Читать книгу Visionando lo más bello - John Piper - Страница 6
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uando Eraclio, el sucesor de Agustín como obispo de Hipona en el año 400 d.C., dijo de su imponente predecesor: «El cisne guarda silencio», comparó su propia voz con la de Agustín como un grillo chirriante. No se refería principalmente a la belleza de la elocuencia de Agustín, sino a la belleza, el poder y la plenitud de sus ideas.
Pero cuando digo de George Herbert, George Whitefield y C. S. Lewis que estos cisnes no guardan silencio, tengo en mente precisamente la forma en que su elocuencia y sus ideas se relacionan entre sí. El objetivo de este volumen de Los cisnes no guardan silencio, es sondear la interrelación entre ver la belleza y expresarla bellamente.
George Herbert, Pastor–Poeta
George Herbert murió en 1633 poco antes de cumplir cuarenta años. Al final de esa corta vida, se convirtió en pastor anglicano del campo. Escribió un libro llamado The Country Parson [El párroco del campo]. Pero es conocido hoy por su incomparable combinación de arte poética y profunda fe cristiana. Si se ha de considerar algún cisne al reflexionar sobre la relación entre ver la belleza de Cristo y hablarla con una habilidad técnica y artística incomparable, ese es George Herbert. Él es «posiblemente el letrista devocional británico más hábil e importante hoy [el siglo XVII] o de cualquier otra época».1
George Whitefield, predicador–dramaturgo
George Whitefield fue un evangelista cristiano inglés que vivió de 1714 a 1770. Cruzó el Atlántico trece veces y está enterrado, no en su tierra natal, sino en Newburyport, Massachusetts. Junto con John Wesley en Inglaterra, Howell Harris en Gales y Jonathan Edwards en Estados Unidos, Whitefield fue uno de los catalizadores principales del Primer Gran Avivamiento (aunque de una manera más internacional que cualquiera de ellos).
El ritmo de predicación que desarrolló durante treinta años fue casi sobrehumano. Se calcula que predicó unas mil veces al año durante treinta años. Eso incluyó al menos dieciocho mil sermones y doce mil discursos y exhortaciones.2 Pero no es el ritmo lo que nos preocupa en este libro, sino el poder, específicamente las conexiones entre el poder de su percepción bíblica, el poder de su elocuencia natural, y el poder de su eficacia espiritual.
Sarah, la esposa de Jonathan Edwards, dijo que Whitefield era un «orador nato».3 Benjamin Franklin, quien rechazó la teología entera de Whitefield, dijo: «Cada acento, cada énfasis, cada modulación de voz, estaba tan perfectamente bien dirigida y bien colocada, que aunque uno no tuviera interés en el tema, era imposible sentirse complacido con el discurso».4 Entonces, las personas han preguntado: «¿Fue, entonces, la efectividad de Whitefield solo natural en lugar de espiritual y eterna?» J. C. Ryle ciertamente no lo creía así: «Creo que el bien directo que hizo a las almas inmortales fue enorme. Iré más lejos, creo que es incalculable»5.
George Whitefield no era un poeta en el sentido estricto como lo era George Herbert. Pero su arte de predicar, con todas sus dimensiones verbales, emocionales y físicas, era una obra de arte tal que Benjamin Franklin dijo que escucharlo era «un placer muy parecido al que se recibe de una excelente pieza musical».6 Por lo tanto, Whitefield nos proporciona un segundo semillero histórico para nuestra pregunta sobre la relación entre ver la belleza y hablarla bellamente.
C. S. Lewis, erudito–novelista
C. S. Lewis es el tercer enfoque de nuestro estudio. Peter Kreeft asombrado por Lewis dice: «Clive Staples Lewis no era un hombre: era un mundo».7 Lewis vivió de 1898 a 1963 y pasó su vida laboral como profesor de literatura medieval y renacentista en Oxford y Cambridge. Pero es más conocido como el autor de los libros para niños (que a los adultos les encantan) Las crónicas de Narnia, algunos de los cuales se han convertido en películas.8
Lewis quería ser un gran poeta. Pero admitió a los cincuenta y seis años que su poesía tuvo «poco éxito».9 Sin embargo, dice:
El hombre imaginativo que hay en mí está (…) continuamente operando (…) Fue él (…) quien me llevó a encarnar mi creencia religiosa en formas (…) simbólicas, que van desde Escrutopo hasta una especie de ciencia ficción teologizada. Y, por supuesto, ha sido él quien me ha traído, en los últimos años, a escribir la serie de cuentos narnianos para niños.10
Este «hombre imaginativo» que quería ser un gran poeta siguió siendo un verdadero poeta en toda su prosa. Alister McGrath lo expresó bien cuando dijo que gran parte del poder de Lewis era
Su habilidad para escribir prosa teñida de una visión poética, sus frases cuidadosamente elaboradas perdurando en la memoria porque han cautivado la imaginación. Las cualidades que asociamos con la buena poesía (…) [abundan] en la prosa de Lewis.11
Lewis tenía los ojos y la pluma de un poeta. De todas las personas que he leído, Lewis —como Jonathan Edwards, pero por diferentes razones— ve belleza y asombro en lo que observa, y despierta mi mente para hacer lo mismo. Veía belleza, y lo que veía, lo expresaba maravillosamente. La combinación le ha dado un poder duradero. Es el apologista del siglo XX más leído en la actualidad. Es más popular e influyente ahora que nunca en su vida.
Tres anglicanos y su esfuerzo poético
Este libro se trata de la interrelación entre contemplar la belleza y poder comunicarla de manera bella (y el impacto que este esfuerzo puede tener en nuestras vidas). El libro está basado en la vida y obra de tres cristianos anglicanos: un pastor–poeta, un predicador– dramaturgo y un erudito–novelista. Todos, a su manera, hicieron un esfuerzo poético sostenido en lo que hablaban y escribían. Este libro trata sobre ese esfuerzo y cómo se relaciona con ver la belleza y despertar a otros para que la vean, especialmente la belleza de Jesucristo.