Читать книгу Paisaje y territorio en el Perú - José Canziani Amico - Страница 11

Оглавление

Introducción

Este libro resume un proceso de conocimiento y apreciación personal del paisaje que he ido construyendo en el tiempo. Debo decir que esta construcción paisajista se remonta a la temprana inquietud y el simple deleite que despertaba en mí la contemplación de los paisajes peruanos en ocasión de los primeros viajes familiares; igualmente, las jornadas en las que acompañaba a mi abuelo de cacería por distintos valles de la costa central, sin olvidar, por cierto, los recorridos por las haciendas de los alrededores de Lima: intensos recuerdos de un estupendo paisaje rural que anunciaba ya su despedida frente al embate de la anodina expansión urbana.

Mis estudios universitarios en Italia se enriquecieron con el disfrute y la apreciación de sus paisajes construidos y bellamente representados en el arte pictórico, pero no menos incidieron en mi inquietud paisajista la nostalgia y el recuerdo de los entrañables paisajes peruanos. Luego de regresar al país, se sumaron mis viajes por distintas regiones del Perú y, especialmente, las exploraciones arqueológicas; allí, la mirada sobre los asentamientos y la arquitectura se extendía siempre hacia el territorio y el paisaje como componentes esenciales. Pero sobre todo, como una constante, el paisaje —solo la contemplación del paisaje— capturaba mi total atención.

Un punto de quiebre en este proceso de acumulación espontánea sobre el tema del paisaje se dio con mis trabajos en las lomas de Atiquipa a inicios de la década de 1990. Más allá de la sobria belleza de la arquitectura de los asentamientos que se encuentran en el lugar, me impactaron fuertemente las extensas modificaciones territoriales asociadas al manejo del bosque de niebla —transformado en un gigantesco dispositivo natural para capturar el agua suspendida en ella— y la gran extensión de terrazas de cultivo construidas con sistemas de canales que hacían posible su riego mediante el agua obtenida, literalmente, de la niebla. Todo esto inmerso, además, en un extraordinario paisaje de litoral desértico, enmarcado en la inusual tectónica de la cordillera marítima, que se eleva en las cimas del Cusihuamán y del Cahuamarca hasta los 1300 metros de altitud, a tan solo 5 kilómetros de la áspera orilla del mar. Comprender, gracias a esta experiencia, que el monumento más trascendente no era tal o cual edificio, sino más bien esta monumental edificación social del territorio, me hizo cambiar profundamente la perspectiva de las cosas, al entender la magnitud de la construcción del paisaje y su trascendencia en cuanto fundamento de la sostenibilidad del desarrollo territorial. Coincidentemente, la invitación a participar en un seminario internacional convocado por la Unesco me permitió analizar detenidamente este caso de estudio considerando el concepto de lo que se entiende hoy por «paisaje cultural»1.

A partir de este punto de quiebre entendí que el territorio de nuestro país comprende un repertorio excepcional e inmenso de paisajes culturales de notable valor patrimonial, tan grande como la diversidad de los contextos territoriales que atesora. Sin embargo, también resultaba notable la escasa valoración que les otorgamos a estos paisajes, lo que se traduce en su progresiva degradación y destrucción. Esto motivó que me propusiera un primer ordenamiento del corpus conformado por los principales paisajes culturales identificados en las regiones costeras y altoandinas del Perú, acompañado de un examen de sus principales características paisajísticas y funcionales.

Los resultados de esa investigación y sus materiales los expuse en varias conferencias y luego los sistematicé en un ensayo preliminar titulado Paisajes culturales y desarrollo territorial en los Andes (Canziani, 2007). Este ensayo, revisado y ampliado, conforma el primer capítulo y constituye el núcleo de este libro, al que he agregado trabajos posteriores, algunos motivados por la reveladora lectura de un texto clave sobre el pensamiento paisajero escrito por Augustin Berque (2009). A esta lectura le siguió otra: la de la secuencia de publicaciones temáticas sobre las facetas del concepto de paisaje, metódicamente editadas por Javier Maderuelo, además de las lecturas de otros estudiosos que han abordado el tema desde distintas perspectivas.

Uno de esos trabajos de indagación motivado por las lecturas, dedicado a la arquitectura del paisaje inca, se incluye en el capítulo final. En este me propuse explorar si en el mundo prehispánico —y, específicamente, en el inca— se tenía algún concepto de lo que hoy denominamos «paisaje»; es decir, si en ese contexto existió lo que Berque define como un «pensamiento paisajero». En todo caso, el tema constituía un pretexto perfecto para adentrarme en el estudio de los exquisitos diseños de arquitectura del paisaje que los incas nos legaron, y descubrir, a partir de la lectura de su propio trazo, si en el origen de esta arquitectura se podía deducir la existencia de un concepto de paisaje.

Los trabajos de investigación sobre arquitectura, urbanismo y manejo territorial de las sociedades indígenas prehispánicas me planteaban constantes preguntas acerca de los vínculos entre estas intervenciones sociales en el territorio y la construcción del paisaje en el antiguo Perú. Tales interrogantes se hicieron más frecuentes e intensas durante la investigación y curaduría de la exposición Modelando el mundo, dedicada a las representaciones arquitectónicas de la época prehispánica, donde, sin embargo, el tema del paisaje se fue convirtiendo en un sustrato imprescindible, quizá por la paradoja que significaba la notoria ausencia de su representación explícita2. Estas travesías sobre la relación entre la arquitectura y el paisaje, así como las interrogantes sobre el papel de la arquitectura en el paisaje, son la base del segundo capítulo, en el que planteo los temas a partir de un recorrido por diversos sitios arqueológicos visitados e involucrados en aquellas travesías del pensamiento sobre el paisaje.

En los últimos años he tenido una creciente aproximación al mundo amazónico, tanto por mi participación en seminarios académicos relacionados con el estudio y la discusión de la problemática del desarrollo territorial de la región, como por proyectos universitarios interdisciplinarios de investigación y acción en localidades de nuestra Amazonía. Parte importante de este interés deriva del propósito personal de conocimiento y aprendizaje sobre las poblaciones amazónicas, que habitan y habitaron los territorios más extensos de nuestro país. Otro componente de este interés —que innegablemente asume la exigencia de una responsabilidad académica ante la deuda que tenemos con la Amazonía— responde a la interrogante que plantea, desde la vertiente del paisajismo, si en estas regiones amazónicas las intervenciones territoriales generan lo que convencionalmente definimos como paisajes culturales; y, si esto fuera así, de qué tipo de paisajes se trataría.

La falta ya la advertía en el tratamiento de mi ensayo sobre paisajes culturales y desarrollo territorial. Es más, la ausencia de la Amazonía podía conducir al equívoco de suponer que en esa región no existen paisajes culturales, o que allí las formas de desarrollo territorial no generan paisajes. Por cierto, ante la dificultad de abordar el paisaje en esa área y consciente de esta limitación de mi trabajo, lo circunscribí honestamente a lo conocido por mí; pero esto también ocurrió ante la necesidad de establecer criterios teóricos más complejos para abordar el caso. Precisamente, la aproximación convencional a la compleja problemática que plantea la Amazonía revela de inmediato la limitación y el fracaso de la categoría paisaje cultural3.

Esto se hace patente en los trabajos de Denevan (2003). Estos constituyen un importante esfuerzo, desde la geografía cultural, por demostrar que en las regiones amazónicas también hay transformaciones del paisaje, en tanto desmitifica los socorridos conceptos que las definen imaginariamente como paisajes prístinos y salvajes, idea que desconoce que son espacios habitados por pueblos amazónicos que intervienen en ellos de forma ancestral. Sin embargo, en especial en este caso, reducir el concepto de paisaje a las modificaciones territoriales generadas, por ejemplo, por el cultivo estacional o migratorio de las chacras, o por prácticas culturales que propician la presencia y difusión de plantas útiles en el entorno de los espacios habitados, revela una perspectiva reduccionista del paisaje: se restringe a lo fáctico, a lo estrictamente funcional y tangible. Así, se pierden de vista los complejos significados que nutren la «visión del otro» acerca del paisaje y de lo que en teoría entendemos por paisaje.

En la misma línea, Philippe Descola se plantea algunas interrogantes críticas en el seminario que conduce en el College de France(2012-2014). Sin embargo, su erudito y documentado manejo del tema, que inicialmente se propone una aproximación al debate sobre la percepción indígena del concepto de paisaje —o por lo menos un abordaje desde las perspectivas de la antropología cultural—, cierra (por ahora) el círculo en una perspectiva aún entrampada por la apreciación estética, sobre todo cuando propone la representación del paisaje en cuanto miniatura. No obstante, por lo visto, este vasto tema seguirá en discusión. Resulta significativo que Descola, abriendo un paréntesis, convoque a Berque a discutirlo, lo cual nos trae de vuelta a la amplia y compleja discusión acerca del pensamiento paisajero y los múltiples enfoques que se dan en su tratamiento.

En mi caso, es un tema abierto a una mayor y más amplia investigación. Tengo claro que lo enfocaré tomando nota de mis habilidades, pero también de mis limitaciones. De alguna forma, los tres capítulos finales de este libro exploran posibles rutas de indagación por las travesías del pensamiento paisajero. Esta perspectiva da lugar al presente libro, puesto que exige cerrar un capítulo de la investigación para difundir y discutir lo avanzado hasta aquí. Que no es poco, más aún frente al creciente interés que despierta la valoración de los excepcionales paisajes de nuestro país, a lo que tampoco es ajeno el Estado: desde el año 2011 los paisajes culturales están reconocidos legalmente como una categoría patrimonial, lo que proporciona las herramientas básicas para proceder a su registro y cautelar su conservación.

1 Reunión temática de la Unesco «Paisajes culturales en los Andes», Chivay y Arequipa, 17-22 de mayo de 1998 (Canziani, 2002).

2 Modelando el mundo: imágenes de la arquitectura precolombina, exposición en el Museo de Arte de Lima (MALI), de octubre de 2011 a marzo de 2012. Tuvo como curadores a Cecilia Pardo, José Canziani, Luis Jaime Castillo y Paulo Dam.

3 Esto no significa desconocer la relevancia del manejo de la categoría paisaje cultural en lo que se refiere al reconocimiento de este complejo bien cultural como patrimonio de la humanidad, lo que favorece la instauración de instrumentos metodológicos para su registro y catalogación, y proporciona herramientas fundamentales para su preservación y puesta en valor social. Asimismo, debemos reconocer los esfuerzos para lograr una mayor apertura de la categoría, al incluir, por ejemplo, paisajes que no muestran huellas culturales tangibles, pero cuyos componentes naturales están asociados a fuertes evocaciones culturales.

Paisaje y territorio en el Perú

Подняться наверх