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Introducción

El asesoramiento o consejo pastoral1 a la familia es parte del ministerio total de la iglesia. Aunque los términos sean modernos, los conceptos no lo son. El cuidado pastoral a las personas y familias ha sido una práctica constante a lo largo de toda la historia de las diferentes comunidades de fe. Sacerdotes, pastores, y laicos sensatos y sensibles han acompañado —por miles de años ya— a personas, parejas y familias en la toma de decisiones en los momentos más importantes de su desarrollo, durante las crisis y en otras ocasiones significativas.

El consejo pastoral es una dimensión especializada del cuidado pastoral.2 Se ofrece por acuerdo entre el consejero pastoral (clérigo o laico) y la persona, pareja o familia que lo solicita. Está delimitado en el tiempo y, por lo general, tiene metas específicas. Asesorar o aconsejar no es simplemente dar consejos. Más bien es un arte que requiere entrenamiento, supervisión y práctica, no sólo sabiduría. En pocas palabras, el asesoramiento pastoral es el proceso de acompañar —dentro del contexto de la comunidad de fe y a la luz de los valores del reino de Dios— a una persona, pareja, familia o grupo en la búsqueda de alternativas a las ideas, sentimientos, actitudes, conductas y relaciones que les están perjudicando e impidiendo su pleno desarrollo hacia el bienestar, la sanidad, la reconciliación, la justicia y la paz. Como lo explica Daniel Schipani, la meta última del consejo pastoral es que las personas, parejas, familias y comunidades «vivan sabiamente en la luz de Dios».3

Los agentes pastorales ejercen diversas funciones para cumplir con su tarea: evangelizan, enseñan, predican, administran, consuelan, exhortan, cuidan, aconsejan, para nombrar unas pocas. Cada una de estas funciones tienen dinámicas propias, utilizan acercamientos específicos, se llevan a cabo en contextos definidos y requieren el manejo de destrezas concretas. El asesoramiento o consejo pastoral no es, por lo tanto, ni el único ni el más importante de los ministerios de la iglesia. Sin embargo, mantiene su especificidad y se distingue del cuidado pastoral en forma significativa por la dirección que toma, las dinámicas que genera y los instrumentos que utiliza. Puesto que no solamente cuidan de las familias sino que también las asesoran, con mucha frecuencia los pastores utilizan estos dos «sombreros» simultáneamente. Sin embargo, esto no quiere decir que esas dos acciones sean idénticas o intercambiables.

Cuando cumplo mi oficio como pastor/cuidador de las familias de mi grey, soy yo quien toma la iniciativa: voy en busca de la oveja descarriada, ofrezco una voz de aliento al desanimado, intervengo en una crisis familiar, sugiero tomar «estos» y no «aquellos» pasos, intercedo por su salud física, emocional y espiritual, procuro la reconciliación y el perdón. Por otro lado, cuando actúo como consejero/asesor/terapeuta, mi papel más bien se define a partir de la iniciativa que la persona, pareja o familia ha tomado. Sólo puedo dar asesoramiento o consejo pastoral cuando las personas están listas, y la señal visible de esto es que solicitan tal ayuda.

Cuando realizo cuidado pastoral soy yo quien «va a su territorio» para servirles en una variedad de formas pastorales (oración, exhortación, enseñanza, consuelo). Cuando ellos toman la iniciativa y buscan asesoramiento o consejo, entonces ellos son los que «vienen a mi territorio». No importa si el encuentro acontece en la oficina pastoral, en el estacionamiento de la iglesia, en el café de la esquina o en su propia casa. Si la iniciativa es de ellos, entonces están involucrados en el proceso; es decir, están listos para el asesoramiento. En ese momento es que podemos utilizar los acercamientos, las técnicas y las herramientas propias de este arte. Si las usamos en una situación de cuidado pastoral —cuando yo he tomado la iniciativa— nos frustraremos y propiciaremos efectos contraproducentes tanto en las personas a quienes ayudamos como en nosotros mismos.

Como en todo, siempre hay una excepción a la regla. Cuando una persona, familia o grupo está en crisis, significa que la pérdida, amenaza o peligro que enfrentan ha desbordado la capacidad de manejo de la persona/familia y que todas sus estrategias habituales han fallado. En una crisis las personas están aletargadas, dolidas, confundidas y muchas veces incapacitadas temporalmente para pedir ayuda. Allí el consejero pastoral puede intervenir, pero no para dar asesoramiento o terapia, sino para trabajar en forma específica para lograr las metas de evitar la muerte, procesar el golpe, elaborar las pérdidas y salir por el camino de la recuperación y el crecimiento.4

Este libro, como su título lo indica, se enfoca en este aspecto específico del cuidado pastoral que es el asesoramiento o consejo pastoral. Vale mencionar que en la búsqueda de salud, sanidad, reconciliación y bienestar para las familias de la iglesia y la comunidad, la educación —como un trabajo preventivo/profiláctico—tiene una enorme importancia. Los pastores tienen a los miembros de su iglesia, semana tras semana, dispuestos a escucharles y a seguir su liderazgo. Así pues, cuando en un culto se trata sobre la prevención de la violencia doméstica, la educación sexual de la familia, el enriquecimiento matrimonial, el manejo de las finanzas, u otro aspecto semejante, se puede lograr mucho más que cuando se realiza una sesión de asesoramiento o terapia familiar con un grupo reducido y a veces a última hora. Aunque esto es verdad, el ministerio del asesoramiento pastoral es imprescindible para la iglesia, especialmente en este tiempo cuando las redes de apoyo de la familia contemporánea se han debilitado, las presiones del ambiente circundante son intolerables y las voces que nos quieren orientar son de dudosa procedencia.

Los clérigos tienen un acceso privilegiado a las familias. Son figuras de autoridad que están presentes en los momentos más significativos de la vida familiar (bodas, nacimientos, bautismos, funerales); su relación con los miembros de una familia incluye compartir tanto tiempos de dolor como de alegría; tienen contacto con varias generaciones, e interactúan —de alguna manera— con toda la familia extendida.5 Por eso, en medio de las muchas voces contemporáneas (psicología, sociología, terapia familiar) que reclaman a la familia como su campo de acción, el asesoramiento pastoral, como un ministerio de la iglesia, tiene un espacio legítimo. Su ejercicio puede y debe ser una contribución a la comunidad; su acción, un bálsamo en las heridas de la sociedad. El hombre y la mujer contemporáneos saben que más allá de las dolencias físicas que el médico pueda detectar, más allá de las emociones o conductas inapropiadas que el psicólogo pueda diagnosticar, más allá de los males estructurales que el sociólogo pueda señalar, también están las dolencias del alma, las preguntas sobre el ser, las inquietudes sobre el sentido de la vida, los anhelos de eternidad que sólo el agente pastoral —en nombre de Dios— puede responder.

Este trabajo no es un manual de asesoramiento pastoral a la familia o un compendio de técnicas para el consejero cristiano. Se enfoca más bien en los elementos básicos para que un consejero pastoral pueda ejercer con acierto su vocación y llamado. Con esto entendido, en el capítulo 1 expongo los orígenes de nuestra disciplina y la necesidad de afirmarla en el corazón de la misión de la iglesia. En el capítulo 2 elaboro una lista de presuposiciones, a menudo inconscientes, desde las cuales operamos como consejeros. Los capítulos 3 y 4 tienen que ver con el desarrollo conjunto de la pareja y de la familia. A menudo se estudia el desarrollo humano en forma individual, y aunque es apropiado, esto nos deja sin herramientas para trabajar los conjuntos. Ya que la pareja tiene vida propia y representa el eje alrededor del cual se forman las otras relaciones familiares, la considero en primer lugar y le dedico un capítulo aparte. En el capítulo 5 ofrezco algunos criterios que configuran la noción de «familia saludable» como la meta del asesoramiento pastoral. También invito a los consejeros a optar por realizar su intervención de tal manera que construyan sobre los recursos que ya tienen las familias —y sobre la esperanza cristiana— antes que sobre las carencias, que es el enfoque privilegiado por la medicina y la psicología tradicionales. Para finalizar, incluyo tres apéndices: en el primero se describe un modelo de asesoramiento pastoral eficaz, el segundo muestra un programa de entrenamiento para asesores familiares que nació en América Latina, y el último ofrece una bibliografía sobre terapia familiar en español que he venido coleccionando por más de veinte años.

Estoy consciente de que este trabajo es apenas una introducción al tema. Sin embargo, será muy satisfactorio saber que esta obra por lo menos ha servido de estímulo para que nuevas generaciones de consejeros pastorales profundicen y amplíen este campo del saber humano y de la misión de la iglesia.

Quiero expresar mi incapacidad para manejar el lenguaje en forma completamente inclusiva. Por lo general tiendo a hablar del consejero, pastor o asesor en forma masculina. Tengo plena conciencia de que Dios, quien nos creó en igualdad, llama tanto a hombres como a mujeres a este ministerio. Mi perspectiva es que los intentos para escribir del/la pastor/a, consejero/a y asesor/a, o de utilizar ellos para referirse a todos los ministros impiden el fluir de las ideas y de la comunicación escrita. Así pues, se darán cuenta de que a lo largo del libro he optado por utilizar ambos géneros, aunque no siempre logro el equilibrio. De tal modo que cuando primero lean «pastores y ministros» en masculino, y luego «psicólogas, consejeras y terapeutas» en femenino, o viceversa, los lectores intenten pensar que me refiero a ambos géneros. Espero que en este nuevo siglo podamos encontrar formas más adecuadas de comunicarnos eficazmente sin excluirnos.

Agradezco a mis estudiantes en el Centro Hispano de Estudios Teológicos, en el Seminario Teológico Fuller y en la Vanguard University por su interés en estos temas. Sus preguntas, sugerencias e inquietudes han sido muy valiosas en el desarrollo de este libro. Mi gratitud también al Dr. Justo L. González y a la Dra. Virginia Loubriel-Chévere por leer el manuscrito y darme sugerencias muy oportunas.

Jorge E. Maldonado Los Angeles, California septiembre del 2003

NOTAS

1Como acertadamente señala Daniel Schipani —en la introducción al libro Psicología y consejo pastoral: Perspectivas hispanas (Decatur: AETH, 1997)— no existe acuerdo ni consistencia en el uso de estos términos. Cada persona tiene su predilección en diversas regiones del mundo hispano parlante y cada término puede prestarse a connotaciones no deseadas. La palabra «aconsejamiento» no está en la última edición del Diccionario de la Lengua Española (Vigésima Segunda Edición, 2001). El vocablo «consejería», en el Diccionario, significa el lugar en donde funciona el consejo de una corporación administrativa, consultiva o de gobierno. En esta obra usaré asesoramiento y consejo pastoral en forma intercambiable.

2El cuidado pastoral podría ser definido como «todo lo que la iglesia hace para cumplir con la misión de Dios en la tierra». Otra definición es la que ofrece Alastair V. Campbell: «Las actividades de la iglesia que están dirigidas a mantener o restaurar la salud y el bienestar de individuos y comunidades en el contexto de los propósitos redentores de Dios para toda la creación» (ver la entrada de «Pastoral Care», en The New Dictionary of Pastoral Studies, editado por Wesley Carr, Grand Rapids: Eerdmans, 2002).

3Daniel Schipani, The Way of Wisdom in Pastoral Counseling. Elkhart, IN: Institute of Mennonite Studies, 2003, p. 91, 114.

4Jorge E. Maldonado, Crisis, pérdidas y consolación en la familia (Grand Rapids: Libros Desafío, 2002).

5Edwin H. Friedman, Generación a generación: El proceso de las familias en la iglesia y la sinagoga. Buenos Aires/Grand Rapids: Nueva Creación/Eerdmans, 1996, p. 19.

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