Читать книгу Al tercer día resucitó de entre los muertos - José Ignacio González Faus - Страница 3

PRÓLOGO

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En la ya larga historia del espíritu humano y de sus variedades y exuberantes manifestaciones, hay un pequeño dato que no puede negarse: nunca, en ningún lugar, y de nadie, se ha afirmado algo similar a lo que la fe cristiana profesa de Jesús, cuando dice que «resucitó de entre los muertos».

A lo largo de los siglos, la palabra humana se ha atrevido a testificar algunas reviviscencias (verdaderas o no, ahora no hace al caso). Pero ciertamente no ha testificado ninguna resurrección, salvo la de Jesús.

En este mundo del que los antiguos afirmaban que «no hay nada nuevo bajo el sol», en esta historia de la que el escéptico Eclesiastés (1,10) escribía que «nadie puede decir “aquí hay una cosa nueva”, porque ya existió», en este mundo y esta historia hay una afirmación única, que no ha vuelto a ser dicha de nadie más –ni en otras religiones ni fuera de ellas– y que, a su modo, ha marcado buena parte de la trayectoria humana sobre el planeta tierra, y pretende enmarcarla toda: que Jesús de Nazaret, crucificado por los hombres, ha sido resucitado de entre los muertos.

Esta unicidad, esta novedad absoluta de la noticia, legitima al menos el interés por saber qué quiere decir eso de la Resurrección de Jesucristo. Aunque solo fuera por curiosidad.

Pero lo legitima mucho más en unos momentos como los presentes, en los que el analfabetismo religioso está llegando a niveles de inundación tropical o mediterránea. Y en los que, desde esa ignorancia, todo el mundo se atreve a pontificar sobre temas religiosos, con una impavidez y una seguridad que recuerda a aquellos sofistas de Atenas a los que Sócrates escuchaba pacientemente entre la sorna y la sonrisa.

Por ejemplo: el pasado verano1, y a propósito de unas declaraciones de Juan Pablo II sobre el cielo y el infierno como estados y no como espacios (declaraciones supuestas o reales pero, en cualquier caso, tremendamente obvias y elementales), una prensa angustiada por la sequía veraniega de noticias, se entretuvo comentando, criticando y especulando, como si el Papa hubiera declarado algo inaudito, tan rasgado y tan extraño que confirmaba el ateísmo de los no creyentes y amenazaba la fe de los fieles. Pero no había ni lo uno ni lo otro. En realidad no había nada.

Pasada aquella tormenta veraniega, quizás pueda quedar una conclusión modesta: no está mal tener una misma información y entender un poquito de aquello de lo que vamos a hablar, o nos van a hacer hablar. Ojalá estas páginas puedan ayudar a ello, aunque solo será mínimamente.

Ayudar a los no creyentes que, a veces, al hablar de temas religiosos hacen un ridículo impresionante del que no se dan cuenta ni ellos ni sus oyentes, porque todos están como en aquella ciudad de los ciegos novelada por Saramago. Y ayudar a los creyentes a los que la fe se les ha quedado tan pequeña como el trajecito de la primera comunión (que era además un traje de una época de penurias). Y no se dan cuenta de que, en asuntos de fe, salen muchas veces a la calle con aquel traje de marinerito, mostrando a la vez sus piernas peludas y sus cabezas entrecanas o entrecalvas.

No hay en estas páginas otra pretensión que la de informar un poco. Por las razones dichas. Y sin afán de convertir a nadie. Que no están los tiempos para más pretensiones.

Pero sí me quedaré contento si, al acabar, unos y otros entienden mejor el sentido pleno de aquella preciosa frase del salmista, que me gusta repetir de vez en vez: «Al despertar me saciaré de Tu semblante».


J.I.G.F.

Sant Cugat del Vallès

Marzo 2000

Al tercer día resucitó de entre los muertos

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