que están dando en el cine del barrio; era la realidad, y Dios tenía que hacer algo.

Así que envió un gran diluvio para lavar la tierra. Pero libró a un hombre bueno, Noé, como un nuevo Adán, para reiniciar la historia humana con su propia familia. Noé, por cierto, construyó la famosa arca en la que él, su familia y muchos animales se salvaron. El arca, una especie de jardín flotante, vino a parar después del diluvio sobre el monte Ararat, una especie de Nuevo Edén. Cuando pasó la riada, Dios restableció la alianza de Adán con Noé. Noé ofreció un sacrificio en señal de gratitud a Dios, y Dios envió un arco iris como señal de su amor por Noé. Noé y su familia estaban ahora en una relación familiar con Dios. Este es el dibujo que nos ayuda a recordarlo:


Alianza Noética

Pero después del diluvio, Noé no tuvo mucho más éxito que Adán. El mismo Noé pecó contra Dios, usando su libertad y los bienes de Dios para emborracharse (Gn 9, 20–27). Su hijo Cam se burló de su embriaguez, y el resultado fue la maldición y la vergüenza para la familia de Noé y el conflicto entre los hijos de Noé. Los descendientes de Noé rechazaron también vivir como hijos de Dios e incluso se unieron para construir una gran torre (la “Torre de Babel”) como una señal de su rechazo de Dios (Gn 11, 1–9).

En ese punto, Dios podría haber enviado otro castigo mundial como el diluvio, pero en cambio, decidió escoger a un hombre, Abrahán. Dios trabajaría con ese hombre y su hijo para curar las heridas de la entera familia humana. Invitó a Abrahán a una alianza: una relación familiar con él. Dios hizo esto en varias etapas (ver Gn 15 y 17).

El momento culminante llegó cuando Dios probó en qué medida confiaba Abrahán en Dios como su Padre. Dijo Dios: Abrahán, ¿te atreverías a sacrificarme a tu propio hijo? Abrahán, con la cooperación de su hijo Isaac, respondió Sí. Pero Dios no estaba interesado en que Isaac fuese en realidad sacrificado. Era una prueba de fe. Abrahán e Isaac habían mostrado una clase de confianza o fe que desafiaba cualquier duda. Dios interrumpió el sacrificio. Luego pronunció un juramento a Abrahán en el monte donde Isaac había sido colocado sobre el altar. Este juramento confirmó la alianza de Dios con Abrahán. Dios le prometió, «te colmaré de bendiciones… y en tu semilla [descendencia] serán bendecidas todas las naciones de la tierra» (Gn 22, 16–18, mi propia traducción).

Podemos dibujar el Monte Moria, donde Abrahán dispuso a su “hijo único” Isaac para sacrificarlo a Dios, de este modo:


Alianza Abrahámica

Por supuesto, esta historia suscita muchas preguntas. Por ahora, reconozcamos que este Monte Moria presenta un sorprendente parecido con otro monte, el Calvario. En Moria, Abrahán el padre pone a su “hijo único” Isaac sobre la leña del sacrificio a Dios. En el Calvario, un diferente “hijo unigénito” (Jn 3, 16) sería puesto en el leño. Daría su vida como sacrificio de amor por Dios y la humanidad. En otras palabras, el Monte Moria es un “tipo” o imagen del Monte Calvario.

El Monte Moria representa una encrucijada o momento decisivo en la historia humana, donde el camino de la salvación comienza a dirigirse infalible hacia su destino. Después de la alianza jurada por Dios a Abrahán en el Moria, no hubo ya caídas catastróficas semejantes a las de Adán o Noé. Hubo dificultades, seguro, pero entre tantas dificultades, Dios comenzó a cumplir sus promesas a Abrahán paso a paso.

Como privilegios de la alianza, Dios había dado a Abrahán tres específicas promesas:

— Llegaría a ser “una gran nación”

— Tendría un “gran nombre” y

— En su “semilla” (descendencia) serían bendecidas todas las naciones.

Después de la muerte de Abrahán, Dios comenzó a cumplir la primera promesa. Dispuso las cosas para que la familia de Abrahán viajase a Egipto, una tierra donde había abundancia de comida y la guerra era por entonces rara. Allí, los hijos de Abrahán fueron prolíficos y se multiplicaron hasta llegar a ser una “gran nación”. Todo lo que necesitaban ahora era su propia tierra para vivir allí. Así que Dios le envió un líder y sabio, Moisés. Este les sacó de Egipto y le llevó al Monte Sinaí en el desierto, donde les dio una “constitución” basada en los Diez Mandamientos. Aquí, también, Dios hizo una alianza con los hijos de Abrahán. Esta alianza recibe diferentes nombres:

— “La Alianza Mosaica” porque la realizó con Moisés;

— “La Alianza del Sinaí” porque se estableció en el Monte Sinaí, o

— “La Antigua Alianza” porque más tarde daría lugar a la Nueva Alianza en Jesucristo.

En la cumbre del Sinaí, Moisés roció con sangre de cordero a los israelitas y el altar de Dios. Esto manifestaba que Dios e Israel compartían ya la misma sangre (Ex 24, 8). Ellos eran una familia. Israel era el “primogénito” de Dios (Ex 4, 22) tal como Adán lo había sido. Allí Moisés obtuvo los Diez Mandamientos de Dios, que apareció en el Monte Sinaí en una tormenta:


Alianza Mosaica

El rostro de Moisés brillaba en la presencia de Dios.

Pero lo mismo que Adán, Israel rompió la alianza. En solo cuarenta días, Israel se apartó de Dios y volvió a adorar los dioses animales de Egipto (Ex 32). Pero Moisés intercedió por el pueblo, y Dios lo perdonó. Dios renovó la alianza, pero añadió muchos más preceptos como una especie de penitencia por los pecados de Israel (Ex 34, Lv 27). Esta es la imagen que utilizaremos para recordar la ruptura de los Diez Mandamientos y la adición de más leyes:


Israel necesitaba aún más espacio propio para vivir, así que después de un año en el Sinaí, Moisés los condujo a través del desierto hacia la Tierra Prometida. Los israelitas, sin embargo, se rebelaron al menos diez veces contra Dios en el desierto. Un viaje de unas pocas semanas terminó llevándoles cuarenta años. Dios tenía que cambiar la alianza después de cada rebelión hasta que tomó su forma final en el Libro del Deuteronomio. Aquí, los preceptos de la alianza fueron a veces ásperos y algo parecidos a una ley marcial o una represión contra el crimen. Moisés no estaba contento con Israel después de sus cuarenta años de rebeliones en el desierto. Aquí le vemos, entregando las leyes del Deuteronomio:


Tras la muerte de Moisés, su lugarteniente Josué condujo a Israel a la Tierra Prometida. Israel vivió en el país bajo las leyes del Deuteronomio durante generaciones, con pocos cambios en sus relaciones con Dios. Pero cientos de años después de Moisés, el pueblo de Israel pidió a Dios que le diera un rey que los gobernase, y el segundo rey que tuvo fue un hombre notable, un “ganador” en la historia de la salvación: David.

Ungir es derramar o untar aceite en la cabeza de alguien. En los tiempos antiguos, eso se le hacía a una persona para que desempeñara un rol especial, como rey, sacerdote o profeta. La unción de David fue especial porque él quedó abierto al Espíritu de Dios. Cuando el profeta Samuel ungió a David como rey de Israel, el Espíritu Santo vino y permaneció en David «desde aquel día» (1 S 16, 13). Dios bendijo a David en todo lo que hizo. Subió al trono, remplazando a su suegro Saúl como rey.

David hizo de la adoración a Dios su real prioridad, y Dios se complació. Concedió a David una alianza, una relación especial por la que David y sus hijos disfrutarían de la posición de hijos de Dios. Dios cuidaría a David y a sus herederos, expandiendo su reino hasta cubrir toda la tierra. De ese modo, las bendiciones de Dios se extenderían primero desde el rey a Israel y luego a toda la tierra.

Dibujamos esto para ayudarnos a recordar a David y la alianza que recibió como rey en el Monte Sion, también conocido como Jerusalén. Junto al rey está el Templo construido por Salomón, el hijo de David:


Alianza Davídica

Bajo la Alianza davídica, Israel prosperó durante los reinados de David y su hijo Salomón. Pero más tarde, en el reinado de Salomón, las cosas fueron a peor: Salomón empezó a adorar a otros dioses. Después de Salomón, muchos de los hijos de David no quisieron vivir como hijos del verdadero Dios. En vez de eso, muchos prefirieron ser sirvientes o incluso esclavos de dioses extranjeros y sus ídolos. Esos dioses extranjeros no eran dioses en absoluto; a veces eran incluso demonios.

Como resultado, el reino de Israel se dividió entre los reinos del norte y del sur. Ambos comenzaron a declinar. En unos trescientos años, los enemigos destruyeron primero el reino del norte y luego el del sur, y llevaron al pueblo al exilio. ¿Qué estaba haciendo Dios durante este tiempo? Envió a los grandes profetas para advertir a su pueblo que volviese con él. Esos fueron los famosos profetas, hombres como Isaías, Jeremías y Ezequiel.

Los profetas predicaron un mensaje básico a Israel: “primero las malas noticias y luego las buenas”. Las malas eran que Dios les castigaría porque el pueblo había roto la Alianza mosaica, especialmente los Diez Mandamientos. La buena noticia era que Dios haría una nueva alianza restaurando todas las bendiciones prometidas a David.

Aquí va un dibujo de un profeta predicando en Jerusalén. Las imágenes de la Alianza davídica están en líneas de puntos porque son una futura realidad. En algún momento en el futuro, Dios enviará un nuevo Hijo de David que construirá un templo mejor y restaurará el reino de Israel:


Nueva Mosaica

Cuando abrimos el Nuevo Testamento y comenzamos a leer, Israel está aún en este último estadio, “profético”, de la historia de la salvación. Han pasado varios cientos de años desde que uno de los grandes profetas pasó por la tierra, pero sus escritos permanecen, y muchos israelitas están convencidos de que el tiempo del cumplimiento está muy cerca. El prometido hijo de David puede llegar en cualquier momento, tomar el control de Jerusalén, y restaurar el reino.

De hecho, hubo dos significativas “falsas alarmas” justo antes y durante la vida de Jesús. Surgieron gobernantes que parecían, de algún modo, cumplir las profecías. Pero luego sus dinastías se desintegraron y las esperanzas se desvanecieron.

La primera causa de falsas esperanzas fueron los Macabeos (o Asmoneos), una familia sacerdotal israelita del centro montañoso del país. Hombres de esta familia se levantaron para vencer a las fuerzas de lengua griega que estaban oprimiendo a Israel en los seis “episodios” de alianzas que preceden al Nuevo Testamento: años 100 antes de Cristo. Los Macabeos ganaron eventualmente la independencia en torno al 164 a. C., formaron un gobierno en torno al 140 a. C., y gobernaron hasta el 37 a. C. Algunos de sus últimos gobernantes tomaron el título de “rey”.

En la cima de su poder, los Macabeos extendieron el reino de Israel casi hasta los límites de David y Salomón. Jerusalén, su capital, se hizo muy rica. Parecía como si la prometida restauración del reino estuviese al alcance de la mano, pero había un problema: los Macabeos tenían una mala genealogía. Los profetas habían prometido un rey del linaje de David. Pero los Macabeos descendían de Leví, la tribu de los sacerdotes, no de los reyes. Así que los Macabeos desaparecieron, y el Imperio Romano se convirtió en el verdadero gobernante de Israel.

Después de los Macabeos surgió otra dinastía; esta comenzó con Herodes el Grande, uno de los hombres más destacados de la historia antigua. Herodes fue un noble de la región al sur de Israel. Se casó en la familia macabea y viajó a Roma, donde convenció al Senado romano para que le nombrase rey de Israel. Al volver a Jerusalén con un ejército romano, suprimió fácilmente cualquier oposición y se estableció como gobernante del país. Reinó desde el 37 a. C. hasta el 4 a. C., y sus descendientes reinaron hasta el 66 d. C.

Al menos dos veces durante la dinastía herodiana, las fronteras de Israel se expandieron casi hasta los límites del reino de David y Salomón, y Jerusalén se hizo extremadamente rica. El gran número de judíos que llegaban como peregrinos de todo el Mediterráneo para celebrar las grandes fiestas en el Templo reconstruido por Herodes proporcionaba a la ciudad una gran riqueza. Una vez más, parecía que las visiones proféticas podrían cumplirse.

Pero había un problema: Herodes tenía la genealogía equivocada. No era un hijo de David. Incluso no era del todo judío: su padre era un edomita, un descendiente de Esaú, un tradicional enemigo de Israel. Ni él ni sus hijos podían dar cumplimiento a las profecías. Por supuesto, muchos judíos podrían haber soñado con asesinar al impopular Herodes y remplazarlo por un descendiente de David. Por esa razón, Herodes tenía manía persecutoria sobre intentos de asesinato y también perseguía a quienes tuvieran sangre davídica. Pero a pesar de sus esfuerzos y los de sus hijos, la dinastía herodiana declinó. Los romanos depusieron al último descendiente de Herodes en 66 d. C.

Cuando Jesús nació, hacia el final del reinado de este Herodes, los judíos estaban en plena exaltación de sus esperanzas y lamentaban por segunda vez tener como gobernantes a una dinastía que no presentaba la sangre correcta para cumplir las profecías. Eso puede explicar por qué el Nuevo Testamento comienza como lo hace, como veremos en el próximo capítulo.

Aquí están nuestros dibujos que resumen los seis “episodios” de alianzas que preceden al Nuevo Testamento:


Alianza Adámica


Alianza Noética


Alianza Abrahámica


Alianza Mosaica


Alianza Davídica


Nueva Mosaica

[1] Plegaria eucarística IV.

El Nuevo Testamento paso a paso

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