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Yuye, el azote del tabú

Llevaba unos meses saliendo con Yuye. Era una chica de mediana estatura, complexión normal, ojos castaños y pelo negro. Físicamente me encantaba, con sus pechos pequeños y firmes y un trasero prieto que era una delicia en la pista de baile. Ese sábado habíamos quedado a comer con Miguel y Josela, un matrimonio amigo nuestro. Eran algo diferentes a nosotros… Por ejemplo, ellos seguían anclados en viejos tabúes, mientras que Yuye y yo estábamos ávidos por experimentarlo todo en el terreno sexual. Ellos eran una pareja muy tradicional, mientras que nosotros tendíamos a buscar siempre cosas nuevas que nos sacaran de la rutina. Y como esas, muchas cosas más. Pero nos compenetrábamos bien y lo pasábamos bien juntos.

Llegamos algo tarde, para no perder la costumbre, y Miguel estaba haciendo uno de esos arroces que tan bien le salían. Josela preparaba unos aperitivos y nosotros traíamos el vino y los postres. Comimos mientras charlábamos animadamente y luego nos sentamos a ver una película. El día era lluvioso y no invitaba a hacer mucho más. Pero Miguel había quedado para visitar a sus padres y se marchó a mitad de la película. Josela se había puesto cómoda, con una camiseta ancha y sin sujetador, con un pantalón de chándal para andar por casa. Yuye, que durante mucho tiempo compartió ese mismo piso con nuestra amiga, tenía algo de ropa en la habitación de invitados y se puso una camiseta de tirantes y un pantalón corto. Yo seguía con mis vaqueros rotos y mi camiseta heavy, tumbado entre las dos. Pero sabía que Yuye no tardaría en empezar alguna travesura.

Ella estaba acurrucada a mi lado, bajo mi brazo, y empezó a besarme juguetona. Josela nos miraba y se mordía el labio. Ella era morena, rellenita y con unos enormes pechos que desafiaban la única contención que suponía la camiseta. Siempre había llamado a sus pechos «las joyas de la corona» porque su forma de vestir, mucho más estrecha que la que llevaba en ese momento, entallaba sus enormes tetazas de manera que todo el mundo se giraba al verla pasar. Pero lo que no sabía nadie, excepto Yuye, es que ella deseaba a mi chica desde hacía años, si bien lo había callado durante mucho tiempo por culpa de esos tabúes en los que vivía enclaustrada.

Decía que se mordía el labio mientras nos veía besarnos y Yuye empezó a pasear su mano por mi cuerpo, con una sonrisa perversa que delataba su intención de provocar a nuestra amiga. Al fin y al cabo, Josela era bisexual, aunque siempre lo había callado, y Yuye estaba loca por rescatarla de ese crisol de prejuicios rancios. Mi chica seguía besándome ante la atenta e impasible mirada de Josela y levantó mi camiseta para pasarme la lengua desde el pecho hasta el mismo cinturón del pantalón.

Desabrochó mi cinturón y mi pantalón, dejando que mi miembro se hiciera notar pese a estar atrapado aún en mis boxers. Pasó la lengua por encima de mi ropa interior buscando excitarme, lo cual estaba consiguiendo. De repente su mano hizo acto de presencia y bajó ligeramente mi pantalón y mis boxers para dejar libre mi animal erguido. Josela tenía los ojos como platos, pero seguía sin decir nada. Miguel hacía un rato que no estaba y aún tardaría en volver. Mirando a nuestra amiga y anfitriona a los ojos, engulló mi verga y comenzó a chuparla con suavidad, buscando que mi erección llegase a su punto más álgido. Josela seguía mirando y sus manos pasaron a rodear su entrepierna, frotándose con ella disimuladamente. Ella estaba excitadísima, pero luchaba por mantener el control y no intervenir, algo que Yuye no iba a dejar así. «Vas a ver a qué sabe la polla de mi chico», le dijo severa mientras la cogía del pelo y la besaba fuertemente. Sus labios volvieron a mi miembro y, de ahí, de vuelta a besar a Josela. Y esta seguía sin hacer o decir nada, dejándose hacer cuando tocaba y observando cuando era el momento.

Yuye se quitó la camiseta y dejó al aire sus pequeños pero firmes pechos. En ese instante Josela abrió la boca, estupefacta, lo cual aproveché para besarla y acariciar sus pechos y abdomen. Ella, fuera de sí, gozaba del momento mientras veía a Yuye seguir con su labor felatoria. Yuye por fin sacó mi miembro de su boca y, quitándose el pantalón corto, demostró por qué la ropa interior no era precisamente una pasión para ella. Se sentó sobre mí y comenzó su particular cabalgada. Cogió de nuevo del pelo a Josela y la acercó a sus pechos, que nuestra amiga no tardaría en empezar a lamer. Esta estaba cruzando el umbral de las fantasías mientras Yuye disfrutaba de mi miembro galopando sobre él. Sus gemidos excitaban más a Josela, que ya sin pudor lamía y mordía los pechos de mi chica. Se quitó la camiseta y las «joyas de la corona» vieron la luz del día. Yo magreaba y lamía sus tetazas y la acariciaba por encima del chándal. Ya podía sentir la humedad que desprendía su excitación.

Intenté quitarle el pantalón y las bragas, pero ella se resistió. «Eso mejor que me lo haga Yuye». Tampoco me dejó lamer su sexo, el cual Yuye tomó para sí sin pedir perdón ni permiso. Lo acariciaba con sus manos mientras esta se retorcía de placer. Luego se puso a cuatro patas para seguir lamiendo a nuestra amiga mientras yo daba rienda suelta a mis ansias de sexo.

Empecé a embestir desde detrás, invadiéndola con mi miembro y haciendo que cada embestida supusiera un lametón más fuerte sobre nuestra amiga. Josela agarró el pelo de Yuye y apretaba su cabeza para sí, deseando que su fetiche, su deseada amiga, bebiera de sus más tórridos jugos. Yo intenté acercar mi falo a la boca de nuestra amiga, que no tardó en rechazarlo. Ella sólo quería disfrutar de Yuye y mi presencia era un elemento totalmente accesorio. Yuye volvió a cabalgarme antes de dejarme colocarla sobre Josela, en un 69, y volver a follarla mientras ellas se lamían.

Josela gemía con más fuerza hasta que su voz estalló en un delicioso orgasmo. Yuye lo lograría poco después. Yo seguí follando a Yuye, penetrando ahora su ano, mientras ellas seguían a lo suyo. A ella le encantaba eso y más de una vez lo había fantaseado con Josela. Nos levantamos y, de pie, seguí rompiendo el culo de Yuye mientras Josela, fuera de sí, empezó a restregarse contra mí buscando ese mismo placer que no me dejaba darle. Eso fue lo que bastó para que mi excitación llegara al máximo. Yuye se colocó frente a mí y esperó a que mi torrente de lascivia cayera sobre sus pechos. Josela en ese momento comenzó a recoger con su lengua mi semen del pecho de Yuye para llevárselo a la boca. Por fin las chicas empezaron a besarse y a pasarse mi semen con la lengua.

Nos duchamos y nos vestimos, porque Miguel ya estaba al caer. Josela aún sentía cierto desasosiego por haber cruzado sus líneas rojas sobre la fidelidad. Luego comentó su extraño consuelo, que consistía en no haber sido penetrada por mí pese a haber caído en la tentación de gozar de mi chica. Pensé para mí que resultaba irónico consolarse con eso cuando había transportado mi semen a la boca de Yuye usando la suya. Pero era mejor dejarlo estar. Josela había dado un paso hacia su propia desinhibición sexual y ya llegaría el turno de Miguel.

Ahora era nuestro propósito.

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