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Desde la mazmorra

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A year gone with the wind

La realidad la escribe un guionista malaleche de Hollywood. Los dosmiles nos han puesto cada vapuleada. Donald Trump ganó la presidencia, un terremoto cimbró a la Ciudad de México y la trama de Doce monos se materializó. Un virus, el Covid-19 que ha diezmado la población mundial más rápido que las plagas de la diabetes, la hipertensión, el vih y la guerra contra el narco. Sólo en nuestro país han muerto más de 600 mil personas.

El ideal romántico de un futuro de bienestar auspiciado por los avances tecnológicos se fue a la basura por culpa de la pandemia. Nos obligó a enfrentarnos a nuestras peores pesadillas. Aquellas que teníamos soterradas en lo más profundo de nosotros mismos, las que habitaban, como en una película de terror, en una casa embrujada que nos rehusamos a visitar. Aquellas que no convocamos ni siquiera por diversión una noche frente al tablero de una ouija. Nuestros peores temores despertaron por culpa del confinamiento.

El 2020 nos arrebató nuestras vidas, prácticamente. La actividad social se canceló, el contacto humano se prohibió y se nos impidió despedir a nuestros muertos según nuestras tradiciones. Fuimos condenados al encierro. Millones atendimos al llamado de permanecer en casa, para evitar que el virus continuara propagándose. Pero millones ignoraron las medidas sanitarias y continuaron con sus rutinas. Esto causó la polarización de la población. Se conformaron dos bandos, los que creyeron fervientemente en la reclusión como forma de contener al virus y los conspiranóicos, que aseguraban que el virus era un invento, pese a las cifras de mortandad que día con día aumentaban en el país.

La nueva cotidianidad impuesta por la nueva normalidad nos orilló a diseñar nuevas técnicas de supervivencia para no perder la cordura. Cada uno se tuvo que enfrentar a sí mismo en soledad o en compañía del núcleo familiar más cercano. Ante la proliferación de la ansiedad y la depresión buscamos refugio en el deporte, en la meditación, en los ansiolíticos, en el alcohol. Los primeros meses de encierro total, cuando la tasa de contagios era más baja que los índices de sodio en un platillo vegano, desconcertados, penando en nuestras propias viviendas, deambulamos unos, arañamos las paredes otros y tratamos de no romper la conexión con el mundo a través del zoom y el whatsapp.

El aburrimiento, la necesidad de retomar la actividad económica y la desesperación nos empujaron a intentar recuperar ese paraíso recién perdido. Vivimos algo parecido a un despertar. Mientras comenzamos a realizar el recuento de los daños y ser conscientes de lo que el año se había llevado, el semáforo estaba en su rojo más fulgurante y nos dimos cuenta que las cosas estaban lejos de terminar. Había que seguir resistiendo. Continuar metidos en una mazmorra en contra de nuestra voluntad.

Lo que el 20 se llevó trata sobre el acto de resistir. Aguantarte las ganas de salir, de abrazar a tus seres queridos, de asistir a una fiesta, a un partido de futbol, a un sauna público, a un concierto, a cualquier lugar donde el calor humano reinara. Nada se nos antojaba más que una fiesta con los cuates. Pero no una peda por zoom. Una pary real. Donde pudieras platicar con tus amigos sin broncas. Estábamos bastante cansados de sentir nostalgia por el contacto. Fue por ello que decidimos invitar a veinte autoras y autores a que nos contaran desde su propia experiencia lo que el 20 nos chingó.

Más que una antología de textos sobre el tema, este libro es una fiesta. Esa reunión que se antojaba imposible antes de que se distribuyera la vacuna. Si piensan que ya se ha escrito todo sobre la pandemia basta asomarse a estas páginas para encontrarse con historias que todavía no habían sido contadas. La música, el cine, el sexo, los meseros, etcétera, conviven aquí sin necesidad de ser sanitizados. Entre la crónica, el ensayo personal y el reporte emocional, los testimonios que el lector tiene entre las manos son un vistazo al mundo interior propiciado por el alineamiento.

Lo que el 20 se llevó es el abrazo que sí podemos darnos sin miramientos, el abrazo de papel.

Carlos Velázquez y Alonso Pérez Gay J.

Lo que el 20 se llevó

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