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La postal del parque

Él no podía creer la idea de que Ella estuviera interesada en aquel cariño primerizo, esto no significa que Ella fuese la más experimentada y conocedora de las artes del amor, ni mucho menos, incluso era un año menor que Él; sin embargo, en cada conversación transmitía una extraña antigüedad, no sabiduría, más bien, un sentido propio de aquellas almas que han pasado por muchos abriles.

Él siempre recordará una tarde de verano cuando Ella lo fue a buscar, llegó en su bicicleta de montaña, vestía con su uniforme de porrista, tenía brillo en las mejillas, el cabello recogido y mucha ansiedad porque siempre luchaba contra el reloj, aunque, pensándolo bien, también se debía a que su minifalda azul y blanca, durante su recorrido en bicicleta, atraía muchas miradas no deseadas. A pesar de todos esos obstáculos, Ella llegó.

Intercambiaron lugares en su carruaje de amor, ahora Él manejaba la bicicleta y Ella era la pasajera, decidieron ir a un parque cercano que había sido un lugar frecuente para sus tardes de conversaciones sobre la familia, sobre los sueños, sobre la vida. Ella se acostó sobre una banca y puso su cabeza sobre las piernas de su amado, el poder que Ella tenía, era cada vez mayor, con un movimiento, con una caricia, hacía que todos los sensores dentro de Él llegaran al límite y ahora con la cabeza de Ella sobre sus piernas y, mirando hacia abajo, tenía un camino directo a esos labios rojos cubiertos de brillo que tanto deseaba.

Ella hablaba de cómo le había ido en la práctica, de los movimientos que dominaba y cuáles necesitaba mejorar, Él la escuchaba y como siempre, mostraba profundo interés en cada detalle compartido con su amada. Sin embargo, no podía fijar la vista en los ojos de Ella, era inevitable desviar la mirada hacia el imán de su boca. Él temía que, si hacía un movimiento en falso, no sería robar un beso, sería hacer algo indebido, o peor, provocar su rechazo.

El tiempo transcurría y para Él cada segundo era un paso al abismo.

El relato de Ella estaba por llegar a su fin, ya le había contado todo lo que hizo hasta ese momento del día. Él sentía que ya había perdido cualquier oportunidad, porque estaban por enfrentarse a uno de los enemigos que siempre los venció. El tiempo, el bendito tiempo, jamás fue su amigo, jamás estuvo de su lado, siempre tenían una hora límite, para volver a las prisiones de sus hogares.

Él escuchó la señal que tanto temía, aquel silencio, luego del último relato. Sintió que estaba a punto de levantarse, escuchó claramente en su mente como Ella diría que se tenía que ir. Sin embargo, justo cuando la esperanza ya estaba por subirse a la bicicleta. El silencio se convirtió en una pregunta.

—¿Sabes qué es lo que más deseaba hoy?

—No lo sé —dijo Él, torpemente.

—Lo que más deseaba hoy, era este momento, estar aquí contigo.

El resto no lo pensó, sus latidos acelerados tomaron el control de todo su cuerpo, cerró los ojos y por primera vez, unió sus labios con los de Ella. Las palabras no existen para describir las sensaciones de aquella primera vez, pero esa postal del parque: la bicicleta, la chica de minifalda, labios rojos y brillo, fue más allá del tiempo y conquistó la eternidad.

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