Читать книгу Aproximación histórica a la relación de la masonería - José Eduardo Rueda Enciso - Страница 12

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Introducción

Por lo general, al abordar una temática nueva, el investigador comienza por leer la literatura existente sobre ella. Nuestro proceso, para el caso de la beneficencia, fue un tanto distinto; el desarrollo de la investigación realizada entre los años 2003 a 2010 nos arrojó una cantidad importante de documentación que cuidadosamente fuimos recopilando. Parte de ella, ordenada a partir de las instituciones que en 1869 pasaron a formar parte de la Junta General de Beneficencia: el Lazareto de Agua de Dios, la Casa de Refugio, el Hospital de Caridad y el Hospicio de Niños, fue incluida en los informes parciales y finales de la mencionada investigación. Otra parte de esa documentación no fue trabajada, en ese momento, y constituye una significativa parte del material que conforma el presente estudio.

Con relación a las fuentes primarias publicadas, nos preocupamos por revisar un conjunto de periódicos que abarcan el período 1849-1885. Es así como desde un comienzo la Junta General de Beneficencia publicó las actas y demás noticias sobre beneficencia en el Diario de Cundinamarca, que desde el 1° de octubre de 1869 fungió como órgano oficial del Estado Soberano de Cundinamarca,1 en el que periódicamente se publicó una sección destinada a la beneficencia en la que se divulgaban los datos oficiales de gastos, ingresos, donaciones, etc., destinada a que las asociaciones filantrópicas y el público en general tuvieran un conocimiento cierto sobre el destino de sus contribuciones, lo que no resultó una labor difícil para los promotores de la beneficencia; dado que muchos de ellos tenían una larga experiencia en el manejo de gacetas, diarios, etc., de carácter oficial y eran conocedores de la importancia de la prensa como moderadora de la opinión pública, se preocuparon, desde un comienzo, por publicitar la labor de la Junta General de Beneficencia del Estado Soberano de Cundinamarca.

Publicación de noticias que se cumplió con regularidad, pero, el 6 de octubre de 1870, la Junta decidió difundir quincenalmente la revista De los Establecimientos de Beneficencia. Hasta ese momento, se habían elaborado 295 números del Diario; mientras se afinaban los asuntos relativos a la edición del nuevo órgano informativo, se siguieron transmitiendo en el Diario noticias sobre la beneficencia. Otro conjunto de noticias sobre beneficencia se encontraron en otros periódicos, liberales unos, conservadores los otros.

Nos interesó revisar y analizar las memorias de algunos de los protagonistas políticos del período comprendido entre 1849 y 1886. No obstante, nos encontramos con una particularidad del siglo XIX colombiano, sus protagonistas, fundamentalmente los liberales, no dejaron, salvo algunos casos, este tipo de documentos: “Es un hecho singular el que sólo dos de nuestros hombres públicos —los Generales José Hilario López y Joaquín Posada Gutiérrez— hayan escrito sus Memorias. Entre los muchos que debieron haberlo hecho, el mayor número les faltó tiempo o sea la necesaria holgura en sus finanzas; y a otros les sobró escepticismo”.2

Así, para seguir la trayectoria, pensamientos y acciones de muchos de los hombres públicos del siglo XIX, hay que hacerlo en la copiosa prensa decimonónica.

Dentro de los políticos que dejaron sus memorias, encontramos las de José Hilario López (París, 1857), que comprenden desde 1798 a 1839, fueron redactadas en Roma entre fines de 1839 y julio de 1840. Suministran información importante sobre el proceso de Independencia, esencialmente en los aspectos militares. Ayudan a comprender el malestar de algunos militares por las medidas dictatoriales de Bolívar y a visualizar la formación de las facciones probolivariana y antibolivariana, de la que fue militante López, junto con José María Obando, quienes lideraron la resistencia a la dictadura luego de la conspiración septembrina de 1828, inicialmente en la provincia de Popayán, enfrentándose a Tomás Cipriano de Mosquera, y posteriormente en Pasto. Luego de la muerte de Bolívar, el 17 de diciembre de 1830, López siguió en el sur del país.

A partir de mayo de 1831 centró sus actividades en Bogotá, como comandante de una parte del Ejército Restaurador. Facilita el conocimiento de la década de los treinta, un tanto abandonada por la historiografía colombiana. En noviembre de 1838 fue nombrado Encargado de Negocios de la Nueva Granada en la Santa Sede, en julio de 1839 se posesionó en tal cargo y se dedicó a la redacción de sus memorias. Tal vez, por las medidas vigentes sobre sociedades secretas, no hace alusión alguna a su vinculación a la masonería.

Uno de los más importantes y significativos casos fue el de José María Samper Agudelo, ya que entre 1852 y 1853 se dedicó a escribir de memoria y con vehemencia, sin citas de los documentos históricos en que se apoyó, por haberlos perdido en la coyuntura de su temprana viudez, lleno de apasionamiento y ligeros e imparciales juicios sobre el papel cumplido por el liberalismo, un extenso volumen titulado Apuntamientos para la historia política y social de la Nueva Granada (Bogotá: Imprenta del Neo-Granadino, 1853, 585 páginas), en el que hace una serie de cuadros históricos de 41 años (1810-1851) de historia republicana, autodenominado por él como de historia nacional filosófica.3

Años después, en 1880, escribió Historia de un alma. Memorias íntimas y de historia contemporánea 1834-1881 (Bogotá: Imprenta de Zalamea Hermanos, 1881, 540 páginas), en el que hace un recuento crítico de su extensa vida pública como escritor, periodista, político, diplomático, comerciante, etc., y su evolutiva transformación de masón y liberal radical convencido a liberal moderado, para convertirse en masón arrepentido, conservador y ferviente católico, lo que permite apreciar algunos de los problemas, vicisitudes y angustias de un destacado hombre público durante la segunda mitad del siglo XIX.

Otro ejemplo es el de Salvador Camacho Roldán, quien escribió Memorias (1923), en las que relató una serie de datos y hechos de la época comprendida entre 1846 y 1852, narración cronológica que se detiene y abruptamente hace un salto en el tiempo para relatar la Convención de Rionegro de 1863. Camacho ha sido considerado como uno de los pioneros de la sociología en Colombia, así como un destacado economista, por lo que su narración está impregnada de sociología y economía. Escritas estas memorias en 1897, cuando se encontraba enfermo, son diferentes a las de Samper, son producto de la madurez y vejez, existe cierto reposo frente a los hechos narrados, no hay tanto apasionamiento y subjetivismo.

Aunque no deja de dar algunas informaciones sobre su vida pública, el gran cúmulo de información y análisis se centra en el devenir histórico del país, suministra abundante y rica información sobre aspectos políticos: elecciones, guerras civiles, la administración de López; económicos, sustentado en cifras y datos estadísticos; sociales y culturales: sociedades democráticas, la epidemia del cólera entre 1849 y 1850, costumbres y oradores destacados.

Las memorias de Aquileo Parra son un caso particularmente raro. Durante sus primeros años de juventud, desde finales de la Guerra de los Supremos, se dedicó a actividades comerciales, primero en su natal Barichara, luego en otros lugares de la región santandereana, en especial en el Carare y Vélez, como también de la costa Atlántica, Huila y Bogotá; proporciona así una serie de informaciones sobre productos de eventual explotación, y las dificultades para su comercialización, principalmente por las condiciones de los caminos y vías de comunicación.

A partir de 1854 se inició la vida pública de Parra: inicialmente se vinculó a los ejércitos constitucionales, actividad que lo ocupó en los momentos de las siguientes guerras civiles, y en la que alcanzó el grado de general; una vez que la rebelión de Melo fue derrotada, se dedicó a la política, por lo que ocupó cargos de representación: diputado, representante, senador, constituyente, secretario de Estado y presidente de la república, así como administrador público. A diferencia de Camacho y Samper, se afilió con, algunas reservas, a la hermandad tardíamente, a los 44 años, mientras que Camacho lo había hecho a los 21 y Samper a los 23, con algunas circunspecciones que también abrigó frente al radicalismo, por considerarlo una comunidad que actuaba con decoro político, distinguido por su espíritu de tolerancia, y por la magnanimidad con sus adversarios vencidos,4 sin abandonar sus aventuras comerciales, pues fue explorador de los bosques del Opón-Carare, en la búsqueda del caucho, la tagua, y la quina.

Parte de nuestro trabajo se orienta hacia la masonería, al respecto debemos decir que en los tres autores mencionados encontramos que Samper escribió prolíficamente acerca de la adscripción y trayectoria en la hermandad, en menor cantidad lo hizo Camacho y prácticamente nada en el caso de Parra.

En la misma tónica de Parra y Camacho encontramos a Aníbal Galindo, quien en 1900 publicó Recuerdos históricos: 1840-1895, obra que arranca con los antecedentes de la Guerra de los Supremos, enfatiza en el fusilamiento de su padre José María Tadeo Galindo, en el que, parece, el general Tomás Cipriano de Mosquera cumplió papel determinante, circunstancia que marcó sus Recuerdos, pues a lo largo de ellos es nula la mención del caucano, muestra gran simpatía por Manuel Murillo Toro, que había sido amigo de su padre y de su tío, el coronel José María Vezga.

Aunque fue masón, se afilió a los 19 años, solo hace una ligera mención de ella, no contó su vinculación y participación en la hermandad. Pese a que José María Samper ya había publicado sus memorias, en las que se refiere en malos términos a su antiguo discípulo, a Galindo no le interesó en lo más mínimo referirse a los evidentes problemas que surgieron entre ambos.

Al publicar sus Recuerdos, Galindo contaba con 66 años, muchos hechos y circunstancias por él vividas las había decantado y reposado; catorce años hacía que la Regeneración estaba en pleno rigor, y que la hegemonía conservadora dominaba el país, por ello, quizás, es que muestra cierta evaluación en sus ideas y pensamientos: de la intolerancia, fanatismo y exageración absolutos de los años cincuenta, víctima de desengaños en los años finales del dominio radical, la meditación es evidente y se aprecia un escritor ilustrado en su razón y atemperado en sus juicios.5

A diferencia de otros países, en los Estados Unidos de Colombia no hubo tratadistas sobre la caridad y la beneficencia.6 Lo más cercano podría ser el diagnóstico que sobre la miseria en Bogotá adelantó, en 1867, Miguel Samper Agudelo. Ante tal falencia, el recurso de información básico sigue siendo la prensa.

En épocas recientes, la profesora Beatriz Castro Carvajal es tal vez la principal investigadora colombiana sobre las temáticas de caridad, beneficencia y asistencialismo. Efectivamente, a partir de dos libros: Caridad y beneficencia. El tratamiento de la pobreza en Colombia 1870-1930 (2007), producto de su tesis doctoral en Historia, y La relación entre Iglesia católica y el Estado colombiano en la asistencia social c. 1870-1960 (2014), ha logrado profundizar sobre una temática un tanto olvidada por la historiografía colombiana. Sin olvidar que, por los mismos años que la doctora Castro investigó sus trabajos, por lo menos tres historiadores: Frédéric Martínez,7 Diana Obregón Torres8 y Marco Palacios Rozo9 habían reseñado que durante la segunda mitad del siglo XIX comenzó el proceso de construcción del Estado nacional alrededor de los modelos y debates internacionales sobre la importancia del Estado, y que en dicho período la beneficencia fue adoptada como un paso más allá de la caridad por los dos partidos.10

En el primero de ellos da una importante visión panorámica de cómo fue abordada la caridad y la beneficencia a nivel nacional, propone un marco conceptual para estudiar la pobreza y a los pobres, entender las estrategias y la política sobre estas. Como todo estudio general, deja abierta una serie de inquietudes, abre un campo de investigación, pero también deja vacíos.

Quizás, uno de los problemas que evidencia el trabajo es la poca o escasa relación que hace entre el trasegar político y económico colombiano y el desenvolvimiento del tratamiento de la pobreza. Según como desarrolla, expone y presenta su investigación, parecería como si fuese igual, una continuación, la política liberal radical, la de la Regeneración y la conservadora en materia de beneficencia, asistencia, etc. Nosotros intentamos algo distinto, involucramos el accionar del liberalismo y de la masonería, especialmente durante el Olimpo Radical, 1867-1878, en pro de la consolidación de la beneficencia como política pública, lo que de alguna manera incidió en el tímido ejercicio de la filantropía.

Así mismo, deja de lado el fuerte peso de la ideología liberal, de la conservadora y de la Iglesia católica, que sin duda permeó buena parte de las acciones caritativas, benéficas y filantrópicas. Sorprende entonces que, cuando presenta y analiza el accionar de la Sociedad de San Vicente de Paúl y el del Círculo de Obreros, no haya tenido en cuenta el profundo y evidente carácter ideológico, conservador y católico que cumplieron ambas instituciones. Tal vez tratando de ser imparcial, lo que no creo, raya a veces en la inocencia y la ingenuidad, de las cuales tampoco estoy seguro.

La base documental trabajada por la profesora Castro es muy parecida a la que nosotros utilizamos aquí, fundamentalmente los periódicos consultados, pero intentamos otra lectura, tuvimos en cuenta los personajes, no todos, en especial los más representativos o destacados, su perfil profesional, su vinculación política y su posible ideología, mediada por su adscripción a la hermandad masónica, pues a lo largo de los 300 años de historia de la masonería especulativa esta ha estado involucrada y ha sido protagonista de los procesos de formación de los Estados nacionales; de las revoluciones que han sacudido la marcha de la humanidad: la industrial, las políticas e ideológicas; del proceso de establecimiento de la vida republicana, el sistema parlamentario y el presidencialismo; del fortalecimiento de la democracia; de los avances científicos y tecnológicos, ya que gracias al ideario de la orden han surgido destacadas figuras que han contribuido al avance del progreso y se han puesto al servicio de la acción social, entendida como el conjunto de esfuerzos de una sociedad por hacer frente a las necesidades y al aumento del bienestar de los individuos y grupos que la componen,11 por lo que tiene íntima relación con las medidas económicas, con las actitudes mentales que la pobreza o la necesidad material han suscitado, con la evolución política de los centros de poder, con las medidas legales y prácticas sobre el desarrollo y el trabajo, con la previsión social pública y privada,12 y la asistencia, considerada como la acción de prestar socorro a favor o ayuda del asistencialismo, tiene que ver con lo relativo a la asistencia social.13

El segundo libro es útil para conocer varios detalles sobre el establecimiento de la Congregación de Hermanas de la Caridad Dominicas de la Presentación de la Santísima Virgen, la primera de vida activa que se estableció en los Estados Unidos de Colombia, posterior República de Colombia. La consulta del archivo de la comunidad fue provechosa, particularmente interesante es el estudio que se adelantó sobre la ayuda humanitaria en Colombia, capítulo 5, durante las guerras civiles decimonónicas y en el conflicto con Perú, pues muestra un aspecto poco conocido de la dimensión que alcanzaron tales eventos, así como la forma en que poco a poco se fue perfeccionando y calando la idea de imparcialidad, en pro de una ayuda humanitaria a los heridos, enfermos, etc., en los campos de batalla, algo que en los 70 años de violencia y conflicto en los que hemos vivido los colombianos ha perdido mucha dimensión. Queda un vacío que lleva a formular una pregunta: ¿en las guerras civiles de 1885 y 1895, por lo que presenta la autora, no hubo ayuda humanitaria?

Igualmente, es interesante el capítulo 6, sobre la profesionalización de la enfermería, contribuye mucho en ello la consulta adelantada en los archivos de la Universidad Nacional y de la Congregación. Sin embargo, presenta siempre el mismo problema subrayado en la obra anterior, todo parece como un continuo, en el que los cambios políticos no tuvieron que ver nada, curioso que no se haya tenido en cuenta el cambio de orientación de los ministerios en la coyuntura de la República Conservadora y la República Liberal, como también que no se hubiera mencionado el desarrollo de otras profesiones similares.

El capítulo 7, sobre las tensiones que se presentaron en el siglo XX entre la Congregación, la Junta de Beneficencia y el Estado colombiano, deja cierta inquietud de que algo faltó: a lo largo de los seis capítulos anteriores el uso del archivo de la comunidad es constante, mientras que es minoritario el de la Beneficencia de Cundinamarca, quizá por el desorden y desorganización que allí existe, pero, en este capítulo, la proporción cambia, se utilizó con profusión el de la Beneficencia y prácticamente nada el de las Hermanas de la Caridad. No creemos que ante los hechos que llevaron a la ruptura entre ambas instituciones, las Hermanas no hayan escrito ora a las autoridades de la Congregación en Francia, ora a la Beneficencia y demás instituciones encargadas, siquiera una carta de desahogo, de explicación, de protesta, etc. Así mismo, resulta extraño que no se haya consultado la prensa, para tener una aproximación a cómo fue dirigida la opinión pública, qué reacciones hubo, etc.

En general, la profesora Castro ha enfocado su estudio en el tratamiento de la pobreza urbana en Colombia, a partir de dos estrategias: la caridad y la beneficencia, tomándolas como la ayuda institucional y domiciliaria a los pobres, para lo que se formularon e implementaron políticas y acciones para socorrerlos, y se desarrollaron diversas formas de asistencia a los pobres;14 y en la relación del Estado colombiano y la Iglesia católica en un ámbito preciso, la asistencia social, entendida como una práctica proteccionista, ora civil, que garantiza las libertades fundamentales y la seguridad de los bienes y las personas en el marco de un Estado de derecho, ora social, que cubre los principales riesgos capaces de entrañar una degradación de la situación de los individuos, e implica ayuda material, moral y espiritual a individuos, familias, comunidades y grupos socialmente en desventaja.15

Castro plantea que, en algunas investigaciones sobre la educación en Colombia, relevantes para la filantropía, se incluyen análisis de programas educativos relacionados con los niños pobres y con grupos de obreros y trabajadores de servicios; y que el concepto de filantropía fue muy poco mencionado en Colombia y no fue casi aceptado. Se usaba a veces para referirse a las personas que daban donaciones a las instituciones de ayuda a los pobres, pero no se involucraban propiamente en sus actividades.16 Nuestro estudio se enfoca no tanto en el tratamiento de la pobreza, nos interesa más el asistencialismo que a través de la beneficencia trató de desarrollar la masonería por medio de la filantropía.

Algunos aspectos dejados de lado por la doctora Castro son presentados y analizados en profundidad por el profesor Gilberto Loaiza en su libro Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación colombiana, 1820-1886 (2011), esencialmente en la presentación de la sociabilidad conservadora estrechamente vinculada a la caridad, toda vez que fue una práctica basada en el contacto directo con los pobres, que propagó y prolongó la adhesión masiva de la población a la religión católica, encarnada esencialmente en la Sociedad de San Vicente de Paúl (1857) y en la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús (1864).

La práctica de la caridad, por parte de la Iglesia y los conservadores, tuvo importantes fundamentos ideológicos, no fue un instrumento subversivo, emanó de una concepción jerárquica e inmutable de la sociedad, que buscó crear un clima de armonía entre ricos y pobres.17

Loaiza presenta la Sociedad de San Vicente de Paúl, fundada en Bogotá, como una estrategia adoptada por el conservatismo para enseñar la religión católica; se preocupó por recolectar fondos, tuvo un consejo directivo y un reglamento, en el que se establecieron tres frentes de trabajo: el hospitalario, el limosnero y el docente, a los que se sumó el de propaganda, por considerarla, al igual que los miembros de la Junta de Beneficencia, importante para publicitar sus acciones y realizaciones. Se determinaron dos clases de miembros: los activos y los contribuyentes. La Sociedad se comprometió por establecer relaciones directas y sistemáticas con la pobreza, mediante la ayuda o visita domiciliaria.

Es interesante el planteamiento de Loaiza sobre la poca presencia de la sociabilidad católica en la costa Atlántica, donde, parece, la alianza entre los masones y la Iglesia católica había hecho definitivamente superflua la utilización de instrumentos asociativos adicionales.18 No obstante, nos parece que se quedó corto en exponer la sociabilidad liberal, primordialmente en lo relativo a la beneficencia, pues, quiérase o no, fue la forma particular que adoptó la masonería radical, para contrarrestar la acción de la caridad conservadora, y sobre todo para rebatir y enfrentar los estigmáticos conceptos que sobre la masonería habían consagrado las encíclicas del pontífice Pío IX.19 Despacha fácilmente la cuestión afirmando que las juntas de beneficencia tuvieron existencia efímera, particularmente creemos que esa apreciación no es cierta.

El aparte dedicado a la contribución de las mujeres a la sociabilidad conservadora contiene una interesante presentación de la Asociación del Sagrado Corazón de Jesús, en donde Loaiza resalta que esa asociación jugó un papel importante en el crecimiento de la mujer como ente social, pues con ella se inició una etapa más autónoma en la que las matronas católicas dejaban de ser un simple apoyo de las actividades de la Sociedad de San Vicente de Paúl.

La nueva asociación femenina distribuía sus tareas en cuatro secciones: reformadora, catequista, celadora y la de caridad.20 Sociedad esta que tuvo un notorio crecimiento, dado que, en 1868, cuatro años después de su fundación, contaba con mil socias que cumplían labores no solo en Bogotá, sino en algunos de sus pueblos aledaños, extendiéndose luego a las ciudades que desde los tiempos coloniales habían sido centros urbanos: Bogotá, Pasto, Popayán, Cartagena, y proyectándose en los Estados de Cundinamarca y Antioquia. En diez años (1864-1875) alcanzó a tener 30 filiales, y en 1882 contaba con 39.

En general, los establecimientos de beneficencia cuentan con una mediana historia institucional. El Hospital de Caridad, o San Juan de Dios, es el que tiene una mayor cantidad de estudios, principalmente el exhaustivo trabajo de la profesora Estela Restrepo Zea: El Hospital San Juan de Dios, 1635-1835. Una historia de la enfermedad, pobreza y muerte en Bogotá (2011), que es una estupenda síntesis de los trabajos históricos anteriores sobre la institución, por lo que contiene una importante base de fuentes primarias y secundarias con la que logró reconstruir una historia sobre los fundamentos, transformaciones y crisis de un modelo de atención hospitalaria que se debatió entre la caridad privada eclesiástica y la atención pública estatal, que, para nosotros, es la diferencia fundamental entre caridad y beneficencia. Evidencia la situación asistencial y las prácticas médicas de la época colonial y de la era republicana, como también la preocupación moral y económica por insertar a los vagos, los menesterosos, etc., en la fuerza laboral. El libro oscila entre la historia particular del hospital y la historia de la medicina, de la higiene o salud pública, en diferentes momentos del período que comprende el estudio.

Desde los años ochenta del siglo pasado, en nuestro medio cobró importancia la historia social de la ciencia, modalidad que ha permitido abordar el entronque de la medicina con la ciencia y la sociedad, y ampliar mucho más la base bibliográfica. Es así como los trabajos de los doctores Emilio Quevedo21 y Hugo Armando Sotomayor Tribín, como los del sociólogo Néstor Miranda, han avanzado en el análisis de la historia de la medicina. De igual forma, los miembros de la Academia Colombiana de Medicina han contribuido con sugestivos escritos sobre los médicos, el desarrollo institucional, etc.

Una de las principales animadoras de la historia social de la ciencia ha sido la doctora Diana Obregón Torres. Su más importante y representativo trabajo Batallas contra la lepra: Estado, medicina y ciencia en Colombia (2002), junto con el de Jorge Tomás Uribe Ángel, Las reformas administrativas para el tratamiento de la lepra en la segunda mitad del siglo XVIII (1999), ha conseguido ampliar el estudio de la lepra en Colombia, desde la época colonial al presente. Recientemente, la antropóloga Claudia Platarrueda Vanegas y la historiadora Catherín Agudelo Arévalo lograron compilar una importante base documental, consignada en Ensayo de una bibliografía comentada sobre lepra y lazaretos en Colombia, 1535-1871: representaciones, prácticas y relaciones sociales (2004), que le sirvió a la primera para escribir su monografía de maestría en Antropología Social y luego convertirla en libro: La voz del proscrito. Experiencias de la lepra y devenir de los lazaretos en Colombia (2019), interesante intento por historiar el Lazareto de Contratación en el departamento de Santander, trabajo que tiene un alto grado de carga emocional, de memorias familiares y personales, se centra mucho en los prejuicios, los escrúpulos y la exclusión que tuvieron que enfrentar los enfermos confinados. Tiene un alto componente de la obra de Obregón Torres, por lo que en algunos momentos se acerca al tema que nos interesa, el de la relación de la masonería con la beneficencia. Es así como, por ejemplo, señala que

Obregón ha mostrado que, en Colombia y desde temprano en la Colonia, se consideró a la lepra como una enfermedad especial y, como ninguna otra, necesitó de un aparato normativo y administrativo complejo para manejarla. Aunque el influjo de la acción católica sobresalió en la administración de la lepra, así mismo lo hicieron los esfuerzos gubernamentales por regular un espacio social donde modelos como la caridad, la filantropía, la beneficencia... pudieron expresarse y ocupar los lugares complementarios.22

Sin embargo, en casi todos esos trabajos poco o nada se habla de la vinculación de la masonería con los médicos, o viceversa, en la formulación de políticas, etc., que ha sido nuestro propósito. Sin dejar de mencionar que, en una charla informal con Néstor Miranda, él me comentó que el doctor Quevedo tenía información y reflexiones al respecto, pero hasta el momento no los había hecho públicos.

El mismo año de la publicación de su tesis doctoral, Loaiza Cano fue colaborador del tomo I de la Historia de la vida privada en Colombia. Las fronteras difusas del siglo XVI a 1880, dirigida por Jaime Borja Gómez y Pablo Rodríguez Jiménez, con el artículo “El catolicismo confrontado: las sociabilidades masonas, protestantes y espiritistas en la segunda mitad del siglo XIX”, en el que amplió algunos aspectos del devenir del espiritismo durante el siglo XIX, como de las prácticas asociativas, destacando su influencia cultural y política en la esfera pública; toca entonces su incidencia en la caridad y su relación con la Iglesia católica y el Partido Conservador a partir de la erección de la Sociedad de San Vicente de Paúl en 1857.

Muy sugerente es el planteamiento de que el espiritismo fue una práctica asociativa que se separó de los círculos de la ortodoxia católica, y de alguna manera intentó ocupar espacios que hasta entonces habían sido dominio exclusivo de la Iglesia católica, especialmente la experimentación de acontecimientos sobrenaturales.

Loaiza Cano retomó un aspecto planteado por Jean-Pierre Bastian y otros autores en un volumen editado a principios de la actual centuria,23 el de la laicidad institucional o política, y la secularización social a contrapelo de la religión católica, lo que implicó la separación entre el Estado y la Iglesia, muy influida por las fuentes teóricas norteamericanas, pero esencialmente francesas, que condujo a un choque frontal entre el poder temporal y el de la Iglesia.

Tanto Bastian como Loaiza Cano coinciden en que, durante el siglo XIX, en las sociedades latinas de Europa y América, se experimentó, a pesar de la Iglesia católica, una modernidad religiosa, pero que, ante el intento de construcción de un Estado nuevo y moderno, laico y civil, se transformó, por el influjo de los nuevos tiempos, en una Iglesia católica romanizada y reformada, dispuesta a luchar contra aquellos que consideraba errores del mundo moderno, lo que se plasmó en 1864 con la publicación del Syllabus de Pío IX, el que se condenaron 80 errores, entre los que fueron incluidos la masonería, el liberalismo, el progreso, la civilización moderna y la separación entre el Estado y la Iglesia.

En efecto, de haber sido una religión totalizadora en la etapa colonial, luego de los cambios revolucionarios de principios del siglo XIX, pasó a ser cuestionada por su relación con el antiguo pacto colonial, en especial por los nuevos sectores dirigentes; el catolicismo intentó una nueva presencia en el continente americano a partir de la romanización y de un nuevo catolicismo que hizo del rechazo a las innovaciones políticas, ideológicas, sociales y religiosas de los liberales el eje vertebral de su accionar.24 Para imponer su propia racionalidad, el catolicismo romano construyó una estrategia de aglutinar fuerzas y de posicionarse social y políticamente, por lo que en los Estados Unidos de Colombia su gran aliado fue el Partido Conservador.

Como se sabe, a partir de la primera administración de Tomás Cipriano de Mosquera, y sobre todo en el gobierno de José Hilario López, con las reformas de medio siglo y con la expedición de la Constitución de 1853, el 15 de junio, durante los primeros meses de gobierno de José María Obando se inició y se puso en marcha el proceso de laicidad, pues los liberales en el poder, agrupados en el sector Gólgota, germen directo del radicalismo, y muchos de sus miembros afiliados a la logia Estrella del Tequendama, estimaron que un mayor vínculo con el mercado mundial requería un Estado liberal y democrático en el que existiera una libertad total: comercial, de expresión, religiosa, en el que la religión tenía que volverse un asunto privado e individual. En oposición, los conservadores, en alianza con la Iglesia, consideraron inmorales las doctrinas que propagaban el materialismo y el ateísmo, por lo que defendieron la subsistencia de un orden social garantizado por la moral cristiana y la doctrina civilizadora de la Iglesia, bajo el control estricto de las autoridades en el poder.25

El proceso de laicización fue simultáneo en los otros países latinoamericanos, aunque con especificidades: en Argentina, con la Constitución de 1853, de espíritu liberal, fue ambiguo en sus formulaciones. No propuso la independencia entre la Iglesia y el Estado, pero tampoco una integración total. Así, el artículo 14 permitió a cada persona profesar libremente su culto, pero en el artículo 2° dice que “el gobierno federal sostiene el culto apostólico romano”. En las atribuciones del Congreso, en el artículo 67, inciso 15, se afirmó que esa Cámara debía “proveer la seguridad de las fronteras; conservar el trato pacífico con los indios y promover la conversión de ellos al catolicismo”. Se conservó el criterio de que había ciudadanos de primera, que podían ejercer la libertad de cultos; y de segunda, que estaban obligados a convertirse a una religión instruida, o, si son analfabetos, por ejemplo, impedidos para votar.26

En México, por su parte, el proceso de laicidad y secularización arrancó en 1857, liderado políticamente por el liberalismo, luego por los positivistas y después por los revolucionarios; con la búsqueda de la separación de esferas, la del Estado y la de la Iglesia, fundamentalmente en el campo educativo, defendieron la necesidad de mantener una neutralidad en lo religioso y un jurisdiccionalismo sobre los efectos sociales de las manifestaciones religiosas.27

En general, en Colombia y otros países latinoamericanos existieron diferencias en el proceso de separación entre el Estado y la Iglesia. En México y Centroamérica predominó el anticlericalismo y la separación; en el Cono Sur prevaleció un jurisdiccionalismo concordatario; en la Región Andina, luego de cortas etapas radicales, se fortaleció el conservadurismo y la preservación de los privilegios eclesiásticos. En Cuba, las clases gobernantes identificaron al clero con el gobierno de la antigua metrópoli, siguiendo, en consecuencia, un modelo de separación de corte liberal. En República Dominicana imperó un tipo de relación que buscó la unión entre los poderes civil y eclesiástico.28

De todas formas, el proceso de laicidad y secularización suscitó un agudo conflicto, una tensión estructural, entre la Iglesia católica, hasta entonces hegemónica, y el Estado. Los puntos de mayor contenido simbólico fueron sin duda la expulsión de los jesuitas, la libertad de enseñanza y la eliminación de la mayoría de los privilegios que tenía la Iglesia, lo que implicó que el Estado pasara a cumplir unas funciones que antes adelantaba la Iglesia: el manejo y control de escuelas, registros civiles, cementerios, hospitales y cárceles. En algunas de estas actividades, esencialmente la atención de los hospitales y cárceles, la acción social y la asistencia de los más necesitados cumplió un papel determinante, importante, al pasar a manos del Estado, la beneficencia y la filantropía intentaron reemplazar a la caridad, sin conseguirlo.

El Estado, en la mayoría de casos en formación, bajo criterios liberales, definió un tipo de modernidad en la que dominó la laicización del espacio político y social. Hubo, entonces, partidos políticos con dificultades para crear hegemonías modernas secularizadoras de largo plazo, resistencia de sectores campesinos, obreros e intelectuales al modelo autoritario y restringido de acumulación económica, así como una mayor presencia económica y militar de Estados Unidos.29

Igualmente, Bastian, Rodolfo de Roux30 y Loaiza Cano están de acuerdo en que, en Colombia, los retrocesos en el proceso de secularización han sido frecuentes después de las tentativas de laicización impuestas por las armas liberales.31

En efecto, luego de una etapa de radicalismo liberal, entre 1867 y 1880, en el que se pudo consolidar la separación entre el Estado y la Iglesia, que había sido sancionada a partir de la expedición de la Constitución de 1853, y plenamente implementada con la de 1863, se sucedieron dos rebeliones conservadoras, una sofocada, en 1876, y otra victoriosa, en 1885, que restablecieron gran parte de los antiguos privilegios de la Iglesia y condujeron a la firma de un concordato con el Vaticano en 1887, lo que implicó un entendimiento entre las élites, y sobre todo un freno a la modernidad, pues el proceso de urbanización fue lento, el país tuvo una vocación fundamentalmente rural, agraria.

Fortunato Mallimaci32 aportó algunos elementos importantes a la cuestión del proceso de modernidad en América Latina, al afirmar que este no ha sido homogéneo y lineal, sino que se ha ido constituyendo con avances y retrocesos, y que ha tenido en cada momento histórico conflictos, negociaciones y enfrentamientos, por lo que es mejor hablar de las modernidades en América Latina.33 Coincide con Loaiza Cano en que, a partir de la creación de redes asociativas, incluyendo las logias, los círculos espiritistas y las sociedades protestantes, entre otros, fueron denunciados por el clero católico como la conspiración protestante, liberal, masónica y espiritista.34

No es entonces aventurado pensar, como lo consideramos nosotros, que en Colombia la beneficencia y la filantropía promovidas por los sectores liberales, radicales, muchos de ellos vinculados a las logias masónicas, fueron estrategias, nuevos paradigmas de acción, que utilizaron esos sectores para alcanzar la anhelada modernidad, pero los retrocesos en el proceso de secularización hicieron que esos paradigmas y estrategias fueran un tanto débiles, pasajeros e inconsistentes, y que al llegar la Regeneración fueran prontamente reorientados, dándole más un énfasis a la caridad.

Notas

1 Sobre el Diario de Cundinamarca, su historia, tendencias editoriales, etc., se recomienda la consulta de mí artículo “El Diario de Cundinamarca: periódico del Estado Soberano”, publicado en Jorge Iván Marín Taborda y José Eduardo Rueda Enciso, comps.y eds., Historia y sociedad en Cundinamarca. Aportes historiográficos y documentales de la vida política y de lo público (Bogotá: Escuela Superior de Administración Pública, 2006), 173-197.

2 Aquileo Parra, Memorias de Aquileo Parra (Bogotá: Imprenta de la Luz-Librería Colombiana, 1912), 137.

3 José María Samper, Historia de una alma (Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2009), 312.

4 Parra, Memorias, 148.

5 Aníbal Galindo, Recuerdos históricos: 1840-1895 (Bogotá: Imprenta de la Luz, 1900), 51.

6 Según el artículo de María Teresa Gutiérrez Márquez (2014), fue en las dos primeras décadas del siglo XX que se suscitaron reflexiones acerca de la beneficencia, fruto de algunos debates que se dieron en el Congreso de la República en torno de la cesión de los terrenos de la Hortúa para los asilos de locos y locas. El general Marcelino Vargas publicó una serie de artículos en el Diario Nacional acerca de la beneficencia en el departamento de Cundinamarca. María Teresa Gutiérrez Márquez, “Pobres los pobres’: debates políticos alrededor de la beneficencia en Cundinamarca en 1910 y 1920. Una aproximación desde el Estado colombiano”, Historia y Sociedad 26 (2014), 2.

7 El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional en Colombia, 1845-1900 (Bogotá: Banco de la República-Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001).

8 Batallas contra la lepra: Estado, medicina y ciencia en Colombia (Medellín: Banco de la República-Fondo Editorial EAFIT, 2002).

9 Entre la legitimidad y la violencia: los tres países de Colombia (Bogotá: Fescol-Cerec-ceso-Unijus, 2003).

10 Gutiérrez Márquez, “Pobres”, 2.

11 Consejo General de Colegios Oficiales de Diplomados en Trabajo Social y Asistencias Sociales. De la beneficencia al bienestar social: cuatro siglos de acción social (Madrid: Siglo XXI de España Editores, S.A., 1988), 7.

12 Ibid., 11.

13 Real Academia Española Diccionario de la lengua española (Madrid: Talleres Gráficos de la Editorial Espasa Calpe, S.A., 1984), 140.

14 Beatriz Castro Carvajal, Caridad y beneficencia. El tratamiento de la pobreza en Colombia 1870-1930 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007), 16 y 21.

15 Beatriz Castro Carvajal, La relación entre la Iglesia católica y el Estado colombiano en la asistencia social c. 1870-1960 (Santiago de Cali: Universidad del Valle, 2014), 10-12.

16 Castro, Caridad, 22.

17 Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación colombiana, 1820-1886 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011), 202.

18 Ibid., 271.

19 Quanta Cura, 8 de diciembre de 1864, que promovió una nueva excomunión contra los masones. El Syllabus o Catálogo de ochenta proposiciones erróneas, 21 de diciembre de 1864, que condenó a las sociedades secretas como uno de los principales errores del siglo XIX. La del 25 de septiembre de 1865, que volvió a excomulgar y anatemizar a la masonería y a los masones.

20 Loaiza, Sociabilidad, 283.

21 Emilio Quevedo, Historia de la ciencia en Colombia. Medicina (parte I), tomo VII (Bogotá: Colciencias, 1993).

22 Claudia Patricia Platarrueda Vanegas, La voz del proscrito. Experiencias de la lepra y devenir de los lazaretos en Colombia (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia 2019), 54.

23 Jean-Pierre Bastian, coord., La modernidad religiosa: Europa latina y América Latina en perspectiva comparada (México: Fondo de Cultura Económica, 2004), Introducción 7-15.

24 Fortunato Mallimaci, “Catolicismo y liberalismo: las etapas del enfrentamiento por la definición de la modernidad religiosa en América Latina”, en Bastian, La modernidad, 27-28.

25 Rodolfo de Roux, “Las etapas de la laicización en Colombia”, en Bastian, La modernidad, 63.

26 Mallimaci, “Catolicismo”, 29.

27 Roberto Blancarte, “Laicidad y secularización en México”, en Bastian, La modernidad, 45.

28 Ibid., 52-53.

29 Mallimaci, “Catolicismo”, 26.

30 De Roux, “Las etapas”, 61-73.

31 Bastian, La modernidad, 7-9.

32 Mallimaci, “Catolicismo”, 19-44.

33 Ibid., 20.

34 Ibid.

Aproximación histórica a la relación de la masonería

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