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Prólogo La galería se enriquece

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Efectivamente. La galería de personajes de José Mauro de Vasconcelos se enriquece con la incorporación de un nuevo personaje: Edu, el triste y desdichado protagonista de El velero de cristal.

Esta vez no se trata de un niño sumergido en la miseria (Zezé, Mi planta de naranja lima), ni del pequeño que va encaminándose hacia la adolescencia y el descubrimiento de la vida (Zezé, Vamos a calentar el sol), ni del adolescente en lucha contra los otros y con la existencia misma (Zezé, en los libros que siguen al personaje clave de la narrativa de Vasconcelos). No; esta vez se trata de un pequeño despegado de su núcleo familiar habitual; alguien que también cumple el mandato del descubrimiento de la vida desde la peor de las perspectivas: su condición de lisiado. Y así vamos asistiendo al mundo imaginario de Edu, compartiendo con él tanto sus fantasmagorías como sus sueños y sus esperanzas, casi nunca concretados, y ¿cómo así, si el destino ya está marcado y en él no tienen lugar los milagros de la rutina?

Y vamos compartiendo su dolor ante la indiferencia de su familia y el desamor de la madre por ese niño incapacitado casi de valerse por sí mismo, monstruosamente feo porque es deforme e incomparablemente bello porque es bueno y rico en imaginaciones. Estoy segura de que no habrá madre, y todas las mujeres lo son aunque no tengan hijos, que no se sienta mortificada por esa figura egoísta e indiferente de la madre, que cruza el libro sin presencia física, pero pesa tanto en la almita conmovida y esperanzada de Edu. Que no habrá madre que no se ponga en abierta rebelión sintiéndose capaz de llegar al odio hacia esa mujer escurridiza para el lector que no la “ve” en el libro, y para el hijo que sabe que “cuando se tienen tan débiles las piernas y tan deforme la cabeza, no se puede aspirar al amor”. Pero, al mismo tiempo, también asistimos a la dedicación, a la ternura y a la comprensión de Anna.

Anna, su tía en la novela, pero mucho más que eso, la imagen de la mujer aguerrida y amorosa que centra su soledad sentimental en ese sobrino desdichado y se complace en dedicarle su vida.

Pero también hay otras cosas en el libro: el símbolo de las mágicas transferencias sentimentales de los seres; la vivencia de las esperanzas, a pesar de todas las pruebas en contra; la riqueza imaginativa de la niñez; el viaje maravilloso al país de los sueños, animados por una escéptica y tremendista lechuza embalsamada, un paternal tigre de bronce que se erige en el piloto de los maravillosos desvaríos de Edu, un sapito inteligente con trazas de personaje humano, una cobra “retirada de la vida” que juega su papel de monja recluida del mundo y auxiliar de los sufrimientos y dificultades ajenos; y todo un mundo de coloridos personajes que ilustran, a su manera, la filosofía de Vasconcelos. Porque en este caso, como en otros anteriores, Edu sirve al autor para dar salida y expansión a sus ideas sobre la humanidad, Dios y la vida; los tres puntos que atraen la atención apasionada del autor de tantas novelas exitosas en trece países y en distintos idiomas. (Sus criaturas, más afortunadas que algunos de sus lectores, yo entre ellos, hablan alemán, japonés, italiano, francés, inglés, polaco, sueco, noruego, húngaro, holandés y muchas otras lenguas. ¡Felices de ellas!).

Entre las ideas que signan el contenido de esta novela para chicos –pero que todos los grandes debieran leer–, sin veleidades de análisis científico, sin el subrayado de comentarios valorativos estrictamente intelectuales, José Mauro de Vasconcelos mide la sociedad según el valor de las criaturas a las que da forma literaria, pero que él ha robado de la vida diaria. Más que nunca, crónica novelada de la diaria realidad, sus personajes y sus anécdotas implican, por su misma naturaleza de críticas, la sensibilización de su responsabilidad de escritor ante los elementos de crisis que surgen de lo que, veladamente me parece, es la contradicción entre los valores básicos del individuo y la realidad social en que está inmerso.

¿Cómo interpreta el autor de El velero de cristal esa situación que surge de la experiencia humana y común de la infancia, la relación paterno-infantil, el amor, la confianza, la desilusión, la extrañeza del niño y sus sueños de angustia y sus euforias de ilusión? Todo eso lo desarrolla en las tensiones amor-amistad, ilusión-desesperanza, sueño-resignación.

Y todo en un ritmo in crescendo marcado por la unión de la Vida y la Muerte –¿qué es la vida de Edu sino la pendular situación de alguien que se debate entre uno y otro extremo, sabiendo con certeza su inminente final?–, en una suerte de paso de danza con un fondo de alegrías y tristezas, en una mezcla contrastada que roza el límite del tabú entre esperanza y espanto, como clave de una interpretación, a medias entre casídica y anglosajona, de la realidad –vida– y la irrealidad –más allá de lo real–. Es decir, como un significado simbólico de la antesala de la muerte.

No importa. El lector vivirá esta experiencia apasionante como la perfecta resurrección de un viejo cuadro de costumbres, al que los colores, misteriosamente fortalecidos, prestan la rehabilitación de su vigencia y la fuerza de su polémico contenido. Se sentirá partícipe de la trama, y, obviamente, tomará partido. Un hecho importante derívase de la lectura de El velero de cristal: la identificación del lector no ya con el protagonista de la novela y como es común que suceda en los libros de Vasconcelos, sino con otros dos. Uno, que aparece marcadamente, pesando más por influencia que por presencia viva, es el de Anna: una identificación positiva, porque la relación entre lector-personaje, fluida y coherente, deja un saldo de ternura, de compasión y de solidaridad que la tornan positiva. La otra es la de la madre de Edu; una identificación negativa, porque aquí el lector rechaza y acaba por odiar a esta criatura que planea sobre el libro sin detenerse firmemente en él, y sin embargo se siente prisionero de ella en la medida en que sabe que su conducta condicionará la dicha del niño y la definición del libro: todo ello en un curioso movimiento de acercamiento, defensa y protección.

Acercamiento a Edu y rechazo a la madre; defensa de la criatura y de lo que ella simboliza –gracia, amor, imaginación, debilidad, fidelidad, fantasía, confianza– y protección de su pequeño y portentoso mundo. Un acercamiento que acaba disolviéndose en la nada, la muerte. Los distintos escenarios creados por Vasconcelos –que, en definitiva, tienen muy pocas variantes entre sí– corresponden a distintos planos del libro; la acción se desarrolla casi siempre ordenadamente, y en escenas cortas, pero plenas de contenido. Por sobre todo, con una voz bíblica que desde lo alto, a través de los distintos niveles, se entrelaza, mezcla, revuelve y torna a separar la magia y la realidad, el autor domina toda esta complejidad.

Un dominio obtenido a través de la comprensión de su verdadera finalidad de padre literario de sus criaturas y de lo que el lector quiere recibir EN su creación y DE su inventiva lo libra del peligro de volatilizar con complejidades el fin pretendido o de tornar dispendiosa –de esfuerzos e interés del lector– la tarea de seguirlo e interpretarlo.

Podríase decir, además, que el libro pinta un ambiente de aparente nostalgia que obliga al lector a leer con atención y a reflexionar críticamente, haciendo una revisión de los objetivos familiares y de las ideas pedagógicas. Preocupaciones nunca ajenas a este José Mauro de Vasconcelos que ha probado su inquietud al respecto con su militancia paternal –es padre adoptivo de varios niños, por cuya suerte se interesa y cuyas necesidades cubre holgadamente– y su temática rectamente dirigida a los pequeños, en una gran parte de su producción literaria.

De una manera clara y convincente se va narrando esta historia del desamor y del misterio, a la manera tradicional vasconceliana: con pocos elementos retóricos, desprovista de subterfugios para ganar el interés del lector, con numerosos elementos fantásticos, un mínimo de sofisticados recursos literarios y un máximo de veracidad y humanidad.

Frases cortas, pulidas, dosifican los distintos matices y las diferentes “temperaturas emocionales” del tema. Un vocabulario correcto colocado a su servicio y siempre leve: desprovisto de la densidad que a él le hubiera sido innecesaria. La adjetivación bien medida también es el elemento auxiliar de una prosa que se siente segura y se torna comunicativa para el lector.

En resumen ¿qué es El velero de cristal? ¿Qué representa para el público de José Mauro de Vasconcelos? ¿Qué añade a la literatura de nuestro tiempo?

En primer lugar, significa la evasión del autor de la saga de Zezé. Constituye un prolijo ejemplo de lo que es un buen libro para niños, que no hace concesiones a su público infantil y se comunica con él por el vehículo de la emoción. Simultáneamente, ejemplifica cómo se puede hacer buena literatura para niños, abierta a los adultos, sin resultar melodramática, tediosa ni almibarada. Sensibilizada, sí; pero sin mojigatería. Es la historia de un niño desdichado que se convierte en el símbolo –¿habrá sido intención del autor, me pregunto, o su acierto se debe al acaso?– de la evasión del hombre a través del sueño, de la magia de la imaginación y de la poesía de lo imposible.

En segundo lugar, los lectores del autor de Mi planta de naranja lima reencuentran su estilo y su sensibilidad de “contador de historias”, obteniendo a través de personajes inéditos y de anécdotas no conocidas en su obra creativa la versión fiel de su interés de escritor por la necesidad de la pequeña cuota de magia necesaria al hombre y que el narrador tiene la obligación de aportar a la tediosa y descolorida “vida real”.

En tercer lugar, este libro devuelve a la literatura de nuestro tiempo los valores humanos y trascendentes y las preocupaciones eternas del hombre. “Literatura de compromiso” en su mejor acepción, porque ese compromiso se refiere a los sentimientos, a los derechos de los hombres a aportar los elementos afectivos que les permitan ser felices junto con otros hombres y con los deberes que los rigen, y que de alguna manera están condicionados por los tres pilares en los que se asienta la relación humana: el amor, la comprensión y la solidaridad. Novela contemporánea, responde a las acuciantes necesidades afectivas de siempre, y ante el enigma de las condiciones de la vida humana por venir ofrece claramente su definición, que equivale a una respuesta: solo el amor salvará al hombre.

Y cuando él lo deje huérfano, el sueño, la poesía y la ilusión ocuparán su lugar. Como en la vieja y sabia copla popular brasileña:

“Un sueño para animarme; una poesía para embellecerme;

una ilusión para hacerme fuerte:

y así venceré a la muerte”.

HAYDÉE M. JOFRE BARROSO

El velero de cristal

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