Читать книгу El manual de convivencia y la prevención del bullying - José Guillermo Martínez Rojas - Страница 6
ОглавлениеI La gestión de la convivencia en el ámbito escolar
1. La convivencia en el ámbito escolar
El abordaje del bullying encuentra sentido en un contexto más amplio: la convivencia escolar. Habitualmente, en algunas instituciones educativas se tiende a negar la existencia del fenómeno de la intimidación escolar porque para algunos directivos pareciera que el hecho de negarlo hace, por una especie de “arte de magia”, que el problema desaparezca. En otras instituciones se lo considera cómo el único problema de convivencia, dejando de lado otros elementos que afectan el campo de la convivencia escolar, o, en algunas otras, como una falta disciplinaria más que debe ser simplemente “castigada”. Todas estas formas de abordar el fenómeno de la intimidación escolar no permiten un análisis profundo de él para que efectivamente se sienten las bases de su resolución, ya sea para prevenirlo, o para corregirlo.
En este sentido, lo primero que se debe hacer es enmarcar el concepto de disciplina dentro del contexto de la convivencia. Es claro que no se puede hablar de convivencia sin que se tenga en cuenta lo que la disciplina significa, en tanto que ella es la estrategia formativa que recoge un conjunto de principios y criterios de comportamientos que, soportados en el enfoque formativo de la institución, determinan la cultura escolar y la forma de proceder, cómo en ella se orienta y se da forma a los estudiantes para el convivir en sociedad, el ejercicio de la ciudadanía y la vida futura como profesionales.
Para comprender todo lo que la convivencia significa se hará a continuación un abordaje detallado de algunos de los elementos que ella comprende, tales como la disciplina y los problemas de disrupción, agresión y violencia, entre otros.
El concepto de disciplina y su manejo en el ámbito escolar
El concepto de disciplina en el ámbito escolar es una noción que se la puede entender y aplicar de diferentes maneras, es decir, es polisémico. Una primera acepción del concepto disciplina está directamente relacionada con el ambiente que los profesores y los directivos de la institución educativa buscan generar para que los procesos de formación sean posibles. Otra acepción está relacionada con la manera de comportarse de los estudiantes en el día a día del acontecer de la institución educativa. Otra acepción más de este concepto, la considera como las normas y reglas que se consignan en el Manual de Convivencia de la institución, y orientan o dirigen la forma de actuar de los estudiantes, el seguimiento de la norma o de las reglas institucionales, la manera de comportarse, como una forma de organizar la vida de la institución educativa.
Ahora bien, el problema con la disciplina, independientemente de la acepción que se adopte, es que ella puede ser vista ya sea como un medio o como un fin en sí misma, lo cual cambia la perspectiva de su comprensión.
Si se asume que la disciplina es un medio se está proponiendo que tiene como meta generar un ambiente en el cual ocurran los procesos formativos y académicos de los estudiantes. El problema es pensar que solo sea eso, un medio, y que en ocasiones, sea uno de los medios menos relevantes para el logro de las metas formativas y académicas, lo que conduce a que se genere en la institución educativa una especie de anarquía en la que todo es posible, que no haya claridad sobre lo que se quiere, ni sobre lo que se espera de los estudiantes, por lo tanto, generalmente, no se logran las metas educativas.
Si se asume que la disciplina es un fin en sí mismo, se considera que la meta formativa más importante es lograr que los estudiantes siempre se comporten bien, es decir, que en todo momento prevalezcan el debido comportamiento y forma de proceder de los estudiantes, independientemente de que los demás procesos formativos se estén o no logrando, lo cual termina por hacer de la institución educativa una organización fuertemente articulada donde se raya con la rigidez en las costumbres y la norma, donde la forma se absolutiza y prima sobre todo.
Si la disciplina no puede abordarse como un fin en sí mismo, ni únicamente como un medio del que se sirve la institución educativa para lograr sus propósitos educativos, entonces ¿cuál será la perspectiva adecuada? La idea es que la disciplina se asuma como medio y como fin, de una manera articulada e integrada; debe tomársela como medio en tanto que es una de las estrategias con las que cuenta la institución educativa para generar un ambiente que favorezca los procesos de aprendizaje y de formación; y también asumírsela como fin por cuanto contribuye a la generación de habilidades y actitudes que hacen parte del desarrollo moral de los estudiantes, además de que los prepara para la vida en sociedad, para la construcción de ciudadanía, el manejo de las emociones y, en general, de la vida afectiva.
Si se articulan adecuadamente estos dos énfasis de la disciplina en el proceso formativo de los estudiantes, que trasciende lo meramente académico, se podrá dar de manera efectiva la perspectiva de lograr la formación integral. Evidentemente que ello no se alcanza únicamente con la disciplina, sino que al logro de esta meta también contribuyen otra serie de procesos y procedimientos que se realizan en la institución educativa.
El concepto de disciplina no solo es polisémico, sino también complejo en su abordaje. Si se quiere proponer una definición de disciplina entendida como el comportamiento que deben exhibir los estudiantes, se puede entonces afirmar que disciplina es el conjunto de comportamientos y actitudes que los estudiantes muestran en el diario quehacer y acontecer de la vida escolar con relación a los procesos formativos y que permiten el cumplimiento de las metas educativas de la institución. Se los denomina disciplina porque se refieren a la forma de desarrollar dichos comportamientos y actitudes, de una manera normal y adecuada a las circunstancias de tiempos, lugares y personas, acordes con las normas y principios institucionales, en la cotidianidad de la vida escolar.
De acuerdo con lo anterior, la disciplina en el ámbito escolar tiene, entre otras funciones, las siguientes:
Generar un ambiente que permita el normal desarrollo de las actividades escolares en la perspectiva de lograr las metas formativas que el proyecto educativo institucional (PEI) ha determinado como horizonte institucional: el aprendizaje, la convivencia, la socialización, la formación en hábitos y rutinas, la formación moral, entre otros.
— Ser el “instrumento” que permite mantener el control de la institución educativa como un ente organizado para el cumplimiento de sus metas formativas.
— Ser un factor diferenciador con otras instituciones educativas, en tanto que los parámetros de organización y control difieren de una a otra, en virtud de la intencionalidad formativa que cada cual tenga.
— Ser el marco de referencia para los procesos de formación de los estudiantes en hábitos que superan la mera instrucción, en la perspectiva de la formación democrática, integral y ciudadana de los estudiantes.
— Constituirse en un conjunto de principios, rutinas y pautas de comportamiento que permiten a los educadores exigir a los estudiantes formas específicas de conducta y comportamiento, según tiempos, lugares y personas.
— Ser un marco de referencia para la resolución de los conflictos en el ámbito escolar, entre los distintos actores y miembros de la comunidad educativa.
— Ser una pauta para prevenir las conductas disruptivas en el ámbito escolar en general, pero en específico, en el aula de clase.
— Crear las condiciones necesarias y suficientes para generar las condiciones de contención que tanto los niños como los adolescentes necesitan en su proceso de constitución como seres humanos en proceso de maduración.
La disciplina entendida según las características anteriores, está dirigida a controlar y organizar el diario acontecer de la institución educativa. Pero también se puede afirmar que la disciplina en una institución educativa, no solo está dispuesta para modificar la conducta de los estudiantes o para garantizar un clima que favorezca el aprendizaje, sino que además contribuye de manera relevante a generar procesos que permiten la maduración o el desarrollo moral de los estudiantes.
Si bien la disciplina puede ser considerada como un conjunto de parámetros de comportamiento, en la medida en que los estudiantes los introyectan, de manera personal y por convicción, estos parámetros de la disciplina contribuyen de manera significativa al desarrollo de la autonomía de los estudiantes en tanto pueden servir de principios que cada cual asume responsable y libremente para favorecer el clima de convivencia en la organización escolar. Para hacer más efectiva esta característica de la disciplina es que se recomienda a las instituciones poner en práctica la estrategia denominada la comunidad escolar justa, puesto que ella contribuye de manera significativa a que los estudiantes encuentren la razonabilidad de las normas y su aplicación. Además, las normas de la disciplina deben ser conocidas por todos y, sobre todo, ser razonables para que los estudiantes les encuentren el sentido que ellas tienen y por ende contribuyan a su formación moral.
Otro elemento relevante en la perspectiva de la formación ética y moral de los estudiantes, así como en el proceso de formación en la libertad y la autonomía, es justamente que los estudiantes generen procesos de autorregulación que les permita responder a las expectativas de la institución, pero fundamentalmente a su propia conciencia y a sus metas personales, porque cada cual se impone a sí mismo las limitaciones que considera razonables, lo cual les permite alcanzar de manera más efectiva sus metas académicas y formativas. Este proceso contribuye de manera importante a formar en la libertad, es decir, personas que saben que la libertad es situada y limitada por las necesidades y expectativas de los demás, y que esto solo es posible en la medida en que cada quien asume lo que le corresponde, de acuerdo con su papel en la organización escolar y lo que de él se espera.
En las instituciones educativas normalmente la formación en la disciplina está liderada desde la coordinación de convivencia y debe estar encaminada a generar procesos de desarrollo moral, de socialización, de convivencia civilizada y de respeto y valoración de los deberes y derechos de todos los miembros de la comunidad educativa. Con el desarrollo de dichos procesos educativos se busca que los estudiantes se formen para ser personas capaces de tomar decisiones libres, responsables y autónomas, al igual que de integrarse y participar en las dinámicas propias de los grupos sociales y de la sociedad civil.
La formación en la disciplina en una institución educativa se puede hacer por medio de las direcciones de curso, las tomas de contacto, el circle time, los espacios de tiempo libre y todas aquellas actividades “no académicas” programadas para la formación ética de los estudiantes, la resolución pacífica de los conflictos, el manejo del control del ambiente para el aprendizaje en el aula de clase, el cumplimiento de las normas y la aplicación de las sanciones, la participación en el gobierno escolar y el cumplimento de los compromisos asumidos, entre otros aspectos.
Es importante afirmar que la disciplina es uno de los elementos centrales en los procesos que adelanta la educación formal, porque ella es una condición de posibilidad necesaria en los procesos académicos, formativos, convivenciales y recreativos que las instituciones educativas adelantan. Por esta razón es de suma importancia en la vida cotidiana de la institución y debe estar incluida en los procedimientos y normas que el Manual de Convivencia contiene.
Finalmente, también es importante precisar que como cualquier proceso complejo, la disciplina debe poder contar con la infraestructura necesaria que permita a la institución educativa un adecuado manejo de todo lo que ella implica. Entre los aspectos propios de la infraestructura se pueden destacar:
Los directores de curso, quienes son la primera instancia y se encargan de todos los aspectos propios del manejo de la disciplina en cada curso.
La coordinación de convivencia, que es la segunda instancia y se ocupa del manejo de los aspectos disciplinarios de los estudiantes en la institución educativa.
La rectoría, instancia directiva que orienta los procedimientos propios de la construcción de disciplina en la institución, así como los procedimientos sancionatorios en las situaciones de incumplimiento de las normas.
El Manual de Convivencia, que recoge tanto los aspectos necesarios para construir una adecuada convivencia, como de llevar a cabo los procesos disciplinarios de los estudiantes que incumplen dichas normas y cometen faltas graves o especialmente graves.
Los procedimientos y formas de proceder, tanto explícitas como tácitas, para la construcción de un ambiente donde la disciplina sea real y efectiva en la construcción de un ambiente de aprendizaje y formación.
Los procedimientos para la realización de los procesos disciplinarios en los casos de incumplimiento de las normas por parte de los estudiantes.
Estos son algunos de los elementos que hacen parte de la infraestructura con la cual una institución educativa debe contar para tener un manejo adecuado de la disciplina.
La disrupción en el ámbito escolar
Uno de los problemas que más afecta la convivencia en el ámbito escolar es justamente la presencia de comportamientos disruptivos por parte de los estudiantes, los cuales generan un clima poco adecuado para los procesos académicos que ordinariamente las instituciones educativas desarrollan. En este sentido, de manera general, se puede entender por disrupción todo tipo de acciones de “baja intensidad” que interrumpen el ritmo de las clases. Los protagonistas principales son estudiantes molestos, que con sus comportamientos impiden o dificultan la actividad docente.
Si bien la disrupción no es un problema grave de disciplina y de convivencia en la institución educativa, los profesores “gastan” mucho tiempo y energías buscando reducir este tipo de comportamientos. Entre las situaciones de disrupción que habitualmente se presentan en una institución educativa, y que más afectan la convivencia, se encuentran las siguientes:
— Tener comportamientos, que sin ser graves, generan detrimento de la calidad de los procesos educativos, tales como: llegar tarde, hablar a destiempo, levantarse continuamente del puesto, no contar con los materiales necesarios para el desarrollo de la actividad, no presentar las tareas o asignaciones, entre otros.
— Impedir la realización de las actividades ordinarias programadas mediante comportamientos como: preguntar reiteradamente a destiempo y sin atender a las respuestas que se dan; abrir debates sobre asuntos que no son relevantes o que únicamente intentan “quemar tiempo”; desviar el curso normal que debe seguir la actividad, clase o proceso, llevándolo hacia aspectos no pertinentes o no relevantes.
— Realizar pequeños actos de indisciplina como conversar en voz baja, distraer a los compañeros, realizar otra actividad diferente a la asignada, dormirse en la actividad, acciones que generan “ruido” o distraen a los estudiantes.
— Fastidiar y distraer a los compañeros con actos de molestia como “tirar papelitos” u otros objetos, esconder los materiales de trabajo de los demás, burlarse, poner sobrenombres, invadir el puesto en un sitio donde no hay sillas o espacios para todos, “colarse” en una fila, son situaciones que molestan o generan interrupción.
— Realizar actos y tener comportamientos que generan molestia a los adultos o a los profesores que están al mando de un grupo o de una actividad, tales como no participar activamente en los procesos y procedimientos que se están realizando, ejecutar otro tipo de actividades que si bien no son malas o dañinas en sí, no están directamente conectadas con lo que en ese momento se está haciendo, y en últimas, tener todo tipo de acciones y comportamientos que molestan o distraen a quien está al mando de la actividad.
— El saboteo de las clases o a los compañeros asociado a la burla o la ridiculización del otro.
Este tipo de comportamientos y acciones que habitualmente se dan en el contexto escolar son disruptivas por cuanto impiden el normal desarrollo de las actividades educativas, hacen gastar energía y tiempo, limitan e impiden el cumplimiento de las metas académicas y deterioran los procesos formativos.
La agresión en el ámbito escolar
Otra de las situaciones y comportamientos que deterioran la convivencia en el ámbito educativo es la agresión que se suele dar entre los diversos actores de la comunidad educativa, y puede ser entre pares, entre los estudiantes y los profesores o viceversa, entre los padres de familia y los profesores o viceversa, entre los directivos y los profesores, entre los directivos y los estudiantes.
Se puede entender por agresión un tipo de comportamiento que generalmente pretende hacer daño a través de una forma de proceder destructiva u hostil. Las formas más agudas de la agresión son el bullying o intimidación escolar y la violencia en general. La agresión atenta contra la sana convivencia en el ámbito educativo al adquirir formas y maneras de presentarse como las siguientes:
Los comportamientos agresivos generalmente son más dañinos que los disruptivos, puesto que no son acciones de “baja intensidad”, sino que pueden producir un nivel medio de daño, o incluso alto.
Los comportamientos agresivos más comunes son: comentarios que lesionan la imagen del otro; los chismes y rumores sobre una persona que lesionan su imagen ante los demás; los conflictos mal resueltos en los que se impone al otro una postura personal sin posibilidad de disenso; los golpes y las peleas que se dan entre los estudiantes como la única forma de resolver los conflictos o las diferencias, entre otros.
Hacen parte de la agresión las situaciones en las que un estudiante, un profesor, un padre de familia, un directivo u otro tipo de persona vinculada a la comunidad educativa realiza actos físicos, psicológicos, emocionales o de cualquier otra índole que perjudican, mediana o gravemente al otro, e incluso al espacio físico o al medio ambiente.
De igual manera, hace parte de esta categoría de los problemas de convivencia la violencia pasiva, un tipo de agresión en la que si bien no hay acción directa ni probablemente física para dañar al otro o al medio, sí existe una forma más bien larvada o soterrada de manipular, amenazar, someter, intimidar o atacar, que generalmente va acompañada de una posición pasiva e involucra generalmente una manipulación emocional.
Estas son algunas de las formas de agresión que afectan la convivencia escolar y deterioran el clima escolar, tanto en el aula de clase como en la institución en general, y que deben ser atendidas en los procesos de gestión de la convivencia para minimizar el daño que causan.
Otras formas de disrupción o indisciplina en el ámbito escolar
Existen asimismo otras formas de daño de la convivencia que afectan el clima escolar. Dichas formas son:
— El bullying o la intimidación escolar, consiste en una forma de agresión repetida y sostenida en el tiempo que ejerce un estudiante (el agresor) sobre otro (la víctima) ante la mirada de sus compañeros (los espectadores), con el fin de someterlo y ejercer poder sobre él, impidiendo que la víctima genere estrategias o acciones que le permitan liberarse de dicho sometimiento. Este tipo de agresión puede ir desde el daño físico hasta el psicológico. Dada la relevancia y gravedad de esta forma de violencia y su incidencia en el deterioro del clima escolar, además de la intencionalidad del presente texto, esta será abordada en un capítulo independiente.
— Los daños materiales y físicos que generalmente rayan con el vandalismo y la destrucción del medio, ya sea escolar, de la ciudad misma o de las personas, y que consisten, entre otras cosas, en: ruptura de objetos o destrucción de la propiedad pública o privada, realización de “pintas” o grafitis en las paredes y los muros, el robo de enseres o partes del mobiliario, ya sea de la institución educativa o de la ciudad, y en general, todo tipo de acciones destructivas que atentan contra lo material.
— La violencia física, un tipo de agresión de alta intensidad que involucra golpes, riñas, daño a la integridad física del otro, ya sea con golpes o con algún tipo de objeto o de arma, conflictos entre grupos o pandillas, enfrentamientos y todo tipo de acciones en las que se hace uso inadecuado de la fuerza para generar violencia. Este tipo de acciones generalmente se inscriben en la categoría de los delitos en el ámbito jurídico.
— El consumo de sustancias prohibidas o dañinas para el ser humano, tales como las psicoactivas, las medicinas controladas, el alcohol, el cigarrillo o cualquier otro tipo de sustancia que atente contra la integridad y la salud del ser humano.
La violencia institucionalizada en la escuela
Cuando se habla de violencia en la escuela casi siempre se hace referencia a las agresiones y actos violentos que se suscitan entre los estudiantes y sus compañeros, y si bien es uno de los problemas más serios de la convivencia, también hay otro tipo de violencia o agresión que se da entre la institución o sus profesores, y los estudiantes. Este es un tipo de violencia del cual casi no se hacen estudios o indagaciones, porque parece estar legitimado o normalizado por el sistema mismo. Se podría hablar entonces de un tipo de violencia institucionalizada.
Es evidente que la violencia institucionalizada no existe por deliberación y perversa decisión de los directivos, los profesores o de cualquier otra instancia o estamento de la institución. Existe porque ella está asociada, entre otras cosas, a las maneras de ser y proceder de los directivos y profesores, o a criterios y patrones de comportamiento que previamente se han determinado como fundamentales en los procesos formativos, o porque se tiene un concepto de autoridad que raya en el autoritarismo y la represión contra toda forma de proceder y actuar de los estudiantes.
En las instituciones educativas se generan procesos y procedimientos de actuación que en sí son violentos o agresivos para los estudiantes, ya que buscan amedrentarlos y someterlos a las formas de proceder con anterioridad definidas. En ocasiones estas formas larvadas de agresión o violencia adquieren el tinte conocido como de violencia pasiva o violencia soterrada, que termina por aceptarse como “normal” o como una manera adecuada de proceder. Generalmente este tipo de violencias es generado por parte del personal directivo, de los profesores o del personal de apoyo contra los estudiantes y, en algunos casos, contra los padres de familia. Algunas de las manifestaciones más comunes de ella son:
— La agresión pasiva. Se configura cuando quien detenta un poder en el aula o en la institución escolar emplea un lenguaje irónico, descalificador, manipulador de los sentimientos y emociones de los otros, hace chantaje emocional, o en últimas, manipula al otro mediante expresiones intimidatorias, buscando su sometimiento u obediencia. Este tipo de violencia es casi siempre verbal, no emplea la agresión física, y se queda generalmente en el plano de las expresiones.
Dicho comportamiento es violencia, porque somete, intimida y paraliza al otro, coartando su libertad y autonomía, llevándolo a la pérdida de la autodeterminación y haciendo que actúe más por miedo y coerción que por libre determinación. Emplea como motor de manipulación la fuerza psicológica o la emocional, que utiliza para coartar y someter al otro.
— Las sanciones evaluativas. Este tipo de violencia larvada tiene que ver con las actuaciones de un docente que utiliza los quices, las previas, las tareas y los exámenes sorpresa como medio de control, sometimiento o manejo de la disciplina y que buscan intimidar y mantener al estudiante “bajo control”. Se presenta generalmente cuando el docente es incapaz de controlar al grupo o tener un manejo adecuado de él.
Este tipo de violencia generalmente se sustenta en argumentos cercanos a la exigencia académica, a la necesidad de mantener el control, y generalmente, a todo tipo de argumentos de orden académico, pero en definitiva ocultan un docente poco diestro en el manejo de los estudiantes, temeroso, intimidado por estos, con necesidad de mantener el orden y la compostura en el grupo, que lo lleva a agredirlos y someterlos con la herramienta de la cual dispone de manera inmediata, pero además cobijada con una “buena causa”: la exigencia académica.
— El autoritarismo. Muchos directivos o profesores de las instituciones educativas piensan que frente a los niños o a los adolescentes se debe actuar con autoridad, de tal manera que consideran que la mejor manera de proceder es siendo impositivo, exigente, no negociando, y sobre todo, definiendo todo desde las estructuras más centrales de la institución, sin dar cabida al debate, al disenso o a la controversia.
Suele suceder que los profesores confundan detentar una legítima autoridad con autoritarismo, en tanto siempre están prevenidos ante los posibles “retos” que los estudiantes o adolescentes les plantean y que, a juicio suyo, minan su autoridad. Ante esta situación, muchos docentes o directivos optan por asumir posiciones dogmáticas, no permiten que se cuestionen sus decisiones, no admiten ningún tipo de controversia y todo lo definen, todo lo controlan.
Rápidamente el autoritarismo empieza a ser un tipo de violencia pasiva, la que si bien no golpea físicamente, sí maltrata la autoestima de los estudiantes, les impide autoconstruirse, los paraliza en la acción y les impide que encuentren maneras propias y adecuadas de solución de los problemas y de las situaciones que diariamente acontecen en el trajinar de la vida escolar.
— Ignorar los problemas de convivencia. En un gran número de instituciones educativas los directivos, pero especialmente los profesores, ignoran deliberadamente los casos de agresividad, violencia no física, intimidación y demás problemas de convivencia. Generalmente esto ocurre porque los profesores tienden a minimizar los comportamientos disruptivos que ocurren en la cotidianidad, ya sea porque los consideran banales y juzgan que no son situaciones graves, o porque quieren ahorrarse problemas o no desgastarse con los estudiantes interviniendo en cada situación problemática.
Este tipo de comportamientos de los directivos o de los profesores rápidamente genera un ambiente de permisividad en la institución y los estudiantes aprenden también, muy rápido, qué tipo de cosas son ignoradas por los directivos y profesores, y por lo mismo, que se pueden hacer sin temor a recibir una reconvención o sanción.
Es un tipo de violencia institucionalizada porque los estudiantes aprenden que la institución permite comportamientos que pueden ir en contra de los estudiantes por ser violentos emocionalmente, y en definitiva, llegar a ser de un nivel de agresividad alto.
— Las decisiones arbitrarias. Este tipo de violencia generalmente va de la mano del autoritarismo y tiene que ver con las decisiones que los directivos o los profesores toman frente a sus estudiantes sin tener un soporte normativo ni de hechos reales, y que tienden a someter la rebeldía de los estudiantes; no hay razones ni argumentos que las justifiquen y únicamente se sustentan en la autoridad que se detenta.
Generalmente los estudiantes, especialmente los adolescentes, quieren saber las razones de una decisión. Nada hay más agresivo para aquellos que responderles “porque yo lo he decidido así”, puesto que es inherente a su condición el cuestionar, saber las razones, participar en la toma de decisiones, ser escuchados, disentir.
Es un comportamiento violento puesto que busca lo mismo que el autoritarismo: sojuzgar al estudiante, impedir su disenso, coartar su libre expresión, y en últimas, imponer el sometimiento revestido de respeto a la autoridad.
— El castigo. Es una estrategia de control que, como muchas de las enunciadas en este apartado, busca la sujeción del estudiante al control y la decisión de los adultos por medio de una estrategia totalmente punitiva, que busca intimidar y obtener la obediencia del castigado.
Como se verá en otro apartado de este texto, una cosa es sancionar o dejar que las consecuencias naturales de las acciones de los estudiantes sigan su curso normal, y otra es castigar para abatir y minar la autoestima de los estudiantes. Claramente el castigo se inscribe en esta segunda línea y genera en los estudiantes consecuencias devastadoras, asociadas con la humillación, la rabia, el resentimiento y la impotencia que experimentan frente a lo que deciden los adultos que los forman.
— Las presiones académicas. Si bien el sentido de una institución educativa es justamente la formación, en muchas instituciones lo académico tiende a convertirse en un fin en sí mismo, especialmente cuando se apuesta por ocupar los primeros lugares en los rankings de colegios. Tal propósito genera presiones muy fuertes para que los estudiantes obtengan buenos resultados, además de que en muchas ocasiones se los somete a entrenamientos en pruebas objetivas y simulacros, llegando a descalificar, hacer sentir mal y hasta excluir de la institución a quienes obtienen los resultados más bajos.
Este es un tipo de violencia porque, con un fin altruista como lo es la obtención de buenos resultados, se atropella a los estudiantes, se los somete a extenuantes jornadas de entrenamiento, se les aumenta la presión y se genera un clima de zozobra y de incertidumbre que se revierte en estrés y fobia escolar.
— Las actitudes psicológicas. En ocasiones los profesores o directivos de las instituciones educativas asumen posiciones de orden psicológico que se traducen en discriminación hacia los estudiantes, ya sea porque estos poseen habilidades especiales, porque tienen comportamientos distintos a los normales de los estudiantes de su edad, o porque carecen de las habilidades que el promedio de los estudiantes despliegan.
Este tipo de actitudes se constituyen en violencia institucionalizada en tanto son detentadas por los profesores o los directivos pero de todas maneras se dirigen en contra de los alumnos, quienes generalmente se hallan en estado de indefensión frente a las autoridades escolares. Por el daño que estas actitudes causan en la autoestima de los menores, en ocasiones terminan lesionando gravemente su integridad emocional.
— La negligencia académica del profesor. Es evidente que los profesores son modelos de excelencia académica para sus estudiantes. En este sentido, cuando un docente es negligente, es decir, no se actualiza permanentemente en su campo de experticia, no prepara sus clases, no enseña con calidad, no enseña todo lo que debe enseñar, deja temas o aspectos curriculares importantes sin abordar en sus clases, realiza sesiones de clase de muy baja calidad o repetitivas, sin tener en cuenta las necesidades, expectativas y búsquedas de sus estudiantes, entre otros muchos aspectos, genera un tipo de violencia pasiva contra sus estudiantes.
Es violencia ya que engaña y lastima los procesos académicos y formativos de los estudiantes, de tal manera que no pueden desarrollar su potencial, son engañados y en últimas, desde lo institucional, desde lo estructural, se deja pasar esta situación y no se toman las medidas o las estrategias para remediarla.
Si bien, estas son algunas de las manifestaciones que adquiere la violencia institucionalizada, y no se abarca ni se explora todo lo que podría caer bajo esta categoría, de todas maneras el enunciarlas y saber que existen, pero no darles solución, se constituye en un “caldo de cultivo” para otros tipos de problemas de convivencia, tales como el bullying.
No es el propósito de este texto abordar dicha problemática en toda su complejidad, pero bien vale la pena hacer este breve enunciado que llame la atención sobre elementos y aspectos que crean condiciones y modifican la cultura institucional al punto de hacer posible, e incluso, incentivar el bullying.
La gestión de la convivencia es una de las responsabilidades del directivo en una institución educativa. Normalmente se habla de otro tipo de gestiones, tales como la directiva, la de calidad, la académica, pero no de la de convivencia. Esta gestión requiere de una disposición, unas habilidades y unas competencias especiales por parte del directivo, que en la perspectiva de lo planteado en este texto, requiere de un abordaje especial.
Definición e implicaciones de la gestión de convivencia
Uno de los principios básicos de la gestión de la convivencia es el reconocimiento del valor de las personas en la organización. De acuerdo con ello, el tema central de la gestión, según Casassus (2000), “es la comprensión e interpretación de los procesos de la acción humana en una organización”, de ahí que el esfuerzo de los directivos se oriente a la movilización de las personas hacia el logro de los objetivos misionales.
La gestión es considerada como el conjunto de servicios que prestan las personas dentro de las organizaciones, situación que lleva al reconocimiento de los sujetos y a diferenciar las actividades eminentemente humanas del resto de actividades, donde el componente humano no tiene esa connotación de importancia. Lo anterior permite inferir que el modelo de gestión retoma y resignifica el papel del sujeto en las organizaciones, proporciona una perspectiva social y cultural de la administración mediante el establecimiento de compromisos de participación del colectivo y de construcción de metas comunes, lo cual exige al directivo docente responsabilidad, compromiso y liderazgo en su acción.
La gestión de convivencia busca, fundamentalmente, disponer todos los elementos con los cuales una institución educativa cuenta para organizar y ejecutar las tareas propias que aseguren la formación de los estudiantes en el ámbito de la convivencia, incluyendo la prevención de comportamientos y conductas disruptivas, a la par que busca la ejecución de los procedimientos contenidos en el PEI y en el Manual de Convivencia para la formación ética y moral, la formación ciudadana, la convivencia pacífica, la resolución pacífica de los conflictos, la prevención de la violencia y la maduración e integración afectiva de los estudiantes, entre otros aspectos.
Entendida la gestión de convivencia de esta manera, de ella se deduce una serie de implicaciones para su comprensión que bien vale la pena explicitar.
La primera acción que ella implica es justamente disponer los elementos de una institución educativa. Esta acción supone que el directivo conoce con propiedad esos elementos, los maneja y sabe organizarlos convenientemente para que funcionen integradamente en la organización escolar. Pero además, es preciso tener en cuenta que cuando se habla de elementos se hace referencia a procedimientos, procesos, instancias, niveles de la estructura organizacional y aun los directivos que se encargan de la convivencia.
La segunda acción es organizar y ejecutar las tareas para la formación de los estudiantes, lo cual implica disponer todos los procedimientos para poder llevar a la práctica, de manera eficiente y efectiva, la formación de los estudiantes en determinados aspectos que previamente se hayan definido, ya sea en las políticas públicas o en los lineamientos y el horizonte institucional propio de cada organización escolar.
La meta fundamental de la gestión de la convivencia es la creación y ejecución de estrategias y procedimientos que hagan posible la formación de los estudiantes en la convivencia para la prevención de los comportamientos y conductas disruptivas, además del manejo adecuado de la disciplina y la aplicación de las normas y procedimientos contenidos en el Manual de Convivencia para hacer posible la vida en comunidad. En síntesis, todo lo que tiene que ver con los procesos, los procedimientos y las estrategias necesarias y pertinentes para hacer posible no solo la vida en comunidad, sino la formación ciudadana, social, ética y política de los estudiantes.
Como ya se ha afirmado, los procesos educacionales y de desarrollo cognitivo y académico ocurren convenientemente si hay un ambiente que los haga posibles. La gestión de la convivencia busca que dicho desarrollo cognitivo y académico, así como el humano, ocurran adecuadamente.
La gestión de la convivencia “echa mano” de, o trabaja con, una serie de procedimientos contenidos en el PEI y el Manual de Convivencia. En efecto, los principios y lineamientos formativos consignados en el horizonte institucional que contiene el PEI, así como los principios, procedimientos y criterios derivados de dichos lineamientos y principios, que están consignados en el Manual de Convivencia, son el referente obligado de todas las actuaciones de un gestor de convivencia, puesto que es justamente en ellos en los que apoya sus decisiones para llevarlos a la práctica, hacerlos visibles en el día a día de la institución.
La gestión de la convivencia solo tiene sentido en el contexto de los procesos formativos que la institución educativa busca, cuyo principal aspectos o elemento formativo pretendido es la formación ética y moral de los estudiantes, supuesto de todo el proceso de formación en la convivencia y que debe ser su intencionalidad para que todo aquello que se haga en la institución educativa bajo la perspectiva de la norma, su asunción y cumplimiento, por parte de los estudiantes, vaya más allá del mero cumplimiento por el cumplimiento, y encuentre un sustento real y efectivo en estos procesos, que buscan un adecuado desarrollo moral, así como una maduración de la conciencia moral y de la capacidad de tomar decisiones responsables y libres, racionalmente sustentadas.
La formación ciudadana tiene que ver con la construcción de la ciudadanía y la formación de los estudiantes como sujetos activos en la sociedad civil, de modo que sean partícipes de la construcción política de esta y con las competencias y habilidades sociales necesarias para la interacción y la participación en los asuntos que conciernen al bien común. Muchos de los procedimientos y las actuaciones que se hacen desde la perspectiva de la gestión de la convivencia están encaminados a lograr que los estudiantes se eduquen progresiva y paulatinamente para adquirir una adecuada formación ciudadana que les permita posteriormente ser auténticos ciudadanos, con la disposición y capacidad para la participación política, conscientes de sus derechos y deberes.
La convivencia pacífica está directamente relacionada con la capacidad que se debe formar en las personas para que convivan con otros seres humanos, en los distintos grupos que ellos conforman, de una manera en la que se acepta la diferencia, se respeta al otro y se es capaz de convivir con el otro, en un ambiente pacífico. Esta es una de las metas de la gestión de convivencia: lograr que los estudiantes convivan pacíficamente en la institución educativa, a la par que desarrollan habilidades y competencias para su posterior vivencia en la vida cotidiana, fuera de la institución y en su vida adulta y profesional.
La resolución pacífica de los conflictos tiene que ver con la capacidad que posee una persona para enfrentar, de una forma no violenta ni agresiva, los conflictos que se le presentan a diario. El conflicto es una realidad inherente a la vida de los seres humanos, que se presenta en todo momento y que hace parte de la vida en comunidad. Sin embargo, este se puede constituir rápidamente en una fuente de confrontación, que si se escala, puede afectar la convivencia del grupo humano en el cual se presenta, hasta llegar a niveles de daño, en algunos casos irreversible, para las personas. Aprender a resolver pacíficamente los conflictos es una de las metas de una adecuada gestión de la convivencia, pero no solo para solucionar los que se presentan en el día a día de la institución educativa, sino para formar a los estudiantes en las habilidades y las competencias necesarias para que en la vida futura, la profesional y la adulta, estas funcionen adecuadamente y permitan la construcción de la ciudadanía y la participación democrática y tolerante.
La prevención de la violencia escolar está directamente relacionada con la puesta en práctica de estrategias que eviten todo tipo de violencia, desde la física hasta la psicológica, en el ámbito de la convivencia escolar. Esta meta es sumamente importante, puesto que la prevención de la violencia incluye todas las estrategias que se deben realizar para erradicar el bullying o intimidación escolar, tal vez uno de las principales tipos de violencia escolar. La gestión de la convivencia implica que quienes son responsables de ella generen todo tipo de estrategias, desde las disuasivas hasta las correctivas, para prevenir y evitar la violencia escolar.
La maduración e integración afectiva de los estudiantes tienen relación con los procesos de formación en la afectividad, lo cual implica la construcción del autoconcepto, el manejo de las emociones, el desarrollo y maduración de la sexualidad, la construcción de la identidad de género, entre otros aspectos. La gestión de la convivencia implica el trabajo mancomunado con los profesionales especializados y encargados de la formación en la afectividad para el desarrollo de actividades formativas que les brinden a los estudiantes un adecuado proceso de maduración de su vida afectiva, de tal manera que se los forme en habilidades para la vida y, por supuesto, para la convivencia pacífica. Es preciso tener en cuenta que muchos de los problemas de convivencia involucran aspectos y elementos de la vida afectiva de los estudiantes.
Como se puede ver, la gestión de la convivencia tiene implicaciones importantes en los procesos formativos que una institución educativa emprende.
Pero la gestión de la convivencia no se la puede comprender sin que se aborde lo concerniente a la disciplina, dado que este es tal vez uno de los aspectos en los que se centra dicha gestión.
El planteamiento que se ha hecho en este apartado va en dirección de la comprensión que se hace desde la perspectiva del cuerpo directivo de una institución educativa y de las tareas que se pueden llevar a la práctica. Sin embargo, se deja de lado lo que concierne a la gestión de la convivencia en el aula de clase1, lo que no es menos importante que los aspectos institucionales. De todas maneras, este aspecto, la gestión de la convivencia en el aula de clase, también se debe tener en cuenta en el ámbito de una adecuada gestión de la convivencia en las instituciones educativas.
El diagnóstico del estado de la convivencia
Uno de los aspectos más importantes para mejorar la gestión de la convivencia es no dar por sentado nada o suponerlo, sino siempre recabar datos y evidencias que soporten las decisiones que se toman y disponer de información pertinente para poder encauzar las decisiones atinentes a la convivencia escolar.
La mejor estrategia para una adecuada gestión de la convivencia escolar es realizar un diagnóstico inicial del estado de la convivencia en la institución educativa, de tal manera que este se constituya en el punto de partida desde el cual se organice el trabajo de gestión, pero sobre todo, que permita identificar cuáles son los problemas más graves de convivencia y cómo los estudiantes los perciben.
Generalmente esto no se suele hacer, sino que se supone cuál debe ser el punto de partida y desde la visión de los directivos y profesores se define en qué perspectiva se puede y debe avanzar para mejorar la convivencia. Nada más adecuado para hacer esta tarea que la realización de un diagnóstico desagregado por género (si el colegio es mixto), por curso, por grado, por sección (primaria, bachillerato bajo y bachillerato alto) que permita tipificar y definir cuáles son los principales problemas que subyacen en cada uno de estos niveles y cuáles son aquellos que los estudiante perciben como los más graves.
Adelantar este proceso de diagnóstico no siempre es fácil o no siempre se hace, porque habitualmente se tiende a generalizar o a suponer, e incluso, lo que es más grave, a ignorar que hay problemas, y por lo mismo, no se los atiende2.
Hay que realizar procesos de diagnóstico sobre el estado de la convivencia que involucren a los estudiantes, a los profesores, al personal administrativo y de apoyo, al personal directivo, a los padres de familia y aun a la comunidad circundante de la institución.
Con este diagnóstico se tendrá un punto de partida más claro y específico desde el cual partir en las estrategias de trabajo que se planteen y que permitan no solo una adecuada gestión de la convivencia, sino por supuesto, una mejora significativa de ella.
En las nuevas tendencias formativas de la convivencia, y más exactamente cuando se habla de disciplina, existe el enfoque denominado disciplina positiva, que se erige como una alternativa o forma diferente de enfocar este problema.
La disciplina positiva se define como un programa o conjunto de actividades soportados por aquellas actitudes de los educadores (profesores y padres) que se orientan a guiar al estudiante en la mejor consecución de los objetivos de su formación tanto académica como personal y social. Por tanto, es una dimensión positiva, que contrasta con la dimensión negativa y sancionadora de la disciplina tradicional (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).
Puede entenderse también como proceso de creación de oportunidades para que los individuos vayan alcanzando, progresiva y sucesivamente, las metas en cada uno de los momentos de la vida académica (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).
El sistema tradicional de disciplina entiende al individuo como el problema y trata de eliminar rápidamente la conducta perturbadora. La disciplina positiva se basa en el apoyo de la conducta positiva y considera los sistemas, los ambientes y la falta de habilidades como parte del problema. Por consecuencia, trata de producir un cambio en todos los componentes. Por esta razón al enfoque de disciplina positiva lo caracteriza un conjunto de estrategias a largo plazo, cuya finalidad es reducir la frecuencia de aparición de la conducta inadecuada y enseñar maneras adecuadas de comportarse y proporcionar apoyos de todo tipo que garanticen obtener resultados de éxito.
La disciplina tradicional puede interpretarse como violenta debido a que:
Se lleva a cabo en función de una autoridad que convierte al profesor en un “poderoso” frente al estudiante, bajo la justificación de querer redimirlo o formarlo.
Además de sancionar, promueve el sentimiento de culpa del individuo sobre el que se aplica, generando en él la sensación de pérdida de control ligada a la sensación de indefensión, sin ofrecerle al estudiante oportunidad alguna para defenderse o justificar su actuación.
Genera la dinámica del castigo, que refuerza la heteronomía de los estudiantes y, sobre todo, el resentimiento.
Frente a la disciplina tradicional, la disciplina positiva surge como planteamiento y modo de actuar cuya finalidad es la construcción de formas adecuadas de comportamiento, pero a diferencia de la tradicional, no pretende conseguir resultados inmediatos a corto plazo, sino que planifica sus acciones a largo plazo, con la convicción de que el proceso de cambio auténtico en las personas no es una cuestión ligada a un refuerzo negativo, a un castigo o incluso a un refuerzo positivo, sino que es un proceso constructivista que apunta en la dirección del cambio de actitudes y de cultura de las personas (pensamientos, emociones, conductas, creencias, etc.) y por lo tanto no puede perseguir resultados instantáneos o en un corto tiempo (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001). Se puede, entonces, decir que la disciplina positiva:
Se entiende como una guía que orienta hacia la promoción de las personas a partir del aprendizaje de los comportamientos adecuados y no de la sanción o el castigo.
Es un conjunto de actitudes que hay que despertar y cultivar en el profesor y el estudiante, sin ser un código de conductas a acatar.
No se basa en el miedo a una autoridad omnipotente, sino en la confianza mutua entre los distintos actores involucrados.
Se desarrolla en los estudiantes por medio de la interacción con los profesores y no mediante un conjunto de normas que los estudiantes tienen que asumir y obedecer ciegamente.
No es un instrumento terapéutico para comportamientos disruptivos, sino un instrumento de construcción de la persona en la convivencia y la libertad. Por lo tanto, la práctica de la disciplina positiva es un ejercicio de libertad y no de poder.
¿Por qué utilizar la disciplina positiva?
La disciplina positiva se puede utilizar por las siguientes razones:
Es útil para controlar los problemas de conducta de los estudiantes que interfieren o dificultan la actividad normal del profesor en el aula, contemplando estructuras familiares, influencias de los medios masivos de comunicación y la carencia de técnicas eficaces para establecer el orden en el aula.
Es eficaz para lograr que el estudiante controle su conducta, no sea agresivo o pasivo frente a los demás, y más bien busque establecer una comunicación asertiva.
Fortalece y supone la comunicación entre el profesor y el estudiante en el aula, cuya misión es contribuir a la prevención y reducción de problemas adicionales.
Beneficia el ambiente de aprendizaje de la institución educativa en general y permite aprender a trabajar juntos y apoyarse mutuamente como una comunidad de aprendices.
Se puede constituir en una poderosa estrategia para el logro de una adecuada gestión de la convivencia en la institución educativa.
Prácticas de disciplina positiva por parte de los docentes
Las prácticas de disciplina positiva que un docente debe llevar a su cotidianidad pueden ser:
El profesor responde a las necesidades individuales. El sistema de apoyo a la conducta positiva requiere una clara orientación hacia las preferencias, los recursos y las necesidades de los individuos que presentan conductas violentas o disruptivas, pero individualizando cada estudiante y cada conducta, sin caer en la masificación o la generalización.
El profesor provoca un cambio en el entorno, sobre todo si denota que existen elementos del ambiente que influyen en la aparición o mantenimiento de las conductas violentas; en esos casos es importante reorganizar el entorno en función del éxito que se busca.
El profesor enseña y entrena nuevas habilidades en sus estudiantes propensos a las conductas violentas, así como a los coetáneos que configuran su red de interacciones. Estos sujetos, con frecuencia, necesitan aprender respuestas alternativas, más adecuadas, que pueden llevarles a conseguir los mismos objetivos que con las conductas violentas. Generalmente hay que orientar o entrenar a estos estudiantes en habilidades sociales.
El profesor acepta y valora las conductas positivas. Es importante reforzar, reconocer y dar importancia a todas las conductas positivas de manera consistente para garantizar que los estudiantes las identifiquen, pero sobre todo, para que sepan lo que los adultos esperan de ellos.
Los pilares de la disciplina positiva
La forma de ser y actuar del profesor. Uno de los elementos relevantes con relación al profesor es la moral de él, entendida esta como el sentimiento de un profesional de la educación sobre su dedicación, basada en la manera en que se percibe a sí mismo en la organización, y en la medida en que percibe que esta es capaz de satisfacer sus propias necesidades y dar cauce a sus expectativas (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).
Muestra el interés profesional y el entusiasmo de una persona hacia la consecución de sus objetivos y del grupo en una situación dada. La moral del profesor tiende a correlacionarse con un ambiente saludable en la institución educativa, caracterizada por un clima positivo que permite incrementar la autoestima del docente y del estudiante.
La comprensión que el docente tenga sobre la anatomía del conflicto es muy importante. Debe analizar y conocer cada uno de los momentos y tener en cuenta:
— Los problemas o las cuestiones que generan conflicto y que se refieren a dimensiones del ambiente físico o social.
— Las estrategias, que incluyen las tácticas físicas o verbales, que pueden ser tanto agresivas como no agresivas.
— Los resultados, que pueden ser situaciones no resueltas, soluciones impuestas por los adultos, o la sumisión de un estudiante a otro.
— El establecimiento de pautas de conducta adecuadas como la enseñanza de las competencias sociales y habilidades de relaciones interpersonales implica que los estudiantes adquieran las siguientes competencias:
— Entender y reconocer las emociones propias y las de los demás.
— Ser capaz de percibir y analizar cualquier situación para suscitar las respuestas correctas, tanto en función de la situación particular, como de las consecuencias.
— Habituarse a predecir las consecuencias de las acciones propias, especialmente las que implican una forma de violencia (manifiesta o latente).
— Mantener la tranquilidad para pensar antes de actuar con el fin de reducir el estrés y la depresión, de remplazar el uso de la violencia por conductas positivas.
— Entender y utilizar los procesos de grupo, comportarse de manera cooperativa y resolver eficazmente los conflictos sociales.
— Seleccionar modelos de gestión positivos y orientadores, así como relaciones beneficiosas con los compañeros.
— El docente debe poder crear sistemas de autorregulación para responder a la violencia. Cuando se consigue implantar un sistema de comportamiento en el que las personas ejercen autorregulación se crea un ambiente de confianza y equidad (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).
La forma de ser del profesor debe caracterizarse como la de un “profesor positivo” que espera que sus estudiantes consigan altos objetivos, proporciona oportunidades significativas para la participación y reconoce las conductas positivas de sus estudiantes. Un profesor positivo es capaz de mostrar las siguientes actitudes:
— Comprende y acepta las razones por las que cada estudiante se comporta como lo hace.
— Se muestra como orientador, como persona dispuesta a ayudar, más que como alguien que tiene la autoridad para determinar lo que está bien o mal.
— Establece los límites de la libertad de la persona.
— Promueve la descentración de los estudiantes para adoptar la perspectiva del otro.
— Sugiere soluciones alternativas y permite que sean los estudiantes quienes las indiquen.
— Promueve la vivencia de la “espera” desde el punto de vista cognitivo, emocional y conductual.
— Es siempre positivo ante los estudiantes y comunica confianza.
— Muestra su experiencia ante situaciones difíciles y problemas.
— Reconoce los derechos de los estudiantes.
— Evita las acusaciones.
— Cuando debe decir que no, ofrece alternativas.
— Promueve el paso del heterocontrol al autocontrol.
— Permite que los estudiantes expresen las emociones e incluso les ayuda a expresarlas.
— Fomenta en el aula un clima emocional que facilita la resolución de los conflictos de manera adaptativa y no traumática.
— No solo es claro y explícito en los mensajes, sino que muestra firmeza y decisión cuando se enuncian mensajes.
— Promueve en los estudiantes la búsqueda y el descubrimiento, y no la mera aceptación acrítica y pasiva de lo que dice el profesor.
La forma de actuar de los estudiantes. La forma de ser y actuar de los estudiantes apunta hacia las dos finalidades de la educación: educación de la competencia, es decir, la educación en el éxito y la capacidad para resolver problemas, y la educación del carácter, o sea, la educación en la calidad de vida (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).
En cuanto a la forma de ser y actuar de los estudiantes se busca promover y desarrollar su capacidad de resolver problemas y razonar, mostrando una variedad de opciones para la solución de los conflictos, desarrollar la capacidad propositiva, la interdependencia y el poder (control) sobre sus vidas, lo cual les permite evitar el uso de medios violentos y más bien reconocer la diversidad y fortalecer las habilidades prosociales como la cooperación.
Además de lo señalado, la forma de actuar de los estudiantes debe apuntar a la estimulación de la comunicación interpersonal, la creación de un ambiente de éxito y optimismo, y el desarrollo de la inteligencia emocional, la empatía y el sentido del humor.
El planteamiento y la actitud institucional. Las instituciones deben reconocer la presencia del currículo oculto en la formación de los profesores, institucionalizando la capacitación y orientación de los docentes en temas centrales como el autocontrol emocional, los sentimientos y los comportamientos prosociales, sobre los cuales los docentes deben trabajar con sus estudiantes, en ocasiones, sin una clara preparación en el tema. Por esta razón es importante hablar de la tolerancia y convivencia de los estudiantes en sus vidas, luego de alfabetizar a los docentes en estos temas.
La formulación de estructuras, instancias y procedimientos para el manejo de la convivencia escolar
En la gestión de la convivencia es necesario que se presenten rápidamente aquellas estructuras, instancias y procedimientos que se deben implementar adecuadamente para lograr un excelente manejo de la convivencia escolar. A este respecto, se puede afirmar:
Las estructuras e instancias para el manejo de la convivencia
A continuación se proponen unas estructuras que se podrían implementar en una institución educativa interesada en construir un gobierno democrático, pero además, que permitirían una adecuada gestión de la convivencia.
Existe un criterio fundamental para lograr una apropiada gestión de la convivencia, que se debe tener presente:
La gestión de la convivencia depende fundamentalmente del perfil de los profesores que conforman el equipo de formación, quienes se deben destacar, entre otras cosas, por su calidad humana, enfoque democrático en la construcción de las normas, total disponibilidad para acompañar a los estudiantes, real y efectiva preocupación por establecer relaciones con los estudiantes fundadas en el respeto, comprensión, gran capacidad de escucha y verdadera vocación de servicio a la educación.
Si este criterio fundamental permea toda la institución, las instancias serán superfluas, puesto que probablemente todo se resolverá en los niveles más básicos, no hay comportamientos disruptivos graves, ni en aula de clase ni el escenario de la institución educativa, y con seguridad los conflictos y los problemas no escalarán.
Profesores. La primera y más básica instancia de la estructura convivencial de una institución educativa son los profesores. Tal como se dijo anteriormente, si se cumple el criterio fundamental dado, se resolverán muchos de los problemas y conflictos que a diario se presentan en ella. Los profesores deben encarnar los valores y principios propios de la intencionalidad formativa de la institución en su diario proceder, de tal manera que con ellos se resuelvan los conflictos, se manejen los comportamientos disruptivos de los estudiantes, se prevenga la comisión de faltas y se logre generar un ambiente saludable emocional y formativo.
Para el logro de esta perspectiva es preciso que se seleccionen profesores que cumplan con el perfil que se quiere, que tengan las condiciones humanas necesarias para desarrollar las habilidades y competencias definidas en el criterio fundamental. Es preciso que también se adelanten procesos de capacitación, de formación y acompañamiento de los profesores, que les ayude a formarse o desarrollarse para atender de mejor manera la formación de los estudiantes.
Los profesores deben entender que son ellos la primera y fundamental instancia de gestión de la convivencia, que en la medida en que hagan convenientemente su labor los problemas no se saldrán de cauce ni aumentarán.
Los profesores también deben ser conscientes de que, en la medida en que ellos no resuelvan los problemas de convivencia, por inadecuada gestión, irán perdiendo su autoridad, toda vez que los estudiantes rápidamente aprenderán que son quienes tienen el “poder” de desestabilizarlos. En este sentido, a menos que la situación sea realmente grave, debe ser atendida por el profesor conocedor de ella, aunque después informe a otras instancias, haciendo que los estudiantes vean la solidez de los criterios formativos, pero, además, la unidad en estos, independientemente de la instancia que se ocupe de resolver la situación.
Dirección de curso, consejeros o tutores. La segunda instancia de la estructura convivencial de una institución educativa son los profesores, quienes desempeñan el papel de directores de curso, de consejeros o de tutores. Ellos son la segunda instancia por cuanto están atentos a la dinámica del grupo y, por conocer más en detalle a los estudiantes, perciben con mayor rapidez las posibles situaciones conflictivas y los problemas que se presentan en la cotidianidad.
Son además los responsables de acompañar a los estudiantes como grupo o curso, de individualizar a cada uno, de conocer en detalle las cualidades y sus posibles dificultades de convivencia, de generar las estrategias de seguimiento y acompañamiento que cada estudiante requiere según sus condiciones específicas.
Esta instancia, junto con la anterior, constituyen el nivel más primario de la estructura de convivencia que debe haber en una institución educativa. Es en ella donde se deben resolver la mayoría de los conflictos de convivencia y contener a los estudiantes, dándoles las pautas de comportamiento y generando las estrategias que mejoren sus habilidades y actitudes de comportamiento.
Coordinación de convivencia. La coordinación de convivencia es una instancia de la estructura de la institución educativa que se halla en un nivel distinto de las dos anteriores. Requiere tener dos características importantes: la primera, servir de apoyo tanto a los profesores como a los directores de grupo, consejeros o tutores, en los procesos de seguimiento y acompañamiento a los estudiantes, proveyéndoles elementos y estrategias para que puedan cumplir con su labor formativa, pero además, para que sean ellos quienes primariamente resuelvan los posibles conflictos. La segunda, intervenir cuando una situación de conflicto o la comisión de una falta de convivencia se dé. Su intervención, en primera instancia, debe ser de acompañamiento al proceso, buscando que se cumplan los procedimientos previamente establecidos, pero sobre todo, que los estudiantes encuentren un nivel de contención que les dé seguridad y les ayude a superar posibles situaciones conflictivas y comportamientos problemáticos.
Esta instancia debe verse en la institución educativa como un espacio de apoyo, de colaboración y de seguimiento a los procesos convivenciales de los estudiantes, y no como una instancia sancionatoria. Desde su constitución, ha de verse de esta manera y no como una instancia superior, que detenta un poder ilimitado con el cual se amenaza a los estudiantes cuando se salen del curso trazado por los profesores. Para que esto sea posible, es preciso que se tenga claridad del perfil de la persona a quien se delegue esta responsabilidad, que dicha persona posea las características y la calidad humana del caso, de tal manera que siempre esté dispuesta a apoyar más que a sancionar.
Ahora bien, de todas maneras, al ser una instancia dispuesta para el seguimiento y el acompañamiento a los estudiantes, esta debe ser muy clara en los procedimientos que sigue, y aplicar los criterios, los principios y los procedimientos con equidad. Esta instancia requiere saber dónde se ajusta y se sigue un proceso exigente a un estudiante y dónde debe ser más conciliadora.
Comité de convivencia. El comité de convivencia, a diferencia de las instancias anteriores, es ante todo un organismo de conciliación y búsqueda de soluciones a los problemas.
El Comité, en tanto instancia de participación, debe contribuir de manera significativa a analizar los problemas de convivencia desde una perspectiva sistémica e involucrar a los distintos estamentos de la institución en la búsqueda de soluciones que permitan una adecuada gestión de la convivencia.
Por su parte, el equipo directivo de la institución ha de promover la participación en esta instancia, de tal manera que ella logre su cometido y que los directivos ni se desgasten queriendo resolverlo todo ni quieran concentrar en sus manos la solución a todos los problemas.
Las instituciones educativas deben permitir que cada instancia de la estructura organizacional y de participación cumpla con lo que le corresponde, que se surtan los procedimientos siguiendo un conducto regular, y que cada quien actúe o intervenga cuando y donde le corresponde. En ocasiones algunos directivos tienden a intervenir en los procesos administrativos como primera y única instancia, lo que conduce a que se agote en ellos el conducto regular, olvidando la doble instancia en las actuaciones administrativas, lo que lleva a que los padres de familia o los estudiantes recurran a instancias externas a la institución al haber agotado, en una única actuación, todas las instancias institucionales.
Es necesario que el comité de convivencia sea una instancia conciliatoria, que escuche, que proponga estrategias, que busque soluciones, que diseñe propuestas y maneras de proceder, que de común acuerdo con los estamentos representados pueda contribuir de manera significativa a la solución de los problemas de convivencia.
Rectoría. La rectoría, por detentar alto grado de autoridad, es una instancia de participación y de apoyo a la solución de los problemas de convivencia. Ella debe intervenir cuando las circunstancias lo ameriten y de modo posterior a la intervención de las anteriores instancias.
En muchas ocasiones los rectores de las instituciones educativas piensan que ellos deben no solo conocer desde el inicio los problemas de convivencia que se presentan (lo cual es apenas lógico), sino también intervenir desde el inicio en su solución. Una cosa es apoyar, estar enterado y sugerir posibles caminos de solución, y otra es liderar el proceso e intervenir, haciendo sentir el peso de su autoridad.
Es evidente que, dependiendo de las personas, las circunstancias y los lugares, un rector sabio —en el sentido profundo de la palabra— debe tener la capacidad de juicio y discreción, pero sobre todo, la prudencia necesaria para tomar las mejores decisiones, de tal manera que solo intervenga cuando el caso sea de su competencia y previamente se hayan agotado las demás instancias.
Los rectores no pueden perder de vista que son los representantes legales de la institución y en cuanto tales sus actuaciones son susceptibles de ser revisadas por otras instancias, ya sea las educativas o las judiciales, para determinar si se ajustan o no a los criterios y políticas establecidas. En este sentido, las actuaciones de la rectoría precisan de ir acompañadas con actos administrativos motivados, en los cuales se invoquen los principios y normas en virtud de lo cual se haya procedido y tomado decisiones.
Consejo directivo. El consejo directivo, en calidad de máximo órgano de participación de los distintos estamentos de la institución educativa, tiene como principal función coadyuvar al rector en el proceso de gestión de ella. Es una instancia de participación para resolver los conflictos que se presenten, pero además, de apelación de las decisiones en los casos en que se haya presentado incumplimiento o violación de las normas de convivencia preestablecidas.
Para una adecuado funcionamiento del consejo directivo, y para una pertinente gestión de la convivencia, es de capital importancia que este tenga su reglamento y su conformación debidamente reglamentados, se le hayan definido sus funciones, alcances y límites, con pertinencia y sensatez, de tal manera que se constituya en la última instancia de apelación y de resolución de los conflictos. El consejo debe conocer y actuar sobre aquellos aspectos y asuntos que le competen, respetando siempre las funciones y las competencias de las diferentes instancias.
En este recorrido que se ha hecho de las estructuras e instancias para un adecuado manejo de la convivencia en las instituciones educativas, se ha tenido en cuenta el principio fundamental del conducto regular, así como el del debido proceso cuando pide la doble instancia y la posibilidad de que al interior de la institución, haya una instancia ante la cual se puedan apelar las decisiones tomadas por otra instancia de diferente nivel en la estructura. Este es el mínimo de instancias que conforman la estructura para el debido manejo de la convivencia en una institución educativa. Cada institución puede ajustar, integrar, modificar e incluir otras instancias, sin perjuicio de cumplir con los mínimos que aquí se sugieren.
En incontadas ocasiones los directivos de la institución, preocupados por el poder que detentan en ella, “borran” o eliminan los diversos niveles de competencias, fundiendo en una sola instancia todas las que deben existir, de tal manera que solo permiten que se dé una primera y única instancia, lo que conduce irremediablemente a que los interesados en ser escuchados o en apelar una decisión de la institución deban recurrir a otras instancias que se hallan por fuera de esta. Si los directivos de las instituciones entendieran esto se evitarían muchos conflictos y quejas ante las instancias administrativas y judiciales.
Procedimientos para el manejo de la convivencia
Además de las estructuras y de las instancias que una institución educativa debe tener para un adecuado manejo de la convivencia, también hay un mínimo de procedimientos a tener en cuenta. La idea, entonces, es presentar dichos procedimientos de una manera general, para orientar a quienes organizan la institución.
Al igual que en el aspecto de la estructura e instancias, aquí se hará un abordaje de aquellas que mínimamente es importante tener presentes y que en todo momento deben tener como “telón de fondo” el criterio de seguir lo establecido, buscar resolver siempre en los primeros momentos los conflictos, no permitir o exacerbar las condiciones o las circunstancias para, de igual manera, no contribuir al escalamiento de los conflictos o de los problemas de convivencia.
Construcción de una cultura para la convivencia. Uno de los elementos importantes para determinar cómo se organiza una institución educativa es justamente el poder enmarcar todos los elementos que hacen parte de su cultura organizacional, pues en ella se plasman los valores y los principios formativos previamente definidos como fundamentales. En este sentido, crear una cultura de convivencia para la institución educativa, donde se vivan principios y valores como el diálogo, la resolución pacífica del conflicto, la tolerancia, la aceptación de la diferencia, el respeto a lo distinto, la inclusión, el cuidado del otro, contribuye a una adecuada gestión de la convivencia.
Estos deben ser principios y valores que permeen las actuaciones de los profesores, de los directivos, del personal administrativo y, por supuesto, de los estudiantes. Esta manera de proceder debe constituirse en una cultura institucional, en una forma de vivir y de ser al interior de la institución, de tal manera que ella permee el conjunto de actuaciones de todos los miembros de la comunidad educativa.
Una cultura de la convivencia como la que se propone debe servir para que los estudiantes se formen en ella, la asuman como una forma de obrar y ser sin que ello constituya un discurso ideológico que se controvierta con el proceder de algunos de los estamentos de la institución o se la contrarreste con el currículo oculto que exista en la institución.
En la construcción de una cultura de la convivencia deben empeñarse todos los miembros de la comunidad educativa, de tal manera que cada quien encarne este principio como parte de la política institucional, erigiéndolo como criterio rector en su manera de conducirse.
Construcción del Manual de Convivencia. Para que en la institución educativa se dé una verdadera y adecuada gestión de la convivencia es preciso que se adelante un proceso de construcción democrático y participativo del Manual de Convivencia, de tal manera que todos los estamentos de la comunidad educativa puedan aportar elementos para su construcción y descubran que participan, que su voz es oída y que sus intereses y necesidades son tenidos en cuenta.
Aplicación de sanciones. Cuando en una institución educativa se deben aplicar sanciones que conduzcan a que los estudiantes reparen los daños causados, asuman las consecuencias lógicas de sus actos, o reciban una pena que desestimule ciertos comportamientos o conductas, se presenta una oportunidad única y valiosa para formar a los estudiantes, por lo tanto, dependiendo de la manera como se apliquen las sanciones, se lograrán más o menos resultados en términos de la gestión de la convivencia y la formación ética y democrática de los estudiantes.
No siempre la aplicación de las sanciones se hace de manera adecuada, con el justo peso que deben tener cuando se trata de trazar límites claros y efectivos a los estudiantes. En muchas ocasiones las sanciones no se aplican consistentemente porque en unos casos se hacen efectivas de una manera y en otros de diferente manera, lo cual conduce a que los estudiantes no sepan a ciencia cierta cómo se deben comportar, pues los límites, las normas y las consecuencias por su incumplimiento no siempre son equivalentes o no lo son para todos los estudiantes, además de que en ocasiones sí se aplican y en otras no.
El procedimiento para aplicar las sanciones, dentro de un adecuado proceso de gestión de la convivencia, no pueden ser dejadas en manos de una sola instancia, pues esto conduce a que los estudiantes vean esa instancia o a esa persona como la única que detenta una real autoridad y a las demás instancias como partes de una estructura que no tienen el poder de sancionar, y por lo mismo se las puede evadir fácilmente.
Asimismo, en el proceso de aplicar las sanciones que previamente se han establecido, debe evitarse el incurrir en conductas como amenazar y no sancionar, o sancionar por cualquier cosa, desgastando las estrategias formativas; o ser intransigentes en su aplicación, sin escuchar primero a quienes se va a sancionar; o pedir a alguien de mayor autoridad que determine si se lleva a cabo o no la sanción o que se haga cargo de definir su viabilidad y su consiguiente aplicación; o sancionar indiscriminadamente, sin graduar las penas ni tratar a todos por igual, haciendo que “paguen justos por pecadores”; o determinar la sanción en un momento de ira y de descontrol. Todo este tipo de situaciones descritas es necesario anularlas, porque están muy lejos de lo que es una adecuada gestión de la convivencia.
Conducto regular. Dentro de los procedimientos establecidos en el Manual de Convivencia para la atención a situaciones de conflicto, desavenencia y discrepancia entre miembros de la comunidad educativa, se debe incluir el conducto regular, que no es otra cosa que el seguimiento de los pasos y las instancias involucradas en alguna de estas situaciones respetando el nivel de competencia de cada una de ellas.
Cuando de gestionar adecuadamente la convivencia se trata, no solo hay que establecer un conducto regular, también es preciso que se lo siga, respetando las competencias, las funciones y el nivel de autoridad de cada una de las instancias que conforman la estructura de la institución educativa, pues es muy común que las personas involucradas en situaciones problemáticas se salten las instancias o se concentre todo en una sola instancia, haciendo de parte y juez e impidiendo que se cumpla con los principios del debido proceso, tales como la doble instancia o la posibilidad de apelar.
En este sentido, se recomienda a las instituciones educativas interesadas en una adecuada gestión de la convivencia que en todas las actuaciones se tenga en cuenta y se respete el conducto regular con el fin de mantener la consistencia y hacer que los estudiantes y los padres de familia comprendan su sentido y lo acaten. En la sociedad actual, cuando se presenta un conflicto o una desavenencia, se recurre inmediatamente al nivel más alto de autoridad para que haya una resolución, y casi todo se maneja por palancas y componendas. Hacer que se cumpla con el conducto regular es formar en ciudadanía y en el respeto al otro, para superar este tipo de prácticas que distan mucho de lo que habitualmente se debería vivir en las sociedades democráticas.
Gestión del aula de clase. La estructura básica donde se generan muchos comportamientos adecuados, así como otros inadecuados, es el aula de clase. En este sentido, mucho de lo que será el ambiente de la institución dependerá en gran medida de la gestión que haga cada docente de su aula.
Una adecuada gestión del aula de clase depende, en esencia, de cada uno de los profesores y de la manera como manejen los problemas de disrupción y las normas que permiten hacer de este espacio un ámbito en el que se construye el conocimiento y se desarrollan muchos procesos cognitivos, afectivos, morales y emocionales.
Las dificultades de gestión de la convivencia en el aula de clase generalmente se dan por la divergencia de criterios que hay entre los profesores con relación al manejo del aula de clase. No se sugiere entonces generar una estrategia que uniforme los procederes de todos los profesores, pero sí que se llegue a los acuerdos del caso para que haya unos mínimos sobre el manejo de la convivencia en el aula, sin que haya profundas contradicciones entre lo que un profesor y otro permiten. En últimas, se debe buscar una unidad de criterios ajustada a los principios de la institución educativa y de su intencionalidad formativa.
Una adecuada gestión del aula de clase puede requerir de apoyos externos y de consensos entre los profesores que están en contacto con un determinado curso, puesto que en ocasiones se requiere de la mirada de otros actores que aporten ideas, formulen propuestas y ayuden a construir estrategias de manejo adecuado de los conflictos y problemas de disrupción en las aulas.
Manejo de las rutinas. En una institución educativa, mucho de lo que se hace se conoce con el nombre de rutinas. Estas tienen que ver con los procedimientos, tareas y actividades que se realizan en la vida cotidiana de la organización escolar, tales como el uso de las rutas de transporte, la asistencia a la enfermería, el uso de la cafetería y tienda escolar, los recreos, los cambios de clase, la movilización a aulas especializadas, entre otras.
Habitualmente, todos estos procedimientos y formas de organización de la población estudiantil, sirven de ocasión para que se generen problemas de disrupción, de desorden y, en algunos casos, de conflicto. En este sentido, una adecuada gestión de la convivencia debe diseñar las estrategias del caso para evitar que el manejo de las rutinas institucionales favorezca el deterioro de la convivencia. Para lograrlo se sugieren algunas estrategias orientadoras:
— Crear un breve protocolo de manejo de las rutinas, en el cual se suministre a los profesores unos criterios de manejo de la disciplina y del ambiente, de tal manera que más que caer en una casuística, se den unos parámetros que permitan que los estudiantes sepan distinguir los espacios, los tiempos y la intencionalidad de cada una de las situaciones que hacen parte de las rutinas.
— Empoderar a los profesores para que hagan un manejo adecuado de la disciplina, de tal manera que no dependan de quienes detentan algún nivel de autoridad, sino que los posibles problemas se resuelvan cuando se presenten, por parte de quien está en ese momento con los estudiantes.
— Los criterios y procedimientos que se establezcan para el manejo adecuado de las rutinas deben ser consistentes con los principios y criterios que la institución haya definido como fundamentales para el manejo de la disciplina.
— Dar razones y argumentos de los criterios y normas que han de seguir los estudiantes en las rutinas, de tal manera que estos encuentren el sentido de ellas y no las tomen como caprichos o arbitrariedades de la institución.
Participación de los estudiantes en la toma de decisiones de convivencia. Permitir que los estudiantes participen en la toma de decisiones que están directamente relacionadas con la convivencia es una de las propuestas más novedosas y complejas cuando de gestión de la convivencia se trata. Efectivamente, esta es una apuesta que pocas instituciones educativas se atreven a hacer, pues como ya se ha afirmado, las instituciones tienden a ser más autoritarias que participativas.
Si se tiene en cuenta lo propuesto por Kohlberg sobre la “comunidad escolar justa”, esta estrategia es de capital importancia cuando se busca generar procesos de formación en autonomía moral. En la práctica se trata de generar asambleas de estudiantes en las cuales se debatan las sanciones que se imponen a los estudiantes por las faltas que estos cometen. También se las emplea para modificar las normas de convivencia.
Realizar adecuadamente este tipo de acciones contribuirá de manera significativa a empoderar a los estudiantes, a compartir con ellos el poder y a devolverles la responsabilidad sobre la gestión de la institución educativa en lo que a ellos les compete. Por supuesto que implementar esta estrategia demanda preparación y trabajo por parte de los docentes y los directivos, pero los resultados que se logren compensará el trabajo realizado.
Una razón para validar esta estrategia de gestión de la convivencia, es que la escuela no es un sitio donde únicamente se va a aprender contenidos de manera teórica, sino que allí se da un proceso de socialización y de formación política muy importante, y que en algunos momentos esta meta supera las preocupaciones por el aprendizaje de conceptos teóricos, dado que ella realmente prepara para el futuro y para la vida, en tanto se ocupa de la formación ciudadana de las personas.
Para la implementación de esta estrategia se recomienda revisar lo atinente a la conformación y funcionamiento de la “comunidad escolar justa”, que se aborda en este documento en otro apartado.
Resolución pacífica de los conflictos. Una de las situaciones que más comúnmente se presenta en una institución educativa son los conflictos, los que se suceden por factores de diversa índole entre los estudiantes y los profesores, los profesores y los padres de familia, los estudiantes con otros estudiantes, o los estudiantes con el personal directivo y administrativo, entre otros.
Normalmente los conflictos surgen porque se presentan desavenencias, divergencias o diferentes puntos de vista entre unos y otros. Frente a ellos, es preciso afrontarlos para que se puedan resolver de la manera más racional y pacífica posible. Una adecuada gestión de la convivencia en una institución educativa es la que sabe que el conflicto existe y forma parte de la vida escolar y de las interacciones entre los seres humanos, de ahí que propone criterios y formas de resolución de estos que busquen la conciliación, la reconciliación o la negociación entre posturas contrarias, la ganancia de todas las partes en conflicto, la salida negociada y apelando a ideas razonables más que a la imposición del más fuerte, entre otras cosas.
Para lograr la adecuada resolución pacífica de los conflictos es preciso que en la institución, al menos, se den los siguientes pasos: a) que se reconozca el conflicto como parte integrante de la vida escolar; b) que se capacite a todo el personal directivo, administrativo y de profesores en el manejo adecuado de estos; c) que se establezcan criterios y procedimientos de resolución de los mismos, de tal manera que, en la medida de lo posible, se pueda “echar mano” de un mediador que ayude a la superación de las posiciones encontradas o divergentes; d) que se apele siempre al uso de las buenas razones como el camino más idóneo para su resolución; e) que no se permita que los conflictos escalen; y f) que todos los miembros de la comunidad educativa siempre busquen su resolución en la misma dirección.
Es probable que este aspecto sea uno de los elementos de la gestión de la convivencia que más tiempo, energía, recursos y estrategias consume, pues mucho de lo que se debe atender en una institución educativa, cuando de convivencia se trata, tiene que ver con la resolución de los conflictos. Por esta razón, es preciso que se plantee una adecuada estrategia de trabajo para afrontar la resolución de los conflictos de modo que contribuya a la formación de los estudiantes en habilidades sociales que posteriormente, en su vida adulta, les permita ser ciudadanos que frente a cualquier conflicto tienen herramientas, habilidades y competencias para su resolución pacífica.
Manejo del tiempo libre. Si bien una institución educativa tiene muchas actividades debidamente programadas y organizadas con una intencionalidad formativa, de todas maneras hay espacios como los descansos, que son de “tiempo libre” para los estudiantes, en los cuales habitualmente ellos practican deportes, organizan juegos y socializan. Estos espacios de tiempo libre de los estudiantes deben ser organizados de la mejor manera para que sean espacios de crecimiento y de maduración. No se trata de planificar dichos espacios para coartar su espontaneidad o intimidad, sino de propiciar que sean de crecimiento y formación porque se favorecen interacciones, práctica de los deportes, desarrollo de actividades lúdicas, uso productivo del tiempo y todo lo que es propio de ellos, según su nivel de desarrollo psicológico y emocional, así como su edad.
En este sentido, una adecuada gestión de la convivencia se debe ocupar de estos tiempos y espacios para ayudar a los estudiantes en su manejo. Esto contribuirá de manera significativa a sus procesos de formación, por cuanto se favorece el uso responsable del tiempo y el disfrute sano de los espacios recreativos, y especialmente los procesos de crecimiento en la autonomía y el uso responsable de la libertad. Desde una adecuada gestión de la convivencia se puede apoyar este proceso de manejo del tiempo libre por parte de los estudiantes.
Conformación de las instancias de participación democrática. Otra de las estrategias de formación y manejo de la convivencia es la conformación de las diversas instancias de participación que prevé la legislación educativa vigente del país.
Habitualmente las instituciones educativas proceden con un criterio errado: entre menos injerencia haya de los padres de familia, de los profesores y de los estudiantes en el gobierno de la institución educativa, mejor se la podrá gestionar. Desde esta perspectiva, se hacen remedos de participación o se conforman las instancias, pero, no se les permite el cumplimiento de sus funciones o nunca se las reúne, ni siquiera para el cumplimiento básico que la ley pide.
Esta forma de proceder, más cercana a una concepción feudal de la institución que a la conformación democrática de las instancias de gobierno de cualquier organización, dista mucho de las actuales tendencias, que apuestan por la construcción de sociedades plurales, donde la democracia y la participación son las formas más idóneas de construir lo que se conoce como la sociedad civil, donde la participación ciudadana es posible.
Las instituciones educativas se hallan muy lejos de lo que sería construir la ciudadanía y permitir la verdadera participación democrática. Existe temor en los directivos y dueños de instituciones educativas de compartir el poder y de formar ciudadanos en la participación, porque se cree que permitiéndolo se perderá la esencia de lo que se quiere en la intencionalidad formativa o que estas instancias terminarán afectando el manejo económico y financiero de la institución educativa. Sin embargo, dicha manera de proceder y de pensar desconoce abiertamente los criterios definidos por los Estados modernos, pues no hay ninguna norma, función o tarea que tenga que ver con el manejo de los recursos económicos de las instituciones educativas de particulares que las instancias de participación definan. En el caso de las instituciones educativas estatales, ello le compete a los organismos definidos para tal fin, y en las privadas, solo a los propietarios de la institución educativa.
Al proceder de esta manera se deja de lado lo verdaderamente importante, que es la formación de los estudiantes en un concepto de país y de participación democrática, que les permita irse integrando positivamente a la sociedad civil con el conocimiento, manejo y cuidado tanto de sus derechos, como de sus deberes ciudadanos.
Para complementar una adecuada gestión de la convivencia se recomienda revisar los trabajos de Juan Carlos Torrego3, quien propone un modelo integrado en la gestión de la convivencia, donde se combinan el modelo punitivo con el relacional para el manejo de la convivencia en uno que ha denominado el integrado, porque recoge los aciertos de los dos y propone una estrategia de mejora que bien vale la pena tener en cuenta.
1 Sobre la gestión de la convivencia en el aula de clase se recomienda el trabajo de Marzano y Pickering. En su propuesta curricular de dimensiones del aprendizaje, en concreto, en la primera dimensión —actitudes y percepciones— abordan de manera completa y práctica cómo se debe gestionar adecuadamente un aula de clase para que la convivencia sea posible. Este trabajo se puede consultar en Marzano, Robert y Pickering, Debra (2005), Dimensiones del aprendizaje – Manual para el maestro, 2.a edición, Guadalajara, México: Iteso.
2 En el Anexo 3 de este documento se propone un instrumento que se puede emplear para realizar un diagnóstico inicial del estado de la convivencia en una institución educativa, y que cumple con lo sugerido aquí. Si se quiere usar dicho instrumento para realizar el diagnóstico se puede contactar con mbeducacion@hotmail.com, donde se dispone de un aplicativo que permite la tabulación de este y la producción de los reportes del caso, desagregados por género, curso, grado y sección.
3 Cfr. Torrego, Juan Carlos (coord.), (2006), Modelo integrado de mejora de la convivencia. Estrategias de mediación y tratamiento de conflictos, Barcelona, España: Graó