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La “Máquina Infernal”

Era 1841, y el Restaurador de las Leyes estaba enfrascado en temas urgentes, como siempre. Debía lidiar con la guerra civil permanente, con la oposición de aquellos exiliados que desde Chile y Uruguay buscaban minar las bases de su gobierno, y contra los problemas causados por el bloqueo de Francia, que si bien había terminado un año antes, aún subsistían los efectos prácticos que habían afectado la recaudación de aduanas, al separar Buenos Aires de los puertos de la Confederación.

El 27 de marzo de 1841, Manuelita recibió la correspondencia diaria de su padre y también varios paquetes entre los que sobresalía una caja exquisitamente envuelta enviada por la Sociedad de Anticuarios del Norte, con sede en Copenhague, Dinamarca. Era muy común que distintos dignatarios extranjeros remitieran regalos que por lo general eran bandejas y cubiertos de plata, fuentes y copas de distinta procedencia, finos manteles y pañuelos bordados a mano, pomposos sombreros, algunas veces cuchillos con empuñaduras diversas y hasta objetos religiosos como rosarios y cruces. Así que otra caja de las muchas recibidas no llamaba la atención. Normalmente el propio Rosas abría los paquetes, pero en esa ocasión, Juan Manuel no prestó demasiada atención a ese bulto prolijamente embalado, y al día siguiente Manuelita vió que estaba intacto, sin abrir, por lo cual lo levantó y lo llevó a su habitación. Al romper el primer envoltorio, vió que la caja estaba forrada con un paño blanco y apareció una llave, la cual introdujo en la cerradura y la hizo girar. Al instante, la tapa se levantó bruscamente con un extraño ruido metálico y ante su asombro, apareció un manojo de caños metálicos que apuntaban en todas direcciones. Desconcertada, le llevó al caja a su padre quien al examinarla en compañía de algunos secretarios, determinó que se trataba de 16 pequeños cañones de bronce acomodados en forma circular, soldados entre sí como una especie de flor letal, con sus gatillos enhebrados entre alambres y resortes, que deberían haberse disparado al abrir el extraño mecanismo, hiriendo a cualquiera que estuviera en sus proximidades. Quiso el destino que el primero de los resortes que habilitaba al resto del ramillete se atascara e hiciera fracasar todo el operativo.

Luego se supo que el atentado había sido planeado con todo cuidado en el Uruguay por José Rivera Indarte. Este particular personaje, poeta y escritor, que en principio se dedicó al periodismo, se había hecho fanático de Rosas, al extremo de acuñar la idea de “mazorca” mediante carteles pegados en las esquinas de Buenos Aires, donde se leía la “Oda Al Restaurador”, con una vistosa espiga como símbolo. Aún así, y luego de varios hechos delictivos a los cuales se lo vinculó, partió a los Estados Unidos desde donde llegó transformado en un opositor acérrimo a Juan Manuel, se instaló en Montevideo y allí lanzó sus “Tablas de sangre”, un panfleto con forma de libro, donde en su tapa podía leerse “Es acción santa matar a Rosas”, y que pretendía adjudicar al Restaurador la autoría de la mayoría de los crímenes de la época, como el de Facundo Quiroga, entre otros.

La inquina de Rivera Indarte contra Rosas fue hasta patológica. Acusando al restaurador de todos los crímenes posibles, dejó volar su imaginación para adjudicarle un compendio de inmoralidades, como haber denunciado a su madre por adulterio, de tener relaciones incestuosas con su hija Manuelita, a quién acusó también de transformarse “de virgen cándida a marimacho sanguinario”. Esa prédica enfermiza, de la cual se tomó nota en algunas cortes europeas, fue utilizada para la intervención anglo-francesa en el Río de la Plata.

La cuestión es que a comienzos de marzo había llegado a Montevideo esa caja que contenía medallas y obsequios similares, que fue inicialmente recibida por el embajador de Portugal en Uruguay, Leonardo de Souza Acevedo, que a su vez fue remitida al ministerio de relaciones exteriores del vecino país para ser embarcada a Buenos Aires para la entrega en propias manos de Juan Manuel de Rosas. Advertido Rivera Indarte de la existencia de esa encomienda por funcionarios menores uruguayos, retiró el paquete sobornando a un empleado consular y lo llevó al taller de un armero contrabandista de apellido Aubriot, donde cambiaron el contenido y alojaron el dispositivo que debía generar múltiples disparos en todas direcciones al levantarse la tapa. Con balas de salva, ese engendro mecánico fue probado una y otra vez por los cobardes complotados, vomitando chorros de pólvora quemada y fuego cuando su tapa era abierta. Al realizar la última prueba con balas de plomo en una habitación cerrada, activando el dispositivo con una larga cuerda el armero pudo comprobar que la efectividad de los pequeños cañones era tal que toda persona cercana a la caja sería herida mortalmente. Rivera Indarte se reunió luego con notorios conspiradores exiliados en Uruguay a los que les prometió eliminar a Rosas, obteniendo a cambio importantes sumas de dinero.

Pero quiso la providencia que las suaves manos de la angelical Manuelita no abrieran otra “caja de Pandora”, que los resortes se atascaran milagrosamente y que el mecanismo de relojería se trabara en el momento preciso.

Cuando Rivera Indarte se enteró del fracaso de la operación, se dice que buscó ofuscado al armero sin encontrarlo y juró matarlo si no le devolvía el dinero pagado. Durante un tiempo el señor Aubriot desapareció de Montevideo. Y lo mismo hizo Rivera Indarte, que se exilió en Brasil y terminó sus días en Santa Catarina, en 1845. Rosas moriría, sí, pero de viejo.

En su obra “Juan Manuel de Rosas, sombras y verdades”, el eminente historiador e ingeniero Leonardo Castagnino cuenta cómo fueron los últimos años del anciano caudillo en el exilio, donde hace gala de una frugalidad llamativa. Instalado en la granja Burguess Farm de Southampton, pudo adquirir esa propiedad que estaba abandonada y casi hecha una tapera. Había arrancado unos dos mil árboles y troncos grandísimos. “(...) todo el ambiente se impregnó de su personalidad criolla. Un viajero argentino que visitó el lugar cincuenta años más tarde creyó encontrarse frente a un puesto de una estancia bonaerense, con el monte de perales, manzanos, duraznos, y añosos árboles de sombra plantados por Rosas cerca de la casa.”(...) El viajero pudo conocer a Henry Coward, único sobreviviente de los peones, que lo recordaba montado en su caballo oscuro, que él mismo enlazaba y ensillaba con apero, y que, a los 80 años lo saltaba sin usar el estribo, llevando lazo, espuelas y boleadoras. (...) En verano dormía con frecuencia a campo raso. Era silencioso, solitario y retraído.”. En una carta a su amiga Josefa Gómez, Rosas le dice: “No fumo, no tomo rapé ni vino, ni licor alguno, no hago visitas, no asisto a comidas ni a diversiones de ninguna clase. Mi ropa es la de un hombre común. Mis manos y mi cara están quemadas y bien acreditan cuál y cómo es mi trabajo diario incesante. Mi comida es un pedazo de carne asada y mi mate, nada más.”

En el Museo Histórico Nacional se encuentra bien conservada la famosa Máquina Infernal, la que falló, de la cual no salieron los 16 proyectiles que seguramente hubieran terminado con la vida de Manuelita, y tal vez también con su padre. Pero este último fallecería 36 años después, a los 83 años, a la misma edad que su amigo el general Fotheringham, en su casa campestre el 14 de marzo de 1877, afectado de neumonía, rodeado de perales, manzanos y duraznos.

Bibliografía

“Juan Manuel de Rosas”. Gabriel Di Meglio. CONICET. Canal Encuentro. Bs.As.

“El atentado contra Juan Manuel de Rosas”. Felipe Pigna. Diario Clarín. 10/06/2015.

“La máquina infernal”, el atentado frustrado contra Rosas”. Felipe Pigna. El Historiador.

“La increíble historia de la máquina infernal”. Ministerio de Cultura. Argentina.

“Historia de la Confederación”. Adolfo Saldías. Ed. Eudeba. 1977. Buenos Aires.

“Los atentados más impactantes contra figuras de la historia”. Luciana Sabina. Infobae. 01 de junio de 2019. Buenos Aires.

“Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades”. Leonardo Castagnino. La Gaceta Federal. Centro de Estudios del Pensamiento Americano.

“El atentado de la máquina infernal en 1841”. Mariano García. La Gaceta de la Iberósfera. 22 de marzo de 2017. Madrid. España.

“La máquina infernal”. Gabriel Turone. Historia Revisionista Argentina. 2007. Buenos Aires.

1- “Se paseaba triunfante por las calles de Buenos Aires, hacía gala de su popularidad, recibía a todo el mundo, era un eco de alegría y aplausos el que se alzaba por donde él pasaba; su casa era el pueblo, el pueblo lo amaba.” (“La Vida de Rosas”. Manuel Gálvez)

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