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Capítulo 1

Los gobiernos liberales y la beneficencia

La Beneficencia manda al enfermo un local, una camilla, un enfermero.

La Filantropía se acerca al enfermo. Es un amigo que vigila para que se cumplan los reglamentos del hospital y las prescripciones del médico.

La Caridad le da la mano al enfermo. Es un ángel de consuelo que espía sus necesidades y adivina sus dolores. 1

1.1. Esbozo histórico de la asistencia social: entre la caridad privada y la beneficencia pública

Durante la Edad Media y hasta el siglo XVIII, la asistencia y prevención social recayó fundamentalmente en la Iglesia católica, o en instituciones que dependían de ella, pues por su conducto se acaparaba parte de la riqueza nacional, y de las donaciones y limosnas particulares. Las ayudas se repartían indiscriminadamente, sin preguntar de quién era la mano que recibía, pues la caridad era una obligación eminentemente compasiva, desinteresada, que todo cristiano debía cumplir, ya que asistir al menesteroso era un acto de amor a Dios y al prójimo.2 Por lo tanto, es el sentido de deber que cada cual tiene de socorrer a personas no pertenecientes a su círculo social inmediato. Se basa en la idea de que la generosidad es premiada en el cielo, como en la creencia de que debe dedicarse una décima parte de los ingresos personales, comúnmente llamado el diezmo, considerado como un deber religioso.

Según se la mire, la caridad tiene diferentes significados: para el filósofo, es un elemento de bienestar; para el político, es un elemento de orden; para el artista, un tipo de belleza; para el creyente, es la sublime expresión de la voluntad de Dios.3

La caridad está motivada por la fe religiosa, es propia y exclusiva del cristianismo, nació con él y es su base principal.4 Para el caso de la religión católica, es una de las tres virtudes teologales, que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos; es una virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión; así mismo, es una limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados. Las obras de caridad son la acción moral y principalmente a la que se encamina al provecho del alma, o la que se hace daño, las que se hacen en bien del prójimo.5

Se divide en “privada, colectiva y pública. La primera es la que se ejerce por los particulares de manera aislada; la segunda por los particulares reunidos en asociaciones o juntas caritativas, formadas por personas que voluntariamente se prestan a ella, o por la ley; y la tercera, llamada generalmente beneficencia, es la caridad en su más lata esfera, derramando sus tesoros en nombre y a expensas del Estado”.6

Los orígenes de la caridad, para el caso de Occidente, se remontan al siglo III después de Cristo, nació con el cristianismo en expansión, dado que entre sus preceptos está el de “ama a tu prójimo como a ti mismo, lo que implica no sólo socorrer materialmente a nuestros semejantes, sino también consolarlos y darles pruebas de amor”.7

Simultáneamente con la aparición de la caridad, emergió “la limosna dada por los presbíteros, y principalmente la de los obispos, que la distribuían entre los pobres”.8 Rápidamente, la Iglesia amasó una gran fortuna, representada en bienes raíces, pues a la caridad se la consideró una virtud y las limosnas cada vez fueron más jugosas. Se fundaron asilos para los esclavos, hospicios y hospitales para los enfermos, los desvalidos y los peregrinos.

A partir del siglo IV, los cristianos han sido los grandes sostenedores de la caridad,9 siendo España uno de los países en donde su ejercicio ha sido permanente, ya que se encontraba bajo la dominación de los godos, lo que permitió la fundación de establecimientos de beneficencia y la consolidación del ejercicio de la caridad. Emergieron las primeras comunidades religiosas, especialmente los monjes de la regla de San Benito, cuyos monasterios prestaban, al mismo tiempo, los caritativos y útiles servicios de enseñanza a los pobres.10

Sin embargo, a partir de la invasión mahometana, la caridad y la beneficencia se replegaron un tanto, pues la caridad no era una virtud de los seguidores de Mahoma.11 Los obispos, monjes y nobles se refugiaron en las montañas de Asturias, en donde la caridad y la beneficencia se ejercieron en gran escala, se fundaron cien monasterios que tenían el carácter de hospitalarios.12

Durante los siete siglos que duró la Reconquista, la caridad y la beneficencia se convirtieron en una estrategia de fortalecimiento de lo hispano frente a lo moro, dado que a medida que se recuperaba un territorio a los mahometanos se fundaron, más como una iniciativa privada, individual, que pública o estatal, congregaciones religiosas y establecimientos benéficos y socorro de los pobres, en lo que contribuyeron los reyes, la nobleza y las municipalidades. El número y monto de las donaciones fue muy superior a la demanda.13

En la Edad Media, en los tiempos de las cruzadas, fue cuando la caridad y la beneficencia tomaron caracteres diferentes: la primera, privada y muy influenciada por la Iglesia católica; la segunda, pública y eminentemente estatal. Es así como en España aparecieron las órdenes militares y surgieron las órdenes mendicantes; el carácter de las últimas fue la dedicación a la caridad, vivían y subsistían de la limosna que recogían, no para sí, sino para los pobres; se entendían con todas las clases de la sociedad, tuvieron por principal protector al pueblo, a cuyo auxilio se debió el que el suelo español se cubriese de comunidades regulares. Sus claustros eran accesibles a los individuos de las clases más íntimas de la sociedad, y en ellos eran educados gratuitamente, llegando a ser hombres respetados y de gran influencia.14

No obstante, con el tiempo, el inicial espíritu caritativo se fue transformando, la correcta administración de los establecimientos benéficos se relajó mucho; la limosna dada por los conventos a todo el que la reclamara fomentó la vagancia generalizada. Situaciones que se evidenciaron a finales del siglo XVIII. A partir de la desamortización de bienes de la Iglesia, durante la segunda década del siglo XIX, la caridad cristiana se transformó, el Estado comenzó a intervenir en la formulación de políticas reguladoras, convirtiéndola en uno de sus intereses, se fortaleció la beneficencia.15

Así, la inspiración de la caridad es religiosa, se la considera como un deber religioso, como un compromiso moral en busca del progreso social; es una solución para las amenazas de los problemas sociales y las desarmonías, como también un medio para ganar estatus social. Es así como, desde sus orígenes, se consideró que “cada hombre tenía el deber como cristiano de socorrer a su prójimo menesteroso; pero estos mismos hombres reunidos no se creían en la propia obligación; el Estado no reconocía en ningún ciudadano el derecho de pedirles socorro en sus males supremos. Los desvalidos acudían al altar; no era de la incumbencia del trono el consolarlos”.16

La caridad es intervencionista, fue así como, en la segunda mitad del siglo XIX colombiano, fue asumida por el Partido Conservador, en alianza y subordinación con la Iglesia católica.17 Por lo general, se agruparon en asociaciones católicas que se ornaban con una parafernalia que claramente puso de manifiesto su ideal de una república confesional.18

La caridad, al igual que la asistencia, la pobreza, etc., ha tenido cambios históricos en su concepción, especialmente a partir del siglo XVIII, pues con el advenimiento de la Ilustración y el despotismo ilustrado se comenzó a tener en cuenta la calidad del pobre, y la caridad, como entonces era concebida por la Iglesia católica, comenzó a ser objeto de duras críticas, ya que se la consideró como la causa principal del fomento de la mendicidad, al garantizar el sustento de los pobres.19

Tanto la caridad como la beneficencia fueron actividades concebidas y ejercidas de manera separada. Sin embargo, siempre estuvo presente un desafío: el enlazarlas, en ponerlas en armonía. El punto estuvo en que el Estado, aislándose de la caridad privada, no podía auxiliar debidamente ni el cuerpo del menesteroso ni su alma, por lo que, muy a su pesar, la Iglesia católica terminó por modernizarse y recurrió a los mismos dispositivos culturales del mundo moderno: la prensa, la asociación, la escuela. Organizó una eficaz red de agentes que le garantizó la puesta en marcha de un activismo social concentrado en el frente de la caridad,20 en el que tuvo esencial papel el contacto directo con los pobres, promovido principalmente, para el caso del territorio colombiano, después de 1857 con la erección de la Sociedad de San Vicente de Paúl, convirtiéndose en modelo de control y proselitismo religioso que logró resultados palpables en el momento de hacer los balances de gestión.21

A partir del siglo XIII, con el advenimiento de la Edad Moderna, paulatinamente las funciones que cumplía la Iglesia comenzaron a ser asumidas por el Estado o por las iniciativas privadas amparadas por los poderes públicos,22 lo que dio inicio a una asistencia diferente a la que hasta entonces había ejercido la Iglesia, que tomó y resignificó el concepto de beneficencia.23

En sus comienzos, en Occidente, a la beneficencia se la concibió, en primer lugar, como un sentimiento, innato en el hombre;24 en segundo lugar, como la virtud de hacer bien, en la que intervenían dos elementos, uno material, otro moral. Se la confundió con la religión, ya que para echar a andar una fundación benéfica se acudía al obispo, y principalmente al pontífice, pues este era considerado como el jefe de la Iglesia; los reyes mismos acudían a él a fin de que los autorizase para fundar un establecimiento de beneficencia en sus propios Estados.25

En general, durante el Antiguo Régimen se mantuvo el concepto tradicional de beneficencia como ejercicio de caridad cristiana ejercida por los particulares, de ahí el apelativo de caridad o misericordia aplicado a los hospitales.26 En la modernidad, a la beneficencia se la trató de separar de la Iglesia, se convirtió en compasión oficial, estatal o pública, se la consideró como amparo al desvalido, con un sentido de orden y justicia;27 por lo que, para cumplir este objetivo, se crearon diversas instituciones: casas, fundaciones, mandas, establecimientos y demás institutos benéficos, y los servicios gubernativos referentes a ellos, a sus fines y a los haberes y derechos que les pertenecen; intervienen en ella el que hace el beneficio y el que lo recibe.28 De tal forma que el reto, a la hora de organizar la beneficencia, es que esta logre “buscar ese algo bueno que tienen hasta los más malos”.29

En los países de ideologías liberales y gobiernos democráticos, además del esfuerzo por separar a la Iglesia del Estado, ha existido un continuo forcejeo para definir las esferas de responsabilidad pública y privada.30 Es así como, a partir de finales del siglo XVIII, con el advenimiento del Nuevo Régimen, y el emerger del liberalismo que, en contraste con su caracterizado individualismo y con uno de sus principios esenciales: el de la mínima intervención del Estado, se caracterizó a la beneficencia como una obligación moral de carácter colectivo, y se consideró que en materia de beneficencia la función básica del Estado era organizar, lo que implicó crear instituciones jurídicas, organizar y controlar los recursos privados, colaborar en la creación de los establecimientos y garantizar una estabilidad en el cometido de socorro que la iniciativa privada por ella misma no podía garantizar.31

Por lo tanto, la beneficencia apareció como una política de Estado, pues este, tímidamente, comenzó a aceptar la asistencia a los más necesitados como un deber y expidió las primeras leyes de beneficencia, ya que no existía una rígida delimitación entre lo público y privado, las dos esferas no estaban nítidamente separadas y dotadas de reglas propias y específicas.

En España y sus colonias, el cambio de concepción se dio a partir de la Constitución de Cádiz de 1812, en la que se consagró que la beneficencia pasaba a ser caridad social ejercida oficialmente por los poderes públicos. La caridad particular pasó a ser una beneficencia oficial. El espíritu católico, para cada necesidad, creaba un establecimiento dotándolo con abundantes bienes, pero, al hacerse la beneficencia oficial, esos bienes pasaron a ser patrimonio del Estado, y a partir de entonces este se impuso la carga de atender las necesidades de los pobres.32

Así, en España, la beneficencia, como política y ejercicio del Estado, se regularizó durante la segunda mitad del siglo XIX, cuando, para perfeccionar el amparo al desvalido, el Estado tuvo que ensayar, probar y dudar, por lo que, en ocasiones, cometió errores de criterio, pero también tuvo muchos aciertos. Proceso que fue similar en las antiguas colonias españolas, con obvias particularidades marcadas por la conformación de aquellas en Estados nacionales.

Desde entonces hasta el presente, la beneficencia, además de perder su carácter místico y situarse en una perspectiva terrenal, ha tenido una orientación secular y eminentemente estatal, convirtiéndose en un problema político concerniente a la organización social y administrativa. En realidad, solo hasta el siglo XIX la administración pública reconoció los deberes que tenía que llenar con respecto a la beneficencia. Fue así como, en España, el 30 de noviembre de 1833, por primera vez se consignaron las funciones y obligaciones de la administración pública en lo concerniente a la beneficencia. Unos años después, el 20 de julio de 1849, se publicó la segunda Ley de Beneficencia, en la que se determinó que todos los establecimientos de beneficencia eran públicos, excepto aquellos cuyo costo era asumido con fondos propios, dotados o legados por particulares, cuya dirección y administración estuvieran confiadas a corporaciones autorizadas por el gobierno para este objeto, o por patronos designados por el fundador.33

Esas reglamentaciones y leyes respondieron a que se comprendió que la administración pública garantizaba la estabilidad necesaria para que la beneficencia cumpliera su cometido, ya que el Estado es quien le da su razón de ser, es él a quien le corresponde determinar el número de establecimientos de beneficencia que deben funcionar en cada capital, población o partido; señalar los locales, y aprobar e impulsar las condiciones higiénicas, los reglamentos, etc.; establecer e indicar los casos en que el individuo tiene derecho al auxilio de la sociedad; asegurar garantías a la caridad privada para que los donativos sean destinados y utilizados de manera adecuada y correcta, por lo que se estableció que la ayuda estatal, encauzada a través de la beneficencia, debía ser para los enfermos, la pobreza, la infancia, y con reservas para los ancianos. Por ningún motivo podía prestar su apoyo a la prostitución, el vicio y el crimen.

Ese enfoque, secular y estatal, de alguna manera impersonal, ha sido criticado por algunos tratadistas especializados, por considerar que “la beneficencia ni educa al niño, ni consuela al anciano, ni moraliza al enfermo; es como un cuerpo sin alma”,34 habida cuenta de que, sobre todo, “en los donativos, tuvo mucho que ver la compasión, la abnegación y la virtud, la inclinación a dar pero también la vanidad, el donante entraba en competencia con sus semejantes a ver quién daba más, de mostrarse como dadivoso”.35

De todas formas, en la Colombia de la segunda mitad del siglo XIX, la beneficencia se relacionó con el Partido Liberal y con la masonería, estuvo vinculada a la actividad estatal.36 Desde entonces ha sido objeto de la llamada esfera pública.

1.2. La relación entre la beneficencia, la filantropía y la masonería

La filantropía ha existido en todos los tiempos y ha sido reconocida por todas las religiones.37 A la filantropía se la define como el amor al prójimo, es la disposición o dedicación activa a promover la felicidad y el bienestar de los congéneres. Es la compasión filosófica, que auxilia al desdichado por amor a la humanidad y la conciencia de su dignidad y su derecho.38 El filántropo es la persona que se distingue por el amor a sus semejantes y por sus obras en bien de la comunidad.39

No obstante, para algunos autores y tratadistas conservadores, como Chateaubriand, la filantropía es moneda falsa de la caridad, auxilia al que padece, por inspiración natural, independientemente de otro sentimiento, socorre al pobre porque le repugna, y es necesario alejarlo para que no turbe los goces del filántropo.40 Se la consideró como el “retrato vivo, la personificación del egoísmo, aparenta querer el bien, mas para hacerlo no se inspira del desinterés de la caridad, que, por el contrario, es la modestia... se sostiene constantemente de la abnegación, del desinterés, y de los sacrificios”.41

De hecho, la filantropía es una característica de las sociedades de clases, liberales e individualistas, así como de las sociedades cristianas occidentales, más de las protestantes que de las católicas u ortodoxas; gran parte de su desarrollo y tendencias se ubican a partir de la Revolución Industrial, y del crecimiento de las ciudades, en las que surgieron instituciones benéficas de carácter secular y privado, que con el tiempo entraron bajo la jurisdicción del Estado. Durante el siglo XIX, a consecuencia de la modernidad religiosa, el laicismo promulgado por el liberalismo y la masonería, la filantropía se convirtió en una importante herramienta de acción.

En España, a los inicios de la filantropía se los ubica a fines del siglo XVIII, muy vinculada con las sociedades económicas de amigos del país, promovidas durante el reinado de Carlos III. La primera sociedad económica fue creada en 1765, en las provincias vascongadas, y llegaron a existir 56 en territorio español.

Las sociedades económicas fueron trasladadas a América. En el Virreinato de la Nueva Granada, la primera comenzó a funcionar, en 1781, en Medellín, a la que siguió la de la Villa de Mompox, a partir de septiembre de 1784, que se preocupó especialmente por el adelantamiento del cultivo del algodón.

En el año de 1791, Pedro Fermín de Vargas, Antonio Nariño y algunos otros criollos, muy vinculados al inicio de la masonería en el interior del Virreinato, insistieron en la necesidad de establecer sociedades económicas, pero hicieron énfasis en que debían procurar el adelantamiento de todos los aspectos relacionados con la agricultura. Los sucesos en que se vieron involucrados Nariño y Vargas impidieron que se cristalizase la idea.

Diez años después, Jorge Tadeo Lozano promovió la fundación de una sociedad patriótica en Santafé de Bogotá, con fines mucho más amplios que la que pensaban los dos precursores, pues su fin fue el de promover y auspiciar el comercio, la industria y la agricultura.42

En las sociedades españolas, se promovió una filantropía que unió la caridad, el espíritu cristiano y la asistencia, pero su labor no fue desinteresada: utilizaban los socorros que administraban como vía de penetración con el mundo de los valores para imponerles nuevos valores y aptitudes políticas.43

La filantropía tiene una relación directa con la masonería, pues, de hecho, a la segunda se la define como una

asociación universal de carácter filosófico que práctica la filantropía e inculca en sus miembros el amor a la verdad, el estudio de la moral universal, de las ciencias y de las artes. Es una orden iniciática, es decir que se fundamenta en símbolos, leyendas y tradiciones que devienen de las antiguas iniciaciones, ritos y mitos... Tiene como emblema fundamental los principios enarbolados en la Revolución francesa de LIBERTAD, IGUALDAD Y FRATERNIDAD.44

El templo de la masonería es la logia, en él se borran las diferencias de clases, razas, fortuna y religión, de acuerdo con los señalados principios de libertad, fraternidad e igualdad, y de ayuda a los demás, que podían dar cauce de un modo especial a la filantropía y a la educación.45 Así, “la filantropía representa la virtud fundamental de la masonería, la cual están obligados a practicar celosamente sus miembros”.46

Sin embargo, la masonería no es una asociación exclusivamente filantrópica, pues no solo está dedicada a la caridad y el auxilio al necesitado. Tampoco es una institución de admiración recíproca “establecida con el fin de satisfacer la ambición y la vanidad de los que desean ocupar posiciones elevadas, usar insignias, joyas, epítetos sonoros y retumbantes”.47 Obviamente que no es un club social, ni una organización política, no es una iglesia, ni una orden religiosa.

En los templos masónicos se práctica

el libre examen, se propicia la libre investigación científica, se le rinde culto a la libertad de pensamiento, a la tolerancia por las ideas ajenas y contrarias, es adogmática, respetuosa de la ley del país donde actúa, del Estado de derecho, de la igualdad humana. Es ajena a la frivolidad de nacimientos y circunstancias determinadas por títulos, preeminencias y fortunas. Solo reconoce la superioridad del talento y el ejemplo de vida digno, respetuoso, racional, donde se alberga la tolerancia y el amor al prójimo. Su misión es luchar contra la ignorancia, la ambición y la hipocresía. No es una secta, no es un culto. Es una escuela de moral, un centro de estudios, un taller donde se procura formar líderes y buenos ciudadanos.48

Desde que la masonería especulativa arrancó, a comienzos del siglo XVIII, sus organizadores y promulgadores se preocuparon por organizar un cuerpo destinado a promover acciones benéficas y caritativas. Fue así como, en Inglaterra, en 1724, bajo la égida del Gran Maestro, el duque de Richmond, se organizó la Comisión de Beneficencia y el Instituto de Caridad, constituyéndose un fondo general destinado a socorrer a los hermanos pobres o desgraciados, a sus viudas y huérfanos.49

Entre beneficencia, filantropía y masonería existe una estrecha vinculación, pues los masones, si bien muestran una sincera preocupación por el problema social, acaban decantándose siempre hacia posiciones que preconizan la necesidad de armonizar los intereses de capital y trabajo, de restablecer las buenas relaciones entre patronos y trabajadores, cumpliendo cada uno de sus deberes y derechos. Sus intervenciones en este terreno, por lo tanto, rara vez van más allá de la práctica de la caridad y la beneficencia hacia los más necesitados.50

La estrecha relación entre beneficencia-filantropía-masonería siempre fue considerada por la Iglesia católica como “una careta... como también lo era que se repartieran, distribuyeran y parapetasen en sociedades anodinas de socorros mutuos, con nombres diversos y reglamentos incoloros de idílica simplicidad e inocencia”.51

Por lo demás, dados sus menguados y prácticamente insignificantes recursos económicos, las obras benéficas o caritativas, realizadas por los masones, difícilmente tienen una trascendencia pública. En la mayoría de los casos se vieron limitados a socorrer individualmente a familias indigentes o a miembros de la orden que por distintas razones se encontraban en apuros económicos. Así, en los siglos XVIIII y XIX, el reparto de limosnas de pan o la organización de rifas para fines benéficos eran prácticas habituales en el seno de las logias, aunque también se realizaban para conmemorar algún acontecimiento importante.52

1.3. El liberalismo y la masonería colombiana y su papel en la implantación de la beneficencia

A partir de la década de los treinta del siglo XIX en Francia e Inglaterra y de la de los cuarenta en España, se abrió camino y se hizo realidad la idea que el progreso de la civilización y la industria implicaban importantes costos sociales. Se configuraron entonces dos tendencias irreconciliables frente al desarrollo del catolicismo: la liberal, que pensaba que el pauperismo, la nueva miseria, era un tributo que exige el proceso civilizador; la socialista y comunista, que proclamó la lucha de clases y la revolución social como medios para terminar con la explotación del hombre por el hombre, por lo que la economía social se presentó como el mejor amortiguador de la lucha de clases.53

La pequeña y mediana burguesía, representada por médicos, filántropos, higienistas, economistas, alienistas y otros reformadores sociales, muchos de ellos vinculados a la masonería, se propusieron mediar en la guerra social imprimiendo unas obligaciones que sirvieran de lenitivo a las duras condiciones de vida de los trabajadores. Simultáneamente, propusieron una tutela diversificada de las clases populares que evitara las insurrecciones, las epidemias, los baños de sangre, y redujera y neutralizara su peligrosidad social.54

En la Nueva Granada esas ideas fueron trasladadas. En un primer momento, entre 1845 y 1849, durante el primer gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera. A continuación, en el gobierno de José Hilario López, entre 1849 y 1853, con la implantación de las reformas de medio siglo. Además de ser oriundos de Popayán y amigos de infancia, ambos habían combatido en las guerras de Independencia, aunque luego militaron en diferentes bandos, Mosquera en el de Bolívar y López en el de Santander, los dos se vincularon a la masonería. Mosquera ingresó a la logia Los Hermanos del Sur de Popayán en 1821, a los 23 años, alcanzó el grado 33, más adelante jugó un papel fundamental en el crecimiento de la hermandad; López lo hizo en 1834, a los 36 años, en Cartagena, en la logia Hospitalidad Granadina, alcanzó el grado 18, posteriormente, a partir de 1849, fue aceptado en la recién erigida logia Estrella del Tequendama N° 11, de Bogotá, como miembro honorario.55

En torno a las tendencias de concebir el desarrollo del capitalismo, hubo muchas discusiones y enfrentamientos, entre liberales y conservadores, mediando siempre la Iglesia católica. En todo ello la masonería neogranadina tuvo siempre un papel protagónico importante, simultáneamente la beneficencia, poco a poco, fue ganando un espacio.

En efecto, entre 1849 y 1867 los diferentes gobiernos liberales, emparentados con la masonería, no se interesaron mayor cosa por promover la beneficencia, aunque en los nombres de las logias aparecían palabras relacionadas con ella: filantropía, amistad, hospitalidad, caridad, y sus estatutos y principios consagraban actividades acordes. Lo político y lo ideológico marcaron, desde las primeras logias formadas durante la Gran Colombia,56 lo que de alguna manera fue una característica de la masonería colombiana, a diferencia de, por ejemplo, España, donde la masonería a partir de 1820, originariamente había tenido, ante todo, un fin caritativo y filantrópico, solo pasado algún tiempo fue que se convirtió en un instrumento político.57

En el territorio de la actual Colombia, hasta 1867, la situación no había variado mucho desde la Colonia: las labores de caridad eran adelantadas por las comunidades religiosas y por algunas sociedades promovidas por la Iglesia católica. No obstante, en el imaginario de algunos masones neogranadinos existían ciertas inquietudes respecto a la relación entre la masonería, la caridad y la beneficencia. De hecho, en las tenidas, no solo neogranadinas, sino de otros lugares del planeta, siempre fue recursiva una palabra mágica: la caridad masónica, considerada como el lazo de unión de la humanidad.58

Es así como, el 24 de junio de 1850, Salvador Camacho Roldán definió la masonería, entre otras, como

la caridad es la única esperanza de los millones de desgraciados que pueblan la tierra… Caridad, igualdad i amor, he aquí, hermanos míos, los sentimientos que debe inculcar en nuestros corazones i deben ser el norte de nuestra conducta allá en el bullicio de la sociedad profana, como acá en la tranquilidad de este recinto… este taller [debe estrechar] entre nosotros los dulces lazos de fraternidad i amor sincero con que hemos jurado unirnos para siempre, i nos de valor i perseverancia para continuar en la ardua tarea de civilización que hemos emprendido.59

El mismo día, José María Samper proclamó que “la masonería es la República por excelencia, fundada en todas las naciones… la libertad, la igualdad i la fraternidad son los tres grandes pensamientos de la democracia i la masonería… la masonería, casi como un segundo Cristo, vino a realizar esos bellos principios redentores para procurar el bienestar de las sociedades”.60

O como en 1862 lo hizo Mosquera al constituir la Orden Redentora y Gloriosa de Colombia.

De hecho, cuando a partir de 1849 se vincularon varios jóvenes abogados a la hermandad, lo hicieron, entre otras cosas, porque para entrar a una logia bastaba tener una buena condición económica y estar dispuesto a pagar las cuotas, que eran elevadas,61 y porque “[la masonería], era una institución altamente humanitaria que trabajaba solamente por la fraternidad, la libertad, la caridad, y la ilustración universales, y la acepte con entusiasmo. La idea de formar una asociación que se extendía a través de los siglos por el mundo entero para hacer el bien, sin distinción de razas, religiones ni gobiernos, halagaba mucho mis sentimientos de filantropía y cosmopolitismo”.62

En general, a nivel mundial, las logias dedicaron esfuerzos a las labores o campañas benéficas: aportes para ayudar a un hermano o hermanos en desgracia, inauguración de colegios gratuitos para niñas, instalación de escuelas de artes y oficios, establecimiento de sala cunas, inauguración de casas de socorro, fundación de sociedades para extinguir la mendicidad, creación de juntas de socorro para atender las necesidades de la clase trabajadora y de los posibles afectados por las epidemias de cólera.63 En la Nueva Granada, y posteriormente en los Estados Unidos de Colombia, también se dieron ese tipo de labores o campañas, pero poca atención se les ha prestado por parte de la historiografía.

Cada logia administraba un fondo para los pobres, también conocido como de beneficencia. Es así como, desde los comienzos en 1846-1849, la logia Estrella del Tequendama contó con recursos para auxiliar a los necesitados, representados en el tronco de los pobres, que consistía en una limosna que se recogía al terminar cada tenida, cuyo monto se repartía a la salida del templo masónico.

Cuando un masón era investido con un grado superior al 18, siempre se tuvo en cuenta que “el gozo y el bien son expansivos, a reglón seguido, se determinaba sacar del fondo común de beneficencia una suma destinada a una logia, normalmente en la que el masón había sido iniciado”.64 Igualmente, se recolectaban fondos “para socorrer a hijos de viudas y a hermanos pobres en desgracia”,65 que eran repartidos en “secreto, sin ruido y ostentación”.66 Pues, para ser masón, había que demostrar docilidad a las disposiciones sobre la protección recíproca entre hermanos.67

Obviamente que, cuando un hermano se encontraba en dificultades, se hacía lo posible para socorrerlo, por ejemplo, en la tenida del 11 de marzo de 1881 de la logia Propagadores de la Luz, se acogió la idea de su similar, la del Tequendama, de adelantar una colecta en favor

del joven Luis Merizalde afligido de elefancia. El Venerable quiso explorar la voluntad de los hermanos presentes para saber cual o cuales querían hacerse cargo de la comisión. El Hermano Victoriano Peña propuso hacer imprimir una esquela implorando la Caridad de los hermanos miembros activos en favor del joven que la ha solicitado. El Venerable ofreció hacer la impresión de las esquelas sin costo alguno, en lugar de la cuota que le corresponda.68

Las logias sirvieron también para prestar dinero a los hermanos que pasaban apuros económicos. Es así como, el 29 de agosto de 1867, en el seno de la logia Propagadores de la Luz, el tesorero Antonio Clopatofsky manifestó “que hacía presente al taller, que… se ha dirigido al Hermano Rafael Mendoza con el objeto de indicarle la necesidad que hai para que el expresado Hermano reintegre al Tesorero de la Logia la cantidad de cien pesos que se le dieron en calidad de préstamo por el término de dos meses”.69 En la tenida del 19 de septiembre se informó que Mendoza había tenido inconvenientes para reintegrar el mencionado préstamo, pero que ya lo había cancelado.

1.4. Las epidemias: un primer intento por organizar las actividades de beneficencia

Entre 1849 y 1850, el país sufrió una epidemia exógena70 de cólera morbus que tuvo sus primeros síntomas en la costa Atlántica, entre julio y agosto de 1849, y se fue extendiendo por el río Magdalena a lo largo del país. Entre abril y mayo de 1850 hizo su aparición en Bogotá, situación que obligó al Estado a organizar las actividades de beneficencia y contó con la colaboración de la recién reabierta masonería del centro del país.

El cólera morbus asiático había pasado de la India a Europa en 1831. Para 1833 llegó a Estados Unidos, Chile y otras naciones americanas, dejando a su paso miles de muertes, y amenazaba con llegar a la Nueva Granada, por lo que el gobierno trató de tomar medidas preventivas y solicitó recomendaciones a la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Bogotá, que a su turno nombró una comisión compuesta por los profesores Benito Osorio y Manuel Niño para redactar una memoria sobre el cólera morbus. Los dos galenos definieron la enfermedad como contagiosa y propusieron la adopción de un cordón sanitario o cuarentena, sugerencia que fue acogida y puesta en práctica por el gobierno, pero que causó alarma y molestias en la población.

La memoria pasó al Tribunal Médico, cuyo censor era el médico Antonio María Silva Fortoul, tío abuelo del poeta José Asunción Silva Gómez. El destacado censor recibió la memoria con el encargo de que la analizara y diera su concepto, el cual fue adverso. Osorio y Niño respondieron airadamente, y se entabló una encarnizada polémica en la que se enfrentaron dos escuelas médicas: Silva era partidario de la escuela fisiológica del doctor Broussais, que consideraba que el cólera no era una enfermedad que se trasmitiera por contagio, sino que era una modalidad de gastroenteritis enteramente aguda, que se extendía desde la garganta hasta el último intestino, la que debía ser controlada con medidas pertinentes, opiniones que contradecían la cuarentena recomendada por la comisión de la Facultad, por lo que causaron la burla y el rechazo de parte de la mayoría de los médicos.71

Entre 1839 y 1842, durante la Guerra de los Supremos, se presentó una epidemia de viruela. En 1840, la viruela anduvo a sus anchas por Cartagena, contribuyendo aún más a las condiciones de pobreza y precariedad de la población. Tanto en Cartagena como en el resto del país se cumplió una campaña contra la viruela, cuyo enfoque principal fue adelantar la vacunación masiva de la población, en la que participaron los jóvenes médicos Antonio Vargas Reyes y Antonio Vargas Vera, quienes, a partir de entonces, se destacarían en el ejercicio de la medicina, en el establecimiento y consolidación de la profesión como disciplina académica, en el fortalecimiento de las actividades de beneficencia y filantropía, ambos se vincularían a la masonería en 1850. En 1842, según parece por motivos políticos, Vargas Reyes, que había participado en los ejércitos rebeldes durante la Guerra de los Supremos, tuvo que viajar a París.

Al presentarse los primeros brotes del cólera en la costa Atlántica, los diferentes estamentos sociales, políticos y económicos del interior del país trataron de tomar medidas preventivas para evitar la difusión y contagio. Es así como, entre 1849 y 1850, al discutirse qué medidas preventivas debían tomarse, los estamentos científicos y sanitarios se inclinaron por el concepto emitido por Silva Fourtoul en 1833, se enfatizó especialmente en la inconveniencia del aislamiento, se debían tomar medidas de seguridad, mejorar la salubridad, cuidar la higiene, aumentar el aseo. Sin embargo, no se sabía exactamente la causa o causas, la que solo en 1884 fue dada por Roberto Koch, quien descubrió que el cólera morbus era producto de una bacteria, el vibrión colérico, lo que implicó que al fin se pudieran adoptar medidas preventivas que pudieran erradicar la enfermedad en su origen.

La epidemia de cólera de 1849 causó grandes estragos en la ciudad de Cartagena, prácticamente la diezmó, pues de 12 000 habitantes que tenía la ciudad, durante las seis semanas que duró, el cólera cobró 4000 víctimas, es decir una tercera parte. Durante esas semanas, varias veces al día se disparaban los cañones desde las plazas para intentar purificar el aire, se hacían fumigaciones y colectas públicas para apoyar a los necesitados con alimentos y medicina. La epidemia se expandió, primero a las poblaciones ribereñas del río Magdalena y luego, río arriba, al resto del país.72

Al presentarse los primeros brotes de cólera en Bogotá, la logia Estrella del Tequendama estuvo presta a socorrer a los enfermos: en agosto de 1850 envió un jugoso auxilio económico a los clérigos de Cartagena, producto de una colecta adelanta entre los efectivos.73 Cuando el mal llegó a Bogotá, la ciudad se hallaba totalmente desprotegida, al punto de que rápidamente se tuvo que habilitar una sala, conocida como de coléricos, en el Hospital San Juan de Dios, en cuyo auxilio económico participó igualmente la logia.

Pese a que se había creado, a las carreras, una junta de sanidad, en la que participaron los miembros de la logia, poco se hizo para controlar la epidemia, a excepción de limpiar los muladares existentes en las orillas de los ríos San Francisco y San Agustín.74 Otra medida que se tomó fue que se ordenó el blanqueamiento inmediato de todas las fachadas de los edificios comprendidos en el área de la ciudad, y se recomendó que el blanqueamiento fuera hecho con cal por considerarla como materia aparente para desinficionar el aire. Operación que se ejecutó, por cuenta del peculio de los dueños y residentes, en los quince días siguientes a la expedición del respectivo decreto.75

Durante los períodos en que se presentaron epidemias, tanto las sedes de las logias como los templos católicos quedaban disponibles para las prácticas de la caridad cristiana. Es así como, en 1849, en Cartagena, con ocasión de la epidemia de cólera, los masones que ejercían las profesiones de médicos o farmaceutas, en su mayoría de origen español, cuidaban gratuitamente a los enfermos, los templos masónicos se transformaron en improvisados hospitales.76

Pese a los esfuerzos que se adelantaron, a mediados del siglo XIX, por prevenir y atacar las pandemias que se fueran presentando, flotaba en el ambiente cierto convencimiento de que faltaba más solidaridad, no existía una política pública para afrontar esas emergencias sanitarias. Es así como Camacho Roldán consideró que “esta falta de espíritu público, esta carencia de sentimientos de solidaridad, es uno de nuestros defectos nacionales, al que es un deber de todos, pero principalmente de los periodistas, buscar corrección”.77

1.5. La masonería y el ejercicio profesional

En Cartagena y en general en el Caribe colombiano, las relaciones de la masonería con la sociedad, especialmente con la Iglesia, fueron diferentes, pues allí hubo una colaboración permanente entre las logias, la Iglesia y las autoridades estatales; la élite cartagenera, ora liberal, ora conservadora, se vinculó a la hermandad; no se presentó, como si lo hubo en el centro del país, un agudo conflicto.

En la Heroica, los médicos de la ciudad enfrentaron la pandemia, nos interesa destacar dos: Antonio Abad Tatis y Vicente A. García;78 el primero jugó un importante papel en el Oriente de Cartagena; al segundo, que seguramente también fue masón, se lo reconoce como un destacado médico filántropo, ya que jamás recibió remuneración alguna por sus servicios médicos, la fuente esencial de sus finanzas fue, como muchos otros médicos de la época, una botica o farmacia. García, en 1872, volvió a ponerse al frente de una nueva epidemia, esta vez de dengue, que nuevamente diezmó la ciudad.

A comienzos de 1849, el presidente Tomás Cipriano de Mosquera contrató al médico Antonio Vargas Reyes para que diseñara una campaña tendiente a prevenir, evitar y contrarrestar las posibles pandemias de cólera. Materia en la que el eminente médico contaba con experiencia, dado que, como ya se mencionó, entre 1840 y 1841, junto con su amigo y colega Antonio Vargas Vera, apodado el Cabezón, habían desarrollado una eficaz campaña de vacunación contra la viruela, pero, además, Vargas Reyes tenía una excelente formación, adquirida en París, en el campo de la patología clínica.

Efectivamente, entre 1842 y 1847, Vargas Reyes había permanecido en París, ciudad en la que perfeccionó y profundizó en sus conocimientos médicos, con especial énfasis en lo concerniente a la patología clínica. A su regreso a la Nueva Granada fue vinculado al Hospital San Juan de Dios y como catedrático de patología especial en la Facultad de Medicina de la Universidad Central de Bogotá, cargos que le permitieron emprender con ahínco el encargo presidencial. Experiencia que años después, en 1864, cuando una nueva epidemia de cólera atacó a Bogotá, fue definitiva para controlarla. En la revista La Gaceta Médica, fundada, en 1867, por él, publicó algunas reflexiones y conclusiones sobre el cólera, entre las que se destacan que la enfermedad era el resultado de las condiciones higiénicas de la vida urbana.

Como se esbozará en subsiguientes páginas y capítulos, Vargas Reyes contribuyó a la cualificación de los estudios médicos en el país y en la constitución de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional en 1867, como también en la erección y funcionamiento de la Junta General de Beneficencia en 1869.

Ahora bien, Vargas Reyes se vinculó, en 1850, junto con su colega Juan José Olarte, a la masonería, a la logia Estrella del Tequendama N° 11 de Bogotá, constituyéndose, quizás, en los primeros galenos que se afiliaron a la renacida masonería en la capital del país. Ambos, junto con otros médicos que se afiliaron a la hermandad bogotana,79 y al igual que otros galenos de otras latitudes del planeta, entendieron que, a través de la beneficencia, la medicina tenía una forma de proyección social.80

Pero en ello medió mucho que, entre los principios generales de la masonería, además de los derechos del hombre y del ciudadano, estaban los de la separación de la Iglesia y el Estado; el matrimonio y el registro civil; la secularización de los cementerios, de la enseñanza y de la beneficencia.81

Es necesario enfatizar que la vinculación de los médicos a la masonería bogotana, como de otros lugares de la nación, fue relativamente importante. De una selección de 356 personajes (ver anexo 3), casi todos influyentes en diferentes aspectos de la vida social, económica, política y cultural, entre 1845 y 1886, se puede ver un resumen en la tabla 1.1.

Tabla 1.1. Resumen de personajes 1845-1886, agrupados por profesión 82


Lo que gráficamente se ilustra en las figuras 1.1 a 1.4.

Figura 1.1. Personajes, 1845-1886

Figura 1.2. Personajes 1845-1886 en porcentajes

Figura 1.3. Profesionales masones

Figura 1.4. Profesionales no masones

Así es como hemos podido ubicar 47 médicos, un 13,20 %, que se destacaron no solo en el ejercicio de su profesión, sino en diferentes actividades de la vida nacional. De esa muestra de 47 médicos, 32 de ellos, el 66,08 % del total pertenecieron a la masonería, lo que no es de extrañar, pues la masonería durante el siglo XIX, en el territorio de la actual Colombia, fue una forma de sociabilidad de las élites políticas, económicas, científicas y culturales, habida cuenta de que en ese entonces ser médico era pertenecer a la élite o estar muy cerca de ella. No es entonces extraño que 16 de los 32 masones médicos pertenecieron a la logia Estrella del Tequendama, la logia madre de la masonería de la Región Andina, dado que una de sus características fue la de acoger a las mencionadas élites. No obstante, la excepción, la del médico boyacense Manuel María de los Santos Acosta, miembro de la logia Propagadores de la Luz, de Bogotá, fue la más significativa, pues él fue uno de los tres médicos que han sido presidentes de Colombia; los dos restantes fueron Manuel Benito de Castro, presidente de Cundinamarca en 1812, y José Fernández Madrid en 1816.

Tabla 1.2. Médicos destacados, reseñando los pertenecientes a la masonería 86

Persona Logia
Antonio Abad Tatis Logia Hospitalidad N° 1 de Cartagena. Grado 33
Manuel María de los Santos Acosta Castilla Logias Filantropía Bogotana y Propagadores de la Luz. Grado 3
José Araújo Masón
Leoncio Barreto
Francisco Bayón
Ángel María Céspedes Masón
Juan Bautista de Brigard Sordo
Domingo Esguerra Ortiz Logia Luz del Tolima N° 17 de Ambalema
Bernardo Espinosa Escallón Logia Filantropía Bogotana N° 16. Grado 3
Vicente A. García Masón
José Ángel Gómez Logia Hospitalidad N° 1 de Cartagena. Grado 33
Gabriel González Gaitán
Narciso González Linero
Rafael Gutiérrez
José Luis Guardiola Logia Estrella del Atlántico N° 23 de Santa Marta. Grado 3
Guillermo León y Carreño Logia Estrella del Saravita N° 5 del Socorro. Grado 30
Jacinto León Carreño Logia Estrella del Saravita N° 5 del Socorro
Vicente Lombana Buendía Logia Estrella del Tequendama N° 11
Cayetano Lombana Logia Amistad Unida N° 808 de Santa Marta
Joaquín Maldonado Logia Estrella del Tequendama N° 11, Grado 3
Antonio José Matos Masón. Grado 31
José Félix Merizalde
Juan José Olarte Logia Estrella del Tequendama N° 11. Grado 3
Juan María Pardo
Andrés María Pardo Álvarez Logia Estrella del Tequendama N° 11
Emiliano Pereira Gamba Logia Estrella del Tequendama N° 11
Manuel Plata Azuero Masón
Esteban M. Pupo Logia Unión Momposina N° 18
José María Quijano Otero
Daniel Rodríguez Logia Luz del Tolima de Ambalema N° 17. Grado 3
Rodríguez Pinzón Logia Estrella del Saravita N° 5 del Socorro. Grado 30
José Manuel Royo Logia Unión Momposina N° 18. Grado 3
Juan de Dios Riomalo Logia Estrella del Tequendama N° 11. Grado 33
David Torres Solano
José Jerónimo Triana Silva Logia Estrella del Tequendama N° 11. Grado 3
Gabriel Ujueta Amistad Unida N° 808 de Santa Marta
Manuel Uribe Ángel
José Vicente Uribe Restrepo
Ezequiel Uricoechea y Rodríguez Logia Estrella del Tequendama N° 11. Grado 3
Antonio Vargas Reyes Logia Estrella del Tequendama N° 11. Grado 3
Antonio Vargas Vega Logia Estrella del Tequendama N° 11. Grado 3
Liborio Zerda
Ignacio Antorveza Logia Estrella del Tequendama N° 11
Federico Rivas Mejía Logia Estrella del Tequendama N° 11
Joaquín Sarmiento Logia Estrella del Tequendama N° 11
Salvador María Álvarez Bermúdez
José Víctor San Miguel y Tobar
José Peregrino San Miguel

La participación de los médicos dentro de las dignidades masónicas no fue masiva. En la masonería bogotana el más destacado fue, quizá, Juan de Dios Riomalo, vinculado a la logia Estrella del Tequendama en 1852, alcanzó el grado 33, el máximo dentro del rito escocés; en 1864 fue Primer Vigilante, y solo tenía el grado 3, al escalar en grados le permitió jugar un importante papel en la reactivación de la hermandad en la década de los setenta. Como iremos viendo, fue uno de los principales motores de la erección de la Junta Central de Beneficencia y colaborador permanente de las estructuras administrativas de los establecimientos de beneficencia, habida cuenta de que fue pieza fundamental de la Universidad Nacional. Junto con su colega Bernardo Espinosa, combatió, en 1862, a favor de los ejércitos de Mosquera en la defensa del convento de San Agustín.

Por lo general, los médicos que se vincularon a la masonería, como aprendices, fueron instruidos por sus hermanos, ora compañeros, ora maestros, y lograron el grado 3, con lo que adquirieron la ciudadanía masónica, y alcanzaron primero la dignidad de compañero y luego la de maestro, pero no fue corriente que ocuparan dignidades más altas.

De los que alcanzaron grados mayores y ocuparon altos cargos dentro de sus logias, además de Riomalo, hay que destacar al cartagenero Antonio Abad Tatis, que igualmente consiguió el grado 33, en calidad de tal fue en 1865 Soberano Gran Comendador del Consejo Supremo Neogranadino del grado 33,87 en 1862 fue miembro del Soberano Capítulo Rosa Cruz Concordia N° 1 de Cartagena; años después, en 1871 fue Primer Gran Vigilante del Serenísimo Gran Senado Masónico de Cartagena y Primer Gran Representante del Consejo Neogranadino de Cartagena.

1.6. Los primeros esfuerzos por la filantropía

En ocasiones, la filantropía fue utilizada como un arma demagógica por parte de los liberales. Sin embargo, la sociedad profana expresó inquietudes y reservas acerca del accionar general de la hermandad y en particular de sus labores filantrópicas. Es así como, en un documento de 1851 titulado La masonería sin velo, se analizó que a los masones se los tenía como individuos que manejaban un doble discurso: uno dentro de las logias, otro hacia el público, lo que se traducía en cierta inconsecuencia e incongruencia, y sobre todo generó suspicacias, comentarios y críticas:

[…] Destruyamos las órdenes monacales de uno i otro sexo echando por tierra sus monasterios; pero al mismo tiempo aparentemos al pueblo que somos verdaderos católicos asistiendo a procesiones i fiestas solemnes para poner a los profanos en completa confusión. Trabajemos por la destrucción del solio pontificio que se ostenta al lado nuestro, i que es el único obstáculo que nos impide triunfar… engañémoslos con los nombres de la Libertad... Fraternidad… seamos nosotros los que disfrutamos de ella que ellos nunca la verán. Finjamos tener odio al cadalso; pero empléanosle con los profanos siempre que convenga. Sea la calumnia nuestra arma favorita; i cuando llegue el día de nuestro triunfo nuestros rostros serán alumbrados por el sol i no velados por la triste luz de esa lámpara.88

Por lo que la labor filantrópica de los masones levantó serias dudas entre sus contradictores “[…] trabajemos en suplantar la filantropía a esa caridad que aun seduce a los espíritus débiles: inventemos el socialismo, para destruir a esos ricos, esa miseria de propietarios, que son la mas fatal rémora; nivelémoslos, repartamos con la mayoría sus acopiados tesoros, nadie tenga derecho sino a la casa en que viva, al terreno que pueda cultivar, i las masas beneficiadas serán nuestras, destruyamos la propiedad i cesará la teocracia”.89

Un ejemplo ilustrativo de la demagógica filantropía masónica podría ser el siguiente: el 1° de enero de 1852, día que por mandato del Congreso debía darse la libertad a todos los esclavos residentes en el territorio nacional, José María Samper, actuando como jefe político del cantón de Ambalema, reunió “a todos los esclavos en la plaza pública de la cabecera cantonal y les dirigió un sencillo y patético discurso sobre la filantropía de la República, que les devolvía su libertad y dignidad naturales, y sobre los derechos que adquirían y deberes que contraían respecto de la sociedad por el hecho de quedar emancipados y entrar en la categoría de ciudadanos”.90

El mismo Samper adelantó algunas acciones personales de carácter filantrópico, pensaba él: “Las pobres gentes de por allí [Chorrillo, Ambalema] sufrían mucho, por falta de médico y medicamentos, cuando padecían algunas dolencias, porque estas se agravaban, por incuria, hasta volverse incurables… Ello fue que hube de volverme médico, por caridad y magré moi… en año y medio curé cosa de trescientas dolencias, gratuitamente y mereciendo la gratitud de aquella pobre gente”.91

No obstante, fueron los conservadores, la Iglesia católica y el liberalismo draconiano, en especial los artesanos, los sectores que principalmente se interesaron por el bienestar de los pobres,92 mediante la caridad y una decidida participación de la mujer. En fin, para el caso de los artesanos y las mujeres, al decir de los liberales, estos eran sectores anclados en el orden tradicional a las fuerzas arcaicas de la sociedad.

En general, a partir de 1850, las mujeres de la élite, las que sabían leer y escribir y tenían alguna inclinación por las letras y las bellas artes se comprometieron decididamente en la sociabilidad caritativa, lo que implicó que salieran de su casa y de los salones de tertulias para visitar cárceles, administrar hospitales, en fin, se les confirió un lugar importante en la estructura asociativa de las actividades de caridad.

Labores caritativas se acrecentaron a partir del derrocamiento del general Melo, en diciembre de 1854, pues se creía, por parte de la Iglesia católica y los conservadores, que la mujer podía ejercer la caridad por un don natural, como un instinto, una necesidad y una dicha, pudiendo socorrer y consolar sin problemas,93 por lo que se les impuso la caridad como un deber y, gracias a la moral religiosa, se reivindicó para ella ese don o destreza para ejercer sistemáticamente dicha virtud teologal, lo cual se consolidó a partir de la renovación del culto al Sagrado Corazón de Jesús y la devoción a la Virgen María, que, por extensión, se expresó en la sacralización de la mujer. Subrayando que, a partir de las tertulias femeninas, y su decidida participación en las actividades caritativas, la Iglesia católica y el Partido Conservador promovieron una sociabilidad católica femenina,94 que convirtió a la mujer en un agente de la vida pública.

Dicho sea de paso, en el imaginario de los hombres del siglo XIX a la mujer se la consideraba como “una poesía viviente de la humanidad, nacida para el amor, el consuelo, la caridad i la esperanza”.95

El liberalismo, especialmente el de los gólgotas, posteriores radicales y esenciales miembros de la masonería, se opuso a la figuración política de la mujer, a que tuviera acceso al sufragio universal, etc., y a su participación en los asuntos públicos. Es así como, en los tiempos de la escuela republicana, José María Samper lanzó los siguientes conceptos sobre la mujer:

Permitidme dar algunas pinceladas sobre la cuestión recientemente promovida por algunos filántropos. Reconociendo que el socialismo tiene como única mirada la perfección social, hace creído que la condición de la mujer debe igualarse totalmente a la del hombre. Esta cuestión puede ser formulada en estos términos ¿Debe la mujer tener participación directa en el gobierno? Yo creo que no.

Hasta hoy se ha mantenido a la mujer en una condición triste y deplorable; pero esto no prueba que debamos tocar en el extremo contrario.

Si la mujer nos encanta con su angélica sonrisa, con su celeste mirada y su dulcísimo acento desde la cuna hasta el sepulcro; y si nos llena la vida de gratas emociones, de consuelo y felicidad, ya la estrechemos en los brazos diciéndole madre, ya la llenemos de caricias como fruto de nuestro amor, ya la adoremos de hinojos amándola con espiritualismo y ternura al contarle nuestro porvenir; si la mujer es el paraíso del corazón; ella merece la protección especial de la sociedad, un cuidado constante y delicado, y una educación que eleve su alma a la altura de su misión y haga su inteligencia tan bella como sus ojos.96

Dos años después, en 1855, Emiro Kastos, seudónimo de Juan de Dios Restrepo, expresó el siguiente depredador concepto: “Entre una mujer beata y una mujer políticastra, venga el diablo y escoja”. Existía cierto convencimiento de que la mujer debía quedarse recluida definitivamente en la casa, lo mejor era que la mujer aceptara de lleno sus graves y austeros deberes de esposa y madre. Sin embargo, Kastos, otros radicales y los conservadores les asignaron a las mujeres la dedicación a los asuntos de beneficencia y caridad, que al fin de cuentas fueron los principales frentes de acción pública de la Iglesia católica y de sus agentes laicos.97

Los artesanos incluyeron dentro de su retórica y sus programas políticos, en defensa de sus intereses, la caridad, la beneficencia y el bienestar de los pobres. Actividades que debían ser ejercidas, al igual que en Europa, por los poderosos; es así como en el poema A los ricos expresaron:

Las casas de caridad

de asilo y beneficencia

su interés y su piedad

i son una realidad.98

Algunos hombres públicos, como el conservador y en sus primeros años masón Rufino Cuervo Barreto,99 que en 1822 se vinculó a la logia Fraternidad Bogotana, se preocuparon por conocer a fondo temáticas atinentes a la educación y la caridad; Cuervo lo hizo entre 1835 y 1836 cuando visitó Europa, “en París y en Italia visitó colegios, orfanatos, hospicios y asociaciones de caridad. En París fue admitido en la Société de la Morale Chrétienne que, en torno a su miembro más ilustre, Lamartine, promovió la abolición de la esclavitud, la rehabilitación de los criminales y el desarrollo de las obras de beneficencia”,100 experiencias y conocimientos que al llegar a la Nueva Granada trató de promover.

Otros viajeros, diplomáticos y estudiantes que se preocuparon por la temática de la beneficencia en Francia y otros países del continente europeo, y que de alguna manera influyeron con su conocimiento, experiencia, etc., serían: el médico Bernardino Medina Calderón, quien fue presidente de la Junta General de Beneficencia entre 1883 y 1897. Los conservadores Nicolás Tanco, José Joaquín Borda; los liberales y masones José María Samper Agudelo, Medardo Rivas y Nicolás Pardo.

Algunos de ellos, en diferentes épocas y circunstancias, como José Joaquín Borda, José María Torres Caicedo y el masón Ramón Gómez, copiaron reglamentos y se documentaron sobre las instituciones de beneficencia.101 Importante resaltar que, en el caso de Borda y Torres Caicedo, las copias y demás informaciones se las remitieron al coronel José Anselmo Pineda Gómez, que por la década de los cincuenta estaba formando su importante fondo documental, pero que también era un apasionado por la temática de la caridad y la beneficencia, y sobre todo un permanente donante en cuanto evento de esa naturaleza hubiese.

El inicial desinterés de los liberales por las actividades de beneficencia se hizo evidente en 1850, pues dentro de las reformas de medio siglo, sin dejar de ser de competencia estatal, se disminuyó la fuerza pública y se hizo palpable la intervención del Estado en la beneficencia,102 definida como lo que abraza “la higiene pública, la caridad nacional con relación a males de carácter general, como lazaretos, cuarentenas, y la gratitud debida a los hombres que prestan a la nación grandes e importantes servicios”.103

Desde entonces se tuvo especial cuidado en darle un sustento legal a la beneficencia, la ley del 20 de abril de 1850 declaró como gastos nacionales siete departamentos: Gobierno, Justicia, Guerra y Marina, Relaciones Exteriores, Obras Públicas, Beneficencia y Recompensas, Hacienda y Tesoro.104 Subrayando que, para esa fecha, la beneficencia y la instrucción pública estaban consideradas en un mismo rubro o departamento, sin conocer cómo se repartían los dineros, es probable que la mayor cantidad de recursos se los destinara a la instrucción.

En el espíritu de algunos masones, especialmente de los que militaron en el radicalismo, estaba presente la necesidad de interesarse por actividades relativas a la beneficencia y la filantropía, ya que se consideraban socialistas que debían practicar en extenso el auxilio mutuo y la organización del Estado, según el principio de igualdad. Es así como José María Samper escribió en el periódico La Reforma: “La masonería colombiana debe adoptar un papel paternal, crear un frente laico de beneficencia pública que le garantice a las élites liberales un control de ese mar que se llama pueblo”.105

En Cartagena, por las condiciones particulares de convivencia armoniosa entre los masones y la jerarquía eclesiástica, se adelantaron campañas filantrópicas y caritativas conjuntas, en lo que contribuyó mucho el hecho de que algunos sacerdotes católicos estaban afiliados a las logias existentes en la ciudad, y que la dirigencia civil de Cartagena consideró importante contar con el apoyo y reconocimiento de la institución eclesiástica.106

Es más, en 1867, se fundó en Cartagena la logia femenina Estrella de Oriente, única en su género, que reunió un grupo distinguido de mujeres católicas notables, próximas al Partido Conservador, el cual orientó su quehacer a acompañar las actividades caritativas de algunas asociaciones católicas y a reivindicar el ejercicio práctico de la caridad. Esta logia funcionó hasta 1876.107

En el resto del país las cuestiones atinentes a la beneficencia, la filantropía y la caridad, funcionaron de manera distinta. En la coyuntura del derrocamiento de José María Melo y la postoma de Bogotá, la temática de la beneficencia copó la atención de las autoridades del gobierno central y de las diferentes gobernaciones. No obstante, fue el Partido Conservador y la Iglesia los que impulsaron sociedades de beneficencia y caridad.

De hecho, si tenemos en cuenta el citado decreto del 9 de mayo de 1851, sobre fundación de sociedades y comunidades religiosas, con prohibición de las de la Compañía de Jesús, se le dio un espaldarazo a la formación de las sociedades de caridad, lo que fue aprovechado por los conservadores y la Iglesia católica para erigir tal tipo de sociedades, puesto que tal contubernio utilizó las prácticas asociativas como un instrumento de control social, como una herramienta de vigilancia de las costumbres y proselitismo religioso.108

En efecto, el 31 de enero de 1855, luego de la retoma de Bogotá por las fuerzas constitucionalistas, ad portas de comenzar, el 1° de abril, el gobierno bipartidista de Manuel María Mallarino, se expidió la Ordenanza 231 sobre las Sociedades de Beneficencia y Caridad, la que fue

subdividida en tres secciones: la primera para organizar y mejorar el servicio material del Hospital de Caridad i solicitar recursos para el socorro de los enfermos, la segunda para mejorar i organizar el servicio de la Casa de Refugio, para procurar la educación e instrucción de los espósitos después de la lactancia, i de promover eficazmente la adquisión de limosnas voluntarias i constantes en dinero i efectos para el auxilio i aumento de los fondos de aquel establecimiento, i la tercera para reunir los esfuerzos i solicitar los medios para traer de Europa o de los Estados Unidos i establecer i conservar en ésta capital, el benéfico instituto de las “Hermanas de la Caridad”.109

Se les encargó entonces los establecimientos de la Casa de Refugio y Hospital de la Caridad, entes que “eran auxiliados por una parte de la renta de los diezmos… [subrayando que] antes que se separase la Iglesia del Estado, tenía el Hospital un noveno de los fondos de los diezmos para ayudar a sus gastos; hoy no existe para el Hospital ese noveno, i a los participes de los diezmos no se les deduce nada, por qué dejó de existir el patronato con la independencia de la Iglesia”.110

En 1855, la Casa de Refugio, además de asilar a las mujeres, enseñaba algunos oficios, esencialmente de manufactura, para que las asiladas tuvieran como enfrentar su sustento y contribuyeran al mantenimiento de la Casa. Uno de los principales oficios fue el de cigarreras, a cuyo cuidado se nombraba una mujer experta, en el mencionado año fue nombrada, por el gobernador Pedro Gutiérrez Lee, la señora María Josefa Vivas, quien hasta ese momento se desempeñaba como directora de la Casa de Reclusión en Guaduas. Por su buen comportamiento fue nombrada mayordomo de la Casa, cargo que ejerció hasta 1861.111

Con la erección de las sociedades de beneficencia y caridad se quiso confiar a “los sentimientos filantrópicos y humanitarios de las señoras de Bogotá la mejora del servicio y la conservación de los establecimientos de beneficencia y caridad, y se autorizó al Gobernador de la Provincia la creación de una o más Sociedades de Beneficencia y Caridad, compuesta por las señoras que quieran servir gratuitamente”.112

Al objeto de tales sociedades se lo perfiló así:

Mejorar i organizar el servicio material de enfermos en el Hospital de Caridad; de los espositos i mendigos de la Casa de Refugio, instrucción y beneficencia. Promover eficazmente la adquisición de limosnas voluntarias y capital, ya sea en víveres o dinero. Denunciar todas las faltas de dichos establecimientos. Reunir esfuerzos i solicitar los medios de establecer i conservar el benéfico instituto de las Hermanas de la Caridad como auxiliar de las Sociedades de Beneficencia.113

En el marco de esta ordenanza nació la Sociedad de Hermanas de la Caridad, o Congregación de la Caridad Nuestra Señora de Dolores, de composición mixta, que fue organizada por el arzobispo Antonio Herrán. El reglamento orgánico de esta sociedad estipuló la composición de la Congregación: los servicios que prestaba, el alcance de las órdenes de la superiora, las cualidades de las mujeres miembros, los turnos por cumplir, el tipo de personas que podían pertenecer, la organización y los fondos disponibles, entre otros. Administrativamente se dividió en cuatro secciones:

1° sección: Hospitales. Superiora particular Dolores Hernández de Briceño. Director Adjunto Francisco Jiménez.

2° sección: Mendigos. Superiora particular Vicenta Gutiérrez. Director Adjunto Romualdo Cuervo.

3° sección: Fondos. Superiora General Soledad Soublette O’Leary. Director Adjunto Francisco Vargas.

4° sección: Prisiones. Superiora particular Rita de Francisco. Director Adjunto Felipe Abandono.114

Dos años después, el 18 de octubre de 1857, se constituyó la Sociedad San Vicente de Paúl de Colombia, a la que nos referiremos en el último capítulo.

Durante la guerra civil de 1859 a 1862, hasta la expedición de la Constitución de 1863, la situación de los establecimientos de caridad fue difícil. Por ejemplo, después del 18 de julio de 1861, con la toma de Bogotá y la expedición del decreto de desamortización de bienes de manos muertas, en el que se incluyó las rentas de los pobres, la Casa de Refugio quedó en la más absoluta miseria, porque el gobierno no atendía ninguna clase de petición, ni los habituales donantes contaban con recursos, la guerra había hecho que la necesidad se hiciera general.

Ante tan delicadas circunstancias, la mencionada mayordoma, la señora María Josefa Vivas, cumplió una serie de acciones y gestiones caritativas de diverso corte para mantener a flote la institución por ella regentada:

I se convirtió en madre de los pobres, i fió, pidió prestado, pidió limosna, i cuando llegó el día en que hasta estos recursos se agotaron, empeñó el mejor vestido que tenia i que hubo de vender algunos días mas tarde, cuando la necesidad se convirtió literalmente en hambre.

No diré que yo [Romualdo Cuervo, Capellán de la Casa de Refugio] me desentendiera de aquella situación tan apremiante, no; juntos pedíamos i buscábamos, pero a los señores de la Junta no se ocultará que lo que en mí pudiera verse solamente como el cumplimiento de un deber, era en la señora la práctica de la mas noble de las virtudes.

Llegó el día en que las amas de los expósitos vinieron a dejarlos porque se les debían muchos sueldos i nada se les podía dar para atender a sus necesidades. Esta era una nueva i terrible complicación. La señora no podía hacer sino darles la esperanza de que se les pagaría mas tarde lo que se les adeudaba, pero ellas, no obstante el cariño que habían cobrado a los niños que habían criado, manifestaban su resolución de dejarlos porque ellas tampoco tenían con qué mantenerlos. La señora Mayordomo, seguida de tan triste cortejo, se diriiio entonces a donde el Síndico, i luego a la Gobernación, en donde aquel terrible cuadro no podía menos que producir un buen resultado, como en efecto lo produjo, porque se consiguieron algunos recursos con que aliviar la suerte de aquellas pobres mujeres que se fueron casi con la esperanza de que mas tarde se les pagaría lo que se les quedaba a deber.

Esto no era sino un alivio momentáneo, i poco se hizo esperar el dia en que el Director, no habiendo podido conseguir que el Gobierno le supliera alguna cantidad por cuenta de las rentas del Establecimiento, hubo de decir a la señora Mayordomo de la Casa de los pobres: “Supuesto que no hai modo de conseguir recursos, ciérrese el Establecimiento i entréguese las llaves”, i ella le contestó: “pero cómo he de echar a las enfermas, a las tullidas, a las dementes i bobas a que mueran en la calle; yo, señor, yo no soi capaz de hacer tal cosa, pediré limosna para costearlas hasta donde me alcancen las fuerzas”. Tomada esta resolución, comenzamos nuevamente el oficio de pordioseros, i la señora con mas empeño que nadie porque ella veía mas de cerca la miseria que desgraciadamente no veian muchas de las personas a quienes nos dirijiamos, que de otro modo no habría acontecido lo que en uno de esos días terribles en que en toda la calle real no pude yo juntar sino siete reales i cuartillo. Hago mención de esta circunstancia solamente para que se comprenda que la situación era algo mas que difícil, i que se necesitaba que la señora Mayordomo se convirtiera en madre de los pobres para poder hacer los milagros de abnegación i de caridad que solo esa virtud puede inspirar.

Siguieron después tiempos de alternativa, pues que el Gobierno suministraba algunos recursos, pero no con la regularidad necesaria para que un establecimiento de esta naturaleza pueda seguir en marcha ordinaria. A las amas se les adeudaban $5,500, i para poder darles algo como era de justicia había que hacerlo de los fondos que daba el Gobierno, esperando que en el mes siguiente suministrara nuevos recursos por cuenta de las rentas. Cuando esto no sucedía, la señora apelaba una vez mas al recurso de pedir prestado, fiar, pedir limosna, i llegó el caso de tener que sacar a la puerta del Establecimiento a las tullidas i a las dementes, para mover a lástima a los que pasaban a implorar así un asilo que ya no se conseguía de otra manera.

Esta situación concluyó al fin, puesto que el Gobierno suministró debidamente los recursos necesarios para la manutención de los pobres i para la marcha de la Casa; pero no por eso dejó de padecer la señora Mayordomo, porque infinidad de disgustos le han ocasionado las refujiadas, i especialmente aquellas que con las ínfulas de señoras, se admiten por desgracia, no para servicio de la Casa, sino para tormento de sus empleados.115

A partir de la Constitución de 1863, que abrió un período de prosperidad social, renació el interés estatal regional por la beneficencia, para lo que existía cierto sustento legal, vigente desde 1850.

En Cundinamarca, en particular, luego del derrocamiento de Mosquera, en mayo de 1867, se dio un primer impulso suscitado por la creación de la Junta Directiva para el manejo del recién fundado Lazareto de Agua de Dios.

El momento coyuntural de ese impulso es importante tenerlo en cuenta: la clausura del Congreso, decretada el 29 de abril por el presidente Mosquera, la inmediata reacción de los radicales, sus opositores, que organizaron el golpe en la madrugada del 23 de mayo. La proclamación como presidente del segundo designado, general Santos Acosta.

A partir de Acosta y del gobierno de su sucesor Santos Gutiérrez, se consolidó el llamado Olimpo Radical (1867-1878), período en el que la masonería bogotana aprovechó para poner en marcha muchos de los principios de la hermandad, especialmente de la beneficencia, pues se consideraba, y todavía se considera, que esta reforzaba los sentimientos de solidaridad entre sus miembros y a través de ella podían mostrar las buenas intenciones de su criticada y desacreditada misión, como su esencial principio: el bien de la humanidad.116

Desde antes del golpe de 1867, hacia 1862, en un documento conocido como Carta al venerable hermano Tomás Cipriano de Mosquera, expedida por la logia Propagadores de la Luz, un sector de la masonería bogotana, una segunda generación si se quiere, había expresado la necesidad de socializar, de hacer pública la ideología y los principios de la hermandad, ya que el público no iniciado, los profanos, los criticaba, desacreditaba, tergiversaba y mal interpretaba:

Hay otras razones que no dejaran de pasar en nuestro ánimo para afectar directamente nuestro modo de ser. La sociedad profana, con muy pocas excepciones, nos hace la causa de todo cuanto malo se ejecuta, y aun, lo que es más doloroso entre personas que se llaman cultas, se atreven a juzgarnos con poca piedad, sin tomarse la pena de nuestra tendencia y nuestros fines. Nos acusan por nuestro secreto y porque no lo comprenden hablan mal de él; insultan a quien no conocen. El fanatismo, por otra parte, encarnado bajo la negra sotana, no descansa en azuzar la ira popular contra nosotros, i a fé que no le falta razón si su instinto no lo engaña acerca del fin á donde lo lleva el esparcimiento de la luz de este siglo.117

Tal parece que esa actitud fue común en otros orientes. Efectivamente, en España, entre 1870 y 1900, el Gran Oriente Español se fijó, como metas por realizar, la creación de nuevos orfanatos, aumentar el fomento de las relaciones con los poderes públicos y organizar un banco masónico, idea, esta última, que se concretó en 1892, cuando se fundó un banco concebido como sociedad anónima por acciones y con arreglo a las disposiciones del Código de Comercio.118 La nueva estrategia asumida por la masonería en la mayoría de los orientes fue objeto de mención por parte del papa León XIII en su encíclica de 1884:

Aunque hoy día dan ellos a entender que no quieren ya ocultarse en las tinieblas, aunque celebran juntas a la luz del día y a la faz del público y dan a la circulación sus periódicos, sin embargo, bien mirado todo conservan el carácter y las prácticas de sociedades secretas.

Hay en ellos todavía, en efecto, una especie de misterios que según su constitución, deben ocultarse con exquisita diligencia, no sólo a los extraños sino también a muchos de los propios asociados.119

Los masones colombianos trataron de mostrar, de socializar, su huella humanitaria, mediante obras de misericordia que aliviaran algunas calamidades públicas, promovieron entonces la ayuda a los hospitales y a los hospicios: “¿En qué objeto más santo podremos emplear nuestro celo masónico que en mitigar el llanto de esos niños que sin más crimen que el de haber nacido, en vano vuelven hacia todas partes sus secos labios en busca de un pecho que los alimente, puesto que la madre que los dio á luz los ha lanzado al azar por encubrir una falta ante la sociedad ó por satisfacer un crimen incalificable?”.120

Debido a ciertos acontecimientos de carácter internacional, la masonería tuvo que reenfocar algunos de sus principios y enunciados. En efecto, con la promulgación en diciembre de 1864 de la encíclica Quanta cura y del Syllabus, y posteriormente con la Multiples inter del 25 de septiembre de 1865, que excomulgaron y anatemizaron la masonería, denigraban de ella y llamaron a recelar de ella, tildándola de sociedad sin caridad de amor, enemiga de todo bienestar humano.121

En respuesta, la francmasonería, que por esos años mostraba un auge importante y una gran fuerza a nivel mundial, adoptó diversas estrategias para contrarrestar los apasionados términos con que era atacada, se reactivó entonces, si se quiere, el carácter filantrópico de la hermandad. Es decir, además de las airadas protestas de los masones en contra del Vaticano, especialmente de Giuseppe Mazzini y Andrés Casard, entre otros, se reactivaron algunos principios, quizás olvidados, y se impulsaron acciones humanitarias que demostraran

el amor de la masonería por el género humano, [sin abandonar] el progreso indefinido y sucesivo, de todas las manifestaciones de ser, bajo las bases de su existencia, promoviendo la solidaridad de los hombres y el bien, pues la obra natural de la masonería es el amor a la verdad, la justicia y la generosidad. La forma natural de la masonería, consiste en la bondad, en la moralidad, en vivir amando la verdad, practicando la justicia y el amor a Dios. El buen masón hace todo el bien que puede, por amor a su deber, y no solamente por que hayan leyes divinas o humanas que le ordenen hacerlo. No en vano corren a él los pobres y los oprimidos. El verdadero masón no sólo ama a su familia y a su patria, sino a todo el género humano, no sólo a los buenos sino también a los malos.122

Es así como entre la filantropía y la beneficencia se estableció una estrecha relación, pues la primera organizaba la vigilancia y protectorado de lo establecido por la segunda. Para ejercerla, los individuos de la Asociación Filantrópica, normalmente masones, se alternaban. No es entonces raro que en los primeros años en que funcionó la Junta General de Beneficencia los diferentes cargos de vigilancia y protectorado, como los del cuadro administrativo en los establecimientos dependientes, fueran ejercidos por masones.

Igualmente, se preocuparon por la educación. Es así como en la tenida del 4 de marzo de 1868, de la logia Propagadores de la Luz, se informó, por el caballero Ricardo Acevedo, que la logia Estrella del Tequendama había enviado una plancha “comunicando una resolución que adoptó escitando a este taller para que la acompañe en cooperar en la erección de una escuela de niñas hijas de artesanos pobres”.123 Proposición que fue acogida, y se acordó que la logia “se preocupará de preferencia en reunir todos los datos necesarios para saber con qué cuota mensual puede contribuir”.124

Para ultimar los detalles de organización, etc., se nombró

una comisión para que se ponga de acuerdo con la Respectiva Logia Estrella del Tequendama, respecto de las bases i organización que se piensa dar a la escuela proyectada de cuyo examen y resultado dará cuenta a este Taller. Luego que se obtengan los datos expresados se discutirá el proyecto de resolución presentado por el Caballero Ricardo Acevedo. La comisión que se nombre se dirigirá a todos los miembros de esta Respetable Logia, invitándolos a que contribuyan para el sostenimiento de la Escuela i de su resultado dará también cuenta.125

La financiación de tales actividades de beneficencia corrió por parte de los masones, a los que se les fijaba una cuota mensual. Por lo general, se proponía un proyecto concreto y conforme con su magnitud se acordaba la cuota correspondiente, y se nombraba un responsable. Es así como, el 26 de febrero de 1868, el médico y filántropo Juan de Dios Riomalo, en su carácter de secretario, comunicó a los miembros de la logia Estrella del Tequendama, mediante misivas personalizadas, que

esta Logia acordó, en tenida del 24 del mes en curso (febrero), fundar en Bogotá una escuela de primeras letras, contando con la cooperación de los masones residentes en este Oriente; i siendo vos (Anselmo Pineda) uno de los decididos amigos de la enseñanza, espera aquella fundamentalmente que corresponderéis al llamamiento que os hace, para que contribuyais con vuestro continjente a que se realicen entre nosotros los altos fines de la masonería, entre los cuales se distinguen la perfección de la vida humana i el ejercicio de la beneficencia.

Se solicita, pues, de vos cualquiera cuota mensual para sostenimiento de la escuela que se trata de establecer permanentemente. Si el monto de la suscripción sobrepasare de lo presupuesto para la ejecución del proyecto, se fundará otra u otras escuelas, o se destinara el sobrante a lo que mas urgentemente demande la beneficencia pública.126

Al pagar la cotización mensual, al masón cotizante se le extendía un recibo: “Recibo del Tesorero de la Logia Propagadores de la Luz a Anselmo Pineda por su cotización en el mes de diciembre de 1866. Un peso con cinco decimos”.127 En ocasiones, se promovían recaudaciones extras, normalmente para ayudar a un hermano: “La logia Propagadores de la luz Número 1, por intermedio de Constantino Guarnizo y Francisco Vanegas, el 4 de abril de 1867 fueron comisionados para colectar entre los h.h. que se encuentran en la ciudad alguna suma de dinero, con el objeto de auxiliar a nuestro muy querido hermano Francisco Villalba, que se halla postrado en cama careciendo de los recursos más necesarios para su subsistencia”.128

La fuente normal para fines humanitarios fue el tronco o saca de pobres o de la viuda, consistente en la colecta colectiva que al terminar la tenida donaban los miembros de la logia, por lo general la buena voluntad superó siempre las disponibilidades. Normalmente los beneficiados eran viudas, huérfanos, marginados y familias desvalidas, especialmente las menos favorecidas; masones, como en el caso de Villalba, que se hallaran necesitados, fueran o no de la propia logia; así mismo, fueron subvencionadas entidades benéficas no masónicas y otras actividades filantrópicas.129

Al igual que en los tiempos de la masonería neogranadina, cuando se presentaban catástrofes en otras regiones del país, las logias bogotanas se solidarizaban. En efecto, el 18 de mayo de 1875, ocurrió en Cúcuta, Estado Soberano de Santander, un terremoto con cientos de damnificados a los que las logias Estrella del Tequendama y Propagadores de la Luz prestaron su ayuda en dinero efectivo tomado del tronco de los pobres.

Notas

1 Concepción Arenal, La beneficencia, la filantropía y la caridad (Madrid: Librería de Victoriano Suárez, 1924).

2 Ibid., 74.

3 Ibid., 77.

4 José María Eulate y Moreda, Filantropía, caridad, beneficencia. Legislación de España sobre establecimientos públicos de beneficencia (Madrid: Imprenta de la viuda de don Antonio Yenes, 1863), 14.

5 Real Academia Española, Diccionario de la lengua española (Madrid: Talleres Gráficos de la Editorial Espasa-Calpe, S.A., 1984), 276 y 966.

6 Eulate y Moreda, Filantropía, 14.

7 Ibid., 5-6.

8 Ibid., 6.

9 Arenal, La beneficencia, 14.

10 Eulate y Moreda, Filantropía, 6.

11 Arenal, La beneficencia, 18.

12 Eulate y Moreda, Filantropía, 7.

13 Ibid., 7; Arenal, La beneficencia, 19-20.

14 Eulate y Moreda, Filantropía, 7-8.

15 Ibid., 10.

16 Arenal, La beneficencia, 15.

17 Beatriz Castro Carvajal, Caridad y beneficencia. El tratamiento de la pobreza en Colombia 1870-1930 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007), 17.

18 Gilberto Loaiza Cano, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación colombiana, 1820-1886 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011), 330.

19 Pedro Trinidad Fernández, “Asistencia y previsión social en el siglo XVIII”, en De la beneficencia al bienestar social: cuatro siglos de acción social, editado por el Consejo General de Colegios Oficiales de Diplomados en Trabajo Social y Asistencias Sociales, 89-115 (Madrid: Siglo XXI de España Editores, S.A., 1988), 91.

20 Loaiza Cano, Sociabilidad, 333.

21 Ibid., 338.

22 Trinidad Fernández, “Asistencia”, 89.

23 Los orígenes de la beneficencia se remontan al Antiguo Egipto y Roma, no siempre motivada por la piedad ni por fines caritativos. Hacia el siglo i se comenzaron a desarrollar algunas instituciones de beneficencia, no solo en Occidente, sino también en el Oriente, es así como en China fue cuando por primera vez apareció, en 1805, el Fondo de Beneficencia.

24 Eulate y Moreda, Filantropía, 5.

25 Arenal, La beneficencia, 17.

26 Adelaida García Sánchez, La organización de la beneficencia en la provincia de Jaén en el siglo XIX: 1822-1852 (Jaén: Diputación Provincial de Jaén, 2007), 19.

27 Arenal, La beneficencia, 74.

28 Real Academia Española, Diccionario, 187.

29 Arenal, La beneficencia, 126.

30 vv. aa., Enciclopedia internacional de las ciencias sociales (Madrid: Editorial Aguilar, 1974), IV, 781-786.

31 Marc Marsal i Ferret, Pobreza y beneficencia pública en el siglo XIX español (Valladolid: Editorial Lex Nova S.A., 2002).

32 García Sánchez, La organización, 19.

33 Eulate y Moreda, Filantropía, 12.

34 Arenal, La beneficencia, 114.

35 Ibid., 130.

36 Castro, Caridad, 21, 22; vv. aa., Enciclopedia, IV, 781.

37 Eulate y Moreda, Filantropía, 14.

38 Arenal, La beneficencia, 74.

39 Real Academia Española, Diccionario, 642.

40 Eulate y Moreda, Filantropía, 14.

41 Pedro Calderón Herze y Collantes, Filantropía, caridad y beneficencia. Legislación de España sobre establecimientos públicos y particulares de beneficencia (Madrid: Imprenta y Librería de don Eusebio Aguado, 1861), 11.

42 José Eduardo Rueda Enciso, El trópico desmitificado. Hombre y naturaleza bajo el Iluminismo (Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2015), 244-250 y 295-314.

43 Trinidad Fernández, “Asistencia”, 114.

44 Cesáreo Rocha Ochoa, “Masonería en Colombia” (ponencia presentada en el Primer Encuentro Internacional sobre Estudios de Fiesta y Nación, Universidad Distrital Francisco José de Caldas-Archivo General de la Nación, Bogotá, 1997), 3.

45 José Antonio Ferrer Benimeli, “Masonería, laicismo y anticlericalismo en la España contemporánea”, en La modernidad religiosa: Europa latina y América Latina en perspectiva comparada, coordinado por Jean-Pierre Bastian, 111-123 (México: Fondo de Cultura Económica, 2004), 30.

46 Mario Arango Jaramillo, Masonería y poder político en Colombia. Otra cara de la historia colombiana (Medellín: Hombre Nuevo Editores, 2011), 42; vv. aa., Enciclopedia, IV, 781-786.

47 Rocha Ochoa, “Masonería”, 3.

48 Ibid., 3-4.

49 Mariano Tirado y Rojas, La masonería en España. Ensayo histórico (Madrid: Imprenta de Enrique Maroto y hermano, 1892), 73-74.

50 Leandro Álvarez Rey, “La vida en las logias. Unas notas sobre la sociabilidad masónica en Sevilla”, en La masonería y su persecución en España, 103-124 (Sevilla: Aula para la Recuperación de la Memoria Histórica-Ayuntamiento de Sevilla Patronato del Alcázar, 2005), 119-120.

51 José María Arnau, La Iglesia y la masonería. Una lucha que no cesa (Madrid: Vasallo de Mumbert, 1982), 66.

52 Álvarez Rey, “La vida”, 120.

53 Fernando Álvarez Uría, “Los visitadores de pobres. Caridad, economía social y asistencia en la España del siglo XIX”, en De la beneficencia al bienestar social: cuatro siglos de acción social, editado por el Consejo General de Colegios Oficiales de Diplomados en Trabajo Social y Asistentes Sociales, 117-124 (Madrid: Siglo XXI de España Editores, S.A., 1988), 132.

54 Ibid., 132-133.

55 José Eduardo Rueda Enciso, “Masonería en Bogotá y Cundinamarca: 1849-1886. Un estudio sobre la sociabilidad de las élites”. Informe de investigación. 2019.

56 Fomalmente, la Gran Colombia nunca existió oficialmente, pero, en la práctica, fue el sueño, inicialmente del precursor Francisco de Miranda y luego del libertador Simón Bolívar y de muchos de sus más fervientes seguidores, especialmente de Tomás Cipriano de Mosquera y Arboleda, que en diferentes momentos de su dilatada carrera política abogó por restablecer la unión de las repúblicas de Nueva Granada, Venezuela y Ecuador o Quito.

Quizá, desde la publicación del libro de David Bushnell The Santander Regime in Gran Colombia (Delaware: University of Delaware Press, 1954. Traducido por Margarita González y Jorge Orlando Melo, y editado por la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional en 1966), tal denominación hizo carrera en los medios académicos colombianos, principalmente en los historiadores pioneros de la Nueva Historia. Así, indiscriminadamente se usa o bien Colombia o bien la Gran Colombia para designar el período que transcurrió desde 1819 a 1831. Nosotros preferimos denominar tal período como la Gran Colombia para distinguirlo de la actual República de Colombia.

57 Ramón Felipe González, “La Verdad, un periódico antimasónico en el contexto de la crisis finisecular”, en La masonería en la España del siglo XIX. II Simposium de Metodología Aplicada a la Historia de la Masonería Española, coordinado por José Antonio Ferrer Benimeli, 883-897 (Salamanca: Junta de Castilla y Aragón, 1987), 885.

58 María Pinto Molina, “La masonería en Andalucía oriental: Granada - Almería”, en La masonería en la historia de España, coordinado por José Antonio Ferrer Benimeli (Zaragoza: Diputación General de Aragón, 1985), 219.

59 Arango, Masonería, 151-152.

60 Ibid., 152.

61 Umberto Eco, El cementerio de Praga (Bogotá: Random House Mondadori, 2010), 385.

62 José María Samper, Historia de una alma (Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2009), 260.

63 Joan Carlos Uso i Arnal, “La Humanidad (1883-1890). Una revista masónica en el alacant de la restauración”, en La masonería en la España del siglo XIX. II Simposium de Metodología Aplicada a la Historia de la Masonería Española, coordinado por José Antonio Ferrer Benimeli, 851-865 (Salamanca: Junta de Castilla y Aragón, 1987), 860.

64 Francisco Rodríguez de Cora, “Masonería y restauración en Güipúzcoa (1880-1896)”, en La masonería española en la España del siglo XIX. II Simposium de Metodología Aplicada a la Historia de la Masonería Española, coordinado por José Antonio Ferrer Benimeli, 851-865 (Salamanca: Junta de Castilla y Aragón, 1987), 353.

65 Samper, Historia, 262.

66 Salvador Camacho Roldán, Memorias de Salvador Camacho Roldán (Bogotá: Editorial Bedout, 1923), 191.

67 Eco, El cementerio, 385.

68 Pradilla Ángel, Transcripción parcial del Libro de actas de la logia Propagadores de la Luz. Versión mecanografiada, 17-18.

69 Ibid., 9.

70 Según Beatriz Castro, las principales causas de mortalidad de la población fueron las guerras, las epidemias y las malas cosechas; las más frecuentes y las menos erráticas fueron las epidemias, algunas endógenas, como la varicela, el sarampión, la fiebre amarilla; y otras importadas, o exógenas, como el cólera. Castro, Caridad, 31.

71 El Constitucional de Cundinamarca, enero-febrero de 1834, 120-125.

72 Humberto Patiño Roselli, “La medicina en la Independencia de Colombia” (Tesis de grado en Medicina, Universidad Nacional, Bogotá, 1948).

73 Américo Carnicelli, Historia de la masonería colombiana. Tomos I y II (Bogotá: Artes Gráficas, 1975), 134.

74 Camacho, Memorias, 190 a 192.

75 Germán Rodrigo Mejía Pavony, Los años del cambio. Historia urbana de Bogotá 1820-1910 (Bogotá: Centro Editorial Javeriano, 2000), 155.

76 Loaiza Cano, Sociabilidad, 153.

77 Camacho, Memorias, 193.

78 Otros médicos cartageneros que colaboraron en la lucha contra la epidemia de colera fueron: José Manuel Vega, Casimiro de Vega, Ignacio Fortich, Sebastián González, Manuel Rafael López, José Julián Jiménez y Juan Pablo Jiménez. Patiño Roselli, “La medicina”.

79 Joaquín Maldonado, grado 3, en 1852 fue Guardia Interior del Templo de la logia Estrella del Tequendama; Emilio Pereira Gamba y Ángel María Céspedes, vinculados en 1851; Juan de Dios Riomalo, se vinculó en 1852, en 1864 fue Primer Vigilante de la logia Estrella del Tequendama, logró la máxima dignidad, el grado 33, y fue motor esencial de la Junta General de Beneficencia; Antonio Vargas Vera también fue masón y se afilió a la misma logia.

80 Fernando Crespo León, Murcia en la España del siglo XIX (Murcia: Real Academia de Medicina y Cirugía, 2002), 98.

81 Ferrer Benimeli, “Masonería”, 117.

82 En este ítem se incluyen los comerciantes, inversionistas e industriales.

83 No quiere decir que no hubo impresores no masones, simplemente a lo largo del libro no aparecen.

84 El patrón o criterio básico que escogimos para el agrupamiento fue el profesional. Buena parte de los profesionales relacionados fueron militares, combatieron en las guerras civiles de 1851, 1854, 1860-1862, 1876-1877 y 1885, y algunos alcanzaron altos grados militares pero su modus vivendi no se derivó de la actividad militar. Lo mismo se debe decir de la vinculación y participación en la política.

85 Incluye a los escritores. Se debe subrayar que tanto los abogados, médicos, militares, etc., ejercieron el periodismo en diferentes facetas: como dueños, directores, editores, colaboradores; como también fueron escritores, tanto de ficción como de no ficción.

86 Carnicelli, Historia; Rueda, “Masonería”.

87 Dentro del rito escocés, el que desde bien temprano se practicó en el territorio de la actual Colombia, el Supremo Consejo del Grado 33 es el ente que gobierna y rige la organización masónica del país. Desde el 9 de marzo de 1832 fue fundado en Cartagena el de la Nueva Granada, rigió de manera omnímoda los destinos de la masonería hasta 1864, cuando Tomás Cipriano de Mosquera creó en Bogotá el Supremo Consejo de la Jurisdicción del Centro, lo que propició un cisma en la masonería colombiana.

88 BNC, La masonería sin velo (Bogotá: Imprenta de Espinoza, 1851).

89 Ibid.

90 Samper, Historia, 299.

91 Ibid., 315.

92 Frédéric Martínez, El nacionalismo cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional en Colombia, 1845-1900 (Bogotá: Banco de la República-Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001), 81.

93 Calderón Herze y Collantes, Filantropía, 8.

94 Loaiza Cano, Sociabilidad, 334-335.

95 José María Samper, Apuntamientos para la historia social y política de la Nueva Granada desde 1810 i especialmente de la administración del 7 de marzo (Bogotá: Imprenta del Neogranadino, 1853), 521.

96 José María Samper, Discurso pronunciado en la sesión solemne de la escuela republicana, 30 de octubre de 1850 (Bogotá: Imprenta del Neogranadino, 1850), 11.

97 Loaiza Cano, Sociabilidad, 335.

98 Martínez, El nacionalismo, 81.

99 Cuervo era natural de la cundinamarquesa población de Tibirita, fue jefe político del Cantón de Bogotá y gobernador de Cundinamarca, vicepresidente durante el primer gobierno de Mosquera y encargado de la Presidencia entre el 14 de agosto y el 14 de diciembre de 1847.

100 Martínez, El nacionalismo, 55.

101 Beatriz Castro Carvajal, La relación entre la Iglesia católica y el Estado colombiano en la asistencia social c. 1870-1960 (Santiago de Cali: Universidad del Valle, 2014), 33-34.

102 Martínez, El nacionalismo, 66.

103 Camacho, Memorias, 163.

104 José Eduardo Rueda Enciso, Informe parcial 2005. Beneficencia en Cundinamarca (Bogotá: ESAP, 2006), 88.

105 José María Samper (La Reforma, N° 12, 5 de octubre de 1851), 1.

106 Loaiza Cano, Sociabilidad, 153.

107 Ibid., 155.

108 Ibid., 331.

109 BNC, “Informe del Gobernador de Bogotá”, en Exposiciones de los gobernadores de Bogotá, Cundinamarca, i Zipaquirá dirijidas por el de la provincia de Bogotá reintegrada a la Asamblea Constituyente en 1855 (Bogotá: Imprenta Echeverría Hermanos, 1855), 28.

110 Ibid.

111 Diario de Cundinamarca, N° 153, martes 3 de mayo de 1870, 69.

112 El Catolicismo, N° 158, 1855.

113 Ibid.

114 El Catolicismo, N° 160, martes 3 de julio de 1855.

115 Diario de Cundinamarca, N° 153, martes 3 de mayo de 1870, 609-610.

116 Rueda, Informe, 87.

117 Carta al muy venerable hermano (Bogotá: Imprenta de Echeverría Hermanos, 1862).

118 Pinto Molina, “La masonería”, 219.

119 Pradilla Ángel, Transcripción, 27.

120 Carta al muy venerable hermano.

121 Carnicelli, Historia, I, 406.

122 Ibid., I, 409-420.

123 Pradilla Ángel, Transcripción, 11.

124 Ibid.

125 Ibid.

126 BNC, Logia Estrella del Tequendama N° 11, Fundación escuela de primeras letras por parte de la logia Estrella del Tequendama N° 11, 26 de febrero de 1868, Bogotá.

127 Recibo del tesorero de la logia Propagadores de la Luz (s. f.). Fondo Pineda N° 824, pieza 2.

128 Comisión para Colectar. Bogotá, 4 de abril de 1867. Fondo Pineda N° 824, pieza 4.

129 Eduardo Enríquez del Árbol, La masonería en las provincias de Huelva y Sevilla en el último tercio del siglo XIX (Granada: Servicio de Publicaciones, Universidad de Granada, 1987), 244-245.

Aproximación histórica a la relación de la masonería

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