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A propósito de un nuevo libro de John Thackara

¿Qué será de la tierra fértil si seguimos consumiéndola al ritmo actual (en el que perdemos tres o cuatro toneladas por persona y año)? ¿Cómo podemos alimentar a una población de siete mil millones de personas (y que necesariamente se incrementará en dos o tres mil millones en los próximos decenios)? ¿Quién se hará cargo de los ancianos enfermos, cuando las estadísticas, que no dejan lugar a dudas, señalan que en los próximos años serán decenas de millones, cuando, de aquí a 2030 se duplique en Europa el número de mayores de 75 años, la mitad de los cuales vivirán solos y un alto porcentaje sufrirá algún tipo de demencia? Preguntas como estas son, a un tiempo, prácticas y filosóficas. Y son tan fundamentales e inquietantes que la mayoría de nosotros prefiere no pensar en lo que conllevan.

John Thackara sin embargo, no solo discute con datos y pruebas científicas las causas que provocan estos interrogantes, sino que apunta lo que podrían ser las respuestas. Y esas respuestas no son sorprendentes soluciones basadas en las tecnologías del futuro, ni iniciativas que requieran genios sociales sin precedentes para su ejecución. Son propuestas que se basan en formas viables de hacer y de ser. Tanto es así que muchas ya se han puesto en práctica. Este es el mensaje del libro: un mensaje urgente (por la propia naturaleza de los problemas), oportuno (porque lo que propone como solución, es hoy factible) y, en última instancia, esperanzador (porque, aunque quede casi siempre fuera de la atención de los medios de comunicación, son cada vez más quienes se mueven en esa dirección resiliente y sostenible).

Lo que ofrece el libro es, por tanto, un conjunto de orientaciones para hacer frente a problemas complejos: soluciones que mezclan las habilidades propias el sentido común y las formas de hacer tradicional, con las nuevas tecnologías, algo que puede parecer sencillo. Así, por ejemplo, la respuesta al consumo de suelo fértil y a cómo alimentar a una población creciente es, en última instancia, la misma: apoyar las actividades de los pequeños agricultores que aplican los principios de la agricultura ecológica, la integración del conocimiento antiguo y nuevo (que puede regenerar la fertilidad del suelo y producir en abundancia, así como proporcionar trabajo y dignidad a cientos de millones de personas). Del mismo modo, con una población que envejece, la demencia terminará siendo una enfermedad habitual, y ante la demanda de atención que provoca, la respuesta radica en el apoyo a los cuidadores que, con empatía y dedicación, tratan a diario con ancianos y enfermos. Parece sencillo y en cierto modo lo es porque todo lo que se necesita para ello ya existe; basta con desearlo y hacerlo. En la práctica, sin embargo, sabemos que la aplicación de soluciones basadas en estas ideas no será fácil.

El principal obstáculo práctico es que esos pequeños agricultores y cuidadores no contribuyen al negocio de las grandes empresas (y por ello son objeto de un intenso boicot). No solo eso. Con el actual modelo económico estas soluciones no parecen sostenibles. Y en efecto, su existencia no se adapta a lo que, en general, se espera de algo que sea “moderno”, no se corresponde a la idea de progreso que, a pesar de la evidencia de su crisis, sigue siendo dominante.

¿Y entonces qué hacer? Deben dejarse de lado, no solo los antiguos modelos económicos sino las viejas ideas de desarrollo y progreso. Y ponerse a imaginar, a pesar de los desastres a los que asistimos, formas de ser y de hacer que permitan que nuestra inteligencia y nuestra creatividad se muevan en la dirección correcta. Hoy día, a pesar de la situación catastrófica en que nos encontramos, se hace necesario aplicar este principio simple pero revolucionario: actuar de manera que al final de cualquier acción, el mundo tenga mejor salud que la que tenía previamente. ¿Qué significa esta reorientación radical para aquellos que en estos años han decidido operar en la dirección de la economía verde? Expreso esta idea con las propias palabras de Thackara: esta reorientación supone un cambio que va “de hacer menos daño, a dejar las cosas mejor de lo que estaban”.

¿Se puede conseguir este objetivo? Sí. No solo es posible, sino que más gente de la que imaginamos lo está haciendo ya. Para muchas comunidades premodernas esta manera de actuar tiene que ver directamente con la tradición. Sin embargo, para muchas personas y comunidades es el resultado de una elección consciente. Una alternativa que, al combinar conocimientos tradicionales con otros nuevos, produce redes socio-técnicas sin precedentes.

Aunque a menudo se inspire en conocimientos y prácticas tradicionales (como se observa en tantas partes del mundo) el libro está muy lejos de representar un punto de vista nostálgico. No propone una vuelta al pasado del mismo modo que no sueña con un salto hacia un futuro tecnológico. Es un libro realista que examina los principales problemas con los que nos enfrentamos en la actualidad, y busca soluciones que puedan ponerse en práctica, dondequiera que sea: en los laboratorios más avanzados, o en las culturas y las prácticas tradicionales de un pueblo indio. De esta libre combinación de ideas surge un nuevo mundo, sin sujeción a las tendencias tecnológicas y económicas dominantes; pero sin sometimiento a las limitaciones que suponen la tradición que acata el mito moderno (que, haciendo uso de las propias palabras de Thackara, se resume en la frase: “la biosfera es un repositorio de recursos para impulsar un crecimiento sin fin”); un mundo que ve el futuro en forma de metarrelatos donde los humanos ya no son el centro del universo, sino que se reconocen como parte de él, como parte de un planeta con el que viven (y no sobre el que viven).

Este es un libro optimista. Un optimismo basado en la idea de que son muchos los seres humanos que pueden obrar de acuerdo con el sentido común. Y que ese sentido común, al final, puede prevalecer. Por supuesto, viendo lo que sucede, es evidente que esa confianza pueda ser escasa: el sentido común parece un bien escaso. Pero el optimismo de Thackara no es solo una actitud personal; se deriva del creciente número de personas y organizaciones que en la actualidad se mueven fuera de esa jaula que constituye el sistema dominante (y su inseparable crisis). Pero no solo por eso. También se basa en una teoría sólida del cambio, según la cual los grandes sistemas se modifican a partir de una multiplicidad de transformaciones no planificadas que se producen en todas las escalas; en primer lugar, en el comportamiento molecular de los individuos y las organizaciones.

Dicho esto, ¿por qué el título del libro habla de la economía que está por venir y el subtítulo incluye la palabra diseño? Es evidente que Thackara utiliza ambos términos de una manera inusual: la economía a la que hace referencia está bien lejos de los modelos económicos dominantes. Es una economía entendida en el sentido que apuntan las raíces griegas oikos y nomia: el arte de la administración de la casa, lo que incluye a los seres humanos, a los otros seres vivos y a todo el planeta. Una economía que sabe cómo hacer referencia al territorio y que es capaz de regenerar los bienes comunes.

Por otro lado, el diseño evocado en el subtítulo no tiene que ver con el diseño del siglo XX, vinculado al ámbito de los productos industriales y practicado solo por profesionales con experiencia. El diseño del que trata tiene más que ver con una capacidad generalizada, con un diseño difuso, necesario para concebir y poner en práctica los nuevos sistemas socio-culturales. Una actividad para la concepción y realización, tal como practican los diferentes actores sociales, apoyada o no por el diseño, que experimente con ellos para saber dialogar, escuchar y que sea capaz de aportar su cultura específica.

¿Va a suceder todo esto? Si tenemos en cuenta el pensamiento dominante y miramos solo lo que resulta obvio, podría pensarse que no. Pero mirándolo mejor, quizá podamos decir que tal vez sí. Para que esto ocurra, es necesario involucrarse y asumir riesgos. Y en ese aspecto Thackara no pronuncia sermones moralistas; no dice a los demás cómo deben vivir, pero, sin embargo, nos da su ejemplo personal. Y no solo porque entre líneas de lo que escribe podemos verlo mientras produce compost o se ocupa de un familiar viejo y enfermo, sino también por el método valiente y arriesgado que adopta en la construcción de este libro y del que nos permite participar.

De hecho, Thackara declara con frecuencia, de una forma casi ingenua, que trata temas de los que, hasta hacía bien poco, no sabía nada, o casi nada. Pero, una vez expresado ese interés, se dedica a buscar información, acepta una idea y de ella surgen las preguntas.

Esta forma de hacer, no demasiado evidente, pero presente en muchas páginas del libro, señala algo importante: estamos inevitablemente mal informados ante la complejidad del mundo. No todos, ni siquiera aquellos que son expertos en algo pueden serlo en todo. Al tomar conciencia de ello lo que propone Thackara no es el conocimiento experto, sino el conocimiento proyectual: una forma de entendimiento que nos permita hablar con distintos expertos para centrarnos en las preguntas básicas, para vislumbrar posibles respuestas, aún sabiendo que podemos equivocarnos. Y por tanto, preparados, en caso de que la retroalimentación del entorno nos lleve a detectar errores, para asumirlos y cambiar de rumbo.

Ezio Manzini

Cómo prosperar en la economía sostenible

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