Читать книгу Instrucciones para armar museos de ciencias - Jorge Wagensberg - Страница 8
Оглавление“Preferiría no hacerlo”: tres pasos para introducirse a la frágil fertilidad de lo desconocido
Matteo Merzagora
Al inicio, siempre debe haber alguna forma de alergia, una especie de comezón, una insatisfacción. Una reacción al poder oscuro y dominante de lo conocido; esa sensación de que las cosas se hacen de determinada manera, no porque tú la hayas escogido —o alguien más, sino simplemente porque “así es como se hace”.
Bueno… ¿y qué tal que no?
Al inicio de cualquier reunión, siempre deberíamos decir de entrada: “preferiría no hacerlo”, siguiendo los pasos de Bartebly. “Preferiría no” montar un museo, una exhibición, un proyecto de comunicación científica de determinada manera simplemente porque así se hizo antes. La naturaleza lo sabe: nunca permanezcas en donde estás si quieres avanzar. Es la hipótesis de la Reina Roja, concebida por Lewis Carroll en Alicia a través del espejo y adoptada posteriormente por los biólogos evolucionistas (y viceversa). Para avanzar también tienes que volver a barajar todos tus supuestos. Esto es lo que François Jacob (“Evolution and Tinkering”, Science, 1977) llamó bricolaje: “la selección natural dirige los cambios, orienta el azar y, lenta y progresivamente, produce estructuras más complejas, nuevos órganos y nuevas especies. Las novedades llegan de asociaciones de material viejo que no se habían visto antes. Crear es recombinar”.
Por mi parte, muy pocas veces tuve el valor suficiente para decir: “preferiría no hacerlo”. Los cambios que yo era capaz de generar eran graduales y lentos. En la mayoría de los casos, desafortunadamente, diciendo “sí”: hacer las cosas como debían hacerse seguía siendo la fórmula más simple para avanzar. Sin embargo, junto con muchas personas maravillosas de la asociación francesa TRACES, en ocasiones fuimos capaces de preferir una forma diferente de hacer las cosas. Y siempre ha sido fantástico.
Es lo que sucede con el dinero. Veamos: “no alcanza el dinero para la divulgación científica, estamos obligados a coproducir porque no tenemos suficiente presupuesto”, y así. Escuché a un equipo de curadores de un importante centro nacional de ciencias decir que no había suficiente presupuesto. Y luego oí a una pequeña asociación de estudiantes decir exactamente las mismas palabras durante su primer proyecto. Los primeros estaban hablando de dos millones de euros; los últimos, de dos mil euros. No estoy culpando a los grandes presupuestos. En ambos casos, el proyecto podría haberse realizado con la mitad. Independientemente de cuál sea la cantidad total, siempre será el doble de otro presupuesto que de todas maneras es adecuado. No estoy diciendo que tengas que hacerlo con la mitad del presupuesto. Lo que digo es que puedes hacer grandes cosas con la mitad de cualquier presupuesto.
¿Cuántas veces hemos podido responder a quien nos ofrece dinero: “no, este proyecto necesita la mitad”? Yo nunca. Todos nuestros proyectos de bajo presupuesto fueron de bajo presupuesto porque no pudimos encontrar el resto del dinero. Y aun así, siguen siendo aquellos de los que me siento más orgulloso.
En 2013, en el Espacio de Ciencias Pierre-Gilles de Gennes, en París, creamos “La science, une histoire d’humour” (La ciencia, una historia de humor). Un concepto simple: una exhibición para explorar cómo la ciencia se ve a sí misma y cómo la sociedad ve la ciencia a través del lenguaje del humor. Desde luego, que la exposición se montara sólo con fotocopias y pizarrones magnéticos hechos a mano (diseñados por los maravillosos estudiantes de la École Nationale Supérieure de Création Industrielle [ENSCI], que hoy integran el Studio Millimètre, una destacada agencia de diseñadores de exposiciones de arte y ciencia en Francia), se debió a que no pudimos conseguir el presupuesto requerido. Pero también a que nos vimos obligados a reflexionar sobre cuál era el verdadero valor de los objetos que queríamos mostrar (en nuestro caso, chistes científicos). Esta reflexión cambió nuestra visión. ¿Cuál es el valor real de un objeto de exhibición? No me refiero a su valor histórico o al valor de su seguro… ¿Cuál es el valor que justifica que el objeto esté ahí en la exposición? En nuestro caso, el valor real de un chiste sobre ciencia es la relevancia que tiene para el científico que la cuelga en la puerta o la pared de su cubículo, o la usa en sus presentaciones. Estos chistes no son graciosos (con algunas excepciones). No son piezas de arte. Los originales no son mejores que las copias. Su valor real es la relevancia que tienen en una comunidad que los usa para comunicar, identificarse, quejarse, pertenecer, diferenciarse (obviamente nos inspiramos en el Museo de las Relaciones Rotas y, unos años después de la exposición, leer el artículo de Nina Simon, “The Art of Relevance”, nos ayudó a enmarcar nuestra intuición en esos términos: estamos en deuda con ella). Este es el valor que queríamos ofrecer. Entonces, ¿cómo dar a los chistes científicos el valor correcto? Un bonito portarretratos no habría sido de ayuda. Tampoco encajarlos dentro de aburridos pósteres interpretativos. Decidimos que esta era la oportunidad de vernos radicales y diseñamos una exposición basada en una convocatoria 100% abierta, que comenzaba completamente vacía. Fuimos muy claros en la publicación: “Ven con tu chiste”. Los científicos sacaron sus chistes de sus presentaciones de PowerPoint, los niños recortaron citas del druida Panoramix de las historietas de Astérix, sus padres llegaron con las fantasías de Calvin o citas científicas (no)sexuales de Sheldon Cooper... Nosotros simplemente proporcionamos el equipo (una fotocopiadora Xerox y una impresora) y el papel magnético para que el público pudiera colgarlos donde quisiera. Cuando les sumamos los chistes que nos enviaban los visitantes digitales a través de internet y que eran impresos allí mismo por los que estaban en el lugar en un “chiste-o-matic” (blagomatique) diseñado especialmente para la exhibición, fue sólo cuestión de semanas para que una exposición vacía se volviera una conmovedora exploración de la ciencia vista a través de la ventana del humor. La audiencia contribuyó con 100% del contenido, nosotros proporcionamos el marco y el contexto, que incluyó reuniones y eventos con premios Ig Nobel, asociaciones de humoristas del medio ambiente, la red francesa de caricaturistas científicos Strip Science, etc., que a su vez ayudaron a reconfigurar, reinventar, reestructurar la exhibición (mis propuestas favoritas: un contexto participativo para seleccionar el chiste menos comprensible, una sesión improvisada de teatro basada en las motivaciones de los premios Ig Nobel y un baño del museo de ciencias lleno de chistes científicos sexuales explícitos).
En 2017, repetimos la experiencia con otro proyecto de muy bajo presupuesto, “Science Frugale” (Ciencia frugal): una exposición donde confluían la investigación científica, la cultura maker y la cooperación internacional con el objeto de explorar cómo reusar las “viejas” tecnologías para hacer instrumentos científicos de bajo costo y alto rendimiento, replicables y reparables en cualquier parte (como microscopios de alta resolución hechos completamente de componentes de lectores de CD-ROM). Cuando pensábamos en qué piezas comprar, rentar o producir fuimos capaces de decir “preferiría no hacerlo”. La creatividad en el hackeo de las piezas era el valor real de estos objetos. Por tanto, el proceso de producción debía estar en el centro de la exposición. Así, se destinó 50% de la superficie de exhibición a un taller de fabricación, en donde junto con los visitantes exploramos y produjimos todos los objetos que progresivamente se fueron exhibiendo. De hecho, queríamos evaluar y aprovechar todo el rango de competencias de nuestras audiencias, desde los niños que nunca habían visto el interior de una computadora hasta los físicos experimentales más calificados, los bichos raros de los Fab Lab o los artistas profesionales. En 2017, recibimos el premio Mariano Gago de ECSITE, la Red Europea de Centros y Museos Científicos por este proyecto, lo que nos hizo muy felices, pero también nos forzó a reflexionar sobre su valor.
Nos dimos cuenta, por ejemplo, de que en la mayoría de los proyectos de comunicación de las ciencias los científicos únicamente son invitados por lo que saben, y los visitantes por lo que no saben. De esta manera, no vemos el valor de los aspectos más apasionantes de ambos grupos: la sed de conocimiento de cualquier científico y la diversidad de sapiencias de cualquier grupo de personas. Al hacerlo así, hacemos lo contrario de lo que debería hacerse, que es invitar a los científicos por lo que no saben y a los visitantes por lo que sí saben. Una exhibición exitosa, o proyecto de comunicación científica, es aquella capaz de ofrecer una oportunidad de aprendizaje a ambos: científicos y espectadores. Aquella que plantea una pregunta que es significativa para los dos grupos al mismo tiempo. Aquella en la que un observador externo sería incapaz de distinguir entre quién enseña y quién aprende.
En 2019, le tocó el turno a “Under influences: the science of choice” (Bajo influencia: la ciencia de las decisiones), una exhibición-exploración sobre el futuro de las decisiones. Insistimos mucho en el término exploración: la idea de la exposición era cruzar experiencias personales (desde Tinder hasta mensajes de texto, desde las sugerencias comerciales personalizadas de Amazon hasta dilemas morales) con hallazgos en disciplinas como la inteligencia artificial, la neurociencia cognitiva y la economía experimental, para explorar una idea de intersección —el futuro de la noción de elección— que ni el sentido común ni la ciencia académica por sí solos habían podido descifrar. ¿Cómo lograrlo sin involucrar a visitantes y científicos en el mismo espacio? La exposición era, de hecho, un proceso de investigación para contextualizar correctamente la pregunta mediante el cruce de diferentes perspectivas. El aparato experimental estaba hecho de eventos públicos, mesas redondas, juegos y talleres codiseñados con el público. En este sentido, una exposición puede volverse una instalación de investigación. Una exhibición científica debería ser siempre un laboratorio de investigación.
Esto tiene varias consecuencias que tradujimos en algunos principios generales. Por ejemplo, “todo lo que puede hacerse en público, debe hacerse en público”. Los hermosos momentos en que los curadores de la exhibición se reúnen con los científicos para acordar, contextualizar y seleccionar temas interesantes no tienen por qué ocurrir a puertas cerradas. Pueden realizarse en un entorno abierto, en presencia de los visitantes. Pueden volverse una parte integral de la exposición, en un enfoque de incubación abierta que sea al mismo tiempo proceso y resultado.
Eso también lleva a repensar los eventos oficiales. Inaugurar una exhibición el día de su apertura no tiene sentido. Cuando la inauguras, estás implicando que el trabajo de concepción y producción está terminado. Si la inauguras el día de su apertura, significa que la exhibición ya está completa antes de que nadie la visite. Esto es una contradicción total. Podría funcionar (¿podría?) para exposiciones históricas o de arte del pasado. No puede funcionar para una exhibición de ciencia o más en general para exposiciones sobre conocimiento. Para estos proyectos, cuando se nos preguntó “¿no vas a hacer una ceremonia de apertura?”, pudimos responder “preferiría no hacerlo”. O más precisamente, “sí, pero no de inmediato”. Sólo cuando el público haya dejado sus huellas en la exhibición, su contenido será lo suficientemente rico y numeroso para ser mostrado a los nuevos visitantes y no visitantes tradicionales (que incluyen a los patrocinadores, colaboradores y expertos).
Cada vez que decidimos subvertir los principios básicos de la exposición y desafiar lo conocido, quedamos fascinados con resultados que continúan siendo estimulantes, aun mucho tiempo después de que el proyecto haya terminado.
Esta es la belleza de cada pregunta, cada exposición y cada aventura cultural buena: no termina cuando termina; nunca termina de producir reflexiones e ideas significativas.
Autores citados y lecturas recomendadas
Hermann Melville, Bartleby, el escribiente, 1853.
Lewis Carroll, Alicia a través del espejo, 1871.
François Jacob, “Evolution and Tinkering”, Science 196: 1163, 1977.
Matteo Merzagora, “Science centres and science engagement activities as research facilities: blurring the frontiers between knowledge production and knowledge sharing”, JCOM 16(02), 2017. https://jcom.sissa.it/archive/16/02/JCOM_1602_2017_E.
Sandrine Bron, Maxime Le Roy y Matteo Merzagora, “Science centres as research facilities, exhibitions as explorations”, Spokes Magazine 38, febrero de 2018. https://www.ecsite.eu/activities-and-services/news-and-publications/digital-spokes/issue-38-0#section=section-indepth&href=/feature/depth/science-centres-research-facilities-exhibitions-explorations.
Science frugale: https://explore.psl.eu/fr/decouvrir/expositions-virtuelles/science-frugale.
La Science du Choix. https://www.espgg.org/Sous-Influences-la-Science-du.