Читать книгу El poder infinito de los cuerpos - Jonás Gómez - Страница 7

Se despertó cubierto del todo. En algún momento de la noche se había acurrucado en el centro del colchón y su cuerpo había pasado a ser el núcleo de una montaña blanca. La habitación, la casa, todo estaba en silencio. Era domingo. Se movió hasta sacar los brazos y la cabeza fuera del abrigo. El vaso de agua que le dejaban siempre en la mesa de luz estaba lleno. Lo tomó de un trago. ¿Cuánta agua iba a tener que tomar para estar bien? ¿Cuánta agua necesitaba para ser fuerte? En el futuro iba a visitar el recuerdo de esa mañana, iba a imaginar una mesa llena de vasos, ocupando la superficie hasta los bordes. Iba imaginar esa escena y el efecto de la luz en el agua, dentro de esos vasos.

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Al lado de la cama había juguetes desparramados, el lugar principal lo habitaba un elefante de madera, comprado en otro continente. No era exactamente un juguete, era un adorno que en otras casas se colocaba en estantes altos, rodeado de figuras de vidrio o cristal, pero él lo había incorporado al juego, lo hacía participar de las guerras en la alfombra.

Salió de la habitación. Rodeó la mesa del comedor sin hacer ruido, los padres dormían en su cuarto, pero de todas maneras tenía que moverse con cuidado. Encendió la tele y puso el volumen al mínimo. Se sentó cerca. Cuando estaba con ellos lo obligaban a quedarse en el sillón, lejos de la pantalla, pero lo que pasaba en la tele era más brillante cuando estaba cerca. Respiró pesado. Frente a su cara apacible los dibujos animados se movían rápido.

La casa estaba casi a oscuras. Desde una de las ventanas que daba al patio se podía ver parte del cielo. La tormenta estaba llegando. Por un momento fijó la vista en las nubes oscuras, con la boca abierta, para después comparar el tono gris con los colores de la pantalla.

Tuvo hambre. De la heladera sacó una botella de leche. Se sirvió un vaso y buscó galletitas de la lata. Sacó algunas de chocolate. Las otras, las de vainilla, las olió y las dejó en la mesa. Volvió a la tele. En el momento en el que la pantalla brillaba más se escuchó un trueno profundo, que tensó todos los vidrios de la casa. Respiró pesado.

Fue al baño. El piso de cerámica estaba frío, así que se movió rápido. Sin levantar la tapa apuró el pis, salpicó todo lo que podía salpicar. Pensó en limpiar con papel higiénico. Pero no lo hizo, prefirió dejar todo mojado. Al salir pasó entre el marco y la puerta entreabierta. Se suponía que iba a ser alto, pero no lo era. El proyecto de trazar líneas en la pared para marcar su crecimiento se había abandonado. Era pálido. Por el tono de piel y el color del pelo parecía un espectro. Todavía no conocía la palabra decepción, pero percibía la mirada que le dedicaban sus abuelos cuando le acariciaban la cabeza.

Afuera los truenos seguían propagándose. La tormenta se iba a desatar en cualquier momento. Y él quería ver. Quería estar afuera cuando pasara. Abrió la puerta del patio, el viento voló la botella plástica que habían dejado la noche anterior en la mesa blanca. En el techo percutían las primeras gotas. Respiró pesado. Se quedó ahí por un momento, con la boca abierta. Volvió a entrar. Apagó la tele y fue a la habitación. Aunque la frazada no era grande la arrastró por el comedor como si fuera un animal muerto. Después de cerrar la puerta la casa quedó aislada del cielo.

Caminó hasta la mesa y se acostó. Tuvo que usar las dos manos para subir la frazada. Respiró pesado. Con los ojos cerrados se concentró en el techo de chapa, en los sonidos que llegaban desde arriba. Si lo encontraban ahí lo iban a llevar adentro a la fuerza, la última gripe lo había dejado débil y ese frío no era bueno para sus pulmones. Pensó en cerrar la puerta con llave, para hacerlo tenía que bajar de la mesa y buscarla en la casa, pero la lluvia caía en el patio y esas nubes oscuras podían traer algo más que agua, podían traer hielo en abundancia.

En la casa se escuchó un ruido, alguien salía de la cama. Respiró pesado mientras agudizaba el oído para anticipar las reacciones. Hubo pasos, una puerta que se cerraba y un insulto. Pasaron pocos minutos y esta vez los pasos fueron en dirección opuesta al baño.

Un trueno le hizo abrir los ojos. Algo caía. Primero giró la cabeza para ver el techo, pero se dio cuenta de que en el pasto también pasaba lo mismo, el granizo llegaba desde las alturas. Se frotó los párpados, de a poco el patio se cubría de hielo. Respiró pesado y volvió a cerrar los ojos. Quería dormir rodeado por todo el hielo de la mañana.

El poder infinito de los cuerpos

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