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CAPITULO SIETE
El sacrificio de Cristo y su intercesión son el único medio para realizar nuestra redención

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Es importante notar que en las Escrituras, el sacrificio de Cristo y su intercesión están vinculados. Por ejemplo:

Cristo justifica a aquellos cuyas iniquidades El llevó (Is.53:11).

Cristo intercede por aquellos cuyos pecados El llevó (Is.53:12).

Cristo fue resucitado de entre los muertos para justificar a aquellos por quienes El murió (Rom.4:25).

Cristo murió por los elegidos de Dios y ahora ora a favor de ellos (Rom.8:33-34).

Por consiguiente, es obvio que Cristo no pudo haber muerto por todos los hombres; porque si lo hubiera hecho, entonces todos los hombres serían justificados, cosa que evidentemente no existe.

Sacrificar e interceder son dos deberes de un sacerdote. Si el sacerdote fracasa en alguno de ellos, entonces falla en su fidelidad como sacerdote a favor de su pueblo. Jesucristo es señalado tanto como nuestra propiciación (sacrificio), como también nuestro abogado (representante). (1 Jn.2:1-2) La Biblia habla de El como ofreciendo su sangre (He.9:11-14) y también como intercediendo por nosotros (He.7:25). Puesto que El es un sacerdote fiel, tiene que realizar ambos deberes perfectamente. Así dado que sus oraciones siempre son escuchadas, no puede estar intercediendo por todos los hombres porque no todos son salvados. Por lo tanto, debe estar claro que no pudo haber muerto por todos los hombres tampoco.

Siempre debemos acordarnos de la manera en que Cristo intercede ahora por nosotros. La Escritura dice que es por medio de presentar su sangre en el cielo. (Heb.9:11,12,24) En otras palabras el intercede presentando sus sufrimientos al Padre. Por lo tanto, los dos actos, sufrimiento e intercesión deben estar relacionados con las mismas personas, de otro modo sería en vano usar el uno como la base del otro.

Cristo mismo une su muerte y su intercesión como el único medio de nuestra redención en su oración en Juan 17. En esta oración se refiere al ofrecimiento de sí mismo en la muerte y ora por los suyos, los que el Padre le había dado. Nosotros no podemos separar estos dos actos puesto que Cristo mismo los une. El uno sin el otro sería inútil de todas maneras, como Pablo lo argumenta: “si Cristo no resucitó, (y por lo tanto no estaría intercediendo) vuestra fe es vana; y aún estáis en vuestros pecados” (1Cor.15:17).

Entonces no hay ninguna seguridad de salvación para nosotros si separamos la muerte de Cristo de su intercesión. ¿De que serviría decir que Cristo murió por mí en el pasado, si no intercede por mí en el presente? Somos salvos de la condenación de nuestros pecados sólo si Cristo nos justifica ahora. Yo podría ser condenado todavía si Cristo no rogara ahora por mí. Así, está claro que su intercesión debe ser por las mismas personas por quienes El murió y por lo tanto, no podría haber muerto por todos.

Vida por su muerte

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