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EPIFANÍA DEL LABERINTO

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Y de súbito, con la certeza de la muerte,

del odio,

con la lucidez del pensamiento,

con la sorpresa del amor de quien no quieres,

sobre mí,

en torno a mí,

frente a mí,

ceñido por la atmósfera del duelo,

me sobrevino la ominosa presencia del laberinto,

toda entera,

brutal

como el impacto de una bestia en carga.

Su abrazo intenso de amante angustiado

me golpeó con densidad oscura,

dentro, fuera, inmenso, vacío, aéreo, inasible, opaco,

precedido del olor de la malva,

frío y duro como la tripa de un pez

o el caparazón del cangrejo.

Supe que el laberinto

también dentro de mí habitaba,

contenido en la náusea de la madrugada

y la inquietud sin sosiego,

el llanto detenido,

la pesadumbre de cuerpo derrotado,

la pena de ser humano

y la conciencia enclaustrada:

sin puerta

sin salida

sin entrada.

El Minotauro come carne de mujer

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