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La orgánica bufopersecutoria
ОглавлениеEn Te juro que yo no fui, antes La paloma y el cuervo (Spectrum Films - Terminal - Eficine 189, 84 minutos, 2018), jocundo octavo largometraje del veterano autor total capitalino de comercialísimas comedias ligeras de 56 años Joaquín Bissner (¡Aquí espantan!, 1993; Santo enredo, 1995; Un baúl lleno de miedo, 1997; ¡Qué vivan los muertos!, 1998; Mosquita muerta, 2007; Me late chocolate, 2012, y Todas mías, 2013), el célebre instrumentista virtuoso aún joven y guapo pero ya internacionalizado Ludwig Pérez (Mauricio Ochmann narciseando) acaba de estrenar el Concierto para contrabajo del director orquestal José Antonio Potro Farías en el hoy culto Teatro de la Ciudad y, para poder irse a tomar la mala copa con un sonsacador viejo amigo del Conservatorio (Rodrigo Murray), acepta mandar por delante su gigantesco instrumento valiosísimo hasta el hotel Secrets en la paradisiaca Playa Mujeres de Cancún, adonde se ha dado cita con su celosísima aunque esplendorosa cónyuge Mónica (Ariadne Díaz desatada si bien convincente), sin saber que dentro del estuche del estorboso contrabajo se ha escondido la guapísima rubia hispana Rebecca (Marta Hazas) que solicita su auxilio, obtenido de jocosa manera impositiva y a regañadientes, pues se dice perseguida por dos ubicuos árabes malencarados de turbante (Thomas Ebert y Antonio Méndez) que supuestamente se proponen secuestrarla para incluirla en el harem de un príncipe saudí de nombre impronunciable pero ella no puede llamar a la policía ya que desea evitarle a su país un conflicto internacional, aunque en realidad se trata de una seductora ladrona de alta escuela que tiene en su poder un enorme diamante que ahora ha perdido dentro del carromato de lavandería donde temporalmente se había escondido de su acosador sexual hotelero Franz (Santiago Salcido), por mera coincidencia el amante de emergencia de la enteca melómana alemana Maya (María Aura tan estragada cuan deliciosa germanoberreante) que por su parte también acosa al apuesto y desbordado músico en el terror absoluto Ludwig, provocando los celos por partida múltiple de su tequilera esposita literalmente de armas tomar Mónica, redundando en un inextricable enredo de persecuciones, al interior de las cuales también participan, hallando y perdiendo y volviendo a hallar y perder el codiciado diamante, a sabiendas o ignorándolo, todos los personajes presentes, con el añadido de la alocada camarera anteojudamente madura Lily (Mónica Dionne), el sobajado conserje proveedor de las pistolas de su primo Agapito (Moisés Iván Mora) y una cínicamente dizque preocupada galana Chela (Mariana Harlow) con pareja millonaria para que ambos se vean una y otra vez despojados de cuanto vehículo posean dentro del resort hotelero, de día por las pistas de golf y los arroyos y ríos y playas y mares que lo cruzan, o celebrando una anticipada noche de brujas una fiesta de disfraces de Halloween durante la cual la alivianadísima rubia española cambiará a un fulgurante look con cabellera negra para escapar de los árabes en sus narices y para seguir cautivando a un apabullado Ludwig que, aún vestido de señora con atuendo playero, primero sólo quería recuperar ante todo su amado instrumento y luego ni modo (“¿Involucrarme? ¿Más?”), acabará enamorándose románticamente de la irresistible extranjera abusiva Rebecca y muy bien correspondido por ella (“Ojalá te hubiera conozido en otras circunstanzias”) al refugiarse champañeramente durante una medianoche en un regio yate sin dueño visible, desatando la furia de la esposa legítima Mónica (“No te puedo dejar solo ni un instante, porque...!”), pegando incontrolablemente tiros al igual que los árabes echando bala a diestra y siniestra, hasta que el círculo de las huidas acuáticas literalmente se cierre y las dos heroínas rivales y el héroe cómplice acaben aprehendidos por los guardacostas y sean todos enviados a sus respectivas prisiones, incapaces de entretener por más tiempo su orgánica bufopersecutoria.
La orgánica bufopersecutoria acomete la hoy ya imposible tarea de hacer una película burlesca de acción bufa pura, de persecución absurda y delirante, de principio a fin, en forma ininterrumpida, infinitamente más abstracta y pulcra que las fallidas persecuciones farsescas sofisticadas que pretende el cine mexicano actual de Emilio Portes Castro (Pastorela, 2011; El crimen del cácaro Gumaro, 2014) a su homóloga Issa López (Todo mal, 2018), yendo ahora de la parodia cuando mucho autoparódica al sainete amorfo y apenas potencial, con personajes excéntricos hitchcockianamente girando alrededor de un bípedo aflictivo demasiado normal, a bordo de cualquier tipo de vehículos turísticos vueltos aventureros y antiturísticos, o casi de cualquier género, o sin realmente serlo: estuche de contrabajo, avión, carromato de lavandería, carrito de golf, motocar, motocicleta, lancha de motor, yate abandonado, o lo que sea, por pasillos laberínticos y atracciones exóticas artificiales y prefabricadas, soportando las igualadas ayudas serviles del personal hotelero, tolerando que tanto la encantadora foránea Rebecca como la energuménica hembrista irritada-irritante Mónica y la ajada autoinsufrible Maya elijan corretear y ser correteadas con el mismo disfraz seudoafricano de bolitas.
La orgánica bufopersecutoria se enorgullece de sus rorras impresionantes made in Televisa (“¡Ay Dios mío, mándame una así!”) y a través de sus culebrones, con sus besotes en la trompa recién abriéndole la puerta a la desconocida que busca despistar (“¡Es mi marido!”), con su título tomado de la canción-tema (“Yo te lo juro que yo no fui / yo no fui, yo no fui”) de la incomparablemente pícara comedia motociclista de la Edad de Oro mexicana A.T.M. A toda máquina del gran Ismael Rodríguez (1952), con sus gags visuales que remiten a serie La risa en vacaciones de René Cardona hijo (comenzada en 1988 y concluida diez películas después en 1998) y sus irrespetuosos gags verbales en boca del conserje igualado (“Enseguidamente” / / “Me acosaba sexualmente” / “A mí también me ha pasado lo mismo”) o de la paranoica huidiza atrabancada foránea librándola apenitas al atravesar su diminuto vehículo a contraflujo entre dos enormes camiones (“Tranquilo, no pasa nada”), con su anacrónica obsesiva gran cacería al diamante que hace añorar la vivacidad inglesa de Los enredos de Wanda (1988) de un septuagenario Charles Crichton (1910-1999) a su vez añorando el genialmente mediocre robo (o robobo) perfecto y el clímax persecutorio enloquecido de Su primer millón (1951) revisados por Monty Python, con su gesto de controlador odio femenino atacando mediante dos rápidos dedos hacia el indefenso cónyuge agobiado (“Te vuelvo a ver con esa mujer ¡y no vives para contarlo!”), con sus enredos inverosímiles je-jé de verdadera matiné dominical (tan mal glosada por aquella también persecutoria Matinée de Jaime Humberto Hermosillo, 1976) o de nostalgia baturraza de años treinta ya revisada por el Juan Bustillo Oro de entonces, con sus desbarrancadoras zambullidas al agua con todo y moto, o por ahí.
La orgánica bufopersecutoria confunde en todo momento persecución con corretiza multívoca, unánime y plurivalente, para alejarse así, muy pronunciadamente, dentro de las autoexcitadas comedias chifladas de Bissner, tanto de los devaneos románticos reposteros con delicados efluvios intimistas de Me late chocolate como del envalentonado romanticismo etéreo del novelista mujeriego asediado por ninfómanas Bruno Bichir de Todas mías que ahora funge como antecedente directo de este antimacho alfa Ochmann (vuelto el bicéfalo Viruta y Capulina a la vez de una nueva comicidad blanca acaso así llamada por aséptica e inocua) que aún alucina al paso devastadoramente efímero en bikini de una despampanante Aislín Derbez (su esposa en la vida real) y parece haber optado de antemano por el clásico aunque difícil Mudarse por mejorarse ( Juan Ruiz de Alarcón en nuestro universal Siglo de Oro) que le ofrecía la seductora extranjera por encima de la infeliz mexicanita posesiva y acomplejadaza, pese a la confabulación a su favor de un ritmo que quisiera ser de tan desaforadamente lunático como el del distante insuperable Loquibambia de H. C. Potter (1941) y no resulta más que fatigoso y caótico e ineptamente rengueante de pena ajena, pues el realizador ha decidido regresar a sus orígenes archibanales y huecos de ¡Aquí espantan! y Santo enredo o Mosquita muerta, sin discurso ni profundidad tragicómica posibles, siempre mal servido por una edición atroz de Sigfrido García y el realizador, por una fotografía en colores muy tenues de Verónica Amil refrendable por pósters de la Secretaría de Turismo, por una dirección de arte de Marina Viancini que hurga por los suntuosos espacios del conglomerado hotelero y las exclusivas playas turquesa de Isla Mujeres sus mejores vistas, por un gestor vestuario semifantástico de Gilda Navarro, por los escasos efectos especiales de Álex Vásquez, por una invasiva música grandilocuentemente chiclosa en atronadora escala seudosinfónica del tal inefable Potro Farías en cualquier circunstancia y, para colmo, hasta por los balsámicos consejos de un barman con verba de autoayuda que encarna el director Bissner en persona sin el mínimo entusiasmo o convicción (“¿Disfrutando de sus días aquí en Cancún?”).
Y la orgánica bufopersecutoria acaba mirando impotente e impasible al inmenso diamante pasar de mano en mano, volar por los aires, escurrirse sin motivo ni aviso ni remedio, caer al agua, hasta el amplificado fondo del océano y resucitar en el vientre de un pescado en trance de trozarse de un machetazo, para volver a volar majestuosamente ahora por encima de todas las cabezas voraces, para codicia frustrada de la ganona Lily ipso facto asediada, y despojada, porque las reclusas carcelarias embutidas en el Auditorio Elba Esther G., entre las que se cuentan las irreconciliables adversarias románticas Mónica y Rebecca, ya han recibido con incallables silbidos lujuriosos al contrabajista intocable Ludwig del reclusorio de enfrente, previo a la excarcelación del hiperdotado varón y la reunión de éste con su hechicera españolita en el idílico locutorio de la prisión femenina, por siempre jamás de los churros de los siglos de la inefable infumable sangronería caricaturesca, así nunca sea.